martes, 4 de mayo de 2021

La efímera pureza de la carne

 Flavio se encontraba en el parque, leyendo las páginas de un libro cuyas hojas iban quebrandose en la medida que pasaban. Según iba leyendo, los acontecimientos llevados a las imagenes que se describían en el susodicho iban mezclandose con los recuerdos devinientes de su propia vida, e incluso, él mismo y algunos de los personajes se sobreponían mutuamente, llegando así a confundirse la realidad con la ficción. Esto le hizo pensar acerca de su propia condición y de las circunstancias que le rodeaban, se preguntaba hasta qué punto estas últimas conformaban su ser, o si se trataban de cosas que simplemente le servían de adorno a un carácter que ya estaba formado desde el comienzo de los tiempos gracias a un elemento que suele llamarse destino.


Alzando la vista, contempló lo que en ese momento era su vida presente, y si esta, tenía algo que ver con el ambiente y el paisaje. El parque en sí mismo carecía del mas mínimo interés, era un parque cualquiera corroído por el tiempo, y que probablemente si no fuera por él y por un par de ancianos que se encontraban ahí, sería arrasado por el olvido. Había tres bancos que rodeadan lo que vendría a ser un parque infantil corriente pese a su estado de desolación, ya que no había niño alguno al que le placería jugar con esos columbios mugrientos y desconchados por los intensos vientos invernales. Pensando en cuan triste y vulgar era esa escena, rió hacía sus adentros durante unos segundos para instantes después quedarse mudo "Si tuviera razón aquel pensar que indica que somos lo que vemos, que todos son reflejos de nuestra propia conciencia, eso querría decir que yo mismo soy harto vulgar y que nadie se acuerda de mí." -pensó, y al cabo lo desechó al no creerse del todo tal tesis.


Un pajarillo vino a posarse sobre el banco en el que se hallaba sentado, y comenzó a piar desconsolado. No había suficiente fauna allí, y probablemente su canto estaba dirigido hacía sus congeneres, en busca de ser escuchado por ellos y que le hicieran compañía frente al atardecer que poco faltaba para que hiciera su aparición. A resultas de lo cual, Flavio retornó a sus antecedentes pensamientos, y se los tomó con un poco mas de seriedad. Si bien quizás el ambiente en sí mismo no era reflejo de nuestro propio ser, podrían serlo los seres vivos que lo componían. Pero también la carencia de vegetación era un ser vivo, también aquellos dos ancianos amargados que se encontraban frente a él lo eran, pudiera serlo a su vez aquel olmo seco a sus espaldas, como el pajaro solitario que se puso a cantar a su lado... Mas, en todo caso, él se hallaba en la misma tesitura, lo que desconocía era si se puso a leer precisamente ahí en aquel momento en vías de esperar algún acontecimiento, al igual que la ausencia de vida de aquel parámo esperaba la caída de la lluvia.


Iba a retornar su lectura cuando cayó en la cuenta de que una mujer entró en el parque y detuvo su mirada sobre él, o mas que en su persona en general, concretamente en sus manos, las cuales acariciaban aquellas páginas como si en ese momento ese compuesto de hojas conformaran su mundo. Y en cierta medida era así hasta que aquella mujer de ojos grisáceos y desmelenados cabellos rojizos pasó delante de él y posó su intempestiva mirada en el microcosmos de sus dedos vacilantes.


Se sentó a su lado con total confianza aún siendo desconocidos, y señalando con su dedo indice la contraportada del libro preguntó:


- ¿Qué estás leyendo?


- Es "El extranjero" de Albert Camus -respondió con un leve titubeo en sus labios que mas que menos logró disimular-


- Hum, me suena bastante aunque no recuerdo la trama ¿Sobre qué versa?


- Bueno, aunque es un libro corto como puedes observar es díficil de resumir en un par de palabras su trasfondo y contenido. Pero digamos que trata sobre un hombre que vive circundado por un mundo que carece tanto de sentido como de coherencia, y que movido por azares termina descubriendo en el absurdo de toda existencia paradojicamente su razón de ser, y también de vivir.


