viernes, 23 de julio de 2021

Mar dulce

En el bar "Mar dulce" todos eran bienvenidos. Independientemente de lo que fueran, o hubieran hecho en el pasado, se les abría las puertas siempre y cuando tuvieran algunas monedas que gastar. En el instante previo después de pagar, cuando ya tuvieran la copa medio llena ante sí, pareciese que se les perdonase todos los males que hubieran ocasionado. Esa agua bendita una vez digerida, les bautizaba interiormente dando rienda suelta a lo que seria su redención. Daba igual lo que hubiera pasado, lo que habrían ocasionado, desde robar un producto del supermercado por falta de dinero o por malicia hasta un asesinato ya sea por venganza o por diversión de matar, todo se les perdonaba porque la ebriedad que en ese momento les inundaba resultaba la gracia transfigurada en alcohol.


Una vez que ya acabasen todas las copas que pudieran, y ya no les quedase moneda alguna que gastar, completamente borrachos, se daban la vuelta y dormían en algún rincón, o en sus desgraciados hogares si es que lograban llegar. A la mañana siguiente, con la resaca incrustada en su corazón, ralentizando los latidos que durante la noche fueron tan veloces, retornan a ser los pecadores e infelices de siempre. Vuelven a ser observados por todos los demás como seres carentes de humanidad, despechados de la sociedad, que, no merecen vivir y que han de ser juzgados por sus acciones y pensamientos para siempre.


Sin embargo, aún estaban a salvo de las murmuraciones y de las criticas de la gente, ya que todavía estaban en el bar "Mar dulce" su refugio de la sociedad, su asilo frente a la cruel humanidad, hasta cierto punto, su exilio, Israel. Y ahí estaban, contemplandose unos a otros cuales extraños que tienen el presentimiento de que se conocen desde tiempos inmemoriables. Chocan sus copas, y sorben con desparpajo, las acaban y vuelta a empezar. Según va avanzando la noche, aumentan las risas, las lágrimas sinceras, las peleas directas, las blasfemias inocentes y las conversaciones a modo de confesión que a menudo resultan indecentes. Mas todo ello con una naturalidad cargada de primitivismo que asombraría incluso a los primates. 


Mar dulce, mar dulce... Pareciera que este ilustre nombre invitaba a imaginarse olas alcoholicas acariciando una playa destartalada, mas no por ello menos hermosa aunque su arena no sea lo suficientemente fina. Este movimiento oscilante de las olas borrachas era analogable a los pasos que daba la escuálita camarera tras la barra. Era una chica muy joven -quizás demasiado- poco desarrollada y tremendamente delgada, prácticamente carente de senos y con unos dientes montados y grisaceos que asomaban siempre que procuraba ser amable. A través de sus cabellos rubios y lacios bastante pobres, podía atisbarse una melancolía de antaño, incluso de una nostalgia que la trascendía y que seguramente ella jamás comprendería. 


Esta nostalgia era a las veces atisbada por dos de los clientes mas asiduos de aquel palacio con apariencia de tugurio, los cuales tenían por nombre Bartolomé y Augusto. Acudían como mínimo cuatro veces a la semana -viernes y sábado obligatoriamente por el imperativo del borracho- y solían invitarse mutuamente un día sí y otro no para acabar equilibrados en sus deudas. Puesto, que, de estas tenían bastantes, y aunque en el principio se dijo que sólo podían redimir sus pecados por unos instantes a cambio de unas monedas, los había que contaban con los favores sustentados por la amistad del interés por parte del dueño del bar. Y, por lo tanto, muchas veces se iban sin pagar pero con unas deudas de meses.


Como se decía, ambos acudían ahí asiduamente de cara a pulir las ráfagas de la melancolía que se traslucía de sus semblantes, pese a que a las veces esta aumentaba a partir de la quinta copa. Quizás por ello podían captar, o al menos intuir, la tristeza que encubrían los cabellos de la fea camarera. En particular, Augusto a veces se la quedaba mirando fijamente y con gravedad mientras rellenaba sus vasos, y esta se pensaba que podía estar interesado en ella. Pero no era en ningún modo nada de ese tipo, simplemente fabulaba acerca de lo que podría haber sido su vida "¿La habrán abandonado? ¿Su familia o algún chico? Tiene pinta de esconder un terrible secreto... Quizás sea ninfomana, o mejor... Puede que sea pedofila y se aproveche de los niños... En fín, no lo sé..." -así divagaba sin llegar al cabo a ninguna conclusión


Sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito purificador, una exclamación que siempre ha estremecido a los borrachos y les ha hecho soñar con parajes inexplorados: 


- ¡Otra copa! ¡Hoy invito yo! -gritó Bartolomé levantando el brazo como si saludase al Führer 


La historia de este hombre llamado Bartolomé era de lo mas repugnante y vulgar, como la de cualquier otro hombre instado en la vida ociosa y que se despeñó a los abismos de la incomprensión por falta de consideración hacía los demás. En resumidas cuentas, diríamos que de la niñez a la adolescencia tuvo lo que sería una vida harto ordinaria y aburrida: realizó sus estudios con notas medias, vivió en una casa estable economicamente, sus compañías en esa época eran tan normales que hasta daban pena y al ser mayor de edad se casó con una chica cualquiera. Después de un par de años completamente normales de casados, Bartolomé empezó a juntarse con algunos compañeros de la oficina que le hicieron conocer los bares y la vida nocturna de la capital. A partir de ahí, las cosas comenzaron a empeorar, acudía a casa tan borracho que al día siguiente no podía ni levantarse, lo que ocasionó que su vida en casa mermara y que le despidieran del trabajo. Su mujer, cansada de aguantar las tonterías de su marido y su falta de responsabilidad -como así, todas las deudas que entonces acumulaba- acabó por abandonarle, y cuando se vió sin el durante lo que fueron cuatro días le echaba tanto de menos que se suicidó. 


Mientras Augusto estaba con la mirada perdida hacía la barra, Bartolomé se dirigió a él:


- Oye, Augusto compañero mío... ¿Por qué miras tanto a la camarera? ¿Te gusta, eh pillín?


- ¡Pero qué cosas dices! ¡Claro que no! - le respondió Augusto haciendo espasmos con las manos, lo que le daba un toque afeminado


- ¿Te quieres acostar con ella? 


- No, por Dios... 


- Venga, vamos... Si se nota que tanto tú como ella lo estáis deseando... 


- ¡He dicho que no, pesado! -y tras un instante de silencio continuó- ¡Otra ronda! Yo invito en esta.


Y así, todos los temas por muy controvertidos que fueran, venían a disolverse en el aire. La bebida pulía cualquier elemento contradictorio, o que pudiera resultar poco correcto para el momento cuando no se estaba lo suficientemente ebrio, y establecía de una comunidad, de un vínculo como sólo el bar "Mar dulce" podría sostener. Se alzaban las copas como un cáliz cuasi-divino cargado de la ambrosía que dió origen al mundo, y se tragaba con tal avidez que parecía que si se dejaba mucho tiempo en la mesa, acabaría por desaparecer. En cierto modo, se trataba a este acontecimiento como si fuera una especie de milagro. Por eso, duraba tan poco y concedía la felicidad sólo durante unos instantes. 


Entre copa y copa, se aunaban los espacios vacíos fumando tabaco y plegandolos con su humo. De los labios, escapaban estas ráfagas nebulosas, y ascendían hasta los cielos pidiendo ayuda. El elemento fuego producía un incendio en un diminuto bosque, y su sabor se depositaba en las bocas de unos dioses desconocidos. Estos, en múltiples ocasiones, mantenían conversaciones satíricas entre ellos, se reían de las anecdotas de sus miserables vidas, y tras cada carcajada, acababan por salir a flote las lágrimas. Terminaban por llorar amargamente, y se abrazaban como si fueran hermanos, aunque la supuesta compasión del otro no estaba dirigida a la causa de los lloros del otro, sino al recordar lo triste que había sido su propia vida.


Tras unas cuantas copas de alcohol barato, esto es lo que aconteció. Mientras Bartolomé lloraba tras haber hecho una broma sobre los suicidas, se acordó de su mujer, y al ver Augusto derramarse estas lágrimas, pensó en cuan poco lloraba él mismo. Era como si se le hubieran secado las lágrimas para siempre, tras haber llorado tanto desde su infancia. Cuando era pequeño, siempre tuvo problemas de aprendizaje, lo que produjo que siempre suspendiera y repitiera de curso, además le daban unos temblores repentinos y tenía un aspecto enfermizo, lo cual tuvo como consecuencia que los demás niños se rieran de él, o no le tomasen en serio nunca. Ya en el instituto, conoció a la que sería el amor de su vida y vivieron un año de ensueño y cargado de pasión debido a su juventud. Esto ayudó a que poco a poco fuese mas llevadera la separación de sus padres, y que sus bajas notas acabasen por darle igual, lo que paradojicamente produjo que saliera a flote más o menos. 


