jueves, 30 de marzo de 2023

De otro mundo

 Hay muchas personas muy raras por este mundo. Personas que sobrepasan lo que se suele considerar estrafalario, que campan a sus anchas bajo las miradas perplejas de los demás. Quizás, los que solemos tildar a los demás de raros, es que somos demasiado normales, como también es posible que en verdad todos seamos un poco raros en tanto que cada uno tiene sus propias rarezas. A decir verdad, yo mismo también soy un poco raro, o eso suelen apuntarme quienes han tenido algún tipo de contacto conmigo. Pero bueno, en cualquier caso, cada loco a su tema como suele decirse...

De todas maneras, el próposito de lo que voy a contar no es hacer una suerte de analísis de lo que se considera o no raro en esta sociedad, sino mas bien el hablar de alguien a quién el apelativo de "raro" se le quedaba corto. Y esto no lo digo yo, sino todos los que pudieron conocerle en persona. Así que, sin mas dilaciones, aquí va esta historia:

Rodrigo fue un hombre muy extraño, que, como decíamos, el llamarle raro hubiera sido algo que se le hubiera quedado escaso. Nadie sabe a ciencia cierta acerca de su procedencia, ni tampoco nada sobre su infancia. Lo único que se sabe es que antes no estaba, y que un día por arte de magia apareció y empezó a convivir entre nosotros. No como uno más, sino mas bien como alguien que estaba ahí y que a veces pasaba inadvertido, mas que en otras ocasiones, su presencia era demasiado patente. Sin duda, era una persona que dejaba desconcertado a cualquiera que se percatase de su existencia.

Su nombre, lo sabemos porque nos lo dijo. O mas bien, porque nos indicó que así se llamaba. Esto ocurrió el día de su milagrosa aparición. En el barrio, estabamos algunos vecinos de paseo por los al rededores, tremendamente aburridos de nuestra anodina vida, y de repente, sin que nadie supiera cómo, a un lado de la calzada apareció un hombre sin camiseta y con unos pantalones azules florescentes. Cuando se acercó a nosotros, no medió palabra. Para romper el hielo del silencio incómodo, le preguntamos su nombre. Él se limitó a señalar con un dedo índice demasiado largo a lo que era habitual, un cartel en el que ponía: "Reformas Rodrigo, llamen a tal número" Y así supimos, o intuimos, cómo se llamaba.

Tiempo después, los encuentros fortuitos con Rodrigo poco a poco se hicieron mas habituales. Este era parco en palabras. Al principio, no decía nada. Se limitaba a asentir o a negar con la cabeza, a entornar o a cerrar los ojos para mostrar conformidad o disconformidad. Es decir, tenía un modo de comunicarse no verbal, casi como los primeros hombres. Pero, poco a poco, día tras día, empezó a usar de los monosílabos, incluso en situaciones donde estos estaban fuera de contexto. A veces, por ejemplo, se estaba contando alguna anécdota subida de tono, y Rodrigo exclamaba: "No, no, no, no, no..." Consecutivamente. O, uno explicaba cual era una de sus recetas predilectas, y Rodrigo contestaba: "Sí, si, si, si, si..." Y lo mismo. Lo curioso era que siempre que respondía así, lo hacía al principio susurrando, y luego iba aumentando el volumen hasta que acababa gritando. Esto, obviamente, hacía que todos nos callasemos al momento.

Ya después de algunos meses, Rodrigo empezó a articular mejor su manera de hablar, usando de expresiones y de frases subordinadas un poco mas elaboradas. Sin embargo, estas en ocasiones no tenían ningún tipo de sentido para nosotros. Por ejemplo, cuando llovía y estaba todo nublado profería con una media sonrisa: "¡Qué buen día hace!" Y si nos quedabamos mirándole raro, seguía andando bajo la lluvia tan tranquilo como si nada. Otro ejemplo, cuando a alguien de nosotros le ocurría algo, y por lo que sea, se derramaban algunas lágrimas, decía: Qué bien. Me alegro mucho por tu repentina felicidad, eso sí que es vida" Y todo, con el mismo resultado del ejemplo anterior.

No obstante, aunque hablase mas eso no quiere decir que lo hiciera mucho. Normalmente nos miraba a todos como si no entendiera del todo a qué nos referíamos. Es mas, aunque diga "nos miraba" Tampoco era exactamente así. Mas bien, miraba una parte de nuestro cuerpo como un brazo o una pierna, y si por un casual mencionaba algo, lo hacía como si se dirigiera al brazo o a la pierna en cuestión. Especialmente, miraba de una manera aún mas extraña a las mujeres del grupo. A estas, las miraba a las orejas o a sus narices, mientras había y cerraba la boca cual si fuera un pez al que hubieran sacado del agua. Este último gesto, al principio, era incluso chistoso puesto que pensábamos que estaba bromeando. Pero con el paso del tiempo, empezó a ser incómodo. Tanto que cuando lo hacía todos nos quedábamos callados sin saber qué decir y con ganas de volvernos a nuestras casas.

