martes, 25 de junio de 2019

Dos sonetos para todos aquellos que hayan perdido sus amores para siempre

¡Oh, sacra Poesía, musa mía ya envejecida, dame por sútil gentileza ciertos albores provenientes de amaneceres y auroras imprevistas en aquel divino elemento que es llamado por inspiración! Repaso viejos escritos, nutridos por semejantes sentimientos a los presentes, y noto ya caérseme una pequeña lágrimilla, cual gota de rocío en prados paradísiacos, que entre mis dos ojos atentos a los acontecimientos que pasan sin dejarse tomar en vano se resbala sin yo ser capaz de detenerla ni durante un instante ¿Soy yo el poeta loco e inspirado que dejó plasmado aquello que escribió? Algo inusitado en mi interior parece decirme que sí, pero, sin embargo, otra parte de mí enarca sus espirituales cejas y se empeña que si tal anterior afirmación es cierta, hay algo de divino en escribir versos, una caudalosa fuente preñada de agua bendita de la que quizá bebemos para quitarnos la sed por consolarnos de las tristezas de cada día ¡Ay, vida mía, cuánto te amé y te sigo amando, pero que no amaría tanto sin esta capacidad de poder llorar a solas sin que nadie se atreva a sepultar lo que irremediablemente ha de pasar! Sí, ya aparece, susurra el espíritu, y yo le respondo como puedo a pesar del peso de mis carnes.

Silencio mi yo prosado, que hable aquel que canta para propio divertimiento, y si alguien tan amable le presta sus curiosos oídos mejor sea. Yo, mientras tanto, tomaré mis cuadernos y encontraré algo que me parezca bueno y que venga al caso, y ya después, lo dejaré aquí por arte mágica. Así es como me apetece y sea hecho según los escutrinios de la Providencia, a la que doy gracias por prestarme mientras me remonto en vida de camino a donde no sé con seguridad la asistencia de las musas, que en ocasiones desnudas, y otras veces con lujosos ropajes, me visitan cuando estoy a oscuras y con la melancolía ergida. Me suelo comportar muy cortés con ellas, y sin dar rienda suelta a lujurías pecaminosas  -que, por otra parte, nos atan con regularidad nuestra baja simiente- les presto la debida atención viéndolas, escuchándolas, amándolas, y tantas otras cosas más... Así, como he dicho poco mas arriba, cierre la boca por ahora mi yo narrativo y hable la parte que mas importa y viene a cuento en esta ocasión.

- Amores dolorosos de este autor

Sentir que produce sufrimiento,
tristeza fue el hechizo
de haberte creído visto, así se hizo
en mis desgracias un asiento

Recordar que provoca el lamento,
un pensar de la melancolía mellizo,
nostalgia de lo que nunca de deshizo
emana de mi alma, así lo siento

Mi corazón herido
por el inolvidable rostro
ido entre sombrías impresiones

Muerto en vida, fluído
por encima del inquebrantable potro
de lo nunca vuelto, perdidos amores

- Recuerdos felices en tiempos tristes

Lamentable martirio el de mis lágrimas
que fluyen cual rio, vespertino
el sol señalando su cauce, destino
de su rumbo por las colinas

Tristezas mías, riquezas abandonadas
sobre macilentos lechos de lino
sobre los cuales los olores no olvido, cruel desatino
fue oler aquellas mantas dejadas

Y sobre aquel cristal
tú rostro estuvo clavado
mirando nuestros ensueños idos

Y por encima del sino fatal
tu espíritu estuvo postrado
navegando en mares solitarios

...

Se fue, se fue...
más no el amor
nos fuímos nosotros dos
allí donde el recuerdo
se posó en una flor

Lloramos, mucho lloramos...
Mientras lo que alegres sentimos
se volvió dolor,
tan profundo
al despedirnos con lágrimas en los ojos

sábado, 22 de junio de 2019

Retrato del abuelo

El hombre, ya envejecido, pero manteniendo en su interior un ánimo jovial que ascendía o descendía dependiendo del día, se sentaba en el antigüo sofá de su amplio salón. Al instante, encendía con un mechero plateado de la vieja usanza un puro Farias mientras miraba cuantas cosas se encontraban a su al rededor sin detenerse en los detalles, por la parte izquierda había una gran estantería repleta de libros con algunos objetos decorativos, a la derecha estaba la chimenea y unas velas por sus propias manos fabricadas, y en su frente, una pequeña mesa sobre la cual se hallaba el cenicero repleto de las cenizas de otros puros y ducados, y también un libro a medio leer puesto que hacía poco tiempo que lo había comenzado. Hojeó algunas páginas por encima para recordar allí donde lo dejó pendiente, y después, se tumbó leyendo un par de capitulos.

A las pocas horas se rodeó la parte del vientre con ambos brazos y cerró los ojos. Entonces, durante su descanso, pensaba, o quizás soñaba, las derivas que dió su vida y cuales cauces insospechados había alcanzado. Cuando niño, realizó sumas travesuras, y solamente atendía a los gritos que profería su madre desde su casa para que acudiese a comer lo más pronto posible. Pero, no obstante, a los pocos años, tuvo que sufrir el cautiverio de su padre debido a falsas acusaciones que las guerras y las envidias producen. Aún tenía clavado en su mente los largos caminos hasta las cárceles en donde se encontraba, y en el cómo atravesaba un estrecho desfiladero que servía para entregar a los presos sus inseres hasta alcanzar los brazos paternos.


Tras una infancia díficil, observando los desastres de una guerra interna que conmocionó a todo un país, fué llegando una adolescencia en la que tuvo que trabajar para mantener a su familia, y aunque joven, no por ello menos centrado, y a duras penas sobreviviendo. Durante tales intensos años, con una dictadura a cuestas, le aconteció el rayo amoroso que hace arder cualesquiera venas que este roza. Una leve mirada en un baile, una fiesta acostumbrada a la española, y una dama un tanto tímida y extraña en su forma de moverse por el mundo -cuanto más en el baile- pero, precisamente por ello, captó la atención de nuestro jovenzuelo y entre dimes y diretes en noviazgo no hizo otra cosa sino comenzar con sus idas y venidas entre sus respectivos hogares y alguna que otra visita a aquel que han llamado el séptimo arte.

