En mi mocedad me regalaron un reloj muy extraño que tan sólo comprendía cuarenta y ocho minutos. Aquel fue un regalo de mi padre y de mi abuelo, lo único que me recordaba a ellos. No era un reloj muy común desde luego, pues no tenía horas. Se trataba de un artefacto dorado circular que únicamente comprendía de minutos y de segundos, una aguja muy larga correspondía a los primeros y una segunda muy corta a los otros. Lo restante, era una suma de puntos negros que daban 48 si los contabas. Yo era muy pequeña por entonces, y acepté este hecho con naturalidad. Para mí era un reloj normal, pero según fuí creciendo y me dí cuenta de sus peculiaridades. Caí en la cuenta de que era un aparato muy extraño que a pesar de su apariencia, no se trataba propiamente de un reloj al uso.
Como dije, me lo regalaron mi padre y mi abuelo, los cuales no se llevaban nada bien. Fue extraño también este hecho, el que colaborasen por primera vez en algo referente a mí. Probablemente el adquirir el reloj donde fuera que se hicieron con el, fue el único proyecto en el que se pusieron de acuerdo. Por aquellos años eso tampoco me resultó raro, ya que aunque sabía que no se tenían mucho cariño, para mí era algo natural que lloviesen los regalos independientemente de cual fuera su procedencia. Sin embargo, lo que sí me resultó cuanto menos extraño incluso en aquellos años de la infancia fue que tras darme el susodicho reloj, ambos desaparecieron de la vida de la familia y por tanto de la mía también. Fue condecederme aquel presente, e irse para siempre allí donde nadie sabía.
Hablaré también de otras de las peculiaridades de aquel inusitado "reloj", lo llamaré así a falta de un nombre mejor puesto que en un sentido estricto aquello no era un reloj como dije antes. En fin, aquel aparato con forma de reloj no tenía un funcionamiento independiente. Es decir, las agujas que correspondían a los segundos solo se movían cuando lo mirabas directamente, y seguían moviéndose hasta que la suma de 60 segundos dieran un minuto, y así sucesivamente... Parecía que aquel objeto en apariencia inanimado tenía vida y que esperaba el momento en el que se le prestaba atención para accionarse. Si no se le miraba, guardándole en un bolsillo o en un abandonado cajón, permanecía marcando el segundo y el minuto exacto en el que se quedó cuando dejabas de mirarlo.
Aquello ya también me perturbó por entonces, mas sobre todo a mi madre que temiéndose lo peor, terminó guardándolo en un armario que yo bien conocía.
Durante mi niñez no presté mucha atención a este supuesto reloj, mas una vez que ya entré en la adolescencia me acordé de el y decidí hacer mis investigaciones al respecto. Y cuando ya lo tuve en la palma de mi mano, comencé a examinarlo por un lado y por otro. Parecía que no se le podía abrir por ningún sitio, pero seguía actuando del mismo modo: los segundos que se vertían en minutos sólo se desplazaban cuando se le miraba directamente. Creo que permanecí unos diez minutos aproximadamente contemplando cómo las agujas se desplazaban a instancias de mi pupila hasta que llegó mi madre espantada y me arrebató el artefacto de las manos. Acto seguido, lo guardó en un lugar que yo ya no conocía y me lanzó una buena reprimenda.
A partir de entonces, tras observar con atención el desplazamiento de aquellas agujas negras, todo en mi mundo pareció cambiar. Y aunque no fue un cambio que se notase a primera vista, si se prestaba atención se revelaba estremecedor. Todo parecía más oscuro, grisáceo y triste. Parecía que había más nubes negruzcas en el cielo y que el carácter de la gente era más aciago. Incluso mi madre, con la que hasta entonces había tenido buena relación, comenzó a evitarme y a tratarme como si fuera una desconocida. En el instituto me ocurrió igual, de repente mis amigas se distanciaron de mí y los profesores me bajaron mis buenas calificaciones como por arte de magia. Me daba la sensación de que el mundo se convirtió para mí en un ambiente un poco más hostil, y que todo aquello que me rodeaba se conjuraba contra mí.
En tal tesitura comprenderá el lector mi estremecimiento interno, pero aún con ello seguí con mi vida lo mejor que pude. Acabé el instituto con unas notas medianas y sin amistades perdurables, y tras fracasar en mi intento de sacarme una carrera decidí dedicarme a un trabajo cualquiera que me permitiera independizarme para no tener que aguantar el humor huraño de mi madre. Sin embargo, la presencia de aquel reloj en mi mente seguía perturbándome, quería indagar más acerca del mismo y así descubrir de dónde nacían tantas desgracias... Pero lamentablemente, no lo pude encontrar en todos aquellos años, y desistiendo de tal empresa me dí a la mala vida para olvidarme de mi obsesión.