También, es digno de apuntarse, que Rodrigo tenía unos comportamientos muy extraños además de los mencionados respecto al habla. Uno de ellos, era que siempre comía cosas raras, como pollo barnizado con chocolate negro, o bombones con brochetas de pescado. Otro, por ejemplo, eran sus muecas, movía a veces sus ojos y su lengua aleatoriamente, de un lado para otro sin contexto alguno, como si fuera porque sí. Su vestimenta tampoco es que le fuera en zaga en rareza, puesto que ya no es que sólo apareciera sin camiseta con esos pantalones fluorescentes, sino también vestía siempre con ropa muy brillante, cargada de purpurina, que desentonaba con lo que combinaba. Sólo me pronunciaré respecto a esto, mencionaba que no era nada raro que se pusiera un polo morado con unos pantalones estilo hippie con franjas amarillentas y marones.

En fin, mucho mas podía apuntarse al respecto. Pero quizás lo que ahora a voz de pronto interese, es que había muchos rumores sobre Rodrigo, de los que desconozco cuales serán ciertos y cuales no. Especialmente uno de ellos me llamó la atención por lo oscuro del asunto y porque a pesar de que no supiera exactamente qué pasó, lo cierto es que su desenlace fue muy parejo a la realidad. El caso, es que por lo visto, la extraña actitud de Rodrigo encandiló a una de las mujeres del grupo. Esta estaba muy entusiasmada un día al salir, ya que se encontraba a solas con Rodrigo. A tanto llegó su alegría que decidió invitarle a su casa. Una vez ahí, cuentan que empezó a besarle acaloradamente sin conseguir que Rodrigo se moviera ni un ápice. A pesar de esto, decidió arrodillarse en el sitio y bajarle los pantalones. Cuando lo hizo... Nadie sabe qué fue lo que vió. Sólo se cree que salió huyendo como una loca mientras Rodrigo repetía una y otra vez con los pantalones en el suelo: "La población, la población, la población..." Finalmente se subió los pantalones, y se marchó. Ya no se sabe nada mas.

Por lo visto, también se dice que ella, tras contemplar aquello que vió, se aisló en un lejano pueblo y se hizo monja. Quizás lo contaban así para que la anécdota hiciese mas gracia. Puede ser que simplemente coincidiera con que se iba a mudar. Pero lo cierto es que a partir de entonces no se supo nada mas acerca de ella.

Siguiendo con el asunto de Rodrigo al margen de estas habladurías, diríamos también que nadie tenía ni idea de dónde vivía. Cuando se le preguntaba, respondía con evasivas del tipo: "Aquí y allá, ya sabéis. En ningún sitio y en todas partes, ya os lo podéis imaginar" Respuestas que como puede advertirse, no aclaraban nada. Sin embargo, una vez pareció que esto se concretó un poco cuando volviéndole a preguntar, señaló con la barbilla unas ruinas que estaban abandonadas al otro lado del cúmulo de edificios, en una zona desértica de campo. Cuando nos dirigímos allí, vimos que en esa zona entre hierbas resecas, había un montón de ruinas desperdigadas repletas de basura. Ahí solían hacerse fiestas ilegales y botellones a deshoras. Esto nos hizo pensar que aunque Rodrigo estaba siempre impoluto, este vivía en la calle.

Por eso, a partir de entonces, empezamos a turnarnos para darle acogida en nuestras casas. Mas, cuando lo hacíamos, siempre pasaban cosas raras. Algunas de estas cosas extrañas se daban siempre casualmente cuando Rodrigo dormía en alguna de las habitaciones de invitados de nuestros hogares. Por ejemplo, a uno del grupo le pasó que mientras Rodrigo dormía, la estructura de la casa empezó a brillar durante la noche de un color verde, y cuando acudió para avisarle, era imposible abrir la puerta. A otro le ocurrió, que mientras cenaba con Rodrigo, este cerró de repente los ojos, y empezó a canturrear en un idioma desconocido, lo que provocó que todo comenzase a temblar, cual de si su cuerpo acudieran unas extrañas vibraciones. Por último, también le pasó a otro de tantos que acogió en su casa a Rodrigo, que nada mas entrar con él por la puerta, su familia entera empezó a comportarse de un modo poco habitual. Rondaban por la casa como si fueran autómatas, con los ojos muy abiertos, y dando saltos y palmadas en momentos que no eran propicios para reaccionar de esa manera. Nadie entendía nada de lo que estaba pasando.


Además, cuando ocurrían esos acontecimientos tan inhóspitos durante la noche, a la mañana siguiente si se le preguntaba a Rodrigo sobre lo que había pasado, este se limitaba a mirar a su interlocutor parpadeando muchísimo con una sonrisa clavada en sus labios. Era cuanto menos estremecedor, y nos dejaba a todos perplejos.

