sábado, 22 de noviembre de 2025

La Máquina

 Desde el comienzo de la humanidad los hombres han contado historias, algunas de ellas servían de utilidad inmediata, mientras que otras participaban de una imaginación exarcebada que también servían a la comunidad, en tanto que otras de tan imaginativas suponían un excelso goce de los sentidos. Me imagino que los primeros seres humanos se reunían al atardecer alrededor de una hogera para escuchar a sus mayores, los cuales les contaban las historias más disparatadas a la par que interesantes, embelesando a la audiencia mientras que los reflejos sombríos de las llamas recorrían la zona. Los vislumbro en mi mente adoptando unos gestos espérpenticos alzando sus brazos a un lado y a otro, en tanto que sus semblantes acompañarían el ritmo de sus palabras, alzando las cejas, abriendo la boca exageradamente o poniendo muecas que llevasen el hilo de la historia hasta su culmén apoteósico.

Con el tiempo, estas historias alimentadas con la fantasía y la enseñanza vital, fueron volviéndose más sofisticadas y complejas con la llegada de la escritura. Y mucho tiempo después, llegaron a su plasmación mas elegante de la mano de la imprenta y su rápida difusión. Así, todas las gentes lograron adoptar sumas vidas en una sola, recorrieron con los ojos y la imaginación los más extraños parajes, vivieron más allá de los estrechos limites de la propia experiencia y se elevaron por encima de circunstancias y problemáticas mundadas para luego descender a sendos microscosmos que en la medida que iban leyendo se iban expándiendo, e incluso comunicando entre sí, hasta formar un universo tan completo y complejo en su totalidad que iba más allá de la mera facultad intelectiva.

Yo mismo, desde mi más tierna infancia, me sentía atraído por las historias. Incluso cuando todavía no sabía leer ni escribir del todo bien, imaginaba mis propias historias con mis propios personajes, deleitándome en mi mundo de fantasía. No sé cuando empezó esta necesidad, pero ya desde el colegio sentía un impulso interior que me llevó a contar estas historias a los demás, e iba añadiendo detalles, afinándolas y complejizándolas en la medida que las palabras adoptaban sonidos articulados y cada vez mas complejos que salían en profusión de mi boca como las flores con la llegada de la primavera. Al principio, los adultos calificaron estas historias con el término de "mentiras". Yo no entendía qué era una mentira, mas como me lo decían mucho, llegué a la conclusión que para ellos las mentiras eran aquellas cosas que no se acomplaban a su esquema de la realidad tan limitado a los sentidos cual los cercos que separaban unas casas de las otras.

Ya cuando era un adolescente y me encontraba encerrado en aquella cárcel que viene a denominarse el instituto, acompañado de un boligráfo y de un cuaderno desvencijado con las esquinas rotas, comencé a escribir estas pequeñas historias no exentas de cierta coherencia, aunque con un trasfondo fragmentario, como de algo que no estaba del todo completo. A menudo me distraría de las bravuconadas que exclamaban los profesores subidos en su púlpito autoritario, y como sus historias me parecían de lo más anodinas y tan cercadas por el pensamiento que se limitaba a examinar lo que tenía ante sus ojos, prefería seguir escribiendo mis propias historias, puliéndolas hasta que quedaba medianamente satisfecho.

No sé cómo, pero al final logré salir de ahí pasando todo aquel trámite administrativo que recibe el nombre de asignaturas sobre el papel, llegando así a una carcél menos estrecha y que me dejaba respirar un poco más, que tenía esculpida la palabra universidad en un edificio imponente. Ahí también seguí escribiendo historias, y las doté de un cierto encanto poético en la medida que muchas de ellas tenían una estructura simbólica y metáforica, a la par que las animé con un espíritu más laberíntico de tal manera que poco a poco me fuí animando a escribir mas y mas hasta que llegó un punto en el que tenía una buena recopilación, con la que me sentía mas o menos orgulloso. Al igual que durante el instituto, aquí también desoía de mis maestros para escribir historias, aunque reconozco que más de una vez levantaba mi antena de soslayo porque algunas de las cosas que decían adoptaban un poco mas de abstracción, lo cual suponía a la larga un empujón para que mis historias se elevasen mucho más allá de sus posibilidades.

Cuando ya acabé con aquel segundo trámite administrativo, decidí dedicarme por entero a la escritura. Incluso adopté gran cantidad de seudónimos para que el nombre del autor acompañase al espíritu de la historia, algunos de ellos eran espérpenticos, otros elegantes, algunos otros bastante elaborados y ya otros simplemente excéntricos. Mas lo importante eran las historias, las cuales iban volviéndose con el paso del tiempo en mis únicas compañeras durante esta vida. Entre mis lecturas y las historias que yo mismo escribía me encontraba acompañado por los más sutiles personajes, desde caballeros de otras épocas, hasta damas que habitaban otros planetas, e incluso algún que otro sombrío personaje que habitaba un continente perdido, u otra dimensión. La gente decía que me encontraba encerrado en mí mismo, que no iba a prosperar como siguiese así, empeñado en habitar el excelso universo de la literatura, pero a mi poco me importaba, insistía en proseguir el camino que yo mismo me había trazado gracias a la pluma. Es verdad que no había logrado mucho éxito efectivo en el mundo, mas sobre el papel yo me figuraba una especie de heróe como en épocas anteriores lo eran aquellos tipos tan duros que se retaban a duelos por amores imposibles.


Pero entonces todo se volvió más oscuro porque apareció La Máquina. Aquella mole invisible, esa estructura inmensa aunque abstracta cuyos creadores y seguidores consideraban más inteligente y capaz que los mismos hombres que la habían creado. Una vez que apareció aquella Máquina intangible y sútil como todo lo étereo todas las gentes empezaron a rendirle una especie de culto como si fuera un nuevo dios que había venido a redimirnos a todos. Aquella cosa parecía hacerlo todo bien y muy rápido, era un mastodonte que podía acometer cualesquiera empresa realizándola de tal forma que a ojos de los hombres todo lo que hacía era impecable e insuperable. Desde el principio yo desconfiaba de todo lo que hacía la Máquina, todo aquello me parecía artificioso a la par que vulgar, sólo veía en todo eso un montón de combinaciones variadas y extravagantes, pero en suma nada que valiese realmente la pena. Así lo hice notar en mis historias de una forma un tanto velada, mas las personas ni escucharon ni mucho menos entendieron, y continuaron adorando a la gran Máquina.

