El soldado-brujo puso una mueca de desagrado ante la situación. Se sentó en el suelo, y esperó. A las veces refunfuñaba, murmuraba para sí. Parecía que estaba determinado a hacer algo al respecto, a reaccionar ante la injusticia que él pensaba que vivía. Sin embargo, a pesar de que sabía que su causa era justa, no se decidía del todo. De ahí que farfullara en su interior si hacerlo, o si no. Dirigió su mirada hacia el sol abrasador, y quemándose los ojos, resbalando cierta cantidad de sudor sobre su frente cargada de mugre, y optó por levantarse. Ya no aguantaba mal, posicionándose en medio de la explada rodeada por muros se marmól dijo:
- Esto ya no puede seguir así. Esos opresores nos conducen a dónde quieren, deciden por nosotros y maltratan nuestros cuerpos. Abusan de nuestras mujeres, esclavizan a nuestros hijos, nos usan como burros de carga, nos miran con desprecio... ¡Esto es intolerable! Por eso os convoco a todos hermanos míos para alzarnos en armas y retomar lo que es nuestro. Vayamos a por esa gentuza y demostremos que no les tememos, que estamos dispuestos a aniquilarlos y que de ahora en adelante todo este desértico paraje es nuestro ¡Levantar vuestros sables quienes estéis conmigo!
Sus palabras produjeron agitación en la concurrencia, todos parecían asentir ante las palabras del soldado-brujo que había sido esclavizado como todos ellos por los disciplientes. Si bien al principio se les notó a todos muy animados dando la razón a todo cuanto este decía, su última frase les dejó titubeando durante unos instantes. Mas esta quietud no duró demasiado, pues escasos segundos después un hombre moreno bastante alto y fornido levantó su herrumbrosa espada en señal de estar preparado para la batalla. A él siguieron otros tantos, hasta que al final todos los ahí reunidos dieron su confirmación y su disposición para arriesgar sus vidas en aras de un ideal que pugnaba por una justicia que no sólo a ellos atañía, sino también a sus hijos e incluso al porvenir de todas aquellas gentes.
Todos salieron en desbandada en dirección hacía donde sabían que estaban los disciplientes, que curiosamente era la explanada mas verdosa del lugar y donde se encontraba un inmenso hotel allende a un frondoso bosque. Pero, en cuanto llegaron al lugar, no vieron lo que esperaron. No había un gran ejercito esperándoles con las armas en alto, dispuestos a descargar su furia y su saña ante tal rebelión. Mas bien lo que encontraron, fueron unos tipos vestidos de blanco que se encontraban dispersos al rededor de lo que parecía una especie de pista artificial. Ahí, junto a ellos, estaban sus propios hijos, y más atrás apartadas de todo aquello las mujeres del pueblo, las cuales eran madres, esposas o simplemente mujeres independientes que habían decidido la soltería para vivir a sus anchas.
Se quedaron quietos, perplejos y sin saber cómo reaccionar ante dicha situación. Los hombres de blanco aprovechándose de la sorpresa y sonriendo afablemente, les indicaron que empezaban los juegos por la supervivencia de su clan, cuyas reglas les resultaron tremendamente extrañas. Por lo visto, era un sádico juego en el que situándose por equipos tenían que alcanzar una serie de pelotas, y quienes perdieran irían siendo ejecutados por sus propios compañeros paulatinamente, exterminándose así ellos mismos.
Como si fueran autómatas, muchos de ellos se dirigieron a participar para evitar que su gente sufriera en balde, y así salvar a sus hijos de una cruenta muerte. Sin embargo, el soldado-brujo no participó en lo que él consideraba un absurdo sin sentido. Se quedó contemplando todo aquello castañeando sus dientes de rabia, apretando los puños y mirando con odio tanto a los creadores de aquel sangriento entretenimiento como a sus participantes. En cuanto vió esparcirse la primera refriega de sangre al aire, salpicando así la hierba que les rodeaba, no pudo soportarlo más y se adelantó. Y a pesar de la mirada de extrañeza de todos los que por ahí andaban, no se detuvo y permaneció indiferente ante tales miradas acusadoras.
