Podría calificarse de enfermedad mi obsesión por el senderismo. Sí, se trata sin duda alguna de una especie de obsesión masoquista por andar hasta perder la sensación de las piernas. Lo mas curioso de este hecho, es que tampoco me someto normalmente a un senderismo a gran altura, aquel mediante el cual se suelen atravesar altos montes encrespados y campos repletos de desniveles que fuerzan al andante a tener que ejercer diferentes presiones que le permitan avanzar por el camino. Por eso de cara a atenerme mejor a los términos, en mi caso hablaríamos de un senderismo llano, ya que suelo pasar por asfaltos mal cimentados y ciertos caminos embarrizados donde se intercalan esas acostumbradas hierbas pajizas del estío.
En estos paseos, el intelecto comienza a ejercerse de manera diferente a como lo hace cuando uno está sentado. En este último caso, a uno sólo se le ocurren pensamientos de sedentario, los típicos pensamientos que podría tener cualesquiera intelectual que deja que su tripa se infle de iniquiedades de acuerdo a los efluvios de sus hastiados pensares. De ahí nacen la mayoría de las tesis doctorales, las cuales dicho sea de paso son tremendamente aburridas porque carecen tanto de acción como de erotismo, ningún impulso vital las anima debido a que los pensamientos de los que se nutren son sedentarios, y por ende, producen un efecto semejante a su causa, a saber: cansancio. En cambio, cuando uno anda y va pensando, ocurre algo muy diferente, los pensamientos en este caso están en locomoción, fundiendose con el mutarse del paisaje, se adhieren a la naturaleza deviniente propia de todo lo mundano y en vez de aburrir nos llevan hasta donde le plazca la inspiración.
Me acabo de dar cuenta de que al principio mentí con entera conciencia, en realidad mis paseos no son tan llanos como presumía en los primeros párrafos, ya que de vez en cuando me he tomado con algún que otro monte que requería una mayor moción de mis piernas, e incluso, de mis manos para agarrarme a las piedras que me darán el impulso suficiente para ascender. Otras veces, mi paseo no es tan detenido ni lento como debería para un mero espectador, me siento como si de repente advirtiese algo que me persigue y empiezo a correr con tal velocidad que mis pulmones, los latidos de mi pecho y mis presurosas piernas pierden conexión entre sí, se descoordinan, y actúan como fácetas diferenciadas produciendo la impresión de que mi cuerpo y todo mi ser es un cúmulo de miembros desperdigados y lúnaticos que desataron sus lazos respecto a todo orden y coherencia. Es entonces cuando ya fatigado, me detengo sobre algún farol que pobremente intenta absorber en su luz artificial la oscuridad del anochecer, y caigo en la cuenta de lo que me estaba persiguiendo, burlandose quizás de mí.
Eran los pensamientos del sedentario, estaban pugnando con los activos, y han acabado formando una especie de masa hilemorfica que no logra formar un todo, quedándose a camino entre lo vivo y lo muerto. Así, al final parecen optar por transformarse en melancolías presentes y pasadas que aliandose con la nostalgia y la incertidumbre terminan siendo una cuasi-sustancia carente de gracia y abundante en lágrimas. Detenido y en suspenso como en esos momentos me encuentro, procuro mirar a la susodicha masa a la cara, y no me resisto al abismo de sus ojos pronunciados. Voy cayendo, poco a poco, mis párpados se tornan ilusorios, y cuando me quiero dar cuenta, me encuentro en otro lugar al que no sé cómo he llegado.
"Lo he olvidado, desconozco dónde estoy." -me digo. Mas, sin embargo, continúo andando -ahora ya sí, siguiendo el rumbo del paseante llano- de cara a reconocer el terreno, e intentar al menos atisbar cómo pudiera conseguir retornar al anterior punto y volver así al hogar. Acabo dando vueltas, adivinando en el viento de la noche posibles reminiscencias que no logro discernir con certeza. Es como si recorriese un camino que otrora hubiera hecho en coche -ya se sabe, pensando en otras cosas- y ahora, me hallase en esa misma senda pero a pie. Era, sin duda, desconcertante. Creía en un principio sentir cierto temor, pero en verdad no era así porque lo que tenía por miedo era en realidad un morbo aumentado por una curiosidad incondicional que buscaba desvelarse. Quería en el fondo desnudar a la noche, y que más allá del rumbo de las estrellas y de la brillantez pálida de la luna, se abriese una piel cobriza por el sol adornada con un par de senos tropicales. Quizás de esta manera, el morbo interno que en esos momentos advertía en mi interior, se volcaría en un éxtasis tan inmenso que ya no sentiría esa necesidad por comprender donde me hallaba, ni tampoco pensaría en volver a casa, puesto que encontraría en la satisfacción última una respuesta inmediata a todas mis dudas, y así no tendría por qué llevarlas hasta el final.
