Llevo años viviendo en completa soledad dentro de mi inmensa mansión. Ya no me quedan familiares vivos, y a pesar de mi relativa juventud tampoco tengo demasiados amigos. Para ser sincero, yo diría que no me queda ninguno, y en el caso que se me olvide algún nombre aletargado en los sarcófagos de mi memoria, probablemente haya muerto sin que yo me enterase. A veces lo pienso, me da por fabular en torno a mi porvenir, y contemplo que mi destino será el de morir aquí encerrado sin que nadie se entere de que he muerto. Además, como estoy alejado de todo, sin vecinos ni visitas recurrentes, nadie percibiría el olor a putrefacción. Así que bien podría decirse que esta inmensa casa que me ha tocado por herencia será también mi tumba.
Veía pasar los días a través de mi ventana cual si fuera un rollo de una película muy antigua, todo casi idéntico sin cambios aparentes. Aunque miento, pues si bien lo que me es externo en el paisaje era año tras año lo mismo, quién contemplaba por la ventana como observador sí que iba envejeciendo gradualmente. A veces podía advertir mi propio reflejo gracias a la somera iluminación demacrándose poco a poco, mas este no era un asunto que me importase demasiado. Quizás, lo único que me turbaba levemente en esta existencia era el sentir esta soledad acuciante, que poco a poco iba medrando mi alma mediante una tristeza tan grande que la notaba ensanchando mi corazón desde dentro, buscando quizás que este implosionase en el interior.
Sin embargo, he vuelto a mentir sin querer. En verdad sí que recibía una visita, pero como esta era solamente una vez al mes no le he dado la importancia que merecía. Pero debería, ya que suponía mi única alegría frente a la desolación que sentía, especialmente en los oscuros días de invierno. Se trataba de una amiga del pasado remoto, la cual por lo que me contaba, tenía una vida bastante ajetreada. Por lo visto, había dedicado su existencia entera al cuidado de su único hijo a la par que al mantenimiento de su hogar y se su marido, este último acaudalado empresario y hombre arriesgado en los negocios según me decía. Además, siempre me recalcaba que llevaba una vida muy ajetreada, motivo por el cual me visitaba tan poco a menudo, acortando sus visitas a una hora a lo sumo.
Quizás al lector le parezca una tontería, pero el poder hablar con alguien durante una hora, aunque fuera de asuntos triviales sin la menor importancia trascendental suponía para mí una felicidad que no puedo ni calificar. Yo, que tan acostumbrado estaba a pasar mis días leyendo libros de ocultismo y a escribir extraños tratados de metafísica que nadie leería, el descender por unos instantes a eso que las gentes llaman "el mundo real" me recordaba que todavía seguía siendo un ser humano, y no un ser ya ascendente o caído que habitase una corteza corporal hasta que su hálito vital exhalase.
Gracias a sus visitas podía poner en funcionamiento dos mecanismos fundamentales para la vida, por un lado el inmenso sentimiento de soledad se iba haciendo menos inmenso, y por otro lado, me aseguraba de que era un mortal recubierto de una carne perecedera. Tanto tiempo he pasado encerrado entre estos anchísimos pasillos que hasta olvidaba que yo como un ser independiente existía, y pese a que a veces me palpase para cerciorarme de mi existencia material, hasta eso pensaba que podía tratarse de una ilusión. Tanto había leído sobre metafísica, idealismo subjetivo y mística que la misma materia que formaba mi cuerpo se me representaba una apariencia más de tantas que poblan esta vida temporal.
Mas, para no aburrir en demasía a mis lectores interrumpiré mis divagaciones filosóficas para reiterar la idea principal, la cual se podría resumir en la dicha que me producían las dilatadas visitas de mi amiga. Pero, no obstante, algo en su conversación solía turbarme un poco, y esto era que aunque ella no lo mencionase explicitamente, advertía que algo no iba del todo bien en su relación con su marido, ya que siempre que evocaba su nombre y recordaba momentos vividos con él, se estremecía y se quedaba por unos instantes en silencio. Aquella extrañeza encubierta en esos silencios me advertía que había un problema con ese hombre, mas nunca me atreví a preguntarselo directamente, ya sea por mi timidez, o porque no quería herir sus sentimientos y que dejase de visitarme definitivamente.