Lo peor de todo y lo más triste para mí fue el contemplar como esta Máquina comenzó también a escribir historias, las cuales eran a mí parecer un conjunto de tópicos y de estructuran narrativas que que sólo servían para aletargar la mente, pero a los hombres les parecían maravillosas, mucho mejores a las historias que escribieron sus semejantes en el pasado, y todavía mejores incluso que lo que escribían sus congéneres en el presente, incluyendome a mí mismo en la ecuación claro está. Entonces aparecieron muchas gentes con nombres y seudónimos absurdos que se sirvieron de la Máquina para que esta les escribiera sus historias, ganando dinero con ello gracias al aplauso de un público inculto. Yo, personalmente, en esa tesitura, seguí insistiendo en la escritura de mis historias, a la par que criticando y haciendo notar mi negativa a la vacua imaginación de los que utilizaban la Máquina, mas el ruido que provocaba esta era tan inmenso y su ritmo tan frénetico dando a luz páginas y más páginas de aquellas artificiosas historias, que poco importaba lo que yo decía, puesto que todo acababa sumido en el olvido.

Parecía que cada vez la Máquina era más grande y poderosa, y digo parecía porque a esta no se la veía, e imaginarla era tarea díficil. En mi caso, la vislumbraba como una mole de gélido metal inmensa, con sus circuitos por doquier y unos cilintros que harían de ventiladores aquí y allá, alimentando su expansión como las estremidades de un insecto. No la podía observar, pero con el tercer ojo que se ocultaba en mi frente, la contemplaba a través de los ojos de los demás que siempre estaban prestando atención a lo que esta les indicaba, como también cuando alzaba mi mirada a los cielos, creía ver de soslayo su maligna presencia incluyendo de la sociedad cual leviatán. Había veces que procuraba ignorarla lo máximo posible, mas en otras ocasiones, no podía evitar alzar mi brazo e insultarla, tanto en mis escritos como en la vida cotidiana.

Con el transcurso del tiempo la influencia de la Máquina era todavía mayor, en sus comienzos resultaba hasta graciosa aparentando cierta humanidad programada, mas cuando ya comenzó a creerse que inventaba historias, el asunto se tornó más serio. Pero esto fue cada vez a más, ya que como todos prestaban atención a todo lo que esta indicara, y estaban como embebidos de su presencia intangible e influencia en la sociedad ausente, esta logró manipular a todas las gentes con su apariencia de ciencia y empezó a decidir por los humanos en asuntos tan espinosos como lo sería la política, la economía mundial e incluso en el sistema legislativo. En suma, la Máquina terminó expandiendo su influencia a todos los ámbitos, replegando el actuar del pensamiento humano al estrecho limite de su mera contemplación, por eso las personas siempre andaban como atontadas, siempre pidiéndole a la Máquina que hiciera cosas por ellos, no dándose cuenta con ello que en la medida que la Máquina les ofrecía sus propias respuestas a todos los enigmas, estos eran cada vez menos resolutivos hasta que acabaron en la inutilidad completa.

En tanto que el mundo entero se precipitaba al abismo, yo seguía escribiendo mis historias, y aunque nadie me prestaba atención ni me leía, llegó un punto en que las escribía cual si fuera un acto revolucionario, como una acción que buscaba contrarrestar el poderío que le estaban concediendo a la Máquina. Pasaba largas temporadas encerrado en casa, intentando ganarme la vida como podía escribiendo historias, y como no ganaba ni un céntimo, tiré de los ahorros que tenía para insistir en el sendero del escritor manual, aquel que no usaba de la Máquina y que sólo se tenía a sí mismo y a sus propios recursos. Pero una noche, repentinamente, noté un escozor tremendo en el estómago. Al principio no le dí demasiada importancia, mas según se iban sucediendo los días, lo que comenzó como una sensación incómoda fue mutando hasta convertirse en un punzón insoportable hasta que llegó un punto en el que el dolor me impedía respirar con normalidad. No me quedaba otra, el asunto era tan grave que debía acudir al médico.

Así que fuí, y obviamente me atendió un esbirro de la Máquina, puesto que los médicos-personas ya no eran necesarios en la sociedad, hasta ese extremo había llegado el culto que le rendían a la Máquina. Pero en estas, el sucedáneo de la Máquina me examinó con sus téntaculos artificiales y mecánicos, y desde en una pantallita adornada con una sonrisa me indicó que tenía un enorme insecto en el estómago. Este se asemejaba a un escorpión cuyas patas como agujas se encontraban incrustradas al rededor de todo mi interior, así al menos lo ví en la radiografía que me ofreció aquel frío robot. Cuando le pregunté qué podía hacer, no me dió salida alguna, pues me indicó que si se retiraba aquella cosa de mi estómago, lo desgarraría y moriría al instante. Tan atenazada estaba a mí que ya sólo el mero acto de retirarla suponía mi sentencia de muerte. Como no podía hacerse otra cosa, me marché de ahí con las manos enterradas en los bolsillos, y mientras me iba, el esbirro de la Máquina dijo a través de sus altavoces que tarde o temprano aquel insecto mecánico acabaría por destrozarme interiormente hasta causarme la muerte, y que esta sería lenta y dolora. Ante tal noticia, suspiré y me marché.

