domingo, 20 de julio de 2025

El más allá

 En una polvorienta biblioteca cargada de volumenes desgastados se encontraban gran cantidad de estudiantes preparándose para sus examenes finales, o al menos eso parecía a primera vista, ya que uno de ellos estaba ocupado en otros quehaceres más elevados a su modo de ver. Se trataba de Rafael, un joven cuanto menos solitario que en vez de repasar las lecciones de su próximo exámen estaba leyendo sumamente atento Las confesiones de San Agustín. Para él, lo importante no era el progreso material en el mundo, sino la elevación espiritual de su alma. Por ello, aunque lograba superar los contenidos de la carrera de forma targencial, su intelecto estaba plagado de sustancias, lecciones morales, accidentes y demás categorías del intelecto humano.  Esto se debía a su interés incondicional y genuino por el saber, lo que consideraba la meta de su existencia.

Todos sus días transcurrían con idéntica avidez espiritual, mientras el mundo continuaba con su acostumbrado ritmo monótono, él se centraba en descorrer el velo de la ilusión a través de las páginas de un clásico del pensamiento o de algún libro que de antiguo se le desencajaban las hojas. Había leído gran cantidad de libros, desde los sabios hindúes con sus largas disertaciones en torno al atman, pasando por los viejos maestros chinos y su obsesión por lo incognoscible hasta la mística abrámica que recorre desde Jerusalén hasta Arabia Saudí. Lo curioso de este recorrido interior, es que él mismo se daba cuenta de que todo ello no le llevaba a ningún puerto. Conocía los textos y lo que estos implicaban, sí, pero por otro lado no lograba tomar una decisión sobre el sendero espiritual que debía escoger. Encontraba sumos aciertos, pero también errores que culminaban por refutar su propio sistema. Esto le hacía vivir tremendamente desasosegado, sin saber qué pensar ni mucho menos qué hacer.

Esto en cuanto a su vida interior, mas la exterior no era mucho mejor. Los acontecimientos de su existencia efectiva pasaban como cuchillos voladores, que le respaban dejándole una gran cicatriz para pasar a otro asunto. Ciertamente, su comportamiento tampoco era el idóneo, su indiferencia para los problemas del mundo era tan inmensa que rallaba en la injusticia para con sus semejantes. Es verdad que estos habían sido injustos para con él, mas también él lo había sido tomando a tontería sus demandas de atención. Al final, había optado por alejarse de todo y de todos, confinarse en su hogar para pasar el tiempo leyendo textos que consideraba necesarios para salvaguarda de su espíritu y plasmando sus inquietudes por escrito de cara a una posterior obra que nunca lograba salir a la luz.

Las únicas veces que salía de su carcel particular era para acudir a las clases cuya presencia era obligatoria, aunque las escuchaba con evidente desgana mientras en su abstracción continuaba divagando en torno a problemas que consideraba más relevantes, y no todas esas superficialidades que no llevan a ningún puerto. Y como decíamos antes, pese a que lograba atravesar las asignaturas con notas mas o menos medianas, en su fuero interno sentía que no se reconocía su talento, o al menos las inquietudes que cobijaba en su seno, y de las que sus semejantes eran carentes de acuerdo a sus actitudes que se limitaban a seguir progresando en su vida estudiantil de cara a tener un futuro laboral próspero en tanto que en sus ratos de ocio los dedicaban a la bebida y a la fanfaria.

Toda esta situación llevó a Rafael a un aislamiento completo del contacto humano, vivía como un eremita en su propia casa, entregado a la lectura y a la meditación. Pero aún con todo este esfuerzo de ermitaño, no sabía con certeza qué pensar. Todo aquel cúmulo de conocimientos le dotaba de las herramientas necesarias para construir una armadura espiritual frente a los embates mundanos, mas si se examinaba a sí mismo a conciencia no encontraba un sentido espiritual unívoco que le concediese la certeza de que aquel era el camino. Se sentía impulsado a esta búsqueda incesante, pero se contemplaba en un laberinto donde no había salida alguna. Rodeado de muros, grandes pedruscos de la metafísica universal, los palpaba y reconocía su rugosidad, pero si seguía la senda que marcaban se encontraba en un callejón sin salida.

