Hay muchas personas muy raras por este mundo. Personas que sobrepasan lo que se suele considerar estrafalario, que campan a sus anchas bajo las miradas perplejas de los demás. Quizás, los que solemos tildar a los demás de raros, es que somos demasiado normales, como también es posible que en verdad todos seamos un poco raros en tanto que cada uno tiene sus propias rarezas. A decir verdad, yo mismo también soy un poco raro, o eso suelen apuntarme quienes han tenido algún tipo de contacto conmigo. Pero bueno, en cualquier caso, cada loco a su tema como suele decirse...
De todas maneras, el próposito de lo que voy a contar no es hacer una suerte de analísis de lo que se considera o no raro en esta sociedad, sino mas bien el hablar de alguien a quién el apelativo de "raro" se le quedaba corto. Y esto no lo digo yo, sino todos los que pudieron conocerle en persona. Así que, sin mas dilaciones, aquí va esta historia:
Rodrigo fue un hombre muy extraño, que, como decíamos, el llamarle raro hubiera sido algo que se le hubiera quedado escaso. Nadie sabe a ciencia cierta acerca de su procedencia, ni tampoco nada sobre su infancia. Lo único que se sabe es que antes no estaba, y que un día por arte de magia apareció y empezó a convivir entre nosotros. No como uno más, sino mas bien como alguien que estaba ahí y que a veces pasaba inadvertido, mas que en otras ocasiones, su presencia era demasiado patente. Sin duda, era una persona que dejaba desconcertado a cualquiera que se percatase de su existencia.
Su nombre, lo sabemos porque nos lo dijo. O mas bien, porque nos indicó que así se llamaba. Esto ocurrió el día de su milagrosa aparición. En el barrio, estabamos algunos vecinos de paseo por los al rededores, tremendamente aburridos de nuestra anodina vida, y de repente, sin que nadie supiera cómo, a un lado de la calzada apareció un hombre sin camiseta y con unos pantalones azules florescentes. Cuando se acercó a nosotros, no medió palabra. Para romper el hielo del silencio incómodo, le preguntamos su nombre. Él se limitó a señalar con un dedo índice demasiado largo a lo que era habitual, un cartel en el que ponía: "Reformas Rodrigo, llamen a tal número" Y así supimos, o intuimos, cómo se llamaba.
Tiempo después, los encuentros fortuitos con Rodrigo poco a poco se hicieron mas habituales. Este era parco en palabras. Al principio, no decía nada. Se limitaba a asentir o a negar con la cabeza, a entornar o a cerrar los ojos para mostrar conformidad o disconformidad. Es decir, tenía un modo de comunicarse no verbal, casi como los primeros hombres. Pero, poco a poco, día tras día, empezó a usar de los monosílabos, incluso en situaciones donde estos estaban fuera de contexto. A veces, por ejemplo, se estaba contando alguna anécdota subida de tono, y Rodrigo exclamaba: "No, no, no, no, no..." Consecutivamente. O, uno explicaba cual era una de sus recetas predilectas, y Rodrigo contestaba: "Sí, si, si, si, si..." Y lo mismo. Lo curioso era que siempre que respondía así, lo hacía al principio susurrando, y luego iba aumentando el volumen hasta que acababa gritando. Esto, obviamente, hacía que todos nos callasemos al momento.
Ya después de algunos meses, Rodrigo empezó a articular mejor su manera de hablar, usando de expresiones y de frases subordinadas un poco mas elaboradas. Sin embargo, estas en ocasiones no tenían ningún tipo de sentido para nosotros. Por ejemplo, cuando llovía y estaba todo nublado profería con una media sonrisa: "¡Qué buen día hace!" Y si nos quedabamos mirándole raro, seguía andando bajo la lluvia tan tranquilo como si nada. Otro ejemplo, cuando a alguien de nosotros le ocurría algo, y por lo que sea, se derramaban algunas lágrimas, decía: Qué bien. Me alegro mucho por tu repentina felicidad, eso sí que es vida" Y todo, con el mismo resultado del ejemplo anterior.
No obstante, aunque hablase mas eso no quiere decir que lo hiciera mucho. Normalmente nos miraba a todos como si no entendiera del todo a qué nos referíamos. Es mas, aunque diga "nos miraba" Tampoco era exactamente así. Mas bien, miraba una parte de nuestro cuerpo como un brazo o una pierna, y si por un casual mencionaba algo, lo hacía como si se dirigiera al brazo o a la pierna en cuestión. Especialmente, miraba de una manera aún mas extraña a las mujeres del grupo. A estas, las miraba a las orejas o a sus narices, mientras había y cerraba la boca cual si fuera un pez al que hubieran sacado del agua. Este último gesto, al principio, era incluso chistoso puesto que pensábamos que estaba bromeando. Pero con el paso del tiempo, empezó a ser incómodo. Tanto que cuando lo hacía todos nos quedábamos callados sin saber qué decir y con ganas de volvernos a nuestras casas.
