domingo, 23 de marzo de 2025

La rebelión de los zunhui

 El soldado-brujo puso una mueca de desagrado ante la situación. Se sentó en el suelo, y esperó. A las veces refunfuñaba, murmuraba para sí. Parecía que estaba determinado a hacer algo al respecto, a reaccionar ante la injusticia que él pensaba que vivía. Sin embargo, a pesar de que sabía que su causa era justa, no se decidía del todo. De ahí que farfullara en su interior si hacerlo, o si no. Dirigió su mirada hacia el sol abrasador, y quemándose los ojos, resbalando cierta cantidad de sudor sobre su frente cargada de mugre, y optó por levantarse. Ya no aguantaba mal, posicionándose en medio de la explada rodeada por muros se marmól dijo:

- Esto ya no puede seguir así. Esos opresores nos conducen a dónde quieren, deciden por nosotros y maltratan nuestros cuerpos. Abusan de nuestras mujeres, esclavizan a nuestros hijos, nos usan como burros de carga, nos miran con desprecio... ¡Esto es intolerable! Por eso os convoco a todos hermanos míos para alzarnos en armas y retomar lo que es nuestro. Vayamos a por esa gentuza y demostremos que no les tememos, que estamos dispuestos a aniquilarlos y que de ahora en adelante todo este desértico paraje es nuestro ¡Levantar vuestros sables quienes estéis conmigo!

Sus palabras produjeron agitación en la concurrencia, todos parecían asentir ante las palabras del soldado-brujo que había sido esclavizado como todos ellos por los disciplientes. Si bien al principio se les notó a todos muy animados dando la razón a todo cuanto este decía, su última frase les dejó titubeando durante unos instantes. Mas esta quietud no duró demasiado, pues escasos segundos después un hombre moreno bastante alto y fornido levantó su herrumbrosa espada en señal de estar preparado para la batalla. A él siguieron otros tantos, hasta que al final todos los ahí reunidos dieron su confirmación y su disposición para arriesgar sus vidas en aras de un ideal que pugnaba por una justicia que no sólo a ellos atañía, sino también a sus hijos e incluso al porvenir de todas aquellas gentes.

Todos salieron en desbandada en dirección hacía donde sabían que estaban los disciplientes, que curiosamente era la explanada mas verdosa del lugar y donde se encontraba un inmenso hotel allende a un frondoso bosque. Pero, en cuanto llegaron al lugar, no vieron lo que esperaron. No había un gran ejercito esperándoles con las armas en alto, dispuestos a descargar su furia y su saña ante tal rebelión. Mas bien lo que encontraron, fueron unos tipos vestidos de blanco que se encontraban dispersos al rededor de lo que parecía una especie de pista artificial. Ahí, junto a ellos, estaban sus propios hijos, y más atrás apartadas de todo aquello las mujeres del pueblo, las cuales eran madres, esposas o simplemente mujeres independientes que habían decidido la soltería para vivir a sus anchas.

Se quedaron quietos, perplejos y sin saber cómo reaccionar ante dicha situación. Los hombres de blanco aprovechándose de la sorpresa y sonriendo afablemente, les indicaron que empezaban los juegos por la supervivencia de su clan, cuyas reglas les resultaron tremendamente extrañas. Por lo visto, era un sádico juego en el que situándose por equipos tenían que alcanzar una serie de pelotas, y quienes perdieran irían siendo ejecutados por sus propios compañeros paulatinamente, exterminándose así ellos mismos.

Como si fueran autómatas, muchos de ellos se dirigieron a participar para evitar que su gente sufriera en balde, y así salvar a sus hijos de una cruenta muerte. Sin embargo, el soldado-brujo no participó en lo que él consideraba un absurdo sin sentido. Se quedó contemplando todo aquello castañeando sus dientes de rabia, apretando los puños y mirando con odio tanto a los creadores de aquel sangriento entretenimiento como a sus participantes. En cuanto vió esparcirse la primera refriega de sangre al aire, salpicando así la hierba que les rodeaba, no pudo soportarlo más y se adelantó. Y a pesar de la mirada de extrañeza de todos los que por ahí andaban, no se detuvo y permaneció indiferente ante tales miradas acusadoras.

Hurgando en sus ajadas ropas, sacó un cuerno negruzo que al instante hizo sonar con estridencia. Su eco se propagó por toda la zona produciendo el cese del dichoso juego, elevándose por encima de toda la explanada y alcanzando un volumen tan inmenso que atravesó kilometros y espacios muy lejanos de donde ellos estaban. Y de repente, tras las colinas y los árboles dispersos, aparecieron unos seres espantosos que portando espadas, hachas y armaduras atacaron a los disciplentes con furia hasta acabar con sus vidas de la forma más sangrienta imaginable. Cuando ya sus cuerpos inertes adornaban la zona con sus sapilcaduras sangriolentas y algunos de sus miembros se encontraban desgajados se sus partes centrales, aquellos seres bestiales hicieron que las gentes inocentes se refugiasen en el hotel que tenían al lado.

