martes, 3 de septiembre de 2024

Mordisco

 Sé que soy un tipo un poco raro. Lo sé porque mis supuestos semejantes me lo han dicho muchas veces, tanto antes como después de la transformación que tuve. Al principio solía torturarme con esta idea, pensando que suponía una especie de desventaja ante los demás, pero con el tiempo he ido dandome cuenta que es todo lo contrario. Cuando uno es demasiado ordinario se acaba volviendo predecible, y eso implica que a la larga se hace vulnerable en tanto que cualquiera con un poco de intuición y de experiencia es capaz de saber cual es su proximo movimiento. Digamos, que, cuando uno de conduce de forma normativa, por ejemplo en un combate cuerpo a cuerpo, acaba siendo derrotado facilmente sólo porque usa las mismas técnicas que los demas, mientras que por otra parte, si uno adopta sus propias maneras rozando casi lo excéntrico es muy posible que desconcierte a su rival, y que incluso, este acabe huyendo teniendo a tal loco ante sí.

Esta rareza mía ha supuesto toda una ventaja en ese sentido, pese a que haya conseguido ahuyentar a alguna gente de la que yo no tenía intención de infundir ese temor. También dicen de mí que estoy loco, que mi modo de entender la vida linda con lo irreal, y que jamás lograré ser comprendido por nadie. Eso es verdad también, como verdad también es que en un comienzo tales declaraciones me turbasen del mismo modo que mi carácter esperpéntico. Sin embargo, de ello, a su vez también he logrado sacar ventaja y me ha permitido acostumbrarme a la soledad hasta el punto de valorarla cual preciado tesoro. Cuando uno está siempre acompañado se hace indefenso, ya que las compañías no son siempre del todo fiables, y además la pérdida de las mismas puede comportar una turbación de la mente y del corazón de la que es muy díficil desasirse. Pero, no obstante, cuando uno anda siempre solo se libra de todos estos escollos, a la par que asume la responsabilidad de todas sus decisiones y acciones, pues ¿A quién podría echar la culpa de cualesquiera error si se hallaba completamente solo desde el principio?

Mas, aunque tengamos nuestros propios patrones y parámetros, estos no siempre se tienen que cumplir por necesidad y a la fuerza. A las veces, pese a que uno tenga su particular cosmovisión, carácter y modo de hacer las cosas cotidianas, ocurre que uno sale de sus costumbres porque sí, de manera irracional y sin motivo alguno. Aquella fue una de esas ocasiones, puesto que azarosamente decidí pasarme por una feria que se encontraba en uno de esos pueblos cuyas fiestas patronales son olvidadas por el resto del continente. Ahí me hallaba yo, plácidamente moviendome de un lugar a otro, bien camuflado por si las moscas y observando todo a mi al rededor con cautela, hasta que una chica bastante bajita y albina me saludó como si me conociera. Me extrañó su exceso de confianza, ya que yo no tenía ni idea de quién era ella. Y como si tal cosa, me cogió de la mano cual si fuera su progenitor y me conduzco a una carpa atestada de gente.

Obviamente, yo me sentía bastante incómodo en esa tesitura, ya que como se advierte desde el principio de esta narración, yo no estaba acostumbrado a tanto contacto humano. Creo que mi semblante revelaba esa perplejidad debido a mi contrariedad interna, y aunque la chica albina pareció advertirla un par de veces mediante unas muecas suyas que connotaban extrañeza, al poco parecía que se calmaba porque volvía rápidamente a su primera impostura. En verdad esa chica no dejaba de moverse de un lado para otro, zarándeando así mi brazo como si fuera el extremo de una comba, mientras me explicaba detalles anodinos sobre las fiestas de aquel lugar que me eran del todo desconocidos como podría uno adverirlo en la expresión pasmada de mis ojos abiertos.

Llegado un momento, saliendo de la susodicha carpa, me soltó de la mano y se posicionó frente a mí para decirme que tenía que presentarme a unas personas que me serían del todo agradables. Yo, en tanto, dudaba de la certeza de sus aseveraciones puesto que si ni yo ni ella teníamos claro quién era el uno y el otro ¿Cómo estaba tan segura de que aquella gente me cayera en gracia? Mas aún así, ella insistía indicando,cual si ese dato me convenciera lo más mínimo, que entre esas personas se encontraba su entrañable novio y que quería que lo conociese. No recuerdo haberle respondido nada en concreto, sólo me dejé arrastrar como la vez anterior, mas en esta ocasión en dirección hacía allí donde se encontrasen aquellas gentes.