Por suerte, a mí sólo me tocó una vez acogerle en mi casa. Tenía mis problemas y menos tiempo libre que los demás, así que siempre me saltaban cuando repartíamos los turnos de la semana. Pero, al final, una vez al sentirme culpable de que se ocupasen todos menos yo, y sobre todo teniendo en cuenta los hechos tan raros que les ocurrían por tener a Rodrigo de cerca, me ofrecí yo mismo voluntario para acogerle una noche en mi casa. Temeroso de que pasara cualquier cosa, decidí llevarle en primera instancia al jardín en vez de directamente al interior. Ya ahí, nos sentamos sobre la frescura de un cesped artificial, y nos quedamos contemplando cómo iba meciendose la noche en el cielo.

Sin venir a cuento, comenzó a hacer gesticulaciones faciales muy raras, en tanto que se mordía los labios en una especie de tic muy extraño. De repente, alzó las manos, y haciendo surcos entre las estrellas que ya se asomaban en el cielo con los dedos que separaba y agrupaba sin cesar, alzó la voz emitiendo un grito muy agudo diciendo algo que me resultaba incomprensible. Al minuto mas o menos se calló, y volvió a sentarse. Fue entonces cuando me dijo, también sin venir a cuento:

- Yo no soy de aquí. Procedo de mas allá, de otro mundo. No entiendo muchas cosas de por aquí, o mas bien casi nada... No sé qué quiero de los demás, ni lo que los demás quieren de mí. La verdad es que no sé qué hago aquí. Nada parece tener sentido en este mundo. Me arrepiento de haber venido, creo que por eso es hora de que me marche. Al final, todo mi viaje y los esfuerzos que he puesto en ello, han sido todo en balde...

Dijo algo más, pero no pude entender nada porque bajó la voz, y también porque me pareció que hablaba un idioma extranjero que jamás creí haber oído. Además, sentí un tremendo dolor en mi estomago, y comencé a marearme. Todo me daba vueltas. Antes de desmayarme, sólo pude advertir que el cielo había pérdido su tono azulado marino para ser sustituido por uno violaceo, y que ahí donde antes estaba Rodrigo, ahora había una inmensa mancha de un color rojo muy intenso que se intercalaba con unos puntos negros muy marcados. Sentí espanto. Pero, como me encontraba tan mal, y ya no era dueño de mí, caí desfallecido en el cespéd sin poder reaccionar ni articular palabra alguna de cara a responderle.

A la mañana siguiente, me desperté muy tarde, pasado el medio día. Estaba en el mismo lugar en el que perdí la conciencia, completamente solo. Lo extraño, es que ahí donde antes estaba Rodrigo, había una mancha negra de casi tres metros de diametro. Intenté incorporarme, lo mejor que pude. Cuando conseguí levantarme, mas mal que bien, me dí una vuelta por mi jardín sin dar ni rastro con Rodrigo. También entré en casa, y mas de lo mismo. Desayuné, y fuí dando vueltas por todo el barrio, buscándole por todas partes pero no pude localizarle buscase por donde buscase. Había desaparecido completamente.

Desde entonces, no supe mas acerca de él. Era como si tal como había aparecido en nuestras vidas, de repente, se esfumase de la misma forma. Y lo mas extraño de todo el asunto, es que cuando pregunté a todos sobre Rodrigo y todos los acontecimientos tan inexplicables que habían ocurrido en relación a él, nadie se acordaba de nada. No lograba comprender por qué todos reaccionaban así, respondiendome que no tenían ni idea acerca de lo que les preguntaba. Parecía cual si la existencia de Rodrigo se hubiera desvanecido en el aire, y ya no únicamente su presencia, sino que también su mero recuerdo. Ya no quedaba ni un ápice de su ser, como quién borra un archivo y destroza su ordenador a golpes, o también como quién con una goma, la desliza sobre una frase escrita a lapiz para luego calcinar en llamas ese mismo papel.

Por ello, dejo esto por escrito. Al parecer, por un casual, soy el único que a día de hoy se sigue acordando de Rodrigo. Quiero dejar constancia de estos hechos, aunque los haya repasado de una manera somera. Lo hago así porque puede que en el día de mañana yo también me olvide. Así, quién quiera y se vea capaz, puede investigar por su cuenta este insólito acontecimiento y compararlo, a poder ser, con otras experiencias similares. Quizás de esta manera, en el futuro, se llegue a saber mas acerca de este asunto. Yo, al menos, puedo quedarme satisfecho por haber aportado mi granito de arena a esta investigación futura.



sábado, 25 de marzo de 2023

"La catástrofe de las letras" de Atsushi Nakajima a la luz de la filosofía del lenguaje

