Es curiosa la existencia de los mendigos. Con esta afirmación no quiero decir que me sorprenda que existan, todo lo contrario. Me refiero a su existencia en un sentido mas profundo. Es decir, su razón de ser es cuanto menos un hecho que me atrevería de calificar de sobrenatural. Los mendigos vienen y van, aparecen y desaparecen, y nadie sabe de dónde salen ni a dónde se van. Cuando aparecen, la gente los ignora como si no los viera, como si fueran fantasmas, y cuando se van mas de lo mismo. Tienen una existencia fantasmagorica, indefinida, pocos son quienes les ven, y cuando es así es porque uno se pone unas lentes especiales, unas lentes que por lo demás nos abstraen de lo que la gente suele denominar "los valores correctos de la sociedad". Cuando uno se despoja de ese correctismo es cuando es capaz de observar a mendigos, prostitutas, pordioseros, criminales, gente a la que se suele señalarse como indeseable porque unos cuantos caprichosamente lo han decidido. En verdad, para ser sinceros, quienes se ponen esas lentes especiales pasa a ser tenido también por uno de esos indeseables. No sé por qué, ni quién ha ordenado que deba ser de esta manera, pero tengo por cierto que así ocurre.
Cuando estaba inserto en la cosmovisión cristiana, solía dar algunas monedas a los mendigos que pedían allende a las calles o dentro del metro. Esto lo hacía no para que ese dios desconocido me viera como digno de salvación, sino porque me sentía impulsado a ello. Por entonces pensaba: "caridad no es hacer bien por bien, sino hacer bien porque hay que paliar el mal" Posteriormente, cuando abandoné esa cosmovisión al darme cuenta de lo ingenuo y estúpido que es seguir una religión en particular, dejé de dar dinero a los mendigos. Al igual que ya no creía en los cuentos de la religión y de la política, tampoco creía en los cuentos de la gente en general. No se trataba de algo personal contra los mendigos, se trataba de mi vil desconfianza interna hacía todos. A pesar de ser desde siempre un poco ingenuo, también he tenido mi lado oscuro. Una oscuridad que me ha acompañado siempre, y con la que de vez en cuando hasta me he sentido bien.
En verdad, desde mi fuero interno, siempre he admirado a los mendigos. Son los seres mas libres, auténticos y humanos de este mundo. Esta es una afirmación que digo con total confianza de mis palabras. Es cierto que si uno se pone a pensarlo, los mendigos por lo general, aún con sus privaciones materiales, son las personas que mas cerca están de la auténtica libertad. Esto es así porque vienen y van a dónde quieren, no tienen obligación alguna con ese abstracto llamado sociedad, pueden ser ellos mismos sin temor a ser juzgados, no necesitan aparentar para ser aceptados... Nosotros, en cambio, los llamados "no-mendigos" -o en su acepción mas aceptada: ciudadanos- no conocemos esa libertad. Estamos siempre privados de la misma en tanto que tenemos unas obligaciones determinadas, siempre estamos ojo avizor a lo que piensan los demás de nosotros, necesitamos dinero para todo, nos pasamos la vida agobiados por cosas que otros nos han impuesto... Si lo pensamos fríamente, nos daremos cuenta de que en verdad nos conducimos como si fueramos automatismos que funcionan con una cuerda que ha accionado alguien que incluso desconocemos. Así, es imposible ser uno mismo, a no ser que uno se desplace de esa sociedad y pase a convertirse en un mendigo.
Antes me he incluido en la categoría de los "no-mendigos" En realidad me he equivocado un poco al incluirme en ese grupo. Quiero decir, yo tampoco pertenezco a los mendigos ya que tengo mis necesidades materiales cubiertas, gozo de eso que llaman "comodidades de la vida moderna", y a su vez, también mi libertad está privada por esas caprichosas obligaciones que el abstracto de la sociedad me ha impuesto. Pero, por otro lado, además de ser consciente de esto, no sólo es que vea a los mendigos, sino que también siento cierta empatía hacía ellos aunque no les dé ni pizca de dinero. Aunque, para ser sinceros, yo tampoco es que tenga dinero a raudales, todavía soy un estudiante. Mas, al margen de esto, yendo hacía el asunto al que apuntaba, yo me incluiría en una categoría intermedia: no soy ni mendigo ni ciudadano, sólo un desgraciado que aparenta ser parte de la sociedad pero que tiene corazón de indigente, de indeseable para esa sociedad que constantemente me rechaza, y a la que por tanto, yo también rechazo.
Hubo un tiempo, además, en el que yo mismo me juntaba con los mendigos. Era como un extranjero para ellos, mas como compartía con ellos la denominación de "perdido" pues fuí aceptado. No pertenecía a un mismo grupo localizado, claro. Pero sí que me rodeaba de bastantes de ellos. Madrid, como es sabido, es un lugar que tiene gran cantidad de mendigos. Y aunque uno quiera hacerse el ciego o el sordo, si se dá un paseo por una de las zonas de mayor consumismo que es Callao, se dará cuenta que en cada puerta en la que entre para gastarse todo su sueldo habrá alguien pidiendo. Dejando esto de lado, y yendo al asunto principal, como decía, yo mismo durante un tiempo, me rodeaba de todos esos fantasmas invisibles para la sociedad porque se afanan en no verlos. Por entonces, tenía por costumbre, tirarme a cualquier sitio a esperar. Esperaba algo, mas ya no recuerdo el qué. Tampoco sé si esperaba a alguien en concreto, o a un grupo de gente diverso. Pero el caso es que esperaba mucho. Digamos, que, a algo indeterminado.
