Estando cercano a la puerta principal e interior de mi hogar, me encontraba atravesando el pasillo en busca de saciar mi hambre y sed yendo hacia la despensa, pero como no estaba muy llena y lo poco que había no me saciaba -exceptuando un poco de ligera agua- decidí volver sobre mis pasos para retornar a la parte de arriba. En este paseo cotidiano tan acostumbrado como ordinario pude oír un golpear en la puerta exterior y un sonar el timbre al ser dado repetidas veces. Mi discreta curiosidad me hizo entornar la puerta no del todo para ver sin ser yo mismo visto, y al no ser suficiente, no me quedo otra que salir completamente y averigüarlo como se debe y suelen hacer las personas de mediano calibre.
Nada mas abrir la puerta pude ver un rostro que me era familiar, aunque me fuera complejo de discernir, debido a que la lejanía del tiempo había nublado mis recuerdos, de tal manera que mi yo de antaño olvidó sus préteritas concepciones y experiencias, y si estas eran recordadas lo eran mas bien por reminiscencia. El caso era que me encontraba delante de una persona que pertenecía ya a un pasado muy lejano, y el impacto que me produjo el volver a verle produjo cierta alteración del instante presente, pero ya recuperado del susodicho percance en lo que se refiere a lo ya dicho, pude percibir un ser jovial con unas melenas rubias y unos ojos que se centraban en lo que tenían delante y poco mas parecía importarle.
Saludé con cortesía al no recordar a la perfección los aconteceres que nos unían mientras que él con la debida educación correspondió a mi cordial saludo. Como buen acogedor de visitantes inesperados le invite a atravesar el umbral hacia las puertas de mi casa, y él como buen invitado hizo lo suyo. Nos sentamos en unas sillas que tengo en el jardín reservadas a tales ocasiones especiales -pues he de advertir que no recibo demasiadas visitas-, y con una copa de vino en las palmas de nuestras manos comenzamos a entablar una tibia conversación:
- La verdad es que no sé lo que decirle -apunté- si bien me resulta claro que entre ambos hay unos lazos de intrinseca amistad que nos atan, me resulta extraño tan repentina visita. Quiero decir, que no me desagrada, pero que tan tantos años que han pasado desde aquello me sorprende el verte por estos lares.
- Yo tampoco pensaba volver -sentenció con recia voz- pero no obstante, las circunstancias precedentes me han obligado a acudir allí donde no pensaba presentarme jamás ni aunque lo soñase.
- Dígame, pues.
- Le he observado durante unos cuantos días y he notado cambios, también he leído sus recientes escritos y siendo sincero me parecen una bazofía: temas repetitivos, mal uso de la subordinación de las frases, pedantería a rabiar, cultismos sin razón de ser, arcaísmos para dar un toque intelecual que sin duda usted no tiene, divagaciones gratuitas, disgregaciones constantes, contradiciones incesantes... Y no se yo que más cosas apuntar... En fin, un desastre que además me resulta desagradable. Se ha vuelto usted un farsante con esa rétorica ficticia que ha creado, y después, ya se con lo que me vendrá, con sus preguntas impertinentes del tipo: "¿Y qué es realidad para usted? ¿No soñamos nuestras vidas constantemente? ¿No admites que el oficio de aquel que escribe ha de ser el de alejarse de las convenciones para tender a la exageración? ¿Qué hacemos de nosotros si no inventamos?" entre otras cursilerías por el estilo. Y ahora, yo le pregunto: ¿Dónde está su golpe de gracia? ¿Dónde se encuentra su ápice de destrucción? ¿Para qué tanta presunción sin revolución?
