Rendir las debidas cuentas con la belleza, y admirarla cuando esta se presenta es algo tan natural como loable. Sin embargo, a menudo ocurre sobre todo en nuestros tiempos, que tenemos una concepción de lo bello tan idealizado y pendiente de los canones estéticos actuales que lo que comienza siendo hermoso termina volcándose en algo horrible, e incluso terrorífico. Hoy día se piensa que sólo lo artificioso, lo irreal y lo meramente aparencial es lo bello, mientras que lo natural, lo esencial y lo real es algo que hay que desechar como sea. Obviamente con una perspectiva así de la belleza estamos tan errados como quién considera un estanque el océano.
Algo semejante le ocurría a Olalla, una joven cuya obsesión por la belleza alcanzó unos límites casi enfermos. Y lo peor, esa insistencia con lo bello no se resolvía en una suerte de búsqueda de la misma o de admiración incondicional, sino que se concretaba en su propia persona. Era cierto, por otro lado, que era una muchacha muy hermosa y cuya belleza coincidía paradójicamente con los canones estéticos de su tiempo. Además, siendo joven esta belleza se quintuplicaba tomando en cuenta que este es el único patrón respecto a lo bello que se atiende hoy día. Debido a esto, la sola contemplación de esta joven producía en quienes la veían de soslayo un estremecimiento interno, en los hombres deseos de llevarla a su alcoba y en las mujeres envidia. Incluso ella misma se sobresaltaba cuando se veía reflejada en algún lugar, produciéndole una alegría que no entendía de calificativo.
Muchas veces pasaba las horas muertas contemplándose en el espejo completamente embelesada de su propio reflejo, admirada de tal grado de hermosura y juventud. Mientras jugaba con sus rizados cabellos y hacía muecas coquetas, no podía evitar despojarse de sus atuendos y quedarse desnuda ante el espejo. Era entonces cuando realizaba movimientos tremendamente seductores alzando sus brazos cual si agarrase invisibles cadenas, entornaba sus labios dejandolos entreabiertos como si exhalase ambrosía o jugaba con sus senos que eran impolutos sin importar la perspectiva desde la cual se mirasen. Sin duda, su aspecto físico era un prodigio de la naturaleza que por fortuna coincidía con la concepción de la belleza que había en sus tiempos. Ella era consciente de esta ventaja con la que había nacido y la explotaba cuanto podía en su día a día.
Sin embargo, un día en tales largas inspecciones se dió cuenta de algo que no había estado ahí al menos el día anterior. Por lo visto, sobre una de sus mejillas, concretamente donde se sitúan las ojeras cuando no dormirmos bien, había una horrible arruga que aunque imperceptible en una mirada superficial, sí resultaba visible si uno se fijaba con atención. No pudo evitar lanzar un desarradable alarido en cuanto lo vió, estremeciendo a su guapo y fornido novio Darío que acudió para comprobar qué era lo que estaba ocurriendo. Cuando se lo contó, este no pudo evitar estallar en carcajadas, lo que ofendió tremendamente a Olalla tanto que le echó de casa con una ira inmensa.
"Bueno -pensó- nada que no puedan arreglar unas cuantas cremas" Y así lo hizo, embadurnándose la cara con un frenesí enfermizo. Con tan gran maña se aplicó las dichosas cremas anti-envejecimiento que sin quererlo se hizo algunas heridas. Lo cual le frustó todavía más, teniendo así que reiniciar el proceso otra vez. Le llevó unas cuantas horas arreglar aquello, mas tras insistir quedó lo suficientemente aceptable para salir de casa. Con un suspiro de alivio y media sonrisa se encaminó sin pensarlo dos veces hasta un centro comercial de ropa de marca para comprar todo aquello que se le encaprichase aquella tarde, eso solía hacer cuando se sentía mal debido a algún inconveniente. Y como jamás tuvo uno semejante relacionado con su aspecto, aquel día gastó más de lo debido en ropa, maquillaje y joyas caras.
Una semana después aproximadamente durante su expedición matutina, se encontró con que tenía una serie de arrugas de expresión que le surcaban la frente. Aquello era demasiado para ella, no podía tolerarlo así que además de aplicarse una serie de cremas de farmacia evitó de ahora en adelante de expresar cosa alguna con su semblante. Mas esto no evitó que algunas semanas más adelante se encontrase con mas arrugas de expresión, esta vez en las comisuras de tus labios. Sí, en aquellos labios que los hombres siempre buscaban besar ahora se convertían en los labios de una prostituta cuarentona que se vendía por veinte euros la hora, así pensaba ella en aquellos momentos de desesperación. Mas aún entonces, las cremas eran unas aliadas indispensables que hacían lo que podían siempre y cuando se tuviera dinero para adquirirlas.
