jueves, 13 de agosto de 2020

Sobre la escritura

A la hora de comunicar por escrito los pensamientos pueden darse diversas díficultades y ambigüedades, las mas sencillas y reconcentradas pudieren ser la escasa claridez de conceptos de su autor, o una anomalía en el entendimiento del lector, quizás parte de ambas cosas. Es preciso recordar una verdad perceptiva e intelectual que nunca está de mas volver a traer a la memoria, ella nos índica que el entender -el acto mediante el cual el entendimiento ejerce su función, y entiende de aquello de lo que se escribe o se habla- consiste en la acomodación del entendimiento con el objeto, y del que nace el concepto. Es decir, mediante los sentidos primordiales -en su mayoría la vista, pues la visión es de estirpe divina- se capta aquello que posteriormente se percibe, y de ahí el entendimiento lo abstrae y lo eleva al concepto, lo cual después se pasa a escrito para comunicar a los demás ya no sólo lo que se ha percibido, sino también el concepto que conlleva inscrito en su seno. Por ejemplo, veo una alondra sobrevolando el tejado de mi casa, y contemplandolo infiero que lleva una rama en su pico, y entonces escribo: "La alondra vuela fugazmente sobre la superficie de mi hogar, y por lo que parece va buscando donde anidar" Como puede verse, mientras se lee, pasan en el entendimiento imagenes, que posteriormente pasan a ser concepto, y uno además que nos advierte el orden natural, y concretamente, las causas y los efectos.

Muchos suelen usar de lo enrevesado para comunicar un despilfarro de pensares sueltos, mas ha de saberse que el buen decir no por ser luengo y extenso queda mejor dicho, normalmente acontece lo contrario, puesto que lo conciso habla suficientemente de sí. Mejor agudizar la intensidad que no la extensión, pues la intención se mostrará con mayor razón de ser, que no cubierta por un manto inventado. Es preciso reconcentrarlo todo sobre el concepto, afinarlo y pulirlo de accidentes en demasía que nos alejan de lo central, de la esencia que se comprende al penetrar el núcleo del asunto. Ello tampoco quiere decir, que haya que eliminar todo el decoro de una prosa elegante y que conoce de laberintos, y que usando de ellos nos llevan al tesoro recóndito, pero tampoco es lo suyo cargar de sombras y oscuridades aquello que debe asemejarse a la claridez y a la luz. Normalmente esto ocurre en los escritos académicos, los cuales se cargan de tecnicismos, y se establecen una serie de páginas como máximo o mínimo, que provocan un ambiente hostil y de confusión. Quienes usan de estos formatos, si algo son capaces de transmitir es su confusión y perplejidad hacía lo que no entienden, y ello obviamente nos provoca que nosotros tampoco lo entendamos, se diría que nos meten en una cueva muy oscura y luego tienen el descaro de no mostrarnos la salida.

Hay veces que es necesario dar vueltas a un asunto que tiene su complejidad, mas también se deben dar atajos lúminicos que permitan que el lector tenga atisbos del concepto al cual el autor quisiera llevarle, para que así la conclusión atienda a un precedente, a su desarrollo, y a su cúlmen. Así como los entes tienen su substancia, así también los asuntos que versan sobre las cosas comprenden de una esencia, de un orden de coherencia que quién escribe debe dar a entender para dar profundidad de concepto e íntima comprensión del asunto que usa de un cúmulo de conceptos, y siempre del particular al universal, jamás a la inversa. Creo que no es necesario advertir, que si quién escribe no ha entendido en su totalidad las vicisitudes de aquello sobre lo que escribe, lo mejor que debería hacer es callarse, y esperar a comprender mejor sobre aquello que escribe, como bien ocurre hoy día que mucho se escribe sin enterarse el propio autor de lo que está escribiendo, ni mucho menos a dónde quisiera llegar.

La escritura bien pudiera asemejarse a los rastros que podríamos encontrarnos en una senda que todavía nos es desconocida, y que recorremos con tiento. Ahora bien, no nos parecería acertado que se nos velase, pues el camino ya es, conviene a quién escribe delinear la verdadera senda en vez de la errada. No me refiero a que nuestra tarea sea meramente descriptiva, sino que muy al contrario esta debería ser la de desterrar lo que se encuentra profundo, y que gracias a los matices claros que nos presta el sol con la ayuda de nuestros propios ojos, se conozca el núcleo de aquello que procuramos explicar, aquello que queremos dar a entender, y que lo hacemos porque lo entendemos, y así se lo queremos comunicar a otros.

De todo lo dicho, adolecen mucho los supuestos escritores de nuestro tiempo en comparación a los inmortales clásicos -tanto latinos como griegos, como así nuestros clásicos renacentistas y del barroco- que pensaban mucho antes de decir lo que llegarían a escribir, y que afinaban y reconcentraban el concepto para mejor darse a entender. Primero se daba la experiencia, la cual se resolvía en sus andanzas diarias y en su contacto con el mundo, extrayendo lo que de espiritual tienen las vivencias, y ya posteriormente, escribían aquello que habían averiguado en torno a lo experimentado, dábase el objeto para después llegar al concepto. Y así ocurre -y no es extraño- que quién profundiza en la cosmovisión de los antigüos, además de adquirir un mayor sentido común, suele ser mas ordenado a la hora de vivir y de escribir, comprende de un sentido aparejado con el orden que es debido, agudiza la razón natural, y esto podría llevarle a Dios desde el entendimiento, cuyas obras darían testimonio de una comprensión ya vivencial de la razón revelada, y con ambas, ser hombre de inteligencia y de bondad acorde con lo establecido por el Señor.

Como apunte final, advertiré que no solamente importa lo qué se dice, pues también se ha de atender a cómo se dice, tan importante es lo que es como el modo en el que se da lo que es, ya que sin un pulido modo en el que referirse, nos será mas complejo acceder a la concreción de lo que se es a través de la escritura. Nuestro modo de conocer tiene sus particularidades como hombres dotados de una razón natural, lo que tampoco quiere decir que debamos hacer incidir a los objetos tal y como son percibidos, como si nuestro entendimiento legislase sobre algo, o nuestra percepción antecediera a lo que primero ha de ser captado, lo que debiera hacerse es usar bien de nuestra razón y acomodarla a lo natural, a lo que se da de manera que lo que transmitamos sea lo mas fiel posible a lo que se nos muestra ante los ojos. No sería justo establecer fronteras donde se dan cercanías, no nos distanciemos del mundo, cuanto mas aparejados estemos a el, mas acomodaremos al entendimiento con sus respectivos objetos, y por ende, los conceptos se nos mostrarán mas nítidos y en este sentido, mas perfectos. Es esta una tarea que requiere de esfuerzo, de un arduo estudio que dura toda una vida, y de la que al cabo no sabremos si saldremos ilesos al menos desde la materia, ya que el espíritu comunicará según acontezca cuando nos llegue la hora postrera de nuestra vida terrenal, no así de la eterna que siempre perdurará. Sea así dicho, y sentenciado.