Un anciano un tanto desquiciado, me contó en cierta ocasión, que se cuenta entre las gentes unas historietas que no hay quién se las crea ¡Vete a saber tú de dónde se sacan tales habladurías! El caso es que, según me dijo, había un país de lo mas surrealista, al cual le cayó en forma de condena una especie de insecto invisible que enfermó a gran parte de la población, mas sin embargo, este bicho no era el problema primordial, sino mas bien un asunto secundario, lo verdaderamente nefasto era la conducta que adoptó la gente a raíz de esta maldición apocalíptica. Esta circunstancia tan particular fue aprovechada por poderes superiores para reforzar su carencia de principios y valores, y así, llevar a cabo lo que ya tenían pensado desde la oscuridad desde hacía largos años, se podría decir que tal enfermedad extendida les fue propicia para acelerar lo que ya se les ocurrió en los siglos pasados. Y para poner a efecto sus enfermizas ideas, obligaron a toda su población a que no saliesen de sus casas hasta nueva orden, la cual nunca llegaba, puesto que se alargaba cada vez mas y mas sin cesar en el tiempo, una espera que jamás se detenía, era como un hilo infinito que caía y caía sobre un abismo sin fin. Mientras tanto, los esclavizados ciudadanos de este país en concreto, no hicieron nada al respecto, se limitaron a seguir obedeciendo y alabando a su gobierno como si nada pasase, hasta les dedicaban aplausos a una hora determinada, y si alguien criticaba las medidas adoptadas, o se saltaba las normas, era cruelmente reprendido sin ápice ni de compasión ni de la mas mínima empatía, en tanto que apelaban a una solidaridad comunitaria que no existía, pues esto de la comunidad desde hacía varios años estaba extinta.
Mas no conformes con esto, la historia no acabó aquí, se empezaron a adoptar las medidas mas extrañas y estrafalarías, la mayoría de ellas nacidas de no se qué organo de la salud, y que, seguidas por este país tan digno de burla en alguna fábula satírica, dictaminaron conforme a ellas, y decidieron que la gente debía distanciarse -ya no solamente en alma como antes, sino que en cuerpo también-, evitar todo contacto afectivo o sentimental, no acudir bajo ningún pretexto a lugar alguno, llevar mascarillas y adoptar unas aptitutes higienicas completamente deshumanizadas. No contentos con ello, obligaron a que durante meses nadie se viera con sus seres queridos, que los amantes ya no yacieran bajo el mismo lecho, que los aflingidos no se despidieran de sus muertos, que el abuelo no abrazara a su nieto, que los amigos ya no volviesen a reconocerse entre ellos, que el mas nimio sentir fuese sofocado por unas medidas dictaroriales y tiranicas. Sorprendente es que nadie lanzara al aire la mas nimia queja, y sin rechistar, todos acatasen como si estas ordenanzas provenieran de la ley natural que se ha seguido desde siempre, como también produce estupefacción que en aquel gabinete tan amplio de donde nacían tales injustos decretos, nadie hiciera nada de nada ¡Pero bueno, qué iba a uno esperarse que hiciera la nulidad cuando su ejercerse está en su vacua inutilidad, es decir la nadificación que nada significa!
Pues bien, como iba diciendo, así se llevó a cabo todo esto, y tales medidas autoritarias fueron asumidas por toda la población entre aplausos y traiciones mutuas, como buenos perros serviles acataron cada mandato del amo, y este, se creía Dios cuando era realmente un conjunto de hombres cualquiera, y si se me permite añadir, eran menos que hombres porque aquel que acoge en su pecho el mínimo ápice de vida, jamás se le pasaría por la cabeza cometer acciones tan impías. Quizás, lo mas gracioso del asunto, es que tal horrendo aunque invisible insecto fue creado por aquellos que estaban deseando en su seno interno -o mas bien, de la carencia de toda interioridad- que este proliferara para coger una vara de mando que siempre les ha estado velada, pues solamente aquellos a los cuales ha escogido el Señor de los Cielos pueden alzar la palabra en este ínfimo mundo, siempre reconociendose pequeñuelos en correspondencia a quién les creó. Sin embargo, esto rara vez ocurre, en vez de procurar ser buenos y humildes entre nosotros, nos cargamos de vanidad y dañamos a los hermanos, los usamos, y cuando ya no nos son propicios, los tiramos como esos guantes de látex que una vez utilizados, son dispuestos a su lugar, el cual es la basura. Tendré que acudir a los verdaderos contenedores a tirar tantos guantes de látex que tengo ya raídos y viejos, a mi modo de ver, no hay mejor lugar donde tirar tal cúmulo de pobredumbre que no sea el parlamento. Pero bueno, puede que me esté desviando del asunto principal, que lo es esta disparatada historieta, aunque pudiera ser que no tanto como pienso.
En fin, cuando terminó el referido anciano del principio su luenga arenga, que yo he resumido en unos párrafos, me pareció imposible que algo así pudiera ocurrir ¿Quién podría creerse tal locura? Sin duda confío en que nunca llegaría a pasar algo así, y menos en nuestro país en concreto, el cual se encuentra rodeada de personas integras y consecuentes, a la par que prudentes, que nunca dejarían que algo así pasase. Si bien es cierto que lo que es propio del alma no les queda nada, y que han anulado todo sentir y padecer, hay que compadecer su ignorancia en este sentido, y no ponernos tan pesimistas en vano ni porque sí, ya que estoy completamente seguro de que todo irá bien y que una fantasía como la que inventó aquel anciano, es tan improbable como ficticia, seguramente lo sacaría de alguna novela barata de las que tanto se estilan leerse hoy día. Juzguen ustedes mismos lo que les parece esta fábula, y quitarme o darme la razón según gusten, como así al viejo y su mensaje, el cual he procurado transmitirles con honda sinceridad, siendo fíel al infeliz espíritu que me la narró. Sea así, les deseo la dicha en tiempos tan prósperos.
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