sábado, 27 de septiembre de 2025

El experimiento de la existencia

 Cuando me sentía descorazonado o confuso respecto a los asuntos de la vida, siempre salía a la calle para contemplar las estrellas. En estos paseos nocturnos pensaba en torno a innumerables cosas hasta el punto de replantearme mi existencia. Mirando en dirección hacía esos luceros celestes me preguntaba: "¿Tiene todo esto algún tipo de sentido? ¿Por qué existo? ¿Y para qué habré nacido?" Ya sabéis, ese tipo de preguntas que a mi modo de ver todo el mundo se hace en algún momento. Mentras así me interrogaba a mí mismo, otras veces salía de mi interior para plegarme ante lo que tenía frente a mis ojos, y me daba cuenta de que el panorama del cielo nocturno era cada noche muy distinto de la siguiente. Si bien es cierto que el haz estelar que nos rodea va evolucionando en la medida que avanza la noche, este era radicalmente diferente de un día para otro. A veces me daba la sensación de que las estrellas se encontraban muy lejanas y distanciadas entre sí, otras veces parecían estar tan cerca que uno creía tocarlas, y en algunas otras ocasiones el parpadeo de esta nos sumía en las sombras cuando se detenía, haciendo que me replanteara si todo lo que me rodeaba era efectivamente real, o el sueño de algún dios que se encontraba en una galaxia lejana.

Sin embargo, el verdadero punto de inflexión para mí llegó en un aciago atardecer en el que me encontraba esperando en una estación de autobuses a una persona muy especial para mí. Cuando recorría sus largos pasillos, los vagones donde estos descargaban a los pasajeros y las ventanillas de información, una especie de densidad me presionaba el cráneo como si algún tipo de entidad buscara aplastarlo. Lo curioso era que esto sólo ocurría cuando andaba por la zona exterior de la estación, allí donde antes estacionaban los autobuses. Digo antes porque ahora esta se encontraba prácticamente desierta, a excepción de un par de autobuses oscuros y vacíos que se encontraban aparcados a gran distancia. Obviamente, debido al insistente dolor de cabeza, opté por mantenerme lo más cerca de la estación que me era posible sin internarme del todo. Al menos ahí, y a pesar de la luz flusforeciente que recorría su interior, aquella densidad mental parecía calmarse por momentos.

Mas, aún así, observaba a ratos como una especie de distorsión en mi campo de visión, cual si lo que veía se deshiciera en una especie de hebras que iban quebrándose y que iban deformándose en la medida que procuraba acentuar mi vista. No sabría cómo explicarlo mejor, pero era algo así como si las imagenes que percibía con mis ojos, se transmutasen ante mi mirada perpleja en una especie de mareo que no terminaba de culminar hasta el desmayo. Incluso la gente que en ese momento me rodeaba, parecían sombras dispersas que se desplazaban de aquí para allá sin una razón aparente. Creía reconocer a algunas de ellas, y estas me saludaban, se acercaban para parlotear en torno a asuntos triviales. Esto pareció calmarme durante un rato, pero al poco volvían a acometerme aquellos extraños mareos, aunque esta vez acompañados por una vibración persistente que taponó mis oídos a cualquier ruido que proviniera del exterior.

Justo cuando decidí sentarme en uno de los bancos de hierro barato que se encontraban ya en el interior de la estación, empezaron a acudir un montón de hombres uniformados y adornados con pesados cascos, que nos apuntaban a todos con sus rifles y escopetas avanzadas, hacinándondos de una esquina a otra. Finalmente, increpándonos y empujando con violencia, nos encaminaron allí donde estos querían. Lo cual vino a ser un inmenso tren donde siguiendo un orden aparentemente aleatorio nos fueron internando hasta el punto de llenar todos los vagones de semblantes consternados y confusos, algunos miraban al suelo, otros contenían los sollozos, y los menos reían quizás sintiendo lo caprichoso de su situación, mas a todos nos recorría un malestar interno que nos era común.

Sin saber qué hacer, decidí recorrer todo el tren como podía, me desplacé apartando a la gente de mi camino como quién aparta de sí las ramas que le impiden internarse en el bosque, fue ahí cuando descubrí los mas diversos rostros que a pesar de la multiplicidad de sus emociones todos apuntaban a una misma perplejidad. Así, pues, cuando llegué a uno de los penúltimos vagones allí me senté en el suelo, cruzando piernas y brazos quedándome ensimismado. Y en tanto que permanecía en esta postura, el tren comenzó a desplazarse con premura hacía una dirección que he de reconocer que desconocía por completo. No sé por qué, pero en algún momento del viaje me levanté como animado por un extraño resorte, y mirando en dirección a un hombre que aparentaba ser un mendigo por los andrajos que portaba consigo, este me sonrió con una curiosa elocuencia, y acto seguido, desvió su mirada a una puerta que parecía medio rota, que se tambaleaba con el impetú del viento.

Sin pensármelo dos veces, manipulé aquella puerta averiada con mis propias manos hasta que logré desencajarla por completo, y cuando así lo hice, nos hallabamos en una zona bastante elevada en la que crecía la hierba fresca. No queriendo permanecer en cautividad de aquellos hombres uniformados de negro que parecían militares, me lancé en redondo hacía los derroteros de la espesura. Aquella apariencia de suavidad de la hierba siendo ondeada por el viento me engañó, pues debajo de la misma no sólo había tierra, sino duras piedras que me hirieron lo indecible, provocando que mi caída se asemejara más a las últimas imagenes vislumbradas por el suicida que se lanza desde un edificio que a un desplazamiento en forma de churro por la verdura de la hierba. Al principio, observé un montón de colores interpuestos entre sí que hacían imposible todo discernimiento respecto a lo que me rodeaba, pero llegó un momento en el que toda aquella profusión colorida se agotó hasta que se convirtió en una negrura completa. Es decir, me desmayé.