- ¡Vaya! ¡Qué aburrido! ¿Tú te sientes así?


- En cierta manera sí...


Al Flavio decir esto, ella sonrió con una enigmatica aunque hermosa sonrisa. Fue entonces cuando él se enamoró de ella, o mejor dicho, creyó haberse enamorado de una envoltura de preciosa carne que encubría lo que sería todo un espiritual misterio. Pensó en cuanto le placería indagar en su interior tanto en sentido figurado como explicito, descubrir la pureza que latía tras el seno que recubre un corazón luminoso para pasar a cobijarla en su cuerpo viril cual una suerte de intercambio de esencias. Se imaginó que de tal manera su existencia tendría un sentido unívoco y completo, y que ya no vagaría de un sitio para otro esperando algún hecho milagroso porque ya lo había encontrado concretado en aquella extraña mujer.


Pensar todo esto fue como una ráfaga de inspirada luz que temporalmente resultaron unos segundos. Ella sin mediar palabra alguna, inclinando la cabeza en señal de respeto, se levantó y se fue. Su ida aconteció como su venida, un suceso mágico y vespertino en un fondo anodino. Flavio, se quedó petrificado y retornó a esperar algo que no sucedía.


Días después, Flavio esperaba la visita de su único amigo, al cual solía llamar Gutierrez. En verdad esta supuesta amistad era una especie de estratagema para que su circulo social no cayese en el exilio, ya que tal amigo le era sumamente tedioso. Odiaba de él su falta de sensibilidad y de sentido estético, puesto que todos los juicios que emitía este se basaban en sensaciones vulgares que había escuchado de otros, cayendo así en los tópicos, frases hechas y lugares comunes. Desde luego, esta compañía no era la mas propicia para él, pero al cabo, era la única y aunque fuera sólo por los años y los consecuentes recuerdos que les unían prefirió mantenerla. En todo caso, y como acostumbraba a decir Gutierrez: "es lo que hay."


Flavio miró al reloj que estaba dispuesto sobre la mesa, y comprobó que llevaba una hora de retraso "Maldita sea... -murmuró para sí- Ya está este redomado imbécil tardando..." Le invadieron pensamientos de esta índole mientras que con los dedos daba toques sobre la mesa como si estuviera representando alguna sinfonía a piano violenta. Impacientandose, sus piernas se movían inquietas dando taconazos bajo su silla. De repente, se halló en una macabra orquesta en la que él era tanto compositor como interprete, y cuyo mensaje venía a ser el hastío y la carencia de paciencia en alguien puntual.


Ante la puerta que evocó un sonido estridente al abrirse, apareció su amigo con una plácida sonrisa como si su tardanza careciera de la debida importancia, e incluso, cual si fuera inexistente.


- ¡Anda, Flavio! ¿Se puede saber qué te pasa? Pareces un saco de nervios -dijo tan pancho


- ¿Qué va a pasar? ¡Has tardado sobre manera! De verdad, siempre igual...


- No te desesperes, la vida uno debe tomarsela con tranquilidad.


Y al decir esto, Gutierrez se sentó frente a Flavio, y sin pedir permiso, se encendió un cigarrillo de los que estaban sobre la mesa, y acercó mas para sí el cenicero. Flavio le dirigió una mirada de desprecio que el otro ignoró. Se hizo un momentáneo silencio con bostezos de entremedias que una llamada quebró.


Cogiendo el teléfono, Flavio preguntó: "¿Quién es?" A lo que no hubo respuesta. Colgarón. Y en su sonido, pudo percibirse un golpe que produjo una serie de ecos en los tímpanos de Flavio. Este, aturdido, clavó sus sus ojos ahora vacíos en un blanco fragmento de la pared. Abstraído, apercibió una sensación que no podría llevarse con la debida profundidad a las palabras. Pudo ver ante sí una serie de sustancias sin forma concreta, que revoloteaban por los blancos espacios de la pared. El gotelé parecía evocar y atraer estos cuerpos amorfos y cobijarlos en los huecos cual improvisada madriguera. Todos ellos iban multiplicandose, saliendo de la nada, contrayendose y formando una serie de grupos que pretendían representar figuras. Cuando ya se quedaron quietos,  ya podía distinguirse una figura. Se trataba de un sinuoso escote encarcelado en un bonito vestido negro. 


