Antes de entrar en el campo de batalla, al soldado le dió por pensar acerca de su vida pasada, tenía añoranzas provenientes del tiempo anterior a la guerra, aunque este factor no eliminaba que, a su vez, estuviera entusiasmado por volver a enfrentarse a ese enemigo oscuro que habita tras los bosques. Sin embargo, mantenía en su mente, mientras avanzaba camino al frente, recuerdos que atravesaban cual estaca desde su tierna infancia hasta los años de vida conyugal. Apreciaba estos contrastes sentimentales, tan supuestamente extraños para un soldado, ya que acontece que los hay que se echan para atrás en el momento de rememorar su vida mas mundana, mas, en este caso, era al contrario, estos recuerdos le impulsaban hacía delante como el viento próspero a la barca pesquera.
De entre sus recuerdos, había dos estelas que centellaban en su imaginario cual par de estrellas que se resisten al embate del amanecer, una correspondía a cuando niño daba vueltas y vueltas sin saber a dónde iba, completamente perdido entre las sendas de un amplio jardín, y la otra, era ya de adolescente cuando estaba con quién sería años mas tarde su mujer, dando vueltas también y gozando de lo que serían de los primeros contactos con el impetú sensual y erótico. Ambas imagenes en movimiento correspondían a la perfección, tanto que podrían sobreponerse una sobre la otra sin problema hasta el punto de confundirse, y no saber a ciencia cierta cuando empezaba una, y cuando terminaba la otra. A grandes rasgos, podría decirse que lo que tenían en común es que las dos se trataban de un juego, un juego del que sin embargo, había que tomarse en serio, y que tenía que ver directamente con la pasión, la cual en ambos casos se mostraba en desarrollo, deseando alcanzar su cumbre, en el primero mediante la fatiga, y en el segundo, mediante la excitación.
El niño que juega se asemeja al adulto cuando se integra en los misterios de la sensualidad, puesto que va accediendo a un campo que aún siendo desconocido nos dota como de una suerte de atisbos que nosotros sólo intuímos, y que en apariencia nos son extraños, pero que reconocemos vagamente cual rememoranzas de otra vida "Hasta mi sonrisa pícara de niño esquivando las ramas que se atrevían a interponerse en mi camino, era bastante similar a aquella que afloraba cuando en ese mismo parque, aquella piel pálida iba descubriendose poco a poco únicamente para mí" -pensaba el soldado, mientras experimentaba una extrema excitación que se traslucía en sumas gotas de sudor que iban cayendose de sus negros cabellos, atravesando su defectuoso surco de la frente y culminando en su tenue naríz, que bien podría compararse a una pincelada de algún pintor vanguardista.
De repente, se paró en seco y observó la espesa neblina grisácea que se cernía ante su vista, esta capa que parecía buscar abatirle desde un plano contrapicado, le recordó otros sucesos. En esta ocasión fueron tres, que al igual que en el par anterior, se sobreponían unos a otros como una torre erguida, que entendiendo su conjunto, impedían que se eliminara el mas pequeño elemento, pues provocaría el derrumbe del edificio entero. La que podría catalogarse como la primera escena, se desarrollaba en un funeral, concretamente en una sala destinada al cuerpo con su ataúd para que los familiares se despidieran de su ser querido, la cual se componía de dos partes: en una estaba él nuevamente siendo niño con la cabeza elevada mirando a las vidrieras superiores, que con el impacto se los rayos del sol, devolvían cálidos colores, y la otra, era la parte de la sala donde propiamente estaba el cuerpo, cargada de una penumbra que impedía que se viera nada. Ya la segunda y la tercera escena eran una especie de secuela que comprendía su etapa matrimonial, una correspondía al nacimiento del que sería su primer y único hijo, el cual sumamente enfermo se retorcía de dolor en su cuna, intercalando sus quejidos lastimeros con el llanto de reclamo, y la segunda parte, se desarrolló en una mañana tan lúgubre como esmaltada de melancolía, en ella contemplaba al mismo niño con un año muerto en su moíses, alojando en su pecho una sensación de impotencia que no lograría borrarse jamás de sus sentimientos mas internos.
Mientras estás imagenes se le sucedían, dejó escapar un par de lágrimas que caídan de sus mejillas, pese a que desconocía si estas se producían por estos recuerdos dañínos que le acometían, o por efecto de la ceniza que empezaba a pegarse en sus ojos. En todo caso, advertía en sí mismo que el dolor o la molestía física tenía una conexión con aquel sufrir que es en lo profundo de una cualidad superior, veía en la relación entre la muerte prematura y en la tardía un vínculo que carecía de sentido, ya que el resultado venía a ser el mismo, pero con un matiz distinto del cual es fácil adivinar el que sería degradante, y el que sería mas hermoso "Al fin y al cabo, estas cosas no están en nuestras manos, hay un destino que juega con nuestro libre albedrío, unas veces parece que lo vamos nosotros moldeando, mas en realidad todo esto no es mas que una mera ficción. Así juega la Divinidad con nosotros bajo própositos que se nos encontran velados..." -se decía el soldado a sí mismo, dejando un interrogante que se expandía en forma de un susurro lanzado al abismo.