Duras jornadas fueron aquellas para conseguir unas pesetas, y a nuestro joven, ya hecho hombre debido al tanto vivir pese a sus escasos años, marchó a tierras extranjeras a buscar un sustento digno. Así lo hizo, aunque no sin tras unos meses recibir a su amorío adolescente como compañía en tal viaje. Su vida dió muchas vueltas desde entonces, y pudo formar lo que muchos intentan y no todos logran mantener ergido, esto es una familia con dos niñas tan diferentes, que bien podría decirse que cada una provenía de una isla diferente. Con su camión y sus riesgos, logró una holgura sustancial cimentada ante todo en hacer felices a los suyos sin pedir nada a cambio, simplemente pedía para sí la comprensión y el cariño, la empatía familiar y las sobremesas despejadas y tranquilas.

Largos años pasaron hasta que por fin pudo regresar a la añorada patria, que, sin embargo, encontró muy diferente a cuando la había dejado. Ahora, las buenas costumbres fueron sustituidas por lo que hacían llamar "los nuevos tiempos", y la abundancia y afabilidad de los rurales pueblos dió paso a la desolación de los mismos acrecentando la vida urbana, si es que a ello podemos denominarlo una vida como se debe. Una vez que sus hijas encauzaron bien que mal cada uno de sus rumbos, este hombre ya entrado en años recibía sus visitas, a lo que con el suave e imperceptible transcurso de los años le fue bendecido en el vientre de su hija dorada con dos nietos, el uno un caso perdido y la otra uno encontrado.

Y así se llegó al punto donde ahora le encontramos, tumbado en su sofá de antaño con el humo de su puro aromatizando el hogar. Tras soñar esta su vida pasada que se le deslizaba sin poder agarrarla para que al menos se deteniese unos minutos en los cuales suspirar, se levanta para caminar por la estancia hasta salir de la misma. Mira hacia la cocina viendo a la que fué su mujer, y que ahora en un perpetuo estado de ausencia anímica -por no ser capaz de darle otro nombre- haciendo y deshaciendo los platos y cubiertos a penas se da cuenta de la presencia de su marido. Este le indica con leves razones que ha decidido salir para darse una vuelta por el jardín y recortar unas plantas que ya se están saliendo de sus términos, y ella parece afirmar con una inclinación del rostro que mas entristece que alegra.

Estando fuera respira el aire del campo, escucha los cánticos de pequeños pájaros que se dispersan entre las nubes ya rojizas del final de la tarde que dará paso a una fresca noche. Un césped de un verde vivo se intercala entre enormes pinos cuyo territorio acaba en un conjunto de arizonicas que lindan y hacen de frontera con los vecinos. Durante su paseo recuerda cuán dichoso a la par que desdichado puede llegar a ser un hombre, cuántas añoranzas puede uno acumular en tiempos que eran de tragedia, pero que precisamente por ello, eran también de lucha y de esfuerzo, aunque fuera por supervivencia, y así también, la gran cantidad de lágrimas que en silencio son vértidas -ya sean de felicidad o de tristeza- por las bienvenidas y las despedidas de las personas que creímos conocer, y que quizás ya se fueron "¿Que haré mañana?"- se pregunta mientras corta las ramas crecidas en extremo- "Y esta noche, ¿Que tendré para cenar?" Cuestiones que nos pueden parecer comunes, pero que muy al contrario, son en realidad trascendentales en la medida que ocupándose del presente, recordando el pasado y dirigiéndose al porvenir nos nutren de acontecimientos en los cuales, como acabo de describir, cada tibio paso supone una grandeza dentro de su sencillez.

Al acabar de escribir lo que queda sentenciado, tomé un ducado, y tras varios soplos de tal lujo proveniente de los dioses, me puse a pensar en aquellas verdades eternas que permanecen durante los tiempos todos y en como los espíritus pasados que quisimos se mantienen en nuestro interior acompañándonos en nuestras fatigas. Es esta la auténtica herencia, la tradición inmutable, la demostración irrefutable de que la muerte jamás supone un abismo que conduce a los que muchos incrédulos han denominado la nada. Por favor, amigos míos, contemplar la alteza de toda la creación y que divinos elementos componen todo lo que existe, encerrada en cada cosa se encuentra la esencia, solamente hace falta mirar con la mirada interior para darse cuenta, aquella que escudriña y descubre aquello que los demás procuran cubrir con sus velos de antaño. Pero, ¿Y que es lo que vemos? La Providencia inserta en los recuerdos, y que nos susurra acerca de cuanto puede alzarse uno, a lo que se le suma, aquella pronta caída que nos hará soñar hasta llegar a los ojos resplandecientes que nos dieron la vida.

martes, 18 de junio de 2019

La dama soñada

Ya anochecía, y ello se sabía porque el sol se escondía y aparecía el lucero blanquecino estableciendo un nuevo tipo de día. Las interminables calles eran recorridas por un polvo ahora anaranjado debido a los faroles que iluminaban los caminos cada cinco metros cuyas bombillas eran acompañadas por telas de araña, mosquitos y alguna que otra polilla. Como no había aceras, tenía que caminar justo en medio, donde se supone que atraviesan los coches a gran velocidad sin mirar a quién tienen por delante, pero como este era un lugar bastante deshabitado no existía ese problema, ya que allí donde no hay casas a las que visitar tampoco las sendas de las que nos servimos se han de atravesar. Según caminaba iba pensando hacia dónde me dirigía, de mi mente se había desvanecido la dirección exacta en la que tenía que acudir. Aún así, de manera extraña, conocía donde estaba como si dijésemos intuitivamente, mis pies por sí mismos se enderezaban y tomaban la ruta sin guía. Muchas veces me ha ocurrido tal extrañeza a la hora de orientarme en los lugares, puesto que camino al azar con un motivo inmerso aunque secreto, desconocido incluso para mí mismo, y entonces, voy andando constantemente como si estuviese perdido no estándolo, y cuando quiero darme cuenta o despierto de la ensoñación en la que me encuentro, ya he llegado al lugar que en mi interior tenía determinado. En ocasiones esta determinación es confusa y difusa, pues siento mis ojos rodeados de una neblina muy particular que me lleva a pensamientos que no vienen al caso en la situación concreta donde me hallo, es entonces cuando centro mi mirada en lo que se le viene por delante, y he aquí que ya he llegado donde en un principio debía acudir, recordándolo y dejándome conducir por lo que a cada momento me surge al paso.


