domingo, 15 de diciembre de 2024

Los inmigrantes españoles: El olvido de la propia historia

 Tras la guerra civil española, se instauró un caudillo en el trono del poder, e impuso un regimen cuyas consecuencias fueron todavía más funestas que la guerra en sí. Hubo una hambruna tan inmensa en España, presos políticos y leyes tan aleatorias como represoras que muchos españoles que no tenían una orientación ideológica definida pensaron en irse. Digo esto porque quiénes sí manifestaban sus ideas políticas eran perseguidos, asesinados sin juicio previo, y en el mejor de los casos, encarcelados durante un largo periodo de tiempo. Los hubo que además de estar presos, esperaban día tras día el ser ejecutados en cualquier momento. Este último caso fue el del padre de Gutierrez, el cual tras algunos años consiguió salir "airoso" de este encarcelamiento gratuito, mas a su salida, jamás volvió a ser el mismo. El estar encerrado durante tanto tiempo escuchando un día sí y otro no cómo iban ejecutando a sus compañeros no era un trago de buen gusto, lo que le produjo una mella mental de la que nunca se recuperaría.

En tal tesitura fue Gutierrez el que cuando contaba con los años suficientes decidió huir del país para buscar una mejor vida en aquellos países que se preciaban de ser más avanzados, lo que le otorgaría una calidad de vida y una libertad que no se gozaba en territorios españoles. Durante algunos meses estuvo debatiendo interiormente, que si Inglaterra, que si Francia, Italia que tampoco andaba durante aquellos años demasiado bien... Hasta que finalmente dió con Alemania, allí quizás iría todo mejor al ser un país donde parecía que todo estaba mejorando. Sí, allí podría empezar una nueva vida, ahorrar lo suficiente durante algunos años y quizás después de ese tiempo regresar a España con algún caudal que le permitiera jubilarse con soltura.

Así, pues, a través del flujo ilegal de personas y del tráfico que otorgaba el mercado negro, mediante el contacto de un amigo, cedió todo su capital como una suerte de inversión y se encaminó hacía parajes germanos como quién se embarga en la aventura de su vida. Al principio tenía miedo de que las autoridades franquistas o la guardia civil le detuviese por quién sabe qué motivo, y que después en la cárcel le propiciasen una paliza eterna como las que recordaba de niño cuando vagabundeaba por las calles, y que por lo que fuera, se despistara de hacer el saludo falangista, lo que producía que los perros de la ley le llenasen de recios golpes con sus porras hasta dejarle tocado.

Pero todo aquello ya no importaba, porque una vez que hubo pasado Francia, se sintió más seguro. Seguridad que se mantuvo cuando finalmente llegó a Alemania. Lo primero que hizo al llegar fue el buscar el contacto que le proporcionó su amigo, el cual le enroló en una fábrica donde tenía que cargar con los materiales y depositarlos en la cinta de carga que llegaría a los demás trabajadores para su consecuente transformación. Obviamente, el contrato que se le proporcionó era bastante fraudulento en tanto que todavía no tenía los papeles necesarios para pasar a ser un ciudadano legal. Mas todo aquello era una cuestión secundaria, porque después de todo podía trabajar y con ello ahorrar un dinero para invertir en su futuro.

Antes de salir de España tenía una novia que dejó en cinta, pero a la que aseguró que se iría para volver, y que si le iba bien en Alemania, hasta podría proporcionarle dinero suficiente para que ella accediera al país del mismo modo que lo hizo él. Así ella podría trabajar limpiando la fábrica o montando piezas de cara a sacar adelante a su futuro hijo. Todo estaba perfectamente pensado, el plan en su cabeza era idóneo aunque no dejaba de admitir que hasta cierto punto le inquietaba ese asunto. Pensando egoístamente, si no hubiera dejado embarazada a esa pobre chica, podría haber empezado desde cero en Alemania, sin preocupaciones de esa índole, sin temores a fallar volviendose con el rabo entre las piernas. Esto le turbaba, le inquietaba y le proporcionaba sudores fríos algunas noches, pero de acuerdo al transcurrir de la rutina ese temor fue disipándose, siendo sustituidos por otros.

Su nuevo temor se llama Sr. Fritz, o así al menos creían que se llamaba. Algunos compañeros le llamaban Fits o Freits, aunque eso poco importa. El caso es que aquel hombre era el jefe de la plantilla, y atormentaba a sus empleados con mano firme y severa. Cuando Gutierrez llegó le pareció un hombre un tanto frío, mas no le dió importancia porque ya estaba advertido del carácter de los alemanes, que era tan distante en comparación al de sus compatriotas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la conducta del Sr. Fritz o Fits como quiera llamarse, fue tornándose cada vez más severo, e incluso, oscuro. Al principio, fue frío y hasta robótico en opinión de algunos, pero luego dió pasó al uso de los insultos y de las humillaciones como método coercitivo, y aunque ni sus compañeros ni él entendían el alemán, sabían que les insultaba por cómo pronunciaba las palabras, las muecas de desagrado y de desprecio que le seguían, y finalmente esa risilla malévola que se congelaba en una sonrisa de asco hacía sus empleados españoles.

Mas, no obstante, el asunto no se quedó así. Pronto las miradas de odio y los insultos acompañados por pegotes de saliva debido al volumen de la voz, dió pasó a los golpes con la mano abierta, a las patadas imprevistas, en suma, a las palizas desconsideradas y repentinas que les propinaba cuando le venía en gana. Al ser unos ilegales, podía hacer lo que quería con ellos, ya que al menor chivatazo suyo eran expulsados del país irremediablemente. Incluso, las malas lenguas decían que además de las humillaciones y de las agresiones, también se dedicaba a manosear y a desnudar a la plantilla femenina, pero ellas tampoco podían decir nada y por eso estos casos no llegaron a instancia alguna y se quedaron en las habladurías. Aunque las miradas de terror de algunas empleadas, su cabeza cabizbaja y las lágrimas que proferían cuando creían que nadie las veía atestiguaban lo contrario.

A pesar de esta situación, pasaron un par de años como por ensalmo, Gutierrez en particular no sabía que le impresionaba más, si el que se hubiera acostumbrado a vivir en esa inhumana tesitura, o que después de trabajar tanto tiempo en negro aún no hubiera recibido los papeles que le certificaran la legalidad para comenzar a llevar una mejor vida. Y sólo fue consciente de que había pasado este tiempo cuando su novia Cristina apareció en la puerta del contenedor prefabricado donde él habitaba, y además de la mano de una pequeña criatura llamada Hugo, el cual se trataba de su hijo. Gutierrez, con los ojos como platos y la boca congelada en forma de o no supo ni como reaccionar. Pasó unos tres días sin ser capaz de emitir palabra alguna, sólo gruñía ante las exclamaciones y llamadas de atención de Cristina, lo que provocó un ambiente gélido en aquel contenedor al que llama su hogar.

Sólo consiguió emitir una serie de palabras articuladas cuando Cristina le propuso de trabajar en la fábrica, lo que le hizo reaccionar con un miedo que se transmutó en un enfado que se materializó en unos golpes que propinó sin ton ni son a su querida novia. A partir de entonces, todo fue a peor porque si bien era cierto que durante aquellos dos años lograba sobrevivir a duras penas con el escaso sueldo que ganaba, ahora que repentinamente tenía que alimentar a otras dos bocas, todo fue a peor. La mayoría de sus ahorros fueron mermando, y lo poco que le sobraba se lo gastaba en grandes aunque baratas cantidades de alcohol que ingería con una mezcla de placer y desazón. Muchas veces, todavía con el vodka barato o con el snaps en la mano, con la mirada perdida en el suelo, Cristina le regañaba por comportarse así lo que daba como resultado que Gutierrez despertase de su embotamiento y comenzará a pegarla hasta que ella acababa en el suelo llorando tanto por el dolor físico como por el psicológico al saberse desgraciada.

Tan infeliz y desdichada se sentía una amoratada Cristina que una noche de imprevisto decidió huir de la mano de su pequeño Hugo. Gutierrez nunca supo a dónde se había ido, mas presumía que seguramente había regresado a España, huyendo no tanto de la triste vida en Alemania como del monstruo que se había hecho él mismo. Sin embargo, las cosas no mejoraron una vez que desaparecieron las dos bocas que le sacaban un dinero que no tenía, puesto que al contar con un pequeño caudal de más, siguió bebiendo sin cesar, ya no sólo en las melancólicas noches, sino durante el resto del día. Lo bueno del alcohol es que le permitía soportar las reprimendas y las palizas del Sr. Fritz al hallarse siempre como anestesiado, lo malo fue que ese embotamiento alcohólico produjo su despido, y con ello, la pérdida del escaso capital con el que contaba.

A partir de entonces, Gutierrez vivió en la indigencia, deambulando y rapiñando lo que podía para mantener su vicio vivo. Su hermano Francisco, al no tener noticias suyas, alarmó al resto de los familiares para que se informasen de lo que había pasado. Tras algunas averiguaciones mediante amigos y contactos que todavía seguían en Alemania -puesto que ya muchos, desalentados, se habían marchado- supo de su situación, y mediante un salvoconducto pudo traerle de vuelta a la amada aunque decadente patria. Costó lo suyo, mas al final se consiguió que regresara, y lo que era más importante, una vez en España se pudo restablecer de su alcoholismo cuando su madre le encerró en una habitación con llave y con las ventanas tapiadas. Se le alimentaba sólo una vez al día, ya que no había dinero suficiente para comer, mas incluso en esa situación se logró que mejorase hasta restablecerse casi por completo.

Obviamente, tras susodicha experiencia, Gutierrez quedó marcado de por vida. Había envejecido mínimo unos veinte años, sus ojos soportaban la carga de dos pesadas ojeras, además de tomar un tono amarillento, sus labios estaban siempre resecos y los miembros de su cuerpo se desplazaban con inusitada lentitud. Pero con la ayuda de amigos y familiares no sólo consiguió recuperarse más o menos de su experiencia de pesadilla en Alemania, sino que además consiguió un trabajo como barrendero en las puertas de un conocido restaurante de Madrid. Y aunque no volvió a saber nada de Cristina y de su desgraciado hijo a pesar de que intentó llevar a cabo algunas averiguaciones, al final desistió y formó una nueva familia con una tal Laura, que le dió unos cuantos hijos, un total de cuatro. No la quería, como tampoco supo querer a Cristina, pero siguiendo los ritos familiares se casó con ella para que en el día de mañana le llegara a sus hijos una mísera herencia. A su modo, consiguió establecerse más o menos, y prosperar como un barrendero al que a veces daban alguna que otra propina por apartar el polvo de las amplias puertas del lujoso restaurante.

