La existencia humana es muchas veces cuanto menos paradójica, y no me refiero solamente al mero hecho de existir, sino sobre todo cuando esta se desvanece como efecto de algún truco de magia cósmico. A diario, muchas personas desparecen de la faz de la tierra sin razón aparente, y quitando de esta extraña estadística a todos aquellos que huyen de sus hogares por cualesquiera motivaciones, los hay que simplemente desaparecen, sin dejar pista alguna sobre su paradero. Con una leve consulta a casos semejantes, uno caerá en la cuenta de que este hecho es bastante extraño, y la carencia de datos que puedan arrogar algún tipo de huella sobre qué aconteció para que esas personas dejaran de ellos tan sólo el recuerdo, lo hace todavía más raro. Pensar que un día de estos uno puede fundirse con la ausencia porque sí, me estremece interiormente a la par que me hace preguntarme por el sentido que tiene todo.
Uno de estos casos que se han dado recientemente fue el de Sebastían Heiss, el cual a pesar de no tener amigos ni conocidos, dejó consternado a sus vecinos y familiares lejanos por lo inhóspito de su desaparición. Al igual que ocurre en todas estas situaciones, tanto las investigaciones policiales como las detectivescas privadas no hallaron rastro alguno ni sobre lo que ocurrió ni mucho menos sobre dónde podría estar. No obstante, para deleite del lector este escritor aficionado encontró su diario a través de un informante que dejaré en el anonimato.
Al principio, he de reconocer que me fue bastante indiferente el recuperar el diario de Sebastían Heiss, ya que la policia tuvo acceso al mismo antes que yo y lo desechó por disparatado. Debido a ello, pensé que no iba a encontrar nada interesante ni para hallar pista alguna en torno al desaparecido, ni mucho menos datos algunos que dieran a esta historia cierto matiz literario y misterioso. Mas me equivoqué, puesto que según fuí leyendo llevado por el hastío de no tener nada mejor que hacer, me fue interesando cada vez más hasta que llegó el punto que lo consideré un documento bastante revelador en torno a existencias superiores que trancienden toda la vida cotidiana, y que por tanto revelan algo que va más allá de lo que mencionan todos aquellos propagandistas del materialismo y de la ciencia sin fundamento.
Así, pues, os hago llegar un resumen en torno a lo que considero interesante transmitir por este medio a mis lectores, y quizás consiga al menos dejar pensando a más de uno. Obviamente, he suprimido tanto las reiteraciones como los datos que por lo vulgar no merecen la pena llevarse por escrito. También, he de reconocer, que como nos hallamos ante una historia harto singular, otros elementos han sido omitidos porque podrían afectar a la cordura de quienes tengan una sensibilidad superlativa. No pretendo sugestionar en demasía a mis lectores, pero aún así considero que historias como estas merecen transcribirse por escrito en tanto que atestiguan un conocimiento de suma importancia que rara vez comentan las gentes. Una vez dicho esto, paso a resumir esta historia que espero que sea de vuestro interés.
La vida de Sebastían Heiss transcurría con anodino paso, sin detalles que mereciera la pena cosignar debido a su insignificancia y a su ordinariez, mas un día algo extrañó ocurrió. Sebastían se levantó tremendamente sobresaltado, sin comprender la razón de sus palpitaciones. Era de madrugada, y el sudor en el que se encontraba rodeado atestiguaba que había tenido como mínimo una pesadilla. No comprendía su turbación interna, además le latían las sienes como si estuviera aquejado por algún tipo de dolencia importante, e incluso una enfermedad de la que hasta ahora no tenía noticia. Para despejarse, se levantó de su cama desvencijada y húmeda, y fue al baño para beber agua fresca y con ello quizás aclarar sus ideas. Una vez que se hubo deleitado con la frescura del agua de si grifo, comenzó a escuchar una serie de zumbidos, como de molestas moscas que se hubieran infiltrado entre los intersicios de su tejado. Recorrió los pasillos, mirando a un lado y a otro, pero no pudo localizar con su mirada nada. Algo perturbado, sin entender que ocurría se fue a intentar dormir, logrando conciliar el sueño sólo un par de horas.