En una noche, su corazón no pudo soportar más los dolores de su existencia como tampoco aquel frenesí espiritual del que no lograba atisbar la luz al final del tunel, y entonces sus palpitaciones dieron con un cese repentino que le condujeron al final de su vida material. Él, no fue consciente de ello en un principio, creía que todavía se hallaba tumbado en plancha en su cama, soñando aquellas imagenes oníricas incomprensibles que suponían sus interludios respecto a sus estudios vigiles. Pero no se trataba de aquello, el reloj de su vida dió sus últimos segundos para terminar por pararse repentinamente, se había muerto de repente pensando que seguía soñando.

Un fundido en negro cargado en un principio por pequeñas lucecitas que fueron dispersándose hasta disolverse completamente le condujo a una negrura total. Se apercibía a sí mismo desde los sentidos internos, mas no lograba atisbar lo que tenía ante sí. Creía escuchar sonidos lejanos, como gritos contenidos acompañados por sus desasosegados suspiros, a la par que sentía un inmenso frío. Se desplazaba con dificultad, parecía que sus miembros se encontraban cercenados por un peso inusitado, especialmente en su brazo izquierdo, el cual no podía levantar por mucho que se esforzara. Poco a poco, en tanto que su vista se adaptaba a la oscuridad, logró vislumbrar que se encontraba en una húmeda cueva cuyo final resultaba incierto, únicamente perceptible quizás por una luz fría que se encontraba lejana. Gracias a esta adaptación logró caer en la cuenta que se encontraba esposado y enclavado en la gélida pared rocosa que se encontraba tras él, y que el motivo por el que no lograba mover el brazo siniestro se debía a que una cadena le sostenía a una roca de gran tamaño. Intentaba desplazarse aún así, insistía en inspeccionar el lugar pero le era imposible debido al peso.

Entonces, agudizó sus oídos sólo para descubrir que no estaba tan solo como pensaba. Era cierto que se encontraba aislado, ajeno a todo contacto humano como había estado en vida, mas también como entonces se percataba en ocasiones de otras existencias atisbadas de soslayo, pero igualmente incomprensibles como en aquella ocasión. Se percató debido a que escuchaba gritos de desesperación lejanos, palabras melancólicas susurradas a los desfallecientes y frases masculladas con evidente agonía. Mas todo aquello se encontraba muy lejano a su situación, como por kilometros. Quizás la gélida cueva en la que se encontraba era inmensa, y debido al efecto del eco, las voces atravesaban los diferentes corredores y recovecos haciendo de su aislamiento una especie de soledad paradójicamente compartida.

Sin saber qué hacer ni cómo reaccionar, ávido de impotencia, comenzó a gritar a pleno pulmón buscando respuestas. Es posible que alargase esta situación durante el espacio de horas, que transcurrían con una lentitud palpable que se le asemejaron días, mas finalmente hubo un cambio. Ante él, una figura sombría se posicionó frente a la luz azulada que atisbaba en las inmediaciones de la susodicha cueva. Cuando apareció, Rafael dejó de gritar. No sabía por qué, pero sintió un miedo que le recorría su cuerpo incorporéo que le hacía sentir una sensación de frío todavía mayor si cabe, a través de sus venas espirituales sentía las punzadas del pavor y de la incertidumbre. Con los ojos clavados en la sombra, sin emitir sonido alguno ni permitirse el lujo de desplazar sus cadenas, comprobó que aquella entidad sombría se encontraba en completa quietud.

