- ¡Oh, vaya! ¡Qué magnánima sorpresa el encontrarte aquí! Ni en mis sueños más remotos sería capaz de imaginar el tener noticias tuyas en lugares como este. Quiero decir, que, además de sorprenderme de verte, también lo hago respecto al entorno que nos circunda, ya que ni yo mismo sé la razón de estar por aquí ni hacía dónde me dirigía en un principio. Estoy confuso a la par de exaltado, aturdido así como aplacado por estos supuestos azares del destino -dijo él con una meláncolica alegría
- Yo, en cambio, no puedo decir lo mismo. Pues sé quién soy y dónde me hallo en todo momento, y por lo visto, jamás te he perdido de vista al habitar constantemente esa memoria tuya. He de advertirte, que he leído algunos de los escritos que pululan en tu mundo; unos me han emocionado, y otros, me han desagradado hasta el punto de llorar. Tienes una verdadera obsesión conmigo, que si me permites decirlo, llega a parecer insana. Como sigas danzando por tales lares, acabarás enfermo y loco, si es que no lo estás ya - respondió ella espaciando cada una de sus palabras para darles un tono de gravedad
- En verdad, tu discurso no ha salido de razón alguna concertada, he de admitir de que no he sido capaz de olvidarte. Te tengo presente constantemente, incluso, cuando tu rostro parece no inundar mi alma, alguna sombra tuya acude y se hace una figura de lo que fuíste, bien formada. En este momento, por ejemplo, estás tal y cómo de recuerdo sin fallar un punto. Ya no sé si has sido mi desgracia o mi salvación, quizás un poco de ambas: eres un yugo de tela, tan confortable como opresivo. Así pienso que se resuelve el amor. Sí, el amor supone un yugo muy cómodo, del cual si uno acaba verdaderamente poseído, queda como ves, atrapado en sus redes para siempre.
- ¿Ves? Ahora, en este instante, hablas como escribes. Sin embargo, estoy dispuesta a satisfacerte, y acompañarte hasta nuestro hogar, aquel en el que nuestros brazos surgían entrelazados y nada importaba, excepto la mutua compañía. Desde que me fuí, como dijiste en la última despedida, no he sido capaz de dejarte atrás. He estado en múltiples lugares, pasado penas y desdichas, risas y lágrimas, aplausos y sacudidas, sendas pérdidas y nuevos hallazgos. Sé que soy una parte preponderante de tu recuerdo, mas deseo retornar a tu presente según mi antiguo yo, como si nada hubiese pasado que haya quebrado lo que el amor formó, aquella que no ha salido de tu cabeza y que habita incrustada en tu corazón.
- No puedes imaginarte lo feliz que me haces ¡Por fin! Llevo buscándote, incluso cuando aparentaba hallarme en otras tareas, largos años. Y, ahora, que desconozco qué me hago de mi mismo y dónde me hallo, reapareces tal cual tú misma. Cerremos las heridas, sepultemos las rencillas, eliminemos todo rencor, enterremos los odios mutuos, seamos lo que fuímos pese a lo imposible que pueda resultar a los muchos. No sé hacía dónde nos llevan estos vagones, pero eso ahora mismo no importa. Pues, según me siento en este momento, vuelvo a la felicidad que en su tiempo me pasaba desapercibida. En fin, buscando expresarme con exactitud, sólo puedo decir que te amo. Tras tantas lágrimas vertidas sobre los ya húmedecidos papeles, tras tantas noches no dormidas, tras sumas desesperaciones en mis acostumbrados viajes, tras la lucha interior que comporta el peso del sufrimiento... Aquí estás, y yo también. No podría pedir más, aunque quisiera, pues ya lo tengo todo cuando antes parecía no tener nada - acabó diciendo él, y ambos se abrazaron como antaño, se cogieron de la mano y se sentaron en uno de los vagones del metro.
De entre la oscuridad, apareció entonces un niño ruso con sus ojos azulados y una cabellera rubia. Se sentó frente a los dos ya felices amantes y los miró con interrogación, como si esa no fuese la primera vez que se hubiesen visto. Enarcando las cejas y con una sonrisa muda, salió del aposento de su silencio y comenzó a decir:
- ¡Ay, parece que me he perdido! Me he acercado porque creo que yo a ti te conozco. No es la primera vez que te veo ¿Me equivoco?-sentenció señalando hacía él
- Pues yo no sé quién demonios eres tú -le constentó consternado
- ¡Ah, seguro que le conoces! Es un buen escritor, que, aunque esté en sus comienzos, aún le queda por recorrer largos caminos hasta la añorada meta. Mira -dijo ella sacando sendos papeles de su bolso- estas son algunas de las cosas que ha escrito ¿Que te parecen? ¿Verdad que a lo menos resultan estrafalarias? Si prestas atención a las letras empequeñecidas, encontrarás una dirección a la que escribirle cuando lo necesites. Quizás tengas dudas y ansíes encontrar respuestas en tal inhóspito oráculo castellano.