A la mañana siguiente casi se había olvidado de los acontecimientos nocturnos hasta que desayunando volvió a oír el dichoso zumbido, haciendo que retornase a su aturdida memoria mañanera el recuerdo de susodicha molestia. Ya con la luz del día, comenzó a ir a un lugar y a otro de la casa atenazado por el frenesí de la duda, y cuando ya iba a darse por vencido, dió con el origen parcial del ruido. Se trataba de una avispa que se chocaba insistentemente con una de las ventanas, vista la cual la propinó un golpe con una de sus zapatillas. Pensaba que aquel asunto estaba zanjado, pero tras un tenue silencio que duró unos segundos, los zumbidos volvieron a resurgir con mayor intensidad si cabe. Dió mas vueltas y revueltas para localizar a las molestas amigas de la susodicha avispa, pero todo fue en vano.
Transcurrió todo su día en esa extraña tesitura, yendo y viniendo para asomarse aquí y allá sin averiguar nada en concreto. Tanto tiempo pasó así que se le hizo de noche como por milagro, dándose cuenta que no había comido ni se había aseado en todo el día. A pesar de los zumbidos, hizo un esfuerzo por comer algo, pero no había manera, no cesaba de escuchar el maldito ruido de alas batiéndose. Incluso masticando con frenesí o pataleando al suelo con rabia, los zumbidos sobrepasaban todo sonido. A las veces daba la sensación de que surgían de su cabeza, de su interior, nublando sensaciones y sentidos en aras de una desdichada locura.
Agotado por esta situación, nada mas terminar de comer acudió a su cama y cayó derrotado. Pero en esa extraña noche, no dejó de soñar con los zumbidos y avispas voladoras que amenazaban con picarle nada mas este se les acercase. Otra vez se despertó sobresaltado mas en esta ocasión muy temprano por la mañana, y cual no sería su sorpresa cuando mirando al tejado descubrió a dos avispas jugueteando y dando vueltas como si nada. Sebastían, ya hastiado y sin ganas de nada, cogió un veneno y lo esparció en dirección a las avispas, provocando que estas se derrubaran a los escasos minutos. Pero no obstante, los zumbidos insistían, e incluso podría decirse que aumentaron en intensidad.
Sin desayunar ni beber cosa alguna, Sebastían se hizo a la tarea de buscar otra vez el origen del zumbido, tanto dentro como fuera de casa, mas de nuevo todo fue en vano. Y otra vez de nuevo, se le hizo de noche sin sacar resultado alguno sobre el paradero del maldito zumbido que ya amenazaba su cordura. Esta vez sin ingerir comida antes de acostarse, cayó como muerto en su cama. Aquella noche sus sueños fueron trementamente raros, como aquellos que dicen que tienen los ciegos en los que sólo se escuchan sonidos y unas luces de colores aleatorias danzan en la oscuridad. Mas en su caso, el sonido que escuchaba eran zumbidos que iban descendiendo y subiendo en una escala tonal que valdría de calificar de armónica, en tanto que vislumbraba a través de las sombras líneas amarillas que se agitaban con frenesí. Prestando más atención, cayó en la cuenta de que aquellas líneas adoptaban una figura que correspondía a las de las avispas, y que amenazaban con picarle en la oniría.
Al despertarse al día siguiente, se sentía tremendamente somnoliento. Pero aquella sensación aletargadora no se alargó en demasía cuando volvió a escuchar los dichosos zumbidos. Estos parecían mucho mas fuertes que en días precedentes, provocando un fuerte dolor de cabeza en el desdichado Sebastían. Mas, dirigiendose al pasillo con paso trémulo descubrió que este estaba plagado por unas cuantas avispas, probablemente más de veinte. Sin pensarselo dos veces, usó del veneno como si fuera una ametralladora en una guerra, provocando así la caída paulatina de alados cadáveres, a los cuales remataba pisando con saña. Ya se creía liberado del malvado zumbido, cuando este ascendió en maldito frenesí taladrando su cabeza. Queriendo huir de esa enferma sensación, llegó al salón el cual estaba infestado de avispas que revoloteaban de aquí para allá como si estuvieran en su elemento. Ni todo el veneno del mundo iba a acabar con tal enjambre.