De repente, la sombra se desplazó en su dirección, cada vez más cercana comenzó a sentir un olor desagradable como de cadáveres en estado de descomposición, a la par que la sensación de frío aumentaba, pero lo curioso era que por muy cerca que estuviera de él no lograba atisbar en ella rasgos definidos como tampoco una forma que le pudiera certificar qué clase de ser era aquel. Ni cuando ya se encontraba a escasos metros de él pudo averiguar qué diantres era aquella cosa, sólo percibía una negrura mayor que le impedía contemplar cosa alguna. Tanto se fijo en aquello, completamente perplejo, que empezaron a escocerle los ojos. Por lo cual, bajó la mirada terriblemente consternado en señal de sumisión debido a la incomprensión que le producía.

Pocos instantes después, aquella entidad comenzó a proliferar una serie de ruidos incomprensibles, como pitidos de algún cacharro estropeado, para segundos mas adelante comenzar a decir con una voz sumamente grave y gangosa:

- Bienvenido a mi reino, oh mortal. Estás aquí por los designios de los ángeles. Yo te custodio aquí sin conocer qué crimenes se te imputan, mas intentaré que tu estancia aquí sea lo menos agradable posible. Según me han informado, te quedan algunas eternidades hasta pasar al siguiente plano. Espero que te sean provechosas, pequeño erudito.

Rafael intentó responderle, preguntarle acerca de su destino, pero no le salieron las palabras de la boca. Sentía que se había quedado mudo, que una piedra le oprimía la garganta haciéndole el imposible mascullar sonido alguno. Sin embargo, por el mensaje que le transmitía la desconocida sombra, supo que estaba muerto y que se encontraba en el infierno. Justo cuando se percató de ello, aquel ser comenzó a desvanecerse en las tinieblas dejándole así nuevamente en aquella fría soledad. Seguía escuchando aquellos extraños ruidos y murmullos lejanos, mas ya no prestaba atención a su contenido. Comprendió que aquellas otras eran almas igualmente condenadas como la suya, que pedían ayuda en su eterno sufrimiento hasta que apareciese la entidad sombría y les disuadiese de sus aspiraciones terrenales. Así pues, sólo cabía esperar a una segunda venida.

Entonces, Rafael selló sus párpados con melancolía, completamente resignado a su inhóspito destino. Y en lo que le pareció un instante, de repente sintió calor, a la par que a través de sus ojos cerrados vislumbró tonos rojizos que le invitaban a abrirlos. Cuando lo hizo se encontraba en un campo verdoso descubierto a pleno día, sus cadenas habían desaparecido a excepción de la roca que le aprisionaba su brazo izquierdo. Veía en el horizonte una inmensa pirra ardiendo, y girándose a un lado y a otro, no lograba contemplar otra cosa más que no fuera la extensión del campo que parecía no conocer de fin. Así las cosas, comenzó a desplazarse con evidente dificultad para ver si averiguaba saber donde se encontraba.

Desconocía cuanto tiempo estuvo andando sin encontrar nada que le llamase la atención, el paisaje se desplazaba ante su atónita mirada como si hubiera permanecido en el mismo lugar. Daba igual cuanto andase, a dónde se dirigiera, todo permanecía idéntico al lugar donde se había despertado. Inesperadamente, todo aquello se fundió y apareció la noche. Esto le hizo detenerse, y de la impresión, cayó sentado de culo en el suelo. Parpadeando evidentemente perplejo, intentó atisbar las razones de un cambio tan radical, averiguando que se encontraba en una especie de plataforma muy elevada del suelo, y que el cielo le correspondía cargado de estrellas y de otros luceros coloridos que le eran desconocidos. Lo que creía ser la luna era un astro inmenso y rojizo que parecía cernerse en su cercanía, como amenazándole por el mero hecho de existir.