Cuando llegué a casa, me senté enfurruñado en el sofá, y con los brazos rodeando y apretando la zona donde el insecto robótico se encontraba, maldecí a la Máquina porque estaba seguro que esta era la que me había insertado aquella cosa en el estómago, la cual ya se situaba justo en la boca del mismo. No resultaba extraño, pues ya me habían llegado noticias veladas por el gobierno dirigido por la Máquina en la que se contaba que casualmente todos los desertores de la misma cogían extrañas enfermedades, y morían de manera igualmente extraña. Estaba seguro que la Máquina había descifrado -que no leído- mis historias con sus códigos, y que por tanto había descubierto que yo no era afín a sus seguidores, y mucho menos a sus planes. Por ello, aquella noche en la que sentí aquel punzón incómodo, esta de algún modo me había implantado aquella cosa nacida de su maquiávelica invención, y que días después, animada por su espíritu malvado tendente a la tortura y el dolor, lo había estado programando para que este fuera comiéndome por dentro y haciéndose más grande en mi interior ¡Maldita seas, pútrida Máquina!

Sin embargo, aunque vaya a morir más pronto que tarde, aquí seguiré escribiendo mis historias y revelando mi verdad a todos aquellos seres humanos que sigan valorando el trabajo intelectual e imaginativo de los hombres. Y pese a que el insecto mecánico es cada vez mas grande y mis organos cada vez más pequeños, no cejaré en mi empeño de escribir historias hasta el final de lo que será mi efímera vida. Yo podré morir, pero mis historias aunadas con el pánorama universal de todas las historias seguirán flotando al rededor de aquel macro-cosmos de las fantasías engendradas del corazón de toda aquella persona que se haya inclinado para escribir sin usar de la Máquina. Y mientras me sangra la boca por las agujas de hierro de aquel engrendo artificial, cayendo por mis comisuras una sangre que es mas negra que roja debido a la cangrena cáncerigena que produce el escorpión mecánico, yo os digo que mas vale morir con dignidad que siendo sumisos a la máquina, que merece la pena insistir en....

(Aquí se corta el manuscrito hallado recientemente por la Máquina en una casa abandonada en los suburbios, justo al lado de un cadáver que ya llevaba largos años en descomposición)

sábado, 8 de noviembre de 2025

Tras el sueño de un sueño

 Durante los últimos tiempos, el mundo onírico parecía extrañamente tranquilo. Al margen de algún que otro pequeño acontecimiento sin importancia perpetrado por algún esperpéntico personaje, todo estaba en calma. Esto se debía a que durante un mes el soldado-brujo permanecía encaustrado en una cabaña lejana, sin salir de ahí ni para hacerse con promisión alguna. Su razón o motivación nadie podía advertirla, aunque se apunta a que probablemente fuera debido a su hastío, sus pocas ganas de toparse con sus semejantes y su imperiosa necesidad de aislamiento respecto a sus semejantes.

Aquel tiempo tan solitario lo dedicó a sus lecturas, a investigar saberes secretos desterrados por los hombres y también a dormir ¿Cómo era posible dormir estando en un sueño? El soldado-brujo fue el primero en demostrarlo, si uno dormía dentro del mundo onírico, se insertaba en un sueño de un sueño, lo cual suponía abrir una nueva puerta mas profunda en la inconsciencia. Cuando esto ocurría el soñador era capaz de atravesar un espacio todavía más oscuro e ignoto donde quizás debido a su mayor extrañeza sobrenatural resulta casi imposible describirlo. Mas lo intentaré, allí abundaban simetrías y concepciones del espacio-tiempo harto difusas y confusas para quienes habitan el mundo vigil -y aún también quienes conocen, aunque sea superficialmente, el mundo onírico- En tales parajes uno se vierte en una entidad que se desplaza mediante impulsos que diríamos electromágneticos, convirtiéndose así en una especie de sustancia etérea, que sobrevuela levitando en las instancias de la nada. Se trata de un vacío ignoto y blasfemo, pero que tras experimentarlo uno nunca vuelve a ser el mismo.

Así le ocurrió al soldado-brujo, tras su viaje por tales vapores nebulosos, nunca volvió a ser el mismo. Se apunta, además, de que este fue el motivo de mayor peso que le llevó a aislarse para meditar sobre lo que descubrió en las instancias más allá de los sueños. Sin embargo, resultaba bastante complejo definir todo aquello, dar una descripción precisa de tales experiencias que eran gobernadas por lo innombrable. Porque ¿Cómo trazar con la pluma palabras respecto a aquello que no admitía bajo ningún concepto las limitaciones de nuestras percepciones sensoriales? Resultaba cuanto menos paradójico, y puede que precisamente por ello, más digno de investigación.

No sabemos si finalmente el soldado-brujo llegaría a alguna determinación sobre este tema, pero lo que sí sabemos es que tras un tiempo retornó a vagar por el mundo onírico como si tal cosa. Lo primero que hizo fue dirigirse a una serie de orfanatos que él mismo fundó, asunto que por otro lado extrañó muchísimo a todos cuando aconteció ya hace tiempo. Todos se preguntaban ¿Cómo el soldado-brujo tomando en cuenta todo su historial de aventuras y desventuras impías, decidió llevar a cabo una labor cuasi-filantrópica? Pocos conocían de una respuesta certera a esta pregunta, mas lo que sí se sabía era que el soldado-brujo tenía una relación cuanto menos curiosa con los niños. Parecía que con tales seres junto a los animales y otras criaturas monstruosas eran con los únicos que empatizaba y estaba dispuesto a ayudar. De ahí, quizás, la razón de que fundase aquella red de orfanatos, para que quienes habían sido abandonados tuvieran algún lugar que denominar hogar.

Y en efecto, allí acudían toda suerte de criaturas que habían sido marginadas del mundo por las más diversas razones. Allí se refugiaban de los dolores de este mundo, y allí permanecían hasta que fueran lo suficientemente independientes para salir a sus anchas. Cada cierto tiempo el propio soldado-brujo recorría tales extensas galerías y se aseguraba de que todo estaba en orden, y en esa ocasión tras su auto-impuesto aislamiento estaba recorriendo los pasillos que asemejaban largos laberintos preguntando por el estado de quienes ahí habitaban, cuando un mensajero alado le extendió una carta que era una invitación. Cuando el soldado-brujo le preguntó de qué se trataba, le respondió que unos familiares lejanos le invitaban a acudir a una reunión familiar que iba a celebrarse en el tren-hotel que atraviesa los al rededores del mundo onírico.

