sábado, 25 de febrero de 2023

Tiempos pasados

 Cuando recibí el mensaje de mi amigo X, salí precipitadamente por la puerta principal de mi casa. Cargado con una bolsa y una caja de cartón en mano, atravesé por la calle principal con premura. Prácticamente no me fijé en lo que había a mí al rededor. Sólo pude observar frente a mí el gran arco de la entrada a la urbanización, la figura distante de mi amigo apoyada en el centro y una mujer con sobrepeso caminando en mitad de la calle tras haber tirado la basura. Me incliné en señal de saludo a esta misma mujer, y lancé toda la basura en el mismo cubo.

Para entonces, X ya me había visto y se dispuso a encaminarse en mi dirección. Cuando nos encontramos justo delante nos dimos un abrazo amistoso, y todo vivarachos salímos de la urbanización atravesando la carretera sin importarnos el paso de los coches.

- Vaya, veo que te has cortado el pelo. Se te nota muy distinto así - comenté deslizandome a su lado, arrastrando los pies como de vez en cuando acostumbro

- Sí, ya era hora - respondió él, y continuó- Y tú te has dejado crecer la barba. Así conectada con el bigote que tienes, te hace parecer todo un bohemio - dijo mientras se reía, todo ufano y con una mirada que indicaba que había dado derecho en el clavo-

En verdad, él no era el primero que me lo había dicho. Constantemente me recalcaban que tenía pintas de bohemio. Eso me hizo pensar acerca de qué significaba ser eso de bohemio, si era mas bien un comentario superfluo en torno a mi apariencia, o era algo mas intrínseco que se volcaba en lo externo a mí. Quizás sería por mi afición a la literatura y por escribir de vez en cuando relatos que no le importan a nadie, pensaba. O, puede que además de por eso, fuese porque fumaba bastantes ducados al día y de vez en cuando me tomaba alguna alegría bebiendo algo de alcohol. Mas, en todo caso, había algo de ese término "bohemio" que me perturbaba. No era por serlo en sí, o por parecer serlo, sino mas bien porque tanto gente conocida como desconocida coincidieran en ese supuesto hecho. Era algo que me producía un mareo interior, el que conocieran supuestamente algo de mí que ni yo mismo me había replanteado jamás. Si no era ser bohemio, era ser demasiado intenso, un literato, un viva la vida... En fin, presuponiendo que entendiera a qué se referían, seguía sin entender nada como siempre me pasaba con todo.

X y yo pasamos a través de las calles de la urbanización de al lado, discutiendo opiniones y contrastándolas con experiencias de nuestra vida. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos. A veces el constructo artificial que supone nuestra vida social nos impone una serie de baches y de barreras que nos impide hacer lo que queremos como individuos. Y aunque yo particularmente he evitado lo máximo posible esas obligaciones creadas por la sociedad, lo cierto es que muchas veces caigo igualmente en las mismas. Eso me deprime terriblemente, y de ahí la necesidad personal de volver a ver a mi amigo de la infancia, y de compartir unos ratos, como si volvieramos por unas horas a ser niños.

Después, entramos al principal centro comercial de nuestra zona. A este centro comercial se le llamaba coloquialmente por aquí "El nuevo" en contraste al otro que tenía al lado que se le llamaba "El viejo" A pesar de esa denominación mucho de nuevo ya no tenía. El recinto en cuestión estaba desolado, completamente vacío, sucio y casi descuartizado. Cada pisada arrastraba un cúmulo de roña que se quedaba pegada en los zapatos, y cada vez que se alzaba un poco la voz, era el eco quién te respondía. X y yo lo estuvimos comentando mientras accedíamos a una tienda para comprar un par de "flashes" cual si fueramos efectivamente un par de críos gastándonos nuestra paga en chuches.

Con los "flashes" en mano, salímos de ahí como fantasmas de una casa encantada que se ha quedado demasiado pequeña, y subímos la cuesta en dirección al centro del pueblo. Mientras así lo hacíamos, no pude evitar fijarme en el paisaje. Es verdad que aquí estaba todo desolado, que apenas pasaban los coches y que toda la vegetación estaba seca y plagada de arena y barro. Sin embargo, encontraba un encanto en todo esto. No en vano, aquel era el lugar de mi infancia y adolescencia. Aquí paseaba con los distintos grupos de amigos que he ido teniendo a lo largo de mi juventud, hacíamos gamberradas, bebíamos alcohol, fumabamos o simplemente charlabamos sobre cosas banales que en ese tiempo para nosotros no estaban exentas de la debida importancia. En fin, podría decirse que me invandió la nóstalgia, o mas bien, que yo me dejé invadir por ella gracias a lo que veían mis ojos en ese momento.

