lunes, 18 de julio de 2022

Carne al sol

 Tuve una tarde horrible. Fue tan deprimente para mí que acabé yendo al primer bar que ví y me emborraché. Al salir, estaba tan ebrio que no podía ni mantenerme en pie. Llegué a un oscuro callejón y me caí de bruces. Una vez ahí, salió una voz procedente de unos de los contenedores, y me comentó lo siguiente:

"Nadie sabe hasta que punto puede llegar un hombre si se dan las circunstancias necesarias y el ánimo propicio para que acabe cometiendo alguna fechoría. La gente moralista suele tildar a estas personas de malévolas y de despojos sociales, sin saber que quizás algún día ellos mismos podrían convertirse precisamente en aquello que critican. Es muy fácil señalar con el dedo, decir que este u el otro es un monstruo, y refugiarse en lo que la sociedad considera correcto. Estas personas se sirven del discurso de la multitud para sentirse mejor. Pero lo que no saben es que todos siempre podemos caer en unas cosas o en otras si alcanzamos un nihilismo extremo, un grado de desesperación tal, que acaba ocasionando que todas las oscuras neblinas que habitan en nuestro interior salgan al exterior.

Yo, por ejemplo, era un hombre bastante ordinario. Demasiado, diría. No me saqué los estudios, y empecé a trabajar desde joven como agricultor en el campo. Bueno, o mas bien, para ser exactos trabaja labrando el campo para otros agricultores adinerados. No se me daba del todo mal. Se podría decir que me había acostumbrado a este ritmo de vida y que poco a poco fuí adquiriendo maña. Sin embargo, notaba que algo dentro de mí no estaba del todo bien. Es decir, tenía las necesidades y los medios básicos cubiertos gracias a mi jornada y al esfuerzo con el que me empleaba. Pero, en realidad, me sentía vacío. No me parecía suficiente. Creía que vivir consistía en algo más que trabajar para comer y poder dormir tranquilo. Pensar en ello me deprimía, así que anulaba estos pensamientos esforzándome aún mas en mi tarea diaria. Mas, cuando llegaba la noche, estos volvían a emerger desde mi interior y me llenaban de dudas respecto a mi existencia, provocando todavía más pesadumbre en mi desdichado corazón.

Un día, en el que estaba a punto de terminar mi jornada laboral, noté un olor extraño en el ambiente. Me faltaba poco para terminar, y me encontraba en un páramo completamente desértico en el que mi única compañía era el tractor puesto en marcha y el cultivo yerto. Aguzando el olfato, busqué a mi al rededor cual podría ser el origen del mismo. Tardé unos minutos en darme cuenta que pocos metros más arriba había una especie de montículo que daba al sol, y que lindaba con otros pocos metros a la derecha con una encina medio seca, a la que le rodeaban algunas malas hierbas que salían del barrizal. Al principio pensé que se trataba de una especie de acumulación del terreno. El campo no es completamente liso al fin y al cabo. Siempre hay desniveles como todo en el mundo. Pero al acercarme, me dí cuenta de que no era lo que pensaba.

Se trataba de una mujer muerta. Por un momento creí que se trataba de una alucinación. Mas me percaté de que en modo alguno era así. Era un cádaver exquisito. Parecía que llevaba pocas horas muerta porque con el calor que hacía había pocas moscas a su al rededor. Tenía el pelo castaño claro, unas mejillas que dejaban atisbar algunas pecas dispersas e iba vestida con un peto vaquero con una camiseta marrón debajo. Su rostro estaba levemente fruncido, como si hubiera muerto de repente por algún fallo en el corazón, o sufriera una especie de colapso en el cerebro. En todo caso, parecía que no había sufrido una muerte agónica. Es mas, si no hubiera tenido los ojos abiertos y apagados cualquiera hubiese pensado que se trataba de una mujer ociosa que se tirase a tomar el sol.

