Aquel joven llevaba una vida muy propia de su condición. Es decir, ya que había decidido proseguir con sus estudios, su rutina se resumía en encerrarse dentro de su habitación para estudiar e investigar, y sólo salía de lunes a viernes para acudir a su universidad. No tenía una vida social como tal, su contacto con la humanidad podría resumirse en un hola y un adiós de algunos rostros conocidos. Tampoco tenía una afición muy destacable, a excepción de ensimismarse en su lectura durante horas y en pasearse por su jardín con un vaso de whisky en su mano izquierda. Esto último era su único vicio mundano, ya que respecto a otra clase de placeres se consideraba inocente. Y no hablemos de su contacto con mujeres, el cual era nulo y se limitaba a figuraciones eróticas e idealistas que tomaba de los libros, mas un contacto real para él hubiera sido impensable.
Como decía, sus andanzas vitales eran siempre las mismas. Se limitaban a una rutina de salir y de entrar de su casa, con escasas variaciones en su trayecto, tanto en los mismos paisajes que observaba a través de la ventana como de los semblantes que le acompañaban en el mismo. Siempre todo era exactamente igual, sin mutación aparente. Todo trancurría con idéntico sopor, percibía la decadencia de las ciudades y su frénetico ritmo artificial, que articulaba desde el caminar de las gentes hasta las horas programadas en las que pasaba el metro. Nada parecía advertir que iba a cambiar hasta un pequeño detalle que se fue haciendo más grande con la llegada de un extraño día...
O más bien tendría que decir noche porque cuando ocurrió el primer acontecimiento estaba volviendo en autobús a su casa como era costumbre. Antes de llegar a su parada, comenzó a sentirse extraño, su cuerpo se estremecía y su mente se encontraba nublada por inhóspitas sensaciones. No podría determinar si esta sensación le placía o le desagradaba, pero sí que era una novedad de la que no entendía su origen. Aún con ello, manteniendo un corazón de hierro, se dispuso a tocar el botón que indicaba al conductor que tendría que hacer parada, y se bajó tambaleándose. Una vez que se encontraba en la calle, fue andando con temblores en las piernas mas que no le impedían renovar sus esfuerzos para llegar cuanto antes a su casa, y entonces, percibió de soslayo una silueta en forma de sombra que se deslizó ante sus perplejos ojos. No podría determinar de qué se trataba, así que continuó su camino hasta llegar a casa evitando pensar qué era aquello, y consecuentemente, olvidándolo.
Al día siguiente, aconteció exactamente lo mismo. Aquel estremecimiento interno antes de bajar le volvió a acompañar desde el mismo punto, y una vez que se desplazó para bajarse el idéntico temblor de piernas que impedía avanzar con soltura se presentó ante sus sensaciones. En ese instante se acordó de aquella figura que durante el día olvidó inconscientemente, así que dedujo que como tenía aquella misma sensación esta no tardaría en volver a aparecer. Finalmente no fue así, y si creyó ver algo lo achacó a su inducción provocada por el leve temor que sentía. Aunque, en verdad, mas temía el encontrarse siempre tan raro al volver a casa por si se trataba de alguna enfermedad que no a la aparición de una sombra repentina que podría ser cualquier cosa.
Durante las semanas siguientes, siguió ocurriendo lo mismo que lo anteriormente narrado, algunas veces con escasas variantes entre sí mas la sombra parecía que había desaparecido, que se había desvanecido en el aire desde su primera aparición. Sin embargo, aquel malestar turbó bastante a este joven, ya que empezó a replantearse que estaba efectivamente enfermo. Incluso, fue a varias revisiones, y no satisfecho con ellas, se presentó ante diferentes especialistas para que le tratasen. Todos ellos determinaron que se encontraba bien, más el sentía que no mejoraba.
Esto fue así hasta que un mes más o menos después, durante uno de estos regresos a su casa de noche, de repente se encontró estupendamente a pesar de encontrarse muy cerca de la parada que le correspondía. No podía ni creérselo, hasta tal punto se había acostumbrado a ese malestar que le sorprendía encontrarse bien de repente sin haber aplicado ningún tipo de remedio. Mas, no obstante, justo cuando bajó del autobús y este se alejó con sus ruedas chirriando, pudo ver frente a él aquella figura nublosa que sólo vió repentinamente la primera vez. En esta ocasión, como en la anterior, no pudo atisbar ningún rasgo distintivo ni en su cuerpo ni en su rostro, mas sin saber por qué sentía que le observaba. No podía ver sus ojos, pero como se encontraba en pétrida quietud sintió que le miraba fijamente, escrutandole con la sutileza con la que un científico observa las moléculas en su laboratorio. Durante este escutrinio, no podía moverse hasta que de repente pudo hacer avanzar su pie izquierdo, y luego el derecho hasta que salió por patas de aquel lugar.