La figura se diluyó en un foso sin fondo en el momento en el que Gutierrez alzó su dicharachera voz para hablar 


- ¿Te pasa algo? Algo parece haberte trastornado o alterado dentro de ti.


- Sí - se limitó a responder con sequedad. 


La estación de las lluvías se hallaba en su auge, a través de la carretera principal que lindaba con una sucesión de casas construidas al estilo americano caía el agua en formas perpendiculares. Era de madrugada, y a Flavio no le quedaba otra que acudir a la parada del autobus que le conectaba con la civilización. Mientras esperaba en aquella parada de un tono rojizo chillón contemplaba el caer de la lluvía con una impasibidad meláncolica. Pareciere que aquella agua ignota que surgía del cielo y que culminaba en el suelo pavimentado pasara a formar de algún modo parte de la retina de su ojo, la humedad y los aces de luz se quedaban encerrados en su iris de tal manera que la nostalgia hacía algo indefinido e incierto pasaba a ser una prolongación de su misma entidad tangible.


Mientras esto acontecía, las gotas de la lluvía que incidían en su insistencia se le asemejaron espermas liberados que venían a preñar algunas plantas que apenas asomaban y que lindaban con la parada. Esto, le pareció absurdo. Al fin y al cabo aquella agua no suponía ser semilla alguna. En todo caso, ayudaban a la proliferación de la vegetación, mas no era su germen. Se le presentó la idea de que quizás él fuera como aquella lluvía, cáscara vacía proveniente de un reino que a los hombres le era desconocido, que no tenía una función primordial ni específica, mas que servía como impulso para que el resto de los elementos dieran vida a partir de lo inerte. Sí, quizás esta idea fuera un capricho, algo azaroso que pudiera ocurrisele a un hombre en constante espera como él. Pero, que, sin embargo, también tuviera su ápice de veracidad. 


Por su lado siniestro, vió un caprichoso cuerpo femenino que bailaba con cada paso sobre la acera. Sus curvas seguían la trayectoria de allí donde se dirigía como si mas que con los pies andara con las caderas "¿Será ella? ¿La mujer de la otra vez?" -pensó Flavio. Y en la medida en que se fue acercando descubrió que efectivamente era ella. Algo parecía haber mutado en aquella curiosa mujer, su jovialidad enigmatica de la otra vez se sopesó con la elegancia de la madurez. Exceptuando sus mejillas, las cuales aún conservaban retazos coloridos típicos en las niñas. Sin duda, era una mujer cuyo cuerpo habría logrado que convivieran en armonía la belleza que siendo paradojicamente efimera de la juventud se mantenía estable, y la rígidez de la escultura que representa una mujer adulta. 


Ella, se sentó nuevamente a su lado. Pero en esta ocasión, en vez de tratarse de un banco de madera abandonado en un parque, se trataba de uno de hierro cubierto por un techo de plástico que les protegía de la lluvia. Su caída provocaba un sonido que recordaba al del granizo sobre una casa con tejas antiguas. Mirandole de soslayo le preguntó:


- ¿Ya te acabaste aquel libro?


Respondiendo con una mueca afirmativa, deslizó su mirada de sus pestañas tenuemente elevadas hasta sus rodillas ceñidas por un vaquero negro. Era curioso y paradigmatico que aquella hermosura continuase siendo tan bella vestida a la manera informal "La belleza siempre lo es, independientemente de los accidentes y de los accesorios que intenten velarla. Muy al contrario, en vez de ocultarla, le darán un toque distintivo. La tela que tenga la pretensión de esconderla tendrá el efecto de ceñir aún mas su cuerpo, y si es holgada, dará cabida al aire que animará a su piel a embriagarse con el erotismo que está inserto en todas las cosas. Únicamente necesita ser poseída para despojarse de tal pureza, y mostrar una nueva forma inusitada en ella, una transformación del espíritu que usa de la carne como puente y que conduce a la muerte de la esencia prístila para precaverse de un nuevo nacimiento." - tales pensamientos cruzaron por la mente de Flavio en tanto que el silencio se imponía al momento.