Mas no obstante, en una triste mañana invernal, aquella chica de la que se enamoró perdidamente resultó atropellada, quizá por rondar en su cabeza con constancia el recuerdo de él. Independientemente de por lo que fuera, el resultado fue su muerte. A raíz de entonces, Augusto entró en tal bucle de depresión desesperada y de angustia doliente, que terminó yendo de bar en bar en busca de consuelo. No lo encontró del todo, pues se ponía tan ebrio que siempre armaba tal jaleo que acababan por echarle de todos los sitios. En este sentido, encontró cierto sosiego en el bar "Mar dulce" desde que conoció a su compañero de copas Bartolomé y se limitaba a beber con él ya mas tranquilo en comparación a tiempos antecedentes.


En estos momentos, se encontraba con la cabeza agachada delante de la copa, buscando en las lágrimas de su compañero el impulso necesario para llorar él también. Pero no podía, no era capaz de concentrar todo ese sufrimiento y hacer de el una liberación que proliferase en forma de agua salada. Esperaba, se encontraba en suspenso y en relativo silencio en tanto que fijaba su mirada en el fondo de la copa ya vacía. Esto último, le hizo deprimirse aún mas así que con la mirada perdida entre puntos invisibles incrustados en las paredes pidió un licor que le sirvieran bien lleno, hasta los bordes y a rebosar como a él siempre le gustaba, y sobre todo cuando estaba triste.


Una vez lo tuvo en la mesa, lo rodeó con ambas manos como si fuera la cintura de su fallecido amor de la infancia, y hundiendo su mirada en el abismo alcóholico, le dió dos grandes tragos dejándolo al poco de terminar, y miró nuevamente a la camarera, mas para en esta ocasión decirle: 


- Quiero besarte. Ahora mismo.


Ella sumamente obediente cual si la hubieran pedido que sirviese una copa mas, se inclinó sobre la mesa entrecruzando sus brazos y ofreciendo sus salientes labios. Él, sin pensarselo dos veces y bajo los efectos del alcohol, se adelantó tanto que sintió pasar del lado de los clientes al de los trabajadores, e impuso sus ebrios labios sobre los de la muchacha. Al inmiscuirse con lentitud entre el labio superior e inferior de ella, un sabor amargo provocó que le temblasen las manos y que un estremecimiento desagradable le recorriese todo su cuerpo. Con naúseas, se agarró del estomago, y echándose hacía atrás volvió mecanicamemte a su asiento repleto de sudores fríos como quién despierta de una pesadilla.


Deslizó su mirada por el ambiente que le circundaba haciendo caso omiso de la figura de la camarera. Un mareo interno produjo que la cabeza le diese innumerables vueltas y el estomago un huelco. Tras unos segundos de malestar, este fue apaciguandose poco a poco sin llegar a calmarse del todo. Retornó su mirada y toda su concentración a la copa de licor, todo lo restante que no fuera esta especie de micro-universo se desvaneció como si se tratase de una vana fantasmología. Y en ese instante, sintió una lágrima que le iba recorriendo la mejilla hasta culminar en la copa que estaba mirando. Esta cayó como despeñandose hacía el abismo, el cuerpo inerte de algún desesperado suicida que ya no tenía nada que perder, y mucho menos que ganar. 


Entonces, tomó la copa con firmeza, y se  llevó a la boca todo de un trago. Cuando hubo terminado, dió un golpe con ella en la mesa, y se limpió la boca con la mano. Apoyando esta misma mano bajo su barbilla, y adoptando una posición meditativa se dijo: "Ya entiendo por qué llaman a este lugar Mar dulce."

miércoles, 7 de julio de 2021

La gran fábrica

 - Bueno, ¿Tiene usted alguna experiencia laboral? ¿Qué habilidades tiene a la hora de encontrar un empleo?


La verdad es que no tenía ninguna, ni laboral ni de ningún tipo ¡Si me he pasado la vida encerrado en casa debido a mi miedo a los hombres! ¿Habilidades? ¿Cuales, además de leer avidamente las páginas de algún libro? Si se refiere a las que deben tenerse para llevar una vida ordinaria, carezco de todas ellas. Soy un tipo raro, taciturno y asocial ¿Eso es todo, no? ¿A quién le puede importar alguien así? A mí mismo no lo haría si fuera "normal", desde luego. Pero como tampoco he tenido muy en cuenta la opinión ajena, supongo que ya ha llegado un punto en el que me da completamente igual.