Según iba atravesando las diferentes cuadrillas desencajadas, carentes de todo orden y linealidad, una ráfaga de viento que zarandeaba y acometía todo su ser, acompañada por un vespertino rayo lumínico proveniente de un sol desfalleciente, apareció de entre las nubes que dieron un momentáneo bosquejo esperanzador, lo que permitió que su memoria recuperara uno de esos recuerdos aparentemente anodinos que damos por olvidados con el paso del tiempo. Se trataba de una única escena vívida cuando tenía veinte años exactos en la que se encontraba dándose uno de esos paseos suyos solitarios en los que refinaba la tristeza con la ordinariedad, debido a ello, se hallaba ante un campo en plena primavera cargado de un verdor adornado con el fulgor de despedida propio del atardecer. Para él, suponía un retorno a lo salvaje, a la naturaleza primigenia, que le comunicaba los secretos que pudieran librarle de la desesperanza vívida en esos momentos. Se detenía bastante, fijándose en cada cada detalle, desde la verde hierba que era agitada por un viento amenazante, hasta una muchacha que en esos momentos pasaba por los caminos cubiertos de barro junto a un pastor alemán que la defendía de quién pensase en acecharla. Eran, al cabo, instantes en los que si se pudiera hablar de una libertad sin tacha ni mancha, esencial, esta se concretaba desde su abstracto en aquel paisaje tan olvidado y ajeno a todo como aquella brizna de hierba seca que pisamos sin darnos cuenta, siendo a esta indiferente nuestra pisada para su inminente disolución.
Ya había pasado sumas trincheras un tanto derruídas cuando escuchó las voces de las que sospechaba que serían las de sus propios compañeros, mas estaba tan absorto en los pensamientos que le subscitaban estos detalles paisajistas que le aparecían de soslayo, que no pudo distinguirlas, parecieran ser ecos de un pasado que paradojicamente se encontraba en su presente. Para él, si bien admitía que lo temporal se translucía en lo efímero, se empeñaba en encontrar dentro de la misma una estabilidad que se encontraba en estrecha relación con la eternidad, quizás esa fuera la explicación mas factible para su confusión vívida entonces, ya se sabe que todo aquel que entra en momentáneo contacto con aquello que podríamos denominar lo absoluto aparenta a los ojos del mundo un atontamiento mediante el cual el sujeto que se encuentra en tal estado, es señalado por los demás como un estúpido.
Su pelotón ya debía ser movilizado para entrar propiamente en el núcleo del combate, las filas y su consecuente estrategía estaban bien establecidas y organizadas. En ese momento, volvió por última vez a detenerse en sus inusitadas divagaciones, y contemplando una gota de sangre ajena, que estaba sobre la punta de su roída bota militar, pensó: "Esto es todo, esto somos todos, una mera gota de sangre derramada donde fuera que no le importa a nadie. Y, aún así, dentro de este derrotado nihilismo se encierra una caprichosa victoria que entiende de una esperanza tan ambigua que requiere de una interpretación en forma de lucha, dotada del valor y del honor que acostumbraban a tener los guerreros mas antiguos. Sea lo que fuere, se acabarón los retrocesos en los recovecos de la memoria. Hay que seguir hacía delante, no como los progresistas que se despeñan, sino como los valientes que se sacrifican."
Y así hizo, sus compañeros y él avanzaron en linea recta, hasta que llegaron a un punto en el cual el avance era imposible, y tuvieron que dispersarse como hormigas a las que un niño travieso les hubiera inundado el hormiguero por gusto infantil. El soldado, con su fusil en mano y bien alzado, iba sorteando las diferentes minas que podían apreciarse en forma de bifurcadas grietas en el camino, mientras disparaba a un lado y a otro, al cielo para abatir a los ángeles caídos, y al suelo para hacer volver a los demonios a su sitio, en tanto que alguna que otra bala pudo verla ascender y descender como un perdigón sin guía en busca de un ave sagrada que no existía.
Al fin, cuando ya llegó a una cúspide de la que parecía que no había retorno, registró con su mirada un artefacto que se le imponía ante él, rodeado por una tintura negra que se fragmentaba por unas llamas que le atravesaban, vino a caer justo en el semblante del soldado, y cuando impactó y explotó, derramó todos sus miembros por los aires, dejando suspendida un aura de carne y de sangre difuminada, y a su vez, lustrosa. Era la existencia en su apogeo, el punto donde una vida encontraba un maravilloso culmen que fundía todas las imagenes que pudo visualizar en los últimos instantes en los que aún su corazón palpitaba distribuyendo su sangre, y sus pulmones expulsaban e inspiraban grandes cantidades de aire cada segundo. Así, entonces, pudo presentir en el instante previo a la muerte un hálito de gloria que aunaba la pálida piel de su mujer en el parque, su risa infantil en el jardín, el cádaver de su hijo enfermizo y aquel otro que se hallaba rodeado por las sombras y aquellas hierbas que mecidas antes de la llegada de la noche le anunciaba que lo que parecía una derrota podía tornarse en victoria. Quizás, este soldado, al darse cuenta de su perecer inevitable gritó para sus adentros: "¡Cuanto placer y sufrimiento para que lo que parecía oscuro terminase por volverse luz!"
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