Hurgando en sus ajadas ropas, sacó un cuerno negruzo que al instante hizo sonar con estridencia. Su eco se propagó por toda la zona produciendo el cese del dichoso juego, elevándose por encima de toda la explanada y alcanzando un volumen tan inmenso que atravesó kilometros y espacios muy lejanos de donde ellos estaban. Y de repente, tras las colinas y los árboles dispersos, aparecieron unos seres espantosos que portando espadas, hachas y armaduras atacaron a los disciplentes con furia hasta acabar con sus vidas de la forma más sangrienta imaginable. Cuando ya sus cuerpos inertes adornaban la zona con sus sapilcaduras sangriolentas y algunos de sus miembros se encontraban desgajados se sus partes centrales, aquellos seres bestiales hicieron que las gentes inocentes se refugiasen en el hotel que tenían al lado.
Aquellos seres eran los zunhui, monstruos antropomorfos que podían ser invocados por el soldado-brujo cuando este lo considerase. Nadie podría asegurar cómo ni por qué, pero estos se encontraban en deuda con él tras el servicio que este les prestó en un pasado remoto. Desde entonces, una serie incontable de estos acudían a él cuando fuera preciso y sin rechistar, gozos de cumplir órdenes e incluso divirtiéndose cuando se les pedía atrocidades tales como masacrar, matar, torturar, encarcelar o lo que fuera. Todo con tal de cumplir con su ancestral palabra dada al soldado-brujo, siempre presentes cuando este les requiriera, y ausentes cuando no se necesitase de sus servicios.
Así, pues, las gentes del poblado obedecieron y se refugiaron en el hotel, mas por temor que por apetencia ante las barbaridades que sus ojos habían contemplado. Se colocaron temblando donde podían, en tanto que los zunhui rodearon la sala en posición de ataque si este era ordenado por el soldado-brujo. Una vez en dicha posición, todos se miraron entre sí con desconfianza hasta que el soldado-brujo alzando la mano en señal de paz les dirigió las siguientes palabras:
- No temáis, ya todo ha terminado. Aquellos opresores han huído refugiándose en el bosque. Mientras estén presentes los zunhui, no tenéis que tener miedo. No se atreveran a entrar por estos muros, y tampoco los rodearan desde fuera, puesto que saben que nuestra fuerza es mayor. Para vuestra tranquilidad os diré que los zunhui dormirán en la sala de abajo ya que no precisan de mucho espacio, en tanto que vosotros y yo lo haremos en la de arriba teniendo en cuenta nuestro número.
Y aún con cierta desconfianza, así se hizo. Los zunhui descendieron los escalones, y se conducieron hacia las catapultas que se encontraban en la sala de abajo, todo harapienta, cargada de polvo y que no había sido usada desde hace largos años. En tanto que las personas comunes se quedaron donde estaban, perplejas y sin comprender nada. Muchos de ellos no sabían ni a qué temer ni mucho menos frente a qué defenderse en caso de que todo aquello se desbocase. Por un lado, consideraban que los disciplentes eran el enemigo claro habida cuenta de que estos les habían encerrado allí a costa de su voluntad, y que además llevaban ya algún tiempo maltratándoles injustamente. Mas, por otro, aquellos extraños seres que posteriormente supieron que se trataban de los zunhui, eran unos monstruos horribles sedientos de sangre y que despedazaban a sus rivales sin consideración alguna. Sus figuras tan deformes, sus semblantes retorcidos y sus maneras tan extrañas de moverse les hacían estremecerse. Pero, no obstante, la mayoría llegaron a la determinación de que quién era más problemático ahí era el soldado-brujo, ya que no sólo les había manipulado a voluntad para cargar contra los disciplentes, sino que además había hecho uso de sus poderes para traer a aquellos engendros llamados zunhui para oprimirles con la excusa de salvarles.
Así era, todos los allí congregados no confiaban en las buenas intenciones de los zunhui, y mucho menos del soldado-brujo. Y aunque durante las primeras horas decidieron acatar, según avanzaba la noche optaron por comunicar su disconformidad, al principio con indirectas y de buenas maneras, mas viendo que eran ignorados, ya lo hicieron explicitamente mostrando su rechazo de forma clara. Esto disgustó bastante al soldado-brujo teniendo en cuenta que en cierto modo él les había salvado y liberado de la esclavitud, y todo para que ahora se mostrasen tan desagradecidos y encima tuvieran la osadía de ni esperar una noche en comunicar sus desaveniencias. Incluso, su supuesta mujer se mostró disgustada con la presencia de aquellos seres, aunque quizás un aliciente para ella fue el saber que este tenía una amante, y que por su orgulloso femenino herido se inclinase por mostrarse en disconformidad con todo lo que este propusiera. Mas, esta opción quedaba invalidada en tanto que también su amante no estuvo de acuerdo con la decisión tomada, cruzándose de brazos en señal de protesta.