Un día, cuando ya contaba con unos sesenta años, se enteró por televisión del inmenso flujo migratorio que provenía de diversas zonas del mundo que se encontraban en conflictos bélicos, en la mayoría de los casos propiciados por occidente pese a que esto no se mencionase en los medios de comunicación. Mientras repasaba con unos ojos impasibles la pantalla de televisión, sólo supo emitir un par de suspiros de indiferencia, en tanto que comentaba con algunos colegas en el bar lo nefasto que era para el país que acudiesen tanta gente venida de otros lugares con unas culturas tan diferentes a la propia. El rojo del grupo, con un semblante tan irritado y enrojecido como su ideología, le espetó señalandole con un dedo amenazador que no tenía empatía, y que él debido a los malos años que pasó en Alemania debería entender la situación de aquellas personas. Gutierrez, cruzado de brazos y con un gesto de desagrado sólo supo responderle que aquello era diferente, porque ellos eran españoles, occidentales en suma y que únicamente por ello tenían mayor derecho a emigrar. Además, puntualizaba, con Franco se vivía mejor, y que las consecuencias de hambruna que vivió España durante aquellos años se debía a que los republicanos en su desfase habían dejado así de mal al país.

Otro día se vió obligado a coger el metro debido a que su destarlado coche se encontraba en el taller, pero tenía que visitar a un hijo suyo que acababa de ser padre, lo que le convertiría a él en abuelo. Aquel viaje, a pesar del buen asunto que le conducía a realizarlo, lo hizo con una amargada indiferencia que se traslucía en su rostro enjuto y encerrado en sí mismo. Despertó de su mutismo autoimpuesto cuando lo que a él le parecía un marroquí estaba pidiendo unas monedas, o en su defecto, algo de comer a lo largo y ancho del vagón que en ese momento él ocupaba. No pudo contenerse y comenzó a gritarle y a imprecarle del mismo modo a como lo hacía el Sr. Fritz cuando él estaba en Alemania, le dijo que se largase a su país para recibir "pagitas" desde ahí y que en España no pintaba nada, que aquí la gente tenía sus propios problemas, y que desde que gobernaban los comunistas no estabamos para más vagos en el país. El hombre, al comienzo conmocionado en un mal sentido, no supo qué responderle, pero a los segundos empezó también a gritarle a su vez, lo que trastocó el viaje a los callados y aturdidos viajeros debido a la jaulía de insultos y de amenazas de golpes en lo que se convirtió el vagón del triste metro.

Una vez fuera, y con un enfado creciente en su interior tras el mencionado suceso, Gutierrez se apoyó en la pared a la salida del metro para encenderse un pitillo y así calmarse antes de reunirse con su hijo. Y en tanto que veía pasar a los transeúntes de la calle Serrano, se percató de que un hombre muy bien peripuesto con su elegante traje le miraba atentamente. Gutierrez, para su interior pensó: "¿Ves? Esto sí que es un español de bien, y no esos vagos que vienen a jodernos más de lo que ya estamos. Los que van a levantar el país son los empresarios, no esa clase que se presume obrera y que viven de no hacer nada mientras a los demás nos fusilan a impuestos." Nada más terminar de pensar esto el hombre elegante que presumiblemente era el gerente de alguna de las muchas empresas que había por la zona, se acercó a el y le tiró una moneda de cincuenta céntimos a la cara con desprecio, en tanto que le susurró con contenida iracundia: "Tome esto y lárgese de aquí estúpido mendigo, que contaminas visualmente la calle con sus pintas de pordiosero." Gutierrez tomó la moneda del suelo, y se marchó.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Pobre negro, o el hombre invisible

 Tanto los acontecimientos como las personas son pasajeros. Al igual que el tiempo avanza inexorable hacía nadie sabe dónde partiendo de un origen incierto, hay personas que simplemente están durante un determinado momento en un sitio, mas luego desaparecen sin dejar rastro de su paso como por embrujo. Al principio, todos recuerdan que efectivamente estuvo ahí, pero según el tiempo avanza, llega un momento que todos parecen olvidarse hasta que llega otro personaje que lo sustituye y vuelta a empezar. Siempre es lo mismo: un constante flujo con sus idas y venidas, acontecimientos y personas se turnan en este eterno devenir hasta que llegue un instante en el que todo se detenga para siempre. Quizás eso sea lo que equilibre la balanza cósmica, el hecho de que todos pasamos por este mundo y lo dejamos de igual forma cual si nunca hubieramos estado ahí.

Algo parejo ocurrió una buena mañana en la esquina de un supermercado que da con una salida de metro en Antón Martín, una esquina donde antes hubo mucha otra gente, la mayoría mendigos alcoholizados debido a sus desgracias, pero cuyo recuerdo ya sólo forma parte de la memoria universal de algún ente celestial. Ahí, justo ahí, en una esquina plagada de mugre y de cenizas de cigarrillos apagados con el agua de la lluvia, se aposentó un hombre. Se mudó con todas sus pertenencias, podría decirse que hizo toda una mudanza pues llevó consigo dos bolsas, cajas de cartón, un colchón que encontró en alguna basura y unas mantas desgastadas.

Cuando llegó, nadie pareció haberse dado cuenta. No recibió bienvenida alguna de sus vecinos, y quienes entraban al supermecado que tenía justo al lado rara vez se dignaban a mirarle. Eso le confería cierta intimidad, y a su modo de ver, cierta dignidad también porque repentinamente adquirió el súperpoder de la invisibilidad. Aprovechando esa nueva habilidad adquirida, se desplazaba pocos metros más adelante para hacer sus necesidades y dormía con la boca abierta en tanto que millares de personas entraban y salían del supermercado ignorantes tanto de su presencia como de su existencia en el sentido más literal de la expresión.

Pasaba sus días sentado como si estuviera meditando, con la cabeza mirando al suelo escrutando con los ojos el asfalto, mas con los pensamientos sobrevolando toda la zona, observando a los transeúntes que no le veían desde las alturas. Rara vez decía algo, y cuando lo hacía nadie le entendía. Hablaba un idioma de una complejidad que escapaba a la lógica aristótelica en tanto que emitía una especie de gruñidos y de aspavientos que parecían típicos de algún ritual de antaño. Los pocos mendigos que tomaron escaso contacto con él decían que provenía de la África profunda, algunos incluso se arriesgaban a decir que era de Nigeria o de Níger, pero debido a la ignorancia occidental en lo que se refiere a la geografía africana nunca quedó del todo claro este asunto.

Él tampoco hacía nada por esclarecer estos asuntos, era una tumba silenciosa que se había tomado muy en serio su papel de hombre invisible. No hablaba con nadie, y nadie hablaba con él simple y llanamente. Esto, claro está, fue durante los primeros tiempos en los que se aposentó en tal esquina, puesto que según avanzaban los días fue paulatinamente dejando de lado su mutismo místico, y comenzó a alzar el rostro para otear lo que había a su al rededor. Fue entonces cuando se percató de la presencia de tan número de gentes que recorrían la zona día tras día, saliendo y entrando del súpermercado, entrando y saliendo del metro, o simplemente yendo y viniendo de la calle. Su paso errático le causaba perplejidad, le tenía atormentado. En cierto modo le recordaba a su ciudad natal, donde la gente acudía y se iba en mareas sucesivas, siempre con un semblante cargado de espanto debido a la situación de su país. Motivo por el cual, el decidió largarse, desaparecer del lugar donde se había críado para reaparecer misteriosamente en una esquina olvidada en Antón Martín.

La gente especulaba, murmuraban rumores como la ardilla o la rata que mordisquea algo con paciencia, que aquel africano invisible llegó de las pateras. Nadie tenía del todo claro que era aquello, algunos decían que era una especie de crucero barato en el que un grupo de personas acudían desesperados para habitar los escondrijos del país, otros apuntaban a que se trataba de una especie de aventura en el par como ocurría en las leyendas y sagas antiguas, pero sólo los más intuitivos y avispados indicaban que se trataban de maderas, plásticos o hierros oxidados que flotaban en el océano, y que trasportaban con ellos a unos extraños personajes que pasaban de considerarse refugiados a inmigrantes. Este último estado permanecía inalterable por los siglos de los siglos, a pesar de haber vívido en un habitáculo durante generaciones, siempre se señalaría a esa persona como un extranjero, un inmigrante aunque hubiera nacido y se hubiera críado en susodicho país una vez que sus ancestros recorrieron la travesía marítima de las pateras.

Obviamente, nuestro hombre invisible no contó nada sobre este asunto. Esto sólo eran especulaciones del rumiar de las gentes, escasos comunicados que les llegaban desde diversas pantallas porque nadie lo había vívido en sus propias carnes. Sin embargo, en los ojos vidriosos que alguna vez decían más que las palabras, cuando una luna llena plagaba con su fulgor las calles de Madrid, un resquicio de las pateras parecían retornar a la memoria de nuestro protagonista ¿Quién sabe? Quizás durante aquellos instantes de la noche él recordaba aquella travesía en la que estuvo a punto de morir, puede incluso que los semblantes de todos los circundantes se transformasen en rostros de seres queridos, amigos y conocidos que jamás volvería a ver. Era durante esos instantes cuando el silencio del hombre invisible era más pesado y más profundo. Entonces, una voz del pasado acudía a su garganta, que se sacudía con frenesí en vías de liberar algo que llevaba enterrado en su interior desde hace demasiado tiempo. Así, pues, se levantaba repentinamente y comenzaba a cantar, dando palmadas para dotar de ritmo a su inhóspita canción, y cada vez iba alzando más la voz hasta acabar casi a gritos.


Cuando aquello ocurría, la gente se desplazaba, alejándose de su perimetro y le miraban con temor y sospecha, algunos incluso con un odio furibundo. Estos últimos eran quienes se molestaban en buscar, o en su defecto llamar, a algún agente de la policía para que impusiera su autoridad. Normalmente los policías nunca iban solos, lo hacían en grupo cual manada de hienas que encuentran una presa fácil tras haber sido advertidos por otros animales. Por primera vez, parecía que alguien se percataba de la existencia del hombre invisible, y le señalaba con su dedo índice en tanto que alzaba la voz para exigirle que se callase. Por un momento, eso dejaba asombrado a nuestro hombre, abría mucho los ojos con una sorpresa que iba mutando poco a poco en temor. Mas, sin saber por qué, eso no detenía su canción sino que la aumentaba. Quizás, de forma inconsciente, era una forma de espantar a los malos espíritus de la noche. Finalmente, los policías sacaban sus porras y empezaban a golpearle con saña y furia, del mismo modo al que sus progenitores lo hacían cuando ellos eran niños.

