Sentado en una de las sillas de mi habitación mientras fumaba un delicioso ducado, meditaba para mí mismo sobre cosas inconsistentes. Parecía que mis pensamientos no tenían razón de ser mas que diluirse poco después de haber nacido. Estos eran acompañados por el humo que salía de mi boca y de mi nariz, despedidos de estos orificios como si fuera el fuego que arde en el interior de un dragón. Cerraba los ojos para capturar esos pensamientos diluidos, pero sólo me respondían imagenes fragmentadas que no atendían a coherencia alguna. Cuando a los minutos volví a abrir los ojos, encontré un papel certificado ante mi mesa, y en la medida en que lo consultaba con desgana descubrí que quizás pudiera tener algún interés.
Se trataba de un documento que me había llegado hacía tiempo para que lo consignase por escrito, y aunque ya tenía pensado desde hacía tiempo ponerme con ello, sin saber por qué temía que su resultado provocase conmoción en el auditorio. Pero estos pensamientos míos tan dispersos en su aureola de tabaco se focalizaron en su dirección, y yo decidí emprenderla para deleite de mi caprichosa mente, como también para todo aquel que le llamen la atención estos asuntos tan extraños:
Cuando el soldado-brujo emprendía un recorrido por su aldea natal a través del mundo onírico se encontró con una inesperada sorpresa atravesando las estrechas calles que daban entrada a la urbanización de enfrente, se trataba de la presencia de sus amistades del pasado. Tal encuentro le sobrecogió, no sólo por la presencia de estas gentes de los años pasados, sino porque los encontró tremendamente envejecidos. Era cierto que él mismo había cambiado con el transcurrir de los años, mas cuando se contemplaba frente al espejo comprobaba que en verdad su figura no era tan indescirnible respecto a lo que fue. Pero el caso de sus amigos era bien distinto, estos parecían ancianos, sus largos cabellos grísaceos, las canas que adornaban sus barbas y las arrugas que les surcaban connotaban que habían pasado largos años, quizás demasiados. Esto provocó que el soldado-brujo derramase algunas lágrimas pese a que no acostumbraba llorar, al menos ante el público, y sus amigos le siguieron en su tristeza manifestada.
Una vez que las lágrimas y los apretones de consuelo culminaron, sus amigos le comunicaron su intención de emprender una travesía juntos, quizás la última de ellas que harían durante su vida soñada. Así que sin pensarselo dos veces se reunieron en casa de uno de ellos, recorriendo las largas calles hasta la misma con una extraña mezcla de desaliento e ilusión, preguntándose cómo era posible que se reencontrasen tras tantos años transcurridos. Una vez ahí, en las sombrías salas de una casa que aparentaba haber sido abandonada, se reunieron un total de veinte personas, todas ellas participes del recuerdo del soldado-brujo, y que de un modo u de otro le habían acompañado en su transcurso vital hasta que llegó un punto que sus caminos se separaron al tomar diferentes direcciones.
Al principio todo parecía pompa y festejo, pero en la medida en que el sol se ocultaba dando rienda suelta al imperio de las sombras, todos se quedaron muy serios, como meditabundos, mas mirando al suelo que lo que se tiene ante sí como el que ahora escribe esto. Tras algunos minutos en esta incómoda situación, una de las mujeres ahí reunidas apartó al soldado-brujo, llevándole para tratar con él unos asuntos que para ella eran de suma importancia. Este accedió, y cuando ya estaban reunidos en esta conferencia privada, ella comenzó a sacarle algunos elementos de su pasado que a él desagradaron en grado sumo. Le recordó lo mucho que le defraudó, cómo se aprovechó en su tiempo de la vulnerabilidad que a ella le acaecía, que él siempre ha actuado de manera egoísta y que encima cuando ya parecía cansado la dejó en la estacada. A esto no pudo responder el soldado-brujo con otra cosa que no fuera el silencio, solamente se limitó a asentir con algunas de sus aseveraciones y a negar con la cabeza respecto a aquello con lo que no estaba de acuerdo. Ante tal pasividad, la mujer refunfuñó y se marchó de la casa cargadas con unas lágrimas que servían de decoración idónea ante su ajado rostro.
Al día siguiente, durante la tarde, acudieron todos ellos al centro comercial que servía de núcleo a la susodicha urbanización. Allí iban a planear qué viaje emprenderían y cuales iban a ser sus acompañantes, como también de qué elementos iban a proveerse. Una vez que llegaron ahí, cada uno se dispersó a un lado y a otro, quedando en reunirse a las diez de la noche para partir todos juntos. En lo que al soldado-brujo se refiere, este se quedó en la zona del estacionamiento cruzado de brazos, meditando quizás en lo que aquella mujer le había dicho el pasado día. Alzó su mirada para contemplar el descenso del atardecer, una vista que siempre lograba emocionarle, estaba claro que el soldado-brujo era un ser nocturno que apreciaba mucho más a la pálida luna que al ardiente sol. Mientras estos instantes de contacto entre el día y la noche pasaban, apareció una figura al fondo de la calle que se encaminaba en su dirección, y pese a que procuraba agudizar su mirada, nada averigüó hasta que la tuvo ante sí.
