- Cuando contemplamos la luna,
por un momento, hay algo divino
que nos traspasa el corazón
y que nos recuerda al enamoramiento.
Es un instante de ebriedad absoluta
en el que de sus plateados rayos
bebemos sin cesar una esencia
cargada de alegre nostalgia.
Como Li Bai la invitamos a beber,
siendo en realidad la misma luna
la que nos dota de suculenta ambrosía,
flujo de un mundo a parte.
Oh, qué sensación tan plancera,
de los ojos pasa al paladar,
y de ahí a colmar nuestro ser
sin desear que llegue el amanecer.
- Vaga mi mente por lejanos espacios
siderales sobre un principio sin fin
cual escalera caracol que sube y sube,
incesantemente, hacía donde nadie sabe.
Atravesando las infinitas estrellas,
yo habito en el reino de los Inmortales,
soy un invitado perpetuo que pasea
sobre palacios adornados con perlas
y bosques repletos de extraños cristales.
Estos hermosos parajes son un sueño
perpetuo, una fantasía totalmente real,
en donde cada uno de sus habitantes
siempre está bebiendo alegre,
admiradores incondicionales
de la belleza y de los buenos valores,
viven y mueren sin temor alguno,
sabiendose efimeros a la par que eternos
¡Cuanto deberíamos aprender los mortales de ellos!
Y ahora, disculparme, pero he de acabar
este vaso de suculento vino
mientras me deleito con la dulce melodía
que se esparce por este lugar de ensueño.
- Cuentan que cuando caen las hojas,
estas emiten unos susurros,
que imperceptibles para los hombres,
pasan desapercibidos para la mayoría
¿Qué dirán esas hojas caídas?
¿Será un mensaje importante?
Me preguntaba, mientras recorría
un camino sin fin, deteniendome
sólo ante la caída
de esas efímeras hojas otoñales.
Entonces, en un momento indeterminado,
un grupo de cinco hojas resecas
me dijo al oído con un acento quebrado:
"No mas dolor. No mas muerte.
Hay quién le divierte, quién gusta
de ajenos sufrimientos.
Pero, nosotras, con nuestra caída,
suplicamos que no haya mas daño.
Por favor, no mas muerte..."
Ante aquel mensaje provinente
de una naturaleza que me superaba
en entereza y sabudiría,
sólo me cabía entremecerme.
Y así fue como yo mismo caí,
y me dediqué largos años
a susurrar a cada anonimo viajero
que cesase el sufrimiento y la muerte.
- En el pequeño mundo
que supone un diminuto jardín,
unas rosas florecen en pleno otoño,
pudiendo con el frío y la gélida humedad.
Podría pensarse que estas rosas
son como un tributo a la huída primavera,
pero mis ojos no lo ven así.
Estas rosas que resisten, que sobreviven
allí donde otros lo creerían imposible,
son mas bien una muestra de esperanza.
Estas rosas cuales hermosas damas
son un canto extendido al otoño,
la resistencia que habita en toda vida,
y que rinde culto a la muerte inevitable.
Yo quisiera sacar a bailar a esas mujeres
de enrojecidas mejillas,
exquisitos pómulos salientes
y de cuerpos resistentes,
para celebrar la belleza
de todo lo desfalleciente.
Ay, pero ¿Aceptarán que yo, un cualquiera,
baile con ustedes, rosas del otoño reluciente?
- Es doloroso encontrarse
frente a un destino,
que insondable, nos traspasa
con una mirada fatal,
tan fija e inamovible
como aquel pasaje que ya fue escrito.
Ni desisto, ni continúo,
se trata solamente de esperar,
con paciencia contenida
aquel último suspiro,
aquel adiós imprevisto,
aquellos puntos supensivos...
Después de todo, ya es hora de detenerse,
de cesar de correr y berrear sin cesar,
simplemente abandonarse
para al cabo algún día despertar.
Tras ese sueño,
esa fantasía llamada vida,
esos goces, placeres, sones a doquier,
ya tan sólo quedan cúmulos de cenizas.
Todo al final ha acabado,
excepto por un suspiro
que se va dilantando hasta que sin querer
una estrella fija ha cambiado su rumbo
sólo para volver a desfallecer.
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