A la mañana siguiente, se sentía revivir cual si su cuerpo se tratase de una cáscara que hubiera permanecido vacía durante la noche, mientras su espíritu en viaje astral hubiera sobrevolado el inmenso continente africano, rastreando con su mirada espiritual aquellos lugares que le eran conocidos de su infancia, mas que al recorrer con sus alas espirituales el mar que separaba África de la península española, hubiera visto a otros que como él en el pasado se embarcaban en los azares marítimos. Esa imagen le despertó repentinamente, y un rayo solar atravesó sus almidonados ojos para que retomase conciencia de su yo corporeo. Cuando así lo hizo, se notó muy dolorido puesto que su cuerpo se encontraba magullado y plagado de moratones.


Para cerciorarse de todos los golpes que había recibido la noche anterior antes de su viaje astral, se levantó y contempló a sí mismo en un charco de agua estancada que había poco más adelante. Ahí pudo ver mas o menos su semblante que también se encontraba bastante machacado por los golpes de las porras policiales. Digo más o menos porque el susodicho charco estaba plagado de meadas, de ceniza de cigarrilos y de cagadas de palomas, lo que dificultaba que uno pudiera observarse en él con la debida nitidez. Por eso dió por perdido una indagación atenta de sus heridas, y se dirigió de nuevo a su mugrosa esquina acostumbrada.

Ahí se quedo sentado durante horas, inmóvil y sólo alzando la mirada cada cierto tiempo para observar cómo el sol iba atravesando los edificios hasta que llegara su ocaso. Antes del mismo, una moneda de cincuenta céntimos se posó sobre sus píes, y cuando alzó su mirada para averiguar su procedencia sólo pudo ver a una vieja arrugada que susurraba: "Pobre negro, pobre negro..." Hasta que se fué, o mejor dicho, desapareció puesto que su paso fue dejando una estela que poco a poco se iba transfigurando hasta que fue consumida por la noche que debido a la oscuridad reinante hizo de la existencia de la vieja un ente pasajero.

Y, de nuevo, la noche. Y otra vez a pensar, a recordar y a devanarse los sesos sobre imposibles que jamás retornarán. En esta ocasión, apoyó su cabeza magullada sobre el muro sucio de la pared, y mirando al cielo nocturno pensó acerca del campo de refugiados. Ese era otro de los lugares que participaba del cuchicheo de las gentes como ocurría con las pateras, y donde se daban varias hipotesis sobre su esencia. Parecía haber un consenso donde todos decían que eran lugares donde se reunían los supervivientes de las pateras, y ahí permanecían un tiempo incierto hasta que los llevaban a otros centros, y así sucesivamente. Nuestro hombre recordaba una serie de carpas azules desgastadas, gente riendo y llorando, todo a la vez, desesperados e incomunicados, donde no se comprendía nada pero que aún así había cabida para la esperanza. Luego, también recordaba que de ahí le llevaron a una pequeña carcel, donde la esperanza dió paso a la incertidumbre constante, lugar del que se escapó para atravesar kilometros y kilometros con sus pies doloridos y cargados de callos sobre el asfalto hasta llegar a Antón Martín.

Al tiempo, se enteró de que había unos lugares donde daban comida gratis. Sin embargo, con el tiempo supo que en algunos de estos lugares le pedían identificación. Cuando esto ocurría sólo sabía responder "Soy yo" a todas las preguntas, lo que ocasionaba que quién le atendía pusiera unas muecas raras y que diera a un botón tras haber hablado con una voz a través del telefono. Sabía que cuando esto pasaba tenía que salir por patas, porque ya aparecerían los policías con sus porras para pegarle, e incluso apresarle en otra grisacea y triste cárcel. En verdad agradecía que los policías de aquella noche sólo le hubieran pegado una paliza, y que se fueran dejandole ahí solo, porque si se lo hubieran llevado probablemente tendría que haber empezado desde el primer punto para terminar en la misma indigencia en la que se encontraba.

Mas, retornando al asunto de los lugares donde daban comida gratis, había otros donde no pedían identificación. Esos parecían ser llevados por unos tipos excentrícos que hacían una especie de desfile donde marcaban sus pasos con el retumbar de los tambores, y que tenían las estancias de sus hogares cargadas de alfombras y con unas deidades en sus paredes. En sus puertas se apiñaban sumos mendigos que se empujaban entre sí, algunos hasta gritaban frenéticos palabras inenteligibles pero que dejaban traslucir una mezcolanza de alegría porque no les pidieran identificación y de desesperación por el hambre que tomaba forma en sus estomágos rugientes. Algunos, incluso, impacientes comenzaban a dar puñetazos aleatorios en el aire, de los cuales algunos llegaban a los que estaban delante, lo que provocaba constantes peleas y disputas de las que nadie sabía a cuento de qué habían surgido.

No obstante, nuestro hombre pasaba de ese tipo de conflictos, hasta el punto que cuando le llegaba algún puñetazo gratuito lo aguantaba estoico, incluso le daba cierto placer cuando susodicho golpe le acertaba en una herida a medio curarse, o en un moratón que todavía contenía pus que entonces se liberaba en vías de coagularse, puesto que él se imaginaba que aquello era una especie de masaje. Pero, dejando de lado tales ensoñaciones de nuestro personaje, finalmente podía acceder a la comida. Esta se encontraba encerrada en un cartón reciclado, y tenía agujeros en la tapa para evitar que el vaho dejase la comida aguada. Normalmente esta comida era un arroz amarillento con un sabor muy fuerte, que en cierta medida recordaba a nuestro hombre a la gastronomía de su tierra natal, tan codimentado... Hum ¡Sabroso!

Con una sonrisa de oreja a oreja, regresaba a su esquina y se aposentaba sobre su carcomido colchón, espantaba a las cucarachas y a otros insectos de las mantas, y se tumbaba como un rey en su hogar. Sin embargo, esta sonrisa de momentánea satisfacción iba desvaneciendose paulatinamente según iban pasando los días hasta que adquiría un carácter indefinido, y su mirada que al principio estaba vidriosa de alegría, iba mutando poco a poco hasta que las lágrimas descendían hasta atravesar sus mejillas ¿Por qué lloraba? Nadie podía saberlo, quizás recordaba las penalidades que tuvo que pasar, o puede que también le desesperaba aquel extraño poder de ser invisible. Otras veces reía sin saber por qué, y su risa sonaba amarga en la distancia como el aullido de un lobo solitario que se había separado de la manada y que se había pérdido en la espesura de un inmenso bosque.

Así se sentía en cierto modo, pérdido en un bosque de edificios donde los espíritus recorrían errantes la noche, y que cuando la luz del sol coronaba la contaminación del cielo, se transformaban en seres pálidos de ojeras marcadas que no eran capaces de verle aunque mirasen en su dirección. Aquello, poco a poco, fue convirtiéndose en una pesadilla que se estaba alargando demasiado, su mutismo primigenio dió paso al enfado, el cual tenía como resultado que susurrase insultos dirigidos a la humanidad en su conjunto. Pateaba el suelo con un cabreo evidente para ver sí lograba formar un agujero lo suficientemente profundo que lo conduciera al infierno, puede que en tales fosos abismales la existencia fuera muy ardua, mas fabulaba con la idea de que incluso ahí no sería tan penosa como la que a día de hoy vivía. Por eso insistía en hacer de su desdicha una fuerza inusitada, con la potencia suficiente para llevarle al infierno que le habían contado los curas en su aldea natal.

Y para colmo de todo, una tarde apareció un tipo que hablaba con un acento muy raro y que comenzó a grabar toda la zona con una cámara. Su mera presencia le hizo sentirse muy cabreado, pero más lo estuvo cuando se acercó a él apuntando con el objetivo de su cámara. Se sintió un animal de circo al que estaban invadiendo su intimidad para el entretenimiento de unos espéctadores invisibles, así que se levantó y empezó a increpar al tipo señalandole con el dedo y amenazándole. El otro, no se quedó atrás y le respondió de igual talante, como si tuviera derecho a grabar lo que quisiera.

- Este es un espacio público, puedo grabar lo que me dé gana -dijo, y continuó- No eres ningún tipo de autoridad para decirme si puedo grabar o no, tengo derecho.

- Que te jodan, que te jodan, que te jodan... - le respondió nuestro protagonista en un frenesí de insultos- Vete a la mierda jo puta, que le den a ti y a tu madre. Vete a tu puto país, extranjero de mielda.

No sabía por qué dijo esto último, pero le salió espontánemanente de su alma de la forma mas natural. Cuando el otro se hubo ido, se sentó cruzado de brazos, todavía con las sienes palpitantes de la ira que le invandía. No comprendía la razón que se ocultaba, el por qué todo el mundo podía permitirse hacer lo que quisiera mientras que él no podía realizar el más mínimo movimiento. Las escasas veces que las gentes se percataban de su presencia siempre eran para amonestarle por una cosa u otra, a veces simplemente por existir y estar ahí en ese momento. A excepción de la vieja aquella que le había tratado con condescendencia diciendo aquello de "pobre negro" todos los demás sólo sabían o ignorarle, o recalcarle cuanto sobraba en este mundo.

Cuando se hubo calmado, y sus venas se habían temblado, comenzó a darle vueltas a lo que le había dicho a aquel hombre. No entendía de dónde habían nacido aquellas palabras, mas probablemente él mismo las hubiera oído por ahó, puede incluso que también se las hubieran dicho a él mismo. Aquel hombre tan poco educado que comenzó a grabarle sin su permiso era extranjero como él, provenía de otro lugar pero eso no le eliminaba de susodicha categoría. No era tan oscuro, tenía otro acento, otras facciones pero para los nativos del lugar seguiría siendo siempre un extranjero como le ocurría a él. Lo único que les diferenciaba es que uno vestía mejor y cargaba con una cámara, y que él estaba tirado en un colchón mugroso con la ropa agujereada de siempre. Mas, sin quererlo, él había tratado a ese hombre como los demás le trataban a él, y aunque seguía pensando que tenía la razón en aquella disputa que alteró por unos minutos toda aquella calle, el que tales palabras salieran de él le dejo más mudo de lo que acostumbraba a estar.

De repente, se derrumbó. Tanto que aquella noche no alzó su semblante para contemplar el fulgor pálido de la luna, y se quedó observando sus zapatos desgastados que ya estaban prácticamente inutilizables. Pudo vislumbrar a través de los claroscuros cómo era que salieran pepitas húmedas sobre sus pies, se preguntó la razón de la aparición de tales humedades ¿Estaría lloviendo? indagó en sí mismo, levantando la mirada por vez primera durante aquella noche. Pero no, estaba completamente despejado, no había ni una sola nube en el cielo.