Y así fué, había llegado a unos anchos portales abiertos de par en par, cuando quise darme cuenta ya estaba sobre unas largas escaleras que se conducían a lo que parecía un castillo. En verdad este era una casa poco usual, que había sido construída probablemente a la vieja usanza, es decir, con grandes rocas, y cuyo interior era adornado por madera maziza que por su olor parecía recién barnizada. A simple vista el lugar estaba vacío, así lo tengo por seguro porque recorrí cada uno de sus largos pasillos, salas de estar, e incluso, algunas de las habitaciones, excepto aquellas que estaban cerradas con llave. No había nadie allí, solamente la misma soledad en persona y mi desconcierto al estar acompañado por una ausencia y una duda.


¿A quién tenía que visitar? ¿Cual era mi intención al estar allí? Pese a no saberlo con seguridad, advertía que mi visita en el lugar no era casual. Estaba allí presente por algo, de lo contrario no estaría dando vueltas por cada recoveco de aquella casa, no tendría sentido el estar por el estar, mera indiferencia que nos conduce a desconocernos como así también a nuestro propio entorno, gran pecado sería aquel. Yo soy y estoy, y se lo qué me hago y por qué camino sobre estos suelos, aunque sea tan sólo por mantenerme vivo. Ya el vivir es un motivo tan importante que condiciona cada paso en base a una meta, si hay acción es porque se encuentran unas causas y unos fines llevados al infinito, toda una policromía de posibilidades donde cada matiz condiciona el movimiento anterior de modo que somos llevados mas allá de lo imaginado hasta alcanzar un estado superior. Bien pudiera decirse que en mi estado de indeterminación, de mi ensoñación que actuaba como un velo impuesto ante mis ojos, en el fondo me conocía a mí mismo -si bien no al completo, al menos en una plenitud cordial y estable- y que si así era como yo creía en aquello, ello quiere decir que también había creado un mundo puesto que quién va formándose acorde con una fantasía desatada hace su propio mundo. En este caso en concreto, era una cosmovisión muy particular, siempre afirmativa, dispuesta a derrocar aquello que le eliminase la ilusión y la esperanza, engañándome tantas veces, que si bien existía una clara aspiración a la verdad, me era dificil admitirla y discernirla de la ficción. 


Salí al jardín posterior de aquella casa y pude contemplar la noche cerrada asomádose en los cielos nocturnos que repletos de nubes, dejaban ver algunos claros entre unos y otros nubarrones. El viento zarandeaba unas palmeras dispuestas ante mí, como a su vez lo hacía con unas rosas rojas que estaban dispersas por el jardín. Diversas luciernagas rodeaban la casa que parecía un castillo, pudiere parecerle a algún ingenuo como era mi caso que danzaban para dar bienvenida a su presencia. Era un lugar fabuloso, de cuento y de encanto, inexplorado por otros andantes hasta ahora, pues aquel umbral era atravesado cual flecha clavada en pecho ardiente al poner yo mi pie sobre tales altares.


Podía apreciarse en la lejanía un temple luminoso, brillante que resplandecía cual cuatrocientos soles al unísono. Era una dama resuelta en llama prendida, ardiente como ella sola que estando arropada con un blanco vestido, podría adivinarse su desnudo tan puro como inocente, toda una mujer con un alma niña. Atraído y persuadido de una hermosura que rozaba los espacios sucesivos y siderales, me acerqué con paso quedo y tiento, reafirmando mi sentimiento acrecentado por su belleza. Personalmente, dado mi peculiar escepticismo, no solía creer en golpes enamorados a primera vista, pero en aquella coyuntura tuve que afirmar mi creencia en las eternidades enamoradas. Inexplicable en verdad, aunque precisamente por ello tanto mas valía.


Nuestros rostros estaban tan cercanos, que osaban rozarse olvidándose de toda pulcritud del trato. Era como si ya nos conociesemos de hace mucho, y habiendo esperado el tiempo propicio para el encuentro, lo hubiesemos puesto a efecto sin las presentaciones que estorban toda verdadera comunicación. Ninguno de los dos tomó la palabra para el otro, simplemente se hablaba mediante el tacto diciendo todo aquello para lo que toda palabra quizás en ese momento se hubiera quedado escasa, o a lo menos, evaporándose sin intención ni final. Una caricia que explora, la sonrisa dubitativa terciando entre la alegría y la melancolía, el respirar que ansía tomar el aliento de ámbar ajeno, el mirar y afirmar, un sentido íntimo que prefiere no preguntar por no enturbiar aquello que se muestra limpio y espejo de toda pureza en aquel mismo momento.


Finalmente, ella dijo algo que sin embargo no logro recordar; pudiera ser un saludo indiscreto, una sílaba que sobraba, cualesquiera sentencia que no añadía nada al caso... Me duele no ser capaz de haber apresado en mí aquel mover de labios con significado. Poco después, se dió la vuelta prometiéndome volver cuando acabasen aquellas ráfagas que insistieron en aparecer. Yo, probablemente, le hubiese dicho que aquel acontecimiento daba igual, que podría quedarme allí toda la vida siendo amado y aprendiendo a amar. Digo que probablemente porque una vez que ella dijo aquellas palabras desperté, dándome cuenta de que estuve soñando ¡Y bien que soñé! Mejor hubiese sido jamás despertar de aquel sueño, pese a que el eterno soñar fuese lo más parecido a la muerte que podamos imaginar. En verdad os digo que soñando en tal manera aprendí lo que era vivir, y así, pues, muriendo en el sueño supe lo que era la vida. Y esta me trajó de vuelta para que viviendo comenzase a morir poco a poco hasta tal punto que determiné que si se vivía en escasez de sueños mucho mejor fuera morirse, o lo que viene a significar lo mismo: desvivirse dejando de soñarse.


