miércoles, 31 de julio de 2019

Aforismos morales y de sobrevivencia


He aquí os dejo una breve colección de aforismos escritos por mí hace algún tiempo, de los cuales muchos son disonantes y contradictorios entre ellos según el estado de ánimo en el que me encontraba en el momento de escribirlos, algunos circularon por diversos lugares, y otros, los he tenido ocultos hasta ahora. Puede que con algunos hoy día no me muestre tan favorecedor como entonces, pero al cabo, tampoco ha pasado tanto desde que los concebí y los plasmé sobre el papel. Tengo por cierto que muchos de ellos resultan oscuros debido a su concisión e inconclusión, pero todo ello fue hecho precisamente para darles una amplitud de interpretaciones en los sentires y en los pensamientos. Procuré dotarles de esa virtud -aunque muchos de vosotros quizás lo consideren un vicio, cosa que lamentaría mucho en mis adentros- para que su lectura no fuese despejada, sino más bien concentrada. No están hechos para ser memorizados, y pudiere que tampoco recitados, simplemente se muestran cual son para que se susurren en el interior, sin temer que sean corrompidos por ojos maldicientes que todo lo ensucian nada mas pasar su mirada. Muy al contrario, ellos son limpios y su ventaja lo supone su levedad, pues estando con los pies sobre la tierra ansían volar, mirando constantemente hacía los cielos. 

Desconozco si servirán a favor de aquellos que los leyeren, lo que sí puedo indicar mientras deslizo esta pluma imaginaria es que en el momento que los escribí me consolaron de mis tareas, y aunque era de noche, para mí supuso un día eterno. Su escritura fue como la luz del sol, rayos que añoraban la luna y su purificación celestial. Por esto, y mucho más, espero y deseo en las profundidades de mi espíritu -que es tanto alma como carne- que os deleitéis un tanto con estas pinceladas como yo hice cuando las anoté para mí mismo, ya que, según pienso la mayoría de lo que se escribe primero es para uno mismo, y ya después si surge, para los demás. Dios sea con todos, incluso, con aquellos que me guardan recelo en su fuero interno. Por mí, están todos perdonados, que siga cada uno lo que crea que le conviene. Salud. 


- Yo proveo a Dios lo que le corresponde. Así, pues, de lo aquí escrito mucho es de Dios y poco mío, como mucho algún añadido. Ello es así debido a que la plena Sabiduría le pertenece a lo mayormente inmenso, y ya sabrán los lectores que lo más grande que puede pensarse y sentirse es precisamente Dios. Lo restante, queda dicho por sí mismo


- Al juicio muchos lo cargan con atrocidades innecesarias. Darle lo que se debe, es decir; lo verdaderamente pensado y decorad con los dolores provenientes de las entrañas lo que sobre. Porque no hay substancia sin accidente en este mundo deviniente, como tampoco existe un accidente al que no se le pueda hacer substancial si hacemos de algo pequeño un infinito que abarque todo el cielo.


- Quién osare escarmentar el sueño con pasión y devaneos de imaginación, añadirá sabiduría y fantasía en una misma cofradía. Los sujeta con un lazo, y al poco rato se sueltan, volando así por la habitación. Y no será baladí que en cuanto despierte, sus visiones oníricas pasen a formar parte de sus realidades

- Confiar en la virtud de la luz, aquella que elimina los elementos sombríos sumidos en las tinieblas cual relámpago que en una noche de tormenta ilumina el cielo entero. No solamente es guía a la par que compañía, es lo primordial a la hora de encaminarse por la vida

- Los rosales y sus espinas añadidas pese a sus apariencias entienden de daños y bellezas efímeras, que aunque por sutilezas pasan, en su trasfondo el hielo sumergido acaba por salir en mares cálidos.

- Lo que parece falto de rigor es el amor vacuo, pero con el paso de los años acaba siendo un paseo con muchas piedras y caídas subsiguientes. Permanece atento en cuanto las pises, recuerda el dolor aterido al corazón, y en cuanto retornes en el caminar continúa aunque sea arrastrándote. Los gusanos son asquerosos, es cierto, pero siguen hacía delante.

- La memoria resulta una facultad singular; unas veces sacamos beneficio, y otras, va a nuestro perjuicio. Es el actuar presente en este instante lo que anotará en cuaderno tan leve, intenta que tu escritura nazca de la fortaleza y no de reproches.

- Pudiere gritar, quizás a su vez saltar. Ambas cosas a la vez son locura, una tras la otra cordura. Pero, no obstante, no realizar ninguna de ambas es censura.

- Fuere por falta de sutileza o delicadeza en demasía, ambas extremidades han de tomar un punto de encuentro. En lo que a mí se refiere, pienso como su centro al corazón que dotado de sentires y reflexiones encuentra allí su sentido, aunque no todos opinan semejante.

- En este mundo lleno de azares que se asemejan a cárceles, hay escasos refugios donde encontrar leves recursos de básica supervivencia. Sin embargo, hay uno en el que siempre me confío cuando me encuentro malherido por las mortales miradas de las gentes, y este es mi cuarto repleto de libros que me permiten dialogar con los antiguos, así me siento acompañado en soledad.

- A ser posible, confiar en escaso número de personas, puesto que la malicia es sobrepoblada y la bondad es escasa, lo suyo será depositar el espíritu en recipientes seguros.

- Adquirir el menor temor posible, si bien es prudente saber hasta que punto un empujón nos puede llevar, la lucha es capaz de brindar áureas armaduras con las que defenderse. Para ello, es necesario tomar en serio el ataque, que cauteloso una vez que se cierne sobre el enemigo, no se detiene hasta que la muerte aplaque y derrita los sables más agudos.

- Es menester tanto para el sentido como para el espíritu dejarse deleitar de vez en cuando por el paisaje campestre. Unas cuantas vueltas por prados desconocidos no solamente distraen, sino que también provocan saberes silvestres.

- Aprender tanto de lo lúminico como de lo sombrío. Al estar mucho rato al sol nos aturdimos, y en la sombra nos quedamos fríos, será preciso salir de vez en cuando y encerrarse otras tantas veces. Así como valoramos el calor cuando largo tiempo sentimos los pies helados, a su vez tomamos en cuenta la brisa fresca del atardecer tras un día de pleno estío.

- Jamás entenderá una mayoría aquellos gritos interiores de los escasos solitarios. Únicamente nos queda el aislamiento y el exilio, y a partir de estos mismos crear una maravilla; nuestro propio paraíso con las palabras que callamos. Por ahora parecerán llamas que se asfixian, mañana serán de las pocas estrellas que bendicen en su ocaso previas al amanecer.

- Huye de los ríos insertos en frondosos bosques donde mucha gente bebe. Es de lógica pensar que cuando un agua es bebida en grandes cantidades a la larga termina por contaminarse. Si hay algo beneficioso para la salud de gratas altitudes en este mundo es lo que pertenece a los pocos.

- Si ligero; vuela, si pesado; bucea, si ni uno ni lo otro; repliega. Propio de los fuertes es aprovechar todas las circunstancias en beneficio aventurero.

- Conocedor es quién mirando encuentra, y cuando oculta sin quererlo lo descubre. Esto es así porque a quién es de una naturaleza determinada le llega lo que a sí mismo le corresponde. A modo de ejemplo: si llora le llueve y si ríe el sol le sale a cada paso.

- No temas ser repetitivo en tus juicios; lo bien dicho ha de ser enunciado las veces que sean necesarias tanto para los de oído fino como para los brutos que no disciernen sonido de grito.

- Es el estar aposentado en la tierra poder volar con los pies, una forma de mirar hacía el cielo desde nuestros ojos mundanos. Así, bien sujeto, y sustentado en el suelo nutriéndose con las raíces para hacer alas de nuestros pasos, y algún día, llegar allí donde podamos decir que uno puede estar elevado pese a ir andando.

- Dicha es imaginar y dejarse llevar por las imperiosas tempestades de las fábulas mentales, mas tampoco debe perderse el sentido común. Porque, incluso, en mitos y leyendas, los personajes supieron mantenerse erguidos aunque fuerte soplase el viento

- Sabio no es aquel que llena su vocabulario de tecnicismos y ramplonerías propias de pedantes, sino mas bien, se trata de aquel que sabe vivir de acuerdo con unos principios que le permiten permanecer firme ante las adversidades, y no obstante, siempre está dispuesto a mover un ápice de su doctrina cuando llega a pensarla errada por las circunstancias. La verdad ha de ser vívida no únicamente expuesta en un tratado, pues no sería justo limitarse a contemplarla, lo suyo es también ejercitarla.

- He aquí lo que dota de sentido a una vida que es a la par de reflexiva y meditativa, pero que también lo es guerrera: Acción en el pensamiento y sentimiento en el pecho. Y lo restante se deriva de estos principios que no se limitan a ser trascendentales, antes bien; son personales.

-  No escarmentarse por los males ni crecerse innecesariamente por los bienes, antes bien, prestar atención con el juicio, y después, provocar el aprendizaje. Así es como se escudriña las barrajas del destino, una vez conocidas las cartas ningún suceso nos resultará ni sorprendente ni novedoso. Es cierto que en la vida de vez en cuando esta se asemeja a un juego de dados, pero si sabemos al menos cuales son sus números y las veces que se repiten las jugadas, ninguna victoria ni vencimiento nos alumbrará ni oscurecirá el ánimo

- No está de mal recordar algo que pocos logran advertir, y esta es la enseñanza que dictamina que mientras que la tontería es propia de la multitud, la cordura resulta escasa. Son los menos los que piensan mejor, y la plebe por el contrario, casi siempre resulta errada en materia y tanto más en lo que a formas se refiere. Esto es así porque la locura es multitudinaria, y en contraposición, la sabiduría pertenece a la excepción. Desde tiempos inmemoriables, los que piensan diferente debido a su singularidad agravian a los enfermos en masa. Lo mejor será saber camuflarse y unas veces dejar pasar, y otras tantas, imponerse el luchar.

- Supera nuestra vanidad, pero cuando la ocasión lo confiere también hay que saberse desdecir, incluso aquel con el semblante más lustroso y el intelecto más iluminado puede llegar a errar. Mejor será reconocerlo en el interior para mejorar de cara al exterior. También existe una valía intelectual, como así una armadura para angustias espírituales: la superación en el ánimo de uno tras la pugna interiorizada.