Cuando me desperté me encontraba en una especie de pueblo que me hubiera atrevido a calificar de abandonado si no hubiera visto a algunas gentes que como setas dispersas pululaban aquí y allá, algunos de los cuales se asomaban evidentemente perplejos por mi presencia ahí. Dicho sea de paso, no tenía el mejor de los aspectos en ese momento, pues la caída en forma de croqueta había provocado que mi ropa terminará adoptando un aspecto de andrajoso y de indigente, tanto por las roturas como por la sangre que salían de las mismas. Además, como ya era de día debido a que probablemente permanecí desmayado largas horas, mi semblante mostraba una evidente mueca de confusión al no comprender qué había pasado. Una vez que hube recuperado al menos la mitad de mi consciencia, levantándome como pude a pesar de la cojera de la pierna izquierda, algunas personas se acercaron a mí para interrogarme acerca de quién era, lo cual una vez satisfecho provocó que yo les preguntará a su vez quienes eran ellos y donde me encontraba.

Me comentaron que ellos tampoco lo sabían a ciencia cierta, que fueron arrastrados hasta ahí desde una zona remota por un séquito de hombres uniformados que se habían establecido en una base que ocupaba la parte central de la población. Señalándome con dedo tembloroso donde esta se ubicaba, nos desplazamos con tiento hacía la misma, escondiéndonos entre los arbustos y los brezales que la rodeaban. Pude comprobar que estos se encontraban sumidos en una cavidad, recorriendo sus al rededores con sus armas al hombro, y que la parte central de la misma era una especie de cúmula negra que por su textura bien podría haber sido de plástico. Creímos que uno de ellos sospechaba sobre nuestra cercanía, así que nos escapamos de allí a todo correr, situándonos en una zona del poblado lo más lejana posible.

Una vez ahí intercambiamos impresiones, no sacando nada en claro al final. Así que mientras unos se quedaban escondidos parlamentando para intentar hallar una explicación ante nuestra situación, algunos de nosotros nos alejamos del poblado encontrando otro prácticamente idéntico pocos kilometros mas hacía el noreste desde nuestro punto de partida. No obstante, la radical diferencia entre uno y otro poblado era que a pesar de mantener una estructura y una organización semejante respecto al anterior, este se encontraba en evidente estado de abandono. De hecho, tan abandonado estaba que aunque lo recorrimos a conciencia, no encontramos alma alguna, ni siquiera en pena que era como nos sentíamos nosotros. Quizás otra diferencia notable a reseñar era que en esta zona no se encontraba base militar alguna, y que a lo sumo se atisbaba lo que había sido una cúpula completamente quebrada y hundida en uno de los montículos de hierba verde aledaños. Pero, pese a que lo inspeccionamos con tesón, no terminamos de sacar nada en claro.

Nuestra investigación fue bastante infructuosa hasta que encontramos una pequeña cavidad en la que con tiento logramos introducirnos algunos de nosotros, mientras que los otros restantes permanecían en el exterior por si tenían que avisar sobre cualquier cosa que sucediera lejos del alcance de nuestra vista. Allí, en lo que aparentaba ser una gruta cavernosa labrada artificialmente -es decir, por la mano del hombre- vimos un montón de compartimentos repletos de los mismos uniformes, cascos, armas, complementos e indumentaria general que portaban aquellos que nos movilizaban donde gustaban. Una vez que inspeccionamos toda la zona y sus objetos, personalmente me quedé con la sensación de que todo aquello no terminaba ahí. A saber, que todo lo que acababamos de descubrir no suponía ni un uno por ciento de todo aquello que se ocultaba ante nuestros ingenuos e ignorantes ojos. Así que, debido a esta sensación que me carcomía, decidí investigar en profundidad toda la zona exterior en la medida en la que todavía aprovechar la presencia de la luz.

Al final, encontré algo cuanto menos extraño, y era que lo que parecía una especie de musgo desordenado que crecía encima de una placa de hierro oxidado que se asemejaba a una especie de alcantarilla, se podía desplazar en forma circular si uno apretaba con tesón. Y así fue como descubrí, ante la perpleja mirada de los pocos que me acompañaban y que aún no habían desistido de encontrar respuestas, un profundo tunel oculto por esta cavidad musgosa que hacía de pasillo descendente hacia las sombras. Por suerte, había un interruptor en el comienzo del mismo que con su luz artificial azulada nos permitió poder internarnos con ayuda de su guía lumínica. No sé cuanto tiempo pasamos descendiendo aquel pasillo que parecía no comprender de fin. Estábamos evidentemente temerosos ante lo que podíamos encontrar, pero la curiosidad y el deseo de saber se sobrepuso al miedo, y así fue como llegamos a una amplia sala que debido a una apertura a la luz natural adornada por el resplandor que surgía de una cascada, ya no necesitabamos de la luz azulenca que nos acompañó hasta entonces.

Allí encontramos un montón de objetos dispersos entre un mobiliario anticuado, que aceptaba con naturalidad la pátina del tiempo debido a tono verdoso de humedad que todo lo cercaba. Debido al estado un poco desastroso de algunos de los objetos que vímos, atestiguamos que todas aquellas cosas habían sido utilizadas por otras personas con anterioridad. Había todo tipo de objetos, desde libros bien encuadernados que resistían el ambiente adverso hasta papeles que resultaban prácticamente ilegibles debido a la negrura del moho, también había ropas tanto de civiles como de militares, pero sobre todo un montón de mochilas y de maletas, algunas de las cuales con rastros de suciedad y de barro, y que estaban apiladas siguiendo un orden que permitían observarlas sin requerir de apartar unas de las otras.