Aquellos seres eran los zunhui, monstruos antropomorfos que podían ser invocados por el soldado-brujo cuando este lo considerase. Nadie podría asegurar cómo ni por qué, pero estos se encontraban en deuda con él tras el servicio que este les prestó en un pasado remoto. Desde entonces, una serie incontable de estos acudían a él cuando fuera preciso y sin rechistar, gozos de cumplir órdenes e incluso divirtiéndose cuando se les pedía atrocidades tales como masacrar, matar, torturar, encarcelar o lo que fuera. Todo con tal de cumplir con su ancestral palabra dada al soldado-brujo, siempre presentes cuando este les requiriera, y ausentes cuando no se necesitase de sus servicios.

Así, pues, las gentes del poblado obedecieron y se refugiaron en el hotel, mas por temor que por apetencia ante las barbaridades que sus ojos habían contemplado. Se colocaron temblando donde podían, en tanto que los zunhui rodearon la sala en posición de ataque si este era ordenado por el soldado-brujo. Una vez en dicha posición, todos se miraron entre sí con desconfianza hasta que el soldado-brujo alzando la mano en señal de paz les dirigió las siguientes palabras:

- No temáis, ya todo ha terminado. Aquellos opresores han huído refugiándose en el bosque. Mientras estén presentes los zunhui, no tenéis que tener miedo. No se atreveran a entrar por estos muros, y tampoco los rodearan desde fuera, puesto que saben que nuestra fuerza es mayor. Para vuestra tranquilidad os diré que los zunhui dormirán en la sala de abajo ya que no precisan de mucho espacio, en tanto que vosotros y yo lo haremos en la de arriba teniendo en cuenta nuestro número.

Y aún con cierta desconfianza, así se hizo. Los zunhui descendieron los escalones, y se conducieron hacia las catapultas que se encontraban en la sala de abajo, todo harapienta, cargada de polvo y que no había sido usada desde hace largos años. En tanto que las personas comunes se quedaron donde estaban, perplejas y sin comprender nada. Muchos de ellos no sabían ni a qué temer ni mucho menos frente a qué defenderse en caso de que todo aquello se desbocase. Por un lado, consideraban que los disciplentes eran el enemigo claro habida cuenta de que estos les habían encerrado allí a costa de su voluntad, y que además llevaban ya algún tiempo maltratándoles injustamente. Mas, por otro, aquellos extraños seres que posteriormente supieron que se trataban de los zunhui, eran unos monstruos horribles sedientos de sangre y que despedazaban a sus rivales sin consideración alguna. Sus figuras tan deformes, sus semblantes retorcidos y sus maneras tan extrañas de moverse les hacían estremecerse. Pero, no obstante, la mayoría llegaron a la determinación de que quién era más problemático ahí era el soldado-brujo, ya que no sólo les había manipulado a voluntad para cargar contra los disciplentes, sino que además había hecho uso de sus poderes para traer a aquellos engendros llamados zunhui para oprimirles con la excusa de salvarles.

Así era, todos los allí congregados no confiaban en las buenas intenciones de los zunhui, y mucho menos del soldado-brujo. Y aunque durante las primeras horas decidieron acatar, según avanzaba la noche optaron por comunicar su disconformidad, al principio con indirectas y de buenas maneras, mas viendo que eran ignorados, ya lo hicieron explicitamente mostrando su rechazo de forma clara. Esto disgustó bastante al soldado-brujo teniendo en cuenta que en cierto modo él les había salvado y liberado de la esclavitud, y todo para que ahora se mostrasen tan desagradecidos y encima tuvieran la osadía de ni esperar una noche en comunicar sus desaveniencias. Incluso, su supuesta mujer se mostró disgustada con la presencia de aquellos seres, aunque quizás un aliciente para ella fue el saber que este tenía una amante, y que por su orgulloso femenino herido se inclinase por mostrarse en disconformidad con todo lo que este propusiera. Mas, esta opción quedaba invalidada en tanto que también su amante no estuvo de acuerdo con la decisión tomada, cruzándose de brazos en señal de protesta.

En fin, el soldado-brujo bastante molesto con la actitud de todas aquellas personas, les comunicó de mala gana que aceptaba sus desagradecidas palabras, y puesto que como ni su presencia ni la de los zunhui les era agradable, se marcharía de ahí dejándoles a sus merced. Estos se sintieron satisfechos, pero no sabiendo en su ignorancia que en cuanto el soldado-brujo y sus zunhui se retirasen, ellos estarían acabados porque los disciplientes acudirían allí y les masacrarían, y en el mejor de los casos, tornarían a esclavizarlos. Mas, como el soldado-brujo no terminó la frase no comunicándoles las consecuencias de susodicha decisión, estos se quedaron tranquilos acudientos a sus respectivas camas para poder descansar en paz durante la que quizás sería su última noche.