Al rato, X y yo llegamos al pueblo. Otro lugar que estaba terriblemente abandonado. Discurriendo a través de sus calles, podía observarse cómo los edificios se caían a trozos completamente alejados de la mano de dios. El pavimento y los mosaicos sobre los cuales pisabamos, o bien, estaban desgastados de tanto usarse, o en su defecto, habían sido arreglados con el mínimo presupuesto. Las calles que rodeaban la calle principal estaban abarrotadas de gatos abandonados, mas completamente vacías de gente. El abandono del pueblo era palpable frente a unos concejales que probablemente estaban llenando sus bolsillos del dinero que debieran invertir en reparar el pueblo sin escatimar en gastos. Pero, a pesar de esto, tampoco en esta ocasión pude evitar sentir cierto encanto por lo que contemplaba. Es mas, me sentía maravillado en el buen sentido por ese abandono. Estaba feliz. Me encontraba en el núcleo de mi pasado. Pensaba en cuantas veces había pasado por aquí, me había sentado en los bancos de madera carcomida ya sea solo o acompañado, y me había puesto a contemplar inmerso en mis pensamientos a la luna ascender con cigarro en boca, o botella en mano. Aquellos recuerdos eran sumamente gratos para mí.

Al final, mi buen amigo y yo decidimos sentarnos en unos bancos modernos que habían puesto por el pueblo hacía ya unos años. Ya estaba anocheciendo. Pero eso no impidió que por eso detuvieramos nuestro encuentro, y regresaramos a casa. Todo lo contrario. Nos quedamos un momento en silencio contemplando aquel paisaje abandonado aunque encantador, desolado y tranquilo, hasta que la voz de X quebró el silencio sólo antes interrumpido por el zumbido de algunos insectos.

- A veces recuerdo el tiempo en el que éramos niños, y sobre todo, adolescentes. Nos lo pasábamos muy bien. Aunque, la verdad, es que jamás volvería a esos tiempos. No me gustaron nada. Fuí a veces muy infeliz, sólo me salvaron las risas debido a las paridas de entonces -dijo muy serio

- Es cierto, pienso igual. También eran otros tiempos muy distintos a estos. Éramos a veces bastante crueles. - le respondí con una seriedad semejante

- Sí, pero tampoco nos quedaba otra. Por entonces, si no aprendías a defenderte por ti mismo lo tenías jodido. Y defenderse implicaba que tenías que meterte y poner en rídiculo a los demás para quedar por encima. Si no actuabas así, ya podías prepararte para lo que te esperaba al día siguiente. No estoy nada orgulloso con lo que hice. Pero, por otro lado, sé que no me quedaba otra. A día de hoy no lo entenderían debido al correctismo político y a la sensiblería actual, mas entonces la cosa era muy distinta. Nos tratábamos fatal entre nosotros, como sobre todo a otros que no tenían nada que ver con nuestro grupo. Aunque bueno, tampoco era del todo culpa nuestra. Las malas influencias y la presión del grupo también provocaron que en ciertas ocasiones actuaramos como animales. Pero bueno, por suerte, al menos yo, pude disculparme mucho después con los afectados por nuestras perrerías. En ese sentido puedo decir que tengo la conciencia tranquila.

Yo asentí en silencio mientras le escuchaba, no podía darle la razón de otro modo. Es cierto que cuando éramos adolescentes actuabamos con inconsciencia, influidos por los demás y en una especie de teatro de la supervivencia. Mas, a pesar de todo, no podía evitarme sentirme mal a ese respecto. Recordaba episodios en los que yo mismo me había reído de mucha gente, y había insultado y hasta agredido a mucha otra. En verdad, muchos se lo merecían, así que podría decirse que me encontraba en un estado de vulnerabilidad que requería de la auto-defensa. Por suerte, durante el colegio y el instituto no se habían metido mucho conmigo. Era porque les daba miedo. Siempre iba vestido de negro, con un flequillo que me ocupaba la mitad de la cara, y además, era bastante alto. Esas pintas, por otro lado, provocaron que corriesen por ahí muchos rumores un poco raros sobre mí. Algunos de ellos estaban relacionados con el satanismo, e incluso, con el sacrificio ritual y el homicidio. Obviamente, todas aquellas cosas eran tonterías. Mas, no obstante, esas estupideces inventadas me ayudaron en mas de alguna ocasión a salvar el pellejo y a ahorrarme en disgustos.

