La gran puerta fue abierta.
Y nada mas ser abierta, un chico pudo acceder a una inmensa sala completamente despejada. Esta sólo contaba con un altar, y estaba tamizada con madera pulida. Las sombras y las luces se intercalaban entre sí dotando a la sala de un toque mistico. El resplandor lumínico que mejor podía percibirse estaba impreso en el suelo, dejando la figura de las ventanas esmaltadas entre la penumbra que dominaba aquel lugar. Pero, mas allá de las sensaciones visuales, reinaba un silencio casi absoluto. Sólo podían escucharse las pisadas del chico al dirigirse a la parte elevada del altar, la cual era paradojicamente la más oscura de aquella enorme estancia. Cuando llegó, una figura emergió del centro desplazandose con parsinomia, cual si volara.
Esa figura se trataba de su maestro "Ese viejo ya está borracho otra vez. Fíjate, se le nota la ebriedad en las mejillas y de la comisura de sus labios se notan los rastros resecos de sus babas alcoholizadas. Encima, debe ser todo un mujeriego, que se aprovecha de su estatus de maestro para abusar sexualmente de las mujeres jovenes. Esa naríz rojiza le delata. Sólo los pervertidos tienen una naríz tan roja y una sonrisa tan extraña... Ese rostro esconde millares de perversiones acometidas en el pasado y en el presente. Estoy seguro, mi maestro es un maldito borracho y un maníaco sexual." En aquello pensaba el chico en aquellos momentos ante la fija mirada de su maestro, que no se movía ni un paso. Parecía, incluso, que ni respiraba. Estaba pétrido como una estatua que fuera ahí clavada desde hace muchísimos años. Además, como estaba situado sobre el altar, casi podría llegar a confundirse por una especie de idolo de antaño. Esto incómodaba al chico, esa mezcla entre santidad y mundanidad le desconcertaba "Siempre igual... Con esa mirada vacía que pone siempre. Este maestro, además de ser un alcohólico y un pervertido, debe ser también un adicto a las drogas. No es normal que se le quede mirando a uno así como si no viera nada ¡Que estoy aquí, joder! De verdad... Como se le nota que le queda muy poco a este hombre para entrar en la fase de la demencia senil. Es anciano para lo que quiere, excepto para beber sin parar y darle al manubrio. De eso estoy seguro..." Volvía a pensar el chico, cargado de suma impaciencia y nerviosismo.
De repente, el maestro alzó su mano izquierda en señal de saludo y descendió del altar de un salto que produjo un golpe seco en el suelo. Si uno prestaba atención, podía escucharse el eco de ese golpe cual si se tratase del martillo de un juez sobre la madera. Cuando hubo bajado, el maestro fue andando con tranquilidad en línea recta, incluso empujó sin querer al chico, aunque hizo como si no pasase nada "Qué cabrón... ¡Encima me empuja y ni se disculpa! Este maestro es un maleducado y un impertinente. Claro, como los gestos sociales de cordialidad son usos mundanos, pues pasa olimpicamente de ellos... Pero para llenarse el estómago de bebidas y de manjares, no hay problema. Como tampoco tocar senos de diferentes tamaños supone algún tipo de contrariedad ante la elevación espiritual. Este tipo es un fantoche, lo digo yo. No sé qué llevo haciendo tantos años aquí, estudiando con este mentiroso compulsivo" Seguía pensando el chico en estas cosas, cuando el maestro que hasta entonces le estaba dando la espalda en su marcha, se giró y le miró directamente. Aquello perturbó al chico, que se quedó de piedra, plantado donde estaba y con sudores fríos.
