domingo, 2 de febrero de 2025

Ensoñaciones y pesadillas en la bruma

 Tras un día cuanto menos extraño para Esteban, este se encontraba saliendo de sus clases universitarias en compañía de un par de amigas. En realidad, no había sucedido nada curioso ni destacable durante la jornada, mas él casi instrospectivamente sentía que una bruma le sondeaba la cabeza, lo cual se transmutaba en que veía las cosas cubiertas por una fina capa de neblina que no tenía como origen nada externo, pues procedía de su interior. Examinando estas cosas, contemplaba el paisaje. Aquí y allá había muchos arboles ordenados siguiendo una fila de acuerdo a unos patrones determinados, a la par que la calzada estaba impolutamente prensada en tanto que no había grano alguno que sobresaliese como tampoco protuberancia ninguna que diera testimonio de que aquello fue un trabajo humano.

Bajando por la cuesta, continuó en su dispersión a pesar de que sus dos acompañantes parloteaban sin cesar. Así fue hasta que se encontró con Gibme que les cortó el paso justo cuando estaban atravesando la acera. Aquel hombre era bastante raro, por lo visto su nombre era un mote artístico que él mismo se había puesto. Era compositor de rap y bastante reconocido, mas su carrera se encontraba en un profundo abismo debido a que tras su divorcio había dejado tanto de componer como de producir, aislandose en su inmensa mansión cual su cárcel particular. Debido a estas circunstancias, a todos les extrañó su repentina presencia, como también lo afable que se mostró. Hasta tal punto llegó su amabilidad, que les invitó a pasar unos días en su mansión con la excusa de que la había reformado, incluyendo algunos elementos que no eran típicos en un hogar normal y corriente.

Al final, accedieron y torciendo por una calle, se condujeron a la susodicha mansión de Gibme. Nada más pasar por el amplio jardín coronado por las más diversas flores entre otras plantas exóticas, les sorprendió lo lujoso de su entrada que estaba adornada por dos inmensas columnas al estilo románico. Sin embargo, lo que más les sorprendió de todo no fue esto que acabo de decir, como tampoco que una vez dentro la masión estuviera barnizada de gris mostrando una suerte de laberinto interior cuyas salas se comunicaban mediante grandes hendiduras donde debía haber puertas, sino que al entrar en una de las salas estuviera su exmujer en compañía de unos invitados que les eran a todos desconocidos.

La susodicha sala a penas tenía decoración, solamente algunos espejos demasiado altos para que nadie se reflejase en ellos junto a una extensa mesa coronada por los más diversos manjares y unos floridos ramos ubicados justamente donde debían sentarse los comensales. La casualidad hizo que Esteban se sentara al lado de la exmujer de Gibme, y en tanto que se desarrollaba la velada, las miradas indiscretas fueron patentes para todos los demás. Es decir, algo nació en el interior de ambos que hizo que se entendieran a la perfección a la par que se sintieron bastante cómodos en su mutua compañía mientras disfrutaban de una comida deliciosa.

Con el paso de unos días indeterminados en el tiempo, Esteban permaneció en la mansión disfrutando de los ratos compartidos con la exmujer de Gibme, a la par que vino a darse cuenta de las particularidades de la mansión. Por ejemplo, una de ellas era que había una sala que supuestamente hacía de baño, que cuando se pulsaba un botón se inundaba de agua. Algunas veces les ocurrió que pasando por ahí cuando no podían contener la llamada de la naturaleza, de repente alguien presionaba el botón sin que nadie vislumbrara quién era, y entonces todos salían escopetados con sus ropas mojadas. Otra de las muchas cosas raras de aquel lugar era que cuando salían al jardín de la parte trasera que estaba cercado por unos bloques de ladrillos negros, en cuanto alzaban su mirada al cielo veían algo artificial en el repecurtir del sol, o al menos algo que les hacía dudar de la realidad en la que vivían. Quizás era esta sensación de irrealidad, de onirismo perpetuo incluso, lo que hacía que los días pasasen uno tras otro sin que nadie lo advirtiera y mucho menos lo contabilizase.