- El único mal de tus vivencias funestas eres tú mismo, existe solamente un culpable en las desgracias, y ese es tu sí mismo. En vez de desplomarse en el suelo para lamentarse, adherirse a las circunstancias aunque sean las más dolorosas, y acto seguido, no implorar penitencia, sino gritar un: ¡Adelante, son aún muy pocas mis tristezas y todavía menos mis quejas!

- Las obras que sean dignas de alabarse han de ser leídas dos veces, es decir, releídas para mejor comprenderse y sentirse. Y si ya es tan magna que incrementa nuestro ánimo y espíritu, que sea leída tantas veces como haga falta hasta que sus páginas lleguen a aprenderse como los episodios sucesivos de toda una vida.

- De los demás tengo un deseo: que me dejen en paz. Es sorprendente como algo tan nimio resulta tan complejo de encontrarse. En un mundo lleno de gritos y estruendos yo tan sólo quiero llegar a mi hogar, y descansar para al despertar poder pensar con holgura.

- Los pensamientos inconclusos hay que saber aprovecharlos, debido a su estado embrionario, piden ellos mismos un realce de su fulgor. Brillan y seducen a la noche, despuntan y emergen en el día; como todas las cosas bellas necesitan de un impulso que les lleve a bajar los dioses a la tierra. El camino aún está llano, todavía no han crecido los árboles de antaño. Sin embargo, entre la maleza con paciencia y espera saldrá algo inusitado que ha bebido de los licores de los antiguos, soñando ser algo nuevo.

- El humo de los ducados, en cuanto es expulsado de bocas profanas ensucia el aire, y con ello, todo ánimo creciente. Pero no todo humo es igual, pese a lo grisaceo que adquieren todos. Hay de algunos tan puros, que dan su toque a todas las paredes. Cambia el ambiente, y no obstante, permanece eterno aún en el transcurso de los tiempos.

- No todo lo que parece es, hay que mirar con muchos ojos, y si fuere estremado con todos los sentidos. Descubrir así lo intrinseco de todas las cosas, lo substancial que es lo esencial; gracias a la agudeza sensorial de las excepciones. No tengas miedo de espantarte, y adelante.

- A los aduladores y lisonjeros ni mirarlos, y mucho menos escucharlos, las palabras que suelen usar para vituperar suelen ser mentiras. La ofensa es más sincera, por eso para hacer justeza, se debe prestar una mayor atención a los enemigos. Los amigos satisfacen nuestra vanidad con sus caricias en las vocales, pretenden no hacernos daño, y con ello se alejan de la verdad. Un consejo prudente es no dejarse engañar por el dulzor aparente de las sílabas para así aprender a apreciar la dolencia de las sentencias más duras. Es complejo el llegar a acostumbrarse, pero una vez sentado sobre el trono de la veracidad, jamás se olvida.

- Los dolores llegan y se posan en forma de lágrimas que recorren nuestras mejillas. A fuerza de soportar estos dolores crecientes, logré atemperar el ánimo y aprendí que la razón ha de apoyar la vida. No se huya del sabor agridulce de la boca, antes bien, acostumbrese a que la sangre en suspenso sobre el paladar es algo común cuando se agudiza en ingenio.

- Durante enfados e iras yo os deseo tiempo, puesto que aquel templa el ánimo y ocasiona el poder pensar con mayor rígidez. No hay peores daños para los mortales como las vanidades heridas o la perdida de amistades. Hacer de ambas una ventaja, motivo de reflexión y aprendizaje para continuar el viaje.

- Arte en el realce donde se muestran los detalles con múltiples matices brillantes. Si se aplica con justeza se adquiere fortaleza. El oro en bruto se asemeja a las piedras, pero en cuanto se moldea con el artificio y la fuerza de la inteligencia se torna belleza. Si nos llegase desde los cielos el mensaje divino seguramente nos parecería indescifrable para nuestros paladares acostumbrados a la árida tierra y a los salados mares, a no ser que hiciesemos de ellos poesía, la complejidad a la hora de interpretarlos nos mataría. Por ello, apuesto por la Divinidad que se encarna en esta tierra, y a la que unos llaman Sabiduría, y otros Ecce Homo.

- Pocos encuentran la verdad porque son escasos quienes la buscan con coraje y paciencia. No se detienen sobre las cosas, y como van con una premura inusitada, estas se les deshacen ante sus miradas. Tampoco tienen verdadera pasión a la hora de orientar sus vicisitudes, todo es vacuo en ellos aunque lo crean interesante. Ante esta tipología de circunstancias, lo suyo es ser consciente, dejarlo estar y alejarse en cuanto antes para no contaminarse innecesariamente.

- Nuestras convicciones son cadenas necesarias, prisiones en las que tenemos que aprender a convivir con nosotros mismos. Sin ellas no hay afirmación posible ni negación que valga la pena proclamar. Por tanto, mejor callar y prestar atención al silencio. Aquel que no se conoce no puede llegar a ser dueño de sí, pero tampoco saber nada de los demás ni alzarse por encima. Si se es verdaderamente inteligente, se exigirá auto-conocimiento ascendente y dominación de los sentires desproporcionados para ser sobresaliente. Los muchos no lo advierten, mas yo digo: mejor un conocimiento inseguro silencioso para nosotros que se busca constantemente a partir del propio vientre, que mucho decir a la gente sin saber qué se dice ni por qué ha de decirse.

- Vivir es un vivir con los otros, para bien o para mal, normalmente es para esto último. No obstante, una vez instados en este laberinto que bien entiende de entresijos hemos de aceptarlo como el primer rayo del amanecer. Hemos de contar necesariamente con los demás, y mas si se trata de trazar un pensar, o de lo contrario, comenzar a temblar. Bien se aprende observando al rededor con juicio, las conductas ajenas nos enseñan cuán dispuestos estamos nosotros mismos a los más fugaces pecados. Aprendamos entonces, seamos lámparas que pretenden imitar la tenacidad del astro sol.

- Es equívoco de los doctos y eruditos centrarse en lo general sin aplicarlo a lo particular. El concepto y lo universal son tan útiles como esenciales si sirven de guía, pero vacuos sino se lo lleva al terreno de la práctica. No vana abstracción, lo viril es la aprehensión de los sucesos de la vida y su correcta dirección superior. Reniego de la simple veracidad, yo quiero la verdad que se tiene y que se usa tanto en lo más alto como en lo más bajo.

- Gran espíritu aquel que piensa con presteza, y además, todo parece salirle bien con el auxilio de su ingenio. Actúa sutilmente en la vida, se desliza entre los escollos, asciende pedregosas montañas y de los pesares hace motivo de fortaleza. Signo de delicadeza invisible tras la piel, en su interior habita un León ávido de dadivas.

- Evitar mostrar flaquezas al exterior, muchos se aprovechan de los puntos flacos y vulnerables para lanzar sus arrebatos de ira, o lo que es peor, arrollar en las espaldas. Ante el ataque inminente; buena coraza. Es raro el forajido sin su armadura, si se está lejos con más razón habrá que protegerse, los peores baches son los que aparecen por sorpresa y avivan pasiones que producen acumulación de errores. Por eso, mas vale una buena defensa que el manejo más diestro en armas.

- Guardarse las lágrimas en los momentos cumbres de la tristeza. Digno es crear charcos en rincones solitarios donde nadie se pueda atragantar con nuestras aguas. Es un acto egoísta el cargar con dolencias y quejas los oídos ajenos, que se encuentran muy distantes a la hora de comprendernos. Sólo una voz necesitas en los momentos de angustia; y es la tuya.

- Cuando los males le rodean a uno es preciso acudir al lecho a destiempo, aunque sea demasiado temprano para acostarse. Ocultarse tras la almohada nos protege de los monstruos que campan a sus anchas bajo formas humanas, ahí recogidos damos paso a la meditación y a la reflexión. En ocasiones durante los sueños volvemos a encontrarnos con aquellos demonios, es entonces cuando hemos de enfrentarlos y vencerlos, así cuando despertemos recuperaremos los ánimos. Para estar preparado para el mundo lo suyo será estar vencido uno mismo, de nada servirá hacer acto de galantería aquel que no ha advertido sus propios recovecos. Hay gentes atormentadas y otras atormentadoras, sea ambas cosas para sí mismo, pero nunca para el resto.

- Bien saben los que mucho conocen que hasta las sonrisas son limitadas, y más cuando se descubre la verdad. Al principio, cual pálida dama le encubre un sútil velo que cela sus atributos, pero en cuanto este se rompe y se muestra cuán molido se encuentra el cuerpo debido al sol que ha soportado cuando estaba en la interperie y el frío que le ha escarmentado en las noches donde había ausencia de mantas y harapos, se revela la crueldad de las mortales vivencias y a cuantos peligros estamos expuestos cada día. Mejor será conocer cuando se debe, y desconocer hasta que sea la hora propicia.

- Elige y decide con ceño y empeño, sé en los caminos diestro y ante los titubeos discreto. Es preciso equilibrar los lugares en los cuales esconderse para meditar, eso quiere decir: sazonar los escondrijos sin miedo y cuando fuere necesario, atemperar los ruidos y dar paso al silencio.

- Existe una moral interior, que siendo secreta advierte de manera intuitiva aquello que está bien o mal sin necesidad de un exceso de información. Contempla el devenir de los acontecimientos, haz que cesen las efímeras impresiones de un espíritu cautivo y acude a tus adentros. Allí podrás ver lo que es justo, humilde y bondadoso. Los demás ansían llevarnos por caminos difusos y sendas inciertas para que dejemos de percibir las cosas tal cual son, pero quién ha alimentado con sazón sus fueros internos sabe que ha de hacerse y dejarse para otros. A menudo nos atormentan con sucesos pasajeros, sin importancia, por ello tanto más valor tendrá uno cuando desarrolle por sí mismo la capacidad de recogerse y reflexionar desde las profundidades del yo que extrae las conclusiones de un mundo sumido en el delirio general y de lo perecedero.