Al levantarme por la mañana, tras tomar las diligencias habituales, desde el sofá de mi salón compuse un soneto para jamás olvidarme de la dama que soñé aquella noche y así ella permaneciese para siempre en unos versos que plasmasen su semblante. A aquel lo titulé "A una dama que soñó quién compuso este soneto" al pensar que nada mas podía decirse que no estuviese en el mismo y que dice como sigue:
Hoy soñé con una dama que era pura hermosura
en fantasías oníricas fué por mí inventada,
con todo corazón era amada
de un desdichado como yo, que gozaba su finura

Sus labios deliciosos de ambrosía manaban frescura,
dorados cabellos y su palma regalada
a mi temblorosa mano apresada,
su amor soñado suponía mi cura

No hay hechizo que aleje aquellos
ojos verdosos y su sonrisa
que con prisa se deslizaba

hasta mi boca imponiendo sellos
impresos todos ellos sobre la brisa,
yo mientras soñaba, y en tal manera, también amaba.

jueves, 13 de junio de 2019

Donde se narra acerca de una inesperada visita que tuvo este quebrado hidalgo

Estando cercano a la puerta principal e interior de mi hogar, me encontraba atravesando el pasillo en busca de saciar mi hambre y sed yendo hacia la despensa, pero como no estaba muy llena y lo poco que había no me saciaba -exceptuando un poco de ligera agua- decidí volver sobre mis pasos para retornar a la parte de arriba. En este paseo cotidiano tan acostumbrado como ordinario pude oír un golpear en la puerta exterior y un sonar el timbre al ser dado repetidas veces. Mi discreta curiosidad me hizo entornar la puerta no del todo para ver sin ser yo mismo visto, y al no ser suficiente, no me quedo otra que salir completamente y averigüarlo como se debe y suelen hacer las personas de mediano calibre.

Nada mas abrir la puerta pude ver un rostro que me era familiar, aunque me fuera complejo de discernir, debido a que la lejanía del tiempo había nublado mis recuerdos, de tal manera que mi yo de antaño olvidó sus préteritas concepciones y experiencias, y si estas eran recordadas lo eran mas bien por reminiscencia. El caso era que me encontraba delante de una persona que pertenecía ya a un pasado muy lejano, y el impacto que me produjo el volver a verle produjo cierta alteración del instante presente, pero ya recuperado del susodicho percance en lo que se refiere a lo ya dicho, pude percibir un ser jovial con unas melenas rubias y unos ojos que se centraban en lo que tenían delante y poco mas parecía importarle.

Saludé con cortesía al no recordar a la perfección los aconteceres que nos unían mientras que él con la debida educación correspondió a mi cordial saludo. Como buen acogedor de visitantes inesperados le invite a atravesar el umbral hacia las puertas de mi casa, y él como buen invitado hizo lo suyo. Nos sentamos en unas sillas que tengo en el jardín reservadas a tales ocasiones especiales -pues he de advertir que no recibo demasiadas visitas-, y con una copa de vino en las palmas de nuestras manos comenzamos a entablar una tibia conversación:

- La verdad es que no sé lo que decirle -apunté- si bien me resulta claro que entre ambos hay unos lazos de intrinseca amistad que nos atan, me resulta extraño tan repentina visita. Quiero decir, que no me desagrada, pero que tan tantos años que han pasado desde aquello me sorprende el verte por estos lares.

- Yo tampoco pensaba volver -sentenció con recia voz- pero no obstante, las circunstancias precedentes me han obligado a acudir allí donde no pensaba presentarme jamás ni aunque lo soñase.

- Dígame, pues.

- Le he observado durante unos cuantos días y he notado cambios, también he leído sus recientes escritos y siendo sincero me parecen una bazofía: temas repetitivos, mal uso de la subordinación de las frases, pedantería a rabiar, cultismos sin razón de ser, arcaísmos para dar un toque intelecual que sin duda usted no tiene, divagaciones gratuitas, disgregaciones constantes, contradiciones incesantes... Y no se yo que más cosas apuntar... En fin, un desastre que además me resulta desagradable. Se ha vuelto usted un farsante con esa rétorica ficticia que ha creado, y después, ya se con lo que me vendrá, con sus preguntas impertinentes del tipo: "¿Y qué es realidad para usted? ¿No soñamos nuestras vidas constantemente? ¿No admites que el oficio de aquel que escribe ha de ser el de alejarse de las convenciones para tender a la exageración? ¿Qué hacemos de nosotros si no inventamos?" entre otras cursilerías por el estilo. Y ahora, yo le pregunto: ¿Dónde está su golpe de gracia? ¿Dónde se encuentra su ápice de destrucción? ¿Para qué tanta presunción sin revolución?

- Yo no sé de dónde proviene esa obsesión que tan de moda está ahora -dije un tanto ofendido- de criticar, destruir, quebrar, hacer colisionar sin construir un discurso medianamente coherente. Esas nociones tan insostenibles han de haber nacido de vacuos ideales cuyo surgimiento tiene que haber tenido origen en épocas decadentes donde la obsesión por la acción ha destruído todo pensamiento. Los ideales supuestamente revolucionarios y posteriores a toda modernidad -aunque bien pudiera ser que ya este problema se hallase a comienzos de la misma- mucho critican y nada establecen, son como los fuegos artificiales que mucho ruido hacen para que después diga su conocido discurso el silencio. Mire, yo soy de los que opinan como aquel jesuíta zaragozano llamado Baltasar Gracián que la sabiduría nada vale si no tiene su aplicación práctica, entendiendo a la misma desde la luz de la vida cotidiana, pero no hay que olvidar que ambos lados se compenetran entre sí, no hay vida sin pensamiento ni pensamiento sin vida. Pero, no obstante, ha de haber un fundamento, un comienzo estable que de origen a toda espontaneidad. Necesitamos de un sentido que pugne contra las irracionalidades actuales. Y si somos todos unos locos, tengamos el valor de admitirlo diciendo: "Yo me muevo porque sí, pero al menos, no dudo de mi impulso y estoy seguro que si me esfuerzo llegaré a apoyarme sobre algo donde a partir de lo cual podré construir una pequeña cabaña en mitad de estas sendas pese a no tener respuestas totalmente certeras del comportamiento de la naturaleza. Y con todo ello, no pienso desistir en mi búsqueda" Así que en vez de cegarnos con nuestras propias sombras y negarnos con las palabras que vociferamos, comencemos por replantearnos quienes somos nosotros mismos y hasta dónde estamos dispuestos a llegar si nos atrevemos a luchar junto a las raíces de la sabiduría de todos los tiempos.