Pero, volviendo a lo que mi amigo X me había dicho, también me sentía mal no sólo por las cosas que había hecho por sobrevivir en el ámbito social -aunque como dijo, estás entendieran de algún tipo de justificación- sino porque yo a diferencia de él no había tenido la oportunidad de disculparme con aquellas personas que fueron afectadas por mis acciones. Una vez que acabé el instituto y me presenté a los examenes oficiales para ingresar en la universidad, me desentendí de todo y de todos. Empecé a rondar mucho mas por el centro, y dejé un poco de lado a mi pueblo y su gente.  Siempre he vivido bastante a mi bola como acostumbro a decir, indiferente a las veces respecto a los demás, y eso provocó que toda aquella gente del pasado se hundiera en la oscuridad cual si apareciese una densa niebla durante la noche. A veces pienso que ojalá hubiese tenido la oportunidad de disculparme, o al menos, la valentía suficiente para buscar a toda esa gente y pedirles perdón en condiciones. Mas desde aquellos tiempos pasados hasta ahora he sido un cobarde que ha procurado enfrentarse a lo mas mínimo posible en esta vida. Siempre huyendo de aquí y para allá, en busca de refugio y diversión constante a pesar de esta profunda melancolía que anida en mi interior. Quizás haya sido precisamente esa melancolía la que ha implementado esa necesidad en mí de tomarme la vida a risa, como si fuera una fiesta.

En ese momento, ví como mi amigo X ya se levantaba, así que hice lo mismo y lo seguí. Continuamos nuestro paseo ya completamente de noche mientras charlabámos acerca de aquel pasado en apariencia lejano que ambos compartíamos. Nuestras siluetas fueron sumiendose por aquella oscuridad nocturna en aquel lugar desamparado. Ya sólo podía oírse el eco de nuestras risas y la sombra que proyectabamos en el suelo cuando los escasos coches que pasaban nos iluminaban con sus faroles, en tanto, que, nuestras figuras iban desvaneciéndose en aquella bruma fantasmal.

domingo, 12 de febrero de 2023

Los mendigos

 Es curiosa la existencia de los mendigos. Con esta afirmación no quiero decir que me sorprenda que existan, todo lo contrario. Me refiero a su existencia en un sentido mas profundo. Es decir, su razón de ser es cuanto menos un hecho que me atrevería de calificar de sobrenatural. Los mendigos vienen y van, aparecen y desaparecen, y nadie sabe de dónde salen ni a dónde se van. Cuando aparecen, la gente los ignora como si no los viera, como si fueran fantasmas, y cuando se van mas de lo mismo. Tienen una existencia fantasmagorica, indefinida, pocos son quienes les ven, y cuando es así es porque uno se pone unas lentes especiales, unas lentes que por lo demás nos abstraen de lo que la gente suele denominar "los valores correctos de la sociedad". Cuando uno se despoja de ese correctismo es cuando es capaz de observar a mendigos, prostitutas, pordioseros, criminales, gente a la que se suele señalarse como indeseable porque unos cuantos caprichosamente lo han decidido. En verdad, para ser sinceros, quienes se ponen esas lentes especiales pasa a ser tenido también por uno de esos indeseables. No sé por qué, ni quién ha ordenado que deba ser de esta manera, pero tengo por cierto que así ocurre.

Cuando estaba inserto en la cosmovisión cristiana, solía dar algunas monedas a los mendigos que pedían allende a las calles o dentro del metro. Esto lo hacía no para que ese dios desconocido me viera como digno de salvación, sino porque me sentía impulsado a ello. Por entonces pensaba: "caridad no es hacer bien por bien, sino hacer bien porque hay que paliar el mal" Posteriormente, cuando abandoné esa cosmovisión al darme cuenta de lo ingenuo y estúpido que es seguir una religión en particular, dejé de dar dinero a los mendigos. Al igual que ya no creía en los cuentos de la religión y de la política, tampoco creía en los cuentos de la gente en general. No se trataba de algo personal contra los mendigos, se trataba de mi vil desconfianza interna hacía todos. A pesar de ser desde siempre un poco ingenuo, también he tenido mi lado oscuro. Una oscuridad que me ha acompañado siempre, y con la que de vez en cuando hasta me he sentido bien.

En verdad, desde mi fuero interno, siempre he admirado a los mendigos. Son los seres mas libres, auténticos y humanos de este mundo. Esta es una afirmación que digo con total confianza de mis palabras. Es cierto que si uno se pone a pensarlo, los mendigos por lo general, aún con sus privaciones materiales, son las personas que mas cerca están de la auténtica libertad. Esto es así porque vienen y van a dónde quieren, no tienen obligación alguna con ese abstracto llamado sociedad, pueden ser ellos mismos sin temor a ser juzgados, no necesitan aparentar para ser aceptados... Nosotros, en cambio, los llamados "no-mendigos" -o en su acepción mas aceptada: ciudadanos- no conocemos esa libertad. Estamos siempre privados de la misma en tanto que tenemos unas obligaciones determinadas, siempre estamos ojo avizor a lo que piensan los demás de nosotros, necesitamos dinero para todo, nos pasamos la vida agobiados por cosas que otros nos han impuesto... Si lo pensamos fríamente, nos daremos cuenta de que en verdad nos conducimos como si fueramos automatismos que funcionan con una cuerda que ha accionado alguien que incluso desconocemos. Así, es imposible ser uno mismo, a no ser que uno se desplace de esa sociedad y pase a convertirse en un mendigo.