En todo caso, seguí andando dejando que mis pasos me guiaran con frenesí inaudito allí donde la racionalidad no tuviera cabida. Buscaba algo que desconocía, y por lo tanto, mi búsqueda carecía de objeto ante mi incapacidad intelectual de captar aquello que únicamente puede estrecharse con un sentido completamente irracional. Era como un autómata al que hubieran dado cuerda, pero cuyo motor interno no tuviera prefijada una razón de ser estable, de tal manera que el azar jugase sus cartas con una arrogancia de una magnitud tan inmensa que el jugador contrario no sabría si este juega con las manos, o con los pies.
Mi vista cansada ya no era capaz de distinguir lo que tenía por delante. Por mucho que frunciera el ceño, y apretase los ojos para forzar mi campo de visión, todo era en vano. Solamente podía ver ráfagas celestes que presumí que eran tenues neblinas nocturnas que se confundían con la espesura y las farolas, y algunas que otras manchas negras provenientes de recovecos a los que no les había llegado ni un ápice de luz. Aturdido, continúe mi paso hacía nadie sabe dónde. Perdido respecto a mí mismo, ya no sabía ni quién era yo, ni mucho menos quienes pudieran ser los demás. Los recuerdos se intercalaban con las ilusiones, las realidades con los sueños, el pasado con el presente y el futuro, el yo de ahora con quién fuí, o quien pudiera haber sido... No había sentido, todo carecía de sujeto, predicado y verbo, y así, lo que era un conjunto universal que abarcaba la totalidad de una cosmovisión se transformaba en la nada.
Fue entonces cuando llegué allí donde inevitablemente debí haber llegado, un punto en el cual el principio o el final de mi improvisado viaje no estaba del todo claro. Se trataba de un circulo muy mal formado de cemento en medio de un terreno desvastado por la dejadez sobre el cual habían pintado una cruz blanca con tiza y de manera que dejaba bastante de desear probablemente un grupo de críos que no tenían nada mejor que hacer que jugar a elaborar un ritual en desuso. Mientras me fijaba en su centro, ahí donde convergían todas las líneas que entre pegotes de cemento formaban la cruz, un gran ruido me distrajo, logrando que alzase mi mirada sobre las ramas de los árboles que se agitaban por el vendaval producido por el origen del estruendo. No logré visualizar -como llevaba pasándome desde que comencé este escrito- de qué se trataba con exactitud, sólo puedo recordar que era una enorme mancha negra que velaba el acostumbrado espectáculo nocturno, y que, en su centro, una luz amarillenta iba cobrando fuerza, y con ello, ganando terreno. A tanto llegó su poderío e inmensidad, que esa luz acabó por cubrirme a mí también. Cuando rozaba y lindaba mi cuerpo, se tiñó de un verde muy vivo, y yo comencé a sentir una suerte de pulsión sexual que encerrandome en la pasión paradojicamente me liberó de mis dudas haciendome ansiar cada vez mas la muerte. Ahí estaba, todo lo que necesitaba y ansiaba concentrado en un instante que se eternizaba.
Pero bueno, como iba diciendo en lo antecedente esta clase de pensamientos únicamente tienen cabida cuando uno se levanta de la silla y sale a darse un paseo. El cuerpo se vuelve sudoroso en la medida en la que se mueve con relativa premura, agitados los latidos dan a los pensamientos moción y sensación, las cosas se ven de otra forma, se adquiere tanto amplitud como plenitud, y uno se aleja de ese capricho intelectualista como lo es el jugar con los conceptos cual si hiciera malabares. Y lo que considero mas importante, la inspiración acude y hace con nosotros lo que guste haciendo nacer en consonancia con nuestro interior y aquello infinito que raras veces advertimos una mixtura violenta, y a su vez, reconfortante ¿Cómo explicar esta clase de contradicciones? Me temo que tendré que volver a aquel lugar, es una pena que no sea capaz de recordar cómo retornar...