- ¡A eso me refería con lo que dije antes!- exclamó interrumpiéndome furibundo- Ya está usted con sus acostumbrados discursos, bien tenía en cierto aquel pensador alemán que aquellos que presumen de escritores y poetas suelen mentir muy de vez en cuando. Y ello mas podría aplicarse en su caso, en el cual advierto cierto estado de indisposición en lo que viene a referirse a su manera de dirigirse a la gentes, tan disoluta e inestable que atenta contra lo que fué en tiempos pasados. Antes, tan gallardo y revolucionario,  y ahora, convertido tras sus funestas experiencias en un títere dirigido por una mimesis contradictoria y afincado en ilusiones inestables.

- Aquel pensador que usted ha citado -torné a interrumpirle yo también siguiendo nuestras amadas costumbres españolas- fue un tal llamado Friedrich Nietzsche que puso en boca de su creación Zaratustra lo dicho, y dijo aquel su autor tantas necedades como lindezas puso en su personaje. Pues él mismo era un poeta, y en cuanto tal, se llamó mentiroso a sí mismo para que no le prestasemos atención en demasía. Y respecto a lo que usted arremete a mí persona -o personaje, pues yo también soy criatura visto desde la divina altura- has de advertir que soy cambiante como todo lo que está dispuesto por estos mundos, aunque mantenga algo inquebrantable en mi interior, que es lo que aquellos sabios antigüos llamaron esencia. Además, en cuanto hay dinamismo en los pareceres de uno, quiere decir que también hay inteligencia y culto, puesto que todavía ha emprendido -y seguirá emprendiendo- las aventuras de los pensares y las desventuras de las penas consiguientes.


Dicho lo cual, mi inesperado invitado se levantó furioso, y sin responderme, arrastró una silla cuanto mas atrás pudo para levantarse e irse. Mientras se iba alejando yo lo seguí con mi mirada atenta a cada uno de sus pasos, y antes de cerrar la puerta dando un portazo cuyo eco retumbaría por toda la calle dijo bien en alto para que se oyese: "¡Viva yo!" Después, dí un par de tragos a mi copa de vino satisfecho de haber dicho y hecho lo que creía que debía hacer tanto por sentirlo como por haber dado forma gracias al pensamiento a los sentimientos internos. Y por tanto, proseguí solitario como de costumbre, pero contento con la ausencia de compañía manteniendo la mirada imperterrita a los cielos suspirando y diciéndome a mí mismo: "¡A Dios sea!"

sábado, 8 de junio de 2019

Entre papeles

Durante una tarde sosegada, yo regalaba mi vista con lo que se encontraba ante mi ventana, así me asomaba queriendo hallar lo que me faltaba. Veía un gran número de fachadas, entre las cuales, se intercalaban los árboles como así los trazos de los caminos con los arbustos. Con mis ojos anotaba cada uno de los movimientos, palpando con la mirada lo inalcanzable a las manos ¿Pero qué es aquello que se busca sin jamás encontrarse? Pues podrían ser muchas cosas, pudiera ser lo que está escondido, lo recóndito de todas las cosas presentes aunque camufladas, veladas ante nuestros ojos por un capricho del destino "¿Por qué ha de ser así? ¿Existe una ley que haya de regirse de tal manera?"- así pensaba yo, navegando entre preguntas como aquel que se introduce en un oceano sin regreso posible al amado hogar.

Con estos pensamientos míos decidí acudir con un leve impulso de mi silla andadora a la parte donde se encontraba mi escritorio. Sobre el había diversos objetos, todos ellos alimentados con una parte de mis añoranzas de la infancia como lo eran: un timón que dirigía su navegación hacía la totaldad del mundo, una fotografía de mi abuelo cogiéndome a mí yo niño en brazos, una pulsera dorada con su nombre, la entrada a Roma en una pequeña maqueta, rosas falsas aún amadas, piedras marítimas, entre muchas otras cosas... En el lado izquierdo pude ver el conjunto de mis cuadernos repletos de escritos inacabados de los que cogí uno de ellos. Abriendo una página cualesquiera de un conjunto de poemas narrativos, pude leer el que sigue que se titulaba "Niño":


"Érase una vez un niño


muy pequeñito,


que soñaba con volar


sobre los árboles,


para así atravesar su mundo


y poder habitar los cielos


junto a los ángelitos,


aquellos que le cantaban semejante


a las nanas de su madre.


Como pasaba hambre,


decidió buscar bellotas


al bosque, pero caminó tanto


tantísimo que llegó a una ciudad imponente


allende al monte.


Allí, en un principio, le recibieron todos


con aplausos y fulgores,


más una vez pasado el tiempo,


se acostumbraron a él


y comenzarón a ignorarle.

Andaba entre los hombres


como un fantasma, peor aún:


una sombra de un fantasma


ya muerto todavía


en vida aparente.


Poco a poco -como todos-


fué creciendo; le encantaba curiosear


lo que otros hacían


para averiguar


cuán diferente era él mismo.


Lo que más le gustaba era


quedarse mirando hora tras hora al mar,


viendo como las olas arrastraban las conchas


a la playa; y como unas desvanecían


postradas en la arena, y otras,


morían para él en cuanto partían.

Un día, optó por quedarse


con una de esas conchas,


a la que llamó Soraya.


Llevándola a su casa,


la cuidó como a ninguna,


e incluso, la acariciaba


como a su tesoro más preciado.