A los pocos minutos, ya nos encontrabamos frente a esas personas, bajo un pino enorme y de un verde puro, que nos cobijaba con la amplia sombra que nacía de sus desarrolladas ramas enhiestas, las cuales miraban al cielo en señal de advertencia. Cuando ya estabamos posicionados unos frente a otros, soltándome de la mano y señalando hacía un hombre también muy rubio pero muy alto, la chica me dijo:

- ¡Este es mi novio! ¿A qué es impresionante?

- ¡Hey! -terció el otro sin darme tiempo de responder- Así que eres tú del que tanto he oído hablar... Es un placer que te encuentres en nuestra presencia para participar del espectáculo que va a darse en un rato. Seguro que tú mismo serás de los primeros que tomen la iniciativa, hasta el punto de convertirte en uno de sus ejes principales.

Yo, obviamente, no entendía nada de aquello. No sabía ni qué responder ni a uno ni a otro. Además, en primer lugar ¿De dónde salía un tipo tan fornido y enorme? Jamás había visto algo semejante, casi parecía que rivalizase con aquel pino por sobrepasar su altura. Pero, en segundo lugar, siendo este punto quizás el más importante, ¿Cómo pudo hablarle sobre mí esta chica si yo mismo hasta hace un momento no tenía ni idea de quién era ella? En fin, aún así deseché todos estos interrogantes a un lado porque me dí cuenta de que tenía unas imperiosas ganas de acudir al baño. Cada cierto tiempo nuestro cuerpo ha de drenar algunos componentes que portamos en nuestro interior, y que necesariamente han de purificarse para su correcto funcionamiento. Esta era una de esas ocasiones en las que esta necesidad era obligada, y aún teniendo en cuenta que este asunto es cuanto menos escatólogico para la mayoría de las personas, no deja de ser una necesidad biológica ineludible. Así que dejando las presentaciones a parte, les pregunté por el baño y estos me señaladaron un camino que se encontraba en siniestra dirección.

Cuando ya hube encontrado el lugar, me encontré con que había unas colas impresionantes, lo que indicaba que probablemente me demoraría mas de lo esperado de mis necesidades corporales. Los baños eran en realidad una serie de cajas de plásico azuladas colocadas en una serie que hacían una fila, y aunque estas eran independientes entre sí, estaban conectadas por una especie de puente que con la ayuda de unos mecanismos las fundía como si fueran las fichas de algún juego infantil. Deteniédome en estas caprichosas impresiones que no venían al caso en la tesitura en la que me encontraba, sentía que mi entrepierna me advertía que el tiempo apremiaba y que debía de hacer algo al respecto para sofocar su presión. Así que comencé a empujar a toda la gente que estaba en la cola para entrar justo después de quién saliera de una de esas cajas azules. Entretanto, recibí algún que otro insulto, una suma de afrentas que fueron solventadas con algunos puñezados lanzados al aire de forma aleatoria.

Ya dentro de la mencionada caja de servicios provisionales, ví que un montón de niños de unos cinco años aproximadamente que correteaban en su interior de un lado para otro con el frenesí propio de toda la chiquillería. Pensé que así me sería imposible culminar mis necesidades biológicas que ya estaban rozando lo que podría considerarse una urgencia, así que los eché a todos de ahí con unos gritos agónicos que provenían de mi desesperación interna. Por suerte, lo conseguí sin un desmesurado esfuerzo y me posicioné en un retrete para realizar la tarea que me proponía. El líquido de un rojizo con toques anaranjados evidenciaba lo mucho que había demorado mi empresa, a la par que el escozor era espantoso. Casi parecía que un cúmulo de agujas atravesaran mis interiores, y que ya por fin liberadas, me rompieran por dentro produciendome herida cuya cura no se auguraba muy próxima. Pero no hay nada que temer, es normal en mi especie ese color y ese dolor, pese a que debí acudir antes a este santuario para evitar que la sensación fuera de tal talante.