No obstante, ni sus aliadas más confiables ni su dinero ganado en modelaje pudo salvarla de que un mes después de aquellos horribles acontecimientos, se formasen las dichosas alas de murcielago bajo sus brazos antes tan tersos y suaves. Aquello ya sí que era intolerable, tenía que hacer algo rápido antes de que fuera todo a peor. Así que sin pensarlo dos veces pidió cita en un famoso cirujano, de estos que cobran varios ceros a cambio de las más milagrosas transformaciones estéticas. Se sometió a sus consejos y a sus intervenciones, quedando reluciente aunque artificial, por lo menos durante algunos días... Pues sin saber cómo ni cuando, exactamente una semana después de su recuperación de las operaciones, volvieron a aparecer aquellas señales de envejecimiento que tanto pavor le causaban.
Finalmente, decidió consultar a su médico privado de cabecera sobre su caso, el cual no le parecía ni medio normal tomando en cuenta su juventud. Este le derivó a diferentes especialistas expertos en diversas partes de su esculpido cuerpo para que la hiciesen pruebas y dictaminasen qué demonios estaba ocurriendo. En tanto que estaba a la espera de resultados, fue dándose cuenta de otras señales en su cuerpo que no le gustaban de modo alguno. Como por ejemplo que una tenue papada comenzaba a asomar bajo su barbilla, o que la piel de naranja recorría sus muslos antes tan bien sostenidos en su sitio, y lo que era peor, veía como sus hermosos senos caían vertiginosamente como si fueran dos pequeños sacos cargados de patatas. Para evitar tal horrorosos resultados usó de todas las artimañas que se le pasaban por la cabeza, usó cremas, maquillaje en exceso e intervenciones estéticas para mejorar aquel desastre. Pero todo era en balde, al poco tiempo aquellas imperfecciones retornaban a aflorar.
Y cuando se encontraba en un frenesí desesperado de locura debido a su situación, recibió una llamada de su médico que le dijo que las diferentes pruebas ya habían dado resultados y que debía acudir aquel mismo día para hablar con él. Sin pensarlo dos veces, Olalla se arregló lo mejor que pudo y tapando sus imperfecciones con premura, salió escapotada del lugar evitando que la gente de la calle se diera cuenta de su presencia. Para ello, se pusó un sombrero de ala ancha, a la par que un vestido negro lo suficientemente suelto para que nadie se percatase de la paulatina caída de sus senos como tampoco a la extraña cuvartura que estaba adoptando su antes altanera espalda.
Ya frente al médico, que traía consigo una cara de preocupación resignada, este le espetó bajando y subiendo los hombros con consternación:
- Los diferentes resultados de los analísis no han alumbrado anomalía alguna. Por lo visto, usted se encuentra en perfectas condiciones. Es decir, está estable como corresponde a una persona de salud normal. Sobre lo otro... Yo diría que sufre de envejecimiento acelerado. He estado consultando a algunos colegas, y finalmente he optado por derivarte a un conocido especializado en estos temas que quizás pueda ayudarla, aunque tampoco tenga la garantía de que se llegue a un resultado definitivo.
Olalla, con los ojos como platos, no supo ni qué decir porque no podía creerse en la situación en la que se encontraba. No entendía anda, mas de forma casi mecánica aceptó la tarjeta de recomendación que le ofrecía su médico y salió de ahí sin despedirse tan siquiera. Pero en cuanto se refugió en su lujosa casa, comenzó a liberar una serie de alaridos angustiosos que hubieran provocado espanto a quién los hubiese escuchado, aunque fuera de soslayo. Menos mal que ventanas y puertas estaban insonorizadas, porque de lo contrario algún vecino hubiera llamado a la policia.
En ese angustioso momento, Olalla comenzó a rasgarse las ropas con desesperación. Poco le importó lo que estas le costaron, un asunto así que antaño hubiese sido trascendental pasó a un segundo plano. Contemplándose en el espejo, viendóse tan envejecida sólo podía golpearlo con sus puños hasta romperlo en distintos pedazos. Tampoco dió importancia a la sangre que comenzó a salir de sus heridas al pincharse con los cristales que volaron dispersos por la sala. Para ella, en ese instante, lo más importante era liberar su ira sobre sí misma y su horrendo cuerpo, lanzando insultos e imprecaciones cargadas de una furia que en su vida había cobijado en su delicado corazón. Cuando ya se cansó, se quedó dormida en el suelo de una desbaratada sala en tanto que lágrimas y sangre continuaban recorriendo su arrugado cuerpo aún en sueños que más bien serían pesadillas por entonces.