Entonces, el soldado-brujo descendió por los escalones y accedió a la abandonada planta baja. Una vez ahí, levantó unas tapas de piedra en cuyo interior una sustancia marrón se agitaba. Se trataba de los zunhui, que por un milagroso efecto químico que alteraba sus proporciones físicas les hacía reducir su tamaño hasta el punto de poder caber en una vasija. Así, pues, el soldado-brujo desplazando con un movimiento determinado de sus manos, haciendo una serie de señas específicas de un significado desconocido, hizo que aquella masa putrefacta fuera ensanchándose hasta transformarse en una serie de zunhui de tamaño original. Y en cuanto recuperaron dicha forma, y se pusieron en una resputuosa formación, este les dijo:

- Por lo visto ya no nos quieren por aquí, así que partimos hacía nuestras tierras del norte. Para ellos va a suponer una muerte segura, mas no podemos ocuparnos de quienes nos rechazan. Peor para ellos puesto que sin nuestros servicios son ya un cúmulo de cadáveres. Así que como os digo, retornamos a aquellos parajes abandonados por los hombres, tan sombríos y despoblados que resultan idóneos para seres como nosotros, cuyo aspecto y actitudes parecen contrariar tanto. Pero en fin, ya paro de hablar. Tenemos que partir en tanto que la luna aún nos acompaña, con sus resplandores iluminando nuestra senda mientras que las sombras nos rodean.

Dicho y hecho, pues en cuanto el soldado-brujo hubo acabado de decir aquellas palabras todos salieron en prodigiosas formaciones a pesar del horrendo aspecto de quienes la formaban. Algunas de las personas que aún se encontraban despiertas se asomaron a las amplias ventanas, y vieron como estos se fueron internando en las sombras mientras marcaban en ritmo con sonoras pisotadas mientras exclamaban una especie de marcha militar que sonaba así: "Zak zak, uta le zak. Zak zak, uta le zork" Palabras que por otra parte, nadie de quienes la oyeron pudieron comprender. Pero lo que si se sabía era que el soldado brujo y sus acólitos zunhui partían para no volver ahí, o al menos por el momento.

Diremos, en suma, que lo único que supieron aquellas gentes del soldado-brujo y sus inhóspitos poderes es que era capaz de invocar a los zunhui como se ha narrado más arriba, y que estos le obedecían de manera incondicional. Mas sospechaban que sus trucos mágicos iban mas allá, y que probablemente pudiera hacer otra cosas que no reveló a nadie, pues antes de todo aquello él había convivido con todos ellos en esclavitud como si tal cosa. Y mientras ellos se demacraban y se encontraban plagados de heridas debido al maltrato en el que se hallaban sometidos, el soldado-brujo estaba idéntico al primer día, sin magulladura alguna ¿Cómo era aquello posible? Y quizás lo que fuera más importante ¿Por qué teniendo aquellos poderes y la capacidad de llamar a los zunhui no lo había hecho hasta entonces? Pero la respuesta a todas aquellas preguntas desgraciadamente nunca se llegaron a saber.  

domingo, 16 de marzo de 2025

La maldición de la belleza

 

Rendir las debidas cuentas con la belleza, y admirarla cuando esta se presenta es algo tan natural como loable. Sin embargo, a menudo ocurre sobre todo en nuestros tiempos, que tenemos una concepción de lo bello tan idealizado y pendiente de los canones estéticos actuales que lo que comienza siendo hermoso termina volcándose en algo horrible, e incluso terrorífico. Hoy día se piensa que sólo lo artificioso, lo irreal y lo meramente aparencial es lo bello, mientras que lo natural, lo esencial y lo real es algo que hay que desechar como sea. Obviamente con una perspectiva así de la belleza estamos tan errados como quién considera un estanque el océano.

Algo semejante le ocurría a Olalla, una joven cuya obsesión por la belleza alcanzó unos límites casi enfermos. Y lo peor, esa insistencia con lo bello no se resolvía en una suerte de búsqueda de la misma o de admiración incondicional, sino que se concretaba en su propia persona. Era cierto, por otro lado, que era una muchacha muy hermosa y cuya belleza coincidía paradójicamente con los canones estéticos de su tiempo. Además, siendo joven esta belleza se quintuplicaba tomando en cuenta que este es el único patrón respecto a lo bello que se atiende hoy día. Debido a esto, la sola contemplación de esta joven producía en quienes la veían de soslayo un estremecimiento interno, en los hombres deseos de llevarla a su alcoba y en las mujeres envidia. Incluso ella misma se sobresaltaba cuando se veía reflejada en algún lugar, produciéndole una alegría que no entendía de calificativo.