Cuando sintió que aquellas humedades estaban esparcidas por todo su rostro, cayó en la cuenta de que otra vez estaba llorando. Tan acostumbrado estaba al paso de sus lágrimas, que se había inmunizado a su presencia, de ahí su perplejidad cuando repentinamente advertía que estaban ahí coronando su semblante y cayendo enloquecidas a su al rededor. Qué extraño era todo aquello pensó, y continuando su instrospección empezó a preguntarse si no se había hecho invisible para sí mismo también, si a tanto había llegado su poder que ya le estaba afectando a él mismo. Si así fuera, llegaría un momento en el que se desvanecería, porque quién no es observado por los demás puede vivir de algún modo, pero quien ya no es consciente de su propia existencia va dejando paulatinamente de existir, se va deshaciendo en su inexistencia hasta que se desvanece completamente cual si un huracán inmaterial le hubiera atravesado.

Y así terminó pasando, aquel hombre invisible perfeccionó tanto su poder que acabó por desaparecer totalmente. Ya nadie volvió a atisbarle por ahí, era como si al final el suelo se hubiera hundido y se hubiese caído al abismo de algún imaginario infierno. Al comienzo, los pocos que le vieron de soslayo se preguntaron hacía dónde había ido aquel hombre, mas con el tiempo incluso aquellos se olvidaron del asunto, y la efímera existencia de aquel "pobre negro" pasó sin pena ni gloria, inadvertida por los habitantes de aquel Antón Martín de Madrid.

Sin embargo, el que escribe esto sí que se acuerda, fue uno de los traseúntes que vieron la disputa entre el extranjero que grababa y el hombre invisible venido de África, y tal y como lo recuerda aquí lo deja por escrito para que aquellos que lo lean puedan hacer al menos durante lo que dure la lectura un poco visible a aquel hombre cuya existencia pasó inadvertida como la de tantos otros que viven en las calles, y que repentinamente y tal y como aparecen, desaparecen. 

martes, 22 de octubre de 2024

Africano blanco, el loco

 En las profundidades de la sábana africana, en una aldea que estaba prácticamente apartada de lo que los occidentales consideran civilización, había un pueblo que mantenía como podía sus costumbres ascestrales. Se decía que adoraban a una serie de dioses que vinculaban con elementos de la naturaleza que les rodeaba, y aunque algunos de ellos eran musulmanes, vinculaban a ese Dios absoluto denominado Allah como una suerte de emanación de la natura que aunaba a todos los dioses tradicionales de tal cultura, de tal manera que no había mucho conflicto interno, y menos por asuntos religiosos. No se podía decir lo mismo respecto a los vecinos, frente a los cuales había cierto recelo pero que normalmente se resolvía consultando al oráculo que era interpretado por los ancianos que casi siempre les recomendaba resolver estos conflictos mediante la negociación o la transacción comercial gracias al trueque.

Antes de la llegada del hombre blanco y sus imposiciones, la aldea Hiek era seminómada debido a que sus desplazamientos y asentamientos dependían de la estación del año, a las temporadas de lluvia o a la sequía, en las cuales basaban el estar asentados en tal o cual lugar dependiendo de si la naturaleza les pedía quedarse en una zona, o si en su defecto, debían partir hacía otra. Mas, una vez que fue el hombre blanco quién se asentó, mediante las normas que dictaminaron misioneros, jueces y auto-proclamados gobernadores, estos les obligaron a asentarse en un mismo lugar, a desarrollar una agricultura y una ganadería artificial, como también a limita la caza a una determinada zona debido a que las restantes se destinaron al turismo de los blancos, que organizaron safaris, recreaciones exóticas de la vida salvaje y sus propias partidas de caza con la ayuda de algún miembro de la aldea al cual pagaban un reloj oxidado, o algo por el estilo.

Al principio, esta situación provocó toda una revolución para conseguir la ansiada libertad, sobre todo por la casta de guerreros de la aldea, mas quizás debido al dominio de una técnica que los blancos desarrollaron para matar, estas rebeliones fueron sofocadas y los guerreros asesinados o vendidos como esclavos que se llevaron a lejanas regiones. Debido a estos resultados, el pueblo Hiek se encontraba bastante desalentado, sometidos a un poder que les resultaba desconocido, y que muchos interpretaron como un castigo de sus dioses o de Allah por las acciones de los antepasados, que injustamente arrastraban al ser los herederos de sus tierras. Esa parecía ser la única explicación que encontraban al comienzo, mas con el tiempo se dieron cuenta que la razón de tal injusticia no estribaba en un pecaminoso legado, sino mas bien en la avaricia y sed de poder de aquellos hombres desteñidos.

Un día, apareció otro hombre blanco en las profundidades del bosque. Mas este, era diferente de los demás, lo único que le hacía semejante era el color de su piel pero lo restante le diferenciaba bastante. Tampoco era albino, pues las gentes del poblado lo hubieran identificado como tal por sus rasgos, o por el mero hecho de que se conocían a pies juntillas los miembros de la aldea y sabrían si recientemente una mujer habría alumbrado a un albino. Aquel hombre era sin duda blanco, pero no actuaba como los blancos. Tenía los rasgos de los blancos, una nariz pequeña y fina, unos labios invisibles, pelo claro y unos ojos verdosos, y poco más. Sin embargo, su comportamiento era cuanto menos extraño, indescifrable tanto para la gente de la aldea como para los otros blancos que les forzaron a ser colonizados.

Cuando apareció entre los altos arboles, este realizaba movimientos raros en tanto que hablaba en un idioma desconocido que les recordaba a algunos de ellos al árabe, pero cuyo sentido integro se les escapaba. Parecía que danzaba abriendo mucho los brazos y separando las piernas cuanto podía, en tanto que miraba en dirección al cielo y abría mucho la boca en una especie de súplicas a algún dios desconocido. Otras veces, se paraba en seco y se quedaba ergido en el mismo sitio durante horas mientras miraba hacía ninguna parte. Unos decían que su mirada se concentraba hacía el horizonte, otros hacía la aldea, mas con el tiempo supieron que no miraba hacía ningún lugar determinado porque su visión parecía perdida en aras a otra dimensión.

Con el tiempo, el hombre blanco loco como algunos le apodaron, comenzó a acercarse cada vez mas a la aldea hasta que se convirtió en un integrante mas de la misma. Cuando estuvo inserto en la misma, los otros hombres blancos le interrogaron en su idioma pero este no respondía a ninguna de sus preguntas, incluso usaron de un interprete de la aldea para que le tradujera al idioma del poblado su mensaje, mas tampoco parecía comprender el idioma de la aldea. Tras insistir algunos días, recurriendo incluso a la violencia física al igual que hacían con los integrantes del poblado que se negaban a responder y que sospechaban que intentaban desarrollar algún movimiento de resistencia, le dejaron en paz y le soltaron por la aldea como quien libera a un perro rebelde.

Cuando este hombre blanco estuvo otra vez andando libremente por el poblado, volvió a actuar del mismo modo, es decir con sus bailes extraños y hablando en aquella lengua desconocida mirando hacía nadie sabe donde. Así continuó durante algún tiempo, y con este transcurso, algunos aldeanos le cogieron simpatía quizás porque sentían empatía ante su situación que tan semejante les parecía a la suya al no contar con la camadería respecto a los otros hombres blancos. Además, al final este tipo vivía en el poblado como uno más, y aunque no colaboraba activamente en la explotación de la tierra y de los animales, sus locuras y sus movimientos extravagantes les hacía más llevadera la situación de esclavitud en la que estos se encontraban.

Hasta cierto punto esto beneficiaba a los colonizadores porque suponía un entretenimiento pasajero que les servía para que continuasen trabajando para ellos sin tanta queja ni desvanecimientos, pues como en sus escasos ratos libres se entretenían observando las extravagancías del hombre blanco loco, por paradójico que pudiera parecer esto les animaba a seguir con vida a pesar de su penosa y precaria situación.

Todo continuó así hasta que en determinado días tras el paso de algunos meses, alguna gente procuró dar una interpretación a la presencia de aquel hombre blanco. Los aldeanos se reunían en torno a él con cada vez mayor frecuencia, incluso en las horas de trabajo, y se quedaban absortos en sus desplazamientos y movimientos, casi hipnotizados cual si buscasen la interpretación de algún surrealista sueño. Especialmente por las noches se formaban inmensos coros, en los que además se añadía una fogata para que aquel hombre tan raro se desplazara en circulos al rededor de la misma, usando de sus manos como si fueran castañuelas, y de sus brazos cual jabalina que se inclinaba en dirección a las llamas, siguiendo su ascenso hacía inhóspitos e invisibles lugares.

Al final, algunos aldeanos decidieron consultar tal situación a los ancianos que eran quienes interpretaban el oráculo y mantenían vivas las tradiciones, y pese a que las acciones de estos se encontraban acotadas por las reglas establecidas por los misioneros, aún actuaban al margen de esa ley que ellos por motivos obvios consideraban lejana y con la cual no se identificaban. Pero como iba diciendo, finalmente optaron por compartir lo que sabían de aquel loco con los ancianos, y tras largas deliberaciones con el oráculo e interpretando las indicaciones del mismo, llegaron a la conclusión de que aquel blanco era la reencarnación de un dios menor que todavía no había sido identificado con algún elemento en concreto, mas que venía en ellos para indicarles que en el porvenir se darían cambios en su modo de vivir.

Las gentes de la aldea consideraban tal interpretación un tanto vaga en tanto que estos cambios ya se dieron forzosamente con la llegada de los primeros hombres blancos, que les trajeron unos papeles prensados en una tapa y que les dijeron que ahí vivía un dios, lo que posteriormente fue convirtiendose en una obligación una vez que vinieron otras clases de blancos, unos uniformados y otros cargados por una pesada toga que les comunicaron que sus tierras ya no eran suyas y que debían obedecerlos por mandato de unos lideres que ellos ni conocían ni reconocían, pero que se vieron obligados a seguir debido a la represión que estos ejercieron. Mas, por otro lado, los aldeanos pensaban respecto a la cuestión de la aparición del otro hombre blanco: ¿Quienes somos nosotros para discutir las decisiones del oráculo interpretado por los ancianos? Si este es el mensaje que han descubierto en relación a este asunto, algo de verdad habrá en ello. De lo contrario, ¿Para qué nos lo hubieran dicho de tal manera entonces? No tendría sentido.


Después de estas consideraciones, los aldeanos aceptaron la presencia de ese blanco loco como algo natural, como un designio que nadie podía comprender pero que debía respetarse. Cada vez se sintieron mas cómodos en su presencia, se acostumbraron a sus movimientos gratuitos e incluso se sentaban a su lado y le invitaban a comer lo que ellos mismos habían cultivado sin su ayuda, como también la carne de la matanza tras terminar determinados ritos, o le daban de mascar hojas, y si en su defecto encontraban los cigarros a medio fumar de los guardias blancos, le ofrecían algunas caladas. Comenzo a darse una suerte de camadería entre ellos, y aunque no podían comunicarse ni entenderse ya sea con la palabra o con los gestos corporales, sentían que podían comprenderse desde un sentido interno que podríamos determinar que era una especie de intuición que se fue desarrollando con el paso del tiempo.