En uno de aquellos bizarros días, la exmujer de Gibme, le hizo una secreta confesión a Esteban. Tanta era su confianza y su mutuo entendimiento que quiso revelarle una información que era ajena hasta a los medios de comunicación que tan metomentodos eran. El asunto versaba en torno a que Gibme y ella habían tenido un hijo poco antes de disolver su matrimonio, pero que la manera en la que habían dado a luz a la criatura era muy diferente a la habitual. Ante el desconcierto de Esteban que estuvo acompañado por un mutismo absoluto y por una expresión de sorpresa, ella continuó con su narración confesandole incluso que como ahora era madre soltera no podía dejar a su hijo solo, así que se lo había traído hasta ahí. Cuando se lo mostró, el niño estaba atrapado en una caja aparentemente durmiendo. Era como una miniatura bronceada y tenía una luz roja en el ombligo. Esteban le preguntó si estaría a salvo, y ella le aseguró que sin duda. Para disipar la incertidumbre incluso le extrajo de la caja y le mordió una rodilla sin que el pequeño se inmutase lo más mínimo. Para ella eso era prueba suficiente de la entereza del niño, mientras que para Esteban eso sólo probaba la locura en la que se hallaba metido.

Siguieron transcurriendo los días, uno tras otro sin dejar rastro de su paso, hasta que en uno de ellos Gibme le propuso a Esteban que podía acompañarle a comprar unas cosas que necesitaba. Así lo hizo, y en el camino le mencionó que sabía acerca del entendimiento que existía entre su exmujer y él. Por un lado se alegraba, pues sabía que era de fiar, mas por otro lado, le afloraba un cierto resentimiento debido a tal extraña situación que encima él había provocado al invitarle a su mansión. Ante tamañas confesiones, Esteban sólo pudo encojerse de hombros mientras esperaban en la larga cola del supermercado. Se limitó a escucharle con una pena en relación a la situación de su colega, pero no pudo evitar que una alegría creciese en su interior como una semilla recíen plantada en un día húmedo con sol. Tal eran las cosas, unos se regocijaban en su nueva felicidad y otros se lamentaban viviendo en un pasado que nunca regresaría.

Cuando tras largos minutos ya estaban a punto de pagar, la tarjeta de Gibme dió error en la pantallita de la cajera, lo que significaba que estaba en banca rota. Esteban, con un gesto apresadumbrado debido a la desdicha de su amigo, se metió una mano en el bolsillo y extrajo unos billetes, pagando así lo que habían comprado para abastecer la casa. El trayecto de vuelta, nadie dijo nada hasta que se encontraron de nuevo en la puerta trasera de la mansión. Justo en ese lugar Gibme le contó que por lo que había podido comprobar su situación personal era funesta, y que ya no podía seguir manteniendo ese ritmo de vida, así que les instó a todos a que se fueran de ahí. Obviamente, Esteban se fue en compañía de su exmujer y con la caja que contenía a un bebé que no decía ni mu, y decidieron comenzar una nueva vida juntos.

Con el paso del tiempo, en tanto que su relación se estrechaba y se volcaba en una confianza mutua absoluta, el bebé de la caja fue creciendo hasta que se hizo un niño normal coronado por un pelo afro que era bastante estiloso. Y a pesar de que no era su hijo biológico, Esteban lo crío como si lo fuera, hasta el punto que la criatura lo llamaba papá con una naturalidad que estremecía de puro contento a sus padres.

Todo transcurrió con relativa normalidad hasta que ocurrió "el suceso" Pues un día en el que el niño estaba en el colegio, Esteban y la exmujer de Gibme que ya era su mujer formalmente, tuvieron que acudir al autobús para desplazarse a la ciudad debido a unos asuntos relacionados con una serie de papeleos. Como se encontraban entre el campo y la urbe, el trayecto en autobús era cuanto menos fatigoso tanto por el viaje en sí como por localizar cual era el autobús al que debían de subir entre tantos de los que pasaban. Cuando localizaron el que les conduciría a su destino, no se lo pensaron dos veces y acudieron al mismo con un frenesí y una ansiedad insospechados para los que ya estaban comodamente sentados en sus asientos.

Ya subiendo al autobús, tras pasar su abono por la máquina de contacto, Esteban se dió cuenta de que su mujer había desaparecido de repente. No sabía por qué, pero le dió la impresión o más bien la intuición, de que ella no había subido al autobus en ningún momento, así que le dijo al conductor que esperase un instante antes de bajar a comprobar la dársena de la parada. Cuando se hubo asegurado de que su mujer no estaba ahí,  desconociendo la razón, le dió otra intuición que le indicaba que su mujer había subido al autobús antes que él, y que por lo tanto ella estaba ya dentro mientras él estaba haciendo el memo quedándose en la parada. Pero, cuando quiso subir al autobús, el conductor le hizo caso miso y cerró la puerta automática en sus narices, arrancando como si tal cosa, como si él no existiera.