Muchas veces pasaba las horas muertas contemplándose en el espejo completamente embelesada de su propio reflejo, admirada de tal grado de hermosura y juventud. Mientras jugaba con sus rizados cabellos y hacía muecas coquetas, no podía evitar despojarse de sus atuendos y quedarse desnuda ante el espejo. Era entonces cuando realizaba movimientos tremendamente seductores alzando sus brazos cual si agarrase invisibles cadenas, entornaba sus labios dejandolos entreabiertos como si exhalase ambrosía o jugaba con sus senos que eran impolutos sin importar la perspectiva desde la cual se mirasen. Sin duda, su aspecto físico era un prodigio de la naturaleza que por fortuna coincidía con la concepción de la belleza que había en sus tiempos. Ella era consciente de esta ventaja con la que había nacido y la explotaba cuanto podía en su día a día.

Sin embargo, un día en tales largas inspecciones se dió cuenta de algo que no había estado ahí al menos el día anterior. Por lo visto, sobre una de sus mejillas, concretamente donde se sitúan las ojeras cuando no dormirmos bien, había una horrible arruga que aunque imperceptible en una mirada superficial, sí resultaba visible si uno se fijaba con atención. No pudo evitar lanzar un desarradable alarido en cuanto lo vió, estremeciendo a su guapo y fornido novio Darío que acudió para comprobar qué era lo que estaba ocurriendo. Cuando se lo contó, este no pudo evitar estallar en carcajadas, lo que ofendió tremendamente a Olalla tanto que le echó de casa con una ira inmensa.

"Bueno -pensó- nada que no puedan arreglar unas cuantas cremas" Y así lo hizo, embadurnándose la cara con un frenesí enfermizo. Con tan gran maña se aplicó las dichosas cremas anti-envejecimiento que sin quererlo se hizo algunas heridas. Lo cual le frustó todavía más, teniendo así que reiniciar el proceso otra vez. Le llevó unas cuantas horas arreglar aquello, mas tras insistir quedó lo suficientemente aceptable para salir de casa. Con un suspiro de alivio y media sonrisa se encaminó sin pensarlo dos veces hasta un centro comercial de ropa de marca para comprar todo aquello que se le encaprichase aquella tarde, eso solía hacer cuando se sentía mal debido a algún inconveniente. Y como jamás tuvo uno semejante relacionado con su aspecto, aquel día gastó más de lo debido en ropa, maquillaje y joyas caras.

Una semana después aproximadamente durante su expedición matutina, se encontró con que tenía una serie de arrugas de expresión que le surcaban la frente. Aquello era demasiado para ella, no podía tolerarlo así que además de aplicarse una serie de cremas de farmacia evitó de ahora en adelante de expresar cosa alguna con su semblante. Mas esto no evitó que algunas semanas más adelante se encontrase con mas arrugas de expresión, esta vez en las comisuras de tus labios. Sí, en aquellos labios que los hombres siempre buscaban besar ahora se convertían en los labios de una prostituta cuarentona que se vendía por veinte euros la hora, así pensaba ella en aquellos momentos de desesperación. Mas aún entonces, las cremas eran unas aliadas indispensables que hacían lo que podían siempre y cuando se tuviera dinero para adquirirlas.

No obstante, ni sus aliadas más confiables ni su dinero ganado en modelaje pudo salvarla de que un mes después de aquellos horribles acontecimientos, se formasen las dichosas alas de murcielago bajo sus brazos antes tan tersos y suaves. Aquello ya sí que era intolerable, tenía que hacer algo rápido antes de que fuera todo a peor. Así que sin pensarlo dos veces pidió cita en un famoso cirujano, de estos que cobran varios ceros a cambio de las más milagrosas transformaciones estéticas. Se sometió a sus consejos y a sus intervenciones, quedando reluciente aunque artificial, por lo menos durante algunos días... Pues sin saber cómo ni cuando, exactamente una semana después de su recuperación de las operaciones, volvieron a aparecer aquellas señales de envejecimiento que tanto pavor le causaban.

Finalmente, decidió consultar a su médico privado de cabecera sobre su caso, el cual no le parecía ni medio normal tomando en cuenta su juventud. Este le derivó a diferentes especialistas expertos en diversas partes de su esculpido cuerpo para que la hiciesen pruebas y dictaminasen qué demonios estaba ocurriendo. En tanto que estaba a la espera de resultados, fue dándose cuenta de otras señales en su cuerpo que no le gustaban de modo alguno. Como por ejemplo que una tenue papada comenzaba a asomar bajo su barbilla, o que la piel de naranja recorría sus muslos antes tan bien sostenidos en su sitio, y lo que era peor, veía como sus hermosos senos caían vertiginosamente como si fueran dos pequeños sacos cargados de patatas. Para evitar tal horrorosos resultados usó de todas las artimañas que se le pasaban por la cabeza, usó cremas, maquillaje en exceso e intervenciones estéticas para mejorar aquel desastre. Pero todo era en balde, al poco tiempo aquellas imperfecciones retornaban a aflorar.