En fin, el soldado-brujo bastante molesto con la actitud de todas aquellas personas, les comunicó de mala gana que aceptaba sus desagradecidas palabras, y puesto que como ni su presencia ni la de los zunhui les era agradable, se marcharía de ahí dejándoles a sus merced. Estos se sintieron satisfechos, pero no sabiendo en su ignorancia que en cuanto el soldado-brujo y sus zunhui se retirasen, ellos estarían acabados porque los disciplientes acudirían allí y les masacrarían, y en el mejor de los casos, tornarían a esclavizarlos. Mas, como el soldado-brujo no terminó la frase no comunicándoles las consecuencias de susodicha decisión, estos se quedaron tranquilos acudientos a sus respectivas camas para poder descansar en paz durante la que quizás sería su última noche.
Entonces, el soldado-brujo descendió por los escalones y accedió a la abandonada planta baja. Una vez ahí, levantó unas tapas de piedra en cuyo interior una sustancia marrón se agitaba. Se trataba de los zunhui, que por un milagroso efecto químico que alteraba sus proporciones físicas les hacía reducir su tamaño hasta el punto de poder caber en una vasija. Así, pues, el soldado-brujo desplazando con un movimiento determinado de sus manos, haciendo una serie de señas específicas de un significado desconocido, hizo que aquella masa putrefacta fuera ensanchándose hasta transformarse en una serie de zunhui de tamaño original. Y en cuanto recuperaron dicha forma, y se pusieron en una resputuosa formación, este les dijo:
- Por lo visto ya no nos quieren por aquí, así que partimos hacía nuestras tierras del norte. Para ellos va a suponer una muerte segura, mas no podemos ocuparnos de quienes nos rechazan. Peor para ellos puesto que sin nuestros servicios son ya un cúmulo de cadáveres. Así que como os digo, retornamos a aquellos parajes abandonados por los hombres, tan sombríos y despoblados que resultan idóneos para seres como nosotros, cuyo aspecto y actitudes parecen contrariar tanto. Pero en fin, ya paro de hablar. Tenemos que partir en tanto que la luna aún nos acompaña, con sus resplandores iluminando nuestra senda mientras que las sombras nos rodean.
Dicho y hecho, pues en cuanto el soldado-brujo hubo acabado de decir aquellas palabras todos salieron en prodigiosas formaciones a pesar del horrendo aspecto de quienes la formaban. Algunas de las personas que aún se encontraban despiertas se asomaron a las amplias ventanas, y vieron como estos se fueron internando en las sombras mientras marcaban en ritmo con sonoras pisotadas mientras exclamaban una especie de marcha militar que sonaba así: "Zak zak, uta le zak. Zak zak, uta le zork" Palabras que por otra parte, nadie de quienes la oyeron pudieron comprender. Pero lo que si se sabía era que el soldado brujo y sus acólitos zunhui partían para no volver ahí, o al menos por el momento.
Diremos, en suma, que lo único que supieron aquellas gentes del soldado-brujo y sus inhóspitos poderes es que era capaz de invocar a los zunhui como se ha narrado más arriba, y que estos le obedecían de manera incondicional. Mas sospechaban que sus trucos mágicos iban mas allá, y que probablemente pudiera hacer otra cosas que no reveló a nadie, pues antes de todo aquello él había convivido con todos ellos en esclavitud como si tal cosa. Y mientras ellos se demacraban y se encontraban plagados de heridas debido al maltrato en el que se hallaban sometidos, el soldado-brujo estaba idéntico al primer día, sin magulladura alguna ¿Cómo era aquello posible? Y quizás lo que fuera más importante ¿Por qué teniendo aquellos poderes y la capacidad de llamar a los zunhui no lo había hecho hasta entonces? Pero la respuesta a todas aquellas preguntas desgraciadamente nunca se llegaron a saber.
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