 “Nabu-aje-eriba recorría la ciudad de Nínive, inquiría a quienes habían aprendido a leer recientemente y les preguntaba a cada uno pacientemente si les había sucedido algo fuera de lo normal, algo de lo que se hubieran percatado antes de que supiesen leer esas letras. Por esa razón procuró aclarar el papel que desempeñaba el espíritu de las letras contra las personas. El resultado fue una extraña estadística. Había una abrumadora mayoría de personas que, desde que habían aprendido a leer, eran de repente incapaces de atrapar piojos. Se les metía más polvo que antes en los ojos. Apenas podían atisbar la figura de las águilas en el cielo, que hasta entonces podían ver sin dificultad. Percibían el color del cielo menos azul que antes. “El espíritu de las letras devora los ojos de las personas. Es como si se tratara de un gusano que horada la cáscara de la nuez y se come hábilmente todo el grano que está en su interior” Nabu-aje-eriba lo anotó en una nueva tabla de arcilla. También había bastante gente acorde a ese estado desde que había descubierto las letras; empezaban por toser, se quejaban de los estornudos que habían comenzado a soltar, comenzaban a tener hipo y sufrían diarrea. “Parece que el espíritu de las letras mina la nariz, la garganta y el estómago de las personas”, añadió el erudito anciano. Desde que habían memorizado las letras surgían personas que decían que su cabello escaseaba súbitamente, las piernas se les debilitaban, las manos y los pies empezaban a temblar y la mamdíbula se les desencajaba. Nabu-aje-eriba concluyó finalmente: “El mal de las letras logra dañar la inteligencia de las personas y paralizar la mente humana. Es decir, llega hasta el final.”


- “La catástrofe de las letras” de Atsushi Nakajima


El siguiente fragmento proveniente de un relato, que a su vez, pertenece a una colección de cuentos del escritor japonés Atsushi Nakajima cuyo nombre es “El poeta que rugió a la luna y se convirtió en tigre” supone toda una declaración de intenciones ante la problemática del lenguaje en general, y en el caso de la escritura en particular. El conjunto del cuento versaría en torno a la indagación de un anciano doctor de Asiria en torno al espíritu que subyace en el seno de las letras. Tal investigación se produciría debido a que en las viejas bibliotecas de arcilla se escucharían extraños ruidos que evocarían a los espíritus que se supone que vivirían en el núcleo de los textos antiguos provenientes de las letras que los componen , y que les darían razón de ser. Durante este curioso estudio, el viejo erudito se daría cuenta de que efectivamente estos espíritus existirían, y que además, en relación a la población del lugar -como puede apreciarse en el fragmento seleccionado- desde que aprendieron a usar de las mismas, notarían como ciertas facultades de la vida cotidiana disminuirían. Lo paradójico del asunto es que ha habida cuenta de estos fenómenos, serían las propias letras -o su espíritu- las que usarían a las personas a su antojo, medrando su existencia en la medida que estos requieren de las mismas, hasta llegar a un punto donde no habría retorno posible. 


Esto que durante su primera impresión podría parecer mera fábula, esconde de un sentido filosófico en relación a cómo nos relacionamos con el lenguaje cuando este pasa a formar un conjunto de letras o caracteres escritos. Una vez que nos vinculamos con las letras ya no sólo como un medio de comunicación o de expresión, sino también de comprensión y de conocimiento, el mundo que tenemos al rededor cambia consigo, adquiere más matices, o los pierde como el caso del texto. Ello acontece de tal manera porque si bien nos es imposible prescindir del lenguaje de cara a comunicarnos con otros en el día a día, una vez que este pasa a formar parte de un proceso de escritura, pasa a ser un pensamiento que se materializa en un papel, o en arcilla durante aquellos antiguos tiempos ¿Qué acontece entonces? Pues básicamente, que el lenguaje se transforma en pensamiento, un pensamiento que además de hacerse un texto que nos permite comprender el mundo, lo configura de acuerdo a los caracteres que ahí se plasman en escrito. Es entonces cuando el lenguaje sobrepasa su razón de ser utilitaria y convencional, y pasa a ser una problemática relacionada no solamente con la epistemología, sino que también con nuestra manera de ser y de estar en el mundo.


En una parte del relato, el anciano erudito llegará incluso a cuestionarse la primacía que tendrán las letras escritas a la hora de recordar acontecimientos históricos, ya que tanto sería su poder que no recordaríamos respecto a épocas pretéritas -e incluso, relativamente inmediatas- lo que acontecería en sí, sino que más bien recordaremos aquellos escritos que otros nos han legado hablando de unos acontecimientos de los que no sabemos a ciencia cierta si fueron así, o si se tratan de mitologías que los antiguos quisieron relatar así por intereses personales o políticos. Por lo tanto, el lenguaje escrito llegaría a alterar nuestra memoria histórica colectiva, como también aquella inmediata y personal, puesto que el viejo docto en sus estudios también se daría cuenta que la memoria de las personas disminuiría ante la necesidad de pasar todas aquellas que consideren importantes por escrito. Así, pues, una vez que se usa del lenguaje, y a este se le confiere una realidad materializada en los textos y en los libros, este adquiere la capacidad de alterar a nuestro imaginario y a nuestra cosmovisión, produciendo que haya un desdoblamiento entre el mundo efectivo, y aquel que refleja las letras.