Vine a este horrenda oficina por presión familiar. Me decían que tenía que hacer algo con mi vida, que no podía seguir así. Para ellos "hacer algo con tu vida" se resuelve en tener un número impreso en un papel con el que poder colocarse en la gran maquinaria de la vida normativa, y dicho sea se paso, de la vulgaridad. Todos ellos son vulgares, y sin ápice de creatividad de algún tipo. Yo tampoco me considero alguien extraordinario en su sentido positivo, sino mas bien en el negativo. Mas aún con ello, he escrito algunas cosas que podrían considerarse "originales" Algo que todos esos monos de feria ni harían ni estarían preparados para entender.


Pero al cabo, aquí estoy: en uno de los epicentros de la gran fábrica de la banalidad y la estupidez. La sombra de este lugar no tiene nada que ver con la que se repliega en mi habitación, esta es mucho mas densa y satura, la otra es como una fina capa y libera ¿Será porque aquí abundan los ficheros, y en mi cuarto son las palabras de los muertos concretadas en los libros? No lo sé. Pero me estoy agobiando, y me cuesta respirar. No estoy acostumbrado a salir de casa, y cuando lo hago es para darme un paseo por el campo y pensar en mis cosas. Aquí uno no puede pensar, se deja llevar por climas que le son extraños como el enfermo terminal por los médicos en un hospital de la capital. Pone su vida en sus manos, y que sea lo que Dios quiera. En este caso, yo estoy poniendo en manos de esta gentuza mi porvenir fáctico, material, y que sea lo que el Diablo guste.


- Vale. Por los informes que figuran aquí, se trasluce que usted está cursando estudios universitarios... Bien ¿Algo mas que deba saber? - continúo diciendo la mujer tecleando con sus uñas postizas


Esta mujer me está poniendo nervioso, no se atreve ni a mirarme a los ojos. Me trata como si fuera un infra-humano, alguien que es digno de despreciar porque no ha aportado el suficiente dinero al estado. En cierta medida, soy una especie de disidente que ha usado de la indiferencia a modo de protesta. Mientras los demás se movían de aquí para allá de cara a mantener cada artefacto en su lugar y en marcha, yo me quedé en medio de la plaza con los brazos cruzados, y las piernas entrelazadas como si estuviera meditanto mientras leía poesía. Debido a ello, en cierto modo estoy acostumbrado a que me eviten la mirada, o en su defecto, a que me miren con desprecio. Yo, en cambio, les reto a todos ellos mirandolos a los ojos, susurrandoles aún sin palabras: "Yo he hecho algo de lo que todos ustedes son incapaces: permanecer quieto" Así les digo, y me río para mis adentros.


¿La universidad? Una porquería. Allí no había nada digno ni de valor que debiera aprenderse. Tan sólo está inclinada para hacer de nosotros seres humanos funcionales, para mantener viva instrumentalmente la gran fábrica de este mundo. En la medida en que uno va progresando en tal estructura secuencial aprende de cara al futuro a inmiscuirse en lo que vendría a ser la esclavitud laboral voluntaria. Así como ahí aplauden a los estudiantes con mejores clasificaciones, en el porvenir lo harán con los compañeros que tengan mejores sueldos. Esa carcel sirve como preparatoria para lo que será una vida de lo más vulgar y repleta de hastio, donde la única diversión que tendrá su hueco de un tiempo mal repartido se resolverá en un hartarse a cervezas en el bar con unos colegas apestosos, lo cual es otra de las cosas que ya se ven en las universidades cuando los estudiantes se emborrachan y drogan para que la superchería de los profesores se les haga mas liviana. 


Pero de todas maneras ¿Qué lección podría aportar yo de la vida si soy un perdido que mira con atolondramiento al abismo? Quizás sólo una: que todo es repugnante, y que por mucho que hagamos seguirá siendo así de repugnante. Hay veces que asomo la cabeza por la ventana, y me dan ganas de vomitar sangre al ver pasar a un transeúnte. Esa máscara de falsa felicidad en forma de sonrisa de complaciencia que portan todos ellos, ese gesto inercial con el que dan rienda suelta a sus pasos, ese moralismo barato e hipocríta con el que censuran a los demás, esa risita bochornosa con la que se ríen de estupideces, y tantas otras cosas mas... En fin, la resolución de siempre: todo es repugnante y seguirá siendo repugnante.