- Los de altivo intelecto, rara vez lo muestran, más siempre lo demuestran en hechos haciendo de lo dicho facto. Hacen del artificio complejo una naturalidad que parece simpleza, cada gesto es un donaire de nobleza. Van directos, eligen y deciden según los acontecimientos y se rigen dependiendo de las circunstancias. Su prioridad es lo selecto, su ojo se declina a lo recto. Los pasos suyos representan las virtudes fundamentales, y los contrarios son los funestos vicios. Si no eres de tal calibre, observa y aprende, y si en cambio, esto te describe: Felicidades, has llegado a la cumbre.

- Ven, acude a mí tristeza, y dame aquello de lo que me privaste, haré con ello desvelos eternos. No despierto aún, duermo soñando en lo pensado que algún día será tormenta en medio del desierto. Hay que aprovechar la melancolía como fuente inagotable de inspiración, de las nostalgias crecen grandes palabras que permanecen mientras nosotros marchamos. Un corazón que late presto hasta detenerse acaba siendo el punto final de una frase que enternece, pasajera sí, pero siempre ferviente.

- Mantén los dolores en ti, y aguarda, que se convierten en ángeles resplandecientes. Tienen sus alas quebradas puesto que han volado demasiado; a la par negras y de un blanco resuelto, señal de osadía y valentía. No tardarán en caer en picado, sin embargo, aún mantienen su vuelo sincero.

- No lamentes las decaídas del pasado. Fuiste frágil y precipitado en un tiempo, reconocelo y será un salto adelantado. Ahora bien, no receles de un suceso en repetidas ocasiones rememorado en la mente. Es un fútil intento procurar remendarlo, se perdió, ya se fue lejos. Contén las lágrimas, se fuerte, y si débil únicamente hacía dentro y cuando nadie sea espectador de tu sufrimiento. Muchos se devanan los sesos en vano, nada consiguen con ello, excepto caer en excesos que rara vez curan. Las heridas siempre estarán ahí, en tu mano está que dejen de sangrar. Quedará una marca; el signo de la fortaleza, de un obstáculo pesado que ha sido superado, se ha pasado por encima del bache y ahora se andan caminos distintos. Atraviesa con la espada lo desdicho, motivo de alegría que hace cuerpo en una sonrisa es el haber hecho de las desdichas un buen decoro para el recuerdo.

- Es desaire de muchos acogerse a la vulgaridad común como única escapatoria. Han perdido tanto por tan poco que se han vuelto esclavos no ya de sí mismos, sino de lo peor del resto. Van de un lado para otro, desconociendo de personalidad propia. Y cuando les preguntan: "¿Quién eres?" se limitan a responder: "Lo que dicen los otros..." Prosiguen sus pasos sin rumbo, según el capricho del viento y los murmuros ajenos. Cuando llegue el final, mirarán sus manos y las encontrarán vacías, excepto por unos fragmentos de polvo que se irán en cuanto aparezca nueva moda. Así como la nieve del invierno se retira, así lo serán también sus vidas.

- Desapasionarse es obligación cuando se tuerce el sino, los designios campan a sus anchas, y cuando menos uno espera, se torna caprichoso. Uno se construye lo que es en base a una naturaleza determinada que va moldeando según las circunstancias, a esto segundo es lo que se conoce como artificio. Ambas vertientes no son contradictorias, pueden ayudarse mutuamente si se admite la primacía de la natura y su correspondencia con el arte. Se hacen y se deshacen, y en ocasiones llegan a abrazarse

- Mira en el espejo y aspira la perfección a la que nunca se llega. Inspecciona, y halla semblante sin tacha, que fragante cruza los ideales con la querencia de hacerse reales. Un imposible que quiere ser posible ¿Cómo? Descubre en la acción lo que es tu obligación particular contigo y con los otros.

- El concepto se transmite en el dialecto, y de allí la palabra se hace obra. No es cuestión de magia, es el hacerse continuamente elevándose a una infinitud nunca alcanzada. Aquí, allí y allá; en todas partes está. Atiende con todos los sentidos, y haz del intelecto un órgano de entereza aplicada. Vacuas teorías se sueltan al aire sin pensarlas, y en cuanto caen; aplastan. Se esperan, además, que se recojan según se dicen por el ámbito de la imaginación y cada uno interpreta lo que quisiere. Olvida estas ignorancias tan comunes como nefastas, y fórjate tus armas en base a tu indumentaria. Ya tienes la armadura siempre dispuesta, ve añadiendo los complementos según vayan surgiendo los acontecimientos, que el ser de uno es rehacerse constantemente.

- Sal de vez en cuando de tus escondrijos usuales, y átrevete a campear el gusto siguiendo tus inclinaciones. Es díficil puesto que los gustos excelentes -que son a su vez los singulares- pocas veces suelen ser estimados, y así uno se encontrará con mas desdichas que risas. Bueno es arriesgarse, se aprende de la experiencia para llegar a casa conociendo los designios fatales.

- El desamparo ha de partirse por partes para sancionarse y descubrir cuales fueron los males agravantes, se separan unos de otros diferenciándose en la escala de los dolores ¡Gran montaña del sufrimiento y de los pasos mal dados se nos forman si hacemos lo contrario! Desdoro es no cuidar en la enfermedad, pero aún mas penuria lo es negarse a recordar cual fue su origen. Depende del ambiente donde se haya nutrido nuestro mal, habrá que cortar a pedazos o regar a retazos.

- Todo lo que nace para mí suele morir al poco. Tan efímeras son las cosas en esta vida, que basta quererlas para que se alejen rápido. Es amar, y el viento del mar echa hacía atrás todo lo vívido; es el recuerdo que nos hace daño. Quisiéramos olvidar, pero para eso no nos basta ni la mayor de las maestrías, se nos escapan las lágrimas sin buscarlas ¿Qué hacer entonces? Esperar, ejercitar y dejar estar.

- Escucha todas las voces aunque no a todas puedas acompañarlas. Cada música entiende de una melodía propicia y de un ritmo acostumbrado, no quieras confundir flautas con violines. Aún tomando esto en cuenta, no te desencantes en demasía en cuanto descubras que no todos los sones son iguales. El tuyo es presto, y el otro es alegro; bien es cierto que no son semejantes, pero por separado pueden resultar parecidos. Unos gritan, otros chillan, muchos hablan por hablar y unos pocos proliferan palabras consecuentemente. Se de los últimos, y añádele aplicación práctica.

- Los vértigos amorosos son ilusorios. No obstante, para nuestra experiencia inmediata son tan reales como la sangre que circula por nuestras venas. Tampoco hemos de evitarlos, observarlos bien a tiento. Y cuando las imágenes oníricas se calmen, alejarnos cuanto pudiéramos. Si el corazón duele, imagina el cuerpo entero.

- Buen arte es el callar cuando se debe, hay palabras que mejor no se profieren. Varíos místicos neoplatónicos y algún que otro teólogo considera que el silencio resulta el saber sobre la divinidad, pocas cosas nos comunican lo sagrado como la ausencia de sonido; el no-ser. Muchos, en cambio, lo tienen de natural, es toda una ventaja tener conversaciones con ellos mediante miradas, y otros, han de ejercitarse mediante la industria, que aprendan de los primeros.

- Nuestros engaños suelen proceder no tanto de sí mismos, como del valor que nosotros les brindamos. Subestimamos en demasía cosas varias, viendo las cosas bajo ojos veladores las idealizamos. Mejor será el partir del desengaño para estar advertido, y si al final no todo es tan malo nos llevaremos una alegría. Adventicia prudencia de los ingeniosos que advierte a destiempo en lo que al futuro se refiere. Mira las brumas; se expanden, ya las conoces. Parte de las sombras y aprende a emprender camino hacía la luz, aquella inextinguible en los peores tiempos.

- El vulgo todo lo mirará con malos ojos, y sobre todo lo que más brilla debido a la envidia. Al igual ocurre con aquel que tiene mal sabor de boca ya de por sí, aunque coma y beba manjares suculentos todas las cosas le sabrán amargas ¡Y encima con desdicha y enfado proclaman censuras contra todo matiz áureo! Ante esta furia plebeya solamente queda recatarse en ciertas ocasiones dejando los diamantes en los interiores, y en tantas otras que sean pernicientes y no quede nada por perder, lanzar fulgores que provienen de los adentros.

- Tener fe, no caer en los abismos dubitativos. Ante todo, lo suyo es agarrar la creencia con firmeza y seguir, dejarse ir y continuar a pesar de los vientos tempestuosos, y quizás sea sobre todo debido al peligro por lo que la fe viva ha de ir creciente, más allá de los horizontes en el crepúsculo. 

- ¡Oh, alma mía! La vida se termina, pero, no obstante, ningún último punto nos ha de resultar completamente terminante. Con los ojos vemos perecer, y con la mente podremos hacer a las letras renacer. A pesar de que las letras caídas culminen, no te deprimas inútilmente, siempre podrás cuando el corazón te lo indique volver a comenzar de nuevo. Es cierto que perecemos, más jamás olvidemos que nos queda la eternidad.

Fin de los aforismos morales y de sobrevivencia por ahora.

jueves, 25 de julio de 2019

Hermosa contradicción

- Sin duda -decía entre sí Manuel mientras esperaba a sus dos amigos- que poco me falta para captar el interés de Aurora. Puede parecer complejo dada mi extraña personalidad, pero no hay dificultad que no pueda sobrepasarse si se tiene empeño en el ceño, e incluso, lo que parece imposible es engañoso, pues muchas veces se torna posible si tenemos de nuestro lado a la Divinidad. Espero, que al cabo, tras tanto tiempo y esfuerzos todo salga como se debe, y eso quiere decir, que será a mi favor.

Al terminar de declarar estas palabras interiormente, le surgió una sonrisa complaciente pensando en su próspera suerte en lo que atañe a los amores. Y como si hubiesen sido invocados al acabar su monologo del pensamiento, aparecieron al cabo Aurora y su otro amigo al final del camino. A ella le hacía justicia su nombre, pues resultaba resplandeciente, bajo sus ojos negros como una bruma otoñal y su cabello castaño oscuro con algunas ondas entrelazadas un tanto mas claras debido a las sútiles caricias del sol veraniego se descubría su figura de mujer. Su vestimenta era sencilla como ella misma, ya que le cubrían una camiseta blanca con unos carácteres que Manuel no logró descifrar, y unos pantalones vaqueros cortos que revelaban unas blanquecinas piernas que parecían no haber sido bendecidas por la luz en su vida, probablemente porque la luz y la bendición eran su presencia misma. En fin, se trataba de una perla como tantas otras, pero a la que nuestro protagonista había encontrado algo especial.