Tras inspeccionar algunos de estos enseres, me detuve a indagar en particular una de las mochilas que mostraba un aspecto infantil debido a la gran cantidad de colores con lo que era adornada, y abriéndola, saqué gran cantidad de cuadernos, papeles, objetos que me costaba en ese momento identificar y una cartera de cuero sintético. Todo iba con normalidad en esta inspección hasta que encontré un documento de identificación que estaba incrustado entre tantos otros debido al tiempo que parecía haber pasado desde que nadie se atrevía a tocar esta cartera abandonada. Este documento en forma de tarjeta era todo lo normal que podía pensarse hasta que contemplé la foto que se encontraba en la esquina inferior derecha del mismo, aquel hombre... Rectifico, aquel ser que se asemejaba a lo que era un hombre, tenía unos ojos azulados y de inmensos párpados en lo que sería nuestra mitad de la frente, a la par que su boca era mucho más grande de lo normal, adornada por unos dientes amarillentos que discurrían de forma ordenada por su boca, como también una orejas que estaban donde debieran encontrarse unas sienes despejadas... En fin, aquella entidad era de una deformidad inusitada a pesar de que teníamos bastantes rasgos comunes. Sobre todo me pertubó su mirada, la cual connotaba una especie de dispersión mental que lindaba con algún tipo de disfunción de tipo intelectual, mas a pesar de ello, su extendida pupila pareció clavarse en mi alma como si me acusase de haber descubierto algo que jamás debí de haber visto.

A nada estuve de caerme al suelo, acusado por un vértigo que sobrepasaba todas las funciones racionales de las que se encuentra dotado el ser humano, cuando el gritó de uno de mis congeneres me despertó de mi abatimiento existencial. Esto se debió a que este, adelántandose respecto a nosotros en nuestra inspección del lugar, llegó a una despejada y amplia mesa de lo que aparentaba ser un roble teñido de negro, encontrando en el centro de la misma un documento que trastonó su sentido de la realidad y hasta su juicio mismo. Cuando llegamos hasta su posición, sin decirnos qué era aquello que había provocado su repentina excitación, se limitó a señalar el documento que fue la causa. Y ahí fue dónde leí lo siguiente en tanto que mis manos temblaban y mis dientes castañeaban en la medida que iba avanzando en su lectura:

"Informe sobre la colonización de C3967D. Resultado satisfactorio, los genes humanos han sido insertados con éxito y han crecido sin problema, a excepción de algunas deformaciones debido al ambiente que procuraremos paliar. Tras un total de ocho intentos, logramos reconducirlas a su estado originario y armonioso, y desde una perspectiva introspectiva, los sujetos se consideran los primeros habitantes del planeta número 154 de tantos otros que estamos investigando para comprobar su adaptabilidad a nuestro organismo. Además, también es digno de reseñar..."

A partir de aquí este documento resultaba ilegible debido a su estado lamentable, a la par que poco antes de terminar había una serie de cifras intercaladas con unos símbolos que nos eran imposibles de descifrar. Mas, a pesar de ello, entendimos la esencia del mensaje. Es decir, este nuestro mundo no era la tierra que creíamos conocer, sino un tal planeta que recibía esa categorización númerica tan extraña e imposible de identificar para nosotros. Todos éramos resultado de un experimento que recibía el número de ciento y pico de a saber cuantos otros que se estarían realizando en este mismo momento, a saber, que todo lo que pensábamos que sabíamos eran en verdad conocimientos que se nos habían implantado en la mente por no sé cuales procesos. Me sentía como una bactería insertada en una probeta, pero que en vez de encontrarse en el estrecho receptáculo de un laboratorio estaba flotando por la sombría inmensidad de un universo que me era hostil y desconocido... Y si esto es así, ¿En qué estriba mi vida? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene que siga viviendo, o que me muera ahora repentinamente tras esta impresión? ¿Qué clase de juego era este al que me sometía ese dios desconocido que habita más allá del inmenso agujero negro que se encuentra justo en la mitad del universo...?

domingo, 14 de septiembre de 2025

Una investigación simulada

 A lo largo de mi carrera como investigador privado dentro del mundo onírico jamás me he encontrado con un caso semejante por lo paradójico de su supuesta resolución. Es cierto que por estos lares soñados ocurren los hechos más fantásticos y los acontecimientos más extraños, pero aún así este caso acaecido hacía poco me impresionó profundamente, hasta tal punto que he llegado a interrogarme acerca de mi propio oficio, a si este me llega a algún puerto o es simplemente una simulación de algo que ya ha sido dado antes de cualesquiera transcurso temporal.

Pero antes de entrar en el particular, quisiera que el lector reflexionase sobre la degradación moral. No sobre si en la naturaleza humana prepondera un elemento bondadoso o uno de índole maligno, sino sobre si esta última tendencia puede sobrepasar hasta tal grado la primera que pareciera que esta prácticamente desapareciera. A saber, lo que me carcome por dentro es si puede llegar un punto en el que nuestra tendencia hacia el bien no fuera del todo exacta a como atestiguan los antiguos, y por ende, una persona por cualesquiera circunstancias puede llegar a expulsar de sí todo atisbo de bondad para sumirse en las sombras de lo ignoto. En un caso así, ocurriría en el terreno de la moral lo que pasaría en el estado de pudrefacción de los muertos, es decir que cada rincón de nuestro ser moral terminaría paulatinamente devorado por los gusanos.