No sé por qué lo hice. Pero el caso, es que tras unos minutos contemplando el cádaver, comencé a desnudarla. La despojé de todos aquellos ropajes que cubrían su cuerpo esbelto y los lancé bien lejos. Tenía una tez ni muy clara ni muy oscura, algo intermedio. También tenía muchísimos lunares repartidos por todo su cuerpo, algunos más claros y otros más oscuros, e incluso, algunos rojizos. Debajo de sus prominentes senos, tenía una sensual cintura que más abajo acababa ensanchandose como si se tratase de una jarra bellamente esculpida por unas manos delicadas. Mis ojos se debatían entre sus anchos hombros y sus perfectos pechos mientras espantaba a las moscas que la rodeaban, aprovechando para aunque fuera rozar la tersura de su piel caliente por el sol.

Entonces, me invandió una sensación de excitación que me rodeo todo el cuerpo. No se trataba de una excitación carnal típica en un hombre que contempla un hermoso cuerpo de mujer desnudo. No, era otra cosa. Era más bien como cuando a uno le sirven su plato favorito y no aguanta las ganas de comerselo. Hasta sentí la saliva que se me iba acumulando por mi paladar y bajo mi lengua. Como en un resorte instintivo, cogí la navaja que siempre llevaba en mi bolsillo y se la clavé en uno de sus anchos y preciosos muslos. Al momento, salieron unas gotas de sangre muy oscuras que no pude evitar lamer del filo de la navaja una vez que la extraje. Mas, si la estraje fue para volver a clavarla otra vez. Pero en esta ocasión fue para dar un corte más superficial. Y así, arrancarla un cacho de su piel.

Al metérmelo en la boca, lo mastiqué con gusto. Era como comer un embutido encurtido sazonado con especias. Era sabroso. Si darme cuenta, comencé a clavar mi navaja y a extraer carne de varias partes de su cuerpo. Como el sol incidía en su cuerpo, era como si hubiera sido calentada al horno a fuego lento. He de aclarar, que, si bien los senos tienen un gusto estético al contemplarlos, y un tácto y sabor excitantes para quién los toca y los lame, realmente al comerlos son un poco insulsos. Me defraudó un poco su sensación grasienta al ser másticados. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de la tripa, de las nalgas o de los muslos. Su gusto es más bien notable, y deja en el paladar un regusto que combina extrañamente lo salado en un principio para acabar con un toque dulce muy agradable.

Degustando tal manjar, me encontraba plétorico. Jamás había sido tan feliz. No obstante, había comido tanto de su deliciosa carne que me quedé lleno. Como no podía dejar el cádaver ahí de esa forma, fuí un momento al tractor para coger una pala y ponerme a cavar. Antes de derramar la tierra sobre ella, la dí un beso y le mordí levemente los labios. Le estaba tremendamente agradecido por su muerte. Verla ahí, desnuda ante mí y caliente por el sol, me permitió conocer una felicidad tan inmensa que no era de este mundo. Y que, por supuesto, sobrepasaba los aleatorios limites morales establecidos por la sociedad..

Cuando me dí cuenta, ya estaba anocheciendo. Podía ver el reflejo de las estrellas en el cielo junto a una tenue luna que se asomaba compitiendo en fulgor con el sol. Así que emprendí el regreso a casa como si hubiera disfrutado de algo prohibido. Pero que para mí era trascendente, cual si hubiera sido bendecido por un ángel desconocido. Quizá se pudiese tratar de un demonio, o del mismo Lucifer. A veces me pregunto cual es la diferencia.

Desde entonces, mi vida interior mejoró notablemente. Todo lo externo estaba igual que siempre, la rutina seguía siendo aburrida aunque alejaba las dudas y el regreso a casa igual de anodino. Pero, con el paso del tiempo, notaba que me faltaba algo. La comida normal ya no saciaba mi hambre, e incluso el agua, no me quitaba del todo la sed. Tampoco el alcohol lograba embriagarme. Era como si tras probar la carne de aquella mujer, junto a beber su sangre, me hubiese quitado el apetito de todo lo demás. A consecuencia de lo cual, adelgacé bastante ya que toda comida me era aborrecible. Hasta la carne de animal, por muy cruda que estuviese me parecía un manjar vulgar en comparación a la suculenta piel de una mujer al sol. Tampoco el sorber un plato de sesos en su salsa era comparable a aquella sangre con un regusto dulce. En suma, volvía a sentirme apesadumbrado y vacío. Incluso mas que antes porque había conocido el paraíso y ahora lo había pérdido.