Por lo cual, la razón de ser del lenguaje ya no se agotaría a un sentido de la referencia a los objetos, como tampoco a comunicarnos en relación a las cosas que hay en el mundo, pues adquiriría un estatuto ontológico superior en la medida que confiere realidad -y según el texto, altera- al mundo y al conjunto de las cosas que lo componen. En la medida que pasamos por escrito aquellas cosas que comunicamos mediante el habla, entrarían en juego muchos factores que provocarían que algo cambie en el mundo de quién lea aquellos escritos. Algunos de esos factores podrían ser la propia subjetividad de quién escribe, los intereses que tenga, sus objetivos, errores que haya podido tener… Esto juega una mala pasada no solamente a quién lee, también a quién escribe debido a la posible malinterpretación de quién lo lee, también a la subjetividad de este, al contexto, a las circunstancias... Así vemos cómo son más bien las letras las que juegan con nosotros, y no tanto nosotros con ellas. En apariencia, podría parecer lo contrario. Pero me pregunto ¿Cuantas realidades se han visto alteradas debido a la lectura de un texto, como lo podrían ser las revoluciones o las guerras? 


Así podemos contemplar el poderío que tiene el lenguaje escrito, y cómo este nos condiciona, y a veces nos límita en nuestra manera de ver y de actuar en el mundo. En el caso del texto escogido, vemos cómo algo ha cambiado en las vidas de quienes han aprendido a leer, de tal manera que su vida se ha visto condicionada por aquello que han leído, no siendo ya capaces de realizar de la misma manera tareas que solían hacer antes con facilidad. Por ende, aquel desdoblamiento entre la realidad efectiva y la escrita, ya no se disgregarían, sino que se fundirían. Y aquella relación de referencia entre lo escrito y el objeto, ya tampoco sería una mera conexión entre sí. El lenguaje escrito adquiriría un puesto tan relevante y elevado en nuestra manera de conocer y de movernos por el mundo, que lo más importante ya no sería aquello que se nos daría de manera directa e inmediata en el mundo, ahora lo primordial sería su reflejo y traducción en aquello que está escrito. 


De manera, que, las letras se convertirían así ya no únicamente en una sombra o reflejo de lo que nosotros entendemos por mundo, serían el mundo mismo. Al igual ocurriría respecto al pensamiento. Este ya no se limitaría a relacionar al objeto con su concepto, o a referenciar aquello que vemos. El pensamiento se vuelca tan dependiente de aquello que está escrito y que nosotros leemos que bien podría decirse que al igual que las letras pasarían a conformar el mundo en sí mismo, el pensamiento también lo serían las letras mismas. Es decir, el lenguaje escrito sería tan preponderante en nuestra manera de entender y de movernos en el mundo, que nuestra dependencia al mismo nos conduciría a afirmar que sin lenguaje no se daría ni el mundo ni pensamiento, ya que a estas alturas, sin el lenguaje no podríamos tener una cosmovisión férrea en torno a estas dos instancias.


Al final, nos acontecería lo mismo que aquellos personajes antiguos que nos narra Nakajima, perderíamos nuestra capacidad de vivir, de movernos en las actividades cotidianas, debido a que una vez aprendida la capacidad de leer los textos escritos, nos haríamos dependientes de los mismos, y estos configurarían nuestra visión del mundo, nuestra manera de pensar, de recordar, e incluso, de entender todas las cosas. Así vemos como el lenguaje y el pensamiento se encontrarían estrechamente relacionados hasta el punto de llegar a confundirse en uno sólo, puesto que sin lenguaje no habría manera de comunicar estos mismos pensamientos en textos escritos, y sin pensamiento, la necesidad de comunicarlos sería en balde. Y esto es algo de lo que no nos podemos deshacer por muchas paradojas que nos inventemos. El lenguaje escrito una vez que pasa por nuestra retina distorsiona, altera y cambia nuestra manera de vivir y de ver a la vida misma como metáforicamente diría Nakajima usando de la imagen del gusano que va devorando meticulosamente aquella nuez.