De repente, el lugar se mudó y se hallaron en la mitad del vagón justo cuando el metro tenía que hacer una parada, un alto en el inusual viaje. El niño ruso por fin encontró a sus queridos padres, los cuales nada mas verle le cogieron de la mano porque ya debían de salir y marcharse allí donde iban a ocultarse. El padre estaba prácticamente calvo y le acompañaba una barriga propia de los que abusan de la cerveza, y la madre parecía vestir una luenga bata de un azul marino, a lo que se añadía su corto y rizado peinado, recién teñido. Él, se despidió del muchacho y de sus padres, y cuando quiso darse cuenta estaba solo en el vagón, ella había vuelto a desaparecer.
Entonces, comenzó a buscarla por todo el oscuro vagón mientras una tenue neblina parecía cubrirle la vista ¿Dónde volvería a hallarla? se preguntaba en tanto que corría y la buscaba entre la gente. A veces, la confundía entre las personas que subían y bajaban de las paradas. Después, entrándole en la mente una extraña intuición, cambió de tren pensando que la encontraría allí. Pero todo fue en vano, no estaba en ningún lugar. Solamente la soledad de siempre le acompañaba, se tenía a sí mismo y a sus remordimientos. Aquella culpabilidad, aquel malestar, la nostalgia, la tristeza por lo que nunca retorna, los pesares por no volver a ser capaz de amar... "¿Que he de hacer? ¿Hacía dónde tengo que ir?- le acudían estas preguntas mientras se perdía en un laberinto que parecía no tener salida.
Recorría incesantes vagones, andaba por largos pasillos, se metía en unos y otros trenes, recordaba su dicha perdida, se incorporaba por momentos, y al rato, lloraba. Llegó el tiempo, que ya cansado, se tiró al suelo y sostuvo su rostro con ambas manos y comenzó a suspirar, gritó y nadie acudió en su socorro. Estaba, como dijimos, solo y lo peor de todo no era la soledad, sino que era consciente de ella y de que en un tiempo préterito no fue así ¿Lograría acostumbrarse a sostener tal cantidad de maleza emponzoñada en su pecho? ¿Algún día se salvaría y retornaría a su antiguo estado? ¿Recobraría la capacidad de amar? ¿Alcanzará la utópica felicidad?
Despertó, encontrándose allí donde siempre estaba. Entre sábanas se retorcía, el lecho era acomodada prisión, su desesperación ya acostumbrado estado. Miró hacía la ventana, y pudo ver que entre las rejillas asomaban rayos provenientes del amanecer, la llegada del día se infiltraba en su cueva cercada por las sombras que él se había impuesto durante algunos años. Se levantó y contempló su reloj, y pudo discernir en su todavía no concertada vista que eran las ocho y media de la mañana. Tras un rato en suspenso, sentado en la cama, cogió un envejecido papel y escribió lo que sigue:
Tras despertar de un sueño
donde volví a perder a quién amé
No es posible,
lo soñado fue real,
lo vívido una sombra banal
en modo alguno estable,
lo sentido un espectro en el abismo
que cuando muere ya no es lo mismo.
Desvelado por los sueños,
intento recuperar amores perdidos
pese a que ya despierto,
los busco como sombra sin sentidos
que alumbra los solitarios desiertos.
Ella sujetó el yugo fatal,
mas no volverá, así lo advierto,
dañado con arma letal,
a no ser que acuda cuando soñada
retornando a ser amada,
dando licencia al sentimiento.
Te perdí entre vagones
de un metro oscuro,
como aquellos trenes
se esfumaron en un conjuro.
Y, mientras yo, con un recuerdo,
que fue real al ser sueño puro,
soy de las sombras atuendo
y de las risas del hado señuelo sin freno.
Quebrado, imito sonrisa afable,
en tanto que un apagado trueno
aplaca en mi alma diciéndose:
[ "No es posible,
no..."
Es imposible porque este despertarse,
quedarse turbado sobre la cama
recordando a quién todavía se ama
no es meramente un desesperarse
sin un contenido definido,
estoy aquí porque ha resurgido
la llama que ha prendido y se ha hecho [imagen,
que onírica ha nacido
como así las fantasías surgen.
En este caso,
lo soñado es tan real y concertado
en semejanza a mi ánimo laso,
con el espíritu minado y agarrado
que figuró a la amada ausente.
Yo la buscaba sin encontrarla entre la [gente,
atravesando ínfimos pasillos,
mirando atentamente los rostros si acaso
ella podría aparecer enfrente.
Por una intuición guiado, caí al foso
de aquellos enamorados y olvidados
para decirme, con un temor terrible:
"No es posible, no... ¡Imposible!
Pero no, lo soñado fue real,
lo vívido una sombra banal..."