Y cuando se encontraba en un frenesí desesperado de locura debido a su situación, recibió una llamada de su médico que le dijo que las diferentes pruebas ya habían dado resultados y que debía acudir aquel mismo día para hablar con él. Sin pensarlo dos veces, Olalla se arregló lo mejor que pudo y tapando sus imperfecciones con premura, salió escapotada del lugar evitando que la gente de la calle se diera cuenta de su presencia. Para ello, se pusó un sombrero de ala ancha, a la par que un vestido negro lo suficientemente suelto para que nadie se percatase de la paulatina caída de sus senos como tampoco a la extraña cuvartura que estaba adoptando su antes altanera espalda.

Ya frente al médico, que traía consigo una cara de preocupación resignada, este le espetó bajando y subiendo los hombros con consternación:

- Los diferentes resultados de los analísis no han alumbrado anomalía alguna. Por lo visto, usted se encuentra en perfectas condiciones. Es decir, está estable como corresponde a una persona de salud normal. Sobre lo otro... Yo diría que sufre de envejecimiento acelerado. He estado consultando a algunos colegas, y finalmente he optado por derivarte a un conocido especializado en estos temas que quizás pueda ayudarla, aunque tampoco tenga la garantía de que se llegue a un resultado definitivo.

Olalla, con los ojos como platos, no supo ni qué decir porque no podía creerse en la situación en la que se encontraba. No entendía anda, mas de forma casi mecánica aceptó la tarjeta de recomendación que le ofrecía su médico y salió de ahí sin despedirse tan siquiera. Pero en cuanto se refugió en su lujosa casa, comenzó a liberar una serie de alaridos angustiosos que hubieran provocado espanto a quién los hubiese escuchado, aunque fuera de soslayo. Menos mal que ventanas y puertas estaban insonorizadas, porque de lo contrario algún vecino hubiera llamado a la policia.

En ese angustioso momento, Olalla comenzó a rasgarse las ropas con desesperación. Poco le importó lo que estas le costaron, un asunto así que antaño hubiese sido trascendental pasó a un segundo plano. Contemplándose en el espejo, viendóse tan envejecida sólo podía golpearlo con sus puños hasta romperlo en distintos pedazos. Tampoco dió importancia a la sangre que comenzó a salir de sus heridas al pincharse con los cristales que volaron dispersos por la sala. Para ella, en ese instante, lo más importante era liberar su ira sobre sí misma y su horrendo cuerpo, lanzando insultos e imprecaciones cargadas de una furia que en su vida había cobijado en su delicado corazón. Cuando ya se cansó, se quedó dormida en el suelo de una desbaratada sala en tanto que lágrimas y sangre continuaban recorriendo su arrugado cuerpo aún en sueños que más bien serían pesadillas por entonces.

Al día siguiente, sin molestarse en arreglar algo que ya no tenía arreglo alguno, fue en busca del especialista en envejecimiento que le recomendó su médico. Sin embargo, en cuanto Olalla se presentó ante él y le expuso su problema con una voz quebrada por el malestar y la angustia existencial, este rojo como un tomate aguantó durante unos instantes una risa que pugnaba por salir. Sin poder evitarlo, explotó lanzando algunos fragmentos de saliva ante la desconcertada Olalla que nuevamente no sabía ni qué pensar hasta que este le dijo todavía riéndose:

- ¡Pero vamos a ver...! ¿¡Cómo voy a curar del envejecimiento a una anciana!?

Olalla, perpleja, contemplandose las manos con impotencia pudo comprobar que estas se encontraban surcadas por arrugas y venas hinchadas, y sin dar respuesta alguna a tal soez del doctor, fue al baño buscando un espejo para observarse a sí misma por vez primera en aquel día. Efectivamente, lo que pudo ver frente al espejo era una mujer de unos ochenta años que temblaba debido a un parkinson en desarrollo. Sus ojos vidriosos atestiguaban su sufrimiento en tanto que su boca abierta de donde se deslizaba un hilo de saliva era prueba suficiente de su propia sorpresa. No quiso ver más, no podía seguir mirando la pesadilla de la que ella no se limitaba a ser una participante, sino que más bien era la protagonista a la par que la victima. Entonces, gritando y lanzando exclamaciones de dolor fue corriendo como pudo por los largos pasillos hasta salir de la calle e internarse en su lujoso hogar. Probablemente los transeúntes que se encontrasen con ella pensarían que esta tendría algún tipo de demencia senil.

                                *  *  *

Al tiempo, Dario el guapísimo novio de Olalla, bastante preocupado debido a la desaparición de su hermosa pareja, decidió visitarla ya que llevaba tiempo sin saber de ella. Ante la puerta llamó insistentemente, y como no respondía pensó que quizás estaría dormida. Menos mal que guardaba unas llaves de la casa para emergencia de esta indóle, así que introdujo las mencionadas llaves y entró a la casa. Lo primero que le sorprendió fue el desorden del lugar. Por todas las salas y pasillos había un montón de papeles, envoltorios y ropas ajadas dispersas por el suelo de manera azarosa. Inspeccionando vió que la mayoría de cosas provenían de productos y medicinas relacionadas con el cuidado de la piel ante las señales de la inevitable vejez. Aquello le sorprendió, mas recordando el último episodio que tuvo con Olalla en esa misma casa, pensó que aquello era producto de alguna crisis femenina motivada por la menstruación quizás.