Se trataba de La Princesa de Rosa, una dama muy zalamera y vivaracha, que siempre despistaba a sus congeneres aprovechándose de su flaqueza interior. Tal delicada parecía, tan infantil incluso, en cada uno de sus movimientos, que todos quedaban cautivados por ella sin remedio pensando que era un ser débil que necesitaba del sostén ajeno. El soldado-brujo sabía que no era así, sino mas bien al contrario, y que esta no era de fiar aunque su aparente afabilidad parecía indicar lo contrario. Esta se dirigió a él para comunicarle que sabía lo de su travesía, y que quería participar en la misma, notaba en su seno un no sé qué de aventura. Acto seguido, con una inclinación negativa de su cabeza, afanado en su mutismo, el soldado-brujo le indicó que de ningún modo partiría en su compañía. Daba igual que La Princesa de Rosa comenzara a sollozar como una niña pequeña, incluso que hiciera desesperados pucheros para suscitar la compasión de él, siempre recibía la misma negación cargada de indiferencia hacía ella.
Después de insistir durante largo rato, y viendo que la negativa era un sello permanente, ella le lanzó un caramelo a la boca desde la distancia, en tanto que debido a su rapidez el soldado-brujo no fue capaz de esquivarla. Mientras esta partía adornada con una sonrisa que parecía decir "esta no será la última vez que nos vemos" el soldado-brujo comenzó a marearse, todo su al rededor le daba vuelas confundiéndose entre sí, las imagenes disolviéndose en el aire como el humo de mis ducados y finalmente creando un mundo que era muy diferente del que hasta hacía unos momentos tenía ante sus ojos. Se formó una especie de estrecho laberinto alimentado con la negrura de una noche nublada, y de los corredores interiores empezaron a manar soldados armados que se abalanzaron sobre el soldado-brujo. Este, haciendo uso de su sombría espada, luchó con perfiría sin cesar de atravesar con su maldito estoque las tripas de sus adversarios. La sangre corría a raudales, convirtiendo los pasillos del susodicho laberinto la cavidad de un organo humano, tanta fue la violencia que el color rojo lo inundó todo.
Finalmente, como en una transición repentina, el soldado-brujo se encontró tirado en plancha en una carretera rodeado por sus compañeros y allegados. Nada más abrir los ojos, este les comunicó su intención de partir en dirección a las Galerías de Uier, donde unos viejos asociados le sirvieron muchos años atrás. Nadie comprendió su decisión ¿Por qué acudir de nuevo a un lugar tan abandonado desde hace tantos años? Por lo que se sabía, el soldado-brujo convivió durante mucho tiempo aquellas grutas montañosas, mas una invasión del enemigo le hizo replegarse de la zona en búsqueda de seguridad, sin embargo lo que este no sabía es que sus asociados de cara a defenderse, decidieron tapiar las entradas de la galería para hacer de la misma una fortaleza inexpugnable. Y vaya si lo consiguieron. Pero el soldado-brujo a pesar de ser conocedor de estas noticias nunca regresó ¿Por qué hacerlo ahora, de forma tan repentina?
Nadie comprendía su decisión, pudiera ser que el efecto de la droga alucinógena que La Princesa de Rosa le había suministrado alterara su capacidad de tomar decisiones, o al menos así pensaban sus acompañantes. Mas en realidad el soldado-brujo se encontraba bastante centrado, y el acudir hasta Las Galerias de Uier era una motivación que escondía su intención de aislarse de la humanidad tras las recientes experiencias. Así pues, sin rechistar todos se pusieron en camino, un camino que duró meses desde el punto de partida. Atravesaron luengas carreteras, embarrizados caminos, espesos bosques, desiertos alejados de la mano de Dios hasta llegar a una zona donde la nieve atestiguaba lo descendentes que eran sus temperaturas, y finalmente llegaron a las Galerías de Uier, las cuales debido a su aspecto, parecían no haber sido holladas por el hombre desde hacía muchísimo tiempo.
Una vez ante la puerta principal, el soldado-brujo sólo tuvo que posar su mano en uno de los huecos para que una luz azulada recorriera las grietas naturales de las rocas, y una profunda hendidura diera paso a los inesperados visitantes. Ya en el interior, la oscuridad era tan inmensa que requieron del uso de unas antorchas que les iluminasen el abandonado camino. En escasos minutos llegaron a una especie de habitación donde se reunieron para el soldado-brujo estableciera una suerte de plan de acción de cara a cuando se internasen más en sus profundidades. Pero este se encontraba altamente perturbado, debido a que en toda la compañía iba una mujer a la que consideraba su protegida. Era una mujer sumamente hermosa, adornada por unos cabellos entre negros y azulados, de tez pálida y de miembros y facciones casi salidos de una pintura del romanticismo. Su presencia tenía a todos atónitos, buscando siempre que los ojos cristalinos de ella se posaran en alguno de los presentes, lo que provocaba que los celos del soldado-brujo aumentasen a cada instante. Tan tremendos fueron que durante esa reunión, sin avisar a nadie de sus intenciones, agarró a un gallardo joven del cuello y lo alzó ante la consternada sorpresa de todos. En la medida que apretaba su cuello con frenesí, el cuerpo de quién antes era joven y hermoso comenzó a pudrirse, sus miembros a descomponerse y su semblante a ajarse en mil pedazos sanguiolentos.