Aquello le produjo un estremecimiento interno que le dió temblores inconscientes, pero aquella sensación no duró mucho ya que percibió que en sus hombros se apoyaba una cálida mano. Cuando quiso darse cuenta una hermosa joven se sentó a su lado mirando en dirección al desconocido horizonte, cual si contemplase el porvenir con una valentía inusitada. A los pocos minutos dirigió sus ojos azulados hacía el pálido semblante Rafael. Este retornó a quedarse mudo, tanta era su belleza que consideraba que emitir cualquier tipo de sonido equivalía a corromper la perfección hecha rostro femenino. Tanta belleza le estremecía a la par que le admiraba, advertía en su interior una contradictoria mezcla de temor y de rendida adoración.

No obstante, reunió el coraje necesario para dirigirse a la hermosa dama y preguntarle:

- ¿Se puede saber dónde estamos?

- En ninguna parte. - le respondió secamente a pesar de su randiante sonrisa.

Obviamente perturbado por susodicha e inesperada respuesta miró a su al rededor con consternación, manteniendo una mirada de perpetua incognita en sus ojos como platos. Por un momento sintió ganas de llorar, tan triste se encontraba aún en tan placentera compañía que la melancolía le cernía la garganta, haciendo de sus próximas palabras titubeos de un mensaje que no lograba completar:

- Pero... No es posible... He muerto, y ahora no sé ni donde me encuentro. Si he llegado aquí ha debido de ser...

- Estás en la nada -dijo la bella joven interrumpiendole, y continuó con su radiante sonrisa inmaculada- No somos tan importantes, no hay ni cielo ni infierno, todo es ilusión. Cuando morimos nos fundimos en el sueño agarrándonos a nuestro hálito de consciencia, mas cuando nos damos cuenta de esta verdad simplemente nos dejamos llevar, en aras de una inconsciencia que no conduce a ninguna parte que no sea el vacío. Es así como desaparecemos para siempre, tanto de la existencia con su conjunto de miserias como de este sueño que en algún momento se fundirá en una oscuridad perpetúa.

Rafael iba a contestarla con más preguntas sobre su situación, pero tenía tal nudo en su garganta debido a la tristeza que le provocó su mensaje, que volvió a quedarse mudo a la par que desconcertado. Retornó a dirigir su mirada al suelo, intentando hilvanar sus pensamientos para dotarles de un sentido unívoco y racional que lograse hacerle escapar de la incertidumbre en la que se encontraba. Pero, aún con todos sus doctos esfuerzos, todo era respondido por un silencio que sólo admitía la intromisión de los suspiros.

Sin poder evitarlo, una lágrima cayó de su mejilla dando al suelo rocoso en el que se hallaba aposentado, y justo antes de que una segunda hiciera idéntico recorrido, la cálida mano de la doncella se la retiro con una suave caricia. Entonces Rafael la miró directamente con sus ojos aún vidriosos, y ella respondió a su tristeza con la más radiante y reconfortante de las sonrisas.

jueves, 3 de julio de 2025

El conocimiento de las viejas leyendas

 Siempre he detestado Madrid. Si bien es cierto que por otro lado valoro la historia que se trasluce en sus estructuras arquitéctonicas, la gran cantidad de personajes importantes que por ahí han transitado y sus librerías cargadas de clásicos inmemoriables, me desagrada la cantidad de gente que pulula por sus calles, la sobrexplotación turística y el mal olor a meados que se encuentra en cada esquina. Sin embargo, aunque no me agrade en demasía, muchas veces me veo obligado a transitar por sus sucias calles de vez en cuando, ya que viviendo yo en la periferia lejana del campo, resulta inevitable cruzar el centro para los más diversos labores.

En esta ocasión, acudí en busca de un determinado conocimiento en torno a un personaje espiritual en concreto, lo que me llevó al barrio de Lavapíes. He de reconocer que siempre me ha agradado el susodicho barrio debido a su gran diversidad cultural, aquella zona recibe una gran influencia migratoria que hace que sus calles estén pobladas por gran multitud de senegaleses, guineanos, marroquíes, egipcios, indios, pakistaníes, etc... Debido a ello también hay gran cantidad de locales, restaurantes y bazares que nos trasladan a un centro metropolitano africano, lo cual da pie a pensar que uno está viajando sin necesidad de desplazarse mucho. Además, entre sus hogares se encuentran gran multitud de personalidades que tienen los más diversos conocimientos, desde religiosos conocedores de los textos coránicos, hasta sabios practicantes de sabidurías anteriores al racionalismo occidental, e incluso magos vudú capaces de manipular los elementos de acuerdo a dioses-guías que pueden conducir a uno hacía la salvación, o hacía su propia perdición.