Mas, otra cosa que le sorprendió y a la que no pudo encontrar una posible explicación como en el caso anterior, fue a que si bien esa casa era de construcción moderna, ahora parecía que habían pasado largos años debido a la gran cantidad de polvo que se encontraba por doquier. Hasta los muebles, antes recíen comprados e impolutos mostraban señales cual si la pátina del tiempo se hubiese obcecado con ellos especialmente, dejándolos como muebles en exposición de algún rastro de antigüedades. Sin embargo, no dejó que tales divagaciones perturbasen su hermosa mente ajena a preocupaciones, y continuó buscando a Olalla inspeccionando estancia tras estancia.

Cuando ya se daba por vencido, escuchó de soslayo un ruido en una de las salas, lo que hizo que se encaminase hacía su procedencia con resolución. Y viendo una sombra deslizarse por la sala de un lado para otra, decidió encender la luz debido a que en toda la casa las persianas se encontraban cerradas. Pero, cuando vió lo que tenía ante su vista se quedó mudo. Se trataba de un ser de un color entre marrón y verdoso, completamente chapudo y que le miraba con unos ojos rojos desorbitados. Le caía una especie de baba amarillenta, y lo que parecían unos pechos le caían al suelo, arrantrándolos con cada uno de sus espaciados pasos. Cuando se percató de su presencia, se dirigió hacia dónde él estaba, cortandole así el paso. Y relamiendose los azulados e inflamados labios, lanzando un aliento maloliente que acompañaba a cada una de sus quebradas palabras le dijo en un español que costaba entender si no se prestaba la debida atención:

- Oh, amor mío... Te echaba de menos... ¿Preparado para una noche de pasión y de desenfreno? Bésame, aunemos nuestros cuerpos como si estos fueran uno solo...

domingo, 2 de marzo de 2025

Desdichada soledad

 Llevo años viviendo en completa soledad dentro de mi inmensa mansión. Ya no me quedan familiares vivos, y a pesar de mi relativa juventud tampoco tengo demasiados amigos. Para ser sincero, yo diría que no me queda ninguno, y en el caso que se me olvide algún nombre aletargado en los sarcófagos de mi memoria, probablemente haya muerto sin que yo me enterase. A veces lo pienso, me da por fabular en torno a mi porvenir, y contemplo que mi destino será el de morir aquí encerrado sin que nadie se entere de que he muerto. Además, como estoy alejado de todo, sin vecinos ni visitas recurrentes, nadie percibiría el olor a putrefacción. Así que bien podría decirse que esta inmensa casa que me ha tocado por herencia será también mi tumba.

Veía pasar los días a través de mi ventana cual si fuera un rollo de una película muy antigua, todo casi idéntico sin cambios aparentes. Aunque miento, pues si bien lo que me es externo en el paisaje era año tras año lo mismo, quién contemplaba por la ventana como observador sí que iba envejeciendo gradualmente. A veces podía advertir mi propio reflejo gracias a la somera iluminación demacrándose poco a poco, mas este no era un asunto que me importase demasiado. Quizás, lo único que me turbaba levemente en esta existencia era el sentir esta soledad acuciante, que poco a poco iba medrando mi alma mediante una tristeza tan grande que la notaba ensanchando mi corazón desde dentro, buscando quizás que este implosionase en el interior.

Sin embargo, he vuelto a mentir sin querer. En verdad sí que recibía una visita, pero como esta era solamente una vez al mes no le he dado la importancia que merecía. Pero debería, ya que suponía mi única alegría frente a la desolación que sentía, especialmente en los oscuros días de invierno. Se trataba de una amiga del pasado remoto, la cual por lo que me contaba, tenía una vida bastante ajetreada. Por lo visto, había dedicado su existencia entera al cuidado de su único hijo a la par que al mantenimiento de su hogar y se su marido, este último acaudalado empresario y hombre arriesgado en los negocios según me decía. Además, siempre me recalcaba que llevaba una vida muy ajetreada, motivo por el cual me visitaba tan poco a menudo, acortando sus visitas a una hora a lo sumo.

Quizás al lector le parezca una tontería, pero el poder hablar con alguien durante una hora, aunque fuera de asuntos triviales sin la menor importancia trascendental suponía para mí una felicidad que no puedo ni calificar. Yo, que tan acostumbrado estaba a pasar mis días leyendo libros de ocultismo y a escribir extraños tratados de metafísica que nadie leería, el descender por unos instantes a eso que las gentes llaman "el mundo real" me recordaba que todavía seguía siendo un ser humano, y no un ser ya ascendente o caído que habitase una corteza corporal hasta que su hálito vital exhalase.

