domingo, 10 de noviembre de 2019

Una fantasía

Entré en un amplio salón iluminado por la luz del mediodía que penetraba en los grandes ventanales. La sala, espléndida toda ella, estaba adornada con múltiples utensilios, algunos de ellos lo eran los típicos objetos domésticos como a modo de ejemplo lo podrían ser los sofás, las mesas, las sillas, unas cuantas estanterías apiladas... Quizás, lo que más pudiera resaltar de todo ello, lo eran la gran cantidad de lámparas -en ese momento apagadas- que se encontraban en los al rededores, a lo que se sumaba, el curioso color de la pared, aquel azul marino que mostraba gran cantidad de flores ahogadas en tal profundidad marítima como lo eran los girasoles, las amapolas y las rosas. Parecía encontrarme, sin duda, en lo alto de un edificio dentro de una ciudad que me era desconocida, junto al gran número de habitantes de los que algo similar podría decirse. Me quedé de pie, petrificado, sobre el morado tapiz, pensando en cómo había llegado al lugar en concreto, y sin embargo, sabiendo dónde me encontraba desconociendo el motivo exterior, respecto a lo intrínseco todo se hallaba claro.

Así, me senté en el sofá que mas cercano estaba, junté mis manos como si estuviese orando y me quedé absorto sin mirar a ningún punto; quería encontrar las respuestas, los sentidos y los motivos en mi interior. Ansiando el éxtasis amoroso, invoqué lo que no debiera haber invocado, mas tal fue el asentimiento que me procuró mi voluntad que apareció lo que no sabiendo, a mi pecho trascendió. En tal momento anochecía, y mis raices se confundían con la estancia, en tanto que alguien parecía estar pululando en la sala de al lado. Mi corazón latiendo, mis entrañas exclamando, médulas esclarecidas, venas tragicas encontrando lo que en otro tiempo estuvo perdido. Imaginé acerca de quién pudiera estar allende, me ilusioné, y no en vano, soñé un ideal encarnizado.

Decidí tumbarme, cerré los ojos por un momento, sepulté la oscuridad y hallé luz en el instante, y allí donde para los muchos, en su mayoría, hay ráfagas sombrías, para mí aún era de día. Abrí de nuevo los ojos, y ví sobre mi cuerpo aquella pasada amada con la que hice fantasías hasta hace renglones arriba. Sus ojos verdosos, a la par que medrosos, me miraban y se apartaban consecutivamente, como si tuviese miedo de algo que le era imposible llegar a comunicar. Temblé intentando descifrar el mensaje, mas ella seguía procurando mandarme un cúmulo de palabras en el silencio. A través de sus pardas gafas, la nariz picuda que las sostenía, los finos labios que se contenían y los negros cabellos que ya sobresalían, ya caían, quisieran decirme algo que yo advertía a la manera intuitiva. Temía, me mentía a mi mismo sobre cual sería el contenido, las mas de las veces se han dicho que ciertas sentencias hacen perecer, yo digo que lo que nos hace morir es callarnos lo que creemos saber, siendo esta sabiduría la verdad en sí misma.

Entonces, agudicé mi mirada, la clavé en la suya, y sus ojos se quedaron clavados sobre los míos. Tenues lágrimas comenzaban a asomarse, sin llegar a caer, estaban columpiándose como podían, resistiéndose a tener que abandonar su origen. Pasaron segundos, minutos, puede que también horas, hasta que la intensión momentanéa fue suplida por un resquicio de movimiento, un detalle que podría pasar desapercibido, pero que en modo alguno, podía ser eliminado de mi imaginario. Ella, sintiéndo que la lágrima estaba a punto de insertarse en el abismo, el gran foso de los deseos colmados, pasó su alargada mano, que, recorriendo su rostro, hizo que tal agua bendita se quedase atrapada entre el dedo índice y el insultante. Después, lanzó una mirada a soslayo, de sospecha en dirección a la ventana, y emocionándose, oprimió sus escasos labios y se mordió su lado izquierdo inferior, señal del adiós inferido y que a mi sentir queda aterido.

Yo, pensé hacía mis adentros: "¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué he de hacer? ¿Se puede saber qué es esto? ¿Por qué he estado desde hace tanto tiempo solo, y ahora, de repente vuelve a acudir aquello que me producía la sensación de soledad?" Mudo, respondí dejando una caricia posada en su mejilla, y su única reacción, pareció ser una mueca inexpresiva. Y, así, seguí diciéndome: "¿Hacía dónde va todo esto? ¿Cómo desembocará lo inevitable, lo terco de una situación sin vía transitable, lo que se ansía y rara vez se recupera? En aras de la salvación de mi conciencia, durante los principios, hice como si fuera capaz de olvidar, pero todo fue una mentira que yo mismo me provoqué. No hay nada peor como negarse a la verdad, me engañé para continuar viviendo y seguí tal cual. Ahora que ha vuelto el dolor, reconozco que amé, que sigo amando y que siempre amaré ¿Me estaré volviendo loco? Es decir, todo aquello de los amores eternos y los amoríos efímeros, ¿Tienen al cabo algún sentido? Espero que sí, ya que de lo contrario, mi vida habría sido una fábula que yo creí inventarme cuando en verdad eran otros los que jugaban conmigo."