Antes me he incluido en la categoría de los "no-mendigos" En realidad me he equivocado un poco al incluirme en ese grupo. Quiero decir, yo tampoco pertenezco a los mendigos ya que tengo mis necesidades materiales cubiertas, gozo de eso que llaman "comodidades de la vida moderna", y a su vez, también mi libertad está privada por esas caprichosas obligaciones que el abstracto de la sociedad me ha impuesto. Pero, por otro lado, además de ser consciente de esto, no sólo es que vea a los mendigos, sino que también siento cierta empatía hacía ellos aunque no les dé ni pizca de dinero. Aunque, para ser sinceros, yo tampoco es que tenga dinero a raudales, todavía soy un estudiante. Mas, al margen de esto, yendo hacía el asunto al que apuntaba, yo me incluiría en  una categoría intermedia: no soy ni mendigo ni ciudadano, sólo un desgraciado que aparenta ser parte de la sociedad pero que tiene corazón de indigente, de indeseable para esa sociedad que constantemente me rechaza, y a la que por tanto, yo también rechazo.

Hubo un tiempo, además, en el que yo mismo me juntaba con los mendigos. Era como un extranjero para ellos, mas como compartía con ellos la denominación de "perdido" pues fuí aceptado. No pertenecía a un mismo grupo localizado, claro. Pero sí que me rodeaba de bastantes de ellos. Madrid, como es sabido, es un lugar que tiene gran cantidad de mendigos. Y aunque uno quiera hacerse el ciego o el sordo, si se dá un paseo por una de las zonas de mayor consumismo que es Callao, se dará cuenta que en cada puerta en la que entre para gastarse todo su sueldo habrá alguien pidiendo. Dejando esto de lado, y yendo al asunto principal, como decía, yo mismo durante un tiempo, me rodeaba de todos esos fantasmas invisibles para la sociedad porque se afanan en no verlos. Por entonces, tenía por costumbre, tirarme a cualquier sitio a esperar. Esperaba algo, mas ya no recuerdo el qué. Tampoco sé si esperaba a alguien en concreto, o a un grupo de gente diverso. Pero el caso es que esperaba mucho. Digamos, que, a algo indeterminado.

Fue entonces cuando entré en contacto con ese sector al margen de cualquier sector de la sociedad. Ellos fueron muy amables, me invitaron a alcohol, y yo a ellos. Entre trago y trago de un vodka barato o de cualquier cosa que estuviera destilada, vinieron muchas confesiones. Excepto por mi parte, claro está. Yo siempre he sido muy callado, de no soltar prenda mientras escucho los problemas de los demás. Esto nunca me ha molestado, ya que normalmente han sido la lectura y la escritura mi cobijo y desahogo personal. Casi nunca he necesitado de abrir la boca para encontrarme mejor. Pero, en el caso de ellos, parece ser que sí. Es así cómo me enteré de algunas de sus vidas, de cómo no todos acabaron ahí por caer en la banca rota, de cómo pasaban de la falsa simpatía de los comedores sociales, de cómo usaban del emotivismo para conseguir dinero, de cómo hacían lo que les viniera en gana cuando querían... Yo, personalmente, no les reproché nada. Incluso, los entendía. Pensé que si yo mismo acabase por lo que fuera en esa situación, probablemente me movería de una manera semejante.

En una de estas ocasiones, me encontré con un mendigo memorable. A este le solían llamar a modo de mote "el bestia" Tenía todos los dientes picados, le olía mal el aliento y de no ducharse no se sabía a ciencia exacta qué tipo de piel tenía puesto que estaba plagado de manchas marrones. Este mendigo, "el bestia", me rodeó por el hombro y me susurró unas palabras que me costaron entender debido a la borrachera que llevaba encima: "Mira, chaval, la vida es así. Tú estás ahí, y yo aquí ¿Ves lo juntos que estamos? Pues en realidad no es así. Pese a caminar juntos por la calle, estamos muy lejos. Pertenecemos a dos mundos completamente distintos. Puede que tú confundas con tus pintas y tu actitud despreocupada. Pero en verdad, nosotros sabemos que perteneces a otro estrato. He oído decir, que no te entiendes con ese otro estrato, quizás seas una especie de mestizo después de todo" Y después de decir esto, soltó una risotada y me pasó una botella de whisky barato. Al rato, se marchó, y no volví a saber de él. Me hubiese gustado volver a verle para reconocerle la sinceridad de sus palabras, ya que en ese momento me quedé perplejo. Tenía que meditar lo que me había dicho con la cabeza fría, sin estar ebrio.