Ya sería una reflexión de cada uno contemplar esto como una enfermedad, o como una pérdida de ciertas capacidades para ganar otras. Al cabo, lo que acontece con el lenguaje es lo mismo que ocurre respecto al pensamiento -como anteriormente hemos dicho-, y es que quienes van adquiriendo conciencia de las cosas, y van teniendo un conocimiento mas genérico del mundo en su plenitud, normalmente suelen perder otras capacidades que tendrían aquellos otros iletrados, o gentes que no se han ocupado en cultivarse intelectualmente. Esto, lejos de ser un insulto o una ofensa hacía quienes han preferido quedarse en cierta ignorancia, supone siguiendo el cuento de Nakajima, una cierta apuesta por un utópico mundo sin necesidad de letras, y una critica a las mismas. Sin embargo, ello a estas alturas es un imposible, puesto que el lenguaje escrito y el pensamiento se han aunado hasta llegar a ser uno solo. Nosotros somos, entendemos y nos movemos de acuerdo al lenguaje, y opinamos, sabemos y aprendemos respecto a lo que otros han escrito. Y si pretendemos revelarnos contra ello, y avisar a otros de los posibles prejuicios que nos pueda ocasionar el lenguaje escrito, probablemente nos ocurra lo que al protagonista de esta historia: que acabaremos aplastados por unos inmensos bloques de arcilla, o en nuestro caso, por una estantería repleta de gruesos libros. 

domingo, 12 de marzo de 2023

La maldición de una mujer

 Siempre se me ha dado bien guardar los secretos de los demás. De hecho, la mayoría de la gente me ha usado a lo largo de mi vida como confidente. No sé por qué será. Quizás por mi naturaleza cerrada de por sí, y por mi costumbre de escuchar a los demás sin mediar palabra por mi parte. Mas, independientemente de eso, el caso es que casi todo el mundo me ha cedido casi todos sus secretos sin yo pedirlo. Yo, como muestra de agradecimiento por su confianza en mí, siempre los he guardado. He sido una tumba tan cerrada y hermética que ni mis pasos ni mi respiración aciertan a oírse por una calle desolada durante la madrugada.

Sí, siempre ha sido así hasta ahora. No me queda otra que por primera vez en toda mi vida romper mi juramento de perpetuo silencio. El caso es tan extraño y oscuro que siento una imperiosa necesidad de escribir acerca de él. Por respeto a mi confidente, omitiré ciertos elementos como así también cambiaré los nombres. Espero que su espíritu sepa perdonarme por esta osadía por mi parte. Lo lamento, pero no puedo evitar mover mi mano y seguir escribiendo.

Esto ocurrió hace algunos años. Pero antes del suceso en sí, considero imprescindible hablar un poco sobre el pasado. En ese pasado, nos retrotraeremos a nada mas ni nada menos que a esa época tan difusa como lo es la infancia temprana. Concretamente, durante la guardería para ser mas exactos. que en ese tiempo todo es muy borroso y poco definido, mas precisamente por ello lo considero relevante. Y todavía más teniendo en cuenta la historia que nos ocupa. Pero tranquilos, de la guardería iré avanzando poco a poco hasta otras étapas mas tardías.

Roberto era un chico bastante retraído, muy tímido y que tenía claros para relacionarse socialmente. Además, para añadirle mas dificultades al asunto, era miope y tan delgado que parecía una cerilla a punto de extinguirse en cualquier momento. Es por eso que cuando empezó en la guardería ya todos se reían de él tanto por su aspecto como por sus ademanes rídiculos debido a la constante vergüenza que sentía. Sin embargo, en esa engorrosa situación, tuvo un apoyo constante. Se trataba de una chica llamada Mieko. Poco se sabía de ella. Tan sólo que era muy callada y poco expresiva, y que venía de padres japoneses. Aunque tampoco se sabía a ciencia cierta si sus padres eran totalmente japoneses, o era mestiza, e incluso, se dudaba de que quizás fuera adoptada ya que nadie la escuchó hablar jamás en japonés, ni habían visto nunca a sus padres. Mas, el caso, es que esta chica era la única que prestaba atención a Roberto y le ayudaba en todo, le defendía ante los demás, y por supuesto, siempre le tenía en consideración.

Se conocieron durante la guardería jugando a unir figuras. Cuando nadie quería jugar con Roberto, era ella la única que estaba dispuesta a pasar el rato con él, e incluso, a compartir las figuras geométricas que a ella le habían tocado para que pudiera formar torres mas complejas y elaboradas. Esta amistad tan fuerte llegó hasta el colegio, donde pasaban todos los recreos juntos deambulando de un lado para otro. En verdad, durante sus ratos juntos, ninguno de los dos mediaban palabra alguna. Era como si se entendiesen sin necesidad de decir nada, con sólo mirarse y acompasar sus pasos les era suficiente. Los demás niños, actuaban como si ambos fueran invisibles, como si no existieran. Esto, dicho sea de paso, fue muy beneficioso para Roberto ya que cada vez se metían menos con él. Cuando llegaron al instituto, ya todos ignoraban completamente a Roberto.