Así, pues, me encaminaba yo sorteando calles donde no lograba ubicarme en busca de una vivienda baja donde vive el sabio Gudku, de origen nigeriano y conocedor de una pretérita sabiduría de la que yo ansiaba conocer una serie de detalles concretos de cara a mis investigaciones. Tras muchas idas y venidas, logré localizar la casa, y ante su puerta llamé con cautela, me recibió un hombre ya entrado en años y sumamente alto. Sus arrugas eran mudos testigos de su avanzada edad, mas a pesar de ello comprendía de un vigor que era atestiguado por la agilidad y la soltura de sus movimientos. Invitándome a que me sentara en una antigua silla de madera plagada de bajorrelieves con las más extrañas formas que uno pueda imaginarse, se sentó frente a mí rodeado de mantas y harapos y comenzó a decir:

"Me alegro de que por fin te hayas dedicido a venir. Desde que supe acerca de tus particulares intereses, yo también sentí una gran curiosidad por saber quién sería aquel que busca recibir de mí, un viejo al que los años ya le pesan, unos conocimientos que lamentablemente han sido olvidados por las gentes de nuestros tiempos. Tan preocupados están por sus asuntos mundanos y por su obnubilación ante los avances de la técnica moderna, que han olvidado lo que verdaderamente nos hace humanos, negándose así a siquiera vislumbrar la proyección de sus capacidades internas... Pero bueno, este es otro asunto que no viene del todo a caso. Soy anciano, y tiendo a divagar... En fin, ¿Por dónde ibamos? Ah sí, por su interés en torno a mis conocimientos. Como quizás sepas, en África la principal fuente de conocimientos antes de la llegada del hombre blanco eran las leyendas que eran transmitidas de generación en generación por los ancianos, y de las cuales las generaciones posteriores extraían conocimiento para afrontar lo que sería su vida adulta. Pues bien, yo no puedo hablar por África en general debido a que cada zona tiene sus particularidades tradicionales y culturales, pero sí puedo hablarte en torno a lo que me han legado mis mayores nigerianos en torno a nuestro propio trasunto mítico.

Verás, quizás una de las leyendas más sonadas de nuestra tierra es aquella que habla en torno a una hermosísima muchacha que no se cansaba de desdeñar a todo hombre que pretendía enlazar su vida con la de ella. Muchos lo intentaron, pero sobre todo un joven cuyo nombre se ha perdido insistía con cada amanecer en sus pretensiones amorosas, y aunque se deprimía en cada ocaso, al nuevo ascenso del sol volvía en insistir con fuerzas renovadas. Sin embargo, la hermosa joven de esbeltas caderas y finas facciones, también insistía en su desdén hacía su joven pretendiente, debido a que ella consideraba que por su talle y su belleza merecía algo mejor.

Esto pensaba la joven hasta que un día yendo de compras al mercado del pueblo para ayudar a sus padres, pudo vislumbrar entre la gente a un hermoso caballero. Este comprendía de una gran altura, un semblante que enamoraría a cualquiera y una musculatura muy desarrollada que atestiguaba que se trataba de un reputado guerrero. Además, sus tersos brazos, sus vigorosas piernas y su hermoso pecho estaba adornado por una armadura dorada que daba testimonio de una cuna muy ventajosa para los intereses de una joven pretendienta. Obviamente esta acabó prendada de él, y sin pensárselo dos veces acudió a su presencia, persiguiéndole por todo el mercado.