Como dije mas arriba, yo siempre estaba en algún rincón tirado esperando algo que nunca acudía. A veces botella en mano, otras con algún cigarro, pero siempre a la expectativa de ese algo indeterminado, aún casi sin esperanzas, mirando el panorama del mundo urbano. Así pude conocer a los mendigos mas a fondo, aunque tampoco del todo porque como me dijo "el bestia" pertenecíamos a mundos distintos. Podía acercarme a ellos, descubrir ciertas cosas que no descubriría de otro modo que no fuera hablando con ellos directamente. Pero había cosas que se me escapaban al ser un "mestizo" entre un ciudadano marginado y un indigente incomprendido. Me sentía un poco desplazado de todo y de todos, mas aún así no podía evitar guardarme cierta admiración por los mendigos por haber hecho algo de lo que yo no era capaz. Jamás admiraría a lo que la gente suele señalar como "un ciudadano respetable" Pero sí a lo que la gente suele tener como algo degradante. Quizás, por llevar la contraria.

Hace unos meses, un hombre que pedía comida para su familia, entró en el vagón de tren en el que yo iba con mi pareja. Este suplicaba por unas monedas, o en su defecto, algo de comida para sus hijos. Yo no podía saber si era verdad o una trola, precisamente porque conocía las argucias de los mendigos, de las cuales yo no tenía derecho a reprocharles nada, todo lo contrario, como apunté anteriormente. De repente, como estaba muy cerca de mi pareja, sentí un movimiento de su brazo. Y al mirar a su lado, ví que estaba buscando un bocadillo que ella misma se había hecho para ese día pero que no se había comido. Movida por la compasión, pretendía dárselo a ese hombre. Mas yo la agarré del brazo para que no se lo diese, y le susurré: "Ni se te ocurra" La verdad es que no sé por qué reaccioné así, con esa brusquedad. Pero imagino que seguramente fue por pensar mas en mi pareja que en aquel hombre anónimo del que no podía saber si mentía o decía la verdad. Prefería que mi pareja degustase ese bocadillo a la cena, puesto que no había comido en todo el día a que ese hombre lo tirase a la basura como alguna vez me han dicho otros que han visto. También pensaría que ese mismo hombre haría lo mismo estando en mi situación, el poner por delante a su pareja ante gente desconocida, como así también yo haría lo mismo estando en su pellejo, pedir algo de comer para mi familia, o en el caso de que fuera mentira, para beber o drogarme.

Al terminar de escribir esto, ni a mí me queda claro si este escrito es una suerte de elogio hacía los mendigos y en contra del correctismo actual, o una crítica constructiva tanto hacía los mismos como hacía todo el mundo, e incluso, si con la excusa del tema de los mendigos de fondo, he aprovechado en demasía para hablar de mí mismo y confesar mis inquietudes al respecto, parloteando sobre mi vida. Tampoco sé qué clase de escrito es este, si es un relato, un ensayo, una crónica, una confesión... No tengo ni idea. Su estructura en sí misma no respeta las reglas de un escrito como dictaminan ciertos academicos, no dá pie a que se le ponga alguna etiqueda determinada. Probablemente, además, tenga hasta faltas de ortografía y frases sin sentido porque lo he escrito sin ningún tipo de intención, por escribir algo mientras me dolía la cabeza. En fin, para evitar seguir escribiendo disparates prefiero dejar este relato -o lo que sea- aquí.

miércoles, 1 de febrero de 2023

El destino

 Aquel invierno fue bastante frío. El ambiente era tan gélido que calaba hasta en los huesos. Si uno recorría aquel desierto helado y cubierto de nieve, podía sentir como su corazón se congelaba poco a poco, como también sus latidos ralentizandose con la misma lentitud con la que el pecho terminaba convirtiendose paulatinamente en un sácorfago helado. Esto en el caso de que uno fuera una persona normal, sin grandes sentimientos ni aspiraciones superlativas. Sin embargo, en el caso de aquel joven con alma de muchacho que recorría en esos instantes ese páramo de hielo no era así. Esto se debía a que en su interior albergaba grandes y poderosos sentimientos, como así unas aspiraciones que podrían considerarse trascendentales, e incluso, hasta sobrenaturales. Ello provocaba que en su interior una gran oleada de fuego derritiese cada fragmento helado que osase asomarse. Tal era el espíritu ardiente que habitaba en su cuerpo, que cuando el frío intentaba instaurarse en su pecho, este era repelido por el aliento de un volcán, tan poderoso e imponente que bastaba una ráfaga para sofocar el viento helado mas estremecedor. Por tanto, aquel frío, aquel invierno, aquel desierto plagado de nieve... Todo eso le era indiferente puesto que él mismo era fuego. Una llamarada solitaria que recorría el núcleo mismo de un iceberg.