Durante ese tiempo, este se dedicaba a estudiar con especial ahínco. Sólo gastaba el poco tiempo libre que tenía en quedar con Mieko. Sus quedadas eran siempre iguales, daban unas vueltas por las calles de su urbanización, y se despedían moviendo ligeramente la mano y desvíandose por otro camino en dirección a sus respectivas casas. Roberto ya estaba acostumbrado a esto. Pero con el tiempo, empezó a tener serias dudas sobre la naturaleza de su relación con ella. No sabía cuales eran sus intenciones, si la de fomentar una amistad, o tener algo más. Además, tampoco entendía por qué ella jamás le había invitado a su casa, como mucho menos comprendía por qué nunca mediaba palabra alguna con él. En ocasiones se preguntaba si era muda, o si tenía algún tipo de retraso.

En cierta ocasión, él le espetó a Mieko evidentemente alterado: "¡Ya me he cansado de esta situación! ¿¡Vas a decir algo, o qué!?" Pero Mieko sin turbarse lo más mínimo, se limitó a mirarle con extrañeza. Y, al instante, se dió media vuelta y se marchó, en tanto que Roberto se quedó en el sitio, temblando por la agitación hasta que se relajó y se arrempitió de haber arremetido contra la única amiga que él tenía. A partir de entonces, no volvió a repetirse esa situación. Roberto sobreentendió por la mirada dulce de Mieko que le había perdonado su inusitado reproche sin necesidad de que él se disculpara usando de las palabras.

Siguieron así hasta que fueron los examenes de acceso a la universidad. Durante ese tiempo, apenas se vieron. Cosa que entristeció a Roberto. Mas, no le quedaba otra, ya que tenía que estudiar para labrarse un futuro. O eso al menos le decían sus padres. Sin embargo, como era un estudiante muy aplicado, aprobó todos los examenes con excelentes notas. Se alegró muchísimo, mas no tanto por los resultados en sí como porque volvería a ver a Mieko.

A partir de la misma tarde en la que acabó los examenes, salió disparado a la calle para volver a verla. Pero, para su sorpresa, no estaba por ninguna parte de las que solían recorrer juntos. No le resultó extraño, ya que hacía un tiempo que no salían juntos. Así que acudió todas las tardes recorriendo los mismos caminos, una y otra vez sin exito. Eso le defraudó bastante. Se sentía triste y abatido, como si de repente nada tuviera sentido. Sentía que una parte fundamental de su vida se había evaporado en el aire, había desaparecido sin remedio por arte de magia. Es mas, para ser mas concretos, su verdadero sentimiento era mucho mas profundo y doloroso. No es que una parte imprescindible de su vida se hubiera alejado sin aviso alguno de él, sino que había perdido un fragmento de su ser. Así lo sentía, y mientras caminaba por aquellos caminos cuyos pasos había acompasado con Mieko, lloraba sin cesar.


Una vez que empezó la universidad, de repente Mieko apareció. Tal y como se había ido sin aviso, así reapareció. Se puso tan contento que sus lágrimas habían sido borradas cual si un sol abrasador hubiera instaurado un tiempo de sequía. Se emocionó tanto que casi la abrazó. Pero Mieko estaba como siempre,  distante. Eso le hizo retroceder justo antes de abrazarla. Además, había cambiado. En unos meses se convirtió en toda una mujer. Desde siempre había sido una chica muy guapa, ya desde niña. Mas, ahora, se había transformado en toda una hermosura de pomulos salientes, esbelta y de cuerpo muy bien definido. Eso turbó en parte a Roberto, ya que nunca la había contemplado desde esa perspectiva. Para él, era una compañía, casi como una hermana. Jamás se había parado a pensar con la carne para pasar a verla como la mujer que al fin y al cabo era.

Poco a poco su apetito carnal fue en aumento, hasta tal punto fue su deseo que no pudo evitar la necesidad de poseerla en el sentido corporal. Cuando lo intentó, casi abalanzadose sobre ella cuando en sus paseos diarios pasaban al lado de un prado desierto, Mieko pareció en un principio asustada, mas al poco rato con la insistencia de él, se enfadó y le dió un tremendo golpe en el pecho. Esto le hizo perder la conciencia, y cuando se despertó ya estaba anocheciendo y no había rastro de ella. Pensó que se había sobrepasado, se había dejado llevar demasiado. Arrepentido de todo corazón, estaba decidido a disculparse cuando volviera a verla.

Pero esa ocasión no se dió. Mientras tanto, tampoco podía perder el tiempo así que continuó con sus estudios. Era tan buen estudiante, y sus notas eran tan sobresalientes, que algunos de sus compañeros se fijaron en él y le incluyeron en su grupo de estudios. A partir de entonces, Roberto pasó a relacionarse con mas gente y dejó de ver a Mieko. No porque él se olvidara de ella, sino porque las veces que salía a buscarla no encontraba rastro alguno de ella. Así que poco a poco dejó de buscarla e hizo nuevas amistades hasta tal punto que en una ocasión llamó la atención de una chica que le invitó a estudiar en su casa.