Una vez puesta esta duda ante la mesa paso a narrar los antedecentes de lo que me ocupa de cara a que uno se vaya haciendo a la idea de a lo que me refiero. Había un hombre llamado Oliver que resultaba ser un ejemplar cuanto menos curioso, o en un sentido estricto, un ser completamente degenerado y tendente a la infamia. Y aunque no está bien juzgar por las apariencias, su aspecto externo ya atestiguaba el mal que habitaba en su interior. Este tenía un aspecto desaliñado, unos cabellos revueltos en desorden, portaba siempre una ropa sucia y desgarrada, y su piel parecía barnizada por porquería procedente de diversos lugares. Es decir, tenía las pintas de todo un mendigo, mas no de esos mendigos que debido a su desgraciada vida se han quedado en una situación en la que se merecen compasión y auxilio, pues sus ojos atestiguaban una furia y una locura degenerada que sobrepasaba cualesquiera espectativas prejuiciosas debido a su aspecto. Esa mirada cargada de delirio y de saña furibunda no dejaba indiferente a nadie.

Pero mas allá de su aspecto, sus actos y hechos hablaban bastante de sí mismo, pues se sabía que este cometía asesinados a diario, y aunque nunca cometió una agresión física a una mujer, estas se sentían bastante incómodas respecto a sus burlas, insultos y obscenas gesticulaciones. Se diría que Oliver disfrutaba desconcertando a la gente, pues unas veces se quedaba encerrado en un extraño mutismo del que sólo le sacaba una suerte de agitación interna que se materializaba en un violento espasmo que en ocasiones se desarrollaba en forma de puñalada, de agresión física, o en el mejor de los casos, de atentado contra la decencia. Nadie sabía a ciencia cierta si Oliver siempre fue así, o fue un desarrollo que se fue dando poco a poco, el caso es que todos coincidían que era un claro ejemplo de degeneración.

Uno de los patrones que mas se repetían en él, es que a las veces se desnudaba repentinamente ante los atónitos ojos de sus semejantes, se desgarraba su ya de por si ajado atuendo, e iba brincando de un lado a otro como Dios le trajo al mundo. Esto, además de incomodar, provocaba sudores fríos a la gente, porque se sabía con entera seguridad de que tras este acceso de espontáneo nudismo iba a cometer algún atroz acto como el asesinar a alguien aleatoriamente en la calle, o al menos agredir a una persona con la violencia más inusitada. A este respecto, el caso mas suave que se ha reportado cuando se hallaba en aquellos accesos, fue el de agarrar una pesada roca para romper la ventana de una casa, lo cual le dió cabida a su interior donde se introdujo asestando puñetazos y empujones a todos los presentes.

Para evitar darles demasiadas vueltas al asunto, iré al grano: Oliver apareció muerto en una acera allende a su hogar, y por las marcas que mostraba el cadáver había sido claramente asesinado. Su piel mostraba bastantes señales que indicaban que había sido acuchillado, y las magulladuras de su cuerpo, que fue atropellado por un tipo de vehiculo. Sus escasos seres queridos se mostraron conmocionados, sobre todo su mujer y su hijo. Y he aquí otro punto curioso, sí este ser degenerado tenía familia. Por lo visto, eran las dos únicas personas que recibían un trato mas o menos decente de este loco, aunque teniendo en cuenta su historial nadie se lo explicaba. Ambos, mujer e hijo, vestían en semejanza al padre, una era una rubia desgreñada de prominente nariz que a las veces aparecía semidesnuda ante los perplejos ojos de los mirones, y la criatura era espejo a tamaño reducido de su padre pero con un estilo de pelo quizás mas afro.

El caso fue que me mandaron a mí investigar la muerte del loco de Oliver, e insistieron en que fuera en compañía de su hijo debido a que este tenía derecho a saber lo que había pasado para comunicarselo a su madre. Yo, obviamente obedecí sin rechistar las indicaciones de mi superior, aunque interiormente lo hacía con desgana. Tenía una suerte de confrontación interna en tanto que pensaba que si bien era mi deber como investigador el ocuparme de los casos que se me asignasen independientemente de quién fuera el sujeto, en esta ocasión pensaba para mis adentros que Oliver merecía estar muerto debido a los constantes crimenes de los que era el principal perpretador. Además, también era un caso complejo porque ¿Quién no querría matar a este loco como venganza tanto personal como colectiva para librar a la sociedad de un sujeto semejante? Cualquiera podría ser, desde un padre de familia preocupado por el bienestar de su prole como un anciano cuyo nieto había sido asesinado por las andanzas de ese desquiciado.

Pero bueno, digamos que no me quedó otra que ejercer con la mayor ética mi profesión y ponerme manos a la obra. Lo primero que hice fue investigar los alrededores más inmediatos al hallazgo del cuerpo, busqué pistas materiales en primera instancia y después hice tanto igual con las inmateriales preguntando a los vecinos de la zona. Esta primera fase de la investigación no me dió muy buenos resultados, así que fue aumentando el perimetro de la zona para ver si así llegaba a algunas conclusiones, aunque fueran aproximadas. Entre tanto, iba en compañía de aquel desdichado infante que no se separaba de mí mientras que iba dando saltos y carreras de un lado para otro. Me desconcertaba que actuase en semejanza a su padre pero en pequeña escala, obviamente no mataba -aún- a personas, pero si agredía a otros niños injustificadamente, maltrataba a los animales y otros pequeños seres, e incluso -y lo que más me sorprendía- era que se arrancaba sus sucias ropas como lo hacía su padre, quedándose desnudo de cintura para arriba en tanto que perpetraba sus escaramuzas y demás actos impulsivos.

