A mi modo de ver, la creencia -es decir, la
necesidad o la búsqueda de un sentido divino que llegue a formar parte de
nuestras vidas- supone el problema, y a su vez, la solución a todo
planteamiento donde nos encaminamos. Quiero decir, que en el fondo, todos
nuestros esfuerzos -y los que se han dado a lo largo de la historia del
pensamiento- van dirigidos a tener una concepción de Dios. Dependerá de muchos
factores a la hora de llegar a definirlo de múltiples maneras, pero al cabo,
tarde o temprano nuestras inquietudes nos dirigirán a formar nuestra visión de
lo Divino, incluso, quienes presumen de carecer de alguna, y se esconden en el
cómodo ámbito de la carencia o de la neutralidad fingida, ya sin quererlo a
propósito han creado por sí mismos a su Dios. Unos tendrán a su Nada, al
Dinero, a la Utopía comunista… Tristes dioses, pero no obstante, dioses de una
u otra forma.
En lo que se refiere a la existencia de Dios
racionalmente argumentada y demostrada a partir de unos principios causales,
cuyo reflejo se contempla en los efectos. y definida a partir de unos atributos
negativos, lo considero algo que se da por hecho y que ya han demostrado los
teólogos a partir de la razón natural. Sin embargo, ello no me interesa en lo
más mínimo, pues aunque satisface a la curiosidad erudita, no así hace latir
con más firmeza al corazón. La razón llega y define hasta cuanto puede -y es
capaz de ejecutar grandes cosas-, satisface necesidades estrictamente
intelectuales, mas no nutre nuestra vida, no nos garantiza un sentido por el
cual vivir. Cuando a la creencia se la pretende demostrar con silogismos y
cúmulos de razones amontonadas, esta se sonríe levemente, pero en su fuero
interno se siente en temporada de seguía, orando a las nubes para que estas se
compadezcan, y con su regadío, nazcan las hierbas frescas en la mañana con su
rocío acostumbrado.
Yo no me refiero al Dios inventado a partir de
formulas y preposiciones, yo me encamino hacia el Dios vivo, aquel que, además
de dotarnos de un sentido, nos da ánimo de vivir. Y si este no existe como
presumen los arrogantes ateos, mejor sería no existir ¿Qué demonios es aquello
de que la vida es un deleite efímero, y después, el vacío? ¿En serio alguien
puede seguir caminando por estos lares pensando algo tan monstruoso? No lo
creo, o al menos, confío en que así no sea, porque de lo contrario… ¡Pobres de
todos nosotros!
Cuando voy paseando por el campo rezo a veces sin
querer ni pronunciar palabra alguna sintiendo al diestro viento recorrerme el
cuerpo entero, o cuando exploro inusitados lugares con el pensamiento y mi
ventana está justo delante, miro al
cielo claro del día que da entrada a una noche estrellada, adornada con sus
millares de luceros, y me estremezco. Sueño en tales momentos en que el Dios
Padre nos cuida desde sus alturas, y que pese a las apariencias, jamás
permitirá que nos quedemos solos, puesto que nuestras lágrimas se acumulan en
su pecho, y en su misericordia nos perdona nuestros pecados, como así nosotros
hacemos con nuestros hermanos. Inclino mi mirada al suelo, viendo como mis pies avanzan
o retroceden según mis andanzas, y cuando los males del mundo corroen la
memoria, aparece el rostro del Cristo con su corona de espinas de camino a su
sufrimiento, y dándome consuelo me recuerda que todo aquello relacionado con el
dolor no es nada nuevo en este horizonte donde convivimos, o al menos,
pretendemos hacerlo.
Esa es la fe por la que suspira mi espíritu; la del
sermón de la montaña, la de las enseñanzas del Cristo, que no se disuelven en
las palabras, sino que se hacen obras. Claro que, en muchas ocasiones, siento
un desconsuelo espiritual, y en mi mal pensar me acomete la duda, y me da por
temblar en las noches cercadas por nubes. Pero, entonces, recuerdo cual vano es
mi desasosiego en comparación con los sufrimientos del Cristo, y pese a que esto
no logra mitigar del todo este dolor interno, al menos me alivia momentáneamente
hasta que después acuden las lágrimas. Tengo por cierto que el comienzo de la
duda supone el puente para la fe, pero no se puede caer en ella permanentemente
porque si así fuese ¿Que distinguiría al creyente del incrédulo? Y ante esa
pregunta, la verdad es que no sabría que contestar, pues siendo sincero he
conocido a lo largo de mi escasa vida creyentes que diciendo serlo no se
comportan como tal, y supuestos no creyentes, que negándolo no parecen advertir
que con sus acciones son más creyentes que otros tantos. He ahí mi perplejidad,
mi confusión, pero también, mi paradójica fe.
Mi creencia -si así quiere decirse- es de índole
sentimental, y pretende ser una esperanza lanzada sobre esta vida para
sobrepasar los oscuros abismos y dar luz allí donde habitan las tinieblas. En
este valle de lágrimas hay multitud de demonios sueltos con apariencia de
víctimas, lobos feroces con piel de oveja habitan en estos montes, y por ello
hemos andar con tiento e intentar hacer de nuestra fe obras, pues de lo
contrario, nada vale el suplicar por Dios, si no se atiende al prójimo y
seguimos mirando por nosotros mismos cuales gentiles con falta de moral. El
verdadero creyente, a mi parecer, ha de ver fragmentos de Dios lucientes en los
rostros de sus hermanos, y sobre todo en los niños, aquellos de los que el
Cristo nos advirtió que serían los que entrarían en el reino de los cielos
¿Tendríamos que dejar nuestros bucles intelectuales y volcarnos en procurar
recuperar la fe infantil? Yo pienso que por simple, es la que más vale.