Entonces, los resecos labios del maestro se despegaron, dejando entrever entre el labio inferior y superior varios hilos de saliva blanquecina, como si llevase sin abrir la boca ni para comer durante algún tiempo. Este pronunció con una voz que a las veces era solemne, y otras quizás un poco mediocre por sus gallos intermitentes:
- Es hora de que practiques la meditación final. Ya has avanzado mucho en el transcurso de este tiempo, y creo que ha llegado el momento de que pongas en práctica todo lo que te he ido enseñado. Esta meditación parece muy sencilla, pero no lo es tanto como puede aparentar ser. Verás, quiero que concentres todos tus esfuerzos en meditar mirando a esa vela -Dijo señalando hacía el altar, donde apareció una vela que hasta entonces el chico no había visto, y continuó- Quiero que medites tanto clavando tu visión exterior e interior que acabes convirtiendote en esa vela. Sólo entonces podrás entenderlo todo, que es para lo que viniste aquí ¿Verdad?
El chico, rascandose una sien, se adelantó para responder al maestro y comentarle sus dudas para el procedimiento meditativo. Y cuando ya estaba abriendo la boca, preparado para expulsar aire con sonido en forma de palabras con sentido, el maestro se dió la vuelta sin prestarle ninguna atención "Será jodido... Me cuenta esa ambiguedad, y se marcha en mi cara cuando iba a preguntarle si debía adoptar alguna postura o lo que fuera. Menuda cara tiene el muy hijo de puta. Juro que si logro alcanzar la comprensión óptima, me metaforseo en un rayo y le parto en dos mitades por ser un farsante asqueroso." Al terminar de pensar esto, el chico se puso en cuclillas en dirección a la vela. Se quedó contemplandola embobado, sin saber qué hacer. Al principio, notaba como sus párpados caían debido al sueño. Mas, al percatarse, se apartaba las legañas de los ojos y las tiraba al suelo. Algunas se le quedaban pegadas en los dedos y se las comía. Al rato, intentaba volver a concentrarse, fijando su mirada en la vela y procurando apartar sus pensamientos. Pero se despistaba, acababa pensando en mil cosas baladí, y volvía a repetir el mismo proceso una y otra vez.
"Estoy hasta los cojones... Este viejo podrido me está tomando el pelo, y encima yo le tomo en serio... Pero bueno, como no tengo otra cosa que hacer, seguiré intentandolo hasta que me caiga del sueño. Total, no tengo nada mejor que hacer en este putrefacto lugar." Desplazando estos pensamientos, se puso a bostezar. Y al instante, retomó la contemplación de la vela. Su llama oscilante sedujo sus ojos, veía cómo se blanceaba a un lado y a otro cual si fuera la cintura de una mujer bailando durante un extraño ritual. Su mente materializó aquella mujer danzante, que, cargaba su cuerpo desnudo con un número considerable de lentejuelas que se movían a la par de sus pasos y saltos. No había nada mas, sólo aquella mujer de piel morena bailando sobre la llama de la vela. Algo en el interior de aquel chico ansiaba bailar también, deslizarse a través del fuego y alcanzar a aquella mujer. No sabía a ciencia cierta si se trabaja de un deseo espiritual, o lujurioso, ambos se confundían en aquella tambaleante llama que ceñía la cintura de aquella sensual mujer.
Sin avisar, la llama se apagó durante unos instantes. Fueron los suficientes para que la presencia de la oscuridad se hiciera patente. A pesar de que ese tenue apagón duró muy poco, un recuerdo de esa oscuridad permaneció como un resquicio en el interior del chico. Nada mas volver a salir aquella llama, este se adentró en ella deslizándose al principio rápidamente, mas luego con premura. Ya instado en la misma, pudo contemplar un esplendoroso paisaje. Parecía que volara por el cielo, ya que estaba rodeado de nubes. Sin embargo, no se quedó en el sitio. Empezó a impulsarse poco a poco, ganando velocidad con cada movimiento. Acabó descendiendo, y pudo contemplar un inmenso prado verdoso que estaba dividido en dos sectores bien diferenciados: por un lado, había un campo de trigo, y por otro, un bosque frondoso. Lo que dividía ambos sectores era aquel campo asalvajado que estaba plagado de malas hierbas que entendían de un cierto tipo de sintonía, ya que parecía que estaban plantadas en orden, cual si hubieran sido ordenadas por la mano del hombre. El chico se quedó ahí, es suspenso esperando que pasase algo. Pero nada pasaba, sólo ascendía de nuevo cuando se quedaba en quietud. Así que prefirió seguir explorando aquel inhóspito terreno.