Años mas tarde,


ella también se fué para siempre,


como todas aquellas personas


-ya sean ficticias o fingidas,


reales o novicias-,


que en tiempos préteritos


había conocido,


y de los cuales,


amó y siguió amando en el recuerdo.

Cada vez, estaba más viejo,


y llegó una noche


en la que se encontraba tan cansado,


que contemplando


un lucero -tan grandioso como desolado-,


le recordó a sí mismo cuando niño


era creador y no le importaban


los pensamientos ajenos.


Así, pues, se quedó en el sitio


mirando el astro yéndose apagando,


hasta que tan oscuro le pareció


lo que estaba a su alrededor,


que se durmió, y desde entonces,


no sabemos lo que ocurrió:


si murió en la nada, si vivió el sueño eterno


o si simplemente se marchó


para desnacer viviendo."

La lectura me dejó largo rato en suspenso, dudando acerca de los significados que había escrito, procurando recoger las impresiones que me llevarón en aquel tiempo a expresarme en tal forma como lo había hecho. Y en vez de lo dicho en sí cuyo resultado es lo que se ha quedado en las letras, recordé dónde lo escribí y cómo me encontraba. Vino a mí aquella salida de la biblioteca que lindaba con el universitario jardín, allí había unos pétreos bancos donde yo me senté, iluminados y cálidos por el sol primaveral  estaban aquellos pedruscos que me servían de asiento. Mientras iba escribiendo me sentía en soledad pese al estar rodeado de otros estudiantes que iban y venían de acá para allá, cada uno seguía su vida, y en la medida que partían de mi vista dejaban de existir para mí como las conchas cuando son arrastradas por las olas del mar hacia el interior como apuntaba mi poema. La tinta de mi boligrafo pasaba por encima de las hojas del cuaderno, y así el mundo me resultaba un verso incabado que yo procuraba completar sin conseguirlo del todo, pues siempre acababa por faltarme algo que no lograba dilucidar en su plenitud.

Ya despierto de la fantasía que supone el recordar, un volver atrás con matices distintos tras haber sido purificado el pasado gracias al instante, pasé una página adelante de aquel cuaderno. Y comencé a leer otro poema del mismo calibre bajo un tema distinto tan importante como lo es la vida y la muerte que siempre ha sido recurrente para mí, y que por tanto, de una o de otra manera siempre acabo tratando. Este se titulaba "Vivir y morir", un título muy simple para la complejidad que encierra en la experiencia:


"Atiende, caminante,


a la mudanza de mis sueños


aquello que traspasa


las fantasías de los hombres


y los pueblos, y los arrastra


a tierras y mares tan espirituales


como carnales.

El prado repleto


de amapolas y rosas niñas,


aún no del todo nacidas;


capullos en formación,


dentro del proceso natural de creación


siempre en ascenso hasta los cielos,


eran añoranzas infantiles


que amaban porque todavía


les quedaban esperanzas


de florecer como todo lo vivo


en las tierras de España.


A pesar de los cardos


impuestos sobre los caminos


por castigo divino,


rastrojos de otros dioses,


aún se mantenían en llama;


cual igneo elemento de la vida.

Somos todos presos obsesos


con las libertades -algunos


lo confunden con el libertinaje-,


un romper de grilletes


y liberar de cadenas,


buscamos imposibles


aún a sabiendas de que solamente


son realizables cuando los párpados


se tornan en ataudes cerrados.


Queremos, o más bien; ansiamos


con todo deseo y celo


- propio de un cautivo desdichado-,


desentrañar el misterio


y responder al sentido;


el por qué estamos vivos


y hacía dónde nos dirigimos.

Subimos cada vez más


en mayor grado,


contemplando las nubes


desde las alturas


saltando entre ellas


junto a la compañía


de nuestro hermano;


el gran astro, que constantemente


nos vigila, dios arcaico


de los primeros hombres.

Perdemos el oxigeno,


nos falta el aire,


caemos y otra vez


campo a través,


solos y desnudos como en el principio


de los tiempos ante la madre tierra,


labrando los suelos con nuestros pasos


y lanzado preguntas


en las noches solitarias,


que jamás nos serán respondidas,


pues nos están veladas.

Los cielos se oscurecen,


se vuelven de un azul marino abismal


dónde las estrellas resultan


amantes dispersas


que nunca serán nuestras,


más ellas, nos seducen,


amarrando nuestros corazones


a sus cabos, de manera que;


seguimos sus rumbos.

Llega de nuevo la noche,


siguiendo su acostumbrado curso,


aparece la luna con su palidez,


es aquella la que alumbra


los caminos y los dota


de ese matiz templado,


y nos invita a que los recorramos


con nuestros mutilados pies


debido al mucho caminar.


Los recorremos, los regamos


con nuestras lágrimas recientes,


y de esos charcos nuestros


nacerán las verdes hierbas silvestres


que otros verán en cuanto


sigan nuestras huellas


ya levemente camufladas


por la polvareda cenicienta.

Puede observarse mas adelante,


aquellos misterios nocturnos


de porvenires futuros,


plegados por las sombras


de los pecados que cometimos


inconscientes de nuestras faltas;


humana imperfección.


Desemboca la incertidumbre,


hay un silencio mortal,


aquel que nos cierra los ojos


para que cuando nos atrevamos


a abrirlos


sepamos que morimos"

Cuando escribí aquel poema recuerdo que era una mañana en la que me sentaba en unas mesas situadas en la tercera planta del lugar en el que estudiaba. A esas horas tan tempranas no había nadie, como mucho escasas personas que me negaban a mi la existencia al pasar desapercibido mientras la inspiración me iba dando las pautas según las cuales dibujaba poesía. A los treinta minutos aproximadamente guardaba mis cosas y me dirigía al aula que me correspondía pensando aquello que no debía, pero que era inevitable dada mi naturaleza que insistía en persistir allí dónde a sabiendas de la imposibilidad no le quedaba otra que introducirse. Llegar a cualesquiera lugar es un irse, la bienvenida que algún día dirá un adiós callado, un silencio que en la medida que comienza necesariamente ha de acabar, pero que aún así bajo la esperanza y la ilusión insiste porque sí, o quizás, bajo otro motivo que a pesar de estar en mí todavía está difuso para describirlo como debiera. Y por eso ahora tengo que sellar mis labios, guardar el secreto.