Extrañado, en un principio, el soldado-brujo no supo qué responder, limitándose a recoger la invitación con un temblor dubitativo de sus manos. Pero finalmente, decidió que quizás no sería mala idea acudir, mas movido por la curiosidad que por las ganas. Así que se dirigió allí con la premura que requería la fecha que figuraba en el sobre, llegando así justo a tiempo. Nada mas entrar en el tren, este se puso en marcha, y lo primero que le sorprendió fue la gran cantidad de viandas y de suntuosidad que atestiguaban los interiores del susodicho tren-hotel, siendo así recibido con los cuidados y atenciones más extremados. Gente desconocida se dirigía a él cual si le conociera de toda la vida, estrechándole las manos y esbozando amplias sonrisas, todo ante la mirada perpleja del soldado-brujo que se limitó a estar alerta en todo momento.

Una vez que todos estuvieron acomodados allí, se sentaron en una amplia mesa que ofrecía los más suculentos manjares y los vinos más selectos. Bajando la guardia un momento, el soldado-brujo se sirvió una taza de vino y lo apuró en un momento, mas cuando probó una pata de pollo notó algo extraño en la punta de su lengua, como un tono de acidez que hizo que retornase a estar atento a la situación. Pasaron algunos minutos, y los comensales al advertir que el soldado-brujo no comía ni bebía nada más, comenzaron a increparle sobre la razón de tal actitud. Este, se limitó a negar con la cabeza sin molestarse en pronunciar silaba alguna, y a raíz de ello, lo que antes eran sonrisas y educación se fue metamorfoseando en gestos bruscos y semblantes pétridos. Continuaron insistiendo, y viendo que el soldado-brujo proseguía en su negativa, se produjo un rumor sordo aunque oscuro en toda la estancia.

Acto seguido, y como de repente, aquellos rostros amables y cuerpos definidos, comenzaron a balancearse fréneticamente, parecían masas de carne que desquiciadas, se agitasen animadas por un secreto embrujo. Todo aquello duró solamente unos instantes, mas por su extrañeza, parecieron largos minutos, hasta que se pararon en seco. Fue entonces cuando sus semblantes y aún sus figuras en sí misma comenzaron a deformarse, a derretirse cual la cera al entrar en contacto con la llama, y se convirtieron en unas masas repugnantes de plastilina humana. Para entonces, el soldado-brujo ya estaba en posición de combate, y cuando aquellos seres deformes comenzaron abalanzarse sobre él, logró dispersarlos con algunos hechizos. Mas viendo que quizás estos requerían un tiempo que no resultaba suficientemente rápido para una reacción semejante, hizo uso de su negra espada para trocearlos cuando estos se suspendían en el aire. Lo curioso era que cuando los partía por la mitad, los trozos que caían al suelo volvían a animarse con aquella vida frénetica que les hacía desplazarse a un lado y a otro.


Finalmente decidió que lo mejor era dirigirse a la sala de máquinas lo más rápido que pudiera, y manipulando los comandos, hacer que el tren se estrellara en alguna zona montañosa. Con gran dificultad, esquivando y acechando las masas cárnicas que se abalanzaban sobre él, logró llegar a la susodicha sala. Se encerró ahí, y con la ayuda de la improvisación, logró alterar la trayectoria del tren. Ahora la dificultad estribaba en salir de ahí lo antes posible, y tomando en cuenta que aquellas cosas asquerosas imponían su presencia dando golpes a la puerta que tenía tras él, el asunto se complicaba. Pero como ahora sí que tenía tiempo de realizar un hechizo de dispersión y de fuerza cero, hizo uso de sus conocimientos y logró expulsar a aquella blasfema prole, lo que le dotó del tiempo necesario para salir despedido por una de las ventanas que más cerca tenía.


Ya aterrizando en un prado cargado de mullida hierba, pudo contemplar a la distancia cómo aquel tren cargado de terribles masas de carne que se agitaban convulsivas se estrelló contra una cadena montañosa que tenía a sus espaldas. Justo cuando se produjó el impacto, y se dió cabida a una estruendosa explosión, pudo percibir un grito ahogado procedente del tren, atestiguando con ello que aquellos repugnantes seres eran vulnerables a todo aquello que tuviera que ver con el elemento fuego. Una vez que se cercioró de que aquellas masas de carne habían sido consumidas por las llamas hasta quedar reducidas a cenizas suspendidas en el aire, se marchó con cautela de ahí. 

Poco tiempo después a este incidente, aconteció que el soldado-brujo debía acudir a una reunión de magos que se celebraba en una llanura oculta por sombríos bosques. Aunque en realidad, mas que una reunión o un parlamento como tal, se trataba de una academia de brujos donde algunos examinadores y antiguos alumnos acudían para supervisar las hazañas de los magos del futuro, independientemente a la magia en la que estuvieran especializados. A este respecto hay que decir que el soldado-brujo siempre se sentía un extraño en tales ambientes, ya que se encontraba con más enemigos que amigos, mas aún así una curiosidad que rallaba con lo enfermizo le hacía acudir ahí.

Se encontraba en plena observación del entorno cuando vió que Plix, una antigua maestra suya en sus tiempos mozos, le estaba haciendo señales con la mano. Sin dudarlo mucho se dirigió a su lado, y rápidamente entablaron conversación. Era toda una pícara aquella mujer, y pese a que tenía una clara diferencia de edad con el soldado-brujo, este no podía evitar sentirse atraído hacía ella de algún modo. Comprendía por un lado que aquella barrera de los años y de la experiencia era infranqueable, mas por otro lado, algo tenía aquella bruja en la sensualidad de sus movimientos y de su mirada que le llevaba irremediablemente a su lado. Se trataba de una atracción mutua inevitable, puesto que ella también parecía compartir aquellos sentimientos, algo en el fulgor de su mirada parecía indicarlo, por lo menos en opinión del soldado-brujo.