Se saludaron los tres cortésmente, sin que esta cortesía se quedara en el ámbito formal, puesto que se conocían de algún tiempo y ya habían dejado atrás los usos sociales para abrirse paso a una cordialidad templada, que si es bien cierto que no era del todo cálida cuando se reunían en grupo, al menos, cuando estaban a solas se permitía alguna que otra señal de afecto y cariño. En un principio hablaron de lo acostumbrado, se preguntaron qué tal les iba la vida desde la última vez que se vieron. Manuel lo recordaba a la perfección, lo tenía impreso en la memoria, a Aurora la vió en una cafetería cercana a la universidad, y a su otro amigo en un bar cercano a la estación en el que tomaron las acostumbradas cervezas en una conversación, que como siempre, acababa tratando sobre los desengaños amorosos que compartían mutuamente.

Después de andar un rato, decidieron sentarse, y fue en ese instante donde Manuel percibió un cambio en sus dos amigos. Los notaba extremadamente cariñosos, intercambiando miradas que traslucían complicidad mutua. Ello le extrañó en sobremanera, pues jamás los había visto así. Peor fue cuando le confesaron que ya se habían visto a la mañana en intimidad, y nada mas decirlo, su amigo acarició la pierna izquierda de su muy estimada amiga ahora. Entonces, a Manuel, le recorrió en su interior los celos y el afán de posesión, sintiéndose así internamente herido. Sabía que ella no le pertenecía, y que probablemente jamás sus deseos lograrían patentarse en la realidad, pero la escasa esperanza que tenía le mantenía con vida, y esta defraudada, mas le acercaba a la muerte que al mantenerse ergido en una actitud estoica procurando soportar los pesares como hasta ahora lo había hecho.

Su amigo, que se dió cuenta del cambió de temple de Manuel junto con el rumbo que estaba tomando la conversación decidió darle otra vuelta de tuerca hablando de cosas ordinarias para que los ánimos se templasen un poco, ya que se producían una serie de silencios incómodos que no ayudaban a que el ambiente les fuera próspero. Y, así, pues, comenzó diciendo:

- Y bueno, ¿Qué tal lleváis las lecturas del verano? Yo particularmente, estoy leyendo sobre todo algún que otro ensayo que me resultaba interesante, sin que llegase a acabar muchos de los que comencé. Quizás sea este insoportable calor, que no nos permite la suficiente concentración que requiere el pensamiento.

- Ah, muy bien... -le fué contestando Manuel mientras se pasaba la mano por el cuello- Yo, estuve leyendo El buscón, todo un clásico de Francisco de Quevedo, y entre las risas y demás, se infiere cierto desasosiego de su protagonista don Pablos, pues procura sobresalir de su condición social a base de picardías sin llegar a conseguirlo del todo. Esto divierte, a la par que, desazona.

- En mi caso, yo leí -le respondió su amigo- algunos de sus Sueños y discursos. Toda una fantasía onírica que se intercala con la realidad de un saber moral.

Entonces, sin venir a cuento, Manuel le soltó una bofetada en la mejilla derecha al notar las miradas lascivas que le dirigía a su muy amada Aurora, y después, comenzó a soltar unas risotadas al viento, encubriendo con su cinismo sus dolores interiores. Y mientras parecía que pasaban por alto tal comportamiento inusitado por parte de Manuel, le vino a su amigo otro manotazo, esta vez justo delante del rostro, de la naríz a la comisura del labio. Esto ya no lo pudo soportar, y dirigiéndose a Manuel le dijo:

- Lo mejor será que, puesto que yo ya he estado con ella esta mañana, te quedes junto a Aurora el resto de la tarde. Yo ya no quiero otras cuentas distintas, hemos planeado un rumbo de vida, y por tus impulsos, no se nos va a torcer.

No esperó contestación. Se levantó y se fué, quedando Aurora y Manuel solos. Un silencio sepulcral invadió la sala, que al fin, fue quebrado cuando nuestro desdichado protagonista le preguntó a ella un desesperado "¿Por qué?". Ella, que se dió cuenta de la confusión y la perturbación interna que sentía y le cubría las entrañas, como era muy inteligente y no quería meterse ni en el detalle ni en el matiz, le vino a decir que necesitaba cierta estabilidad en su vida, y que su amigo se la infundía. Percibió, por otra parte, que su interés amoroso había saltado sobre las fronteras de la amistad usual, y compadeciéndose de él, le dijo que le dedicaría aquella tarde hasta que se fuese a su casa, y luego que cada uno fuera por su camino, ella con su nuevo amorío y él con su acostumbrada soledad.

Finalmente, Manuel accedió, debido a que los ardores amorosos que sentía le impulsaban a que concediese incluso en aquello que más perpetuaba su dolor. Era como tener un suculento manjar, tan apreciado como exquisito, ante la vista, pero que jamás se podría ni alcanzar ni mucho menos probar. Un regalo a los ojos y al olfato, que no podía resistir, del cual incidía su efecto sin ser nunca tomado en su totalidad. Se le quedaba la miel en los labios como suele decirse, y no podía gustarla pese a que insistía en incorporarla en su persona. Se trataba de una condena que no era capaz de rechazar, y en la medida que el sufrimiento ascendía, mas le placía.

Se dieron el acostumbrado paseo con el sosiego que le seguía a los mismos, donde se entrecruzaban en las diferentes conversaciones las revelaciones íntimas y las confidencias personales. Manuel le contó toda la verdad a Aurora sobre su amor encubierto, y ella le correspondió con todo el corazón pendiente en su pecho, sin temer los azares que las consecuencias de tales imprevisibles acciones llevan consigo. Mientras esto transcurría, se iba haciendo tarde, cada vez más dando paso a una noche cerrada donde las estrellas brillaban aún mas que la propia luna. Ella decidió acompañarle hasta su parada, y la encontraron repleta de suma estrafalaría gente, algunas conocidas de vista, y otras, de haber formado parte del pasado de Manuel. Todos ellos miraban a Aurora, y la saludaban aún sin conocerla. Cosa que, sin que tuviese en verdad sentido, le hacía rabiar a Manuel, sin atender a concertadas razones.

Al sentirse ambos incómodos, se apartaron del bullicio, haciendo flaca atención a lo que acontecía a su al rededor. Entre las sombras y el estrecho pasillo que daba a lo que parecía una entrada más ancha a la manera de un gran aparcamiento que se encontraba prácticamente desierto, se veían unas luces rojas, que después, se volcaron en anaranjadas, en señal de que algún autobus estaba dispuesto a partir. Les dió la corazonada de que aquel sería el suyo, y sin dudarlo dos veces, acudieron y acertaron. Se subieron, y Manuel para asegurarse preguntó lo que sigue:

- ¿Es este el bus que se dirige hacía "La villa del duro" cuyo número es el 162?

El conductor le respondió muy gravemente que así era, pero que la próxima vez, no le diese la tabarra a él, que bien había en la oficina una secretaria llamada Alicia a la que podrían consultar para ahorrarle tener que responder a preguntas impertinentes. Durante el viaje, no hablaron mucho. Sin embargo, nuestro enamorado compañero olía el aroma de su amada, que se espacía por el aire cual tarde de estío en que los silencios sucesivos hablaban sin pronunciar palabra. También la miraba a soslayo, y el solo verla le complacía sin necesidad de interrumpir tal goce con el tacto. Anotaba en el alma y en el cuerpo cada uno de sus movimientos como si fueran el volar de los ángeles encarnados en la tierra.

Al salir del autobús, una vez llegados a su destino, vieron al sol lindar en el cielo, llenando con su luz la entrada de villa que estaba repleta de verde hierba, aquella que conservaba en su seno el rocío, las lágrimas de la noche. Esto les resultó a ambos sumamente extraño debido a que cuando partieron era una noche reciente, y no pudieron pasar tantas horas hasta su llegada. No obstante, ello poco les importaba, pues siguieron el camino al hogar de Manuel. Él, particularmente, jamás se había sentido tan feliz. Tenía a su lado -aunque fuera una belleza efímera, que el deseaba permanente y eterna- a quién mas amaba, y esto bastaba y le era suficiente para mantener el ánimo integro, pleno en su satisfacción porque se encontraba en un estado tan utópico de alegría que bien podría decirse que se encontraba en un sueño, el mas hermoso de todos los que pudieran imaginarse.

Sútil bendición era esta para un desdichado como había sido él en su vida. "Ella es un claro de luna, ángel caído del cielo y rescatado por mis brazos. Si bien es cierto que tiene su tentación demoníaca todo este asunto, yo lo haré beatífico, de tal forma que Aurora será coronada como la reina que se debe a su condición" -este pensamiento bastante cursi es lo que iba enhebrando en su interior Manuel, totalmente en paz sin pasársele por la cabeza que otra cosa podría acontecerle, a salvo en su fantasía amorosa e idealizada. 

Pero, una vez puestos en camino, se encontraron ambos perdidos pese a que aquellas sendas bien se las sabía de memoria quién hacia de guía. Todas las calles estaban cortadas por arbustos enormes que se confundían entre las arizonicas, impidiendo cualesquiera paso. En la fronda, todo era centenares de árboles de múltiples tipos, tan juntos que resultaba imposible según un pensar racional trazar tales plantaciones. De repente, vieron en sus alrededores, personas que acudían despavoridas y se hundían en la tierra, sobre todo una mujer de mediana edad cuyos cabellos ardían. Así, llegaron a la conclusión, de que no estaban en el paraíso, sino en el infierno. Miraban a un lado y a otro, encontrándose sin salida posible. Estaban encerrados para siempre, sin alcanzar jamás el hogar anhelado para descansar.