Una vez que pudo hablar con él, comprobó lo delicado de sus palabras y sus maneras, lo que hizo que esta se enamorase cada vez más, y cuando ya se iba de vuelta al hogar fue encaminándose en dirección a lo más profundo y frondoso del bosque. Y pese a que él la advirtió que se arrepentiría si insistía en seguirle hasta su aldea, ella hizo oídos sordos cegada por su fascinación por lo que consideraba que era el hombre ideal de sus sueños. Tras un largo recorrido, los ojos que antes eran de admiración y embeleso fueron tornándose sombríos cuando una vez que llegaron a una espesura, el susodicho hombre fue despojándose al principio de trozos de armadura, mas luego fue arrancándose miembros de su propio cuerpo, lanzándolos a un lado y a otro, y agradeciendo a unas criaturas amorfas el préstamo. Una vez que se deshizo de todos aquellos miembros impostados, la muchacha comprobó horrorizada de que tenía ante ella una calavera flotante. Con el despiste, esta calavera aprovechó en lanzarla a un foso que era habitado por gran cantidad de otras calaveras que se desplazaban dando vueltas por el suelo, o levitando con la ayuda de unos poderes extraños.

Cuando el joven que la pretendía dió cuenta de su desaparición, y se propuso encontrarla fuera como fuera. Con la ayuda de un informante supo de su huída del mercado con un esbelto caballero, e incluso la dirección que habían tomado. Decidió seguirla, y cuando ya llegó a la zona se espantó con la visión de criaturas deformes que portaban miembros humanos que se intercambiaban unas a las otras cual si se tratase de un extraño juego. Pero más le espantó el oír los sollozos de su amada y comprobar que esta se encontraba en un foso rodeada de calaveras que parecían reposar a su al rededor. Mas su amor era más fuerte que su terror, e internándose en el foso con la ayuda de una liana, pudo rescatar a su querida y salir corriendo de ahí. No obstante, las calaveras flotantes se percataron de su huida con su recíen botín, así que cuando el joven miró sin querer hacía atrás pudo ver una nube de calaveras que se desplazaban en su dirección, unas en el aire y otras rodando por la tierra mientras emitían los más espantosos sonidos y crujidos.

Pudo llegar a la aldea a salvo, pero mientras las calaveras iban acotando las distancias que les separaban. Así que decidió pedir la ayuda de un chamán que sirvió de intermediario con las horrendas calaveras flotantes. Estas accedieron a que se llevara a la joven y a que incluso se casase con ella si esta accedía a cambio de que pasados veinte años entregaran ambos su vida al Dios de las Calaveras flotantes y se metamorfoseasen en un par de ellas. El joven accedió y pasó una vida muy feliz en compañía del amor de su vida, mas llegado el plazo, se internó en la espesura del bosque y nadie más volvió a saber de él. Pero aún hoy día, hay quién vislumbra en los cielos extraños objetos que se desplazan a gran velocidad y que producen unos tenebrosos ruidos, y apuntan de que se trata de las calaveras flotantes de ambos amados."

Le respondí al sabio que aquella historia me parecía muy interesante, pero que quería saber algo más. Este, sin dejarme continuar la frase, me interrumpió para decir:

" ¿Así que quieres saber más? ¡Ay, la curiosidad por el conocimiento! ¡Tanto es una bendición como una condena! Verás, te contaré algo más... Al menos en Nigeria existe la costumbre de que si dentro de un matrimonio una mujer muere dejándo al hombre al cargo de los hijos, este esta en su derecho a volverse a casar con otra mujer que se haga cargo de la economía del hogar. Esto le pasó a un hombre de una aldea apartada cuya mujer murió debido a unas fiebres, la cual le dejó al cuidado de una niña. Pero este hombre era muy patoso, y como tal no lograba hacerse cargo como correspondía de una criatura. Así que volvió a casarse con otra mujer que ya de paso le dió otra hija. Ambas niñas crecieron en mutua compañía de juegos, mas la madrasta siempre guardaba recelos por la hija que no era de su sangre, así que un día sin venir al caso la abandonó en medio del bosque, contándole al padre que esta se había caído de un barranco y que por tanto, había muerto. Este, que era un patán ignorante la creyó y siguió con su vida familiar como si tal cosa.