Un día, a modo de sorpresa, vino acompañada por su hijo, un niño de unos ocho u nueve años quizás, muy pálido de tez, ojos de un azul que helaba con su mirada y un pelo negro muy lacio. Sin duda se parecía a su madre, pensé nada mas verle. Era muy tranquilo, se quedaba sentado callado y no hablaba nada a no ser que uno le preguntase directamente algo. Normalmente le invitaba a la parte visible de mi biblioteca personal y le instaba a la lectura de los clásicos, pero debido a lo apresurado de las visitas rara vez se terminaba un libro, a lo sumo algunos capítulos o relatos. Así que no era rara la ocasión que le prestaba uno o dos libros para que los leyera y me los devolviera a su regreso. Obviamente, estos libros eran mas o menos acordes a su edad ¿Piensan de verdad que le hubiera dejado leer alguna novela oscura, o lo que es peor, algún libro de ocultismo? No, pese a que advertía que ese chico tenía más nivel intelectual que lo que acostumbraban a tener otros niños a su edad.
Así continuamos como durante un año en esta situación, hasta que en un día otoñal que era sumamente lluvioso mi vieja amiga me contó que requerían de mi ayuda. Por lo visto, necesitaban mudarse sin mas dilación a un lugar donde estuvieran seguros, y habían pensado en mi casa puesto que era tan grande y yo estaba tan solo. Me extraño la preposición en tanto que ella me había relatado innúmerables veces que su marido estaba bastante bien posicionado económicamente, y que era todo un emprendedor en los negocios. Además, nada en el aspecto ni de la madre ni mucho menos del niño delataba que estuvieran necesitados de lo que fuera, o que pasaran algún tipo de penuria económica. Así que cuando me propuso esto, no pude reprimir una mueca de extrañeza que no pasó inadvertida, y tras algunos minutos de meditación interna, terminé cediendo. Ella no pudo reprimir su entusiasmo, y aplaudiendo dando saltos como una niña, me dijo que mañana mismo estarían ahí.
Dicho y hecho, pues al día siguiente pude contemplar a través de mi ventana que acudía un montón de gente a mi destartalada mansión. Aquello me extrañó, ya que pensaba que era su familia quién se iba a mudar aquí, no toda una tropa. En cuanto abrí la puerta principal con un sistema automático, los primeros en subir fueron el hijo de mi amiga en compañía de un chico rubio algo entrado en carnes que me desquició, puesto que sin saludar ni decir nada se dirigió a mi biblioteca y comenzó a revolver los libros como si fueran suyos. Aquelló me enfadó muchísimo, no pude reprimir un grito de reprimenda y a punto estuve de dar a ese niñato unos buenos azotes. Ya tenía levantada mi mano para comenzar con el primero, cuando subió mi amiga apresudaramente, excusándose por lo extraño de la situación e indicando que aquel niño maleducado era amigo de la familia.
Yo no sabía qué decir, así que me limité a responder con una sonrisa que más mostraba desagrado que afectación, y me dirigí a la parte baja con la excusa de presentar mis respetos, pues mas bien deseaba enterarme de qué estaba pasando y quienes eran toda aquella gente. Cuando así lo hice, el primero que me saludó fue el marido de mi amiga, el cual desde el primer momento me causó una horrenda impresión. Sudaba como un cerdo y olía tanto peor, su mano carnosa se resbaló con el saludo, y al darse el mismo cuenta de esta situación sonrió mostrando una dentadura artificial. Sin temor a confundirme, delaté en él que se trataba de un fantoche, y que todo aquello del empresario adinerado era una mera máscara que ocultaba su incapacidad como ser humano.
Aquello me irritó, pero lo que me produjo un mayor cabreo fue el enterarme que toda aquella gente venía a acondicionar mi casa a su gusto. Por lo visto, además de mudarse a la mansión sin mostrarme el más minímo respeto, pretendían también hacer las reformas que creían necesarias para que se sintieran como en casa ¡Esto era el colmo! ¡En ningún momento me habían perdido ni tan siquiera permiso para todo aquello! Cuando me lo comentaron me quedé congelado, mas pese a que mi rostro aparentase una sorpresa pétrida que se manifestó en mi semblante macillento, en mi interior ardía con una ira explosiva que iba a terminar estallando tarde o temprano. Para evitarlo, volví a subir arriba y me encerré en el baño gesticulando como un lunático, dando puñezados en el aire y haciendo expresiones terroríficas frente al espejo.
