martes, 2 de julio de 2019

La guadaña encantada

Hace ya un tiempo vivía en una isla un joven peregrino que se consideraba a sí mismo el más valiente de todos los hombres que jamás han nacido en esta nuestra patria. A aquel le solían llamar "Guadañín" en burlas puesto que se preciaba de ser el mejor guerrero vivo, ya que tenía consigo una gran guadaña de la que se decía que bastaba ponerla en alto para derrocar a cualesquiera que se pusiera en su camino. Esta guadaña encantada era roja y en apariencia de madera, pesaba un tanto y tenía la altura de un hombre mediano. Según apuntaba Guadañín, si la alzaba lo suficiente, aquella invocaba un rayo que descendía de los cielos cual señal divina pagana, además, era capaz si este se encontraba furioso debido a algún agravio de partir en dos mitades al enemigo que se procuraba acometerle.

Obviamente, los habitantes de la insúla no tomaban en serio esta fantástica historia, y solían reírse a sus espaldas, o bien, le tiraban piedras en la lejanía cuando este nuestro protagonista no los veía. Pero, en el fondo, muchos de ellos le guardaban cierto respeto, pues a pesar de su incredulidad en lo que atañe a esta leyenda, como la mayoría de estos eran temerosos en lo referente a las mitologías y a las historias que pudieran ser verosimiles pese a sus elementos irreales, intentaban tomar ciertas distancias y jamás llegar a un enfrentamiento directo que podría actuar en su contra. Por ello, las afrendas siempre eran por detrás para que se diese la menos cuenta posible, y mientras, él se pensaba todo un guerrero que era temido debido a sus fuerzas, cuando en verdad de lo que se trataba era de que la gente no quería problemas.

Sin embargo, esta su historia llegó hasta zonas peninsulares, y muchos otros hombres atraídos por el peculiar modo de relatarse estos acontecimientos en una época en la que no se creía en tales leyendas, pusieron rumbo a la desconocida isla para entrar en contacto, y si llegase el caso, llegar a enfrentarse con Guadañín para poner a prueba su valía, y ya de paso, comprobar hasta que punto era cierto lo que se decía. Estos dichos provocaban risa en su mayoría, y mas cuando estos sabían que sus propios vecinos tampoco lo tomaban en serio, pero que como se ha dicho, en el fondo dudando le guardaban aquel respecto escéptico mencionado, mientras que Guadañín se creía su propia mentira.


En estas vicisitudes, acudió primeramente a la isla un caballero armado a destajo que portaba un sable del tamaño de un nogal viejo. Él, además de medir más de dos metros, tenía una anchura como ninguno, pero no de gordo, sino de musculoso. Cada paso suyo era un seísmo que hacía temblar cualesquiera tierras, como así también su presencia turbaba a quién lo veía. Este se preciaba de ser árabe, aunque de árabe solamente tenía lo moreno de la piel al haber nacido en Córdoba, la patria de Ibn Hazm, del cual se jactaba conocer de memoria al igual que algunas epístolas de Séneca, otro compatriota suyo.

Según iba diciendo, este se presento ante Guadañín y amenazándole con su gran sable le dijo lo que sigue:

- ¡Eh tú, enano! He venido desde sureñas tierras para retarte y averiguar si son ciertos aquellos disparates que de ti y de tu guadaña se cuentan -y prosiguió diciendo frunciendo el ceño- Si te consigo vencer (cosa que por otra parte tengo por segura) deberás rendirte para siempre y enmendar las mentiras que cuentas, teniendome a mí como el mas grande de todos los guerreros.

Guadañín no tomándose en serio tales sentencias, con una risa pícara le contestó poniendo en mano a su guadaña que tenía al lado:

- No hay problema. Así sea, pues sé que me bastará poner en alto esta gran guadaña para hacerte fragmentos polvorientos en semejanza a una flor que con la llegada del frío se marchita y dispersa sus múltiples pétalos.

Y sin mas disgresiones, el supuesto árabe haciendo carrera, fue directo para acometer a Guadañín con la fuerza y confianza necesaria para quebrar un muro cimentado en hormigón. Guadañín, cuando le tuvo justo en frente, alzando su guadaña, le entró sueño y comenzó a bostezar. Con la boca abierta de par en par, empezó a salir de la misma cierto aliento que olía a chorizo, puesto que instantes antes de que acudiera su contringante había comido gran cantidad de chorizos que ya estaban pasados de fecha, y que quería terminar antes de que se pusiesen peor. Al terminar de zampar, notó que le sentaron bastante mal en el estómago, pues ya caducados aquello ya no era comestible. Así, pues, el córdobes al estar justamente delante del degustador de chorizos, percibiendo en sus narices tal tremendo olor, cayó de espaldas desmayado y sin remisión.

