viernes, 23 de diciembre de 2022

La vida de Borracho D

 El pavimento se encontraba iluminado por la plateada luna, y debido a la humedad del ambiente, sus fulgores resultaban matizados como si cien estrellas hubiesen explotado en pedazos. Tambaleándose por este pavimento mojado, se encontraba Borracho D intentandose mantenerse de pie. A veces parecía que lograba mantener la compostura, mas al rato la perdía, provocando que sus zancadas desesperadas emitieran un eco sordo a lo largo de la calle. Parecía como si tratase de flanquear los fragmentos de las estrellas, cual si prefiriese caminar solamente por aquellas partes que estuviesen cubiertas por un fino manto de sombra. Pero como su paso era ebrio e inestable, siempre acababa pisando algún que otro cacho de estrella desperdigada. Cuando esto pasaba, en susurros se decía: "Maldita sea". Estas palabras calladas provocaban que sus órganos interiores restumbaran, a igual que lo hacían sus pasos inseguros.

Borracho D, que así se llamaba, usaba este apelativo no como un insulto, sino como un mote del que se sentía muy orgulloso. A menudo decía: "Pues sí, soy un borracho. No puedo parar de beber. Bebo y bebo hasta que acabo exhausto. Bebiendo es como vivo y entiendo el mundo, y bebiendo, es como moriré." Después de soltar esto, solía soltar una risotada estridente que cuando llegaba a su cúlmen podía llegar a confundirse con un sollozo ahogado. Nadie sabía nada acerca de su vida. Se trataba de un mero anónimo, uno de unos cuantos, que se dedicaban a beber y a deambular por ahí hasta altas horas de la noche. Como nadie sabía nada de él, tampoco eran capaces de entenderle. Lo único que se sabía es que le encantaba beber, y que a su vez, esta afición suya en ocasiones le hacía sufrir. Mas, ya a estas alturas, poco podía hacerse.

Tampoco se trataba de un mendigo, y aunque podía tirarse noches enteras tirado en la calle, siempre presumía de que tenía una casa a la que volver. Cuando alguien le acusaba de indigente, solía decir en tono de reproche: "Qué puñetero pesado... ¡Que no soy un mendigo, coño! Sólo soy un hombre libre." Nada mas decirlo, le daba un buen trago a su botella de licor, y cuando este se hubo asentado, pegaba un estruendoso eructo que llamaba la atención a cualquiera que pasara por allí. También -nadie sabe por qué razón, debido a que era bastante feo- se le solía ver con mujeres andrajosas -eso sí- andando muy juntitos en dirección a oscuros rincones situados entre los edificios. Cuando los mas puritanos de los que frecuentaban las calles le acusaban de mujeriego debido a su conducta supuestamente inmoral, Borracho D les recriminaba: "Vamos a ver, me gustan las mujeres, claro que sí ¿Y a quién no que no sea un picha floja." Acto seguido, se rascaba el nabo de una forma bastante cantosa, lo que provocaba que nadie quisiera saber más del asunto.

Como íbamos diciendo, Borracho D estaba como de costumbre, andando por las calles completamente ebrio. Al final, con tanto esfuerzo a la hora de desplazar las piernas, decidió tumbarse en un rincón y pegar unos cuantos tragos al whisky que llevaba en ese momento en mano. El notar como el alcohol se deslizaba de su paladar hasta su tripa le reconfortó bastante, dejando entrever una sonrisa que no logró ocultar. Por la comisura de sus labios, dos gotas se iban cayendo poco a poco. Y para evitar que estás se le calleran sobre la chaqueta, con la manga de la misma se las quitó rápidamente. Tras unos instantes de silencio, le empezó a entrar cierta modorra así que decidió cerrar los ojos mientras resoplaba sin importarle lo que otros pensaran al escucharle.