En estas estaban, hablando de asuntos banales cuya implicación iba mas allá del significado de las palabras, cuando escucharon un gritó repentino que parecía provenir de una de las casetas. Mas una vez que se acercaron lo suficiente, descubrieron que aquella caseta no era como las demás provistas de madera y de materiales blandos y flexibles que provenían de la naturaleza, sino que se trataba de una masa de acero compacta que comprendía de unos gruesos cristales que resultaban infranqueables a los golpes. Examinando tamaña obra de ingenería, descubrieron que una joven morena estaba encerrada en su interior, gritando desquiciada puesto que no parecía haber una salida a tal fuerte atadura.

El soldado-brujo en compañía del amor imposible que resultaba su antigua maestra Plix, examinaron susodicha estructura, rodeándola e investigando su forma y conformación general. Tras esto, una luz pareció encenderse en la mente del soldado-brujo, y realizando un hechizo de indagación temporal para descubrir los antecedentes de la maldición, logró vislumbrar a través de una genealogía de personas y de seres que habitaron susodicha cámara quién podría haber sido el creador, y por tanto, el perpetrador de la madición. Así, a través de un espacio cargado de bruma y de neblina, contempló una cadena de seres y sus consecuentes reencarnaciones, los cuales suponían un total de treinta y tres según pudo averiguar recordándolo tiempo después. Y esa cadena que retrocedía años, siglos, e incluso eras, le mostraron que él primer morador y creador de aquella estructura era un joven cuyo rostro se encontraba cercenado, irreconocible debido a una masa sanguiolenta que le impedía localizar rasgo alguno distintivo. Era aquel un semblante monstruoso, una masa de carne troceada cuyo centro era un líquido espeso y rojizo cual sangre coagulada.

Tras volver de aquel viaje instrospectivo por los origenes de aquella estructura metálica, recordó su anterior episodio de lucha con aquellas masas repugnantes, y dió con la resolución del enigma. Rodeando la mencionada estructura, posó su mano sobre una de las ventanas traseras, logrando que esta de derritiera. Así pudo tomar de la mano a aquella joven para darla esperanzas de su pronta salida, y llamando a Plix para que le echara una mano con todo aquel jaleo, estos se situaron nuevamente en la entrada de la estructura, y conociendo el soldado-brujo que Plix manejaba con bastante soltura todos los hechizos relacionados con el elemento fuego, le pidió que hiciera uso de ellos justo donde se encontraban. Extrañada de la petición, mas no por ello impedida de realizarla, le hizo caso. Y fue el más mínimo roce de una llama ante la ventana principal de la estructura metálica lo que provocó que esta se abriera liberando a la joven de su injusta prisión.

Pero no fue aquello lo único que pasó, pues tras ella se abalanzó sobre el soldado-brujo una masa putrefacta que olía a descomposición. Menos mal que ya estaba preparado con antelación para tal acometida, pues cruzando los brazos hizo uso de un hechizo de materia negativa que logró llevar a aquel ser repugnante a la nada que habita más allá de los espacios ignotos siderales. Todos aplaudieron la rápida actuación del soldado-brujo llevados por la sorpresa del inhóspito encuentro, pero cuando instantes después le pidieron explicaciones respecto a qué era aquello, el soldado-brujo inclinó la cabeza y calló.


Él sabía que aquellas sustancias de carne nebulosa provenían del sueño más allá del sueño, que aquellas entidades innombrables buscaban su hueco en el mundo onírico, y puede que también en el vigil. Pero prefirió guardarse todo aquello para sí mismo, dejó que el silencio fuera quién respondiera en relación a los futuros acontecimientos. Además, no podía evitar regocijarse internamente en relación a que aquella tarea y el secreto para hacer retornar a aquellos seres allí donde provenían recayese sobre él. Esta información le dotaba de un poder que era desconocido por los otros habitantes del mundo onírico, por lo menos por ahora, puesto que lo sería en lo sucesivo cuando todos los demás se dieran cuenta del poderío acumulado. Mas, como decímos, por ahora calló y se limitó a contener la alegría como si fuera un lunático que fabulase con sus fantasías. 

domingo, 26 de octubre de 2025

Crónica del malvado de Erkam

 Yo nunca conocí aquel planeta llamado Tierra por nuestros antepasados, ni tampoco pude vislumbrar a través de mi retina las proezas que allí acontecieron. Desde mi mas tierna infancia, he pasado toda mi vida en este planeta que los primeros moradores bautizaron Erkam 4561Z, pero que los que vivimos en el solemos acotar simplemente por Erkam porque los digitos que le siguen no se nos hacen agradable al paladar cuando lo pronunciamos. Cuestión de economía del lenguaje, yo diría.

Hace ya muchísimas eras que los humanos habitamos este planeta, de hecho creo no equivocarme cuando digo que ni mi tatarabuelo conoció el anterior planeta llamado Tierra, muchos problemas había ahí, ya sea ambientales por la extinción de la luz solar, la creciente tensión social y el instinto auto-destructivo que solemos tener los seres humanos. Probablemente aquel planeta si no ha resultado fulminado por las condiciones geológicas y el impulso acelerado de devastación social, esté a poco de serlo. Sin embargo, este nuevo planeta -aunque para mí es viejo- que nosotros bautizamos con el nombre de Erkam también tiene otros problemas añadidos que a las veces recuerdan a los que se daban en el anterior planeta denominado Tierra. Si dejamos aparte el asunto de la desigualdad social, un gran problema digno a considerar es que cada dosciento cincuenta y dos años la mitad de Erkam resulta inhabitable. Esto se debe a que unas tormentas igneas asolan la mitad del planeta, a resultas del cual se produce un gran exilio mundial que se dirije a la otra mitad. Ello, obviamente, ha generado nuevas tensiones sociales debido a que no todos llegan a su nuevo hogar sanos y salvos, sino que sólo quienes reciben información con anticipación, los que cuentan con mejores medios y contactos mas fiables logran salvarse de las flamigeras arenas. Produciendo así, que el número de población se reduzca consideramente, eliminando eso sí el problema de la sobrepoblación mundial que según me han contado preocupaba en el anterior planeta.