El lugar no le era extraño ni desconocido a aquel joven. De hecho, le era demasiado conocido. Se conocía cada rincón aún mas que la propia palma de su mano, y cada elemento mucho mas que los objetos desperdigados que se encontraban en su habitación. Llevaba demasiados años en aquel lugar como para que cayese para él en el olvido. Tenía por cierto, que aunque un acontecimiento que sobrepasase sus fuerzas le alejase de ahí, al regresar dentro de unos cuarenta años, se seguiría acordando de aquel lugar. Al fin y al cabo, aún con el cambio que actúa sobre el paisaje debido a las estaciones, ese sitio no era otro que el lugar de su infancia. Ese páramo desertico ahora helado era lo único que verdaderamente conocía, el lugar que le dió cobijo siendo niño, donde acudía para despejarse siendo adolescente y donde ahora a su edad acudía para retrotraerse a esos años pasados. Siempre había estado ahí, y tenía por seguro que seguiría estando ahí al menos por ahora.

Tras andar durante un buen rato, se detuvo. Como si hubiera portado consigo un medidor interno del diametro de aquel terreno, se paró en seco justo en la mitad de ese campo. Encontró el tronco partido de un árbol en el suelo, y se sentó en el. Era mas cómodo que la más lograda de las sillas puesto que era nada mas ni nada menos que una silla original, primigenia. Ahí sentado se puso a recordar mientras contemplaba como caía la nieve lentamente. En la medida que recordaba, esta nieve fue cayendo cada vez mas lentamente, tan lenta era su caída que parecía suspendida en el aire, deslizándose a capricho hasta unirse con los otros copos que ya habían caído. Del mismo modo, la imagen que tenía ante sí de la lenta caída de la nieve fue solapandose con sus recuerdos hasta que estos ocuparon todo su ángulo de visión.

Entonces, se desplegó ante sus ojos a través de las raíces de su memoria, un panorama totalmente distinto aunque tales recuerdos se desarrollasen en el mismo sitio. Por entonces era un niño, tan pequeño que podía permitirse el lujo de actuar como tal, pero tampoco lo era tanto como para no poder pensar con consciencia plena. Era la temporada de la siembra, y hacía un calor tremendo. Él solía acompañar a su padre mientras sembraba con sus compañeros, aunque como todavía era un crio no podía quedarse quieto en el sitio. Mientras los trabajadores se ocupaban de la tierra con las espaldas completamente llenas de sudor debido a la incidencia del sol, este niño corría al rededor jugando a sus juegos inventados. Pero, como el calor era sofocante, su padre le indico que se replegase hacía la sombra, allí donde un conjunto de árboles podían darle cobijo. El niño, obediente, así lo hizo. Fue corriendo, dando trompicones y traspiés a  través de los surcos abultados de la tierra. Él imaginaba y se sentía cual si fuera un barco que atravesase las olas de un bravo mar. Cuando llego a puerto, se sintió mas bien como si su barco hubiera sido arrastrado a una isla desierta, y él fuera el único naufrago que hubiera sobrevivido al temporal en alta mar.

Se tumbó sobre la hierba cobriza, y con una mano, arrastró el sudor que le recorría la piel tersa de su frente. Después, se puso a moverse de un lado a otro, como si fuera una croqueta, y cuando se tumbó a un lado, entrecerrando los ojos, se percató de que una hierba verde asomaba por encima de la tierra a poca distancia de él. Sin esperar ni un minuto, se levantó y fue corriendo hacía ahí, y cuando ya estuvo frente a la misma, su curiosidad infantil le animó a tirar de ella. Tuvo que usar de mucha fuerza, ya que no era fácil. Usó de tanta fuerza que nuevamente el sudor acudió a su frente, y no sólo a su frente, también a su espalda y a sus brazos, como su padre y los trabajadores en el campo. Pero, al final, lo consiguió.

Cuando lo sacó, se dió cuenta que bajo aquellas hierbas, había una especie de raíz muy gruesa, parecía un rábano. Mientras lo contemplaba suspendido en el aire, este comenzó a agitarse, dando sacudidas en el aire cual si se tratase de un pez recíen sacado del agua. El niño se asustó, y lo soltó. Así, en el suelo, lo que parecía un rábano se irguió por sí sólo. Y así como estaba, de pie en el suelo, habló:

- Eh, no te asustes chaval. Me alegro de que me hayas encontrado, no sabes la suerte que has tenido. Si hubieses tirado y extraído las otras hierbas moradas que estaban cerca de aquí, tu suerte hubiera sido otra. Una que probablemente hubiese acabado en desgracia. Pero menos mal que has dado conmigo. En fin, como me has encontrado, ha de cumplirse el designio del cielo. Has sido tú, y sólo has podías ser tú. Esto es cosa del destino. Por lo cual, olvida lo que te he dicho antes porque como ha sido así sólo podría haber sido así, y no de otra manera. Bueno, voy a dejarme de peroratas, y te diré lo que has de hacer para que se cumpla lo dictaminado en los orbes celestes, si es que ha de ser así. Debes acudir aquí dentro de diez años. Si lo haces así, dentro de otros diez años se te indicará cual será tu camino a seguir para que se cumpla lo que debería cumplirse.