En tanto que lidiaba con estas interrupciones, a veces me detenía en mirar al cielo desconcertado para observar una especie de nave que se desplazaba al rededor del mundo onírico por aquellos tiempos. Por lo visto, se trataba de una estructura que registraba los acontecimientos mas importantes de los parajes soñados durante esa semana ¿Por qué era así? No lo sabría decir con certeza, en verdad no estaba muy puesto en cuestiones tecnológicas, y menos en gubernamentales. Cuando me quedaba así anodadado contemplando su trayectoria, el chichuelo me zarandeaba la mano para que prosiguiera la investigación de la muerte de su padre. Poco me faltó para soltarle una buena zurra a aquel niñato pretencioso, ya bastante que estuviera con un caso que me desagradaba y que tanta pereza me daba, pero que encima un piojo me impulsara a proseguir, aquello ya era el colmo. Mas, guardo cierta postura profesional, me limitaba a mirarle con una furia contenida, y respirando hondo, proseguía con la dichosa investigación.


Cada vez tenía que aumentar más el rango de investigación debido a que las pistas eran bastante escasas por no decir prácticamente nímias. A cada persona que preguntaba si sabía algo acerca del caso, me respondía con una sonrisa contenida que mostraba su satisfacción por la muerte de aquel hombre. Hubo algunos, incluso, que no tenían ese decoro y mostraban a las claras que se alegraban de que hubiera muerto. En mi fuero interno no podía dejar de compartir su regocijo, mas por otro lado había una duda latente en mí que me impulsaba a pensar si estaba bien todo aquello de alegrarse de la muerte de un semejante por mucho que este fuera un loco degenerado, e incluso, me preguntaba también si todos nosotros en mayor o en menor medida también éramos algo degenerados por alegrarnos por algo así.

Mas no podía detenerme en estas discusiones morales que ya posteriormente a la investigación asenté, pues tenía que proseguir investigando. Tras recoger testimonios de cara a recabar datos, me interné en los bosques cercanos a la comarca, buscando pistas que dieran cuenta de los accidentes de un asesinato semejante. Normalmente los asesinos no son tan listos como estos se consideran a sí mismos, siempre dejan algún tipo de pista que los delata, alguna vez ha ocurrido que cuando se trata de un criminal poco experimentado llega a dejar tirada el arma homicida a pocos metros del cadáver. Pero lamentablemente, este no era un caso así, ya que por mucho que registrara no lograba encontrar nada determinante, a excepción de que todo el mundo podría haber sido sospechoso -inclusive yo mismo- por alegrarse de la muerte de este hombre. Y en cuanto a pistas de índole material que fueran contundentes, de eso no había nada por lado alguno.

Ya en los limites de la desesperación debido a no encontrar nada concluyente, fuí internándome todavía más en la espesura en la compañía del niño saltarín, llegué hasta tales profundidades que encontré a la nave que tantas veces había captado mi atención completamente destrozada entre unas inmensas rocas. Parecía que había tenido algún tipo de accidente, y debido al humo que esta expulsaba, había muchas personas al rededor de la misma intentando averiguar qué había pasado. Comencé a disolverlos a todos indicando con mi insignia que era un investigador privado y que debían despejar la zona para que las autoridades oficiales se ocupasen de la pertinente cuestión de la nave. Al principio, no me hicieron mucho caso, mas cuando saqué mi arma ya me tomaron más en serio, y pude internarme en la nave para procurar descubrir qué había pasado.

Aquello era un amasijo de hierros y estructuras destrozados y derretidos por el calor a consecuencia de las llamas, pero con cierta perfidia logré colarme por un intercisio y saqué de allí una suerte de caja donde se escuchaba un mensaje distorsionado por el golpe. Así, pues, me dirigí con premura a mi oficina en el centro de la ciudad, y con algunos reajustes técnicos logré descifrar el mensaje de la susodicha caja, la cual decía algo así como: "Acontecidimientos reseñables en el mundo onírico durante los últimos tiempos. En primer lugar, la exploración a alcanzado cotas más allá de las montañas del norte, encontrando en las mismas pistas sobre la posible ubicación del soldado-brujo, pese a que no se ha encontrado nada determinante. Y, en segundo lugar, aunque no menos importante, la simulación de la muerte de Oliver ha resultado satisfactoria. Su sustancia material ha sido convenientemente aniquilada, mientras que su alma descansa en el éter del mundo celeste, ajena a los ojos de los hombres. Ahora mismo, en este instante, se está pasando por escrito esta historia para que diversos humanos puedan atestiguar esta realidad en el mundo vigil.  Fin de la comunicación."

Cuando escuché todo esto me quedé bastante perplejo, tuve que escucharlo unas cuatro veces para cerciorarme sobre lo que había escuchado. Así que... ¿Todo esto era una mera simulación que ya estaba preparada con anterioridad? ¿La muerte de Oliver había sido ejecutada de antemano sirviendo como una extraña prueba? ¿Y esto que estaba escribiendo ahora mismo iba a ser leído por otra persona ajena a la situación? No entendía nada, así que pasé la noche dando vueltas a estas cuestiones sin llegar a una conclusión determinada. Empecé a preguntarme sobre la realidad del mundo onírico en general, y sobre mi misma existencia aquí en particular ¿De qué servía que continuase con mi oficio si había acontecimientos que ya estaban predeterminados? ¿Éramos todo la fábula soñada de algún extraño personaje? Me dolía la cabeza de dar tantas vueltas a estos asuntos, hasta que debido al agotamiento me quedé dormido.

Al día siguiente decidí dar por "terminada" la investigación, y antes de cerrar el caso, pensé que debía informar a la viuda sobre la situación. No dije mucho, me limité a reproducir el mensaje del día anterior ante su presencia. No sé si logró entenderlo mejor que yo, o simplemente se encontraba conmocionada porque era un asunto que le afectaba de forma directa, pero tras escucharlo comenzó a llorar desesperadamente como jamás había visto a nadie derramar sus lágrimas. Parecía una mezcla entre un impacto existencial y los lloriqueos de un niño enrabietado. Su semblante estaba al rojo vivo, sus manos se crispaban al son de sus sacudidas corporales y no dejaba de moquear y de proferir lágrimas a diestro y siniestro. En el culmén de su desesperación me abrazó, a mí que me precio de ser un tipo que sabe guardar la compostura.