Esta situación fue incomodando a los colonizadores por diversos motivos, el más directo era que ese blanco bailarín distraía a los aldeanos de sus tareas de explotación, lo que hacía que se pudiera exportar menos materia prima a sus países, mas también otro motivo quizás mas indirecto, o al menos implícito, que les irritaba era la familiaridad y el trato cordial que se ofrecían mutuamente. Mientras que ellos trataban a los habitantes del poblado peor que a los animales y no tenían intención de comunicarse o de hacerse entender, este otro blanco sin necesidad de una comunicación directa les trataba como iguales. Es decir, lo que les daba rabia era que ese blanco considerase a los aldeanos como personas, que no les tratase con violencia y que encima la gente lo aceptase como algo natural.

Tal situación llegó a su cúlmen cuando en una de las celebraciones rituales, los aldeanos hicieron participe de las mismas al hombre blanco loco, incluso le pusieron una corona y en el desenfreno producido por el alcohol natural, se animaron a bailar con el imitando sus movimientos a la perfección. Además, sorprendentemente, este blanco rindió tributo a los ancianos adoptando una postura inclinada en su dirección, lo que congratuló a estos ya que por primera vez pudieron entenderse explícitamente entre sí, acotando así las distancias que parecían que les separaba en un principio.


Obviamente, para los otros blancos, esta situación fue el colmo porque para ellos suponía que uno de los que compartía la tonalidad de su piel se doblegaba al poder de aquellas gentes, lo que indicaba que se hacía semejante a ellos. En su opinión, eso no podía tolerarse y tenía que detenerse lo antes posible de cara a que quizás con la simbología que se derivaba de tal situación los habitantes de la aldea les perdiesen el respeto pensando y actuando como si todos fueramos iguales cuando según ellos pensaban eso no podía ser así de ningún modo. Era su civilización la que había aplastado a la otra, su modo de vida y sus cosmovisiones eran superiores porque habían logrado imponerse, no podía tolerarse en lo más mínimo acciones semejantes. Aunque lo más obvio era pensar que, encima teniendo esto en cuenta, les distraría de sus obligaciones haciendo que el trabajo fuera mas lento. Un esclavo no podía ser feliz de modo alguno, la felicidad les podía hacer pensar en la libertad porque incrementaría su ansía de soñar.

Así que, debido a esta situación, un día los aldeanos encontraron el cádaver del hombre blanco. Por los rastros de sangre coagulada que se encontraban en su cuerpo y los signos de violencia que auguraban, dictaminaron que había recibido una gran paliza antes de morir, después de darle de palos hasta agonizar, le habían subido a un árbol, y con una cuerda, le habían ahorcado cortándole la respiración hasta morir. Los guardias blancos se desentendieron del asunto, y al igual que ocurría cuando encontraban a un nativo muerto, encima echaron la culpa a la gente de la aldea diciendo que habían sido ellos quienes le habían matado. Mas todos sabían que en modo alguno era así, ya se olían las ganas que tenían de acabar con la vida del blanco loco en las miradas de iracundia que los guardias le echaban en cuanto le veían pasar. Sabían que habían sido los colonizadores quienes le habían asesinado como también hacían con los miembros de la aldea en cuanto se les encaprichaba por el motivo que fuera.

Ante el cádaver, uno de los ancianos mayores caminó en su dirección y situó su bastón sobre su frente, declarando las siguientes palabras:

- Este es un designio. Quiere decir que en el futuro los blancos seguirán matándose entre sí por diferentes motivos, ya sean debidos a sus ideales o a la envidia que nace de todo poder. Para nuestro pueblo esto implicarán cambios en lo sucesivo, han llegado los tiempos finales que darán cabida a otro tipo de comienzos, se abrirá el camino a una nueva era que supondrá un salto en el conocimiento respecto a lo que hasta ahora pensabamos. Ya en lo que respecta a este hombre blanco que ha sido asesinado por cuestionar su carencia de color, a partir de ahora dejará de ser denominado "hombre blanco loco" para pasar a ser "africano blanco" Será el primero y el último que tendrá susodicho nombre entre nosotros al tratarse de la reencarnación de un dios menor como dictaminó el oráculo. Así sea dicho.

Finalmente, optaron por enterrarlo siguiendo los pasos rituales de su propia tradición, y a a los años, desenterraron su cadáver para extraer su cráneo y ponerlo sobre la pila que componía las restantes cabezas de miembros pasados de la aldea. Concretamente sobre aquella que hicieron en honor a todos los asesinados por el colonialismo, y que marcaron con una señal de arcilla roja para hacerlo identificable en los años sucesivos. Ahí quedaba el legado de todos aquellos que sufrieron tal tremenda injusticia durante el proceso colonial que resultaron muertos a consecuencia del mismo debido a que unos hombres blancos que consideraban que tenían el derecho de oprimir a las gentes decidieron un día imponer sus costumbres a la fuerza, provocando innúmerables muertes que nunca podrán recuperarse.

Y aquel cráneo marcado con arcilla roja era del único blanco que fue victima del colonialismo, y que por ello, fue rebautizado de hombre blanco loco a africano blanco.


martes, 1 de octubre de 2024

Desde el abismo: Una colección de poemas

 - En las noches oscuras pequeños seres

susurran bajo las almohadas 

de los melancólicos soñadores

palabras que no es posible reproducirlas.


A veces son dulces como nanas,

otras son tan crueles que saltan lágrimas,

mas todas ellas encubren la manifestación

de espíritus de otras épocas.


Se estremecen los durmientes con tales

enígmaticas sílabas de un idioma

que desconocen durante el día,

pero que en la noche interiorizan.


Así en sus sueños emergen extrañas

formas que se contorsionan adoptando

posturas imposibles y secretas muecas 

que adolecen al ser reinterpretadas.


Negras sendas caminan en la onírica

que les conducen a goces infernales,

tornándose lo que al principio

era plancentero en una eterna pesadilla,


de las manos de hermosas hadas

rescatan suculentas ambrosías

que al rato de ser degustadas

se convierten en caducas pócimas.


Tiemblan los cuerpos, se quiebran

las almas consagradas al culto

de lo impío y de lo blasfemo,

de la lujuría y de la curiosidad inquieta.


Nada de esto recuerdan al despertarse,

a excepción de una amarga sensación

que les recorre la mente y que no se

desvanece hasta la caída en la ilusión del día.


- A Lucifer


En el cielo del Cielo andaban volando

innúmerables ángeles, pero quizás

el que más destacaba por belleza

y agudeza a la par era uno llamado

Lucifer, cuyo único defecto a ojos

del Absoluto que todo lo gobierna

era su picaresca y rebeldía.

Mas a pesar de ello, era el predilecto

por hermosura y gallardía, algo

que no sólo demostraba en su presencia

sino también lo cobijaba en su interior

destacándose de sus hermanos

demasiado iguales, demasiado obedientes.


Sin embargo, en un día sin tiempo

de la eternidad, el Rector principal 

decidió crear a unas criaturas llamadas

hombres, lo que produjo una sensación

de recelo y de melancolía en Lucifer

ya que le recordaban lo peor que tenía él:

una curiosidad innata y una tendencia

a escalar cumbres vetadas.

Y así, los rechazó, se negó a tener

que cargar con ese mal recuerdo

que arrugaba sus facciones,

sometiéndole a una desdicha 

que le haría adquirir un comportamiento

deleznable, dejaría de ser ejemplo

para los restantes ángeles.


Esta contrariedad desde la creación

hizo que quisiera ascender cotas

que le estaban veladas para alejarse de ellos, lo que a la larga sin extensión

oscureció su semblante, trastocando

su valía interna en temeridad lo cual

entristeció enormemente a Dios

puesto que tenía grandes esperanzas

en el porvenir infinito de su predilecto.

Tras largas deliberaciones al final

le dijo: "Será mejor que te vayas de aquí

y que a partir de ahora tomemos

caminos aparentemente distintos,

y ya que tanta molestia te causan

los hombres, vive con ellos y algunos

te adorarán a ti, y otros, a mí."


Al principio, Lucifer se negó, gritó

exasperado por tamaña decisión

que le alejaría de su Señor, mas

finalmente optó por aceptar

tan doliente propuesta, así

que se suicidió desde lo alto de los cielos

para acabar cayendo donde habitaban

las extrañas y pérdidas criaturas.

Desde entonces, aquí vive ayudando

a los hombres en la medida 

de sus posibilidades, siendo aceptado

y negado desde diferentes enfoques,

mas a pesar de ello, cuando estos seres

mueren, a sus más queridos entre ellos,

los lleva ahí donde reside Dios, y les dice:

"Ojalá logres vivir aquí durante mucho

tiempo, si es así dile al que está

en el trono que me haga volver.

Pero si te hacen descender por sus

designios divinos, yo aquí te esperaré

para que nos lamentemos juntos."


- Pocas cosas me placen tanto

como el encerrarme en mi habitación,

clasurar los párpados y hundirme

entre almohadas para dormir.


Esto no lo hago ni por pereza

ni por mera holganocería, sino mas bien

porque mis tristezas internas son tantas

que la oscuridad de mi cama me reclama.


No se trata de una banal búsqueda

del descanso, es lo que se produce

cuando se cierran los ojos en la noche

y las horas pasan sin advertirlo.


Es así cuando algo divino

se comunica con mi mente y produce

aquello que denominamos sueños,

elevándome a abismos muy altos.


Durante ese tiempo arrebatado

por ignorada e inconsciente inspiración,

nace otro yo, otra habitación, otros cielos

invocados por ángeles caídos de eternos tiempos.


Acudo al mundo de los sueños

como quién corre tras una esperada

cita, un encuentro tan sanador

como pailativo para almas atormentadas


Las melancolías se disipan, los rencores

se olvidan y se da cabida a oníricos

misterios que mantienen a corazón

y a imaginación cautivadas.


En el sueño nada me perturba, todo es

tan natural como la luna que alumbra.

Sólo temo el final de tal dicha,únicamente espero que se eternice para no despertar nunca.


- Cuerpo ardiendo, sudor frío.

La cama está empapada

de divagaciones exquisitas.


Visión nublada, voz quebrada.

Un mundo incomprensible

que sólo da pie al desconocimiento.


Pasos temblorosos, miembros inquietos.

Desconozco el final de la senda,

y del principio ya no me acuerdo.


Mareo corporal, mente abismal.

La quebrada insondable

sólo puede conducir a lo ilimitado


Ojos llorosos, sentimiento contenido.

Ya no reconozco quién soy yo,

y los demás parece que tampoco.


Cuando atenaza la enfermedad,

y uno se acostumbra a ella

hasta el punto que la hace compañera,

sus visitas terminan por volverse

cada vez más frecuentes.

La última será en el regazo

de la ansiada muerte.