Comencé a beber grandes cantidades de alcohol, a probar diferentes drogas que me alejaban de mi decadente realidad, e incluso a traer a desconocidos a casa que me trataban como a una vulgar fulana para satisfacer sus impíos deseos. Me odiaba a mí misma cuando recurría a aquellos métodos, incluso lloraba cuando me encontraba en soledad sitiéndome desgraciada una vez que recuperaba un ápice de consciencia. Pero era la única manera en la que mi mente podía descansar de los efectos que le producía el rememorar la existencia del dichoso reloj. Desconocía la razón, mas el vivir sabiendo que aquel objeto se encontraba en alguna parte y que yo no podía acceder a el, me deprimía todavía más de lo que ya lo hacía mi melancólica existencia. Además, advertía que la causa de mi desgracia se encontraba inserta en aquel artefacto, y que por lo tanto, la solución a la misma también se encontraba cobijada en su seno.
Así, pues, sin pensarlo dos veces acudí presurosa a la casa donde pensaba que aún vivía mi madre. Pero cuando llegué al lugar, solo pude ver un montón de escombros carbonizados y de cenizas grisáceas. Pregunté a uno de los vecinos y su respuesta me dejó en el sitio. Por lo visto, hacía unos años que aquella casa estaba abandonada y que un día repentinamente salió ardiendo. Pensaron que probablemente fueran unos gamberros, que por mero entretenimiento decidieron pasar la tarde haciendo que una estructura ardiera e iluminase el cielo nocturno con sus llamas. El caso fue que tardaron en darse cuenta de aquel hecho bastante tiempo, de ahí que todo acabase tal y como lo encontré. Cuando le pregunté si se pudo salvar algún objeto, haciendo especial insistencia en el mentado reloj, aquel vecino me respondió con una mueca de desconocimiento. Así que me despedí con premura y decidí seguir investigando por mi cuenta.
Pasé toda aquella noche hurgando entre los pedazos negruzcos de lo que fue mi casa, pero no encontré nada. Al día siguiente acudí a la policía, y estos no pudieron decirme nada sobre mi madre ni mucho menos sobre el susodicho reloj. Hasta contraté a un detective para que me ayudase a recabar datos, y nada. Parecía que mi madre había desaparecido del mismo modo a como lo hicieron mi padre y mi abuelo tras regalarme aquel reloj. Era verdad que ya no tenía precisamente una buena relación con mi madre, mas aún así consideraba que tenía derecho a saber qué había pasado. Pero todo aquello eran excusas, en verdad mucho más allá de la casa e incluso de mis familiares, lo que en realidad más me importaba era descubrir dónde estaba aquel reloj que había sido mi perdición, pero que sin embargo podía ser también mi salvación.
Tras una búsqueda infructuosa que duró largos años, supe a través de un contacto que conocí en internet más información acerca del susodicho reloj. Nos reunimos en un bar desvencijado que se encontraba en las afueras, pero que era lo suficientemente seguro para que ellos no lograsen interceptarnos. Aquel hombre era un anciano demacrado que vestía viejas ropas desgajadas aquí y allá, y que hablaba mediante carraspeosos susurros. Fue el que me contó que aquel aparato que describía en mi anuncio era un Trofix, una especie de instrumento que es utilizado por ciertos chamanes y druidas de nuestros tiempos para acceder a una realidad alternativa. Al principio me reí de sus insinuaciones, pero cuando comenzó a describir su funcionamiento y sus efectos en el mundo, me estremecí reconociendo que aquel anciano con aspecto de mendigo hablaba con sumo conocimiento de causa.
A partir de ese momento empecé a tomar muy en serio sus aseveraciones, temblando a cada rato al reconocer el reloj que me regalaron en sus descripciones. Mas, cuando le pregunté cómo podría recuperarlo, aquel hombre me miró con unos ojos cargados de auténtico pavor, y con las manos crispadas dió un golpe a la mesa saliendo despavorido. Tan rápida fue su huida, que aunque lo intenté no pude llegar hasta él. No me explicaba cómo un anciano tan demacrado y débil podía huir cual si fuera hermano del viento, mas el caso era que ya no se encontraba por aquel bar ni tampoco en los alrededores. Ya en el exterior, grité con desesperación, alzando los brazos y suplicando a algún dios que me ayudara a encontrar aquel reloj que ahora sabía que se llamaba Trofix.
