Durante los últimos tiempos, el mundo onírico parecía extrañamente tranquilo. Al margen de algún que otro pequeño acontecimiento sin importancia perpetrado por algún esperpéntico personaje, todo estaba en calma. Esto se debía a que durante un mes el soldado-brujo permanecía encaustrado en una cabaña lejana, sin salir de ahí ni para hacerse con promisión alguna. Su razón o motivación nadie podía advertirla, aunque se apunta a que probablemente fuera debido a su hastío, sus pocas ganas de toparse con sus semejantes y su imperiosa necesidad de aislamiento respecto a sus semejantes.
Aquel tiempo tan solitario lo dedicó a sus lecturas, a investigar saberes secretos desterrados por los hombres y también a dormir ¿Cómo era posible dormir estando en un sueño? El soldado-brujo fue el primero en demostrarlo, si uno dormía dentro del mundo onírico, se insertaba en un sueño de un sueño, lo cual suponía abrir una nueva puerta mas profunda en la inconsciencia. Cuando esto ocurría el soñador era capaz de atravesar un espacio todavía más oscuro e ignoto donde quizás debido a su mayor extrañeza sobrenatural resulta casi imposible describirlo. Mas lo intentaré, allí abundaban simetrías y concepciones del espacio-tiempo harto difusas y confusas para quienes habitan el mundo vigil -y aún también quienes conocen, aunque sea superficialmente, el mundo onírico- En tales parajes uno se vierte en una entidad que se desplaza mediante impulsos que diríamos electromágneticos, convirtiéndose así en una especie de sustancia etérea, que sobrevuela levitando en las instancias de la nada. Se trata de un vacío ignoto y blasfemo, pero que tras experimentarlo uno nunca vuelve a ser el mismo.
Así le ocurrió al soldado-brujo, tras su viaje por tales vapores nebulosos, nunca volvió a ser el mismo. Se apunta, además, de que este fue el motivo de mayor peso que le llevó a aislarse para meditar sobre lo que descubrió en las instancias más allá de los sueños. Sin embargo, resultaba bastante complejo definir todo aquello, dar una descripción precisa de tales experiencias que eran gobernadas por lo innombrable. Porque ¿Cómo trazar con la pluma palabras respecto a aquello que no admitía bajo ningún concepto las limitaciones de nuestras percepciones sensoriales? Resultaba cuanto menos paradójico, y puede que precisamente por ello, más digno de investigación.
No sabemos si finalmente el soldado-brujo llegaría a alguna determinación sobre este tema, pero lo que sí sabemos es que tras un tiempo retornó a vagar por el mundo onírico como si tal cosa. Lo primero que hizo fue dirigirse a una serie de orfanatos que él mismo fundó, asunto que por otro lado extrañó muchísimo a todos cuando aconteció ya hace tiempo. Todos se preguntaban ¿Cómo el soldado-brujo tomando en cuenta todo su historial de aventuras y desventuras impías, decidió llevar a cabo una labor cuasi-filantrópica? Pocos conocían de una respuesta certera a esta pregunta, mas lo que sí se sabía era que el soldado-brujo tenía una relación cuanto menos curiosa con los niños. Parecía que con tales seres junto a los animales y otras criaturas monstruosas eran con los únicos que empatizaba y estaba dispuesto a ayudar. De ahí, quizás, la razón de que fundase aquella red de orfanatos, para que quienes habían sido abandonados tuvieran algún lugar que denominar hogar.
Y en efecto, allí acudían toda suerte de criaturas que habían sido marginadas del mundo por las más diversas razones. Allí se refugiaban de los dolores de este mundo, y allí permanecían hasta que fueran lo suficientemente independientes para salir a sus anchas. Cada cierto tiempo el propio soldado-brujo recorría tales extensas galerías y se aseguraba de que todo estaba en orden, y en esa ocasión tras su auto-impuesto aislamiento estaba recorriendo los pasillos que asemejaban largos laberintos preguntando por el estado de quienes ahí habitaban, cuando un mensajero alado le extendió una carta que era una invitación. Cuando el soldado-brujo le preguntó de qué se trataba, le respondió que unos familiares lejanos le invitaban a acudir a una reunión familiar que iba a celebrarse en el tren-hotel que atraviesa los al rededores del mundo onírico.
Extrañado, en un principio, el soldado-brujo no supo qué responder, limitándose a recoger la invitación con un temblor dubitativo de sus manos. Pero finalmente, decidió que quizás no sería mala idea acudir, mas movido por la curiosidad que por las ganas. Así que se dirigió allí con la premura que requería la fecha que figuraba en el sobre, llegando así justo a tiempo. Nada mas entrar en el tren, este se puso en marcha, y lo primero que le sorprendió fue la gran cantidad de viandas y de suntuosidad que atestiguaban los interiores del susodicho tren-hotel, siendo así recibido con los cuidados y atenciones más extremados. Gente desconocida se dirigía a él cual si le conociera de toda la vida, estrechándole las manos y esbozando amplias sonrisas, todo ante la mirada perpleja del soldado-brujo que se limitó a estar alerta en todo momento.