Una vez que hube terminado de leer aquel último poema y pensar lo poco mas arriba escrito, salí afuera y descubrí bajo mi propia sorpresa que ya era de noche. Me senté en el suelo de mi jardín y miré al cielo nocturno, que abismado contenía vida, o al menos, eso me dijeron el coro de las estrellas. Sentí el paso que nunca se detiene, la llegada del ascenso, la inmersión en el sueño verdadero, lo caminado aún por descubrir... Cerré los ojos y sentí que soñaba, y así era porque en realidad siempre estuve despierto. Dormir y vivir; dos reflejos que significan lo mismo como así la muerte implica un nuevo nacimiento, aquello que alcanzamos cuando lo conciente se vuelve vivencia.

lunes, 3 de junio de 2019

De lo que le aconteció al autor de estos escritos cuando hubo salido a pasear por el campo

Fue uno de aquellos días en el que los recuerdos nos acometen con la mas afilada de las espadas, también se la suele llamar por costumbre un mal de conciencia. Ya desde tiempos remotos, el conjunto de los hombres han tendido a quedarse con lo peor de sus experiencias en vez de sacar los diamantes de la mina que nos procura el aprendizaje de las mismas, pero en vez de eso, continuamos afinando los rencores y los negativos haceres introduciendo nuestro pensar en un laberinto repleto de preguntas sin respuesta ¡Ay, que dolencia es aquella que insiste en la mente, y de la cual, nos resulta imposible retrodecer!

En tal estado de ánimo me encontraba, sin poder lograr del todo conciliar el sueño como se debe, era entornar un tanto los párpados hacía abajo y se me aparecían imágenes que me maldecían. Y todo debido a errores, al no haber concebido la suficiente fortaleza para resistir los devenires del sino, por no mantener ergidas las fuerzas hacía arriba, por caer ante el deseo efímero creyéndolo permanente engañándome a mí mismo... Así, tras incesante devaneo que no llegaba a ningún punto en concreto, decidí escapar de las sombras por momentos en unos paseos. Es preciso recordar que es tendencia tan reconciliante como inspiradora el pasearse por los alrededores, ya Aristóteles y los peripatéticos lo entendían como fuente del pensamiento, y no es arbitrio advertir que nuestras reflexiones mas profundas nacen del andar como así también las conversaciones entre amigos extraen lo íntimo de cada acontecimiento si se habla con el espíritu del paseante.

¡Y qué mejor lugar para pasear que el campo en donde habito! -así acertadamente pensé. Entonces, decidí encaminarme por áridas sendas castizas cuyos bordes suelen estar repletas de abrojos y malashierbas, denominación que por otra parte, me parece injusta ya que incluso entre sombras y oscuridades no es raro hallarse alguna flor de escarlata. Entre caminos labrados por los pasos de los hombres, y algún que otro parque abandonado a los azares naturales, puede uno encontrarse campos de cultivo y prados repletos de rojas amapolas que probablemente -así se me ocurrió a mí un día- signifiquen esa pasión española que suelen indicar nuestras tierras. Cada componente del paisaje habla por sí mismo, desde el sol en su marcha con la promesa de su vuelta hasta la última hoja caída en espera a sus hermanas póstumas. Quizás sea por estos detalles tan nímios y aconteceres que se hacen eternos por los que merece la pena vivir.

En esta ocasión yo caminaba en soledad, disfrutando de cada acontecimiento por pequeño que a alguno podría resultarle, pues al menos para mí ello suponía lo más grande que podría soñarse. Sin embargo, mis malestares no tardaron en retornar, y en tal medida, despertarse para acometer mi cura momentánea. Enfermo de mis males internos, daba vueltas a asuntos que a los demás les parecían zanjados por el mero hecho de situarse en tiempos préteritos. Pensaba y pensaba sin lograr calmar mis turbulencias que se resolvían en millares de recuerdos alegres en su día, pero que ahora me dolían, haciéndose tristes debido a las faltas posteriores que dieron en tal fatal final. Y como muchas veces, uno encontrándose en tal alterado estado suele imaginarse cosas que realmente no están presentes, y viéndolas se las cree como si estuviesen ante sus ojos, así me ocurrió a mí.

Allí apareció ante mis atónitos ojos mis amores plasmados en una figura femenina que pese a estar sombría, yo supe reconocer como fuente primigenia de mis dolores constantes. Quedándome perplejo, espere que la alucinación se disolviese, pues era conciente de que estas cosas no suelen pasar. Pero, tan similar era a lo real, que poco a poco me lo fuí creyendo, no eran los sentidos los que me engañaban, lo era el entendimiento, aquel místico fundador de mitos como lo es el creerse el innatismo intelectual. Así, pues, tras leves momentos la mujer comenzó a hablar en secreto, tan bajo que cada palabra lanzada al viento se asemejaba a un susurro, un suspiro que se me dedicaba a mí, culpable de mi propia penitencia.

Al final, ópte por hablar "¿Qué quieres de mí? ¿Qué buscas de mi persona?" -empecé a preguntar. Pero no mediaba palabra alguna en cuanto respuesta, solamente una mirada, ojos vidriosos que señalan el equívoco de insistir en aquello que se hizo mal en un pasado que actúa como si fuera una gran cadena atada a las espaldas "¡Dime algo, santo Dios, que a este paso, los cuervos acudirán a comerme el higado antes de una respuesta tuya" -dije ya desesperado. Nada volvía a salir de su boca, tan sólo unos labios temblorosos invocando la necesidad de un llanto que no lograba cúlminarse, la tristeza contenida que semejante a una aguja en el pensamiento se procura la dolencia jamás callada. Se fué, la figura se confundió con los cielos ya nocturnos, y sus ojos se descomponieron en estrellas dispersas, bailadoras ellas en el concierto de la luna.