Mientras tanto, la niña abandonada vagó por el bosque sin comida ni bebida a punto de la inanición hasta que se encontró una ogresa que decidió acogerla. Esta le dió tanto de beber como de comer, y le dijo que a partir de ahora sería su hija adoptiva, mas que si rehusaba de su compañía se la comería con la inmensa boca que guardaba en su nuca. Obviamente la niña accedió y así pasaron largos años en convivencia con la ogresa, mientras iba engordando a ojos vista.

Un día se celebró un banquete en la cueva de la ogresa, y acudieron gran cantidad de seres amorfos y monstruosos dispuestos a disfrutar de una agradable velada según el criterio de todos los seres mágicos que habitan en las sombras. La ogresa todo contenta y vivaracha, decidió encerrar a la niña en el desván con gran cantidad de dulces y la invitó a que se pusiera las botas hasta que ella retornase. En tanto que esta se disponía a comer con supremo deleite, apareció un cuervo sobrevolando la reducida sala. De repente, este habló y le comunicó que se trataba del espirítu de su madre fallecida que se había reencarnado ahora en una vida animal alada de acuerdo a los designios de los dioses. La niña escuchaba perpleja aún con la harina de yuca cayéndole de los labios, y entornó sus ojos en señal de horror cuando el espíritu de su madre muerta le comunicó que en aquel banquete era ella el plato principal. Sin embargo, le dijo que había una manera de salvarse, y era escondiéndose en una trampilla que estaba a su siniestra, y de la cual era la ogresa desconocedora.

Así lo hizo, ahí se escondió y cuando acudió la ogresa, no vió rastro de la niña ni de la comida que le había servido. Terriblemente alarmada la buscó a un lado y a otro, pero nada pudo encontrar. Mientras tanto, los comensales se estaban comenzando a impacientar, querían su plato principal, y aunque al principio esperaron, viendo que la comida prometida no aparecía terminaron por comerse a la comensal que no pudo hacer nada frente a la gran cantidad de babosos fauces que la rodeaban. Una vez que las bestias se saciaron, salieron de ahí en busca de otros manjares en la selva, y así la niña gorda pudo escabullirse de ahí en compañía del cuervo que había sido su madre en otra vida. Desde entonces, se dice que esa niña acabó tornándose en una ermitaña que vive en la profundidad de los bosques, y que extrañamente no envejece. También se rumorea que hizo una chamana que ha logrado alcanzar la inmortalidar alimentándose de los incautos que se pierden en el bosque atraídos por su sensual belleza, aunque supongo que esto daría para otra historia..."

Llegados a ese punto, retorné a señalar lo interesante que me pareció también aquella leyenda, pero que venía a buscar una información concreta en torno a un asunto más específico. Y sin dejarme acabar de nuevo, aquel portentoso hombre sabio empezó a decir:

"Ah sí, ya veo por dónde vas... Mira, en Nigeria aunque también en otras partes de África como en el Sahara, se tiende a dar gran importancia a los sueños. Desde siempre se nos ha dicho desde que éramos pequeños que lo que soñabámos era sumamente importante para nuestra vida vigil, e incluso mucha veces se ha apuntado a que probablemente sea de una relevancia mayor a lo que vívimos cuando estamos despiertos. En los sueños se nos presentan nuestros antepasados, y mediante un lenguaje entre simbólico y figurativo, se nos transmite un mensaje que mucha veces requiere de la interpretación de un sabio de cara a desentrañar su significado.

