El pavimento se encontraba iluminado por la plateada luna, y debido a la humedad del ambiente, sus fulgores resultaban matizados como si cien estrellas hubiesen explotado en pedazos. Tambaleándose por este pavimento mojado, se encontraba Borracho D intentandose mantenerse de pie. A veces parecía que lograba mantener la compostura, mas al rato la perdía, provocando que sus zancadas desesperadas emitieran un eco sordo a lo largo de la calle. Parecía como si tratase de flanquear los fragmentos de las estrellas, cual si prefiriese caminar solamente por aquellas partes que estuviesen cubiertas por un fino manto de sombra. Pero como su paso era ebrio e inestable, siempre acababa pisando algún que otro cacho de estrella desperdigada. Cuando esto pasaba, en susurros se decía: "Maldita sea". Estas palabras calladas provocaban que sus órganos interiores restumbaran, a igual que lo hacían sus pasos inseguros.
Borracho D, que así se llamaba, usaba este apelativo no como un insulto, sino como un mote del que se sentía muy orgulloso. A menudo decía: "Pues sí, soy un borracho. No puedo parar de beber. Bebo y bebo hasta que acabo exhausto. Bebiendo es como vivo y entiendo el mundo, y bebiendo, es como moriré." Después de soltar esto, solía soltar una risotada estridente que cuando llegaba a su cúlmen podía llegar a confundirse con un sollozo ahogado. Nadie sabía nada acerca de su vida. Se trataba de un mero anónimo, uno de unos cuantos, que se dedicaban a beber y a deambular por ahí hasta altas horas de la noche. Como nadie sabía nada de él, tampoco eran capaces de entenderle. Lo único que se sabía es que le encantaba beber, y que a su vez, esta afición suya en ocasiones le hacía sufrir. Mas, ya a estas alturas, poco podía hacerse.
Tampoco se trataba de un mendigo, y aunque podía tirarse noches enteras tirado en la calle, siempre presumía de que tenía una casa a la que volver. Cuando alguien le acusaba de indigente, solía decir en tono de reproche: "Qué puñetero pesado... ¡Que no soy un mendigo, coño! Sólo soy un hombre libre." Nada mas decirlo, le daba un buen trago a su botella de licor, y cuando este se hubo asentado, pegaba un estruendoso eructo que llamaba la atención a cualquiera que pasara por allí. También -nadie sabe por qué razón, debido a que era bastante feo- se le solía ver con mujeres andrajosas -eso sí- andando muy juntitos en dirección a oscuros rincones situados entre los edificios. Cuando los mas puritanos de los que frecuentaban las calles le acusaban de mujeriego debido a su conducta supuestamente inmoral, Borracho D les recriminaba: "Vamos a ver, me gustan las mujeres, claro que sí ¿Y a quién no que no sea un picha floja." Acto seguido, se rascaba el nabo de una forma bastante cantosa, lo que provocaba que nadie quisiera saber más del asunto.
Como íbamos diciendo, Borracho D estaba como de costumbre, andando por las calles completamente ebrio. Al final, con tanto esfuerzo a la hora de desplazar las piernas, decidió tumbarse en un rincón y pegar unos cuantos tragos al whisky que llevaba en ese momento en mano. El notar como el alcohol se deslizaba de su paladar hasta su tripa le reconfortó bastante, dejando entrever una sonrisa que no logró ocultar. Por la comisura de sus labios, dos gotas se iban cayendo poco a poco. Y para evitar que estás se le calleran sobre la chaqueta, con la manga de la misma se las quitó rápidamente. Tras unos instantes de silencio, le empezó a entrar cierta modorra así que decidió cerrar los ojos mientras resoplaba sin importarle lo que otros pensaran al escucharle.
Cuando abrió los ojos, la noche estaba mucho mas cerrada. Y como se le había pasado parte de la borrachera, decidió animarla de nuevo con otro par de tragos. Se levantó, y puso rumbo allí donde le llevasen sus pies. En la medida que iba recorriendo aquel camino incierto, se palpó todos sus bolsillos y cayó en la cuenta de que no tenía ni suficiente dinero, ni cigarrillos. Así que decidió ir a mendigar un rato en la puerta de un centro comercial para a ver si así sacaba unas monedillas. Cuando sus detractores, volvían a acusarle de mendicidad por esta manera de moverse por el mundo, el solía defenderse diciendo: "Bueno, ¿Y qué tiene de malo? ¿No existe algo que se llama caridad cristiana para los creyentes, y empatía para los ateos? Pues hala, a ver si se la aplican." Al terminar de decir esto, movía una de sus manos arriba y abajo. Nadie sabía si estaba intentando realizar una especie de conjuro para enfatizar sus palabras, o si simplemente estaba intentando espantar los mosquitos para darse algún tipo de solemnidad.