Cuando abrió los ojos, la noche estaba mucho mas cerrada. Y como se le había pasado parte de la borrachera, decidió animarla de nuevo con otro par de tragos. Se levantó, y puso rumbo allí donde le llevasen sus pies. En la medida que iba recorriendo aquel camino incierto, se palpó todos sus bolsillos y cayó en la cuenta de que no tenía ni suficiente dinero, ni cigarrillos. Así que decidió ir a mendigar un rato en la puerta de un centro comercial para a ver si así sacaba unas monedillas. Cuando sus detractores, volvían a acusarle de mendicidad por esta manera de moverse por el mundo, el solía defenderse diciendo: "Bueno, ¿Y qué tiene de malo? ¿No existe algo que se llama caridad cristiana para los creyentes, y empatía para los ateos? Pues hala, a ver si se la aplican." Al terminar de decir esto, movía una de sus manos arriba y abajo. Nadie sabía si estaba intentando realizar una especie de conjuro para enfatizar sus palabras, o si simplemente estaba intentando espantar los mosquitos para darse algún tipo de solemnidad.

Así, pues, se aposentó delante de la puerta de un centro comercial, con la mano alargada repitiendo cada minuto: "Denme algo, que no todos podemos comer." Cuando se lo daban agradecía con una sonrisa e inclinando la cabeza, y cuando no, les insultaba cagándose en sus madres y en sus muertos. Así funcionaba Borracho D, y así también hizo en aquella ocasión. Como vió que ya tenía bastante, se dirigió al interior del centro comercial para comprar bebidas y tabaco. Normalmente compraba los productos mas baratos pese a que estos supiesen a rayos, debido a que así podía tener mas cantidad aunque fuese de peor calidad. Rara vez compraba algo de comer, a excepción de pan y de alguna comida preparada que no requisiese ni microondas ni mucho menos de horno. Sus argumentos a la hora de defender por qué comía tan poco, gastándose prácticamente todo lo que tuviera en bebida y en tabaco eran los siguientes: "El alcohol tiene todas las vitaminas y componentes que necesito, especialmente los licores con sabores. Y cuando no es así porque lo que he comprado tiene mas alcohol que otra cosa, el humo del tabaco me sirve para paliar el hambre. Si es que soy mas listo..." Es preciso apuntar que acompañaba estos irrefutables argumentos dandose unos golpes en el pecho, e irguiéndose como si fuera a entrar en una especie de combate a vida o a muerte.

En esta ocasión, compró un par de botellas de vodka, algunos licores de los cuales no conocía su procedencia, dos paquetes de tabaco barato y una barra de pan. Todo contento, se encaminó hacía un rincón, se aseguró de que ni él ni otro se hubiera meado ahí en algún momento, y se dispuso a degustar su barra de pan, dando algún que otro trago a una de las botellas que tenía a mano "Esto sí que es vida... Y qué vida tan libre..." se dijo a sí mismo entretanto. Cuando terminó, se tiró un sonoro pedo antes de levantarse, y optó por darse un paseo para bajar la comida mientras se acariciaba el ombligo tan pancho. Todavía podía olerse el pestazo que dejó en aquel rincón en tanto que se alejaba canturreando algo ininteligible.

Justo cuando doblaba una esquina que daba a un puente desde abajo, se topó con un tipo aún mas harapiento que él. Este le pidó por favor que le diese alguna moneda, o en su defecto, algo para comer o beber. Borracho D, entre sobresaltado y cabreado le espetó: "¡Aparta de aquí, tío asqueroso." Y como el otro siguió insistiendo, continuó: "Anda, vete de aquí pesado de los cojones. Pírate y busca un trabajo, pedazo de vago." El otro, poniendose muy nervioso y violento, quiso darle un puñetazo. Pero Borracho D lo esquivó, y pudo hacerle la zancadilla, provocando que el otro se cayese por un barranco que estaba al borde del camino. Alguna que otra vez, gente que conocía de la calle, y que le veía comportarse así con otros de una condición pareja, le decían que su modo de actuar era bastante injusto teniendo en cuenta que otros podrían tratarle de la misma manera. Borracho D siempre respondía de la misma manera: "A mí que me dejen de gilipolleces. Hago lo que me viene en gana. Yo no molesto a nadie. La vida es así, injusta en sí misma. Y como la vida es así conmigo como con otros cuantos, pues yo hago lo mismo con los demás. Así, paradojicamente, estoy siendo justo ¿O no os parece?" Y si se encontraba con algún otro que le rebatiese esta postura, terminaba la discusión diciendo: "Que sí, que sí... Venga, un aplauso. Y ahora dejame en paz." Y se iba tan tranquilo subiéndose los pantalones antes de que se le viera el culo.