Gracias a sus visitas podía poner en funcionamiento dos mecanismos fundamentales para la vida, por un lado el inmenso sentimiento de soledad se iba haciendo menos inmenso, y por otro lado, me aseguraba de que era un mortal recubierto de una carne perecedera. Tanto tiempo he pasado encerrado entre estos anchísimos pasillos que hasta olvidaba que yo como un ser independiente existía, y pese a que a veces me palpase para cerciorarme de mi existencia material, hasta eso pensaba que podía tratarse de una ilusión. Tanto había leído sobre metafísica, idealismo subjetivo y mística que la misma materia que formaba mi cuerpo se me representaba una apariencia más de tantas que poblan esta vida temporal.

Mas, para no aburrir en demasía a mis lectores interrumpiré mis divagaciones filosóficas para reiterar la idea principal, la cual se podría resumir en la dicha que me producían las dilatadas visitas de mi amiga. Pero, no obstante, algo en su conversación solía turbarme un poco, y esto era que aunque ella no lo mencionase explicitamente, advertía que algo no iba del todo bien en su relación con su marido, ya que siempre que evocaba su nombre y recordaba momentos vividos con él, se estremecía y se quedaba por unos instantes en silencio. Aquella extrañeza encubierta en esos silencios me advertía que había un problema con ese hombre, mas nunca me atreví a preguntarselo directamente, ya sea por mi timidez, o porque no quería herir sus sentimientos y que dejase de visitarme definitivamente.

Un día, a modo de sorpresa, vino acompañada por su hijo, un niño de unos ocho u nueve años quizás, muy pálido de tez, ojos de un azul que helaba con su mirada y un pelo negro muy lacio. Sin duda se parecía a su madre, pensé nada mas verle. Era muy tranquilo, se quedaba sentado callado y no hablaba nada a no ser que uno le preguntase directamente algo. Normalmente le invitaba a la parte visible de mi biblioteca personal y le instaba a la lectura de los clásicos, pero debido a lo apresurado de las visitas rara vez se terminaba un libro, a lo sumo algunos capítulos o relatos. Así que no era rara la ocasión que le prestaba uno o dos libros para que los leyera y me los devolviera a su regreso. Obviamente, estos libros eran mas o menos acordes a su edad ¿Piensan de verdad que le hubiera dejado leer alguna novela oscura, o lo que es peor, algún libro de ocultismo? No, pese a que advertía que ese chico tenía más nivel intelectual que lo que acostumbraban a tener otros niños a su edad.

Así continuamos como durante un año en esta situación, hasta que en un día otoñal que era sumamente lluvioso mi vieja amiga me contó que requerían de mi ayuda. Por lo visto, necesitaban mudarse sin mas dilación a un lugar donde estuvieran seguros, y habían pensado en mi casa puesto que era tan grande y yo estaba tan solo. Me extraño la preposición en tanto que ella me había relatado innúmerables veces que su marido estaba bastante bien posicionado económicamente, y que era todo un emprendedor en los negocios. Además, nada en el aspecto ni de la madre ni mucho menos del niño delataba que estuvieran necesitados de lo que fuera, o que pasaran algún tipo de penuria económica. Así que cuando me propuso esto, no pude reprimir una mueca de extrañeza que no pasó inadvertida, y tras algunos minutos de meditación interna, terminé cediendo. Ella no pudo reprimir su entusiasmo, y aplaudiendo dando saltos como una niña, me dijo que mañana mismo estarían ahí.

Dicho y hecho, pues al día siguiente pude contemplar a través de mi ventana que acudía un montón de gente a mi destartalada mansión. Aquello me extrañó, ya que pensaba que era su familia quién se iba a mudar aquí, no toda una tropa. En cuanto abrí la puerta principal con un sistema automático, los primeros en subir fueron el hijo de mi amiga en compañía de un chico rubio algo entrado en carnes que me desquició, puesto que sin saludar ni decir nada se dirigió a mi biblioteca y comenzó a revolver los libros como si fueran suyos. Aquelló me enfadó muchísimo, no pude reprimir un grito de reprimenda y a punto estuve de dar a ese niñato unos buenos azotes. Ya tenía levantada mi mano para comenzar con el primero, cuando subió mi amiga apresudaramente, excusándose por lo extraño de la situación e indicando que aquel niño maleducado era amigo de la familia.

Yo no sabía qué decir, así que me limité a responder con una sonrisa que más mostraba desagrado que afectación, y me dirigí a la parte baja con la excusa de presentar mis respetos, pues mas bien deseaba enterarme de qué estaba pasando y quienes eran toda aquella gente. Cuando así lo hice, el primero que me saludó fue el marido de mi amiga, el cual desde el primer momento me causó una horrenda impresión. Sudaba como un cerdo y olía tanto peor, su mano carnosa se resbaló con el saludo, y al darse el mismo cuenta de esta situación sonrió mostrando una dentadura artificial. Sin temor a confundirme, delaté en él que se trataba de un fantoche, y que todo aquello del empresario adinerado era una mera máscara que ocultaba su incapacidad como ser humano.