Una vez que todos estuvieron acomodados allí, se sentaron en una amplia mesa que ofrecía los más suculentos manjares y los vinos más selectos. Bajando la guardia un momento, el soldado-brujo se sirvió una taza de vino y lo apuró en un momento, mas cuando probó una pata de pollo notó algo extraño en la punta de su lengua, como un tono de acidez que hizo que retornase a estar atento a la situación. Pasaron algunos minutos, y los comensales al advertir que el soldado-brujo no comía ni bebía nada más, comenzaron a increparle sobre la razón de tal actitud. Este, se limitó a negar con la cabeza sin molestarse en pronunciar silaba alguna, y a raíz de ello, lo que antes eran sonrisas y educación se fue metamorfoseando en gestos bruscos y semblantes pétridos. Continuaron insistiendo, y viendo que el soldado-brujo proseguía en su negativa, se produjo un rumor sordo aunque oscuro en toda la estancia.
Acto seguido, y como de repente, aquellos rostros amables y cuerpos definidos, comenzaron a balancearse fréneticamente, parecían masas de carne que desquiciadas, se agitasen animadas por un secreto embrujo. Todo aquello duró solamente unos instantes, mas por su extrañeza, parecieron largos minutos, hasta que se pararon en seco. Fue entonces cuando sus semblantes y aún sus figuras en sí misma comenzaron a deformarse, a derretirse cual la cera al entrar en contacto con la llama, y se convirtieron en unas masas repugnantes de plastilina humana. Para entonces, el soldado-brujo ya estaba en posición de combate, y cuando aquellos seres deformes comenzaron abalanzarse sobre él, logró dispersarlos con algunos hechizos. Mas viendo que quizás estos requerían un tiempo que no resultaba suficientemente rápido para una reacción semejante, hizo uso de su negra espada para trocearlos cuando estos se suspendían en el aire. Lo curioso era que cuando los partía por la mitad, los trozos que caían al suelo volvían a animarse con aquella vida frénetica que les hacía desplazarse a un lado y a otro.
Finalmente decidió que lo mejor era dirigirse a la sala de máquinas lo más rápido que pudiera, y manipulando los comandos, hacer que el tren se estrellara en alguna zona montañosa. Con gran dificultad, esquivando y acechando las masas cárnicas que se abalanzaban sobre él, logró llegar a la susodicha sala. Se encerró ahí, y con la ayuda de la improvisación, logró alterar la trayectoria del tren. Ahora la dificultad estribaba en salir de ahí lo antes posible, y tomando en cuenta que aquellas cosas asquerosas imponían su presencia dando golpes a la puerta que tenía tras él, el asunto se complicaba. Pero como ahora sí que tenía tiempo de realizar un hechizo de dispersión y de fuerza cero, hizo uso de sus conocimientos y logró expulsar a aquella blasfema prole, lo que le dotó del tiempo necesario para salir despedido por una de las ventanas que más cerca tenía.
Ya aterrizando en un prado cargado de mullida hierba, pudo contemplar a la distancia cómo aquel tren cargado de terribles masas de carne que se agitaban convulsivas se estrelló contra una cadena montañosa que tenía a sus espaldas. Justo cuando se produjó el impacto, y se dió cabida a una estruendosa explosión, pudo percibir un grito ahogado procedente del tren, atestiguando con ello que aquellos repugnantes seres eran vulnerables a todo aquello que tuviera que ver con el elemento fuego. Una vez que se cercioró de que aquellas masas de carne habían sido consumidas por las llamas hasta quedar reducidas a cenizas suspendidas en el aire, se marchó con cautela de ahí.
Poco tiempo después a este incidente, aconteció que el soldado-brujo debía acudir a una reunión de magos que se celebraba en una llanura oculta por sombríos bosques. Aunque en realidad, mas que una reunión o un parlamento como tal, se trataba de una academia de brujos donde algunos examinadores y antiguos alumnos acudían para supervisar las hazañas de los magos del futuro, independientemente a la magia en la que estuvieran especializados. A este respecto hay que decir que el soldado-brujo siempre se sentía un extraño en tales ambientes, ya que se encontraba con más enemigos que amigos, mas aún así una curiosidad que rallaba con lo enfermizo le hacía acudir ahí.