Así, pues, se aposentó delante de la puerta de un centro comercial, con la mano alargada repitiendo cada minuto: "Denme algo, que no todos podemos comer." Cuando se lo daban agradecía con una sonrisa e inclinando la cabeza, y cuando no, les insultaba cagándose en sus madres y en sus muertos. Así funcionaba Borracho D, y así también hizo en aquella ocasión. Como vió que ya tenía bastante, se dirigió al interior del centro comercial para comprar bebidas y tabaco. Normalmente compraba los productos mas baratos pese a que estos supiesen a rayos, debido a que así podía tener mas cantidad aunque fuese de peor calidad. Rara vez compraba algo de comer, a excepción de pan y de alguna comida preparada que no requisiese ni microondas ni mucho menos de horno. Sus argumentos a la hora de defender por qué comía tan poco, gastándose prácticamente todo lo que tuviera en bebida y en tabaco eran los siguientes: "El alcohol tiene todas las vitaminas y componentes que necesito, especialmente los licores con sabores. Y cuando no es así porque lo que he comprado tiene mas alcohol que otra cosa, el humo del tabaco me sirve para paliar el hambre. Si es que soy mas listo..." Es preciso apuntar que acompañaba estos irrefutables argumentos dandose unos golpes en el pecho, e irguiéndose como si fuera a entrar en una especie de combate a vida o a muerte.
En esta ocasión, compró un par de botellas de vodka, algunos licores de los cuales no conocía su procedencia, dos paquetes de tabaco barato y una barra de pan. Todo contento, se encaminó hacía un rincón, se aseguró de que ni él ni otro se hubiera meado ahí en algún momento, y se dispuso a degustar su barra de pan, dando algún que otro trago a una de las botellas que tenía a mano "Esto sí que es vida... Y qué vida tan libre..." se dijo a sí mismo entretanto. Cuando terminó, se tiró un sonoro pedo antes de levantarse, y optó por darse un paseo para bajar la comida mientras se acariciaba el ombligo tan pancho. Todavía podía olerse el pestazo que dejó en aquel rincón en tanto que se alejaba canturreando algo ininteligible.
Justo cuando doblaba una esquina que daba a un puente desde abajo, se topó con un tipo aún mas harapiento que él. Este le pidó por favor que le diese alguna moneda, o en su defecto, algo para comer o beber. Borracho D, entre sobresaltado y cabreado le espetó: "¡Aparta de aquí, tío asqueroso." Y como el otro siguió insistiendo, continuó: "Anda, vete de aquí pesado de los cojones. Pírate y busca un trabajo, pedazo de vago." El otro, poniendose muy nervioso y violento, quiso darle un puñetazo. Pero Borracho D lo esquivó, y pudo hacerle la zancadilla, provocando que el otro se cayese por un barranco que estaba al borde del camino. Alguna que otra vez, gente que conocía de la calle, y que le veía comportarse así con otros de una condición pareja, le decían que su modo de actuar era bastante injusto teniendo en cuenta que otros podrían tratarle de la misma manera. Borracho D siempre respondía de la misma manera: "A mí que me dejen de gilipolleces. Hago lo que me viene en gana. Yo no molesto a nadie. La vida es así, injusta en sí misma. Y como la vida es así conmigo como con otros cuantos, pues yo hago lo mismo con los demás. Así, paradojicamente, estoy siendo justo ¿O no os parece?" Y si se encontraba con algún otro que le rebatiese esta postura, terminaba la discusión diciendo: "Que sí, que sí... Venga, un aplauso. Y ahora dejame en paz." Y se iba tan tranquilo subiéndose los pantalones antes de que se le viera el culo.
Ya se encontraba en la plaza dónde se reunían todos los borrachos, los mendigos y los indeseables para la sociedad. Algunos que estaban en corrillo le saludaban con la mano, algunos otros con la cabeza. Pero Borracho D les respondía a todos por igual; con una leve sonrisa y un resoplido que no llegaba a sonar como un sílbido. Borracho D, no era muy social que digamos, acostumbraba a decir que por desgracia las relaciones humanas eran inevitables, mas que siempre que pudiera, intentaba escaparse. Y así hizo en aquella ocasión, como todos estaban distraídos, a excepción de un baboso drogadicto que con paso lento se encaminaba hacía su dirección, se fue de allí en cuanto pudo.
Llegó a una estrecha y ensombrecida calle, y de ahí, a otra mas ancha y despejada. Sólo había ahí algunas prostitutas dispersas que llamaban con elogios y palabras soeces a los pocos viandantes que callejeaban por esa zona. Borracho D no solía frecuentar a las prostitutas, menos por alguna vez que se encontraba desesperado sexualmente. Cuando le pedían su opinión al respecto, normalmente decía cosas como: "Lo siento por todas esas putas. Pero el puterío ya es universal ¿Para qué voy a pagar, cuando hay tantas que te hacen todo gratis? Si es que hay que pensar... Que tontos e inútiles soís todos, me cago en la mar..." Y así actuó en aquella ocasión también, de acuerdo a sus principios acerca del "puterío universal", sorteando a las prostitutas e indiferente a sus halagos interesados, e incluso, desesperados.