Desesperado, salió de su propia casa con premura y decidió acudir a los controladores de plagas. En una grísacea salita, le hicieron esperar unos interminables minutos hasta que le atendió un hombre rechoncho. Este le comunicó que el solicitar a una serie de sus embleados no era cosa sencilla, que tenía que rellenar una serie de documentos y pasar por una serie de pasos burocráticos, pero tanto insistió Sebastían en lo urgente de su situación -tanto que no podía ni retornar a su casa- que el hombre se solidarizó con su situación y decidió hacer una excepción, acudiendo a su casa con un par de empleados que descansaban desocupandos bebiendo unas cervezas.
Pero, cuando llegarón al inmueble, no vieron nada extraño. No había rastro de avispa alguna, como tampoco de zumbidos que atestiguaran su presencia. Esto enfandó tremendamente al hombre, que arqueando su cabeza en señal de desaprobación, le espetó a Sebastían que ese tipo de bromas estaban fuera de lugar. Mas este insistía tanto, que aún con el cabreo, se vieron obligados a recorrer la casa por si las moscas, aunque debido a la situación más valdría decir por si las avispas. Pero nada, seguía sin aparecer rastro alguno. Y una vez que acabaron, el hombre retornó a reprochar tan deshonrosa actitud. Mientras este le reprendía, Sebastían no dejaba de escuchar un tenue zumbido que surgía de su mente, y que hasta parecía que se burlaba de él.
Aquella noche, la insistencia de los zumbidos fue tan insoportable que se vió obligado a descender al sótano para mitigar aquella tortura que ya rozaba lo inhumano. Allí, en aquel frío, húmedo y abandonado sótano, se arrellanó en una solitaria esquina. Y tras despejar algunas de las viejas telas de araña que allí crecían con profusión, se apoyó buscando el negado descanso. Fue entonces cuando escuchó una vibración muy violenta que sacudió todo su cuerpo, y cuando quiso reaccionar fue demasiado tarde porque el muro que tenía a su espalda se derrumbó como si tal cosa. A través de la oscuridad, logró vislumbrar una presencia que se agitaba entre las sombras, lo que hizo que se apartase tremendamente horrizado. Cuando lo hizo alumbrado por la amarillenta luz de una desvencijada bombilla que tenía sobre su cabeza, pudo ver ante sí una avispa de un tamaño inmenso que se le aproximaba. Aquella avispa era descomunal, sus alas parecían aspas y hélices de algún helicoptero, y sus largas patas negras y peludas se debatían en una insensata ejecución. Sus fauces parecían querer comunicarle algo en una agitación que era acompañada por unas verdosas babas que se le escurrían. No obstante pudo entender algo así como: "El zzzsueño.... ve hazzía el zzzzzsueño..." Pero no se quedó mucho para averiguar el resto del mensaje, pues salió corriendo en dirección al jardín y allí se quedó.
Cuando se despertó ya era medio día, se encontraba tendido sobre el césped que debido a su descuidada situación estaba intercalado por las malashierbas. Pensaba que había tenido una pesadilla hasta que vió revoloteando ante su aturdida vista a un par de avispas, y entonces el dichoso zumbido retornó como en días anteriores. Así recordó y se cercioró de que lo que había vívido era real, y que se encontraba en una situación que valdría calificar de pesadillesca. Introduciéndose en su casa, atestiguó la presencia de innúmerables avispas que volaban con entera libertad por su vivienda, y esquivándolas como pudo, llamó a los controladores de plagas. Pero estos, una vez que supieron quién solicitaba su intervención, se negaron en redondo a ayudarle dejándole trementamente desamparado.