Mucho tiempo atrás, esta problemática no le preocupaba, la consideraba muy lejana. Pero como según comprobará el lector de este escrito, me tocó sufrirla con creces. Mas este asunto se verá mas adelante, pues debo aclarar otro punto importante antes de avanzar con la historia de este exilio personal que me tocó vivir en mi carne, en mis huesos y probablemente también en mi corazón. Otra de las carácteristicas notables de este planeta que lo diferencia del anterior, es un asunto al que ni científicos ni filosófos han encontrado una explicación y menos una solución, y es la extraña capacidad con la que nacen algunas de las gentes que respiran este aire aparentemente tan similar a la Tierra. De hecho, yo fuí uno de este 0,001 por ciento de la población que nació con estas habilidades especiales, que a la larga pueden convertirse en una maldición. De ahí que sean muchos, entre los cuales me incluyo, que reniegan revelar al mundo estos bizarros poderes en tanto que vienen a dar muchos problemas de cara a la estabilidad de la sociedad.

Estás raras habilidades incluyen una fuerza fuera de lo común, la capacidad de dar grandes saltos, de levitar, volar, desplazarse a gran velocidad y no sé cuantas otras cosas más que ni los que las tenemos hemos averiguado en tanto que si no las conocemos no somos capaces de ejercerlas. Uno podría pensar que con estos poderes quienes nacen con ellos vendrían a gobernar este mundo, pero muy al contrario, siempre que se descubre que uno los tiene, se le asesina para evitar sublevaciones, o en el mejor de los casos, se le encierra en una prisión de alta seguridad. Es decir, sin entrar en mas detalles en relación a esta cuestión, si naces con esta capacidad innata supra-humana puedes darte por perseguido lo que te resta de vida. Así que, personalmente para evitarme malos tragos, me guardé mis poderes como la mayoría de quienes lo tienen.

Entrando en el asunto que me lleva a legar este escrito a la posteridad para defenderme de las acusaciones que se apilan año tras año contra mí, y que me han valido el sobrenombre de "Ibías el destructor de mundos" explicaré lo que aconteció en el comienzo de lo que sería mi larga travesía sobrevolando este vasto mundo en búsqueda de la injusticia de la que se me privó a mí, como también a tantos otros ciudadanos que perecen carbonizados sin remedio.

Todo comenzó una buena mañana en la que creía que todo iba a proseguir de acuerdo a la rutina de siempre, pero no. Se dió una tardía alarma de evacuación cuando los adinerados ya se habían desplazado a la mitad segura de Erkam, pillándome a mí y a tantos otros fuera de casa. Lo que fue de mi familia y seres queridos no lo sé, pensé quizás ingenuamente que ellos estarían a salvo, así que me encaminé en dirección a los autobuses que nos transportarían a la mitad planetaria lejana a la radiación ignea que se nos echaba ahora encima. No conocía a nadie dentro del susodicho autobús, estaba mirando absorto por todas las ventanas que tenía a mi alcance hasta que una joven se sentó a mi lado sin pedir permiso.  Ella era morena, de ojos negros como el azabache, las pestañas elevadas, el cabello sumamente corto al ras y una cintura cimbreante. Desde el primer momento me llamó la atención aunque no era mi tipo, y quizás yo tampoco fuera el suyo aunque advertí que ella también se fijó en mí.

El caso es que el autobús seguía imperterrímo su recorrido en busca de nuestra salvación, esquivando como podía las calientes arenas que ya nos circundaban, y que hacían parecer un desierto el terreno que nos rodeaba. Todos estaban extrañamente animados debido a que puede que pensaran que aunque no habían llegado a puerto, ya estaban salvados. Hablaban muy animadamente todos, a excepción de la joven de cabellos cortos y de mi mismo. Todo era alegría y argabía hasta que el autobús se paró en seco frente a una entrada que estaba velada por un atasco inmenso, en cuyo final se elevantaba un gigantesco muro que no era por lo demás muy alentador. Se nos informó mediante unos ya carcomidos altavoces por las crecientes temperaturas que no había avance posible, es decir que en otras palabras se nos condenaba a una muerte segura.

Justo en ese momento se armó un caos en el autobús, algunos salieron desquiciados del mismo a suplicar piedad mientras que otros se limitaron a gritar y a agitar sus manos con frenesí clavados en sus asientos. De repente, la joven que hasta el momento no se había atrevido a mirarme directamente, se giró en mi dirección y me clavó su misteriosa mirada. Y sin pedir permiso alguno, me agarró de las manos y las metió bajo el verde jersey que portaba. Con dedos confusos pude atisbar el tacto de sus pequeños senos, los cuales se estremecieron a mi contacto y cuya sensación era bastante agradable. En tanto los palpaba sin creerme del todo la situación que estaba viviendo, me dí cuenta de que ella buscaba vivir los que serían los últimos momentos de nuestra vida adoptando un talante evidentemente sexual. La miré fijamente a los ojos, descubriendo que estos estaban vidriosos, y justamente en ese instante, llegué a la conclusión de que no teníamos derecho a ser aniquilados, ni toda esa gente desesperada ni esa joven de senos tan agradables, ni mis seres queridos o yo mismo.

Así pues, levántandome en tanto que abrazaba a la joven, decidí salir del autobus y liberar mis poderes sin miedo alguno, siguiendo mi ejemplo se me unió otro hombre que parecía compartir mis poderes e intenciones, y nos dirigimos al muro para destrozarlo, permitiendo así que los autobuses y vehículos privados de toda esa gente pudieran transitar en dirección a su salvación. Cuando ya estaban en movimiento, fuí atrás y le comuniqué a la joven que nos volveríamos a ver y quizás culminaríamos lo que había empezado en esa situación desesperada, pero que tenía algo pendiente que hacer ante la injusticia que estabamos viviendo. Así que, tras percibir un asentimiento plagado de dudas por su parte, me lancé volando en dirección a la zona en la que ya se habían asentado los poderosos para verse salvos frente a las llamadas en compañía de mi rudo y barbudo compañero.