Desde entonces mi vida fue todavía más desgraciada si cabe, pues dejé de llevar una existencia común y cotidiana para dedicar mis esfuerzos a la búsqueda de aquel aparato. Comencé a buscar información en los lugares más inhóspitos, a leer libros extraños que sólo podían encontrarse en sitios impíos, a entablar relación con gente cuanto menos desquiciada, a entrar de lleno en una faceta de realidad hostil y denigrante... Y con el tiempo, terminé mutando junto al ambiente degenerado con el que me relacionaba. Mi única motivación en todo aquello era recopilar información en torno al aparato de mis infortunios que me permitiese hallarle, y aunque ciertamente logré descifrar ciertos misterios que podrían estar relacionados de un modo un otro con el reloj, nada me llevó directamente al mismo. Todo eran caminos targenciales, meros apuntes que solo servían para inflamar momentáneamente mi esperanza para acabar conduciéndome a los infiernos.
Sin embargo, una noche de mi avanzada senectud, ocurrió algo cuanto menos extraño pero digno de mención. Mientras estaba tirada en una cama despeluchada de una mísera pensión intentando dormir sin resultado como acostumbraba a ocurrirme, una presencia sombría se esmaltó en la pared de enfrente. Al principio me asusté, mas cuando intenté moverme me fue imposible realizar el más minímo movimiento. Aquella entidad antropomorfoide me dejó paralizada, sin capacidad tan siquiera de emitir el más mínimo ruido a través de mis labios. Cada vez estaba más cerca, se deslizaba como levitando a impulsos de la oscuridad que me rodeaba, la cual era cada vez mayor. Y cuando ya estuvo lo suficientemente cerca para poder observarlo, me di cuenta de que era un hombre muy alto, todo él vestido de negro mas con un semblante muy blanco. Pero cuando desplazó sus brazos en mi dirección, descubrí que aquellas manos no eran humanas sino más bien garras de las que colgaban unas uñas mugrientas.
Aquel ser apestaba, y producía una insólita repulsión. Pero yo no podía apartarme de él por mucho que quisiera. Había un ambiente de tensión que podía olfatearse en el aire a través de esa pobredumbre, sentía que sus ojos entre verdosos y rojizos que mutaban dependiendo de su disposición me atenazaban del mismo modo que hubieran hecho sus garras de cuervo. De repente, a través de la palma de su inmunda mano, posó lo que parecía una caja sobre mi estómago. Sin saber por qué, no pude apartar la mirada de aquella caja y tanta atención presté a su presencia que no pude advertir la marcha del ser antropomorfo que me la entregó. Y, aunque seguía su nauseabundo olor y el recuerdo de su horripilante apariencia en la sala, él materialmente ya no estaba ahí.
Cuando me di cuenta de que había recuperado la movilidad, sin pensármelo dos veces me abalancé sobre aquella caja como una loca desquiciada. Pero cuando ya estaba a punto de abrirla, algo en mi interior me frenó y me hizo recular. Me metí en el bolsillo de mi envejecida y sucia bata la mencionada caja, y con un boligrafo que estaba tirado por la zona y un conjunto de papeles que logré juntar que estaban esparcidos por el suelo, comencé a escribir lo que el lector tiene ante los ojos. Desconozco qué me llevó a reaccionar así, mas una suerte de impulso interno me llevó a consignar todo lo que había vivido en relación al reloj por escrito, quizás como una especie de advertencia para los curiosos, pero sobre todo para aquellos que se encuentren en tesituras semejantes.
Y ahora tras contar todo esto, me dispongo a abrir la caja con un cierto temor que puede ser comprobado por mi respiración entrecortada a la par que por mis arrugadas manos temblorosas... Efectivamente, lo que tengo ante mis ojos es aquel artefacto denominado Trofix. En tanto que contemplo el sucederse de sus agujas que tras tantos años vuelven a ponerse en movimiento, siento una densa negrura que me rodea y que se apodera de mi alma. Me da la sensación de que mis fosas nasales se taponan, que mis labios se me quedan pegados hasta acabar sellados, que mis ojos se salen de sus órbitas buscando introducirse en el reloj... Puedo percibir ciertas vibraciones, ciertas voces que carraspean con frenesí al rededor de mí... Conocen mi nombre... Oh, allí está la abertura... Todos me están esperando allí donde... (Lo que se encuentra en lo sucesivo resulta ilegible)
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