A partir de aquí, trancurrieron los días en una constante lucha violenta contra las avispas, aplastándolas sin piedad, comprando cantidades ingentes de veneno que diseminaba a su al rededor para instantes después contemplar la lluvía de sus cuerpos muertos, gritos e insultos que Sebastían profería ya instado en la locura... Pero todo era en vano, daba igual cuantas avispas eliminara porque al día siguiente se encontraba idéntico panorama si no peor. Todo se encontraba plagado de una cantidad ingente de avispas que se reproducían entre sí como si no hubiera un mañana, sobrevolando por encima de innúmerables cádaveres que Sebastían ya ni se molestaba en recoger. A tanto llegó su locura que incluso se alimentaba de ellas, y ya no sólo de las muertas saboreando un resquicio del veneno con esencia lima-limón, sino también de las vivas, notando cómo estás dejaban de agitar sus repugnantes alas una vez que sus cabezas eran aprisionadas por sus muelas, liberando un líquido que se le antojaba transparente.
Y así continuaron sus enfermizos días hasta que repentinamente en una noche despejada de nubes, permitiendo así que la luna reclamara su imperio a través de las salas de la casa entera, Sebastían cuasi-sonámbulo, recorrió el inmueble entero cerciorándose de que no quedaba rastro alguno de las avispas, ni tan siguiera de los cadáveres, e incluso el zumbido se había replegado para dar paso al silencio. Aquello le perturbó tanto más que si todo hubiera transcurrido igual a los días precedentes, puesto que se encontraba aturdido y ya hasta dudaba de su propia cordura, preguntándose si todo aquello se lo había imaginado o se trataba de un sueño al que debía de lanzarse como le aconsejó aquella avispa gigante. No comprendía nada, y cuanto mas se esforzaba en entender qué había pasado, más le dolía la cabeza por el esfuerzo a pesar de que los zumbidos habían sido consumidos en favor de una silenciosa bruma.
De entre todas las páginas de este diario, una de ellas destaca por su extrañeza, y que curiosamente corresponde con la última. En esta ocasión, en vez de hacer un resumen de la historia para dotarla de cierta coherencia a pesar de los extraños acontecimientos que narra, paso por último a transcribir con entera literalidad aquello que tengo ante mis ojos. Aquí os lo dejo por último para que cada uno saqué las conclusiones que crea propicias, si es que puede extraerse algo minímamente racional de lo ocurrido:
"Desconozco la razón de porqué tras los acontecimientos vividos, en aquella noche de relativa paz me puse frente al espejo, el hastío vital quizás. Parecía como si el silencio y el cese de aquellos horribles zumbidos me conduciera a la instrospección que me otorgaba el contemplar mi demacrado rostro en ese espejo.
Sin embargo, lo más extraño era que cada vez que me observaba menos identificaba aquel reflejo conmigo mismo. Según pasaban los minutos sentía que aquel otro yo era efectivamente un yo que más bien era un no-yo, y que aquellos otros no-yoes que se reflejaban en la pupila de aquellos enfermos ojos se multiplicaban ad infinitum en una escala eterna que quebraba toda espacio-temporalidad. Y, al darme cuenta de esto, el espejo comenzó a curvarse, encerrándome en una especie de cúpula de cristal que flotaba a través de la inmensidad del vacío. Y fue entonces, en esa supuesta nada, cuando reconocí en el exterior que ahí estaba mi verdadero yo. Aquel auténtico yo que me estaba más allá de las ondas vibracionales que se transmutaban en zumbidos para dar cabida a un sonido de tal inmensidad que anulaba su propia naturaleza auditiva. Fue un descanso de profunda paz para mí certificar que mi único contacto con la realidad exterior a partir de entonces fue el retornar a escuchar los deliciosos zumbidos de nuevo en el vacío. Así retorné al sueño eterno, tal y como la reina avispa me había indicado cuando yo era todavía un ignorante de tantas cosas.
Ahora, por fin, soy yo quién sueño mi vacua vida en vez de dejar que la vida sea la que me sueñe a mí.
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