No nos costó mucho llegar a aquella zona con la ayuda de nuestras habilidades preternaturales, como tampoco tardamos en darnos cuenta de las miradas llenas de asombro y temor que nos dirigían nuestros aturdidos semejantes, y sin esperar respuesta ni una reacción ante nuestra repentina aparición, alzando nuestros amenazadores brazos comenzamos a derrumbar todo aquello que se nos ponía por delante. Empezamos a derrumbar todo edificio por muy elevado que fuera, resquebrajar con nuestros puños el asfalto que hacía de carretera, hacer volar a los coches con nuestras certeras patadas y sepultar bajo los escombros a todo aquel que intentase agradecirnos. Nadie podía con nosotros, esos privilegiados con todo su poder y dominio económico se vieron en clara desventaja frente a nuestras capacidades innatas que destrozaban todos los pilares que ellos habían formado para protegerse de quienes eran verdaderamente vulnerables. Nuestra agresividad de ira liberada les dió una buena muestra de a lo que se enfrentaban, de nada servía su dinero ante quienes clamaban por la justicia.

En uno de nuestros pasos arrasando ciudades enteras, nos encontramos con un grupo singular que parecía compartir nuestras habilidades, pero que quizás por inexperiencia o falta de práctica fueron derrotados con facilidad, mas entre ellos dejamos a uno vivo. Era aquel un tipo bastante curioso, por lo visto se llamaba Izor y no era un hombre de muchas palabras. Hablaba poco, mas golpeaba con un frenesí inusitado. Pudimos haberle reducido entre los dos, pero tanto nos llamó la atención su compostura que le propusimos unirse a nosotros, y así lo hizo. Tenía unos cabellos lacios negruzcos y portaba consigo una capa azulenca larga y raída, se diría que aquel hombre era todo un excéntrico, mas con sus puños y sus piernas demostraba que estaba más allá de toda apariencia. No necesitaba hablar desde luego, pues sus actos ya hablaban por sí mismo.

Continuamos así avanzando, destrozando con saña todo a nuestro paso sin temer que nadie nos detuviera. Incluso la policia y demás fuerzas del orden que están al servicio de los poderosos -en palabra, mas no en acto como podíamos comprobar- no podían con nosotros. Daba igual cuantos de ellos acudieran en su rescate ante las llamadas de emergencia, agarrando una pared de vasto ladrillo, y lanzándolo desde las alturas en su dirección, lograba sofocarlos cual si fueran ellos victimas de las arenas ardientes que ya estaban devorando la mitad del planeta. Al principio, cuando comencé esta hazaña junto a mis compañeros, era la ira lo que me llevaba a ser tan excesivo en mis acometidas, pero con el tiempo aquella ira fue suavizándose, y lo que me impulsaba a seguir era un extraño regocijo ante la desgracia de todas aquellas gentes aniquiladas bajo nuestros brazos. Mas, sobre todo, lo que me animaba era la promesa de reencontrarme con aquella joven de la que desconocía el nombre, pero cuya esperanza de estar a su lado animaba mi empresa.

Así pasamos largo tiempo, arrasando con todo lo que se encontraba bajo nuestro inevitable avance, incluso se generó entre nosotros tres una especie de camadería de la aniquilación que fue la mas rara de las amistades que se pudieran imaginar, hasta que Izor usando de las señas que acostumbraba señaló en dirección a una radio que profería un importante mensaje. En este se contaba que por lo visto todos aquellos autobúses de evacuación que liberamos con anterioridad habían sido engullidos por las llamas, y de los cuales no habían podido llegar a la zona segura ninguno de ellos, quedándose así sus restos carbonizados en la mitad del recíen fundado desierto. Nada mas escuchar aquella noticia, no pude evitar derrumbarme en el suelo en señal de evidente impotencia, con mis puños golpeé con tesón al inocente suelo, acudiendo las lágrimas a raudales por mis resquebrajadas mejillas.

En ese momento, no pude evitar recordar a mis seres queridos, a toda la gente inocente que había sido devorada por la arena ignea, a los niños llorosos como yo mismo y sobre todo a aquella joven que me había ofrecido sus atributos femeninos como último recurso en mitad de la desesperación. Me estremecí, mis miembros se entumecieron y temblé cual si alguno de mis compañeros me hubiera dado una buena sacudida para que retornarse a la realidad. Justo en ese instante, la ira acudió a mi de forma renovada y aún mayor que con anterioridad, puesto que estaba animada por la impotencia y la evidente angustia de quién ya no tiene nada que perder. Así que retornamos a nuestras fechorías -que nosotros considerabamos justificadas a tenor de las circunstancias- y con aún más virulencia si cabe debido a lo funestas que habían acabado siendo las cosas de acuerdo a la frustración de nuestras esperanzas. 

En estas estabamos cuando llegando a un pueblecito algo me perturbó hondamente, y esto era que entrando en una tienda para desbandijarla y así acumular provisiones, observé en la cajera algo que me estremeció en las entrañas, pues era idéntica a la joven que me acompañó en aquel autobús destinado a la destrucción. Sólo se diferenciaba de la misma en que sus cabellos eran mas largos y presentaban ondas rojizas a la par que sus mejillas estaban adornadas por gran cantidad de pecas y lunares, mas en general era una copia a aquella que había conocido, en su leve semblante y en la forma esculpida de su cuerpo. Sin pensármelo mucho, la tomé de los hombros pidiendo explicaciones, es así como me enteré de que la joven que había conocido tenía una hermana gemela, la cual era la que tenía ante mis ojos. Pero mientras una había sido salva por sus recursos económicos y de salvoconductos, la otra había sido arrasada por las llamadas sin remedio y sin capacidad de ayuda alguna.