En las semanas que se siguieron, volvió a ocurrir exactamente lo mismo. Es cierto que aquel malestar tan extraño al bajar a su parada había desaparecido por completo, pero la presencia de aquella figura sombría que le analizaba a relativa distancia le turbó tanto que casi deseaba que la sensación aquella retornase si con ello se libraba de aquel espionaje de las sombras. Hasta que un día indeterminado, tanto las sensaciones extrañas como la sombra escrutadora desaparecieron tal y como habían aparecido en su día. En cambio, se encontró otra novedad que perturbó en cierto modo su rutina anodina. Ya hemos indicado más arriba que el día a día de este joven no podría ser más rutinario ni repetitivo, que conocía todos aquellos semblantes que observaba en el autobus debido a que siempre lo tomaba en las misma horas, y así un día tras otro día. Pues bien, apareció de repente una joven que jamás había visto durante sus viajes de ida y de regreso, la cual llamó poderosamente su atención. Cierto es que en apariencia este detalle podría no tener importancia, quizás fuera una nueva vecina o las circuntancias la han llevado a cambiar el horario de su ruta, en fin puede deberse a diversos factores. Pero, desconociendo el origen de ese interés, su presencia le atraía de una forma que ni él mismo podía explicarse. No se trataba de que la viera especialmente atractiva, ni de que le sonara de lo que fuera, mas el caso es que su mera presencia provocaba que él no pudiera apartar los ojos de ella durante todo el viaje.
A pesar de que no se sentía raro al bajar, ni la extraña figura se prestaba a observarle cuando lo hacía, aquella joven le provocaba una sensación dulce al paladar cuando posaba su mirada en ella, mas lo que al principio era dulzor se iba transmutando en amargor en la medida que la distancia entre ellos se alargaba una vez que tenía que bajar de su parada, sintiendose tremendamente mal hasta que volvía a verla. Debido a esto, un día decidió hacer acopio de valor, y se sentó a su lado. Ella ni se inmutó lo más mínimo, podría decirse que hasta permaneció impasible a su presencia. Sin saber qué hacer ni qué decir, decidió presentarse. En ese instante, ella le miró a él por primera vez, y aunque no le respondió con palabras a nada de lo que él le preguntaba, por el fulgor de sus ojos y el asentimiento que hacía moviendo su cabeza arriba y abajo, determinó que por lo que fuese le caía en gracia a pesar de que no le comunicase nada con el habla.
Así se desarrolló una suerte de amistad, al principio basada en la mudez de ella y en la palabrería incesante de él. Al principio creyó que era de hecho muda, mas con el contacto reiterado ella comenzó a responderle con palabras sueltas, como susurros que en otro contexto pudieran interpretarse como cortantes. Mas no era así de ningún modo, puesto que las escasas palabras que ella profería siempre estaban acompañadas de una sonrisa a medias y de un sonrojo en sus mejillas que le confería una especie de aire inocente. Ante lo cual, él sin ser capaz de ocultar su sorpresa, reía de felicidad con estas muestras de cariño velado, que sin embargo revelaban mucho más de lo que parecía.
Al final, se dió cuenta de que se había enamorado. Obviamente, no se lo formuló con estas palabras a sí mismo, pero si se podría decir que sintió algo parecido que le recorría todo su cuerpo teniendo al estomago como su núcleo. Siempre que recordaba sus rizos desperdigados, su figura esbelta, sus mejillas encendidas y sus ojos negros que le tenían preso, no podía evitar sentirse vivo por primera vez en su vida. Además, es digno de hacer notar que sus continúos encuentros fueron estableciendo una suerte de complicidad mutua que aunque no era transmitida mediante el habla, sí que se mostraba tal cual era gracias a los gestos que ambos traslucían cuando se encontraban juntos. Incluso, sus cuerpos, que en un principio guardaron una distancia prudencial dictaminada por la desconfianza que se da entre dos personas que no se conocen demasiado, fue estrechándose hasta que formaron una masa compacta que les hacía sentir aunados.
Pero una noche todo cambió, el decidió que tras mantener durante un mes y medio aquellos encuentros en el autobus, tenían que salir de esa esfera para formar una propia que estuviera fundada sobre la intimidad. Así se lo comunicó a ella, y pese a que en un comienzo ella diera reiteradas señales de negativa, finalmente terminó por ceder, quedando en que justo el viernes siguiente, en vez de despedirse cuando él bajase en su parada, le podría acompañar a cierto lugar. Cuando llegó ese viernes por la noche, así lo hicieron ambos. Hasta se cogieron de la mano mientras se internaban en las oscuras calles, yendo de camino hacía un lugar que para él era desconocido. Así estuvieron hasta que situaron frente a un inmenso portal, todo el barnizado de negro y oculto entre dos álamos que le servían de guardianes. Justo cuando estaban a punto de entrar, el la retuvo un instante para posar sus labios sobre lo de ella. Y aunque fue un beso bastante inocente, pudo sentir su aliento tan dulce como gélido en lo que sería una fracción de segundo, como también cierto pinchazo que aún con el pequeño dolor que comportaba, supo apreciar en una especie de deleite secreto.
- Por si no te has dado cuenta, yo te amo con toda la potencia de mis entrañas - el le dijo
- Ya lo sé, pero antes de que prosigas prefiero que entremos ahí dentro... - respondió ella con cierto misterio que encubría la verdadera significación de sus palabras.