Sin saber cómo, dónde o por qué, se encontró a sí mismo en su hogar rodeado por su familia. Mas él ya no era él, sino una especie de entidad invisible que sobrevolaba las sucesivas salas de su casa, contemplando a todos que por lo demás, estaban a sus cosas. Lo único que le extrañó de aquella situación fue que veía a todos como mas jóvenes, y que la decoración de la que fue su casa, era muy diferente a la que él había conocido en vida. Esta situación de perplejidad y de contrariedad, le condució al camino que llevaba a su habitación. Ahí pudo ver que la misma estaba decorada de forma infantil, con trenes y coches a doquier por las paredes, y con algunos juguetes y muñecos dispersos por el suelo. Recordaba a algunos de ellos, sobre todo a ese peluche de vaquero que le acompañó en su cama cual si fuera una amada hasta bien entrada su adolescencia. Aunque quizás lo mas sorprendente de todo fue contemplar a sus padres mucho mas jóvenes, que rodeaban una cuna de un tono azul pálido, cual si estuvieran protegiendola de los males del mundo. A estos se les veía muy felices y emocionados, tanto que sus ojos estaban vidriosos por tanto sentimentalismo contenido. Al ver esto, pensó el chico, que a pesar de que terminasen separandose, en aquel entonces parecían verdaderamente enamorados.
Cuando se acercó aún mas, posicionándose sobre la cabeza de sus padres, pudo verse a sí mismo siendo un bebé. Ese bebé que fue él mismo, le miró directamente a los ojos como si reconociese a esa entidad invisible que sería él en un susodicho futuro. Mientras que los padres probablemente pensasen que su hijo estaba con la mirada pérdida jugando, lo que en realidad pasaba era que su hijo de aquel pasado-presente, estaba mirando a aquel otro hijo del presente-futuro. Aquel contacto tan penetrante se dió con tal intensidad que la entidad invisible del chico, se sintió inexorablemente atraída por su yo del pasado siendo un bebé recién nacido, y aunque tenía sus dudas de si ese acercamiento era el propicio, no pudo evitar seguir arrastrándose en esa dirección. Era como si se tratase de la energía de atracción que domina un imán, y que por ello, resulta inevitable. Justo cuando estaba delante, a punto de fusionarse dentro de la cabeza de su yo-bebé, este emitió un estridente lloro que perturbó a sus padres, que cuyo semblante adquirió una expresión de extrañeza, para acto seguido abalanzarse a coger a su bebé por si le pasaba algo. Y justo en el instante en el que el chico siendo una entidad invisible que flotaba en el aire se aunó con aquel yo que había nacido hace poco, se produjo un resplandor acompañado por una sacudida cual si fuera un pequeño seísmo que sólo él fuera capaz de percibir.
***
Cuando el maestro salió de la gran sala de meditación principal, se encaminó hacia su cabaña, que estaba a pocos pasos de aquel lugar. Pero, sin saber por qué, en el último momento, cambió de opinión. Prefirió darse un paseo, a pesar de que el cielo estaba muy nublado y amenazaba con llover. A medida que avanzaba en su sosegado paseo nocturno, pudo observar a través de las columnas que formaban algunos árboles lejanos, que de las nubes del cielo se filtraban las luces de algunos relámpagos. Esto tampoco le detuvo, siguió avanzando sin miedo alguno. Entonces, se situó en medio del campo, con sus envejecidos pies descalzos aprisionando cúmulos de barro húmedo. Fue ahí, justo en ese lugar donde se detuvo, cuando escuchó un fuerte estruendo que provenía del cielo tormentoso. Y ese estruendo acabó transmutándose en un enorme rayo que impactó sobre el maestro, dejándole totalmente calcinado. Su cuerpo se desplomó, quedando sólo varias cenizas de las que todavía ascendía un humo negruzco.