Y, entonces, Manuel se despertó. Y dandóse cuenta de que se trataba de un sueño se sosegó un tanto. Pero, al poco rato, esto le perturbó aún más, pues era muy supersticioso, y sabía de los efectos de los sueños en nuestra vida real. El corazón le latía con mucha fuerza, poniéndose la mano en el lado izquierdo del pecho, sintió los fuertes latidos, y pasando su mano por la frente, los súdores fríos que le acometían. En la oscuridad, cayó en la cuenta que no solamente en el sueño, sino que también en vida se encontraba en soledad. Y lloró, lloró amargamente rompiendo con todo silencio porque sabía que aquel estado era para siempre. De nada servía soñar amores eternizados, porque, al menos en su caso, lo único que se eternizaba eran sus lágrimas que caían sobre las sucias sábanas como todas las noches al despertarse en mitad de la madrugada. Había momentos en los que pensaba cambiar su estado para mantener la vida, pero al cabo, nunca lo conseguía. Sí, era cierto, estaba vivo aún en penitencia. Y yo me pregunto: ¿Merece la pena seguir viviendo así? Sé que es un pecado morir sin el permiso de la Providencia, y aún así, no puedo evitar seguir preguntándomelo ¡Pobre de mí! ¡Pobre de Manuel! ¡Y pobre de todos nosotros! Después de todo, lo único que nos queda es nuestra propia pobreza y esta amada soledad en el caso de los que vívimos apartados en el campo.

miércoles, 17 de julio de 2019

Anotaciones de un pícaro desconocido

Antes de deslizar tus ojos por estas palabras apreciado lector, quiero advertirte acerca del contenido de lo que sigue y decirte que en modo alguno lo que se incorpora en este escrito tiene nada que ver con este hidalgo, que aunque quebrado, tiene algo de honrado y presume de ser piadoso y viejo cristiano. De ninguna manera podría yo formar parte en este instante del gran coro celestial, pues en cuanto hombre me siento imperfecto, y por lo cual, incapaz de alcanzar por ahora tal alteza como lo es la divina. Aún así, hago lo que puedo por esforzarme y ser digno de alcanzarla algún día. Pero, no obstante, esto ahora no viene al caso. Lo que quiero decir en verdad es que yo no soy el narrador de este esbozo ni tampoco estoy a favor de muchas de las opiniones que se van diciendo, tan sólo lo dejo aquí para el ajeno divertimiento.

Un día, cuando salía a tirar mi basura calle abajo, descubrí entre la porquería un cuaderno repleto de hojas arrancadas y algo mohoso y húmedo. Y como tenía curiosidad acerca de su contenido, comencé a hojearlo y me pareció cuanto menos interesante. Así que decidí plasmarlo por aquí añadiendo tan sólo algún que otro retoque estético para que la lectura fuera un tanto más suelta y no tan atropellada, también quité algunas partes por parecerme indecorosas y que le eliminarían legitimidad al desconocido autor, ya que no por decir un par de bufonadas se prestará una mayor atención que si se habla gentilmente.

Dicho esto, sin mas rodeos y vueltas de tuerca, poso sobre la mesa estos papeles y haga usted lo que quiera con ellos. Si le entretienen bueno será, y si es al contrario, deje la lectura cuando lo crea conveniente y cada uno para su casa como suele decirse.

...

Desconozco la razón por la cual escribir estas cuartillas, aunque, en verdad, si puede ser que tenga alguna secreta para mí mismo como podría serlo el intentar enmendarme de cara al exterior la mugre que tengo por dentro. Una vez cometido el pecado, la única manera de limarlo, es contándolo como mejor se pudiere. Y eso es lo que hago, o al menos, eso intento de esta forma tan peculiar.

Mi nombre poco importa, así que lo dejo para otra vez, y mi patria es fácil adivinar no solamente por el bendito idioma en el que escribo, sino por el tipo de dialecto por el que se está escribiendo. Ahora mismo me encuentro sentado ante un humilde despacho, ya con una edad razonable meditando las memorias de mi juventud. El viejo piensa lo que en su día fué, y extrae juicios sobre sus propios hechos pasados entre risas y lágrimas. No pretendo hacer una sucinta historia de mi vida con sus detalles y matices, solamente voy a anotar ciertos acontecimientos de lo que fué mi yo préterito en forma de diferentes anécdotas. Según creo, nuestra personalidad se forma acorde a los momentos que vívimos, y aún a sabiendas de nuestros errores, nos vamos haciendo a nosotros mismos no a partir de lo que pensamos, creemos o sentimos que somos, más bien gracias -o a pesar- del rumbo en el que hemos desembocado, ya cayendo o ya ascendiendo en torno a la fortuna de cada uno.

Yo nací como todos, del vientre de nuestras madres, que son las que nos dan a la luz en este mundo plegado de penurias y alguna que otra alegría. Tengo pocos recuerdos de mis primeros años aquí en la mundana tierra, como mucho me acude a la memoria el corretear de un lado para otro a destajo, y también el intentar nadar a duras penas en un pequeño lago y como me ahogaba debido a mi natural torpeza. Probablemente debido a esta debilidad mía, que siempre me ha sido tan natural, tuve que arreglarmelas en base a aparentar fortaleza y ejercitar alguna tiranía para seguir hacía delante.

Sin embargo, creo recordar aunque no del todo nítidamente, cuando tendría unos cinco años el espiar a mis padres desde mi habitación. La mayoría de las noches venía mi padre borracho, cantando y haciendo mil tonterías, mientras que mi madre aguantaba sus idas y venidas por mantener estable la familia. Alguna que otra vez se enfadaban y discutían, yo lo oía desde la distancia y en cuanto parecían darse cuenta que estaba alerta me iba corriendo a mi cama y me hacía el dormido. Casi siempre era mi madre la que entraba, y pese a verme con los ojos cerrados ya de paso me cantaba nanas para que me durmiese de verdad. Tan sólo entró mi padre en dos ocasiones para averigüar si había escuchado sus burlas e insultos, y acercándoseme al oído me decía: "Tú, niño estúpido, sé que estás bien despierto, como vuelvas a cotillear te voy a dar tal bofetada en la cara que se te van a salir los ojos" Y mientras esto me dijo, pude oler su aliento a alcohol. En otra ocasión, cuando estaba de paso en la cocina empecé a llamarle papá como suelen hacer los inocentes niños, y agachándose para estar a mi altura me dijo indignado que no volviese a llamarle así, que fuese por su nombre porque no quería ser padre de un polluelo tan feo.

Cuando ya ingresé en infantil, se podría decir que entré en la vida social. La guardería era un caos, todos los niños saltaban de un lado para otro sin que los maestros pudiesen hacer nada. Yo y mis compañeros hacíamos lo que nos viniese en gana, fué allí en dónde comencé con mis embustes y demás perniciones. Me dedicaba a ir de mesa en mesa quitando las sillas de los demás alumnos para que se cayesen, y a dar collejas según me apetecía. En cuanto estos recibían el daño, yo me reía sin parar disfrutando de sus lloros y sollozos. Es aquí cuando averigüé que mucho nos divierte el sufrimiento ajeno mientras no nos toque a nosotros mismos. También robaba los juguetes que podía, y me los llevaba a mi casa para que jamás me pillasen jugando con ellos, y de tal manera, tampoco los disfrutaba, pero me gustaba esa sensación de hacer lo que no debía sin que me pillasen.

Una vez que ya hube entrado en el colegio, las cosas cambiaron bastante, puesto que mis compañeros se hicieron mas altos y robustos de lo que yo era, así que ya no podía arremeter contra ellos con mi fuerza física, tenía que encontrar otros medios y artimañas para seguir siendo el pillo que era. Como yo era pequeño y fino como un alfiler, tuve que arreglarmelas como pude. Mi herramienta primordial era el uso de la palabra, pero no como la usaban los rétoricos que adordaban sus discursos para conseguir el beneplácito de un público, lo que yo comencé a usar fué el artificio de la mentira. No había mayor bribón que yo en ese arte. Mentía a mis profesores contándoles mil embustes y malas fantasías, mentía a mis padres diciéndoles como era víctima de todos los males del mundo, decía mentiras a mis compañeros para que me prestasen atención inventando historias, decía tantas mentiras que al cabo me las creía yo mismo... En fin, mentí tanto que el mero hecho de pronunciarlo ya supone una nueva mentira.

Recuerdo que estando en el colegio no había cosa que más odiase que a las niñas, me parecían estúpidas y pedantes, así que me dedicaba a hacerlas de rabiar tirándolas del pelo cuando no me veían y a insultar a las que estaban más gordas para después salir corriendo entre maliciosas risas. A una de aquellas chicas le dí tan manotazo en el trasero durante una mañana lluviosa, que cayó en un enorme charco quedándose perdida de agua durante todo el día. Y cuando me encontraba en los pasillos, me llamaba pervertido y tantas cosas mas que yo la contestaba: "En efecto, soy así de maltrecho y me siento orgulloso"

Otro día, en clase, una chica muy corpulenta y que parecía mas varonil que todos los chicos de clase juntos nos dijo a mí y a un amigo porque había encontrado un término muy comprometido a nuestra edad en el diccionario:

- ¿Vosotros soís vírgenes?

Nosotros, mirándonos el uno al otro perplejos no supimos qué decir, así que nos lo volvió a preguntar reiteradas veces más y el otro contestó que él era San José, y yo le dije que no sabía quién era yo, pero que lo que sí sabía es que no era virgen pues no llegaba ni a santo. Entonces comenzarón a reírse todos y yo quedé en rídiculo.

También había cada día en el patio constantes peleas, durante las cuales se formaban corrales donde todos gritábamos millares de injurias según nos apetecía, e incluso, apostábamos quién ganaría como cuando jugábamos a los pláticos y los papeles, riéndonos de quienes perdían mientras estos se arrastraban por los suelos suplicando piedad. En cierta ocasión -como a todo niño le ocurría- me tocó pelear a mí con un chico mucho mayor, y como ya daba la pelea por perdida, decidí coger un poco de arena del suelo y tirarsela a los ojos. Y viendo como el otro procuraba quitársela, salté encima del mismo y cogiéndole del pescuezo le dí un gran golpe contra un ladrillo que fué tan fuerte que le partí la nariz, y desde entonces la lleva algo deforme. A mí, obviamente me castigaron, pero de poco sirvió, ya que me pensaba un heróe siendo en verdad un cobarde.

