viernes, 4 de marzo de 2022

Radiografía de la infancia

 Fuí un mal estudiante. O eso al menos suelo responder cuando alguien me pregunta acerca de mi vida estudiantil durante el colegio y el instituto. En verdad, no es que fuera mal estudiante porque no valiera para estudiar. Creo que me pasaba lo que le ocurría a la mayoría, que era demasiado vago. Sin embargo, circunstancias varias hicieron pensar a mis profesores de entonces de que tenía algún tipo de retraso, dislexia o algo semejante. 


Eso se debía a que parecía que tenía algún tipo de problema a la hora de comunicarme con el lenguaje, o que lo distorsionaba de manera tal que los significados de aquello que decía resultaban incoherentes. A veces pienso que lo hacía a próposito, y otras veces me inclino a pensar que quizás es verdad que era un poco tonto. Lo que sí sé con seguridad es que con frecuencia mentía a los adultos para escaparme de hacer las tareas, y otras veces por diversión de cara a escabullirme de las clases. En fin, que era un desastre. Un poco como ahora.


Tampoco era un chico conflictivo como a día de hoy se entiende. Simplemente era un tanto pícaro y perezoso. Mis enemigos siempre han sido las responsabilidades y los imperativos, y debido a ello, hacía cuanto estaba en mi mano para escapar de los mismos. Depende de la ocasión, me inventaba alguna excusa para evitar una reprimenda, o guardaba mis tareas en un armario secreto para fingir que no tenía deberes. Es decir, tenía esa supuesta malicia que tienen la mayoría de los niños. Me aplicaba en su ejercicio y en su perfeccionamiento.


Con el tiempo, estos defectos de la niñez han tenido su relativa influencia en mi vida: mi vageza de entonces ha hecho de mí una persona muy paciente, mis mentiras inocentes me hicieron durante un tiempo poeta y aquella supuesta dislexia me ha permitido jugar con el lenguaje y las palabras en mis escritos. Es cierto lo que dicen algunos acerca de que la infancia nos afecta mucho en nuestra vida. Para bien, o para mal, todo lo que vivimos durante aquellos tiempos conforma nuestra persona y nuestro carácter futuro. Lo que no quiere decir que adoptemos otras formas y matices en nuestra manera de movernos por el mundo.


Pero bueno, volviendo a mi etapa del colegio y del instituto diría de mí que era un niño muy tímido aunque lo camuflara expresandome sin pelos en la lengua de cara al exterior. Por entonces, yo me juntaba con lo que se diría que era el grupo de los más marginados. Desde el colegio hasta el instituto, e incluso durante mi primera etapa en la universidad, siempre acababa en el grupo de los repudiados sociales por propia decisión. En verdad yo rara vez tuve problemas con nadie, a excepción de haberme metido en alguna pelea normalmente por asuntos ajenos. No tenía enemigos, y tanto los populares como los gamberros me caían en gracia como yo a ellos. 


Puede parecer que leyendo esto uno piense que era muy social y un popular que estaba inserto entre los marginados para reírse de ellos. Nada más lejos en la verdad. En mi fuero interno yo despreciaba a mucha gente por su soez y por carecer de plenitud en el corazón. Mas todo ello lo cubría con esmero con una máscara de cortesía e indiferencia. Tampoco es que me diera igual todo, que fuera una especie de nihilista. Simplemente era un observador, y hasta cierto punto un pensador de todo aquello que me rodeaba. Por eso, el adoptar esa actitud tan mía me permitió contemplar y conocer muchas cosas que no hubiera podido saber si hubiese adoptado una postura hostil, o si me hubiese encasillado en una única etiqueta.


Por esos años, debido a mi secreta desconfianza en el ser humano, me hice anarquista. Uno puede pensar que hay que confiar mucho en el ser humano para serlo. Pero ese no fue mi caso. Decidí seguir la doctrina del anarquismo en mis primeros años para aislarme ideologicamente de los demás, como también para buscar la paz y la soledad. Al igual me ocurriría respecto al cristianismo durante mi primera época universitaria. Era un modo de buscar cobijo, un velo espiritual desde el cual contemplaba el mundo y lo entendía desde mi interioridad. Por suerte, hace un par de años renuncié tanto a ideologias políticas como a cosmovisiones religiosas. Dandome cuenta de que los ideales y la espiritualidad han de ser captados y reformulados desde el sí mismo.


A pesar de todo, sigue palpitando dentro de mí cierto anarquismo y cierto cristianismo. Es verdad lo que decía Nietzsche acerca de la similitud entre ambas visiones, siendo una referida a la tierra y otra al más allá. Pero yo lo tenía orientado de otra forma. Para mí tanto el anarquismo como el cristianismo eran una cosmovisión individual, que me servían como asidero. Quizás quienes se consideren seguidores de una única manera de comprender el mundo puedan tacharme de zafio y de caradura. Mas el caso es que yo por entonces entendía estas cosas así, y puede que actualmente también.


En este sentido, podría decirse que nunca he sido demasiado comunitario, ya que siempre partía de mi interior a la hora de comprender las cosas. Eso tampoco quiere decir que sea una persona sin compasión, al que le de igual todo el mundo. Creo que mi forma de vislumbrar el sufrimiento de las personas es precisamente mediante la escritura. Mi intento siempre ha sido representar la existencia en su plenitud mediante mis escritos, y buscar que los demás comprendan y empaticen con otros gracias a la narración. Esta es mi manera de ser solidario con los demás a mi modo. Puede que alguna gente considere esto insuficiente y me tache de frívolo. Mas no obstante, nunca me he considerado un hombre de acción. Siempre he sido muy contemplativo, de tomar distancia, huir a reflexionar y de entender las cosas de fuera a dentro.


He admirado durante toda mi vida a quienes son hombres de acción, e incluso si alguien lo es, le he animado a seguir ejercitando esa fáceta. Pero no es mi caso. Es verdad que aunque haya pretendido ocultarlo, en mí vive un cobarde. Una persona que tiene miedo del mundo, que desconfía antes de nada y que se conduce con zapatos de plomo. No sé por qué esto será así. Si esto proviene de mi infancia, o sí es algo que me viene incluso por naturaleza tendría que meditarlo con tiempo.


Ahora que me encuentro escribiendo esto, me han venido como imagenes en sucesión de mi yo cuando era niño. Casi siempre con una sonrisa en el rostro, pero con el corazón encogido. Mi madre siempre me dice que yo era el más travieso en comparación a mi hermana, y que aunque hiciera trastadas intentaba no arriesgarme en demasía. Es decir, que era un pequeño pícaro con prudencia. Creo que no podría encontrar mejor descripción a mi yo de entonces: un pequeño travieso, pero que temía acabar  como un perro apaleado debido a sus travesuras. Tampoco sé la razón de me moviera así por el mundo, aunque es verdad que todavía mantengo en mí parte de esa sonrisa temblorosa ¿Por qué? A saber.


Como decía antes, es abrumador cómo somos afectados e influenciados por nuestra infancia y los acontecimientos que la componen. A mi modo de ver, jamás vamos a poder escapar de esto. Y es lo suyo que no lo hagamos, aunque sea para lo bueno. Eso conforma nuestra personalidad, y nos hace ser quienes somos. Aunque también por otro lado, estaría bien que cambiasemos en algunas cosas y aprovecharamos nuestro modo de ser para algún beneficio espiritual, tanto para nosotros como para otros. Por mi parte, eso es lo que yo intento. 

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