Y pese a que intentó seguir hablando con ella, todo fue en vano porque le tiró con una fuerza inusitada que le hizo seguir avanzando hacía delante. Una vez en el interior, se encontró en un amplio salón que era iluminado por una antigua lampara de araña cuya luz cálida contrastaba con el ambiente de dejadez que imperiaba en la sala. De otras estancias que se encontraban sumidas en la oscuridad, apareció una mujer pelirroja muy alta, que aún siendo muy madura conservaba cierto hálito de juventud en las ideales formas de su cuerpo, que se balanzeaba cual si estuviera bailando, flotando en un sutil aire que no existía. Él interpretó que sería un familiar de su joven compañera, su madre o quizás su tía, aunque no se parecieran pensó. Para expresar sus respetos, se inclinó en forma de saludo cordial. Ella, respondió a esta inclinación con una pícara mirada de curiosidad, y exclamó:
- Vaya, vaya... ¿A quién tenemos por aquí? Por favor, haga el favor de acompañarme hacía el interior. Le tengo guardada una sorpresa que estoy segura que no le dejará de ningún modo indiferente. Venga, sigame, señorito.
Algo en esta última palabra le provocó una sensación de congoja que no comprendía, como tampoco llegaba a entender cómo había llegado a dicha situación. Mas, a pesar de esto, la siguió como un resorte automatizado, como si su voluntad estuviera a su merced y no pudiera hacer mucho más al respecto. Sus miembros se desplazaban atraídos hacía algo que rechazaba cualesquiera conceptualización imaginable, dirigidos sólo por una aspiración hacía algo que le era desconocido cual si fuera su inevitable destino.
Se encontró en una sala oscura, en la cual, por mucho que agudizara su mirada, no era capaz de determinar su aspecto. Pero con el paso del tiempo, mientras el silencio era la única respuesta, pudo ver ciertas figuras que se deslizaban en su interior por todos los lados, arriba y abajo como cargadas por una energía que surgía de las tinieblas. De repente, se encendió la luz, y ya pudo reconocer, perplejo, lo que tenía ante él. Se trataba de un montón de mujeres desnudas de todos los tipos y apariencias, desde mujeres casi albinas con sus melenas salvajes al viento pasando por otras más morenas que le observaban con cautivadores ojos, y acabando por otras con una tez todavía más oscura cuyos pesados senos se arrastraban en correspondencia a sus movimientos. Todo un espectáculo salvaje, que podría interpretarse como una orgía lesbica que por el mero hecho de experimentar, quisieran hacer la llamada de una figura masculina con la que jugar en su desfile orgásmico.
Él, mirando a un lado y a otro, se fue desplazando hacía el centro de la sala, parándose justo cuando había encontrado el punto de fuga de aquel desfile lascivo. Entonces, todas ellas, hermosas mujeres que carecían de ropaje alguno, se fueron juntando cada vez más entre ellas formando un cuerpo compacto cuyas únicas partes diferenciales eran unos semblantes sonrientes y unos pechos de diferentes tipos y tamaños. Se agarraron entre ellas formando un círculo que cada vez se iba cerrando en dirección al centro que suponía la presencia del joven, y justo cuando iban a alcanzarlo se detuvieron, clavando sus miradas en él en tanto que se relamían los labios. Este último gesto que podría interpretarse como una forma de expresar la sensualidad, pronto reveló la verdadera razón de sus intenciones, puesto que a la postre mostró unos finos colmillos que asomaban a cada uno de sus labios, a la par que unos ojos que a fuerza de mirarle se encontraban inyectados en sangre.
Aquello fue una de las últimas cosas que pudo ver aquel desdichado joven que en un comienzo podría haber parecido recompensado por un designio divino con cientos de cuerpos femeninos a sus disposición, pues en realidad él era el regalo que ellas habían tomado, y no por instancias celestiales precisamente... Puesto que se abalanzaron sobre él, rasgándole con sus mordeduras algunas partes de su cuerpo haciendo especial incidencia en su cuello, del cual sobresalía un gran reguero de sangre del que muchas de ellas aprovechaban para embadurnarse el cuerpo, mientras se lamían y relamían entre ellas con cada gota de sangre desperdigada entre sus miembros estremecidos de placer. Unas y otras pasaban sus ensangrentadas lenguas entre los cuerpos de sus hermanas para aprovechar el suculento manjar por el cual ellas seguían reptando por el mundo. Tal era el goce, que no podían evitar proferir gran cantidad de gemidos exultantes, en tanto que la vida del joven se agotaba con cada mordisco imprevisto, con cada desgarramiento de su carne en busca de la roja ambrosía de la vida que le conduciría a la muerte.
Justo antes de perecer, cuando su corazón emitía sus postreros latidos desasosegados, pudo contemplar a la joven que produjo su perdición en una relativa distancia. Sonreía despojándose de sus atuendos mostrando un cuerpo digno del mayor elogio por parte de un pintor del Renacimiento, debido a la anchura de sus formas y a la nobleza de sus muslos. Algo rezagada se agachó para lamer el suelo como un animal obediente, para lamer un charco junto a sus bellas hermanas de su propia sangre coagulada en recompensa a su proeza...
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