Sin pensarselo dos veces, salió escopetado tras el autobús como si no hubiera mañana, y como este tuvo que pararse poco más adelante debido a que había una parada, le dió tiempo a alcanzarle y agarrarse en uno de los salientes antes de que arrancase. Así permaneció largo tiempo de trayecto, colgando en uno de los laterales cual si fuera una bandera que algún exaltado nacionalista hubiera extendido para deleite de ojos ajenos. Pero él no era un objeto inerte y sin vida, era un ser humano con sus sentimientos y sus preocupaciones. Y ahora lo que a él le preocupaba es que había desaparecido su mujer repentinamente, y que tenía la vaga esperanza de que estuviera montada en el autobús del que él ahora mismo estaba colgando como si fuera un insecto molesto pegado en el parabrisas de un coche errabundo. 

Finalmente, cuatro o cinco paradas más adelantes, logró desplazarse arrastrándose por los laterales del vehículo hasta lograr entrar en el autobús. El conductor no le dijo nada, pero le indicó con los ojos que podía comprobar el interior del autobús si así gustaba. Esteban no se lo pensó dos veces, y con una profunda ansiedad y un inmenso temor, buscó con loco frenesí mirando a cada pasajero, inspeccionando cada rincón, e inclusó asomándose bajo los asientos pues si veía algo. Pero no, su mujer no estaba en ningún lado, al menos dentro de ese vehículo. Sólo pudo ver a un par de ancianos arrugados, a una joven anoréxica y algunos chicles de menta y de fresa bajo los asientos, pero ni rastro de su mujer.

En tanto que Esteban hacía esta inspección, el conductor continuó haciendo el trayecto acostumbrado, y cuando ya estaba a punto de comunicarle que quién buscaba no estaba ahí, mirando de soslayo por las ventanas pudo contemplar un espéctaculo de violencia exagerada. Todas las personas estaban devorándose unas a otras, había sangre por todos los lados, desde por las calzadas hasta en los arrapos que vestían aquella gente de ojos exaltados, de locos devoradores de carne humana. Además, corrían a tremeda velocidad para atrapar a sus presas en sus garras, tan veloz corrían que al poco el mismo autobús fue alcanzado, que ya paraba en la siguiente parada. Ahí, tras el metacrilato de las ventanillas pudo contemplarse como una serie de mujeres despojadas de ropa y de semblantes furibundos, entraban a tropel mordiendo las yugulares de todo aquel que se interpusiera en su camino, inclusive el conductor que no tardó en verse reducido a un cúmulo de despojos, tal era la ferocidad con la que aquellas mujeres asalvajadas le hincaban sus dientes desgarrando su carne que ahora se asemejaba al flan.

Por suerte, Esteban logró salir sano y salvo debido al uso de la salida de emergencia como un salvoconducto, y corriendo como un loco transtornado después de lo que sus ojos habían visto, acudió a una base militar que se encontraba en medio de la nada. Una vez ahí, le proporcionaron un helicoptero que le llevó a un cuartel de la policía que estaba bastante lejano de aquel lugar. Mientras sobrevolaba tales parajes, vislumbró una serie de hogeras dispersas en los campos desiertos, e inumerables incendios en las zonas urbanas, lo que atestiguaba que toda aquella gente desquiciada se había hecho con el control de toda la civilización mínimanente respetable. Sí, sin duda estaban todos locos.

Después de una espera que se le hizo eterna, un par de horas quizás desde una percepción intuitiva del tiempo, un agente le atendió para indicarle que su hijo se encontraba a salvo en una base militar que estaba en X lugar, y que respecto al asunto de la desaparición de su mujer, le iban a derivar a un equipo de investigación experto en ese tipo de asuntos. Dándole un pequeño empujón en uno de sus hombros, le llevó por un sombrío pasillo que daba a una puerta destartalada y cargada de pegatinas con mensajes que no lograba comprender.

Cuando pasó el umbral de la puerta, se encontró ante un despacho confortable que casi parecía el de un ministro. Por lo visto, su asunto lo iba a llevar una investigadora privada que respondía al nombre de Eloísa. Se trataba de una mujer bastante alta, con unos ojos azules muy fríos y con una melena rubia muy larga que le llegaba hasta el vientre según podía ver. En cuanto Esteban se sentó, le indicó que su caso era cuanto menos complejo, y que hallar alguna pista de su desaparecida mujer le llevaría bastante tiempo, si es que después de todo el proceso lograba saber algo. Sin embargo, esbozando una pícara sonrisa, y quitándose los botones superiores de su camisa rosa, le susurró con un tono seductor que en tanto que buscaban pistas de su mujer ella podría sustituirla de mientras, en todas las tareas que él pudiera imaginarse.

Perplejo, con la mente cargada de bruma como aquella vez que salió de la universidad en compañía de sus amigas antes de conocer a la que sería su mujer, pensó mientras contemplaba el desnudo de aquella escúltorica mujer: Nada en este mundo tiene sentido. 

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