Ya en el instituto, los roles volvieron a cambiar. Yo, en vez de dedicarme a estudiar, logré formar cierta banda de pequeños delicuentes con la que volvíamos las clases una jaulía de voces y gritos. Para excusarnos, decíamos a nuestros padres que los profesores eran muy malos enseñando y nos tenían manía, cuando para ser sinceros, éramos nosotros los que no les aguántabamos y por eso procuramos hacerles la vida imposible. Como por ejemplo aquella vez, que en medio de clase me levanté sin permiso para acudir al baño, y el profesor llamándome la atención me aleccionó para que me sentase y no pude desechar mis malos líquidos hasta que termino la hora. Entonces, como ya me sabía esa treta, al día siguiente me bebí el zumo de manzana que solía tener el profesor sobre la mesa, y vertí mis aguas sobre el vaso quedándome muy satisfecho y aliviado. Él, al beberlo, lo escupió al instante y preguntó quién había sido y viendo mi cara de culpable me señaló, y yo le dije:

- Yo no pude ser, y si así parece que fue pudiera ser porque ya aprendí desde la última vez, que para esos haceres es mejor antes o después para no interrumpir la clase.

Toda el aula se llenó de risotadas, y tanto era el eco que parecía que había unas cien personas riéndose en ese mismo momento. A mí me mandaron a la clase de castigo durante ese mes, quedándome así sin recreo, más a mí no me importaba porque ya de paso durante aquellos descansos en vez de hacer los deberes planeaba otras maldades como aquella para ganarme el favor de las peores influencias de todo el centro.

Otro de nuestros entretenimientos, era que en las tardes que quedábamos la banda, usar de nuestro tiempo libre para llamar los timbres de las casas. Esto lo hacíamos cuando algunos de nuestros miembros andaban despistados, y en una correría pulsábamos los timbres de toda una calle, que serían unas treinta casas seguidas. Una de estas veces, me tocó a mí que me creía todo un líder el ser el penitente del grupo, y así me pasó que un hombre de unos cuarenta años más o menos me persiguió a lo largo de toda la carretera gritándome:

- ¡Hideputa! ¡Ven aquí asqueroso mozuelo que verás lo que es bueno!

Yo mientras corría le contesté como pude:

- Ni en mi vida entera me va a tocar usted un pelo

Pero así no fue, porque distráyendome diciendo estas cosas tropecé con un hueco del suelo que estaba mal asfaltado y me caí redondo al suelo. El señor, que iba con un garrote, me molió a palos sin descanso dejándome desmayado en el suelo sangrando por todos los orificios de mi rostro. Mis amigos -o mas bien, mis socios- al encontrarme en el suelo así, me apartaron un poco y me dejaron inconsciente debajo de un olmo que estaba plantado en la acera. Al despertarme durante la noche, y viéndome solo y molido, comencé a proliferar a grandes gritos llamándolos a todos malditos.
Como esta afición de llamar a los timbres acabó por cansarnos al ser demasiado repetitiva, y al conocernos ya todo el vecindario, tomamos la determinación de hacer algo aún mas divertido. Y esto era el reunir unas cuantas piedras en unos sacos, y después, tirarlas donde nos apeteciera, ya sea a farolas, portales, ventanas, e incluso -que es lo más nos hacía reír, pues era todavía mas arriesgado- a personas directamente. Unas de las muchas veces que poníamos a prueba nuestro brazo en lo que a lanzar piedras se refiere, topámos con un hombre tan gordo que parecía una morsa que se derretía al sol, ya que sus sudores caían cual hielos deshechos. Yo, con toda mi puntería le dí un gran pedrazo que por poco hubiese logrado derribarle, y mientras huía me dijo desde la distancia:

- ¡Mentecato! ¡Cabrón! ¡Hijo de mil satánases! ¡Demonio! Me has dado en el ojo...

Y yo le contesté ya lejos de todo peligro y a salvo de una piedra que acudiese de vuelta:

- Me importa poco.

Otra vez pusimos fuego en la cola de un gato para contemplar como se iba huyendo, asustado de las llamas que consumían su negro pelaje. Mientras el minino saltaba de un cubo de basura a otro, señalándole decíamos gran cantidad de tonterías acompañadas de risas y ya de paso hacíamos una que otra bufonada intentando imitarle. Una de aquellas fue que mi mejor amigo, para mejor disfrutar del espectáculo, se acercó tanto al gato que le arañó toda la cara, dejándosela así llena de cicatrices y bañada en sangre. Tanto fue el dolor que sintió que se puso a vomitar la merienda a destajo y sin cesar entre nuestras carcajadas. Del gato yo no sé qué fue, pero tal designio me indicó que sobrevivió al fuego, mientras tanto nosotros estábamos condenados de por vida por comportarnos como demonios desatados.

En aquella, mi última época estudiantil, logré hacerme como una novia a la que trataba como un objeto dispuesto a placerme. En cambio, desconozco lo que ella pensaría acerca de mí, pues actuábamos como si nuestra relación se tratase de un trueque constante. Ella me dejaba gozarla cuando y como quisiera, y yo, por ello completamente agradecido, le compraba algún atuendo con el dinero que lograba a duras penas ahorrar. Cuando era nuestra media hora libres de la condena, nos escondíamos en un rincón del patio poniendo en práctica nuestros deshonestos haceres, y si alguno me pillaba le dejaba el ojo morado de un buen puñetazo. Al final, la pobre se cansó de mí, y comenzó a salir con un hombre mucho mayor, si así no hubiese sido probablemente le hubiera acometido hasta dejarle sin vida.

En verdad, ahora que lo pienso, aquel instituto parecía una cárcel a pequeña escala, en la cual adornada con unas rejas nos impedía la salida. Por lo menos, así era como me sentía, siempre encerrado entre aquellos barrotes. Sin embargo, cuando podía procuraba escaparme, y ello aumentaba mi mala fama, mientras yo en mi interior resolvía que aquello en vez de actuar en contra mía me nutría de honra y valentía, aunque para ser sinceros poco a poco me pudría.

Con el tiempo, acabaron por expulsarme de aquel lóbrego lugar, y yo tuve que buscarme medios para ganarme la vida como pudiese y me fuese posible. En un principio, entré como camarero en un pequeño bar, pero como no aguantaba el mero hecho de servir a la gente prudiente y que me tratasen como si mi existencia dependiese de alimentar sus hinchadas barricas debido a tanta cerveza, acabé por dejar aquel oficio al cabo de dos meses. Después, entre en el ejercicio de la albañería, teniendo un jefe que nos decía unas cosas que según ya pensaba no venían en ningún momento a cuento. Solía aconsejarnos que no nos fiásemos de extranjeros ni en mujeres, los primeros porque robaban a nuestro país sin que nos diésemos cuenta, y respecto a lo segundo, nos advertía que toda mujer por el mero hecho de serlo, era una ramera que aprovechaba en su juventud su esbelto cuerpo para atraer a los hombres y vivir a costa de los mismos, y ya en senectud, cuando estaban arrugadas como una pasa, no paraban de gritar y mandar como si fuesen capaces de dirigir algo. Sobre los gitanos también nos aconsejaba diciéndos que en modo alguno fiásemos de ellos, y que en cuanto más lejos mejor sería.

Rara vez nos explicaba como usar bien de las herramientas para llevar con eficacia el trabajo, y a decir verdad, casi nunca acabamos una obra al completo. Esperaba que el cliente pagase prácticamente la totalidad, y en cuanto podíamos desaparecíamos del lugar como si jamás hubiésemos existido, y si dejábamos alguna parte medianamente acabada se trataba sin duda alguna de ser la chapuza jamás vista, pero discretamente oculta. Por ejemplo, el cemento lo mezclábamos con más agua que otra cosa, las baldosas jamás cuadraban unas con otras, los muros con un leve empujón caían y se partían al suelo, las maderas estaban mugrientas y el resto de las cosas parecían de porcelana. Muchas veces nos denunciaban por nuestra negligencia laboral, nosotros nos excusábamos indicando con una inusitada arrogancia: "Pues no habernos contratado ¡Quedaros con vuestros rumanos!"

Tras realizar gran cantidad de trabajos -si así se podía llamar a tales destrozos, que al cabo, eran muy nuestros- nuestro jefe se marchó sin pagarnos un duro de las últimas obras. No obstante, en lo que a mí se refiere, logré ahorrar un poco, con lo que pude pagarme un curso de mécanica y comprar un diminuto establecimiento y hacerlo taller. Era muy bueno en lo mío, y templé mi ánimo comenzando a ser un tanto más sosegado que de costumbre. Conocí a una mujer muy fea con una nariz aguileña que al poco mas larga le tapaba la boca, aunque si así lo hiciera sería una ventaja, pues tan molidos y amarillentos tenía los dientes que no le quedaban ni siete en toda la boca. Su peinado era desgreñado -yo sigo pensando que no ha conocido un cepillo en toda su vida- y tenía una tripa tal que parecía perpetuamente embarazada. Además de todo esto, su voz parecía la de un hombre, y su carácter el de un mono rabioso. Pero a pesar de todos estos defectos tanto físicos como de ánimo, cocinaba medianamente bien y me servía en la casa como se debía. Así, pues, decidí quedarme con ella y casarme como se debía, ya que un hombre como yo no encontraría algo mejor tal y como ha sido mi rumbo.

Al año juntos tuvimos un mochuelo, que en cuanto me lo enseñaron me espantó de lo tanto que se parecía a su madre. Era horrible y peludo cual animal maltratado y abandonado en alguna calleja solitaria. Hasta cuando reía parecía que lloraba, y cada mueca suya se asemejaba a una expresión de dolor contenido en el interior. Con el transcurso de los tiempos le cobré algo de cariño, puesto que al fin y al cabo era mi hijo, o al menos, eso suponía aunque con ello me engañara a mí mismo.
Y ahora, recordando mi vida, no dejo de pensar en todos los males que cometí por gusto y vicio. Y lo peor resulta de que los disfruté en el momento que los viví como si fueran acciones buenas y honestas. Lo cuento por aquí, pues como dije al principio, quizás con ello me limpie de mis oscuras acometidas. Si así no es, Dios dirá allá en los cielos. La verdad es que me arrepiento de muchas cosas, pero no puedo evitar que al rememorarlas, se me escape la risa burlona, aquella que es exactamente igual a la que proliferaba cuando niño. Desde entonces, he intentado mudar de vida y he procurado que mi hijo no siguiese mis viejas costumbres para que en el futuro sea un hombre de honor, muy al contrario de lo que yo fuí, pero que tampoco jamás aspiré. Si alguien lee estos papeles, ruego que me perdone. Lo siento en toda mi alma, excepto aquellos suculentos dulces, que aunque caducos, gocé. Y por lo demás, hasta la vista.