También, es digno de apuntarse, que Rodrigo tenía unos comportamientos muy extraños además de los mencionados respecto al habla. Uno de ellos, era que siempre comía cosas raras, como pollo barnizado con chocolate negro, o bombones con brochetas de pescado. Otro, por ejemplo, eran sus muecas, movía a veces sus ojos y su lengua aleatoriamente, de un lado para otro sin contexto alguno, como si fuera porque sí. Su vestimenta tampoco es que le fuera en zaga en rareza, puesto que ya no es que sólo apareciera sin camiseta con esos pantalones fluorescentes, sino también vestía siempre con ropa muy brillante, cargada de purpurina, que desentonaba con lo que combinaba. Sólo me pronunciaré respecto a esto, mencionaba que no era nada raro que se pusiera un polo morado con unos pantalones estilo hippie con franjas amarillentas y marones.
En fin, mucho mas podía apuntarse al respecto. Pero quizás lo que ahora a voz de pronto interese, es que había muchos rumores sobre Rodrigo, de los que desconozco cuales serán ciertos y cuales no. Especialmente uno de ellos me llamó la atención por lo oscuro del asunto y porque a pesar de que no supiera exactamente qué pasó, lo cierto es que su desenlace fue muy parejo a la realidad. El caso, es que por lo visto, la extraña actitud de Rodrigo encandiló a una de las mujeres del grupo. Esta estaba muy entusiasmada un día al salir, ya que se encontraba a solas con Rodrigo. A tanto llegó su alegría que decidió invitarle a su casa. Una vez ahí, cuentan que empezó a besarle acaloradamente sin conseguir que Rodrigo se moviera ni un ápice. A pesar de esto, decidió arrodillarse en el sitio y bajarle los pantalones. Cuando lo hizo... Nadie sabe qué fue lo que vió. Sólo se cree que salió huyendo como una loca mientras Rodrigo repetía una y otra vez con los pantalones en el suelo: "La población, la población, la población..." Finalmente se subió los pantalones, y se marchó. Ya no se sabe nada mas.
Por lo visto, también se dice que ella, tras contemplar aquello que vió, se aisló en un lejano pueblo y se hizo monja. Quizás lo contaban así para que la anécdota hiciese mas gracia. Puede ser que simplemente coincidiera con que se iba a mudar. Pero lo cierto es que a partir de entonces no se supo nada mas acerca de ella.
Siguiendo con el asunto de Rodrigo al margen de estas habladurías, diríamos también que nadie tenía ni idea de dónde vivía. Cuando se le preguntaba, respondía con evasivas del tipo: "Aquí y allá, ya sabéis. En ningún sitio y en todas partes, ya os lo podéis imaginar" Respuestas que como puede advertirse, no aclaraban nada. Sin embargo, una vez pareció que esto se concretó un poco cuando volviéndole a preguntar, señaló con la barbilla unas ruinas que estaban abandonadas al otro lado del cúmulo de edificios, en una zona desértica de campo. Cuando nos dirigímos allí, vimos que en esa zona entre hierbas resecas, había un montón de ruinas desperdigadas repletas de basura. Ahí solían hacerse fiestas ilegales y botellones a deshoras. Esto nos hizo pensar que aunque Rodrigo estaba siempre impoluto, este vivía en la calle.
Por eso, a partir de entonces, empezamos a turnarnos para darle acogida en nuestras casas. Mas, cuando lo hacíamos, siempre pasaban cosas raras. Algunas de estas cosas extrañas se daban siempre casualmente cuando Rodrigo dormía en alguna de las habitaciones de invitados de nuestros hogares. Por ejemplo, a uno del grupo le pasó que mientras Rodrigo dormía, la estructura de la casa empezó a brillar durante la noche de un color verde, y cuando acudió para avisarle, era imposible abrir la puerta. A otro le ocurrió, que mientras cenaba con Rodrigo, este cerró de repente los ojos, y empezó a canturrear en un idioma desconocido, lo que provocó que todo comenzase a temblar, cual de si su cuerpo acudieran unas extrañas vibraciones. Por último, también le pasó a otro de tantos que acogió en su casa a Rodrigo, que nada mas entrar con él por la puerta, su familia entera empezó a comportarse de un modo poco habitual. Rondaban por la casa como si fueran autómatas, con los ojos muy abiertos, y dando saltos y palmadas en momentos que no eran propicios para reaccionar de esa manera. Nadie entendía nada de lo que estaba pasando.