- Cuando la noche se torna esmeralda

yo surjo de las profundidades del sótano

de forma tan tenue como el deslizarse

de la sombra al ganar terreno la luna.


Mis miembros se van contorsionando

en violentas sacudidas y cambios

repentinos de postura, demostrando

cuan viva se encuentra la muerte.


Escapo de mi guarida para aterrorizar

a quienes osen traspasar el umbral

entre la cordura y la locura, dando

azarosa sentencia a los miedosos.


Si me ven siempre se produce idéntica

reacción, lanzan un grito temeroso

que yo respondo con alarido

que proviene de los sárcofagos infernales,


después huyen despavoridos dejando

sangre del pavor por el suelo que pisan

mientras que yo voy tras ellos, unas veces

aceleradamente, y otras con lentitud.


Mas al final, siempre les atrapo y cuando

esto pasa mis garras les trapasan

sus finas y blanquecinas pieles

cual si desgarrase una fruta recién caída.


Así voy a mis anchas a través 

de los dominios nocturnos haciendo

del mal un bien y del sufrir un placer

porque así lo ordena un cabrón.


Soy una bestia que despliega su ferocidad

con mas intensidad en la oscuridad,

y que cuando comienza el día se repliega

en la tumba de los deseos y de los sueños.


- Al cuervo universal


Se posa sobre verjas oxidadas

escutrando horizontes que están

velados a los iluminados.


Despliega sus negras alas

cual si fueran una colección de penas

cantadas por poetas nostálgicos.


Aparece sin aviso previo anunciando

futuras desgracias para los diestros

y ganancias en el porvenir para siniestros.


Pero cuando el cuervo se queda

en una inmensa soledad, este piensa

cual será su final al recordar

la muerte de tantos de sus hermanos.


Mas cuando el cuervo se queda

en una tremenda soledad, este no puede

evitar que una lágrima se deslice

por sus oscuros ojos y moje sus sombrías plumas.


Planea por un cielo bajo

manteniendo su cabeza apuntando

a un punto fijo en la maleza.


Persigue a su presa con insistencia

hasta que acaba exhausta

y engullida en su fino pico.


Nunca se encuentra del todo saciada

y cuando cree estarlo algo reverbera

en su interior provocando punzadas.


Pero cuando el cuervo se queda

en una inmensa soledad, este piensa

cual será su final al recordar

la muerte de tantos de sus hermanos.


Mas cuando el cuervo se queda

en una tremenda soledad, este no puede

evitar que una lágrima se deslice

por sus oscuros ojos y moje sus sombrías plumas.


Nunca es bienvenido allí donde aparece,

en los lugares luminosos le echan

y en aquellos oscuros le temen.


Siempre interpretan su canto

como una risa irónica,

mas realidad se trata de un gemido lastimero.


Los niños se alejan en su presencia,

los adultos recelan de sus pertenencias

y los viejos suspiran desasosegados.


Pero cuando el cuervo se queda

en una inmensa soledad, este piensa

cual será su final al recordar

la muerte de tantos de sus hermanos.


Mas cuando el cuervo se queda

en una tremenda soledad, este no puede

evitar que una lágrima se deslice

por sus oscuros ojos y moje sus sombrías plumas.


Fugaz en las noches, retardado en el día

siempre atraviesa parámos desiertos

que le llevan a prados desolados.


Pica en el suelo allende a las rocas brillantes con un ojo en el suelo, 

y con otro apuntando a lo circundante.


A las veces muchos de ellos se reúnen

al rededor de cádaveres abandonados,

pero casi siempre vuelan solitarios.


Pero cuando el cuervo se queda

en una inmensa soledad, este piensa

cual será su final al recordar

la muerte de tantos de sus hermanos.


Mas cuando el cuervo se queda

en una tremenda soledad, este no puede

evitar que una lágrima se deslice

por sus oscuros ojos y moje sus sombrías

plumas.


- Atravesando el portal predestinado,

llego a la oscuridad mediante la luz

y me aposento en ella cual si fuera

la más inmensa iluminación.

Hace mucho frío y nada puede verse

a excepción de unos rayos azulados 

dispersos en una amplia sala

de la que no se sabe si hay salida.

Tiemblo, me estremezco pensando

allí donde me encuentro, desconcertado

ante el fatal designio que desde lo alto

me tenían preparado desde largos años.

Apenas hay capacidad de movimiento,

sólo mi aliento en forma de vaho

es conferido con un desplazamiento

más veloz que mis propios pasos.

Cadenas, su ruido y presión en todos

mis miembros me advierte que soy

preso de las torturas que invoqué

cuando todavía era un vivo cautivo

¿Qué será de mí? Me pregunto,

o al menos me preocupo por el sino

de una alma arrojada hacía extraños

avatares conversos en cárceles.

Con tiento y algo de arrojo, me arrastro

muy lentamente a través de fangos

sombríos cuyo tacto es roca húmeda

iluminada por la escasez de luz.

A lo lejos escucho algunos susurros

que en la medida que me acerco

van incrementándose en potencia y eco,

hasta retumbar sobre heladas paredes.

Parecen pedir ayuda, exigir redención,

mientras tanto yo callo, sólo pienso

replegándome en las todavía más

tenebrosas cavernas interiores.

Ahora ya sé dónde me encuentro,

señales que me llegan a la mente

en forma de diabólicos torbellinos

y que me dicen que estoy en el infierno.


- Tambaleándome, me voy desplazando

por estas oscuras sendas

que forman parte de eso que suelen

llamar el mundo, o la tierra-infierno.


Aquí soy siempre extraño de mi mismo,

mas sobre todo para todos aquellos

que osan considerarse mis semejantes

a pesar de nuestra distinta naturaleza.


Mis ojos, precavidos, siempre andan

recorriendo cada una de las esquinas

por si en cualquiera de estos días

alguno de ellos pretenden darme una sorpresa.


Soy desconfiado, sospecho acerca

de sus sombrías intenciones pues

nada conozco acerca de estos seres

cuya razón de existir me es un misterio.


Todos parecen darse movimiento

a sí mismos, animados por una deidad

que lejos de divina cabría clasificarla

entre las huestes de criaturas infernales.


Unos muestran su vulgaridad sin censura

alguna, otros a veces se contienen

y sonríen amablemente y algunos 

de los pocos se visten con piel de oveja.


Pero sé que en su conjunto tienen 

por bandera una corruptible huella

que muchos considerarán pecado

y que les antecede en la vida.


Lo tengo comprobado al vislumbrar

sus horrendas intenciones concretadas

en el acto, como también por lo que

callan pero que borrachos confiesan.


Serían capaces de cualquier atrocidad

a cambio de esa gema lóbrega

cargada de maldad disimulada,

de ese premio a la peor criatura.


Lo puedo ver en sus muecas guardadas,

en las expresiones repentinas, en gestos

callados que sólo son silenciados

cuando ojo ajeno se posa en ellos.


Temo, por mí y mis escasos seres

queridos que algún día descarguen

ese rencor tan mal alimentado

por haberlos descubierto en su impiedad.


Quizás, podrían abalanzarse sobre mí

con ira, con saña, con una amenaza

cumplida mientras mantienen ojos

desorbitados y miembros contorsionados.


Por eso, me alejo de ellos cuanto puedo.

Prefiero estar abandonado, olvidado,

borrado de registros civiles para que

nunca me encuentren a través de estos parajes.


- Irremediablemente perdido, vagando

entre desdichadas sombras 

que conforman contornos inanimados.

Disperso estoy en la infinitud del abismo.


Se deslizan mis zapatos como patinando

entre las franjas de aquellas pisadas

del pasado, impulsadas por aquellos

nobles ideales y sueños vanos.


¿Hasta cuando seguiremos agonizando?

¿Tantas miserías alguna vez nos conducirán a la prometida salvación?


Los pequeños pecadores también 

nos merecemos un pequeño cielo

en el que descansar tras tantas

tribulaciones acumuladas en nuestras almas.


¿Hasta cuando continuará esta tortura?

Oh, liberanos tú al que llaman

el príncipie de los desdichados...


Para mí es el mundo fuente de agonías

varias, en cada esquina hay un grito

desgarrador que hace temer al espíritu.

Algún día mi alma quedará sorda.


Para ti esta tierra nuestra se asemeja

a un juego donde las sorpresas

ya están dispuestas de antemano,

de ahí que las tristezas te hagan desternillar de la risa.


¿Hasta cuando seguiremos agonizando?

¿Tantas miserías alguna vez nos conducirán a la prometida salvación?


Los pequeños pecadores también 

nos merecemos un pequeño cielo

en el que descansar tras tantas

tribulaciones acumuladas en nuestras almas.


¿Hasta cuando continuará esta tortura?

Oh, liberanos tú al que llaman

el príncipie de los desdichados...


Cada día un nuevo error ajeno nos hace

estremecer, mas es peor en las noches

donde los propios nos atormentan.

Se presentan figuraciones amenazantes.


Sólo encuentro la felicidad detrás mía,

el presente sólo produce un agudo

sufrimiento cuyo porvenir incierto

podría implicar su cese si lo quieres.


¿Hasta cuando seguiremos agonizando?

¿Tantas miserías alguna vez nos conducirán a la prometida salvación?


Los pequeños pecadores también 

nos merecemos un pequeño cielo

en el que descansar tras tantas

tribulaciones acumuladas en nuestras almas.


¿Hasta cuando continuará esta tortura?

Oh, liberanos tú al que llaman

el príncipie de los desdichados...


Pero no, nunca todo pecado parece

suficiente, cada vez estos van 

incrementando hasta hacerse innúmeros.

Mi saco ya pesa su condena...


Las buenas acciones y los momentos

de contento únicamente son un paliativo

que con el paso del tiempo resultan

todavía peores que la propia enfermedad.


Mira mis llagas, que aún sin ser comparables a tus estigmas,

te claman clemencia y son los testigos

de mis sufrimientos pretéritos.


Por favor, abre la dorada puerta.

Deja que pase un poco de inmundicia

para que así lo brillante resalte,

mi oscuridad hace más potente tu luz.


¿Hasta cuando seguiremos agonizando?

¿Tantas miserías alguna vez nos conducirán a la prometida salvación?


Los pequeños pecadores también 

nos merecemos un pequeño cielo

en el que descansar tras tantas

tribulaciones acumuladas en nuestras almas.


¿Hasta cuando continuará esta tortura?

Oh, liberanos tú al que llaman

el príncipie de los desdichados...


- Un hondo pesar se me acumula

en el pecho, haciéndose tan inmenso

que dificulta el raudo caminar,

que se vuelve un arrastrar de pies.

Tanto me pesa la congoja,

que voy deteniendome a ratos

para recuperar aliento en tanto

que alzo mi cansada mirada al cielo.

