miércoles, 9 de febrero de 2022

Dos microcuentos fracasados en un concurso

 Un día, estaba con mi pareja en el metro. Y de repente, mientras estabamos en el interior del vagón de un tren vímos que se anunciaba un concurso. Ambos lo leímos con detenimiento, y comprobamos que se trataba de un concurso de microcuentos. Yo no sabía exactamente qué era aquello. Pero ella me lo explicó. Me dijo que se trataba de un cuento condensado en un par de frases, a lo sumo tres. Me pareció una buena idea que ambos participaramos, ya que tal sintesís de la prosa es una idea que siempre ha llamado mi atención. Si uno es capaz de decir algo sencillo en unas frases, y transmitir algo con la debida profundidad utilizando los menos recursos posibles, es capaz de ver con más nitidad al conjunto de la existencia.


Un par de días después, mi hermana me comentó eso mismo y me instó a participar. Le dije que yo ya tenía idea de presentarme con mi pareja, y que también podría hacerlo ella debido a que estaba desarrollando un modo de escribir curioso. Me advirtió que echara un ojo a las condiciones del concurso, así lo hice y se lo transmití igualmente a mi pareja. 


Cuando vimos las condiciones, comprobamos que las reglas básicas eran simples. Debía de ser un cuento o varios compuestos por cien carácteres, y de los cuales todos debían de comenzar por la misma frase. En verdad esto que parecía tan sencillo encerraba en sí cierta complejidad. Es relativamente fácil expresar una sensación, o un pensamiento a través de una prolija descripción, e incluso mediante una redacción introspectiva de un persona. Sin embargo, con pocas palabras contar una historia, requiere de cierto afinamiento espiritual. Como he dicho al principio, tal proyecto literario me resultaba tan atrayente como interesante.


Durante el tiempo que teníamos establecido para entregar los microcuentos, lo estuve meditando a ratos. Al final, opté por pensar menos y sentir más, dejarme llevar por la inspiración y que saliese lo que saliese. Hay veces que pienso más concienzudamente lo que escribo. Pero hay otras en la que doy más pie a la espontaneidad, a que mi interior comunique aquello que esconde. En otras ocasiones, se dá un poco de ambas fácetas. A pesar de ser un relato, o un cuento que tenía pensado desde hace tiempo siempre acabo introduciendo ciertos elementos que no tenía pensados con anterioridad. Cuando pasa eso es cuando más satisfecho estoy con aquello que escribo. Me gusta aunar, unificar dos aspectos en apariencia contradictorios, pero que en realidad son lo mismo como la vida y la muerte, el bien con el mal, lo carnal con lo espiritual, el pensamiento con el sentimiento...


Mas en esta ocasión, opté por dar más primacía a lo afectivo que a lo racional. De este experimiento, salieron dos microcuentos que presenté al concurso de acuerdo a cómo me salieron en el momento. Me quedé relativamente satisfecho. No me parecían ni muy buenos, pero tampoco muy malos. Así que en cierta medida me arriesgué, y los presenté.


Tiempo después, cuando dieron el fallo del concurso -tómese el término "fallo" en su expresión más literal- tanto mi pareja como yo no ganamos ninguno de los diez primeros premios. Cuando revisamos por encima los microcuentos ganadores, caímos en la cuenta de que estos eran más largos que lo que reflejaban las condiciones. Así que las releímos para cerciorarnos. Tras hacerlo, nos percatamos de nuestro error. En las condiciones se específicaba que el limite eran cien palabras, no carácteres ni letras. Quizás nuestra devoción hacía la cultura oriental -en mi caso la japonesa, y en el suyo, la china y la india- hizo que entendieramos carácter en vez de palabra. De todas maneras, y a pesar de haber pérdido, nos desternillamos de la risa.


Ya que fracasé en aquel concurso -como en tantas cosas más durante mi vida- he pensado que sería buena idea dejar como recuerdo aquí escrito los dos microcuentos que escribí. Aquí los dejo, con algunas pequeñas variantes para que no me denuncíen por plagiarme a mí mismo. Esto último, suele pasar mucho en el mundo académico y en los derroteros de la supuesta gran cultura literaria de nuestro tiempo. En el caso de que igualmente acabaran denunciándome por algo que yo mismo he escrito, mi risa sería todavía mayor: 


- Para los que sufren.


"En tanto que estaba esperando que pasara el tren, apareció un fantasma que paradójicamente era idéntico a mí. Cada vez que intentaba coger el tren, este se interponía y me susurraba: "No vayas" Tras varios intentos en vano, ya bastante enfadado, corrí en dirección al andén con los ojos cerrados. Y cuando quise darme cuenta: todo era luz." 


- Tiempos de espera.


"Mientras deambulaba al rededor del andén, a pesar de mi juventud decidí tomar un respiro y sentarme en uno de los asientos que estaban dispersos por la estación. Cogí un libro, y leí un par de capítulos. Cuando quise levantarme, ví mis manos arrugadas y mis cabellos canosos ¡Es impresionante lo rápido que pasa el tiempo!"

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