Estos fueron interrumpidos por la voz altisonante, y a su vez, dulce de aquella delicada flor que ahora era toda una mujer:


- Bueno... Tengo que irme. Supongo que ya nos veremos en otra ocasión ¡Hasta entonces! -dijo con una premura espaciada y dilatada en un espacio-tiempo adornado por las ráfagas del diluvio que daba comienzo. 


En una tarde, con boligrafo en mano y frente a una amplia ventana, Flavio estaba tratando de concentrarse para redactar un ensayo que le era exigencia académica. En la medida que la tinta era arrogada frente al papel inerte, su impetú cesó irrevocablemente al carecer en esos instantes de inspiración. Su cabeza daba vueltas, se encontraba en otros derroteros al margen de lo que escribía. Quisiera redactar algo distinto, una especie de descripción en torno a su estado de ánimo que empezará con algo así como: "Millares de sensaciones que no llegan a concentrarse en una mas nítida, se acumulan en mi pecho sin encontrar salida. Aspiran a algo de diferente índole de lo hasta ahora conocido, algo que se pretende deiforme, con un ápice de arrogancia, y con otro poco de desasosiego. Cual hálitos exalados que se lanzan al otro lado de una autovía de las principales, y se quedan marginados frente a una ausencia todavía sin nombre..."


Sin darse cuenta, lo había escrito en la hoja. Y aunque se deleitara con la prosa, cogió el papel, lo arrugó y lo tiró a la papelera. Se quedó sentado, con la mano que le sería de sostén a la cabeza, meditando sobre cosas tan aleatorias, que dificilmente podría recordar después. Dando vueltas a sus imagenes internas, rescató un par que no guardaban relación alguna entre sí: Una era un lento anochecer que se cernía entre neblinas, y la otra, eran unos volantes de lo que se presumía un vestido o una falda negra que se adornaba con unos detalles morados "¿Qué quería decir esto? ¿Por qué pienso en estas cosas?" - dijo indagandose a sí mismo con una mezcla entre hastío e incertidumbre. 


Sonó el telefonó que tenía al lado, lo cogió y volvió a acontecer lo de la otra vez: no hubo respuesta, y al colgarse retornaron la sucesión de ecos. Mas, esta vez había algo distinto en aquella llamada, dos segundos antes de que colgarán, pudo escuchar un respirar que se intentó contener sin conseguirlo. Era sin duda alguna una respiración femenina, culmén de un orgasmo finalizado, penetró su recuerdo en la conciencia. Como si fueran cosquillas en bucle, aquel respirar que bien pudiera ser un suspirar incidía en su interioridad con cada vez mayor renovada fuerza hasta alcanzar una altitud sorprendente. Su sonido clausurado en una cueva era tan elevado que tuvo que taparse los oídos para intentar alejarlo. Todo fue en vano, ya que aquel recuerdo sonoro no procedía del exterior, sino del epicentro de su ser. Así dió por sentada la tesis que sostuvo con alguna duda al principio, las circuntancias eran accesorias, había algo preconfigurado en nosotros que bien haríamos si lo llamasemos destino, o en un lenguaje mas psicológico: carácter natural. 


Así como vino, la altisonante respiración cesó. Un toque hizo tambalearse un tanto la puerta de madera que tenía tras de sí: era hora de cenar. Sin apetito culinario, se levantó y se fue de cara a responder a tal llamada artificial y condicionada. Es decir, siguió los mecanismos de la rutina de siempre.


A día siguiente había quedado con Gutierrez. Pero por falta de ganas y carencia de apetencia, lo rehusó quedándose todo el día tirado en la cama. La agitación que sentía desde su corazón no le dejaba dormir, daba vueltas y vueltas sin lograr al cabo nada. Se deslizaba a la izquierda, y le molestaba el costado, lo hacía a la diestra y esta vez era el contrario, se ponía del revés y le oprimía la tripa. Al final, optó por ponerse como si le hubieran metido en un ataud, poniendo ambos brazos crucados desde las costillas hasta su pecho. Permaneció así unas horas, con su mirada dirigida al techo y con una expresión de inquietud que era acentuada con sus cejas fruncidas.