...

Y hasta aquí fueron los sucios papeles que encontré amén de las correcciones y eliminación de las partes que es mejor ni saber y mucho menos mostrar. No sé lo que pensarás tú curioso lector, pero este hidalgo quebrado se quedó con la sensación de que aquel hombre no se arrepintió del todo de sus fechorías. Quizás el volver a contarlas bajo el pretexto de purificarse era en realidad una villana necesidad de que estás al aparecer en la memoria las viviese de nuevo el muy desdichado. Pero, en fin, no pienso emitir más juicios, cada uno que piense sobre lo que leyere lo que más le gustare, yo me limito a transmitir lo que llega a mis manos ya sea mediante inspiración o historia ajena como lo es en este caso. Claro que, tampoco me callaré ni lo pensado ni lo sentido, así es mi manera de dar cuenta a un fin con la escritura en cuanto medio legítimo y muy a próposito.

Por último, antes de silenciarme, diré que advertí que entre la parte del final del cuaderno faltaban hojas, pues según los rastros que quedan parecen haber sido arrancadas. Pudiera ser que las desventuras de este infeliz tuviesen continuación, pero como no han llegado a mis manos no he podido continuarlo y ni se me pasa por la cabeza inventarlo. Así que lo dejó así como llegó hasta mí. Espero que quién lo leyese lograse extraer lección, y si así no fuese, al menos le resultase de provecho en algún que otro sentido.

martes, 9 de julio de 2019

Un poeta oscuro

Se cuenta acerca de la existencia de un curioso personaje que vivió en una aldea dispersa en la serranía en la tranquilidad que confiere el paisaje campestre. Aquel del que hablamos se hacía llamar Zoilo y decía él muy orgulloso que su oficio era el de ser poeta, y que nadie le superaba en aquello de componer versos como los suyos. Y en esto último no mentía, puesto que los poemas que escribía resultaban tan complejos y dificultosos a todo aquel que tenía la osadía de procurar leerlos, interpretarlos y hacer el esfuerzo por comprenderlos que no los entendía ni la madre que le parió. Digo esto no por un afán de adornar la prosa con elementos cómicos, sino porque era realmente así, su madre pensaba que su hijo era un loco y que mejor hiciera en dedicarse a otros haceres que le dieran mas provecho, como por ejemplo entender de leyes y de gobiernos, o en su defecto, trabajar a pleno sol como hacía su buen padre. 

Los juicios ajenos los tenía este culto poeta por problemas que eran propios del resto, y que a él no le daban ni pena ni gloria, pues ellos no habían nacido para comprender a un genio como el suyo. Discernía él que su tarea era un ejercicio espiritual superior que provocaría que tras su muerte todos recordasen su obra dejada y alejada de las manos de Dios sobre la mesa de su escritorio, y que pese a su aparente dificultad, en los siglos venideros llegarían quienes le comprenderían. Bajo tal esperanza, el seguía su oficio en cuanto podía y leía a escondidas en las noches lúgubres a sus dos poetas favoritos, que eran Góngora y Juan Ramón Jímenez. Le extasiaba leer sus poemas, y a partir de los cuales, tomaba inspiración para los suyos, nutríendose de jugar con los vocablos a destajo, aunque muchas veces arbitrariamente si queremos apuntar esto con justeza. 

En uno de los días de su vida, decidió pasar del dicho al hecho y acudir a visitar a cierto crítico literario que pasaba por allí y enseñarle alguno de sus mejores poemas. Su madre, que bien estaba al tanto de su intención, le advirtió que se andara con ojo porque muchos de aquellos críticos lo eran de palabra, más no en la obra. Y la buena mujer no se engañaba, pues es verdad que la mayoría de estos pedantes que van lanzando palabras rimbombantes a los vientos suelen ser en su mayoría escritores frustrados que pretenden llevar a los novicios literatos a la decadencia que ellos habitan. Zoilo, haciendo oídos sordos a tan sabia advertencia prosiguió con su ilusión y se presentó ante el despacho del tal crítico despechado.

Era una amplia sala, como suelen ser en estos casos, adornada con muebles brillantes, que siendo baratos, al menos, llamaban la atención a la vista. En un sofá plegable que estaba frente a la mesa llena de papeles se encontraba el hombre, y este antes de que Zoilo llegase iba cantando:


¡Qué bien a mí me fuera
si mi suegra de repente se muriera!


Al oír los toques a la puerta, mandó que entrase quien fuere y que en aquel espacio de tiempo le atendería al encontrarse en el horario que suele recibir alguna que otra audiencia. Nada mas entrar, Zoilo le dijo:

- Escuche, buen hombre, me llamo Zoilo y soy un poeta del tomo al lomo que ha venido para bendecirle con alguno de mis versos, y a ser posible, que usted los presentase en alguna imprenta para su próxima publicación. A decir verdad, yo pretendía morirme y después darlos al público, pero como me resulta muy complejo aquello de sacar libros a estos mundos estando muerto he pensado que ya que usted se encuentra aquí no estaría mal dotarle de tan estupendo regalo a los oídos y al alma. 

- ¡Hábrase visto! -iba respondiendo el crítico- ¡Qué novato tan pretencioso y lleno de vanidad sin haber sacado ni un cuarto aún en este negocio! Recite usted lo que guste ya que estoy aquí, pero sepa que no se logra alcanzar fama y renombre con tanta facilidad como parecen apuntar sus palabras y el tono con las que la usa porque ya le advierto que como sus poemas sean tan creídos como lo es usted mejor fueran escuchados por gentes que tengan abundancia de cera en los oídos. 

Nuestro poeta entonces comenzó a revolver entre los papeles que llevaba, y el crítico viéndolo prosiguió diciendo:

- Mire, mejor será que me lea usted un soneto, y con esto sabré discernir si el resto de su producción vale un tálego. Porque ha de saber que el soneto siendo una composición de arte mayor es suficiente para captar el valor del resto de los poemas, puesto que poeta que no sabe escribir un soneto es de todo menos poeta. Y dicho sea esto, escoja usted con sabiduría y prudencia el soneto que quiera leerme.

Y sin pensárselo dos veces, Zoilo estrajó de uno de sus cuadernos una hoja suelta algo manchada de café y comenzó a recitar el soneto que se sigue:


Lucerna puede parecer noche o día,
    que yo aquí encerrado, me oculto
    tan de sombra como de luz y dificulto
    si he de continuar mi porfía

     Ví en mi mente un yelo que ardía,
     y nació a lo claro tan gran sentimiento
     que detuvo todo momento
      en una flecha lanzada en osadía

Sentencia pronunciada en el silencio,
escased de palabras que bebiendo
del manantial seco, extrayendo

las sales que jamás he olvidado,
logro entrever mi yo enamorado,
ante ello, me reverencio

Nada más terminar de leerlo, el crítico trónchose de risa mientras daba consecutivos golpes en la mesa, haciendo que esta se tambalease. Tras unos cuantos segundos de risa contenida, vino a decirle que no entendía nada de lo que había leído, y que en todo caso, al no extraer significado alguno, poco valía lo que escribiese porque sin entendimiento no hay asentimiento. Zoilo, estallando en cólera, puso su piel color grana y sus brazos hacían de compañía a sus gritos, que proferidos, iban mucho más allá de la sala en la que se encontraban. Entonces, el cínico literato, por hacerle callar, le indico que quizás tuviera que leerle con más detenimiento, así que debería acudir a otra sala que estaba justo debajo y entregarle algunos de sus poemas a su sobrina para así con el sosiego y la paz del hogar, meditar el juego conceptual tan contradictorio que este se traía. 

Zoilo, al final decidió seguir su consejo, y sin despedirse, fue hacía donde le dijo. Una vez allí se encontró con una joven morena de ojos pardos que aún estando algo desaliñada, guardaba una belleza crepúscular en su estampa. Toda una hermosura cargada en carnes sin llegar al exceso, de finos dedos y pómulos salientes, dispuesta en su posición a ser esculpida de cara a la inmortalidad. Sus ojos, semejantes a exóticas luciérnagas, estaban clavados en sus piernas, y aquella pareja, cual cascada perfecta que culminaba en ambos ideales pies, se deslizaba como si procurase danzar, o al menos, acariciar el suelo dotándolo de tan sútil amparo como lo era su mera presencia. Con la vista de tal musa, nuestro pequeño poeta, se dió cuenta que no tenía dama -ya sea real, fingida o soñada- a la que cantar, y como en ese momento sintió algo indeterminado que le recordó a lo que podría ser un sentir amoroso, la escogió a ella a partir de entonces como a su doncella poética. 

Ella, que viendo a un tipo despeinado y con los ojos examinando la totalidad de su semblante y moviéndose aquí y allá para apreciar cada detalle de su cuerpo, no sin algo de turbación, le preguntó: 

- Perdone, ¿Que desea usted?

Despertando de su sueño en vela, Zoilo desconcertado le respondió trabándose a ratos: 
     
- Sí, bueno, pues yo estoy aquí... -se produjó un silencio y mientras transudaba continuó diciendo- En fin, he venido a dejar estos papeles para que su tío los lea y me comenté qué le parece... Y también... Nada más.

Y sin ser capaz de pronunciar palabra alguna, se marchó sin despedirse dando un gran portazo no intencionado. Probablemente aquel crítico no leería ni uno de los poemas que le dió a su sobrina, pero eso ya no importaba porque ya había obtenido lo principal, que era tener una dama a la que cortejar con las letras al modo que lo hacían los pastores en sus desdichados cantos debido a que su amada había perecido o o se les fue el amor en su contra y los cambiaron por otro hombre como puede apreciarse a modo de ejemplo en la Égloga primera de Garcilaso que Zoilo bien conocía.
  