En relación a esto, en una de las millares de aldeas de mi Nigeria natal, se contaba la extraña experiencia de sus ciudadanos en relación a un sueño compartido que tenían todos ellos. Rara vez ocurre algo semejante, pero el caso es que todas aquellas gentes tenían idénticos sueños noche tras noche, y aunque lo comentaban con estupefacción con cada amanecer, nadie lograba encontrar una razón de ser que lo explicase. El sueño -o los sueños- versaban en torno a la presencia de un soñador incorpóreo que se encontraba en medio de un desierto nocturno en el que el viento desplazaba las arenas en forma de dunas como si fueran las olas de un mar. Al principio, todo permanecía en calma y sin aparente alteración más allá de la mencionada, hasta que de repente un extraño personaje aparecía y se desplazaba en dirección al inmaterial soñador, y con una vara de madera tallada en forma de serpiente, realizaba una serie de movimientos en dirección a quién estaba soñando. Aquel hombre portaba consigo un roñoso turbante, ajadas ropas y tenía el semblante pintado mediante unas franjas oscuras que le velaban de toda identidad definida.

Las gentes se levantaban con tremendo malestar, y a las veces no podían fanear el día siguiente de lo mal que se encontraban. Pero cuando por algún casual lograban levantarse del lecho, todos comentaban estupefactos su sueño compartido. Cansados de esta situación, se fueron al pueblo vecino para comentar la situación a un chamán que estalló en mil carcajadas cuando estos le revelaron sus sueños. En un comienzo pensaron que este se burlaba de ellos, pero cuando la risa se fue aminorando, este les confesó que su sueño era una especie de maldición de la que sólo se podían librar de acuerdo a un pacto de sangre de la aldea entera, y que una vez hecho esto, al soñar en la próxima noche debían realizar una serie de rituales ante la figuración soñada de cara a pactar con él y poder así salvar la vida.

Así lo hicieron todas aquellas gentes, y efectivamente, una vez que siguieron a pies juntillas las indicaciones del anciano chamán, todo volvió a la normalidad hasta el punto de que aunque siguieran soñando con aquel extraño hombre, su presencia ya no les turbaba ni se levantaban mal por las mañanas, sino que incluso les agradaba el encontrarse con él en sueños y le rendían su respeto. Y aunque en la aldea se pensaban curados de su maldición onírica, los pueblos que estaban allende comenzaron a considerar a sus vecinos cuanto menos extraños, ya que a partir de entonces le ridieron culto como si fuera un dios a ese estrafalario personaje que se les presentaba en sueños, a la par que -enlazándolo con las anteriores historias- estas gentes eran las únicas que no temían cuando veían las calaveras flotantes surcar los cielos, ni tampoco resultaban atacados cuando internándose en los bosques se cruzaban con la hermosa ermitaña que en su infancia se había librado de los fauces en la nuca de la ogresa.

Era como si aquellas personas vivieran al margen de todo una vez que sellaron su pacto con la figura que se les aparecía en sueños, como si ya todos los elementos que se consideran oscuros y agresivos para los hombres hubieran pasado a hermanarse con sus pieles a tanta profundidad que ellos mismos fueran ahora vástagos de las sombras. Personalmente, no sé bien que pensar en torno a esto. Supongo, que, al final ni la luz es tan resplandeciente como si piensa, ni la oscuridad tan sombría como se imagina, y que no hay un modo de vida que deba ser ejemplo para los demás, sino que muy al contrario hay diversas formas en las que vivir sin que una sea perfecta, simplemente diferente a pesar de que esta -como en la ocasión que he referido- no sea siempre del agrado de todos."

Después de unas palabras de cortesía y de agradecimiento, me fuí de allí con la sensación de que había conseguido aquello que venía buscando. De camino de vuelta a mi casa estuve pensando mucho, y al final llegué a la conclusión de que aquella manifestación onírica de la que versaba la última historia que me contó el sabio no era otra cosa que la presencia del soldado-brujo, cuya existencia se remontaba muy atrás desde el origen de los tiempos de las mas diversas formas...