Llegó a una subida, y de ahí, se sentó en una zona elevada que comprendía el pasamanos de una escalinata de cemento. Contemplando las luces dispersas de la urbe cual almas extasiadas en el desenfrendo y pidiendo ayuda con cada parpadeo, sintió por un momento una especie de nóstalgia indefinida. Mas pronto alejó de sí tales melancólicos pensamientos y se introdujo la botella de vodka en la boca. Dando grandes tragos, como si se tratase de agua, se la terminó en un santiamén. Acto seguido, se tumbó ahí mismo, y con unas enmohecidas cerillas, se encendió un cigarrillo. Mirando el cielo, pudo localizar entre las negras nubes, algunas estrellas que todavía estaban completas, no fragmentadas como aquellas que intentó sortear en el comienzo de la noche. Sus ojos se pusieron un poco vidriosos, como si la vitalidad de aquellas pequeñas y lejanas estrellas le hubieran contagiado. Se emocionó. Si alguien en ese momento le hubiese preguntado, lo habría negado. Pero lo que no podía negar bajo ninguna circuntancia -al menos, a sí mismo- es que algo en su interior vibraba, y eso era ni mas ni menos que la sensibilidad que anidaba en el interior de su corazón.
Mientras atisbaba el cielo, su fantasía animada por el sueño y la ebriedad se puso en marcha. De repente, las nubes comenzaron a adoptar diversas formas, desde hadas y duendes pasando a bailarinas de ballet. Qué hermoso le parecía aquello, no le quedaba otra que admitirlo pese a que su sentido de la estética fuese nímio. Puede que no comprendiese qué fuera la estética, qué la belleza, el arte, la emoción artística... Pero en ese momento, lo sintió como pudiera sentirlo un escultor que justo en ese instante hubiese acabado la obra de su vida. Y eso era porque durante aquellos segundos, en aquella ciudad húmeda y sucia, su obra de arte era exactamente eso: el cielo nocturno iluminado por quizás una docena de estrellas y las nubes que adoptaban mil formas diferentes y que estimulaban su imaginación. Aquel frenesí, aquel sueño vívido, aquel instante místico era suyo, y sólo suyo. Nadie podía quitarselo aunque hubiesen querido.
Poco después, la imaginación dió paso al pensamiento, y de este entraron los recuerdos. Se veía a sí mismo siendo un niño. Un niño como otro cualquiera que correteaba en un parque en compañía de sus padres. Ahí había también una niña con la que solía jugar todos los fines de semana cuando acudía a aquel parque. Poco a poco las figuras se desdibujaron, los contornos de todas las cosas se dispersaron, y así todos los elementos de la escena comenzaron a desvanecerse a poco a poco. Primero, sus padres, después los elementos del parque infantil, luego toda la arena y los árboles que se encontraban al rededor. Y por último, la chiquilla a la que tanto quería se transformó en una botella enorme de un licor verdoso y que olía a gloria. Al transformarse, Borracho D no lo pudo resistir y se la bebió entera, y comprobó no sólo que olía a gloria, sino que su sabor también sabía a gloria. Fue como si esa niña se hubiera convertido en una treintañera y hubiese pasado la noche con ella. Su sabor fue como un buen polvo, fugaz. Mas le dejó un grato recuerdo, un regusto excelente que iba a pasar a ser una orina que podría confundirse con el oro "Qué placer..." se sintió exclamar a sí mismo estando en aquel sueño.
A la mañana siguiente, Borracho D se despertó debido a que un rayo de sol le daba en toda la cara. Inclinándose, pudo comprobar que olía fatal y que unas cuantas moscas le rodeaban. Extrajo la botella que le sobraba de aquella noche, y le dió al principio unos sorbos, y luego unos tragos mas animosos. Ya incorporándose, bostezó en alto siéndole todo completamente indiferente. Se sacudió un poco la porquería que tenía adherida a la ropa, y continuó andando hacía donde nadie sabe "¿A dónde irá este borrachín D?" Podría alguien preguntarse. Pero lo cierto es que nadie podría responder con seguridad. Quizás podríamos pensar que va a echarse una siesta para retornar a vivir una noche pareja, al fin y al cabo, los días de nuestras vidas acaban pareciéndose demasiado los unos a los otros. Sin embargo, será mejor no arriesgarnos a responder algo erróneo. Déjemos que Borracho D siga su camino, allí donde él crea que deba ir.
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