Cuando tomé la decisión de echarlos a todos de ahí, y ya me encaminaba para bajar de nuevo, escuché con estremecimiento una sucesión de ruidos cuanto menos extraños. Parecían violentos golpes seguidos de gritos de angustia, a la par que una especie de fuertes aleteos y unos gruñidos como de bestia. Ante aquello, mi furia aminoró y me quedé paralizado en el rellano, en tanto que la violenta contienda que escuchaba proseguía con frenesí, aumentando así los gritos, sollozos y agitaciones que se produjeron más abajo.
Cuando advertí que estos ruidos se habían acallado levemente, me armé de valor y descendí con cautela, y ya en el jardín pude contemplar un espectáculo atroz. Estaba todo plagado de restos de miembros desgajados, sangre por todas partes y sumos organos diseccionados diseminados por todas partes. Parecía sin duda toda una carnicería en la que los miembros involucrados en ella no habían tenido escapatoria alguna frente a un enemigo que quintuplicaba sus fuerzas. Pero lo que más me estremeció del todo fue el contemplar en el cielo a poca distancia un ser volador de un negro azabache que se plegaba en forma de retirada. Debido a la distancia me sería muy díficil de describir, mas yo diría que tenía una cola muy larga que se balanceaba al ritmo de su aleteo, como también que portaba un cuello tan largo que comprendería unos cuantos metros de extensión. Claro está, en ese momento no pude fijarme mucho en estos detalles pues me encontraba sumamente perplejo, pero mas tarde los recordé con un tremendo estremecimiento interno.
Ya no recuerdo bien lo que pasó después, sólo sé que alguien -probablemente mi amiga que estaba arriba- llamó a los servicios de emergencia, y ellos se ocuparon del resto. Tampoco recuerdo qué dictaminaron ni a qué llegaron respecto a lo que había pasado, aunque me atrevería a decir que su veredicto fue que aquellos hombres llevaron algún material inflamable que implosionó ante sus narices. Pero yo sé lo que ví, y para nada se trataba de material alguno. Sin embargo, me hubieran tratado de loco en el caso de que les hubiese contado lo que oí, y sobre todo lo que ví...
* * *
Con el tiempo, todas aquellas impresiones aparentemente inexplicables terminaron a pasar a un segundo plano. Y finalmente, mi amiga junto a su querido hijo se mudaron conmigo al no tener otro lugar al que ir. Ella y el niño se instalaron en la parte más baja de la casa, y yo me quedé en la de arriba que comprendía la tercera planta. Desde entonces, viví colmado de dicha al no estar solo y poder ver a aquella afable criatura crecer. Todos los días comíamos juntos, y cuando acababa la jornada hablabamos en torno a cómo había ido nuestro día. Yo, por motivos obvios, no contaba al completo lo que había hecho, puesto que hubiera sido cuanto menos raro que les hubiera narrado que dediqué la jornada a investigar la relación ontológica existente entre la consistencia de nuestros sueños y la vigilia, y en como estos suponen una realidad más palpable en cuanto mental frente a una vida anodina que es a la par más aparencial que nuestras figuraciones diurnas. Pero bueno, ya estoy desvariando de nuevo...
No obstante, en una noche que no lograba dormirme volví a recordar lo que había pasado y decidí consignarlo por escrito en un cofre bajo llave que no se abriría hasta mi muerte material. Pues me dí cuenta que aquella criatura que masacró tan despiadadamente a aquellos molestos hombres no era otra cosa que yo mismo, es decir que yo la había creado no tan inconscientemente como en un primer momento pensé. Aquel ser negro y alado había sido invocado y formado por mí mismo... ¿Y cómo es eso posible? Quizás os preguntéis. Se trataba de mi rencor, de mi ira, en suma: de mi odio mas profundo hacía la raza humana que finalmente había tomado vida y se había metamorfoseado en tal horrendo ser de las tinieblas...
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