El cristiano es aquel que procura con todas sus
fuerzas seguir el ejemplo del Cristo, y entre todos los mandamientos que el
Hijo del hombre re-formuló del Antiguo Testamento -cambiándolo totalmente- para
dar entrada al Nuevo es aquel que sustituye el ojo por ojo, por el de aprender
a perdonar las ofensas, y dejar de censurar los pecados ajenos no advirtiendo
la viga que se posa sobre nuestra pupila. Y esto es una cosa que muchos han de
procurar poner en práctica, donde yo mismo me incluyo. Pero, sobre todo, pienso
que el más importante es aquel consejo que Cristo reitera varias veces a sus
apóstoles y discípulos, el de amarse los unos a los otros, ya que ¿Qué es la fe
sin el amor? La nada, la religión de los impíos y los morbosos que justifican
sus vicios en la ausencia de Dios.
Poco me importa que se me acuse de proliferar
sentimentalismos, e incluso, de caer en una herejía respecto a la doctrina
oficial, puesto que lo que diga cualesquiera listado de reglas formales no
tiene influencia en mis decisiones vitales, porque es el Amor lo que da entrada
a la piedad y a la caridad, y de ello, se siguen las buenas acciones que se
realizan tanto por el bien común como por la salvación personal, pero no es
esta última como muchos beatos que me recuerdan a los Fariseos, los Saduceos y
los Escribas -que fueron precisamente, contra los que luchó Jesucristo con el
ejercicio activo de la veracidad y del rechazo a su falta de autentica fe- que
se piensan que la gracia divina es un intercambio comercial. Ya os digo que
quienes crean que acudiendo a la Iglesia y pagando los diezmos están salvados,
yerran del todo y podría decirse que se comportan como hipócritas respecto a sí
mismos aceptando las dádivas de los sacerdotes que han convertido la casa de
Dios en aquel festín de mercaderes por el que tanto se enfureció -y con razón-
el Cristo.
No es el símbolo ni el decoro lo que nos conducirá
al Reino de los Cielos, es nuestro amar a la tierra actuando en correspondencia
con los dictámenes divinos impresos en el corazón lo que nos hará ganarnos el
cielo, siendo así un intento de ángel atrapado en una cueva oscura. Al igual
ocurre respecto a la moral, no se trata de unas pautas a las que uno deba
estrictamente regirse como quién repite lo que el maestro dice, esta se halla
en nuestro interior y aflora cuando la injusticia campa a sus anchas. Muéstrame
un acto malvado y violento, y ya os aseguro que se me oprimirá el alma y lo
censuraré internamente, y aún mas si soy yo quién lo ha cometido.
Sin embargo, hoy día nos movemos por el mundo
sobrepasando la animalidad, y nos hemos encerrado en una cámara de cristal que
se empaña con las necesidades ajenas, cual neblina que a su vez hace de espejo
para solo vernos reflejados a nosotros mismos. Todo esto es una impiedad y una
falta de humanidad en la que nuestro modo de vida nos conduce cada vez más, y a
la que además, las restantes personas nos inducen a continuar como si no pasase
nada, como si no hubiese bien ni mal, como si nada importase… ¡No pienso
dejarme caer en la tentación de esta maldad colectiva y propagada por las
instituciones y sus jerarquías! Mirad, por favor, al hermano que os pide ayuda,
aquel que sólo busca un mendrugo de pan, o unas monedas para sustentarse, o
quizás para alimentar a una familia entera. Socorredle, prestarle vuestra mano
y dar aquello de lo que vosotros tenéis dos pares, si tenéis las necesidades
básicas cubiertas siempre se puede dar sin pedir nada a cambio. Muchos os dirán
en su pecaminosa manera de pensar, que no confiéis, que rehuséis de ayudar, que
todo seguirá igual… Ellos ya han caído, han sido depravados por el ambiente
urbano cayendo en el nihilismo más sucio, intentad enseñarles el camino
correcto, y si os hacen oídos sordos, buscad a quien los tenga abiertos.
Es un esfuerzo constante, es el luchar en el
interior incesantemente, y así, no dejarse arrastrar por influencias extrañas
que nos procuran obligar a transitar por la senda de la mentira, y mucho menos,
aceptar autoridad ni imposición de este mundo, y aceptar de acuerdo con la faz
de un Dios vivo una fe ardiente que como un fuego que nunca se apaga a pesar
del frío, atravesando con sus llamas los copos de nieve nacidos de nuestras
etapas gélidas. Sé que procurarán vencerme, abatirme a base de golpes, hacerme
temblar las piernas con dudas, titubear al leer la palabra sagrada por el
miedo, pero, que sepan que mantendré la fe en mí. Confío, en que después de
todo, Dios nos salve a todos y nos mire como a hijos extraviados, que, como
semejantes, se arrepientes de sus pasos errados y vuelven allí donde fue su
beatifico origen y pasan a vivir eternamente junto a los suyos, aquellos que en
vida los quisieron, y en la muerte, permanecen juntos mas allá de las
eternidades.
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