Siempre he detestado esta especie de experimentalismo excesivo del que está barnizado la sociedad actual. Pareciera que todo tuviera que comprobarse empíricamente para creerse, como si el método científico se nos hubiera incorporado en la mente incluso para los asuntos más baladí. Como suele ocurrir, en nuestro refranero español hay una sentencia relacionada con este asunto: "Si no lo veo, no lo creo" Personalmente, puedo llegar a entender que en determinadas áreas del conocimiento esto sea necesario para hablar con autoridad y precisión, pero ¿En nuestro día a día también es necesario? ¿De verdad se necesita de hacer una investigación policial si un familiar asegura haber visto algo extraño? Es rídiculo.
Tan interiorizado tenemos está necesidad de comprobar todo desde la percepción visual y el testimonio directo -creyendonos nosotros mismos científicos siendo en realidad bastante vulgares- que hemos desterrado de nosotros la inocencia del niño, esa sorpresa ante las cosas. Algo semejante me acontece respecto a mi abuela, pese a que insista que se trata del demonio en persona nadie que la conozca superficialmente se lo cree. Todo lo contrario, todos aseguran que es una buena mujer porque la han visto pasear tambaleandose, exigiendo compasión por parte del prójimo. Sin embargo, todos los que hemos convivido con ella sabemos que no es así, que ella tiene un punto álgido de locura, e incluso de demóniaco.
Me explico, se trata de una mujer que desde su infancia hasta su vejez actual no ha dejado de desquiciar a toda la familia con sus excentricidades sacadas de la novela más oscura que uno puede imaginarse. Nadie sería capaz de vislumbrar ese retorcerse de su fisonomía, de escuchar aunque sea de soslayo ese grito desgarrador, o de percibir sus murmuraciones mientras se desliza como levitando cual sombrío espectro. Claro, después de todas estas experiencias, que al encontrarme gente por la calle que me pregunta por ella como si tal cosa, causa evidente turbación que a la larga acaba mutando en un enfado. A menudo me pregunto si están todos compinchados para lograr desquiciarme ya por completo.
Pero empecemos por el principio, aunque su vida no tenga nada de particular en principio, me limitaré a hacer un mero esbozo biográfico. Nacida por Madrid durante la creación del mundo, mi abuela vivió una infancia acomodada, pero no por las circunstancias de su familia que por lo demás sufrieron bastante durante la Guerra civil y la posguerra, sino porque ella iba más allá de todo contexto histórico. Sus padres, lejos de intentar reconducir esta mala tendencia de carácter, la acrecentaron mimandola y sintiendo pena por cada una de sus leves desgracias. Esto provocó que con el tiempo todo fuera a peor, sobre todo cuando empezó de noviazgo con mi abuelo, el cual junto a mi madre probablemente son quienes más sufrieron las consecuencias. Ya posteriormente, huyendo en busca de mi abuelo y casándose con él en Alemania, pareció vivirse una época más tranquila de la que sólo me han llegado escasos datos.
De lo que sí me acuerdo más es de su conviviencia con mi abuelo durante su vejez, la cual fue bastante triste y desembocó en la desgracia. Durante el día, mi abuela se dedicaba a deprimir a mi abuelo con su actitud lánguida, y en las noches, saltaba de la cama en busca de comida para al retornar pegar a mi abuelo "por accidente" En general, mi abuelo estaba muy amargado por su culpa, lo que no me extrañaría que fuera el motivo por el cual desarrollase un cáncer que le llevó a la tumba con demasiadas cosas pendientes todavía. Mi abuela, lejos de mostrar compasión durante su enfermedad, se mostró mas obscinada en su locura y egoísmo, pasando de su situación y quitandole hierro pretextando que el cáncer no es tan doloroso como parece, y que al fin y al cabo un dolor de rodillas es peor que perder el estomágo o que la metastasis te corrompa interiormente.
Después de unos años con leves aunque histéricos encuentros de familia y algunos problemas con la herencia de mi abuelo, retomamos el contacto cuando mi familia y yo tuvimos que abandonar nuestra anterior casa para instalarnos en aquella donde mi abuela vivía, agazapada como un insecto a su madriguera. En un primer momento, parecía que no iba a haber problemas, pero con el tiempo todo fue cresendo a peor hasta llegar a la cúspide del surrealismo. Al principio se trataba de conflictos domésticos relacionados con la manera que tenemos de convivir en mi casa y la suya propia, mas según estas pugnas aisladas se sumaban, al final estalló la guerra. Lo cual desembocó en discusiones que lindaban con el delirio por parte de mi abuela, ya que en estás gritaba frenéticamente, pataleaba el suelo, cerraba puertas con estridencia o susurraba insultos en cuanto nos dabamos la vuelta.
Además, mi abuela que siempre ha estado dotada de una virtuosidad en lo que a interpretación se refiere, usaba de su victimismo para suscitar compasión. Según mis informes al respecto, por lo visto a estado a punto de morir unas treinta y cinco veces. Y a pesar de que ya sabía que se trataba de una actuación, en un comienzo optaba por creer a medias hasta la duocécima vez que se representó su obra teatral. Lo peor del asunto es que no se trataba de meras advertencias y preocupaciones ajenas en torno a ellas, sino que siempre tenía que recurrir a algún matasanos que la empastillase todavía más, e incluso a los servicios de urgencias que probablemente tendrían mejores cosas que hacer que no atender a una anciana hipocondriaca.