Reconozco que justo en ese instante en el que sentí el calor de su cuerpo posándose sobre el mío, sentí una honda compasión como hasta entonces no había sentido a lo largo de la investigación. Fue entonces cuando retornó a mí aquella consideración sobre la degeneración que había escrito en lo precedente, como también la extraña sensación de que alguien estaba leyendo estas letras justo en este momento. Así pues, dime desconocido lector: ¿Quién era el auténtico degenerado aquí?

domingo, 7 de septiembre de 2025

En los laberintos de lo desconocido

 Amelia no sabía cómo había llegado a aquel lugar, a aquel inmenso portón cincelado al estilo grecolatino. Recordaba vagamente que se encontraba atravesando una inmensa calle sin un destino prefijado, andando por el mero hecho de andar. Mientras caminaba observaba sus fibrosos brazos con regocijo, pues atestiguaban que su entrenamiento diario estaba dando sus frutos. Con el tiempo había conseguido un cuerpo bastante definido y atlético, capaz de afrontar la acometida de cualquier hombre como quién aparta una hoja con la mano. En general estaba satisfecha con su aspecto físico, sus espaldas anchas, sus hombros robustos, su pelo corto y su vientre musculoso, mas también lo estaba con su mente cultivada, su concentración en todos los quehaceres que emprendía y su capacidad de anticipación gracias a una prodigiosa intuición.

Mas, a pesar de todas estas habilidades adquiridas tanto exteriores como interiores, se sentía bastante perpleja al no saber dónde se encontraba ni cual era aquel sitio. Lo extraño era también el hecho de que varios de los recuerdos de su vida anterior al presente en el que se encontraba se habían difuminado, distorsionado hasta tal punto que el conjunto de su vida parecían un montón de fragmentos inconexos de los cuales sólo sacaba en claro que había sido amada, odiada, aceptada y repudiada... Pero mucho mas no sacaba en claro, y el esfuerzo que hacía por intentar salir de aquellos vericuetos mentales sólo lograba desconcertarla todavía más.

Finalmente, al no lograr darse a sí misma las respuestas pertinentes para comprender todas estas cosas, decidió entrar resoluta en aquella puerta tan inmensa. Nada mas entrar, se encontró un vestibulo bastante desplejado a pesar de su amplitud, sólo había en las esquinas algunas diosas griegas esculpidas con suma sensualidad. Permaneció un tiempo observándolas con atención, descubriendo cierta semejanza entre sus cuerpos y miradas con las propias, atisbando que quizás no fuera una casualidad su presencia ahí. Aquellos ojos de deidades paganas eran tan decididos y apagados como los suyos, sus brazos moldeados sumamente firmes, sus senos bien dispuestos siguiendo unas proporciones determinadas y sus glúteos elevados en su justa medida, todo en entera semejanza con su propio cuerpo. Tras estas observaciones se preguntó si aquellas diosas eran tan semejantes en su alma a ella como lo eran respecto al cuerpo.

Pero aquellos devaneos no duraron mucho, pues poco después decidió entrar al azar en una de las salas que estaban a la izquierda del vestibulo principal. Cuando así lo hizo se encontro con un cuarto bastante tenebroso, que además de carecer de luz estaba acompañado por una densidad muy extraña. Al percibirla, quiso darse la vuelta para salir de ahí, mas no le fue posible encontrar la puerta desde la cual había entrado, así que no le quedó otra que recorrer aquella sala a ciegas, tanteando las paredes con sus curtidas manos. En tanto que duraba este proceso de reconocimiento, creyó oír susurros a su al rededor, e incluso sintió por un momento que una sustancia escamosa rozó uno de sus muslos. Esto último le puso los pelos de punta, pero justo en ese instante creyó palpar el pomo de una puerta, y sin dudarlo, se introdujo en la misma.

Ahora estaba en una sala que contrastaba sumamente con la anterior, pues esta estaba excesivamente iluminada, tan iluminada por unos inmensos ventanales que costaba mirar al frente. Estaba adornada por regios y blanquecinos muebles que parecían sacados de un cuento de hadas, y justo en el centro de la sala, había una muñeca rubia de porcelana como las de antaño. Al observarla sintió cierta perturbación, así que desvió su mirada en dirección a las ventanas por si era capaz de ver algo que le diera una pista sobre en que lugar se encontraba. Pero, aunque agudizara su mirada más allá de los cristales, sólo atisbaba una densa neblina que era iluminada por los resplandores de un desconocido sol. Así pues, no le quedó otra que buscar pistas por la estancia, mas cuando volvió a dirigir la mirada hacía donde estaba la mencionada muñeca, estaba ya no se encontraba en su lugar. Aquello logró invocar un leve sudor frío en la tersa frente de esta valiente mujer, y más aún cuando tras registrar la sala con sus enrojecidos ojos, creyó escuchar de soslayo una apagada risa infantil. Esto fue demasiado para ella, así que cuando localizó otra puerta al final de la sala, no se lo pensó dos veces y se dirigió hacía ella corriendo. Justo antes de abrirla e introducirse en la misma, creyó escuchar otra vez aquella risita de niña un tanto más elevada que la vez anterior, lo que provocó un estremecimiento de díficil explicación en sus endurecidos miembros.