Escruto tales alturas con una incertidumbre en los labios temblorosos,

balbuceando palabras indescifrables

que se intercalan con confusos pensamientos nocturnos.

Pienso acerca de este instante

lanzado en aras del porvenir

y en cómo esa última despedida

que es la muerte es a su vez un alivio

a la hora de curar mis males interiores.

Estos actúan como insectos

que me roen las entrañas, siempre

tan traviesos que no les basta

con aletargar mi sentimiento,

quieren también detener mi pensamiento.

Por eso sé que llegará el momento,

que aunque no sea mi hora marcada,

decidiré detenerme por mí mismo,

quedarme quieto y ensimismado.

Será posiblemente en el tronco

de un sauce llorón al sentir

que su naturaleza y la mía se comprenden

en demasía como confidentes.

Ahí me apoyaré, alzando la vista,

deslizando mi mirada a través 

de unas ramas que adornan a la luna

y a sus compañeras estrelladas.

Entonces, cerraré por fin los ojos

y estas tristezas como cuchillas

que se ceban con mi corazón

se curarán instantánemente

para conducirme allí dónde nadie sale.


- En las soledades noctunas

me convierto en enemigo de mí mismo,

y recorro con la mente aquellos lugares

vetados en el estado de vigilia.


Son los recuerdos esas iluminarias

malditas que encendidas desde antaño

se comunican unas con otras

a fuerza de repentinas sacudidas.


Cien chispas y millares de relámpagos

hacen aletargarse a mi conciencia

de tal manera que el menor ruido

provoca un imprevisto estremecimiento


Más allá de la verdad

está la oscuridad del despertar,

ese sarcofago maldito.


Carezco de sentimientos

mientras dura la maldición del sueño,

aquella realidad alterna.


Y todo ello, por mantenerme puro

en un mundo de ignominia y fantasía,

cuya eternidad es un instante.


Esa mirada procedente de las tinieblas

sólo puede implicar el resurgimiento

de una bestia de los bosques,

aquella que incluso con la risa desgarra.


Los gritos del fondo del laberinto

no provienen de sus entumecidas fauces,

son más bien sufrimientos del pasado

que retornan en sucesivas grabaciones.


A veces, me cuesta diferenciar

los sollozos de las exaltaciones

se alegría. Tan confuso estoy

que la felicidad y la tristeza me resultan hermanas.


Más allá de la verdad

está la oscuridad del despertar,

ese sarcofago maldito.


Carezco de sentimientos

mientras dura la maldición del sueño,

aquella realidad alterna.


Y todo ello, por mantenerme puro

en un mundo de ignominia y fantasía,

cuya eternidad es un instante.


Cuando me creía en compañía

el replandor se las estrellas

me revela que en realidad siempre

me he encontrado en plena soledad.


El conjunto de imagenes, sonidos

y sensaciones no son otra cosa

que impresiones huidizas nacidas

de mis imaginaciones interiores.


Aún dura el hechizo, la figuración temblorosa que repta por el hielo

cual criatura de un mundo que es anterior

tanto en tiempo como en originaria desdicha.


Más allá de la verdad

está la oscuridad del despertar,

ese sarcofago maldito.


Carezco de sentimientos

mientras dura la maldición del sueño,

aquella realidad alterna.


Y todo ello, por mantenerme puro

en un mundo de ignominia y fantasía,

cuya eternidad es un instante.


No temo el sacrificio de la luz,

de aquel fuego primigenio, si tras

su apagón da origen a la escapatoria

del ego y sus vanidades.


No quisiera que el sol dejase de alumbrar,

mas entiendo que su existencia

es un suspiro a ojos divinos, algo

que resulta inevitable hasta para humanas potencias.


Vagamos por parajes que nos resultan

conocidos hasta que tras ellos se abre

un velo tan transparente que nos muestra

el desconocimiento perpetuo, la gran mentira.


Más allá de la verdad

está la oscuridad del despertar,

ese sarcofago maldito.


Carezco de sentimientos

mientras dura la maldición del sueño,

aquella realidad alterna.


Y todo ello, por mantenerme puro

en un mundo de ignominia y fantasía,

cuya eternidad es un instante...


- Al final de la escalinata se encuentra

un harapiento mendigo con una maliciosa

mirada, cuya esencia secreta es escrutar

aquellos oscuros rincones para elegir

allí donde se aposenta para pasar la noche. No teme la oscuridad, mas bien

está tan acostumbrado a ella

que la ha asumido como una segunda

naturaleza, tanto se asemeja a sí mismo

esas sombras despechadas.

De día, recorre las calles agachado

y con sus brazos cruzados en la espalda,

procurando pasar desapercibido

entre la muchedumbre cual Judas moderno. Pero, en la noche, este

se encuentra navegando en su elemento,

adelanta las manos y se desliza

con gran soltura entre avenidas.

La gente le mira con extrañeza, 

sin permitir un punto intermedio

entre la rabia y la pena, tanta contraria

sensación causa en los viandantes.

Sin embargo, él es ajeno a todo ello,

o al menos se hace pasar por un ignorante, que calla todo desprecio

y compasión para contentarse

con aquella esquina acogedora.

Pareciera que recibiera un castigo

divino, proveniente de aquellos cielos

que con el sol son tan esplendorosos,

y que con la compañía de la luna

se tornan cuento de misterio.

Mas en realidad él se siente dichoso,

cree que más bien es una especie

de premio troncado en salvación

a medias, una instancia intermedia

entre el fulgoso paraíso y el sombrío infierno. Eh tú, que nos contemplas

a todos desde tus inmensas alturas:

¿Hay alguna explicación a esto?

Dime tú nazareno, ¿Un hombre así

sería admitido en tu reino?


- A Judas


En el desierto una sombra que pasaba

fugaz lograba espantar hasta a los

demonios antes de que estos propusieran

cualesquiera tentación alguna.

Pelirrojo, de semblante deformado,

cojo con la espalda doblada y de facciones oscuras, iba de un lugar 

a otro siendo rechazado por todos,

incluso por los ladrones y maleantes.

Su nombre era Judas, y su apellido

Iscariote, probablemente huerfano

desde nacimiento y en vísperas

de separarse de una mujer que de tanto

despreciarle le dejó sin descendencia,

decidió unirse a los discipulos del Cristo.


Al principio, todos ellos desconfiaban 

de él en primera instancia por su fealdad

y en segunda por su afición a mentir

y a fabular sin próposito evidente,

pero una serena sonrisa cómplice

entre Cristo y San Juan logró que fuera

en cierta manera aceptado entre ellos.

Nunca llegó a integrarse del todo,

pues siempre fue considerado 

un monstruo de desconocidas intenciones, que no casaba con nadie

a excepción de con la perpetua duda 

e incertidumbre de Santo Tomás.

Mas en su interior, en ese corazón

maltrecho y deforme, maltratado

por la vida y sus semejantes, había

una rara bondad escondida que ansiaba

fundirse con la totalidad del Espíritu Santo. En verdad, amaba a Cristo

como sólo lo haría un hermano, quería

ir hasta su Reino en los Cielos 

para poder aunarse con una totalidad

que siempre le rechazo en este mundo.


Por despecho, traicionó a su Maestro 

a cambio de unas viles monedas

que poco después le pesarían

y le remorderían la conciencia

hasta que su desdichada mente

se rompería en millares de fragmentos.

Al ver a Jesús agonizar en la Cruz,

ya comenzó a sentir los pinchazos

de los perfidos males interiores,

mas cuando ya espiró su dolor

se acrecentó tanto que recurrió

al suicidio, a la mutilación del yo.

Colgándose de una desvalida rama,

se despeñó en los abismos del olvido

como todos los perdidos, sólo siendo

recordado por hermanarse con Satanás.

Pero no se engañen queridos amigos,

hay quién tiene compasión y sabe

perdonar cuando se conocen 

las intenciones, por ello tengo por cierto

que Dios con él lo hizo y que aunque

en tierra se dice que fue un canalla,

ya reposa en el Paraíso sobre un trono

justo al lado del Primogenito que amó

por encima de sus propios pecados.


- A la luna liberadora.


La vida es un cúmulo de penas

que van tomando forma de cadenas,

y que sin nosotros mismos saberlo

nos van pesando con cada paso.


Se arrastran los hierros por los suelos,

provocando chirridos y crujidos

cual si cantasemos para nuestros

adentros y el metal fuera el instrumento.


Pocos son capaces de interpretar

una canción así tan díficil de comprender,

y pese a que todos la oyen cada noche

su procedencia es extraña e ignorada.


Aún con ello, hay quienes agudizan

sus oídos por si captan su sentido,

otros se esconden temerosos,

mientras que algunos otros hacen como si no existiera


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Cuando los desdichados lloran sus penas,

ella los consuela lanzando sus rayos

liberadores, y así los perdidos 

se reconfortan sintiendose por vez primera comprendidos por tan bella mujer.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Esta existencia es una pesadilla,

pues en cada inhóspito escondrijo

sale un horrendo monstruo intentando

devorarnos sin matarnos del todo.


Por eso nos vamos desangrando 

poco a poco, dejando por el suelo

rastros sangrientos que nos señalan

el regreso a un hogar imposible.


Las señales de sangre, con el tiempo,

terminan por convertirse en pinturas

detestables, obras malditas

que nos recuerdan sufrimientos préteritos.


Nadie las comprende, ni siquiera nosotros

mismos puesto que sus trazos están

impresos sobre lienzos que ya no

recordamos después de tantos años.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Cuando los desdichados lloran sus penas,

ella los consuela lanzando sus rayos

liberadores, y así los perdidos 

se reconfortan sintiendose por vez primera comprendidos por tan bella mujer.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Cada respiración lanzada es un presagio

de muerte, con nuestro aire firmamos

el eterno contrato que dotándonos

de vida nos conduce a la extinción última.


Pocos son conscientes de esta condena,

y la toman como si se trata de un juego

que habría que aprovechar cuando

en realidad es una maldición auto-impuesta.


Comprueba esta mancha negra,

esta desidia, los postreros estertores

de los seres agonizantes, aquellos

que han sido asestados por las fatigas.


Sólo hay una vía interpretativa de este

abatimiento interiorizado, y no es otra

que el sentido del sinsentido, la razón

de la sinrazón de esta desdichada vida.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Cuando los desdichados lloran sus penas,

ella los consuela lanzando sus rayos

liberadores, y así los perdidos 

se reconfortan sintiendose por vez primera comprendidos por tan bella mujer.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Hace tiempo que nos han olvidado,

mas paradójicamente a veces somos

perseguidos, señalados incluso, por

aquellos mismos que nos desterraron.


Lejos de sentir compasión, se ríen

de nosotros, de este sufrir insensato

que ellos mismos nos han impuesto

sin que hayamos podido decidir nada.


Por ello procuramos apartarnos,

alejarnos lo máximo posible del sonido

de sus burlescas voces para evitar

una mutilación del corazón.