Pero en fin, esto no es tan importante para este pequeño testimonio. Podría referir multitud de anécdotas para demostrar la mezcla entre maldad y locura de mi abuela, pero para que el lector pueda hacerse una somera idea al respecto voy a recurrir a apuntar algunas de ellas, sobre todo aquellas que me hayan afectado personalmente y que por ello estén más frescas en mi mente:
En las raras ocasiones que mi madre y mi hermana salían de casa para comprar algunas cosas, mi abuela siempre aprovechaba para subir a mi habitación y criticar descaradamente a mi madre. En una de estas inhóspitas situaciones, me cansé y decidí cerrar la puerta de la planta superior para no tener que escuchar tales impertinencias. Cuando mi abuela supo que no había manera de abrir la puerta, comenzó a aporrearla con insistencia, y viendo que no había manera de derribarla, continuó con su pregorrativa gritando mi nombre desesperadamente con un tono de voz bastante grave. Aterrorizado encerrado en mi habitación, llamé a mi madre por telefono para contarle la situación. Sin embargo, cuando regresó con mi hermana ya no había pista alguna de ella. Era como si se hubiera evaporado.
En otra ocasión, cuando ya se confinó ella misma en su habitación debido a sus locuras y a sus representaciones de enfermedades imaginarias, no nos quedó otra a mi novia y a mí que dormir en una de las habitaciones para invitados de la parte de abajo. Fue en estas noches cuando averigué hasta que punto llegaba su malignidad proveniente de otro mundo, pues escuchabamos como se pasaba la noche deslizándose de un lado para otro junto al sordo eco de su bastón, encendiendo y apagando los grifos del baño que tiene allende, como también los interruptores de la luz, también hablaba y gritaba sola con palabras inenteligibles de las que sólo advertimos fuertes insultos blasfemos como por último sus pasos a través del pasillo, lo que nos obligó a tener que empotrar un mueble contra la puerta para impedir su entrada a pesar de sus empujones hacía la misma. En tales noches mi novia acababa temblando en sueños, llena de pavor ante lo que pudiera ocurrir.
Sin embargo, mi madre y mi hermana son quienes peor lo han pasado con las locuras de mi abuela debido a que pasan más tiempo en casa realizando diferentes tareas, mientras que yo siempre salgo más y por ello no estoy presente en todas las ocasiones. Mas por su testimonio y por lo que yo mismo he vivido, sé de veces en las que su locura llegaba a limites insospechados hasta el punto de adquirir comportamientos que un religioso tacharía de satánicos y un científico propios de los enfermos mentales que habitan en psíquiatricos, puesto que no han sido raras las ocasiones que ha proferido gritos desgarradores de ultratumba, que se ha desplazado con extraños movimientos y que ha proferido palabras que causarían perturbación a las más oscuras mentes de nuestros tiempos.
Ahora me doy cuenta mientras escribo esto que a pesar de mis intentos por ofrecer una panóramica general de mi abuela me quedo escaso, y no sólo porque si continuase escribiendo esto en vez de en una crónica se convertiría en toda una novela, sino porque incluso los sucesos que aquí he consignado me resultan mucho menores en intensidad en comparación a cómo fueron en realidad. No sé si se debe a las propias limitaciones que tiene mi pluma, o a que quizás hay algo de cierto en la preponderancia de la experiencia frente al testimonio ya sea escrito o narrado oralmente. Mas no obstante, ya de por sí mi aliento narrativo siempre ha optado por la profundización de los asuntos frente a la extensión de los mismos, lo cual también podría haber influenciado la tesitura en la que me encuentro, esa sensación de que falta algún elemento para convencer a mis lectores de la verdad vital que quisiera transmitir.
Hoy día, mi abuela todavía sigue viva, encerrada en su habitación al final del largo pasillo de la planta baja. No le gustan las visitas, pero no queda otra que hacerlas porque hay que atenderla obviamente para proporcionarla comida, acondicionar la habitación, atender a su salud y limpiarla. Y aunque la mayoría de estas tareas han sido asumidas por mi madre, en algunos desayunos soy yo quién entro para dejarle un plato. Es en esos momentos cuando me colma de falsos elogios acompañados por extrañas muecas, y no son raras las ocasiones que cuando me doy la vuelta y miro atrás sin querer contemplo el mutarse de su semblante que pasa de una sonrisa a una petréa mirada fija junto a sus envejecidos labios sellados. Además, por último, no es rara la ocasión que huyo de su habitación por patas mientras escucho sus pasos moviendose con sorprende rapidez a pesar de su edad, junto a murmuraciones plagadas de extrañas expresiones e insultos.
Lo peor es pensar que en mi casa nos hemos acostumbrado a esta situación, es como si convivieramos con una anciana poseída o con una loca como si tal cosa. En fin, ya decía Dostoyevski que sólo el diablo sabe lo que puede hacer la costumbre en el hombre, y mediante esta experiencia ya lo he comprobado en mi familia y en mí mismo. Pero, a pesar de ello, nunca dejará de repatearme que gente que ni conozco me pregunte sobre qué tal le va a esa amable vieja que supuestamente es mi abuela. Estoy seguro que esa gente tan sociable y preocupada por la salud de los mayores no aguantaría una sola noche en casa de uno de ellos, o al menos, con un demonio del talante referido.
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