Ya se encontraba en la plaza dónde se reunían todos los borrachos, los mendigos y los indeseables para la sociedad. Algunos que estaban en corrillo le saludaban con la mano, algunos otros con la cabeza. Pero Borracho D les respondía a todos por igual; con una leve sonrisa y un resoplido que no llegaba a sonar como un sílbido. Borracho D, no era muy social que digamos, acostumbraba a decir que por desgracia las relaciones humanas eran inevitables, mas que siempre que pudiera, intentaba escaparse. Y así hizo en aquella ocasión, como todos estaban distraídos, a excepción de un baboso drogadicto que con paso lento se encaminaba hacía su dirección, se fue de allí en cuanto pudo.

Llegó a una estrecha y ensombrecida calle, y de ahí, a otra mas ancha y despejada. Sólo había ahí algunas prostitutas dispersas que llamaban con elogios y palabras soeces a los pocos viandantes que callejeaban por esa zona. Borracho D no solía frecuentar a las prostitutas, menos por alguna vez que se encontraba desesperado sexualmente. Cuando le pedían su opinión al respecto, normalmente decía cosas como: "Lo siento por todas esas putas. Pero el puterío ya es universal ¿Para qué voy a pagar, cuando hay tantas que te hacen todo gratis? Si es que hay que pensar... Que tontos e inútiles soís todos, me cago en la mar..." Y así actuó en aquella ocasión también, de acuerdo a sus principios acerca del "puterío universal", sorteando a las prostitutas e indiferente a sus halagos interesados, e incluso, desesperados.

Llegó a una subida, y de ahí, se sentó en una zona elevada que comprendía el pasamanos de una escalinata de cemento. Contemplando las luces dispersas de la urbe cual almas extasiadas en el desenfrendo y pidiendo ayuda con cada parpadeo, sintió por un momento una especie de nóstalgia indefinida. Mas pronto alejó de sí tales melancólicos pensamientos y se introdujo la botella de vodka en la boca. Dando grandes tragos, como si se tratase de agua, se la terminó en un santiamén. Acto seguido, se tumbó ahí mismo, y con unas enmohecidas cerillas, se encendió un cigarrillo. Mirando el cielo, pudo localizar entre las negras nubes, algunas estrellas que todavía estaban completas, no fragmentadas como aquellas que intentó sortear en el comienzo de la noche. Sus ojos se pusieron un poco vidriosos, como si la vitalidad de aquellas pequeñas y lejanas estrellas le hubieran contagiado. Se emocionó. Si alguien en ese momento le hubiese preguntado, lo habría negado. Pero lo que no podía negar bajo ninguna circuntancia -al menos, a sí mismo- es que algo en su interior vibraba, y eso era ni mas ni menos que la sensibilidad que anidaba en el interior de su corazón.

Mientras atisbaba el cielo, su fantasía animada por el sueño y la ebriedad se puso en marcha. De repente, las nubes comenzaron a adoptar diversas formas, desde hadas y duendes pasando a bailarinas de ballet. Qué hermoso le parecía aquello, no le quedaba otra que admitirlo pese a que su sentido de la estética fuese nímio. Puede que no comprendiese qué fuera la estética, qué la belleza, el arte, la emoción artística... Pero en ese momento, lo sintió como pudiera sentirlo un escultor que justo en ese instante hubiese acabado la obra de su vida. Y eso era porque durante aquellos segundos, en aquella ciudad húmeda y sucia, su obra de arte era exactamente eso: el cielo nocturno iluminado por quizás una docena de estrellas y las nubes que adoptaban mil formas diferentes y que estimulaban su imaginación. Aquel frenesí, aquel sueño vívido, aquel instante místico era suyo, y sólo suyo. Nadie podía quitarselo aunque hubiesen querido.

Poco después, la imaginación dió paso al pensamiento, y de este entraron los recuerdos. Se veía a sí mismo siendo un niño. Un niño como otro cualquiera que correteaba en un parque en compañía de sus padres. Ahí había también una niña con la que solía jugar todos los fines de semana cuando acudía a aquel parque. Poco a poco las figuras se desdibujaron, los contornos de todas las cosas se dispersaron, y así todos los elementos de la escena comenzaron a desvanecerse a poco a poco. Primero, sus padres, después los elementos del parque infantil, luego toda la arena y los árboles que se encontraban al rededor. Y por último, la chiquilla a la que tanto quería se transformó en una botella enorme de un licor verdoso y que olía a gloria. Al transformarse, Borracho D no lo pudo resistir y se la bebió entera, y comprobó no sólo que olía a gloria, sino que su sabor también sabía a gloria. Fue como si esa niña se hubiera convertido en una treintañera y hubiese pasado la noche con ella. Su sabor fue como un buen polvo, fugaz. Mas le dejó un grato recuerdo, un regusto excelente que iba a pasar a ser una orina que podría confundirse con el oro "Qué placer..." se sintió exclamar a sí mismo estando en aquel sueño.