En esta ocasión, se encontró con una habitación mucho mas reducida que las anteriores, decorada con muebles antiguos y con suma austeridad. Ahí, sentado en un mullido sillón en una de las esquinas, se encontraba un hombre muy moreno y con sobrepeso, durmiendo como si todo aquel asunto no viniera con él. Se lo pensó bastante, pero finalmente Amelia decidió despertarle para que le diera explicaciones sobre el lugar en el que se encontraba y quién era él. Costó lo suyo, hubo de zarandearle repetidas veces, pero cuando lo consiguió, aquel hombre reveló unos ojos saltones como los de un sapo, a los que acompaño con un gruñido animalesco que más bien era un suspiro. Al principio, este la miraba tremendamente desconcertado por tan inusitada intromisión, mas tras algunas preguntas le dijo:

- Mire joven, yo me encuentro en la misma situación que usted... No conozco este lugar, y para serle sincero tampoco me acuerdo bien de mi vida anterior antes de llegar a este lugar. Pasé largo tiempo recorriendo una sala siniestra tras otra, pero llegó un momento en el que me cansé y decidí aposentarme en esta porque era la más normal de las que hasta ahora he visto. Lo único que he logrado averiguar tras largo tiempo recorriendo esta pesadilla, es la confusa historia de un hombre. Por lo visto, este hombre habita más allá de estos lares en un edificio inmenso, donde tiene una confortable habitación para sí mismo en la parte más elevada. También tiene una segunda residencia en una zona todavía más apartada, se trata de un chalet adosado que se encuentra al final de un bosque, hay que subir unas escaleras cargadas de musgo para acceder y este se encontrará frente a una puerta de madera. No entiendo qué significará todo esto, pero es lo único que he conseguido averiguar.

Tras decir estas palabras y pese a insistir a Amelia de que se quedase ahí para hacerle compañía, esta insistió en que debería conseguir encontrar la verdad de todo aquel asunto. Así que tras despedirse de aquel hombre, abrió otra puerta y entró en otra sala. En esta ocasión, aquel lugar parecía el interior de una cabaña, incluso había una chimenea bastante reconfortante que se encontraba frente a un cómodo sillón. Amelia, para intentar ordenar sus ideas, se sentó en el mismo de cara a reposar de tan desconcertante situación. Justo cuando así lo hizo se percató de que había un cuadro en su lado izquierdo, este representaba a un hombre de grisácea mirada siniestra con un fusil al hombro. Lo más extraño era que en la medida que mas lo observaba, este parecía mudar de movimiento, incluso creyó por un momento que le guiñó un ojo en señal de burla. Según iba pasando el tiempo aquel cuadro parecía deformarse más, saliendo los colores del límite que lo envolvía, así que Amelia volviendo a salir escapotada de ahí atravesó otra puerta con el frenesí de una desquiciada. 

De nuevo, otra sala distinta. Esta parecía ser un dormitorio, mas moderno por la manufactura que atestiguaban sus muebles. Había una cama desecha, por ejemplo, que por sus telas parecía de gran calidad. Cuando Amelia se reclinó para palparla, se dió cuenta de que estaba caliente, como si el feliz durmiente hubiera estado allí hace poco y se hubiera ido. Al principio interpretó que quizás aquello fuera un engaño de los sentidos, que debido a lo confortable del lugar sus sensaciones habían sido equívocas, mas insistió deslizando sus sensuales dedos a través de las sábanas, confirmando así su primera impresión. Después comprobó que frente a la misma había una estantería repleta de viejos libros, así que decidió investigar en los mismos por si encontraba algo de interés que le ayudase a cerciorarse sobre su situación. Mas tras largos minutos se dió cuenta con perplejidad de que todos aquellos libros estaban vacíos, todas sus páginas estaban en blanco y ni aún las tapas mostraban que tuvieran título alguno, todos a excepción de uno que sólo llevaba una A grabada en la portada, y que tras pasar las primeras páginas de cortesía, contenían un parrafo que se iniciaba así: "Amelia no sabía cómo había llegado a aquel lugar, a aquel inmenso portón cincelado al estilo grecolatino. Recordaba vagamente que se encontraba atravesando una inmensa calle sin un destino prefijado, andando por el mero hecho de andar. Mientras caminaba..." Aquello le turbó lo indecible porque se trataba de todo lo que había vivido hasta llegar a ese punto, así que cerró aquel libro y lo dejó en su lugar, escapando de allí cual el soñador lo hace de sus pesadillas.

Como ya puede preveer el lector, atravesó otra vez una sala. Esta se asemejaba a la celda de una prisión pero sin mueble alguno, todo era cemento desgastado a su al rededor. Lo único que había era una cristalera cargada de oscuridad en el extremo opuesto, y como era el único elemento de la sala, Amelia se dirigió al mismo tremendamente desesperada. En un principio, se asomó al mismo haciendo formas con sus manos ante sus ojos simulando un telescopio por si era capaz de atisbar algo. Pero aquel esfuerzo resultó en vano, así que ya desquiciada a no mas poder empezó a aporrear la cristalera con desesperado frenesí, por si era capaz de romperla e investigar por ahí, o en su defecto, por si alguien podía escucharla y dotarla de respuestas. Al final, su esfuerzo dió como resultado la aparición de un rostro entre las sombras, un rostro macilento y putrefacto que le clavó una mirada cristalina e inexpresiva, pues se trataba de un cádaver. Resultado de lo cual, Amelia profirió un grito sintoma de la locura que la atenazaba. Antes de huir del lugar, fue capaz de atestiguar el avanzado estado de putrefacción el susodicho cádaver, cuya piel macilenta y entre verde y amarillenta se iba quedando pegada a trazos en el cristal en tanto que este iba cayendo al vacío.