Fue entonces cuando entré en contacto con ese sector al margen de cualquier sector de la sociedad. Ellos fueron muy amables, me invitaron a alcohol, y yo a ellos. Entre trago y trago de un vodka barato o de cualquier cosa que estuviera destilada, vinieron muchas confesiones. Excepto por mi parte, claro está. Yo siempre he sido muy callado, de no soltar prenda mientras escucho los problemas de los demás. Esto nunca me ha molestado, ya que normalmente han sido la lectura y la escritura mi cobijo y desahogo personal. Casi nunca he necesitado de abrir la boca para encontrarme mejor. Pero, en el caso de ellos, parece ser que sí. Es así cómo me enteré de algunas de sus vidas, de cómo no todos acabaron ahí por caer en la banca rota, de cómo pasaban de la falsa simpatía de los comedores sociales, de cómo usaban del emotivismo para conseguir dinero, de cómo hacían lo que les viniera en gana cuando querían... Yo, personalmente, no les reproché nada. Incluso, los entendía. Pensé que si yo mismo acabase por lo que fuera en esa situación, probablemente me movería de una manera semejante.
En una de estas ocasiones, me encontré con un mendigo memorable. A este le solían llamar a modo de mote "el bestia" Tenía todos los dientes picados, le olía mal el aliento y de no ducharse no se sabía a ciencia exacta qué tipo de piel tenía puesto que estaba plagado de manchas marrones. Este mendigo, "el bestia", me rodeó por el hombro y me susurró unas palabras que me costaron entender debido a la borrachera que llevaba encima: "Mira, chaval, la vida es así. Tú estás ahí, y yo aquí ¿Ves lo juntos que estamos? Pues en realidad no es así. Pese a caminar juntos por la calle, estamos muy lejos. Pertenecemos a dos mundos completamente distintos. Puede que tú confundas con tus pintas y tu actitud despreocupada. Pero en verdad, nosotros sabemos que perteneces a otro estrato. He oído decir, que no te entiendes con ese otro estrato, quizás seas una especie de mestizo después de todo" Y después de decir esto, soltó una risotada y me pasó una botella de whisky barato. Al rato, se marchó, y no volví a saber de él. Me hubiese gustado volver a verle para reconocerle la sinceridad de sus palabras, ya que en ese momento me quedé perplejo. Tenía que meditar lo que me había dicho con la cabeza fría, sin estar ebrio.
Como dije mas arriba, yo siempre estaba en algún rincón tirado esperando algo que nunca acudía. A veces botella en mano, otras con algún cigarro, pero siempre a la expectativa de ese algo indeterminado, aún casi sin esperanzas, mirando el panorama del mundo urbano. Así pude conocer a los mendigos mas a fondo, aunque tampoco del todo porque como me dijo "el bestia" pertenecíamos a mundos distintos. Podía acercarme a ellos, descubrir ciertas cosas que no descubriría de otro modo que no fuera hablando con ellos directamente. Pero había cosas que se me escapaban al ser un "mestizo" entre un ciudadano marginado y un indigente incomprendido. Me sentía un poco desplazado de todo y de todos, mas aún así no podía evitar guardarme cierta admiración por los mendigos por haber hecho algo de lo que yo no era capaz. Jamás admiraría a lo que la gente suele señalar como "un ciudadano respetable" Pero sí a lo que la gente suele tener como algo degradante. Quizás, por llevar la contraria.
Hace unos meses, un hombre que pedía comida para su familia, entró en el vagón de tren en el que yo iba con mi pareja. Este suplicaba por unas monedas, o en su defecto, algo de comida para sus hijos. Yo no podía saber si era verdad o una trola, precisamente porque conocía las argucias de los mendigos, de las cuales yo no tenía derecho a reprocharles nada, todo lo contrario, como apunté anteriormente. De repente, como estaba muy cerca de mi pareja, sentí un movimiento de su brazo. Y al mirar a su lado, ví que estaba buscando un bocadillo que ella misma se había hecho para ese día pero que no se había comido. Movida por la compasión, pretendía dárselo a ese hombre. Mas yo la agarré del brazo para que no se lo diese, y le susurré: "Ni se te ocurra" La verdad es que no sé por qué reaccioné así, con esa brusquedad. Pero imagino que seguramente fue por pensar mas en mi pareja que en aquel hombre anónimo del que no podía saber si mentía o decía la verdad. Prefería que mi pareja degustase ese bocadillo a la cena, puesto que no había comido en todo el día a que ese hombre lo tirase a la basura como alguna vez me han dicho otros que han visto. También pensaría que ese mismo hombre haría lo mismo estando en mi situación, el poner por delante a su pareja ante gente desconocida, como así también yo haría lo mismo estando en su pellejo, pedir algo de comer para mi familia, o en el caso de que fuera mentira, para beber o drogarme.
Al terminar de escribir esto, ni a mí me queda claro si este escrito es una suerte de elogio hacía los mendigos y en contra del correctismo actual, o una crítica constructiva tanto hacía los mismos como hacía todo el mundo, e incluso, si con la excusa del tema de los mendigos de fondo, he aprovechado en demasía para hablar de mí mismo y confesar mis inquietudes al respecto, parloteando sobre mi vida. Tampoco sé qué clase de escrito es este, si es un relato, un ensayo, una crónica, una confesión... No tengo ni idea. Su estructura en sí misma no respeta las reglas de un escrito como dictaminan ciertos academicos, no dá pie a que se le ponga alguna etiqueda determinada. Probablemente, además, tenga hasta faltas de ortografía y frases sin sentido porque lo he escrito sin ningún tipo de intención, por escribir algo mientras me dolía la cabeza. En fin, para evitar seguir escribiendo disparates prefiero dejar este relato -o lo que sea- aquí.
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