Además, cuando ocurrían esos acontecimientos tan inhóspitos durante la noche, a la mañana siguiente si se le preguntaba a Rodrigo sobre lo que había pasado, este se limitaba a mirar a su interlocutor parpadeando muchísimo con una sonrisa clavada en sus labios. Era cuanto menos estremecedor, y nos dejaba a todos perplejos.
Por suerte, a mí sólo me tocó una vez acogerle en mi casa. Tenía mis problemas y menos tiempo libre que los demás, así que siempre me saltaban cuando repartíamos los turnos de la semana. Pero, al final, una vez al sentirme culpable de que se ocupasen todos menos yo, y sobre todo teniendo en cuenta los hechos tan raros que les ocurrían por tener a Rodrigo de cerca, me ofrecí yo mismo voluntario para acogerle una noche en mi casa. Temeroso de que pasara cualquier cosa, decidí llevarle en primera instancia al jardín en vez de directamente al interior. Ya ahí, nos sentamos sobre la frescura de un cesped artificial, y nos quedamos contemplando cómo iba meciendose la noche en el cielo.
Sin venir a cuento, comenzó a hacer gesticulaciones faciales muy raras, en tanto que se mordía los labios en una especie de tic muy extraño. De repente, alzó las manos, y haciendo surcos entre las estrellas que ya se asomaban en el cielo con los dedos que separaba y agrupaba sin cesar, alzó la voz emitiendo un grito muy agudo diciendo algo que me resultaba incomprensible. Al minuto mas o menos se calló, y volvió a sentarse. Fue entonces cuando me dijo, también sin venir a cuento:
- Yo no soy de aquí. Procedo de mas allá, de otro mundo. No entiendo muchas cosas de por aquí, o mas bien casi nada... No sé qué quiero de los demás, ni lo que los demás quieren de mí. La verdad es que no sé qué hago aquí. Nada parece tener sentido en este mundo. Me arrepiento de haber venido, creo que por eso es hora de que me marche. Al final, todo mi viaje y los esfuerzos que he puesto en ello, han sido todo en balde...
Dijo algo más, pero no pude entender nada porque bajó la voz, y también porque me pareció que hablaba un idioma extranjero que jamás creí haber oído. Además, sentí un tremendo dolor en mi estomago, y comencé a marearme. Todo me daba vueltas. Antes de desmayarme, sólo pude advertir que el cielo había pérdido su tono azulado marino para ser sustituido por uno violaceo, y que ahí donde antes estaba Rodrigo, ahora había una inmensa mancha de un color rojo muy intenso que se intercalaba con unos puntos negros muy marcados. Sentí espanto. Pero, como me encontraba tan mal, y ya no era dueño de mí, caí desfallecido en el cespéd sin poder reaccionar ni articular palabra alguna de cara a responderle.
A la mañana siguiente, me desperté muy tarde, pasado el medio día. Estaba en el mismo lugar en el que perdí la conciencia, completamente solo. Lo extraño, es que ahí donde antes estaba Rodrigo, había una mancha negra de casi tres metros de diametro. Intenté incorporarme, lo mejor que pude. Cuando conseguí levantarme, mas mal que bien, me dí una vuelta por mi jardín sin dar ni rastro con Rodrigo. También entré en casa, y mas de lo mismo. Desayuné, y fuí dando vueltas por todo el barrio, buscándole por todas partes pero no pude localizarle buscase por donde buscase. Había desaparecido completamente.
Desde entonces, no supe mas acerca de él. Era como si tal como había aparecido en nuestras vidas, de repente, se esfumase de la misma forma. Y lo mas extraño de todo el asunto, es que cuando pregunté a todos sobre Rodrigo y todos los acontecimientos tan inexplicables que habían ocurrido en relación a él, nadie se acordaba de nada. No lograba comprender por qué todos reaccionaban así, respondiendome que no tenían ni idea acerca de lo que les preguntaba. Parecía cual si la existencia de Rodrigo se hubiera desvanecido en el aire, y ya no únicamente su presencia, sino que también su mero recuerdo. Ya no quedaba ni un ápice de su ser, como quién borra un archivo y destroza su ordenador a golpes, o también como quién con una goma, la desliza sobre una frase escrita a lapiz para luego calcinar en llamas ese mismo papel.
Por ello, dejo esto por escrito. Al parecer, por un casual, soy el único que a día de hoy se sigue acordando de Rodrigo. Quiero dejar constancia de estos hechos, aunque los haya repasado de una manera somera. Lo hago así porque puede que en el día de mañana yo también me olvide. Así, quién quiera y se vea capaz, puede investigar por su cuenta este insólito acontecimiento y compararlo, a poder ser, con otras experiencias similares. Quizás de esta manera, en el futuro, se llegue a saber mas acerca de este asunto. Yo, al menos, puedo quedarme satisfecho por haber aportado mi granito de arena a esta investigación futura.
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