A la mañana siguiente, Borracho D se despertó debido a que un rayo de sol le daba en toda la cara. Inclinándose, pudo comprobar que olía fatal y que unas cuantas moscas le rodeaban. Extrajo la botella que le sobraba de aquella noche, y le dió al principio unos sorbos, y luego unos tragos mas animosos. Ya incorporándose, bostezó en alto siéndole todo completamente indiferente. Se sacudió un poco la porquería que tenía adherida a la ropa, y continuó andando hacía donde nadie sabe "¿A dónde irá este borrachín D?" Podría alguien preguntarse. Pero lo cierto es que nadie podría responder con seguridad. Quizás podríamos pensar que va a echarse una siesta para retornar a vivir una noche pareja, al fin y al cabo, los días de nuestras vidas acaban pareciéndose demasiado los unos a los otros. Sin embargo, será mejor no arriesgarnos a responder algo erróneo. Déjemos que Borracho D siga su camino, allí donde él crea que deba ir. 

domingo, 11 de diciembre de 2022

La paradoja que se hizo realidad

 En la lógica antigua, e incluso, en la formal moderna, hay una paradoja con la que siempre se han quebrado la cabeza todos los teóricos del lenguaje. En esta, se nos cuenta, que todo lo que se predique de algo que no existe, si se niega, resulta verdadero. Es decir, si por ejemplo, asumimos que los duendes supuestamente no existen, todo aquello que neguemos de ellos será verdad. Por ejemplo, si decímos que los duendes no son altos ni azules, esto hará que tal proposición sea verdadera. Y así sucesivamente con todas las negaciones que se nos ocurran sobre cosas que suponemos inexistentes. En relación a esto, me acabo de acordar de una historia que escuché por ahí:

Hubo un pequeño pueblo aislado de todos los demás, donde esta paradoja  pareció que se llevó a la realidad. Allí vivía un viejo feo y gordo, pero que era sumamente inteligente, quizás demasiado. Este hombre como era un ocioso y no tenía nada mejor que hacer, se dedicó a estudiar por su cuenta filosofía, y sobre todo, lógica, desde la aristótelica hasta la analítica moderna. En estas estaba, hasta que se encontró con la paradoja mencionada. Su descubrimiento le produjo algún que otro dolor de cabeza debido a que no lograba resolverla por mucho que lo intentara. Ni las respuestas de los lógicos antiguos, ni la de los contemporáneos le satisfacían. Para él, lo único que hacían era marear la pérdiz.

Estando en estas, al final optó por dejar de devanarse los sesos por lo que decían otros, e intentó resolverlo él mismo. Pero claro, para hacerlo debía ser fiel a la fundamentación original. Es decir, tenía que aceptar por mucho que le costara, que todo negativo que se predicase de algo inexistente, era verdad desde la lógica. Así, desde entonces, se pasaba días enteros sentado frente a su mezquina mesa de despacho meditando sobre cómo dar un resultado a esta añeja paradoja que fuera convincente tanto desde la lógica como desde el sentido común.

Un día de aquellos, se quedó dormido con su cabezota babeando sobre la mesa de madera carcomida, y en un duermevela seguía pensando en la susodicha paradoja. Se dijo así en el mundo de los sueños : "Si aceptamos que biologicamente no puede una mujer de seis tetas funcionales, entonces esa mujer de seis tetas funcionales no puede ser morena. Y si digo esto... ¡Desde la lógica es verdad!" Y entonces, sin que él se diera cuenta, de su mesa comenzó a surgir una luz verdosa, y apareció de repente una mujer desnuda de seis tetas perfectamente funcionales. Del susto, acabó despertandose y ahí la vió, tendida en el suelo al lado de la mesa, restregando sus pechos en el suelo como si fueran las ubres de una vaca. Ella, al percatarse de que estaba siendo observada, huyó despavorida a buscarse algo con lo que taparse.