Cuando el cuerpo del mencionado joven sólo era una masa de carne pudrefacta, el soldado-brujo le soltó bastante complacido, y les indicó que atravesarían los corredores principales. Fue dicho, y a los pocos instantes, hecho. Ya estaban atravesando el inmenso puente principal que comunicaba con la sala real cuando comenzaron a escuchar desagradables sonidos, cual si una comunidad de insectos se congregara por la zona. Poco tardarían en comprobar aún en el amparo de la oscuridad que unos seres deformes les acechaban, se trataban de los llamados en la posterioridad los yikuok, una especie de masas con patas que adoptaban las más diversas formas, y que de desplazaban como a pequeños saltos. En esto se habían convertido los seres que habían sido las líneas de defensa de la fortaleza, en unos seres que mamaron de las húmedas sombras de las galerías en ausencia del soldado-brujo que se había perdido por los derroteros del mundo onírico. Después de tantos años no le reconocieron, y una vez que adoptaron la formación de ataque de entre las hendiduras y los corredores secretos, atacaron con inusitado frenesí.
El soldado-brujo y todos en general, hicieron mano de sus armas y lucharon con enconado azote para abrirse camino a través del inmenso puente cercado por la penumbra hasta que este, cansado de golpear a quienes habían sido sus aliados en el pasado, alzó su brazos en señal de reconocimiento. De sus palmas empezaron a manar señales sombrías que fueron reconocidas por los deformes yikuok, haciendo que estos se detuviesen, reconociendo por fin la presencia de quién había sido su lider. Pero poco duró esta paz y tranquilidad entre los presentes, pues el soldado-brujo oyó de soslayo en una galería próxima que su amada protegida estaba siendo acosada por uno de los de su propia compañía. Evidentemente enfadado, aquello provocó que la mesura y la quietud diera paso a una desenfrenada agitación en su interior hasta que exclamó en forma de mandato que toda su compañía fuera exterminada, a excepción de su protegida.
Aquello dió paso a un sangriendo acoso por parte de los yikuok, que se lanzaron en un frenesí animal contra quienes antes eran considerados amigos por el soldado- brujo. La sangre se abrió no sólo a través de los poros de las pieles y de los miembros desgarrados por la ferocidad, sino también hizo de un río rojo que vino a mezclarse con la humedad de aquellos pedregosos pasillos. Todo ello fue una matanza inusitada, incluso para el mundo de los sueños, que culmino en la total exterminación de los morales. Cuando hubo acabado, el soldado-brujo bastante complacido y satisfecho con su impulsiva acción se dirigió en soledad hacía la sala principal. Allí, esculpidos entre las rocas cual esculturas antigüas, había una serie de portales que sólo él sabía a dónde se dirigirían, quizás a otras dimensiones del mundo onírico. Una de ellas era de un rosa fosforito, otra de un verde bosque, una tercera de un azul marino y la última de ellas de un amarillo chillón. Pasó un tiempo observándolas con una sonrisa, lo suficiente para que los yikuok apartasen la gran cantidad de cádaveres que pululaban por ahí, y los llevasen a una sala apartara donde se dieron un buen banquete con toda esa carne troceada, aquellos organos desprendidos, y en suma, los desechos de lo que antes había sido humano.
Cuando el soldado-brujo salió de la sala de los portales, encontró a su protegida en la salida, agazapada en una linde y templando de evidente pavor. Mas este, agachándose la consoló con tiernas caricias, comunicándole que no tenía nada que temer mientras él estuviera presente. Una vez que ella parecía algo mas calmada, fue levantándose aún con cautela, y el soldado-brujo le prestó su mano para que estos caminaran juntos, recorriendo unas galerías abandonadas desde hace largo tiempo. Y así, unidos como si fueran un único ser, contemplaron tesoros y viejos portentos, en tanto que los yikuok les rendían la debida pleitesía, colmándoles con curiosos presentes que atestiguaban lo honesto de sus intenciones.
Nadie sabe con certeza cuando tiempo permaneció el soldado-brujo en compañía de su protegida allí, ni tampoco si en algún momento atravesaron alguno de los mencionados portales de colores, mas lo que sí se sabe con bastante probabilidad es que sí se quedaron allí durante bastante tiempo fue para rearmarse, preparándose para una nueva acometida en el mundo onírico. Ya se sabe que el soldado-brujo contaba con los más extraños aliados, y que estos eran bien recompensados una vez que realizasen sus funciones, siempre de acuerdo a la naturaleza de cada uno de ellos y sus motivaciones. Mas el caso era que por un tiempo su amante la oscuridad recorrió el cuerpo del soldado-brujo cual suculento barniz, y que aquello le dotó de la fortaleza necesaria para que vida y muerte fueran para él dos complementos de una misma sombría realidad.
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