Durante aquella velada, hicieron de todo excepto estudiar. En esta ocasión, fue una mujer la que se abalanzó sobre él, dejandose llevar por su repentina fortuna. Ambos se aprovecharon del cuerpo del otro, mutuamente. Y cuando ya la tenía desnuda, con sus senos estremeciendose estando encima de él, Roberto miró de soslayo y sin querer a una de las ventanas de la habitación de ella, descubriendo que ahí estaba plantada Mieko mirándole directamente. Su semblante era tremendamente terrorifíco. En un principio, parecía que estaba sonriendo con los ojos muy abiertos, pero si uno se fijaba bien, caía en la cuenta de que aquello no era una sonrisa, sino una mueca de psícopata. Además, todo su cuerpo se estaba agitando como si estuviera a punto de explotar mientras caían una sucesión de lágrimas. Esas lágrimas que en su comienzo eran tráslucidas, pasaron a adquirir el color de la sangre. Y de su boca, ligeramente apretada, estalló un grito que no sabría atisbarse si se trataba de alegría o de ira. De repente, Mieko desapareció, aunque no por mucho tiempo, y a Roberto le dió un gatillazo debido al terror que le hizo salir corriendo de ahí despavorido.

A partir de entonces, allí donde Roberto fuera, aparecía Mieko en la distancia, como si estuviera vigilandole constantemente. Lo extraño era que cuando él se acercaba para disculparse, su silueta parecía desvanecerse en el aire, y que cuando retrocedía, volvía a aparecer clavada en el sitio. Daba igual donde Roberto se encontraba, ahí estaba Mieko. Incluso en su casa, mientras dormía, tenía la sensación de que le estaba observando. Tenía muchas pesadillas, puesto que hasta en sus sueños aparecía el semblante de Mieko, mirándole con una mezcla de furia y de locura, como aquella vez en la ventana.


Aquel acoso fue tan reiterado, que pasó de verla todos los días hasta que ya no hubo segundo en el que no estuviera presente. Se encontraba tan mal que dejó de dormir y de comer, no hacía otra cosa que temblar. Cuando la veía, procuraba cerrar los ojos. Pero, aún así, podía verla en su cabeza, ya muy cerca de él. Y si se tapaba los oídos, podía escuchar aquel grito ensordecedor que le hacía tambalearse hasta caer desfallecido. Cada vez mas delgado y con un semblante que connotaba una enfermedad, sus buenas notas fueron en declive y las relaciones que había ganado aquel año fueron alejándose de él. Estando en la universidad, hasta volvían a meterse con él por las pintas que llevaba como cuando era un niño. Estaba tan desarreglado y enfermizo, que hasta bromeaban con que tuviera sida.

La situación le sobrepasaba tanto, que no pudo aguantarlo mas y terminó suicidándose, o al menos, eso determinó la autopsia que le hicieron después. Cuando descubrieron el cádaver, su rostro estaba lívido y con una expresión que connotaba mucho dolor. Tenía los ojos muy abiertos, como si en el instante de morir hubiera visto algo horrible que le hubiera estremecido completamente. Además, tenía el cuerpo comprimido, como si algo le hubiera presionado de manera que le hubiese hecho el doble de pequeño. Sus manos estaban enlazadas, cual si estuviera rogando una última plégaria por su vida. Como decía, la autopsia reveló que se trataba de un suicidio, ya que encontraron una sustancia desconocida en su estomago. Así que imaginaron que se tomaría una mezcla de elementos para acabar con su vida encontrandose en un momento de histeria. Y dejaron el asunto así.

Me extrañó tanto este caso -además de que lo sabía de la propia mano de Roberto- que quise hacer mis averiguaciones. Lo mas tenebroso, es que cuando pregunté tanto a la gente que conocíamos como hasta en el registro civil de mi comunidad, nadie tenía ni idea de quién era Mieko. Y cuando insistía sobre ella completamente perplejo, hasta se mofaban de mí creyendo que era una broma estrafalaria, o que mi obsesión por la literatura japonesa y por la escritura me había hecho inventarme alguien que en realidad no existía. No pude evitar estremecerme, y regresar de ahí donde iba a preguntar con la cabeza gacha, mirando al suelo sin encontrar respuestas.

Espero, por último, que el escribir esto no me vaya a traer serias consecuencias, debido a que Mieko vaya a enfadarse por revelar esta historia, como tampoco que aquellos que lean esto vayan a tener alguna que otra inesperada visita. Es cierto que no tengo muchos lectores así que no tendría por qué preocuparme, pero por si las moscas, nunca se sabe... Como suele decirse, quién avisa no es traidor.