Todos lo que lo vieron quedarón atónitos, y sin atreverse a emitir juicios en torno a ello, comenzaron tibiamente a considerar que quizás aquel mito pudiera ser cierto, pues, como se decía en su historia, con tan sólo elevar su guadaña le bastaba para derrotar a quién le estorbase. Guadañín, tras contemplar su clara victoria, prosiguió su camino con una sonrisa de satisfacción que le recorría de oreja a oreja.

En otra ocasión, otro caballero haciéndose eco de la anterior batalla, también fué hasta la extraña isla para comprobar si su sútil daga aún con su pequeñez podría conseguir suplir las habladurías que giraban en torno a Guadañín. Este era catalán, de aquellos que piensan que Cataluña es el centro del mundo, y que no sólo debería esta independizarse de España, sino que lo tendría que hacer del universo entero, puesto que el origen del mismo residía de su matriz. Todos los descubrimientos que se han ido haciendo eran patrimonio -según él- de su provincia, tanto la amaba despreciando la totalidad de su país, que pensaba si podía hasta casarse con ella. El susodicho caballero, aunque en apariencia era delgado, llevaba una delganez fibrosa, y una altura que no tenía qué envidiar. Con paso quedo y una pequeña barca cargada de banderas catalanas, puso rumbo a la isla. 

Cuando el barco -si así podría llamarse a aquella madera que flotaba sobre el agua- llegó a la costa, los habitantes de la isla pensarón que les invadían los catales, pero después, persuádiendose de que esto era imposible al ser estos demasiado cobardes, y al ir sin la compañía de los franceses, se persuadieron de lo contrario y se calmaron. Nada mas salir del trozo de madera, este se dirigió a la casa de Guadañín para comenzar el duelo y darle fin en cuanto antes al combate, tanto añoraba su tierra.

Ya dispuesto ante nuestro protagonista, el catalán mencionó estas palabras en un mal castellano que yo he procurado transcribir para que sea medianamente entendible:

- Mire usted, pienso vencerle con esta mi daga forjada en Cataluña, ya que al estar hecha en tal bendita tierra, nada he de temer. Todo lo que se fabrica en mi tierra, tanto la imprenta como los nuevos aparatos, son formados a partir del mismo Dios, con lo que podría decirse que podemos subsistir sin necesidad de dinero ajeno al estar la mayoría de las empresas en nuestro territorio.

A lo que Guadañín contestó sin inmutarse:

- Yo no voy a meterme en disputas políticas que no llevan a ningún buen puerto. Viviendo en lugares apartados como lo es este en el que estamos, se logra aprender del sosiego y solamente se dá importancia a lo que se debe darla. Sea como fuere, -y poniéndose en posición de combate- venga a mí y yo le venceré aunque sea usted catalán o vasco.

El catalán no se lo pensó dos veces y sin entender del todo lo que Guadañín decía, se encaminó con rápidez hasta su posición. Aquel volvió a hacer lo suyo de inclinar la guadaña alzada hacía arriba, y como los suelos de su sala de estar estaban recién fregados por su madre, justo cuando la guadaña estaba como solía en batalla, el catalán ante su presencia se escurrió de tal manera, que ya en el suelo yendo hacía fuera de la casa cayó en un pozo que se encontraba mal situado en el jardín muy cercano a la puerta principal. Se dió tal porrazo en el fondo -pues este estaba vacío desde hacía años- que se quedó inconsciente. Posteriormente, algunos de los que por allí andaban lograron sacarle con esfuerzo, y se cuenta que desde entonces, sin saber cómo comenzó a hablar bien nuestro castellano y viendo la hospitalidad de aquella gente se quedó viviendo allí. Siempre que veía pasar a su lado a Guadañín le hacía una cortés reverencia en señal de su vencimiento.

Pasados unos meses, un caballero distinto que residía en Medina del Campo se aventuró a enfrentarse al portador de la guadaña encantada. Este hombre era algo docto, pues sabía lo básico de medicina, un poco de latín, cierta cultura literaria y leía con asiduidad a Aristóteles. De su apariencia física diremos que tenía una complexión mediana, no era muy corpulento, pues el tiempo que dedicaba al estudio no le permitía hacer el ejercicio debido. No obstante, aquel conservaba una espada que había heredado de su abuelo, y aunque estaba algo maltrecha, podía hacer mucho daño si se usaba con fiereza. En el fondo era este lo que se suele llamar un gentilhombre, que con maestría había entrenado un tanto oyendo lo que se contaba de Guadañín, y que como buen aristótelico y naturalista despreciaba todo lo que olía a fantasía, prentendiendo con sus propias fuerzas "acabar con tanta tontería" según el mismo apuntaba a sus amigos y familiares.