Me sentía irremediablemente impulsado a tener que comer más carne de mujer. Pero, no obstante, era poco probable que volviese a tener la suerte de encontrar otro bello cádaver como aquella vez. Tampoco era posible entrar en un déposito de cádaveres de un tanatorio, o en alguna facultad de medicina. Esos lugares estaban muy vigilados, a lo que se suma que aún en el caso de que lograse entrar y hacerme con uno, el tipo de cádaver o su conservación quizás no me convencería al haber probado la primera vez uno tan delicioso. Así que meditándolo se me ocurrió que no tenía otra que matar yo mismo a las mujeres que supiera casi a ciencia cierta que iban a satisfacer mi paladar.

Y eso hice. Me dediqué a esperar en rincones oscuros, cada noche a deshoras, a bellas mujeres que fueran sin compañía para comerme su preciada carne. Las agarraba por detrás, y les pasaba mi ya conocida navaja por el cuello, abriendolas la tráquea para que lo restante se conservase a la perfección. Después, me las llevaba, y las dejaba desnudas al sol para que su carne se calentase. Me quedaba largos minutos observando su desnudo con mi saliva deslizándose bajo mis labios, y al comerlas, ya no cometí el error de comerme sus senos. Los dejaba para deleite del gusto superficial, y del tacto. Lo restante, me lo comía hasta lo que me aguantara el estómago. Gracias a este método, pude contemplar todo tipo de cuerpos de diferentes mujeres y los aprecié en correspondencia a cada una. Obviamente, también los degusté de diferentes maneras dependiendo del tipo. Aunque, he de reconocer, que me gustaban más rellenas. Las delgadas apenas tenían carne para saciarme. En cambio, las mujeres bien curtidas y rollizas, me proporcionaron sensaciones de ultratumba.

Sin embargo, llevo ya un tiempo en el que esto ya no me satisface tanto como antes. A decir verdad, a excepción de tres o cuatro, ningún sabor me deleitó tanto como el de aquella primera carne al sol. Aunque podría vivir así sin problema quizás un par de años más, no quiero llegar a ese punto. Me sentiría tremendamente desdichaso si volviese al punto de partida, a aquel tiempo en el que mi vida estaba completamente vacía, sin sentido y limitada a mi sustento material y corporéo. Por eso, he decidido quitarme la vida en este instante antes de que llegue a sentirme tan angustiado como lo estaba al principio de mi narración. Una vez que un hombre reconoce el paraíso que se oculta en los abismos, cuando desciende y sobrepasa la moral común, ya no hay vuelta atrás.

Así, pues, le agradecería que se marchase. También le agradezco que me haya escuchado. Mas no creo que sea agradable para usted ver el horrible aspecto que desarrollé tras hartarme a comer carne de mujer, como tampoco le sería especialmente bonito ver cómo me vuelo la cabeza con esta pistola que tengo en mi mano siniestra. Vayase, bien lejos. Y a pesar de lo térrorifico que le pueda parecer lo que le he contado, no olvide la lección que subyace."

Mientras me iba, escuché unas risas estridentes que parecían provenir de algo que ya no era humano. También, pude oír en la lejanía un disparo que pareció atravesar algo muy duro, y que, después, impactó contra algo hueco. Me estremecí y comencé a temblar. No tanto por lo que aquella cosa monstruosa me había contado, ni tampoco por su suicidio, sino porque no llegaba a comprender cómo alguien podía llegar a ese punto de degradación. No me servía como justificación el que se sintiera tan vacío, o el que no encontrase un significado a su vida. Al fin y al cabo, todos los que hoy en día vivimos nos encontramos más o menos así en mayor o en menor medida si somos sinceros con nosotros mismos, y no por eso nos comemos la carne de los demás. Vamos, creo yo...

Con estos oscuros y vagos pensamientos, regresé a casa con cierto pavor e incertidumbre interior. Me dolía tanto la cabeza y notaba una presión tan exagerada en el pecho, que nada más subí al autobus, cerré los ojos para soñar cosas mas agradables, y así, alejarme de esta putrefacta realidad.

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