Decidió que no podía pasarse todo el día de esa manera, así que cuando ya era de noche optó por vestirse y marcharse para dar una vuelta. Cogió un lapiz y un cuaderno viejo que tenía lleno de notas prosaicas y poemas por si se le podía ocurrir algo, y salió por la estrecha puerta principal de su humilde hogar. Ya fuera -desconocía por qué- optó por pasar por aquella parada de autobus, y luego por el parque aquel. No sabía a ciencia cierta cual fuese su intención, pero el caso es que así lo hizo. 


Mientras atravesaba el umbral rodeado por pinos y castaños, sus sombras le velaban el escaso brillo de los ojos que en esos momentos conservaba. El camino era de cemento, y estaba muy mal mantenido. Quizás por efecto de la gran cantidad de nubes que acuchillaban al cielo durante aquella noche, las grietas del suelo se acentuaban, y bajo el efecto de la escasez de rayos de luna, iban agradandose y estrechandose en la medida que Flavio avanzaba. Hubo un instante en el que se detuvo delante de una pared hecha a partir de rocas y mala cimentación. El motivo fue el vistumbrar un grupo de murcielagos que revoloteaban por sus huecos, era probable que hubieran encontrado un cobijo lo suficientemente amplio para protegerse de los rayos diurnos "Yo soy como estos pequeños seres, pero sin grupo." - pensó Flavio, dándose la vuelta en camino al mismo banco donde hace tiempo estuvo. 


Antes de llegar, pudo ver en una esquina que aquella mujer de ojos grisaceos y cabellos que a la luz de la luna se mostraban cobrizos parecía esperarle con sus manos entrelazadas a las espaldas. Llevaba un vestido negro con detalles morados, un escote tan pronunciado que al poco que se agachase mostraría sus atributos con desparpajo, y un culmén del mismo bastante por encima de las rodillas que a la brisa insinuaba el secreto mujeril que tan bien se guarda. Ella, le sonreía, mas esta vez además de con toques enigmáticos, con una lujuría que todavía continuaba lindando con lo erotico y lo pasional sin llegar enteramente a lo vano y vulgar.


- Venga... ¿A qué estás esperando? Tómame... - dejó escapar de sus anchos labios, liberando un aroma proveniente de una ambrosía licensiosa y sensual


Él, sin preguntarse a sí mismo si aquel momento estaba siendo realmente vívido, o si se trataba de una fastamología proveniente de su perturbadora imaginación, la agarró de ambos senos y los estrechó entre sus manos, apretandolos en una posesión aparentemente consensuada. Levantó la cobertura inferior del vestido, y se deslizó en su interior. Ya podía saborearla, integrarla en plenitud dentro de su ser y profanar su pureza semi-divinal. Con sus dedos cual feroces garras, impuso un nuevo orden a su cintura ahora dispuesta solamente para él cual si se tratara de una propiedad que hasta entonces sin dueño ahora le pertenecía a él. Empujando y buscando cada vez mas y en mayor profundidad dentro de los recónditos páramos del lenguaje del cuerpo, notó como si algo se disolviera, algo que era carne y materia dejaba de ser tal y pasaba a desvanecerse. Cuando quiso darse cuenta, el femenil cuerpo había desaparecido por completo, ya no quedaba nada a excepción de él que sujetaba algo que ya no existía.


Se quedó quieto y en suspenso con un susurro interno que no lograba descifrar. Ya no cabía ni pensamiento ni sentimiento porque todo carecía de importancia. Por fin, por vez primera en su vida, ya no tenía nada que esperar porque ya tuvo todo lo que era digno de esperarse y obtenerse en un porvenir, ni tiempo ni espacio configuraban nada porque todo se confundía en lo mismo. Todo era nada, y la nada el todo.


  

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