Este viejo feo y gordo se quedó gratamente sorprendido, aunque en el fondo, sentía un poco de temor. Quizás no resolvió la paradoja como en un principio pensaba. Pero sí logró llevarla a efectos prácticos. Lo cual, era mucho mejor que resolverlo solamente desde la teoría. No tendría sentido que aquellas cosas que no existían, existieran de repente. Mas el caso, es que así pasó en aquella ocasión. Todo esto no dejaba de maravillarle. Sin embargo, este descubrimiento tenía algo de misterioso y sombrío. Si efectivamente todo lo que pensaba en sueños negándole algún atributo se hacía real ¿Qué acabaría pasando?

Mas, con el tiempo, siguió insistiendo haciendo la misma prueba como aquella vez. Una y otra vez, sin cesar, pasaba lo mismo. Todo lo que al soñarlo le negaba un accidente, cuando despertaba estaba ante sus ojos. Y siempre cuando aquella nueva existencia le veía, salía disparada por el pueblo. Esto, obviamente, acabó por convertirse en un problema. Al final el pueblo acabó lleno de engendros de todo tipo: aguilas ancestrales que se llevaban a los niños, osos con cabeza de personas que amenazaban e insultaban a quienes les vieran, niñas zombies que mordían y convertían a doquier, extraños seres gigantes que aplastaban sin querer a la gente, tipos amarillos que levitaban y lanzaban llamas por los ojos cuando se enfadaban... Vamos, que lo de la mujer con seis tetas perfectamente funcionales que llamaba la atención a todo aquel que la veía, acabó por ser un problema menor.

En esta situación, al viejo gordo y feo, no le quedaba otra que intentar solucionarlo, a no ser que quisiera que se extinguiera su pueblo, y con el tiempo, no sólo los colindantes, sino puede que hasta el mundo entero. Pero ¿Cómo iba a hacerlo? Se quedó pensativo unos minutos contemplando lo que ocurría por la ventana, y al ver cómo la mujer de seis tetas perfectamente funcionales era atacada por un cocodrilo invisible, se dió cuenta de que no tenía tiempo para andarse con tonterías. Mas, de repente, se le ocurrió una idea. Queriendo probarla, se tumbó como si tal cosa en la mesa de las invocaciones lógicas, y con la barriga sobresaliendo a ambos lados, se quedó dormido.

En su sueño, sólo salía él mismo flotando sobre un lugar incierto en el que no se veía absolutamente nada. Y entonces pensó soñando: "Si digo de un yo que jamás se hubiese interesado por la lógica formal, y que por lo tanto, nunca hubiese invocado con su pensamiento soñado a todos esos extraños seres, que no tiene una verruga en la punta de la nariz... Esto es... ¿Verdad?" Y entonces, desapareció de repente, hundiendose en las tinieblas de aquel mundo soñado e incierto. Fue como una pompa de jabón. E, incluso, menos que eso porque no dejó ni el rastro húmedo que suele caer al suelo cuando una pomba de jabón estalla. Por lo tanto, digamos mejor que desapareció cual si todos los atomos que componen su ser material se hubieran dispersado de repente de aquel mundo.

En el pueblo, a los meses, descubrieron que en la casa de un viejo feo y gordo del que nadie se acordaba, olía bastante mal. Al forzar las puertas, se encontraron a un cádaver en descomposición que tenía decenas de moscas verdosas a su al rededor. Al día siguiente, se propagó rápidamente la noticia de este acontecimiento. Pero como nadie lo reconoció, decidieron tirar su cuerpo descompuesto por un barranco lejano al pueblo para que así al menos su carne putrefacta fuera aprovechada por los animales que vivían por ahí.

Esta historia no la cuento para que el lector saque algún tipo de moraleja. De hecho, creo que no la tiene. Sé que es bastante absurda, al menos, desde la lógica. Ningún lógico actualmente podría extraer una proposición con sentido de ella. Lo único que espero es que ningún lector esté tan loco como para tomarsela demasiado en serio hasta el punto de llegar a obsesionarse tanto con la historia como sobre todo con aquella paradoja. Si eso pasara, puede y sólo puede, esta historia dejaría de parecerle absurda a mas de uno. Pero como sé que esto no va a pasar, puedo dormir tranquilo.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Cinco poemas imaginarios

 - Cuando contemplamos la luna,

por un momento, hay algo divino

que nos traspasa el corazón

y que nos recuerda al enamoramiento.