En esto, se dispuso en camino, y llegando a la isla en una avioneta que le construyó un compañero ingeniero, se estrelló con el ayuntamiento saliendo ileso. Los habitantes, yendo a ver el desastre le rodearon para saber qué tal estaba, entre ellos el propio Guadañín, al que nada mas encontrarle le apuntó con su oxídada espada diciendo:

- Veo que eres tú al que llaman "el portador de la gran guadaña" en aquellas habladurías que se disuelven por todo el orbe. He venido hasta aquí con el único próposito de vencerte, y probar así, que todo lo que se dice acerca de ti son mentiras que tan sólo se creen los ingnorantes, los cuales aún por no conocer de la verdadera ciencia, aquella que redime de todo ápice de mitológia. Mi prueba empírica (y por ende, científica) será tu derrota definitiva, y así vencerá como debe de ser siempre ls ciencia.

Guadañín que no tenía ni pajoreta idea de lo que este le decía, al no ser él precisamente muy estudioso le contestó:

- No entiendo nada de lo que usted me viene diciendo, pues no sé nada acerca de los avances científicos modernos, lo que si sabré certificarle es mi segura ganancia en este mundanal negocio.

- Vayamos a ello entonces -le respondió el estudioso decidido a lo que fuera de aquella contienda

Y otra vez el mismo ritual acostumbrado que no repetiré con exactitud debido a que según el juicio de este autor, el narrar no consiste en proliferar palabras que describan sin justificación, sino mas bien en crear realidad a partir de lo pensado. Así fué entonces como en pleno combate Guadañín hizo lo suyo con su guadaña encantada cuando el estudioso se abalanzaba contra él, y en ese momento, justo cuando lo tenía delante, le salieron a nuestro protagonista ciertos aires malolientes de aquellos que por ser silenciosos vienen a oler peor. Nada mas hacer acto de presencia tal corrupción del aire, el estudioso sintió sus propias narices muy lastimadas y cayó rendido al suelo como hicieron los anteriores contringantes. Incluso, muchos de los restantes circundantes hicieron lo mismo y Guadañín vino a sentirse muy satisfecho de su poderío, coronado ya como el guerrero más fiero de aquella insúla.

Su fama corrió durante años, ya no sólo por nuestras tierras, sino que mucho mas allá recorriendo el mundo entero. Ocurrió que cierto día, cuando Guadañín campaba a sus anchas por su amada isla, se le escurrió la mágica guadaña que llevaba apoyada sobre sus hombros, y cayendo al suelo debido a su fragilidad se le rompió toda. El pobre bañó con sus lágrimas el arma caída en el combate que nos sucede a todos en la degradación que vamos experimentamos con los años. Jamás se había sentido tan triste, y aquella tal tristeza que se depositaba en lo más intrínseco de su persona le llevó a una constante meláncolia que acabó por matarle a los dos días. Sus vecinos que también sintieron una honda tristeza en la caída de una leyenda inmortal, aunque fingida como era la suya, decidieron no contar a nadie estos últimos sucesos y construyeron una estatua en la plaza principal en su honor en la que aparecía con la guadaña alzada para proteger lo que fue un mito que ellos mismos quisieron creer pese a su irrealidad para mantener la vida.

Sí, aquello fue una mentira que se extendió por todos los lugares y que comenzó a transmitirse de padres a hijos por los siglos de lo siglos. Todo el mundo conocido tenía a Guadañín como un héroe que en verdad era un farsante que se creyó su propia fantasía, había sido bañado en oro como tantos otros cuando en realidad se trataba de un hombre mas que hizo de su ilusión el motivo principal de su vida. Espero, no obstante, que aquel que leyere estos papeles no sea tan inconsciente para ir pregonando lo aquí escrito para dárselas de importante como quizás lo hago yo mismo al narrarlo. En fin, a mi modo de ver, la mayoría de las leyendas se forman a partir de exagerar un fraude, pero así como los sueños son reales en la medida que estamos insertos en ellos, como también las novelas en el momento que las leemos, hagamos esta concesión a esta historia también y prosigamos adelante pese a los inevitables sucesos que en ocasiones nos detienen la marcha como podría ser la llegada del atardecer que da comienzo a algo nuevo. Así, también, ocurre con las historias cuando terminan, esperando en las sombras hasta volver a comenzar en el momento menos esperado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.