En esto sí que se podría decir que soy todo un maestro: en localizar lo nauseabundo de esta putrefacta sociedad. Podría añadirlo en mi curriculúm vacío, así habría algo interesante en que estos funcionarios estatales que sólo sirven para juzgar a los demás podrían fijarse. Ya me imagino los ojos como platos que podría esta mujer aburrida al verlo impreso en esta hoja carcomida. Lo más seguro es que se inclinaría para fijarse bien, y ver si efectivamente pondría tal cosa. Y al comprobarlo, se volvería a reclinar en su silla acolchonada, y lo guardaría en su memoria para contarselo a las cuarentonas de sus amigas. Se reirían a mi costa, mas lo que no sabrían es que yo también lo hago de todos ellos. Incluso ahora, he sonreído no para resultar amable, sino porque me cuesta guardarme mi risa ante la estupidez humana. 


- Y digame ¿Para qué puestos se encuentra verdaderamente cualificado? ¿A cuales aspiraría de menor a mayor según su criterio?


Y otra vez, de nuevo esa tonalidad de voz que parece sacada de un ordenador. Respecto a su pregunta sacada de un formularío barato, me atrevería a responder con una interrogación: ¿Alguien sabe realmente en lo que se encuentra "cualificado"? Yo diría que no, y quién responda en afirmativo miente como un bellaco. Todos mienten, me mienten a la cara y se desternillan de risa a mis espaldas. Pero ya lo sé, no pasa nada. Lo que sobrepasa castaño oscuro es este espéctaculo gratuito ¿Y yo tengo que fingir que sé de lo que me hablo? Lo siento, pero no lo pienso hacer. Antes muerto que ser como uno de esos cadáveres andantes. Aunque bueno, pensandolo mejor ha quedado un poco paradojica mi manera de expresarme, digamos mas bien que mi elección reside en: o bien permanecer muerto en esta catastrofica vida, o ya irme a la tumba directamente. Prefiero esta última opción. 


Cuando me obligaron a acudir a este lugar por imperativo social, tenía ciertos atisbos de lo que esta mala obra teatral y artificial pudiera ser. Mas todos ellos han resultado superados por la mediocridad -si en asuntos mediocres cabe hablar de algún tipo de superación- y han provocado que mis ácidos estomacales reverberen con aún mayor intensidad que cuando me asomo a la ventana de mi cuarto. Poco me importa resultar descortés o mal educado, pero la situación en su ámbito idóneo requiere de un buen corte de mangas, acompañando por un grito de desesperación, y marcharse volviendo las espaldas. 


Dicen de mí que estoy cargado de odio. Se equivocan. Es el amor quién me rechaza, y por ende, hasta el odio me evita. Lo que soy es indiferente, y aún así no puedo evitar quejarme. Estoy plantado entre medias de un muro insondable, y de vez en cuando profiero un pequeño sollozo debido a que las muescas están demasiado prietas. Sin embargo, siempre han estado así y siempre seguirán así por mucho que yo lance gemidos lastimosos, o refunfuñe entre dientes. Haga lo que se haga nada servirá, el mundo seguirá igual y mis lágrimas seguirán fluyendo con la misma cantidad. Y mientras tanto, lo único que variará será la decadencia de este mundo que irá en aumento. Espero, por lo menos, no seguir vivo para entonces.


Aún con ello, hay veces que no puedo evitar imaginarme situaciones en las que actuase cual soy yo en realidad, y me digo a mí mismo: "Ojalá fuese así... Ojalá pudiera ser mi auténtico yo en este reino de la desfachatez." Pero al final acabo por convencerme a mí mismo de que es imposible debido a tantos impedimentos externos, y a que la vulgaridad siempre gana en número como votos en las elecciones. Quisiera liberarme de estas ataduras, proferir palabras de angustia y seguir una senda aún no recorrida por nadie. Pero, ¿Cómo hacerlo cuando todo movimiento en este mundo viene resuelto para las gentes en dinero o en influencia social? Pareciera que hagas lo que hagas cuando te salgas de este esquema que ha sido preconfigurado, se produce la caída. Y así es, así todos caemos en el mismo abismo. Uno en el cual no hay grandeza alguna, solamente sombras y desdicha...


- Pues ya si encontramos algo que se adapte a sus necesidades le llamaremos.


- Gracias... -dije con un nudo en la garganta.