No sabía qué pensar, ni que hacer con lo que me había pasado, o si me había vuelto loco tras los desgraciados amores. Quedé en suspenso, presente no tanto por capricho como por un hecho irremediable "Y a partir de ahora, ¿Qué? ¿Por qué?"- me preguntaba. He ahí la pregunta realmente esencial, el quehacerse con uno mismo cuando la desgracia se esconde tras cada leve alegría, cuando los males parecen sobrepasar a los bienes, cuando la cuchilla del inmenso dolor supera al alivio, cuando el ánimo cabizbajo ha logrado que los suspiros y los llantos ya sean costumbre en este espíritu insistente en perservar la vida que es el mío.

Y desde entonces, ando por lugares raramente explorados, estando perdido por estos mundanos reinos buscando lo divino oculto tras cada capa de tierra que se encuenta presente en el camino. Buscando me hallo perdido, y perdiéndome a mí mismo me encuentro en donde nadie sabe cual es el sitio. Procuro responderme la sin respuesta a la pregunta que indica ausencia, cavando toco el pasado y el porvenir inserto en el instante, principio y cúlmen del existir, que no es otra cosa que el insistir vivir aprendiendo a enfrentarse a la muerte. El morir no es descanso, es vacío, sin sentido como el mío. Azares que son necesarios, y necesidades azarosas me incitan a pugnar por la razón, una en movimiento causada y finalizada por aquello que damos por supuesto sin haberlo visto. Lo imaginamos entonces, cerramos los ojos para dormir, y vuelta a empezar en una ruleta con sus desniveles. En estos hay cambio, y por tanto, hay verdad.


domingo, 2 de junio de 2019

Un comienzo

Miro y me asombro, continúo mirando y no dejo de asombrarme. Puedo ver una luz tenue, abierta toda ella mostrándose como solamente saben hacerlo los elementos mágicos. Ya sea perturbación del intelecto, o mera alucinación mía que acude sacudida sin remedio, he aquí se da un nuevo comienzo. Se trata de un empezar que busca jamás culminar, puesto que todo principio ansía recorrer incesantemente nuevos caminos hasta la eternidad. Aquello de dar finalidad es simplemente una conjetura para quedarnos en sosiego, lo que verdaderamente queremos es lanzarnos por los derroteros de eterno. Y presumiendo no quererlo en apariencia, nada mas dejarnos solos como yo me encuentro en estos mismos momentos, nos ponemos a pensar sobre infinitos y cosas imposibles accesibles a nuestro imaginar.

¿Quién no ha soñado, y después, se ha quedado con su sueño en las manos desvaneciéndose lentamente al despersarse? Hubo un tiempo en el que le daba mayor contenido a lo soñado que a lo que realmente había vivido. Incluso, esa manera de establecer diferencia entre el estado de vigilia y el onírico me parecía una blasmefia. Porque al fin y al cabo, quién me negara que muchos de los movimientos que uno hace así los realiza animado por lo que en una noche le susurro lo soñado, o quizás; un fantoche, un personaje malogrado de alguna novela que provocó en el lector un signo de compasión. Si así te has sentido alguna vez no temas, yo mismo soy una invención que siente empatía hacia el resto de las creaciones.

Y hablando de comienzos y de lo creado en los principios, ¿No te has preguntado tú mismo en alguna ocasión si tu vida misma se resuelve en una ficción? Sin duda, muchas de nuestras vivencias mas bien parecen malas fábulas o poemas épicos inversos, pero yendo mas lejano al propio concepto; ¿No piensas que lo que se muestra ante nuestros ojos no son añoranzas permanentes que fluctúan entre el paisaje, y fundiéndose, se convierten en experiencias íntimas dignas de escribirse? En lo que a mí se refiere, he de admitir que me ocurre constantemente, y no únicamente cuando anochece y comienzan las dudas, porque para quién sabe de luces vive en un amanecer constante.

¡Qué de locuras habré dicho! ¡Y cuántas otras tantas diré si las musas así lo desean! Mientras tanto, yo mismo en mi espaciosa habitación, con una amplia ventana mirando al cielo aunque cerrada, y una puerta de madera que también me ha negado la mirada, pienso en mi estar donde estoy. Y pese a que suene redundante, es una afirmación muy importante. Es cierto que ahora mismo a mi al rededor contemplo muchas cosas que pueden advertir alguna que otra referencia a mi persona, entre ellas están los libros de mi estantería de los cuales algunos he leído, unos pienso volver a leer y otros solamente he hojeado, y también está mi pared que imita a la perfección las nubes de los cielos que se expanden como un lienzo al descubierto.
Un lugar sin duda propio de un soñador como yo lo soy, muy acorde a mi caracter.

Sin embargo, ¿Para qué tantas palabras? Ellas no significan nada sin alguien que las lea usando del deslizar de sus ojos sobre las diferentes páginas. Ambas partes se implican mutuamente, y de su choque, nace su sentido. Las respuestas a todo lo que nos rodea no son simplemente metáforas comprensibles por vía de relación, sino que son algo vívido de lo cual nosotros elevamos por diversión al universal. Sí, y de nuevo las aspiraciones, las elevaciones hacía donde no podemos pero queremos llegar ¿De qué nos sirve que nos señalen un lugar cualesquiera y nos impongan que tal espacio nos está velado? No nos importan las negaciones, queremos persistir y afirmar una verdad disparatada. Y por eso, a modo de ejemplo, aún buscamos a Dios aunque muchos nos digan que nos es imposible alcanzarlo, porque aún a sabiendas de que esto es cierto, como así dijo San Agustín: si uno le busca es porque ya le ha encontrado.

Estas páginas en blanco repletas de letras negras se han ido rellenando porque hay una esperanza ¿Pero cuál será? ¿A qué poner tanto empeño insistiendo en lo que nos dicen las gentes que es un hueco vacío del que nada podremos sacar? No obstante, como aún siendo amante de las palabras, prefiero que hablen por sí mismas las obras, lo dejaré en suspenso, con un punto que se dilata por encima del abismo, y cuyo punto de partida, e incluso, su llegada, nos es tan inesperada como incierta, pero muy suculenta al imaginar. Y en tal manera, diestra y dispuesta a jamás detenerse en las sendas de la vida frente a un horizonte que no se apagará pese a que todos los corazones del mundo dejen de latir en un instante.