Se encontraba en plena observación del entorno cuando vió que Plix, una antigua maestra suya en sus tiempos mozos, le estaba haciendo señales con la mano. Sin dudarlo mucho se dirigió a su lado, y rápidamente entablaron conversación. Era toda una pícara aquella mujer, y pese a que tenía una clara diferencia de edad con el soldado-brujo, este no podía evitar sentirse atraído hacía ella de algún modo. Comprendía por un lado que aquella barrera de los años y de la experiencia era infranqueable, mas por otro lado, algo tenía aquella bruja en la sensualidad de sus movimientos y de su mirada que le llevaba irremediablemente a su lado. Se trataba de una atracción mutua inevitable, puesto que ella también parecía compartir aquellos sentimientos, algo en el fulgor de su mirada parecía indicarlo, por lo menos en opinión del soldado-brujo.
En estas estaban, hablando de asuntos banales cuya implicación iba mas allá del significado de las palabras, cuando escucharon un gritó repentino que parecía provenir de una de las casetas. Mas una vez que se acercaron lo suficiente, descubrieron que aquella caseta no era como las demás provistas de madera y de materiales blandos y flexibles que provenían de la naturaleza, sino que se trataba de una masa de acero compacta que comprendía de unos gruesos cristales que resultaban infranqueables a los golpes. Examinando tamaña obra de ingenería, descubrieron que una joven morena estaba encerrada en su interior, gritando desquiciada puesto que no parecía haber una salida a tal fuerte atadura.
El soldado-brujo en compañía del amor imposible que resultaba su antigua maestra Plix, examinaron susodicha estructura, rodeándola e investigando su forma y conformación general. Tras esto, una luz pareció encenderse en la mente del soldado-brujo, y realizando un hechizo de indagación temporal para descubrir los antecedentes de la maldición, logró vislumbrar a través de una genealogía de personas y de seres que habitaron susodicha cámara quién podría haber sido el creador, y por tanto, el perpetrador de la madición. Así, a través de un espacio cargado de bruma y de neblina, contempló una cadena de seres y sus consecuentes reencarnaciones, los cuales suponían un total de treinta y tres según pudo averiguar recordándolo tiempo después. Y esa cadena que retrocedía años, siglos, e incluso eras, le mostraron que él primer morador y creador de aquella estructura era un joven cuyo rostro se encontraba cercenado, irreconocible debido a una masa sanguiolenta que le impedía localizar rasgo alguno distintivo. Era aquel un semblante monstruoso, una masa de carne troceada cuyo centro era un líquido espeso y rojizo cual sangre coagulada.
Tras volver de aquel viaje instrospectivo por los origenes de aquella estructura metálica, recordó su anterior episodio de lucha con aquellas masas repugnantes, y dió con la resolución del enigma. Rodeando la mencionada estructura, posó su mano sobre una de las ventanas traseras, logrando que esta de derritiera. Así pudo tomar de la mano a aquella joven para darla esperanzas de su pronta salida, y llamando a Plix para que le echara una mano con todo aquel jaleo, estos se situaron nuevamente en la entrada de la estructura, y conociendo el soldado-brujo que Plix manejaba con bastante soltura todos los hechizos relacionados con el elemento fuego, le pidió que hiciera uso de ellos justo donde se encontraban. Extrañada de la petición, mas no por ello impedida de realizarla, le hizo caso. Y fue el más mínimo roce de una llama ante la ventana principal de la estructura metálica lo que provocó que esta se abriera liberando a la joven de su injusta prisión.
Pero no fue aquello lo único que pasó, pues tras ella se abalanzó sobre el soldado-brujo una masa putrefacta que olía a descomposición. Menos mal que ya estaba preparado con antelación para tal acometida, pues cruzando los brazos hizo uso de un hechizo de materia negativa que logró llevar a aquel ser repugnante a la nada que habita más allá de los espacios ignotos siderales. Todos aplaudieron la rápida actuación del soldado-brujo llevados por la sorpresa del inhóspito encuentro, pero cuando instantes después le pidieron explicaciones respecto a qué era aquello, el soldado-brujo inclinó la cabeza y calló.
Él sabía que aquellas sustancias de carne nebulosa provenían del sueño más allá del sueño, que aquellas entidades innombrables buscaban su hueco en el mundo onírico, y puede que también en el vigil. Pero prefirió guardarse todo aquello para sí mismo, dejó que el silencio fuera quién respondiera en relación a los futuros acontecimientos. Además, no podía evitar regocijarse internamente en relación a que aquella tarea y el secreto para hacer retornar a aquellos seres allí donde provenían recayese sobre él. Esta información le dotaba de un poder que era desconocido por los otros habitantes del mundo onírico, por lo menos por ahora, puesto que lo sería en lo sucesivo cuando todos los demás se dieran cuenta del poderío acumulado. Mas, como decímos, por ahora calló y se limitó a contener la alegría como si fuera un lunático que fabulase con sus fantasías.
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