Al terminar de hablar, de repente, la extraña raíz-rábano, desapareció instántaneamente. En tanto que el niño se quedó parpadeando, bastante sorprendido y hasta perplejo debido a lo que se acababa de desarrollar ante sus ojos. Mientras, ya de joven recordaba esto, ya no acertaba a señalar lo que pasaba después. Hasta tenía sus dudas de si realmente había vívido algo semejante pese a que en su memoria no hubiesen brumas al respecto. El recuerdo aparecía en su mente con una sorprendente nítidez. Pero, sin embargo, no sabía si se debía a la imaginación de la que tanto hacen gala los niños, o si lo había soñado. A pesar de recordarlo con todo lujo de detalles, tanto el rábano como la voz que parecía provenir del mismo, tenía sus dudas. Era como si el mundo que denominamos real y el onírico se hubieran confundido hasta tal punto que no se acertaba a responder cual de los dos tenía preponderancia el uno sobre el otro, pese a que incluso podría decirse que ese instante cuasi-soñado era más real que lo que hasta entonces había vívido.

Entonces, una ráfaga de gélido viento acudió con fuerza, provocando que la nieve que antes caía sosegadamente y con paciencia arrollase con violencia. Unos copos y otros se apelotonaban, se fundían en el cielo, y formaban unas ráfagas perfectamente definidas. Parecían una sucesión de lanzas afiladas que desfilasen en el cielo de forma amenazante, para demostrar el impetú y la fuerza que escondía la naturaleza gélida. Mas, no por eso el joven dejó de resistir con su ardiente fuego interior. Este resistía, persistía y hasta recobró fuerzas haciendose una llama aún mas potente. Y así, alumbrado por su hoguera interna, pudo ver a través de las lanzas heladas que surcaban el cielo, otro recuerdo que adoptaba la forma de una imagen, la cual fue expandiendose de su conciencia hasta su visión, arrebatando a la nieve y al viento su protagonismo. Transformandose así en un recuerdo que le hizo olvidar por un momento el lugar en el que se encontraba.

En el, este joven ya era un adolescente. Un adolescente que estaba enfadado con el mundo, y sobre todo con la gente que habitaba su casa. También le invadía una melancolía, una melancolía tan inmensa que le sobrepasaba en el alma y le provocaba que esta se tambaleara. Cuando esto ocurría salía a dar largos paseos, y con mas razón si era de noche. En esa ocasión, se trataba de una noche primaveral, y por lo cual, el ambiente era bastante calmado y sosegado. A penas hacía viento, lo que provocaba que los árboles que adordaban el sentero se mostrases pétreos, cuales estatuas que se limitaran a estar ahí sin apenas un solo movimiento. Mas, cuando salió del sendero se encontraba exactamente en el mismo páramo desertico donde jugara cuando era niño mientras su padre trabajara. Además, justamente habían pasado los diez años exactos que le anunciara la raíz habladora. Sin embargo, él ya no se acordaba de la fecha exacta. Por lo cual, acudió ahí por "casualidad"

Mientras atravesaba ese pequeño bosque en el que se tumbó cuando era niño, pudo percibir unas extrañas amarillentas luces que se proyectaban en el suelo. Parecían emerger del mismo suelo, pero aún con ello este adolescente miró hacía el cielo por si eran proyectadas por las estrellas. Nada parecía indicar que fuera así. Provenían efectivamente del mismo suelo. Al principio, estas luces estaban dispersas sin orden ni concierto. Pero, según se iba avanzando, marcaban un sentero. Sin saber la razón, su yo adolescente optó por seguir allí donde le indicaban. En la medida que iba caminando, se iba percatando de que cada vez la noche estaba como mas iluminada. Y no sólo era por la luna, había algo que otorgaba ese resplandor allí donde este posara su mirada. Al final del sendero, observó que las luces le conducían a una suerte de hondonada, muy fácil de subir. Y así lo hizo, sin extrañeza alguna, con la naturalidad con la que las flores nacen y perecen.

Cuando ya se encontraba en su cima, el resplandor que lo circundaba era tan potente que parecía de día. Todas las plantas se agitaban como si fueran agitadas por una fuerza que las sobrepasaba, eran mecidas por un orden superior pero que aceptaban como participante de su mismo ser. No sabía por qué, mas este adolescente se encontraba tremendamente calmado, como no lo había estado nunca. Se quedó ahí plantado. Justo en medio de la hondonada, contemplando este microuniverso que se abría ante sus ojos.  De repente, descendió del suelo, una luz todavía mas potente que la que hasta ahora había visto. Y cuando se instauró en el suelo, fue difuminandose sin dejar de lado su esencia resplandeciente. Anodadado, el chico dejó escapar unas lágrimas de sus ojos, cayendo de sus mejillas como la aparición del rocío en cada amanecer.