Aquello me irritó, pero lo que me produjo un mayor cabreo fue el enterarme que toda aquella gente venía a acondicionar mi casa a su gusto. Por lo visto, además de mudarse a la mansión sin mostrarme el más minímo respeto, pretendían también hacer las reformas que creían necesarias para que se sintieran como en casa ¡Esto era el colmo! ¡En ningún momento me habían perdido ni tan siquiera permiso para todo aquello! Cuando me lo comentaron me quedé congelado, mas pese a que mi rostro aparentase una sorpresa pétrida que se manifestó en mi semblante macillento, en mi interior ardía con una ira explosiva que iba a terminar estallando tarde o temprano. Para evitarlo, volví a subir arriba y me encerré en el baño gesticulando como un lunático, dando puñezados en el aire y haciendo expresiones terroríficas frente al espejo.

Cuando tomé la decisión de echarlos a todos de ahí, y ya me encaminaba para bajar de nuevo, escuché con estremecimiento una sucesión de ruidos cuanto menos extraños. Parecían violentos golpes seguidos de gritos de angustia, a la par que una especie de fuertes aleteos y unos gruñidos como de bestia. Ante aquello, mi furia aminoró y me quedé paralizado en el rellano, en tanto que la violenta contienda que escuchaba proseguía con frenesí, aumentando así los gritos, sollozos y agitaciones que se produjeron más abajo.

Cuando advertí que estos ruidos se habían acallado levemente, me armé de valor y descendí con cautela, y ya en el jardín pude contemplar un espectáculo atroz. Estaba todo plagado de restos de miembros desgajados, sangre por todas partes y sumos organos diseccionados diseminados por todas partes. Parecía sin duda toda una carnicería en la que los miembros involucrados en ella no habían tenido escapatoria alguna frente a un enemigo que quintuplicaba sus fuerzas. Pero lo que más me estremeció del todo fue el contemplar en el cielo a poca distancia un ser volador de un negro azabache que se plegaba en forma de retirada. Debido a la distancia me sería muy díficil de describir, mas yo diría que tenía una cola muy larga que se balanceaba al ritmo de su aleteo, como también que portaba un cuello tan largo que comprendería unos cuantos metros de extensión. Claro está, en ese momento no pude fijarme mucho en estos detalles pues me encontraba sumamente perplejo, pero mas tarde los recordé con un tremendo estremecimiento interno.

Ya no recuerdo bien lo que pasó después, sólo sé que alguien -probablemente mi amiga que estaba arriba- llamó a los servicios de emergencia, y ellos se ocuparon del resto. Tampoco recuerdo qué dictaminaron ni a qué llegaron respecto a lo que había pasado, aunque me atrevería a decir que su veredicto fue que aquellos hombres llevaron algún material inflamable que implosionó ante sus narices. Pero yo sé lo que ví, y para nada se trataba de material alguno. Sin embargo, me hubieran tratado de loco en el caso de que les hubiese contado lo que oí, y sobre todo lo que ví...


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Con el tiempo, todas aquellas impresiones aparentemente inexplicables terminaron a pasar a un segundo plano. Y finalmente, mi amiga junto a su querido hijo se mudaron conmigo al no tener otro lugar al que ir. Ella y el niño se instalaron en la parte más baja de la casa, y yo me quedé en la de arriba que comprendía la tercera planta. Desde entonces, viví colmado de dicha al no estar solo y poder ver a aquella afable criatura crecer. Todos los días comíamos juntos, y cuando acababa la jornada hablabamos en torno a cómo había ido nuestro día. Yo, por motivos obvios, no contaba al completo lo que había hecho, puesto que hubiera sido cuanto menos raro que les hubiera narrado que dediqué la jornada a investigar la relación ontológica existente entre la consistencia de nuestros sueños y la vigilia, y en como estos suponen una realidad más palpable en cuanto mental frente a una vida anodina que es a la par más aparencial que nuestras figuraciones diurnas. Pero bueno, ya estoy desvariando de nuevo...

No obstante, en una noche que no lograba dormirme volví a recordar lo que había pasado y decidí consignarlo por escrito en un cofre bajo llave que no se abriría hasta mi muerte material. Pues me dí cuenta que aquella criatura que masacró tan despiadadamente a aquellos molestos hombres no era otra cosa que yo mismo, es decir que yo la había creado no tan inconscientemente como en un primer momento pensé. Aquel ser negro y alado había sido invocado y formado por mí mismo... ¿Y cómo es eso posible? Quizás os preguntéis. Se trataba de mi rencor, de mi ira, en suma: de mi odio mas profundo hacía la raza humana que finalmente había tomado vida y se había metamorfoseado en tal horrendo ser de las tinieblas...