Es un instante de ebriedad absoluta

en el que de sus plateados rayos

bebemos sin cesar una esencia

cargada de alegre nostalgia.

Como Li Bai la invitamos a beber,

siendo en realidad la misma luna

la que nos dota de suculenta ambrosía,

flujo de un mundo a parte.

Oh, qué sensación tan plancera,

de los ojos pasa al paladar,

y de ahí a colmar nuestro ser

sin desear que llegue el amanecer.


- Vaga mi mente por lejanos espacios

siderales sobre un principio sin fin

cual escalera caracol que sube y sube,

incesantemente, hacía donde nadie sabe.

Atravesando las infinitas estrellas, 

yo habito en el reino de los Inmortales,

soy un invitado perpetuo que pasea

sobre palacios adornados con perlas

y bosques repletos de extraños cristales.

Estos hermosos parajes son un sueño

perpetuo, una fantasía totalmente real,

en donde cada uno de sus habitantes

siempre está bebiendo alegre,

admiradores incondicionales 

de la belleza y de los buenos valores,

viven y mueren sin temor alguno,

sabiendose efimeros a la par que eternos

¡Cuanto deberíamos aprender los mortales de ellos!

Y ahora, disculparme, pero he de acabar

este vaso de suculento vino

mientras me deleito con la dulce melodía

que se esparce por este lugar de ensueño.


- Cuentan que cuando caen las hojas,

estas emiten unos susurros,

que imperceptibles para los hombres, 

pasan desapercibidos para la mayoría

¿Qué dirán esas hojas caídas?

¿Será un mensaje importante?

Me preguntaba, mientras recorría

un camino sin fin, deteniendome

sólo ante la caída 

de esas efímeras hojas otoñales.

Entonces, en un momento indeterminado,

un grupo de cinco hojas resecas

me dijo al oído con un acento quebrado:

"No mas dolor. No mas muerte.

Hay quién le divierte, quién gusta

de ajenos sufrimientos.

Pero, nosotras, con nuestra caída,

suplicamos que no haya mas daño.

Por favor, no mas muerte..."

Ante aquel mensaje provinente

de una naturaleza que me superaba

en entereza y sabudiría, 

sólo me cabía entremecerme.

Y así fue como yo mismo caí,

y me dediqué largos años

a susurrar a cada anonimo viajero

que cesase el sufrimiento y la muerte.


- En el pequeño mundo

que supone un diminuto jardín,

unas rosas florecen en pleno otoño,

pudiendo con el frío y la gélida humedad.

Podría pensarse que estas rosas

son como un tributo a la huída primavera,

pero mis ojos no lo ven así.

Estas rosas que resisten, que sobreviven

allí donde otros lo creerían imposible,

son mas bien una muestra de esperanza.

Estas rosas cuales hermosas damas

son un canto extendido al otoño, 

la resistencia que habita en toda vida,

y que rinde culto a la muerte inevitable.


Yo quisiera sacar a bailar a esas mujeres

de enrojecidas mejillas,

exquisitos pómulos salientes

y de cuerpos resistentes,

para celebrar la belleza

de todo lo desfalleciente.

Ay, pero ¿Aceptarán que yo, un cualquiera,

baile con ustedes, rosas del otoño reluciente?


- Es doloroso encontrarse

frente a un destino,

que insondable, nos traspasa

con una mirada fatal,

tan fija e inamovible

como aquel pasaje que ya fue escrito.

Ni desisto, ni continúo,

se trata solamente de esperar, 

con paciencia contenida

aquel último suspiro,

aquel adiós imprevisto,

aquellos puntos supensivos...


Después de todo, ya es hora de detenerse,

de cesar de correr y berrear sin cesar,

simplemente abandonarse

para al cabo algún día despertar.

Tras ese sueño, 

esa fantasía llamada vida,

esos goces, placeres, sones a doquier,

ya tan sólo quedan cúmulos de cenizas.

Todo al final ha acabado,

excepto por un suspiro

que se va dilantando hasta que sin querer

una estrella fija ha cambiado su rumbo

sólo para volver a desfallecer.