De esa luz, surgió una silueta femenina, esbelta y perfectamente definida. Esto le sorprendió aún mas. Quizás fuera debido a su hermosura, a sus largos cabellos ondulantes, o a su palidez exquisita. Pero, independientemente de eso, aquella mujer que parecía provenir de un paraíso lejano, le sonrió con una complicidad que era una mezcla entre el cariño de una madre y el asentimiento de una amante. Tal era su belleza, que se quedó contemplandola completamente mudo, sin palabras, temiendo corromper tal extremada divinidad con cualquier gesto demasiado mundano. No obstante, ella si decidió hablar con una voz tan dulce que ni en afrodisiacos sueños podría haber oído:

- Ya estás aquí. Al fin has acudido, justamente en la fecha exacta que se te indicó hace ya unos diez años. Casi has cumplido con tu próposito, con tu sino primogenio. Ya sólo te falta un poco mas de paciencia, y cuando quieras darte cuenta, serás lo que siempre debiste ser. Si acudes justamente aquí, dentro de otros diez años exactos, se te concederá aquello para lo que has sido llamado. Yo misma te llevaré de la mano, iremos juntos allí donde para otros es un imposible. Llegaremos a un lugar muy diferente a lo que los humanos hayan podido imaginar en sus fantasías mas elaboradas. Tú mismo no puedes hacerte todavía a la idea por mucho que elocubres, te lo aseguro. Piensa en mí hasta entonces, como yo misma te guardaré en mí hasta que volvamos a vernos.

Después de aquello, después de unos supuestos diez años exactos, ese adolescente ya no era exactamente un adolescente y mucho menos un niño, pero conservaba un poco de los dos y por eso se podría decir que era un joven. Pensando mejor aquello de lo de diez años, no entendía cómo pasando unos supuestos diez años exactos, el primer episodio ocurrió en verano en pleno día, el segundo en primavera durante la noche y este tendría que pasar en un atardecer de invierno. Si fueran diez años exactos, todos estos episodios tendrían que haberse desarrollado en una fecha aproximada al primer episodio con una diferencia de unos días debido a los años bisiestos. Nada tenía sentido. Como tampoco lo tenía que aún sin tener verdaderas evidencias de aquellos recuerdos de la niñez y de la adolescencia, se encaminase hacía su supuesto destino tan a ciegas. Es mas, ¿Cómo era posible que estuviera seguro que ese mismo día, en ese mismo momento se fuera a cumplir esa profecía? Había algo en su interior que le indicaba que así iba a ser. Era una especie de intuición interna que seguía como si fuera lo más normal del mundo. Pero, por otro lado, aún admitiendo que tanto la raíz-rábano parlante y la hermosa mujer estuvieran en lo cierto ¿Qué iba a pasar exactamente? ¿Partiría a otro mundo? ¿Iría a lo que algunos llaman el cielo del cielo? No estaba seguro de nada de eso. Y con su inseguridad, no entendía nada.

Así que se levantó, y se fue andando todo recto, cavilando todas estas cosas desde diferentes enfoques y puntos de vista, para ver si así lograba comprender algo. Mientras, iba paseando devanándose los sesos, al rededor de la nieve se levantó una suerte ventisca, una vestisca que duró unos pocos minutos, y que dió cabida a una neblina muy espesa. Esto pareció importarle poco a este joven, que seguía andando con tesón y sin descanso. Sólo notó algo que había cambiado: cada vez notaba mas calor en su interior. Le estaban entrando unos sudores insoportables. Tanto lo eran que fue poco a poco despojandose de sus ropas en tanto que avanzaba por un paisaje que era completamente blanco, sin horizonte alguno, y sin nada a ambos lados que le indicara que hubiera una especie de atajo o de vía alternativa. Era como si estuviera apresado a voluntad en un microcosmos que le era ajeno y conocido a la vez. Algo inexplicable.

Mientras avanzaba hacía nadie sabe donde, su fuego interior ardía cual si él mismo fuera una hogera que encendiera un viajero perdido en mitad de un desolado bosque. Iba pensando una y otra vez acerca de aquellos acontecimientos del pasado, como así de pasajes supuestamente anodinos de su vida general, y de ahí pasó a replantearse las eternas preguntas acerca de qué somos, qué hacemos aquí y hacía donde vamos. En la medida que así indagaba en su mente y corazón, fue haciendose mas pequeñito sin darse cuenta, y como tenía tanto calor, su cuerpo cada vez mas diminuto empezó a formar una potente llama verdosa. Sus pensamientos, poco a poco fueron haciendose mas vagos, menos definidos, perdiendo la capacidad de recordar, del lenguaje y por ende de expresarse, aquellas eternas preguntas, incluso hasta sus intuiciones, y finalmente, las sensaciones en general. Sin darse cuenta, ya era tan diminuto, que sólo podía apreciarse una mota de polvo verde que se perdía en la lejanía. Hasta que llegó un punto que desapareció completamente, y ya nadie supo mas acerca de él.