Al fin, parpadeé, purifiqué mi mirar y con ello también lo que yo pensaba ser mi mundo. Pero, en cuanto mi vista recuperó su conciencia -también podría decirse en cierto modo, su particular cordura- ya ella no estaba, era como si se hubiese desvanecido de repente. Comencé a sentirme muy solo, y hasta pensé en irme y jamás volver. Exacto, así lo pensé mas no lo hice. Seguí en la misma postura por si volvería a aparecer ella, se quedó su imagen en mi memoria y su figura en mi alma. Esta vez miré, no a la noche que transcurría en las afueras de la ciudad, sino al techo grisacéo que suponía mi abandonado altar. Era, no lo dudo, una madera vieja, que estando carcomida, para evitarse de gastos la limaron un poco sin llegar a romperla, y después la pintaron. Me dije: "¿Será así también mi caso? ¿Me han reformado? Bueno, en verdad jamás creí en reformas de ninguna clase. Prefiero quedarme con lo eterno, con lo estable, lo que siempre permanece pese a lo que susurren los grillos en los atardeceres." Al rato, previendo que nadie me visitaría ni me haría caso, me acomodé en mi ya querido y estimado sofá, y me quedé dormido.

Desperté, los párpados se tornaron amargos y el sabor de mi boca era insipido. Ya no había llamadas alentadoras, las luces se volvieron desdichadas, las costumbres caprichosas y el día a día una tortura amable en la que uno tenía que acostumbrarse como si siempre hubiera sido así. Nunca se está uno tan solo que cuando no duerme acompañado, mas lo peor es despertarse solamente rodeado de una estancia sin vida donde solamente se da cabida a los recuerdos sin sustento presente. Años atrás, aquello de estar en la oscuridad dejando pasar el tiempo me resultaba hasta divertido, pero una vez que se ha amado, con el pecho inundado de fuego, con el corazón latiendo llamas, con el interior abierto con sus puertas de par en par, con el insolente secreto al descubierto propagándose así las voces, con una pena encendida en los altares que se consagró en alegría... Prefiero no acabar la frase. 

Me levanté dirigiéndome hacia la ventana, y pude ver un ancho parque donde las gentes seguían con sus tareas rutinarias: una mujer parecía hacer senderismo, un hombre sacaba de paseo a su perro, una familia decidía salir para que sus hijos se divirtiesen en los columpios y un tipo muy flaco estaba tirado en la entrada pidiendo dinero sosteniendo un gorro de lana muy roto "¿Cual es el contenido de la vida de estas personas? -pensé- ¿A qué objetivo atienden cada uno de sus pasos? ¿Tienen metas, aspiraciones, sueños que les animen en cierta manera a vivir, aunque en ocasiones se engañen a sí mismos?" Otra vez me olvidé del exterior y retorné a mi mismo como al principio.


Subí, ascendí una escalera metalizada de caracol que conectaba con un desván que se hallaba poco mas arriba. Este, se encontraba repleto de trastos viejos que me recordaron a mi infancia, me estremecí pensando en cómo el polvo se pegaba sobre aquello que en su día alimentaba de ilusiones una vida que se acaba. Sin pensármelo dos veces, encendí un ducado que estaba en los bolsillos de mi vaquero, y mientras el humo recorría la totalidad de la sala, todo se quedó en suspenso, allí me quedé muerto. El mundo, su transcurso, los indicios divinos que están en cada sitio, las noches repletas de estrellas, los días alumbrados por secretas centellas, los lugares desiertos, las ciudades repletas, las playas virginales, los rincones olvidados, las casas dejadas, los vivos en movimiento, los muertos en su quietud, los niños felices, el cúlmen de la senectud, ese final que se presiente y se acerca desde siempre y en cada momento sin parar ni en un punto... Todo continuaría igual, y la eternidad lo acogería con delicadeza, acunándolo en su seno con la nana del infinito. Y yo, aún estando muerto, recordaría aquel rostro de la amada que de mí se despedia hasta que Dios decidiera que ya basta, y me llevara -si así lo mereciera- a los Cielos junto con todos aquellos que durante mi fugaz vida me quisieron. 

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