De vuelta a su casa se encontró con un viejo amigo que se llamaba Mauricio y que también era poeta a pesar de su nombre, pues mas bien parecía de ganadero y no tanto de un inspirado por las musas. Estando hablando de sus asuntos, pasaron a tratar el que en el fondo más les importaba, y era, claro está, el que tenía como foco primordial la poesía a partir de las experiencias amorosas. El pobre Mauricio era desde el día que nació un desgraciado en el amor, y no solamente en el que se establece respecto al matrimonio entre el hombre y la mujer, sino desde el punto de vista maternal, pues su madre murió al darle a luz. Ya la mujer que le dió la vida, pereció al darsela, indicio y designio de lo que sería su vida futura en lo que se refiere a las mujeres, ya que como se dice vulgarmente no se comía ni un rosco. Sin embargo, sacó provecho y se dedicó a componer poemas de desamor, tristes y ñoños que hacían llorar a los ánimos más alegres, y no sólo de tristeza, también de lo malos que eran. 

Entre unas y otras razones su plática pasó a los derroteros antes referidos, y así Mauricio le dijo a su amigo:

- En verdad yo a ti no te entiendo, ni en lo personal ni mucho menos en tu concepción de la poesía, y ya ni pajoreta idea en lo que se refiere a tus poemas mismos ¿De que proviene tanto afán por la complejidad estética que no lleva a ningún buen puerto? Pues, según pienso, los poetas tampoco han de rebajarse a simplicidades y a vulgaridades, pero, sin embargo, tampoco han de aspirar a tan alto nivel de abstracción que pierdan lazo de comunicación entre lector y autor, elemento que me parece esencial para que los sentires de ambos se conduzcan a razonables cauces. La virtud del poetizar, a mi modo de ver, reside en tomarse sus licencias respecto al entendimiento común, encontrando así otras vías. No obstante, tampoco se han de sobrepasar tantos límites fronterizos hasta que ni su escritor sepa lo que se dice.

- Yo no me preocupo de esas cuestiones -le iba contestando Zoilo- porque no soy un teorico, soy un vividor poético, y a eso atiendo. Mi mensaje lo entienda quién quiera, y si este es inexistente mejor será. Hablo callando y silencio lo que digo antes de pronunciar la ausencia del vocablo. Estando me voy, y viniendo me marcho, así de sencillo dentro de la complejidad soy. Y a quién no le guste, buenas serán malvas, que aunque agrías, son dulces al paladar cuando se tragan. 

- ¿Ves? A eso me refiero ¿Hablo callando y silencio lo que digo? ¿Qué será después? ¿Digo lo que diciendo callo, y hablando, vendré a dar un silencio sonoro? No tiene sentido -tras un silencio prosiguió diciendo- Mira, o mejor dicho, escucha un poemilla que compuse el otro día para enseñarte cómo escribir déjandote de tonterías.

Mauricio sacó de su bolsillo un pequeño cuaderno algo destartalado y comenzó a recitar medio cantando:


Escucha, amigo, te suplico
que estés atento,
con mis desgracias te salpico,
sigue mi paladar lento

Dentro de mí habita cierto
desasosiego que cierra mi pico,
pero, jamás mi interno sentimiento,
me permanece único

Sé que no hay mujer
que me ame, y desde entonces,
 sigo triste, camino sin ver
muestra que haga nacer los ardores

Y en este lance, dándome coces
me siento poco a poco perecer
como la lumbre y sus luces,
fulgores obligados a desnacer

Continúo aquí por costumbre
sin nada que me dote de vida,
esperando dónde cúlmina la cumbre
y da a mis males salida

En fin, me queda una sacudida
última, probablemente lúgubre,
una vuelta sin ida
sin nada que me alumbre


Al terminar, Zoilo sin nada que comentar se dió la vuelta para marcharse, puede que por la pena que le causó los cánticos de su amigo, o quizás porque prefería no emitir un juicio acerca de los mismos. Sea por lo que fuere, prefirió callarse siendo fiel a su "hablo callando" y lo que sigue. Aprovechó para darse una caminata y así inspirarse, y a las horas se volvió a su casa en espera a un nuevo día que cambie las tornas. 

Algunas semanas después, volvió a encontrarse al crítico que antes mencionamos, y este, intentando no mirarle a la cara -pues ya tenía anotado en su memoria su rostro y sabía de la extraña conversación que tuvo con su prima- se apartó un tanto allende a la acera. Zoilo, que se dió cuenta del feo gesto, le dirigió un saludo y le preguntó acerca de los poemas que le dejó, y ya de paso, le pidió encarecidamente que le dejase la dirección de su sobrina. El crítico literario solamente le satisfació a una de sus demandas, a la primera, le dijo que sin duda sus poemas le dejarón sorprendido, puesto que jamás había leído tanta basura junta que al leerla en alto sonase bien al oído, y a la segunda, sin mas dilaciones le dió la dirección para que le dejase en paz. Ambos se despacharon mutuamente muy rápido, y cada uno tiró por su camino sin un próposito fijo sobre el cual encaminar con pasos cada una de sus vidas. Al marchaste el crítico fué entonando un cantar muy particular:


¿Para que quiero una esposa
si se va a poner celosa?


Tomando en cuenta este suceso, nuestro incomprendido poeta tomó la decisión de escribir un poema de los suyos, a la que él pensaba su nueva amada, musa de su inspiración, y origen de sus dichas y desdichas. Sacó su mugriento lápiz, y tomando una hoja de papel que llevaba encima escribió lo siguiente:


Las alas de las palomas
 son hoces encarnadas,
que se me clavan
cual tus ojos,
mirada blanca dañína y sin piedad

Tú, mentirosa mía,
déja de ser así de preciosa
y marcha hacía los cántaros
desbocados, huecos sangrientos

dónde aún mi corazón procura
mantenerse con vida
poco a poco, pese al lamento
del amorío alejado

Fina lira, sucia cántiga
del acostumbrado temblor,
latido indiscreto
que atenta con las paredes

del sárcofago secreto,
vivienda de las penurias mías,
en donde ahora tú hábitas
cual hechicera maldita

Mueras o vivas,
tu imagen en mi recuerdo,
fotografía perdida en los vientos
que llama a lo que debería

quedarse para siempre cerrado,
son acostumbrado, melodía gratuita
de la invocación del alma
hacía allí donde ella ya no sabe

Este grito huido
puede que algún dia acabe
si las lágrimas mías
forman el océano de la melancolía,

nóstalgia descrita en fantasías
que ni en cuentos se dirían
como en este pecho abierto
portador de la poesía

Duelos amorosos,
espadas clavadas sin salida,
abismos luminosos
que dan comienzo a las tragedias,

aquellas que no terminan,
sueltas hacía arriba
sobrevuelan los días
y llegan a amaneceres sombríos

Yo, ebrio, despierto,
cansado, muerto,
desierto, caminando,
turbado...

Tú, dispuesta, dormida
atenta, viva,
floreciente, primaveral,
prohibida...


Le quedó la sensación de que su poema no estaba acabado, a la par que advertía que daban cuenta de sumos disparates. Pero, al fin y al cabo, no le importó, lo dejó tal cual estaba acabando su carta con una citación en la estación mas cercana al lugar que dejó posada en el buzón donde crítico le indicó. 

Algunas esperanzas habían hecho raíz en su pecho, esperaba que la ilusión se patentase en una situación real. Había imaginado demasiado, su mente estaba repleta de imagenes que no correspondían en ningún momento a la realidad. Eran figuras abstractas que pasaban, se transformaban, y volvían a tornarse unas con otras en diversas combinaciones ayudadas con metáforas y rimas que en la mayoría de las ocasiones no venían al caso. Escribía, anotaba en una hoja y en otra, pero se había olvidado de que lo verdaderamente importante era vivir. Y también, se le pasó por alto de que si el arte nos nutre es porque nos responde aquellas cosas sobre las cuales interrogamos a la vida. Sin embargo, la experiencia de la misma es lo primordial para que nazca el auténtico arte, que tantas veces nos recuerda a nuestras propias experiencias íntimas.

Su soñar era tal, que con el paso de los días, ya no distinguía lo que para él era el ideal y los hechos que transcurrían como acontecimientos externos. Por eso, yo mismo ahora al narrarlo, no soy capaz de apuntar con certeza si lo que ocurrió después se debe a habladurías, o si muy al contrario, son verdades tan inverosímiles al entendimiento común que resultan falsedades no siéndolo. Como escritor no tengo otra que seguir escribiendo y continuar esta historia hasta que los momentos se vuelvan tan oscuros que lo deje para la propia reflexión del lector.

Así, pues, según iba diciendo, ocurrió que la sobrina del crítico literario efectivamente acudió a la citación de Zoilo. Como poeta enamorado, nada mas verla fué corriendo con unos deseos locos -aunque piadosos y recatados, si puede haber cierto réten aún en la locura- de besar la mano de su amada e inspiración de cada uno de sus versos. Con tanta prisa y fuerza llegó, que, sin quererlo, le dió tal empujón que la pobre sobrina cayó en las vías justo en el momento que pasaba un tren de camino a otra provincia. Su hermosa figura atropellada, voló por los aires, de manera que bien podría decirse que ella también tuvo su viaje, pues fué tan lejos que atropellada por un segundo tren que en ese momento embarcaba se quedó el cuerpo en el sitio y el alma vete a saber  donde. 

Desde aquel suceso, nuestro poeta cultista, se apartó de la gente para que nadie pudiese culparle de la muerte de la joven, y sin que nadie le viese, compró unos billetes y partió lejos de su hogar aquel mismo día. Unos dicen que se hizo todo un trotamundos y comenzó a escribir con más corrección y prudencia, algunos que acabó por volverse un loco entero y continuó componiendo idioteces sin sentido, y otros que mas adelante con un barco se asentó en las Islas Canarias formando una familia y aconsejando a sus hijos que por dárselas de intelectuales no escriban sin tener algo importante que decir.

Sobre lo que fuera que cada uno se quede con lo que quiera, pues pasara lo que pasara poco importa, pues la lección es la misma. También se sabe -a no ser que sean rumores- que Zoilo acabó su famoso poema tras lo que aconteció con una estrofa algo mas natural a lo que este solía escribir, y decía lo que sigue:


Pero, al cabo, vino un tren
a nuestro encuentro,
y entre lo diestro y lo siniestro,
ya me dirás en qué se quedó lo nuestro