Antaño, se contaba acerca de la existencia de dos países que se encontraban muy cercanos entre sí, aunque eran muy diferentes el uno del otro. Tan cerca estaban sus fronteras, pero tan distantes eran sus corazones... Eran como dos personas que se querían mucho por la costumbre de los años, que se mantenían uno a la vera del otro constantemente. Pero, que, en el fondo, nada tenían que ver entre sí. O como dos hermanos gemelos que habían pasado toda su vida juntos. Y, que, sin embargo, a pesar de su idéntica apariencia externa, en lo que se refiere a su interior, no podrían ser mas dispares.
Lo mismo les acontecía a estos dos países, de los cuales su existencia se ha puesto muchas veces en entredicho, a excepción por algunos pocos hombres profundos. Como decía, estos dos países, a pesar de encontrarse uno al lado del otro, no tenían comparación el uno respecto al otro. Si uno era la luz, el otro la oscuridad, si uno era el bien, el otro el mal, y si uno era la diestra, el otro era la siniestra ¿Por qué digo esto? Por lo que se sigue.
Su diferencia radicaba no tanto en su paisaje, como en el modo que tenían de funcionar. Llamemósle a uno "el país de las hormigas" y al otro "el país de los gatos". En el país de las hormigas, tenían un gobierno muy riguroso y estricto. Sus leyes eran muy severas, y sus gobernantes muy duros con sus ciudadanos. Había tanta cantidad de leyes, que ya nadie sabía lo que debía hacer, o lo que no. Y cuando, las mas de las veces sin querer, alguien infringía una de esas ilusorias leyes, se le castigaba con una tenacidad tal que la mayoría de las ocasiones se producía la muerte. En el caso del país de los gatos, el asunto era muy diferente. Ahí, no existía la noción de ley, ni siquiera la diferencia y la definición de lo que está bien, y lo que está mal. Su gobierno era suave y blando como el agua, se adaptaba a las circunstancias de sus ciudadanos en vez de que los ciudadanos se adaptasen a las circunstancias del gobierno. De hecho, sólo tenían un gobernante, el cual era un anciano bastante apacible que dejaba la vida pasar con serenidad. A él acudían todos a buscar consejo, y él nunca reprochaba nada a nadie. Simplemente se límitaba a escuchar, y a aconsejar tomando en cuenta la forma de ser y las circunstancias de cada cual.
Lo curioso del caso, es que en el país de las hormigas siendo tan estricto y estando tan cargado de leyes, la gente tenía muy mal fondo y guardaba mucho resentimiento en su interior. Campaban los ladrones a sus anchas, y los sinvergüenzas hacían lo que querían. Y si pillaban a cualquiera de los dos, siempre tenían algún tipo de justificación que les hiciera librarse de sus crimenes. Los gobernantes se enriquecían, mientras que el pueblo llano empobrecía. Y esto no sólo respecto a sus bienes básicos y materiales, sino también en el alma. Es decir, el exceso de leyes, de intervención por parte del gobierno y de su dureza, envilecía y envenenaba a las gentes.
Mientras que, por otro lado, en el país de los gatos siendo tan liviano y pasajero, las personas se desarrollaban naturalmente, sin recelos los unos con los otros. Cada cual hacía lo que podía, y era cual su naturaleza original, moviendose por el mundo de acuerdo a la sencilla espontaneidad que les nacían de sus prístilos corazones. No había ni ladrones ni maleantes por las calles ¿Por qué iba a haber si cada cual era quién realmente era, y podían moverse con completa libertad? Los ciudadanos estaban completos y disfrutaban de una abundancia que no se podía pagar con nada. Y esto era así porque estando colmados en su interior, no requerían de nada externo para satisfacer sus carencias. El viejo gobernante era el único del que se podía decir que era pobre, y aún así, había quién lo dudaba porque todo se lo cedía a los demás, sobre todo su sabiduría. En fin, digamos que su carencia de leyes, su no-intervención y su blandura provocó que la gente viviera en paz y en completa libertad.
¿Dónde estaban ambos países? La verdad es que no lo sé con certeza. Y como no lo sé, prefiero callar. Sólo sé lo poco que sé, de lo que me han dicho otros y que yo he creído porque algo en mi interior me indica que debe de ser así. Sin embargo, y por último, he de advertir que cualquier parecido entre nuestra realidad efectiva con el país de las hormigas es mera casualidad...
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