- Yo no sé de dónde proviene esa obsesión que tan de moda está ahora -dije un tanto ofendido- de criticar, destruir, quebrar, hacer colisionar sin construir un discurso medianamente coherente. Esas nociones tan insostenibles han de haber nacido de vacuos ideales cuyo surgimiento tiene que haber tenido origen en épocas decadentes donde la obsesión por la acción ha destruído todo pensamiento. Los ideales supuestamente revolucionarios y posteriores a toda modernidad -aunque bien pudiera ser que ya este problema se hallase a comienzos de la misma- mucho critican y nada establecen, son como los fuegos artificiales que mucho ruido hacen para que después diga su conocido discurso el silencio. Mire, yo soy de los que opinan como aquel jesuíta zaragozano llamado Baltasar Gracián que la sabiduría nada vale si no tiene su aplicación práctica, entendiendo a la misma desde la luz de la vida cotidiana, pero no hay que olvidar que ambos lados se compenetran entre sí, no hay vida sin pensamiento ni pensamiento sin vida. Pero, no obstante, ha de haber un fundamento, un comienzo estable que de origen a toda espontaneidad. Necesitamos de un sentido que pugne contra las irracionalidades actuales. Y si somos todos unos locos, tengamos el valor de admitirlo diciendo: "Yo me muevo porque sí, pero al menos, no dudo de mi impulso y estoy seguro que si me esfuerzo llegaré a apoyarme sobre algo donde a partir de lo cual podré construir una pequeña cabaña en mitad de estas sendas pese a no tener respuestas totalmente certeras del comportamiento de la naturaleza. Y con todo ello, no pienso desistir en mi búsqueda" Así que en vez de cegarnos con nuestras propias sombras y negarnos con las palabras que vociferamos, comencemos por replantearnos quienes somos nosotros mismos y hasta dónde estamos dispuestos a llegar si nos atrevemos a luchar junto a las raíces de la sabiduría de todos los tiempos.
- ¡A eso me refería con lo que dije antes!- exclamó interrumpiéndome furibundo- Ya está usted con sus acostumbrados discursos, bien tenía en cierto aquel pensador alemán que aquellos que presumen de escritores y poetas suelen mentir muy de vez en cuando. Y ello mas podría aplicarse en su caso, en el cual advierto cierto estado de indisposición en lo que viene a referirse a su manera de dirigirse a la gentes, tan disoluta e inestable que atenta contra lo que fué en tiempos pasados. Antes, tan gallardo y revolucionario, y ahora, convertido tras sus funestas experiencias en un títere dirigido por una mimesis contradictoria y afincado en ilusiones inestables.
- Aquel pensador que usted ha citado -torné a interrumpirle yo también siguiendo nuestras amadas costumbres españolas- fue un tal llamado Friedrich Nietzsche que puso en boca de su creación Zaratustra lo dicho, y dijo aquel su autor tantas necedades como lindezas puso en su personaje. Pues él mismo era un poeta, y en cuanto tal, se llamó mentiroso a sí mismo para que no le prestasemos atención en demasía. Y respecto a lo que usted arremete a mí persona -o personaje, pues yo también soy criatura visto desde la divina altura- has de advertir que soy cambiante como todo lo que está dispuesto por estos mundos, aunque mantenga algo inquebrantable en mi interior, que es lo que aquellos sabios antigüos llamaron esencia. Además, en cuanto hay dinamismo en los pareceres de uno, quiere decir que también hay inteligencia y culto, puesto que todavía ha emprendido -y seguirá emprendiendo- las aventuras de los pensares y las desventuras de las penas consiguientes.
Dicho lo cual, mi inesperado invitado se levantó furioso, y sin responderme, arrastró una silla cuanto mas atrás pudo para levantarse e irse. Mientras se iba alejando yo lo seguí con mi mirada atenta a cada uno de sus pasos, y antes de cerrar la puerta dando un portazo cuyo eco retumbaría por toda la calle dijo bien en alto para que se oyese: "¡Viva yo!" Después, dí un par de tragos a mi copa de vino satisfecho de haber dicho y hecho lo que creía que debía hacer tanto por sentirlo como por haber dado forma gracias al pensamiento a los sentimientos internos. Y por tanto, proseguí solitario como de costumbre, pero contento con la ausencia de compañía manteniendo la mirada imperterrita a los cielos suspirando y diciéndome a mí mismo: "¡A Dios sea!"
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