Ya bastante aliviado, suspirando de placer y atreviéndome a dar un amago de silbido, salí de la caja y me encontré un panorama ante mí del todo diferente al que era cuando entré. Toda la zona de la feria se encontraba completamente despejada, ya no se oía ruido alguno a excepción del paso del viento y lo único que podía verse de forma diseminada eran un montón de cadáveres cuya sangre aún borboteaba de sus interiores. Perplejo pero no asustado, turbado aunque sin temor, caminé con cautela por la zona ya desierta cuya única presencia eran los muertos que estaban dispersos sin seguir un orden concreto. Tras inspeccionar susodicha situación, quise encontrar respuestas en una carpa que se hallaba a escasos minutos desde donde me encontraba. Por su tamaño y magniciencia, bien podría advertirse de que se trataba de la carpa principal por su semejanza a un castillo pese a que fuera de tela fundida en plástico y del mismo azul que el de los servicios.

En su interior había todavía más cadáveres, pero que no estaban diseminados aleatoriamente como los que se encontraban fuera en la explanada, sino que estos estaban ordenados a conciencia en una serie de montículos que hacían que estuvieran unos cuerpos unos sobre otros, formando bajo ellos un charco de sangre coagulada todavía mayor que la que podría encontrarse en un cadáver individual de los de fuera por motivos obvios.


Aunque la sala de la carpa estaba oscura, me conducí a su interior animado por unas escasas luces que se revelaban justo en su final, y ahí me encontré a tres hombres desparramados sobre unos sillones plastificados, cual si estos se hubiesen dado el banquete del siglo. En ellos reconocí al enorme novio de la chica albina, que fue precisamente quién se dirigió a mí de la siguiente manera:

- Anda, mira a quién tenemos aquí -dejó liberar una pequeña risita para continuar diciendo- Es una pena que te hayas pérdido la primera parte del espéctaculo, pero no te desanimes que todavía queda mucho por lo cual uno de nosotros puede divertirse. No pienses por nuestro aspecto que no te hemos dejado nada a ti, desde el principio te hemos tenido en cuenta. Sólo espera, y verás.

En estas situaciones soy un tanto impaciente, así que sin demorarme en demasía, me abalancé sobre uno de sus compañeros y dándole un buen mordisco en su yugular, bebí tremendamente sediento de su sangre negra, casi verdosa que se depositó de mis colmillos a mi lengua, deslizándose así hasta mi garganta. Apuré todo lo que pude, apretando su cuello con una de mis garras, y succionando todo con un deleite que sería un tanto complejo de referir sin miedo a equivocación alguna. Y cuando ya terminé, relamiendome los labios con irresistible placer, mi primer interlocutor comenzó a temblar sin ser capaz de reprimir mediante su semblante la mezcla de sorpresa y de pavor que burbujeaba en su agitado pecho. Sólo fue capaz de articular unas pocas palabras señalandome con sus ojos clavados en mí : "¡Detenerle, detenerle! Este tipo no es exactamente uno de los nuestros como pensaba, debemos expulsarle como sea" Con ello consiguió que el otro hombre que estaba ahí saliese escapotado por unos de los lados de la carpa, mientras que él mismo se limitó a adoptar una posición de huida que algo desde su interior le impedía que realizase del todo.

Tomé la iniciativa y dedicí marcharme de ahí con premura, salí de la carpa colándome por la salida que se encontraba justo detrás de aquel rubicundo enorme, y emprendí la huida corriendo lo máximo que pude. Y lo que al principio eran mis piernas atravesando un terreno de tierra reseca para pasar a otro de una hierba salvaje humedecida, acabó por convertirse en el nacimiento de mis alas negras, las cuales me permitieron ascender por encima de un bosque atestado de árboles. Desde las alturas, echando la vista detrás por un segundo, pude ver como aquellos tipos emprendían mi persecución en vano porque mientras ellos corrían fatigados yo me encontraba alzando el vuelo ya muy lejos de su alcance. Mirando hacía el frente pude reconocer al horizonte, que con sus oscuras nubes y sus resplandores morados anunciaban una tormenta nocturna. Aquello causó una dicha profunda en mi pecho que se concretó en una sonrisa reprimida.

Advertirá el lector mi felicididad debido a precisamente lo que mencionaba al principio, pues ya por fin me encontraba con mi rareza propia y mi dulce soledad. No podía quejarme en absoluto, muy al contrario me encontraba tremendamente agradecido por vivir en este estado de aislamiento social. Además, una brisa fresca pasaba por mi rostro en ese momento, y mis ojos ya entreveían que el fulgor de la luna lograba vencer toda bruma y neblina para posicionarse en su correspondiente altura. Alguien que renegase de estos placeres por un instante de aprobación social demostraría cuan necio es, mientras que quién apreciase una gota de este rocío como así un hálito de este viento, podría declararse sin miedo un pequeño ángel quizás caído a su modo.