Al día siguiente, sin molestarse en arreglar algo que ya no tenía arreglo alguno, fue en busca del especialista en envejecimiento que le recomendó su médico. Sin embargo, en cuanto Olalla se presentó ante él y le expuso su problema con una voz quebrada por el malestar y la angustia existencial, este rojo como un tomate aguantó durante unos instantes una risa que pugnaba por salir. Sin poder evitarlo, explotó lanzando algunos fragmentos de saliva ante la desconcertada Olalla que nuevamente no sabía ni qué pensar hasta que este le dijo todavía riéndose:
- ¡Pero vamos a ver...! ¿¡Cómo voy a curar del envejecimiento a una anciana!?
Olalla, perpleja, contemplandose las manos con impotencia pudo comprobar que estas se encontraban surcadas por arrugas y venas hinchadas, y sin dar respuesta alguna a tal soez del doctor, fue al baño buscando un espejo para observarse a sí misma por vez primera en aquel día. Efectivamente, lo que pudo ver frente al espejo era una mujer de unos ochenta años que temblaba debido a un parkinson en desarrollo. Sus ojos vidriosos atestiguaban su sufrimiento en tanto que su boca abierta de donde se deslizaba un hilo de saliva era prueba suficiente de su propia sorpresa. No quiso ver más, no podía seguir mirando la pesadilla de la que ella no se limitaba a ser una participante, sino que más bien era la protagonista a la par que la victima. Entonces, gritando y lanzando exclamaciones de dolor fue corriendo como pudo por los largos pasillos hasta salir de la calle e internarse en su lujoso hogar. Probablemente los transeúntes que se encontrasen con ella pensarían que esta tendría algún tipo de demencia senil.
* * *
Al tiempo, Dario el guapísimo novio de Olalla, bastante preocupado debido a la desaparición de su hermosa pareja, decidió visitarla ya que llevaba tiempo sin saber de ella. Ante la puerta llamó insistentemente, y como no respondía pensó que quizás estaría dormida. Menos mal que guardaba unas llaves de la casa para emergencia de esta indóle, así que introdujo las mencionadas llaves y entró a la casa. Lo primero que le sorprendió fue el desorden del lugar. Por todas las salas y pasillos había un montón de papeles, envoltorios y ropas ajadas dispersas por el suelo de manera azarosa. Inspeccionando vió que la mayoría de cosas provenían de productos y medicinas relacionadas con el cuidado de la piel ante las señales de la inevitable vejez. Aquello le sorprendió, mas recordando el último episodio que tuvo con Olalla en esa misma casa, pensó que aquello era producto de alguna crisis femenina motivada por la menstruación quizás.
Mas, otra cosa que le sorprendió y a la que no pudo encontrar una posible explicación como en el caso anterior, fue a que si bien esa casa era de construcción moderna, ahora parecía que habían pasado largos años debido a la gran cantidad de polvo que se encontraba por doquier. Hasta los muebles, antes recíen comprados e impolutos mostraban señales cual si la pátina del tiempo se hubiese obcecado con ellos especialmente, dejándolos como muebles en exposición de algún rastro de antigüedades. Sin embargo, no dejó que tales divagaciones perturbasen su hermosa mente ajena a preocupaciones, y continuó buscando a Olalla inspeccionando estancia tras estancia.
Cuando ya se daba por vencido, escuchó de soslayo un ruido en una de las salas, lo que hizo que se encaminase hacía su procedencia con resolución. Y viendo una sombra deslizarse por la sala de un lado para otra, decidió encender la luz debido a que en toda la casa las persianas se encontraban cerradas. Pero, cuando vió lo que tenía ante su vista se quedó mudo. Se trataba de un ser de un color entre marrón y verdoso, completamente chapudo y que le miraba con unos ojos rojos desorbitados. Le caía una especie de baba amarillenta, y lo que parecían unos pechos le caían al suelo, arrantrándolos con cada uno de sus espaciados pasos. Cuando se percató de su presencia, se dirigió hacia dónde él estaba, cortandole así el paso. Y relamiendose los azulados e inflamados labios, lanzando un aliento maloliente que acompañaba a cada una de sus quebradas palabras le dijo en un español que costaba entender si no se prestaba la debida atención:
- Oh, amor mío... Te echaba de menos... ¿Preparado para una noche de pasión y de desenfreno? Bésame, aunemos nuestros cuerpos como si estos fueran uno solo...
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