Cuando llegó a otra de las salas, cargada por un temor que no tiene nombre, sudorosa y con la respiración entrecortada, se encontró con una niña de luengos cabellos negros que estaba vestida de bailarina. Y aunque estaba claro que era una niña por su constitución, su semblante estaba dotado de cierto aspecto adulto, como si su rostro hubiera crecido en tanto que su cuerpo se hubiese quedado detenido en mitad del proceso. A la llegada de Amelia, parecía que no se había dado cuenta de su presencia, e iba deslizándose a una esquina y a otra de la sala simulando que bailaba y murmurando palabras incomprensibles, pero una vez que se hubo percatado de su presencia, la dirigió una mirada de suma curiosidad, quizás porque la presencia de Amelia connotaba que esta se encontraba aún perturbada debido al susto anterior. Así las cosas, la susodicha niña se situó frente a ella, y le comenzó a decir sin contexto alguno:

- ¡Yo he visto al hombre que creó todo esto! Era alto y rubicundo, y vestía una negra capa ajada. A pesar de la maldad que le atribuyen algunos, sonreía con perspicacia, mostrándose muy amable y cortés conmigo. Dicen que es una especie de mago, y que es capaz de hacer de lo que es feo algo muy bello, pero que sin embargo a partir de entonces tiene una suerte de maldición. Anima las cosas muertas y las devuelve a la vida. Pero cuando estas regresan de la oscuridad primigenia nunca vuelven a ser las mismas, sintiéndose desdichadas para el resto de la eternidad.

Esto fue lo único que Amelia logró entender, pues poco después las palabras de la niña se mutaron en un lenguaje incomprensible. Y al percibir que no era comprendida, comenzó a desplazarse de nuevo a un lado y a otro de la sala con enfermizo frenesí, gritando y exclamando cosas en un dialecto que resultaba desconocido a los oídos que la escuchaban. Para no alterarla más, Amelia decidió salir de ahí para acceder a otra sala que volvía a semejarse a la sala de una cárcel, y que estaba adornada por unas cadenas que colgaban y que se balanceaban desde el techo. En el suelo había sangre, y por lo que creyó detectar con la ayuda del tacto, esta aún estaba fresca, o mejor cabría decir, caliente. Repugnaba de su intenso olor a hierro, cosa que quizás era connotación de que justo ahí había sido asesinado una persona que anteriormente a su condena se encontraba saludable. No queriendo saber más sobre aquel asunto en específico, nuevamente volvió a salir en vista de llegar a otra sala.

Ya no sabía cuantas salas había atravesado donde se encontró todo tipo de cosas extrañas, sucesos inexplicables y personajes que habían dejado huir su cordura. A menudo se preguntaba si ella misma se había convertido en uno de esos personajes, puesto que a medida que iba avanzando de sala en sala advertía que se iba olvidando de las antecedentes. Aquello la perturbó bastante, pues no sólo se olvidó de su vida anterior al estar ahí, sino además de sus andanzas por aquel desconocido lugar. Incluso en determinado momento llegó a la misma sala en la que se había encontrado al hombre moreno con sobrepeso, como también a la estancia donde antes estaba la niña bailarina, mas en estas ocasiones completamente vacías de sus presencias, y aunque le sonaban de algo, no logró cerciorarse de si ya había estado ahí, o no. Quizás esto se debiera a que muchas de aquellas salas se parecían demasiado las unas de las otras, logrando con ello confundirla y hacer de su locura recíen adquirida un estado normativo.

En uno de tantos vagabundeos entre unas salas y otras, se encontró con lo que era un salón de baile donde se celebraba uno de aquellos extraños festivales venecianos con mascaras. Todos parecían festejar algo, tan contentos se les veía deslizándose de aquí para allá mientras bailaban intercambiando sus parejas en cuestión de escasos segundos. Por un momento, Amelia creyó reconocer en algunos de ellos a pesar de sus artísticas máscaras, a la niña que parecía mayor o al hombre moreno que encontró dormido, e incluso a un hombre que parecía coincidir con la descripción que le hizo la niña, mas también pensó que pudieran sus ojos ser engañados después de todo lo que había visto, así que sin ganas de celebrar nada, recorrió la auréa sala de baile como una sombra que atravesara un páramo desierto para abrir otra dichosa puerta, aún siendo esta la más elegante que había visto hasta ahora.

De repente, se contempló a sí misma en el exterior. Vió ante sus perplejos ojos que estaba en lo profundo de un bosque, y que para seguir su camino debía de sostenerse en unas lianas que hacían la forma de un puente cargado por una verdosidad húmeda y salvaje. Se sostuvo en las reconfortantes ramas y respiró aire limpio y no viciado como en el interior de las salas por primera vez en mucho tiempo, y cuando se hubo recobrado empezó a recorrer el susodicho puente salvaje teniendo cuidado de no caerse. En la medida en la que avanzaba, pudo vislumbrar a través de los ramajes circundantes, lo que aparentaban ser nativos de tribus precolombinas, de los cuales algunos huían en su dirección en tanto que otros iban en la contraria. Entonces, detuvo su avance sumamente dubitativa y pensó: "¿Hacía dónde me dirijo? ¿Qué voy a hacer una vez que salga de estos dominios? Viviría como una vagabunda, tanto tiempo he habitado entre esas desconcertantes salas que no sabría ni qué hacer una vez que fuera libre de sus muros... Y, en verdad, ¿Qué diablos es la libertad?" Así que decidió dar la vuelta, desandando el camino ya andado, en tanto que seguía viendo a aquellos nativos yendo de aquí para allá sin tón ni son. Todos ellos parecían niños, o al menos muy jovenes.

Cuando llegó de nuevo al punto desde el cual había partido, pudo atisbar entre las ramas de diversos arboles, lo que parecía una puerta enclavada en la entrada de una caverna. Sonriendo y conteniendo una lágrima que pugnaba por salir de la emoción, puso su sudorosa mano en el pomo y entró.