Queremos escondernos de su nefasta

presencia porque cuando aparecen

sin ser llamados, sólo somos capaces

de gritar para pedir el auxilio nocturno.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Cuando los desdichados lloran sus penas,

ella los consuela lanzando sus rayos

liberadores, y así los perdidos 

se reconfortan sintiendose por vez primera comprendidos por tan bella mujer.


Entonces, sale la luna.

Oh, la luna esplendorosa.

Calma todos los malestares,

cierra las heridas de antaño

y nos conduce al sueño milagroso.


Cuando los desdichados lloran sus penas,

ella los consuela lanzando sus rayos

liberadores, y así los perdidos 

se reconfortan sintiendose por vez primera comprendidos por tan bella mujer.


- Pese a que contengo las lágrimas,

estas se me acumulan formando

el lago de mis propias vacuidades,

de aquellas ilusiones fragmentadas.

Gran pesar, enorme desdicha es la fantasía de quién siendo desgraciado

sueña con la dicha, con la felicidad

imposibilitada ante el acontecimiento.

Segmentos de penurias y de caídas

imprevistas conforman un interior

que está maldito en sí mismo, llevado

a un sufrimiento que es su propia causa.

Pocos advierten, nadie sabe, que

ese semblante reflejado en un cristal

vacilante que se despliega por la vía

de la existencia es un instante detenido.

Aquellos recuerdos tan tristes han

congelado al que fue el último impacto,

volcando frenesí y desdoble en quietud

infinita, unificación de todo lamento.

Mas, aún estando quebrado, golpes

incesantes provenientes de caprichosos

desiginios siguen insistiendo en azotar

aquel ser lloroso y sangrante.

Descuida, me he acostumbrado

a tener al daño por amigo y a considerar

al hastío un aliado, incluso me creo

hermano de la desolación y sus parajes.

Sin embargo, esto no será para siempre.

Llegará algún momento que el cristal

terminará por romperse, dando cabida

a un nuevo sueño destructivo, al fin

de principios y de pasos culminantes.

No temeré entonces, me desplazaré

con cautela, alzando mi mirada

allí donde abarque cuanto le sea posible

justo antes de perecer honorable.


- Silencios imprecisos dan cabida

a interpretaciones esquivas,

que cuando son volcadas al papel

sólo producen confusiones en sus lectores.


La vida y todo lo que de ella nace

es incomprensible, manifestación

de una entelequia superior cuya sustancia

resulta indescifrable a ojos humanos.


Danzan los acontecimientos cual fichas

lanzadas al azar, invocadas por secreto

genio maligno que se desliza dentro

de las mentes inconscientes de las gentes.


Sólo nos duelen los recuerdos incompletos, no damos asentimiento

al instante impreciso del que nosotros

somos productores del sufrimiento.


Oh, infinito principio universal creado 

para desquiciarnos buscando 

mediante una razón que resulta insuficiente, falible como nosotros mismos


¿Hasta qué recovecos se escurrirá

nuestra existencia para que nos demos

cuenta de que todo intento es vano

cuando se trata de simplemente vivir?


- A la bella muerte


Lejos, muy lejos más allá de los montes

una lóbrega luz se esparce a través

de los cañaverales eternos, plagando

al alma del campo de un efluvio oscuro.

Yo, tumbado en la hierba, creyéndome

cubierto y protegido por la espesura

contemplo ese resplandor sombrío

que se va desplazando entre las ramas.

Al principio, lo que fuere tal cosa

parece una mancha morada que revolotea

de un lado para otro, buscando

a un observador incondicional de sus

aventuras andanzas nocturnas.

Mas después, mucho después advierto

que mis ojos se encontraban atrapados

en una ilusión, cautivados por extraña

figuración inventaban en vez de conocer.

Por eso, atenuando mi mirada, apartando

el velo de la ignorancia, enfoco allí

dónde mi visión se encuentra anonadada

y descubro su verdadera pálida iris.

Se trata, en realidad, de una hermosa

mujer que sintiendose desde antaño

muy sola sale a divertirse, a probar

las flaquezas mortales en su seducción.

Sonriente, le hago una mueca, quizás

un pícaro guiño para indicar que

se acerque, y que así pueda disfrutar

de la amena compañía de un interior mendigo que también se siente muy solo.

Por fin ante mí la lleno de halagos,

le digo que su belleza supone todo

un prodigio pero que no desmerece

la inteligencia que dotan sus facciones.

Ella tan contenta no para de reírse

algo sonrojada mientras me cuenta

los secretos de toda la humanidad,

espantándome algunos y otros

dándome una leve esperanza.

Y justo cuando ella iba a posar sus labios

sobre los míos, confundiendo nuestros

dos rostros en un inhóspito semblantes

mi mirada nublada por fin comprende,

y sabe que se encuentra ante la muerte.

Después, todo fue oscuridad... ¡Pero

bendita oscuridad! Sabrosa y desdichada

a la par, me dota de un conocimiento

tan sensual como contemplativo,

tan claro como misterioso...

Sí, la muerte me llevó consigo con un

beso sellado que era veneno y cura

al mismo tiempo: medicina de las tumbas, pócima venenosa del desengaño.


- Otro mundo, uno todavía mayor

se solapa por encima, en las alturas

respecto al infimo que habitamos.


Brillan ahí estelas incandescentes,

se escuchan gloriosos estruendos

y todos sus seres son trasparentes.


Cuentan que en tales esplendores

nacieron todas las cosas de la tierra

cuya esencia es la de ser mero reflejo.


También dicen que allí tal es el día

como es la noche, del mismo modo

es un instante cual lo es una eternidad,


y que todos los aparentemente contrarios

se confunden en una unidad que intercala

dichas y desgracias, risas y lágrimas.


No lo vemos porque estamos ciegos,

pero si supieramos dormir y estar

despiertos a la vez seríamos 

de los escasos sabios que lo contemplan

cuando acuden despejados a los sueños.


- Cuando me siento perdido me cobijo

en espesas sombras, que aunque causan

temor a tantos seres vivos, para quienes

fuímos olvidados cual almas en pena

resultan cuanto menos confortables.

Aquí en la oscuridad todo se ignora

acerca de nombres y de apariencias,

todo se repliega a secretas confidencias

que salen de labios temblorosos

mediante muecas y señales ocultas.

Al poco de llegar a tales oscuros parajes

no es extraño que la duda se intercale

con la ignorancia y sus prejuicios,

provocando un seismo interno que

no es raro que de entrada al miedo.

Pero, al tiempo, esa primera vaga

sensación va desvaneciendose

como la bruma cuando el rocío

se evapora, dando hermoso nacimiento

a una paz imperturbable, hermana del silencio que se dió antes del mundo.

Si uno presta atención a este abismo,

a estos misterioros laberintos ubicados

en un foso sin fondo alguno, sabrá

que aquí hay más verdad que en las plazas, todas ellas plagadas de declaciones vanas que no conducen a nada.

También, uno va averiguando en el

deslizarse de esta eternidad inocua

que teologos y lideres religiosos estaban

equivocados al situar el infierno

en las profundidades subterraneas,

pues en este plácido lugar tan récondito

Dios a las veces se hace ver para

que degustemos de su secreta esencia,

y del diablo todavía ni le vimos ni oímos

hablar en nuestros entaponados oídos.


Cierra los ojos, conten la respiración

por un momento, abre tus manos

y sabrás que en esta mi solitaria

oscuridad hay algo de divino.


- A la seductora tormenta.


Miro en dirección al cielo, contemplo

la formación de las nubes que cada vez

son más negras hasta hacerse

una oscuridad casi inaudita.

Siento como mi corazón palpita deseando

alzarse por encima de sus posibilidades

para así planear sobre aquellas oscuridades como quién se desvanece

por el azar de una mala caída.

Escucho el estruendo que han formado

aquellas hadas desdichadas, han

lanzado un hechizo en forma de maleficio

invitando a los perdidos a su convite.

Mis ojos, tan asombrados como absortos

en el paradójico resplandor, se abren

ensimismados en la inmensa sombra

que quiere demostrar que está viva.

Relámpagos que construyen rayos,

rayos que se incrementan en truenos,

truenos que se elevan hacía el estruendo

violento que se dió en la creación.

Yo aspiro a tu impetú, a tu desatada

tristeza que ahora es furia, a ti

ensimismada en el rencor del adíos,

a ti llorando hasta gritar de desesperación

Quisiera abrazarte, estrecharte en mis

brazos para que de tanto apretarte

debido a la emoción demasiado contenida tú implosionaras todos

mis organos en millares de particulas

repartidas en ese abismo sin fondo

que ahora es tu corazón desde antaño.

Sí, bésame con esa electricidad

desquiciada para hacer de mi misero

cuerpo un mero conducto de sangre

hirviendo en un frenesí de locura infernal,

ahondando con tu lengua enferma

en mi sesos repartidos en diversas zonas.

Ámame destrozándome, quiéreme

clavandome la aguja del sino fatal,

adoráme disparando la última bala

de la ruleta durante su última vuelta.



Quisiera ese final, oh tormenta mía

que te formaste en el atarceder

con mis lágrimas.


Llevame allí donde la nada es,

oh tormenta primigenia, que eres

gracias a la tristeza del mundo.


Soñemos juntos, oh tormenta melancólica que renaces cada vez que alguien siente honda pena.


Mátame, sí mátame oh tormenta pasajera

para convertir todo este sufrir

en una alegría que entiende de buen fin.


- Dicha y destierro son dos estados

que únicamente existen en el humano

pecho cuando se reviven recuerdos

encerrados en el circulo del corazón.


Pocas cosas nos alientan a la par

que nos defraudan como el asomarse

a aquel foso sin aparente fondo

semejante a un baúl abandonado.


Mas en las noches ociosas cuando

intentamos invocar el sueño este

parece relucir con un brillo diferente

que nos conduce a rastras hasta su entrada.


Ahí ví nacer y morir a mi abuelo,

contemplé la venida y la salida

de mi padre, el tambalearse 

de toda una casa para reconstruirse,


como también el abrirse y el romperse

incesante de mi corazón en el amor,

o esa sonrisa que a las veces vierte

unas lágrimas absorbidas por mis labios.


Tantas cosas inmensas que son pequeñas, y otras nímias que acaban

resultando tan importantes medran

reviviendo a uno interiormente.


Sentimientos y pensamientos drenan

el hálito de la vida, mas sin ese

constante desfallecerse ya hace tiempo

que habría muerto de pena.


Supongo que después de todo sólo

queda asomarse a esa abertura

que late balbuciente como un bebé

ya demasiado anciano.


Lo haré con tiento, poco a poco,

no vaya a ser que después de todo

si acabase siendo demasiado brusco

todo terminase en la nada con la que empezó.