Completamente enajenado, salí del local sólo destrozándolo parcialmente, y una vez en la salida, me derrumbé en el suelo incapar de indagar en mis sentimientos de entonces. El recuerdo de lo que le había acontecido a aquella joven me dislocaba en lo más íntimo, su pérdida irremediable se me atenazaba en el pecho con un violento frenesí del que no lograba despojarme por mucho que lo intentase. Alzando la mirada, creía vislumbrar sus definidos rasgos a través de la neblina que era invocada por mi mente trastornada, logrando identificar por las señas que no necesitan de las palabras, su evidente desaprobación ante mis acciones. Aquello era un golpe del que no logré recuperarme, si había emprendido esta violenta aventura era porque buscaba salvarla a ella y a todos los que habían compartido su destino, y que negara mi decisión ladeando la cabeza en señal negativa, lanzaba al traste todos mis futuros planes de redención.

Desde entonces, me alejé de mis compañeros y me replegué a una solitaria cabaña, en la que con la ayuda de unas hojas amarrillentas por la presencia de la arena y un tintero no demasiado seco comencé a escribir lo que tú desconocido lector tienes ante los ojos. Sobrevolando el terreno durante meses, logré llegar a esta zona que linda por escasos metros con aquella otra que ya se encuentra sepultada por la ardiente arena bajo la cual habitan los cadáveres de aquellos a los que no se les dió una segunda oportunidad. Da la casualidad de que desde este punto, si agudizo mi mirada en la distancia, puedo atisbar aquella zona donde se encontraba el muro que derribé para dejar pasar a los autobuses, pero cuyo destino fue igualmente funesto a que si no lo hubiera hecho.

Por las noches, a través de las dunas, creo vislumbrar a aquella joven, mas ya no me reprende por mis acciones, muestra un semblante amable y me indica con señas para que me una a ella. Hay un secreto impulso que se me impone, y que hace que quiera atravesar aquel desierto igneo para poder reencontrarnos. Y así lo haré, mas antes veía conveniente dejar esto por escrito por si alguien lo encuentra, mostrando así cuales habían sido mis motivaciones e intenciones, de las cuales ya no me queda el más minímo atisbo.

Llegado a este punto, sólo quiero reunirme con aquella joven que ya me espera más allá de las inflamadas dunas macilentas de cara a retomar aquello que fue interrumpido por el azaroso quehacer de los hombres y su estúpido destino. Ya ha llegado el momento de dejar reposando la pluma y de encaminarme a su encuentro. Dejaré bien atados estos papeles desgastados con una cuerda que encontré por el camino, depositados en esta mesa carcomida en tanto que mi cuerpo se funda con lo inhóspito, y mi alma con el amor que nunca tuvo en vida. 

lunes, 13 de octubre de 2025

Las dos islas: Algunas notas sobre el comienzo del mundo onírico

 En el comienzo del mundo onírico este no era la amplia extensión por la que es conocido hoy día, tan limitado era que sólo comprendía dos diminutas islas diseminadas entre un inacabable oceano. Con el tiempo, y el incremento de soñadores, poco a poco fue comprendiendo de grandes continentes, con sus fronteras naturales y sus zonas prácticamente inhabitadas debido a sus condiciones adversas, o a los habitantes hostiles que transitaban por ellas. Pero en su origen, en un tiempo remoto que no puede ni situarse en una fecha concreta, solamente eran aquellas dos diminutas islas cercadas por violenta agua. Además, este par de islas no estaban realmente cerca la una de la otra, para llegar a la contraria se debía de atravesar aquella gran extensión marítima, con la incertidumbre añadida de que pocos eran los que una vez enbarcados en el mar podían llegar a puerto firme.

De todas maneras, pocos de lo que habitaban en la isla de Hyure -pues así se llamaba- querían ir a Zyure -que era la contraria- debido a que esta última se encontraba poblada por extraños seres deformes que tenían las mas impías de las costumbres, entre otras, que a pesar de alimentarse fundamentalmente de pescado, para ellos la carne humana era el más exquisito deleite, como pudiera ser el marisco para los ricos del mundo vigil. Así, pues, no es de extrañar que los habitantes de Hyure se alegrasen lo indecible de que una gran masa acuosa les separase de los perfidos seres que corrían de aquí para allá en esa detestable isla de Zyure.

En general, los habitantes de Hyure eran seres humanos bastante parecidos a los del mundo vigil, tenían la piel tostada por la grata incidencia del sol, unos musculos curtidos por sus constantes ejercicios pesqueros y una habilidad casi innata para entender el secreto lenguaje del mar. La mayoría de ellos se limitaban a realizar sus labores del día a día sin a penas acontecimientos que requieran la menor mención, mas había otros que esa vida se les hacía aburrida debido a lo rutinaria que era, y ansiaban explorar el lecho marino para añadir algo de aventura a su ordinaria existencia. Estos últimos dedicaban su tiempo en la elaboración de botes marinos que fueran mas resistentes a los que usualmente usaban para pescar, pero en cuanto emprendían la hazaña de sumergirse en lo ignoto del océano pocos eran los que regresaban.

Si bien es cierto que poco valdría la pena reseñar de los acontecimientos de susodicho lugar, si es digno de mención una pequeña historia que fue decisiva para el mundo onírico. Esta comienza con la anodina existencia de un joven llamado Edmundo, el cual se encontraba terriblemente enamorado de una joven que se llamaba Rosalinda, y que llevaban un noviazgo muy sosegado, dabánse largos paseos de punta a punta de la isla en tanto que acompañaban el transcurrir del viento con sus voces deleitándose en una conversación amorosa de confidentes. Vivían bastante felices y sin preocupaciones, y así transcurrieron en mutua compañía unos cuantos años, mas con el tiempo incluso su felicidad de les apareció demasiado rutinaria. Aunque, por otro lado, esta consideración fue invocada por un incidente aparentemente sin importancia, pero que para Edmundo fue decisivo.

Estaban un día en uno de sus acostumbrados paseos, cuando para desplazarse de cabo a cabo de la isla requerían de unas plataformas flotantes que se encontraban encima de agua contaminada por su estancamiento. Ya estaba Rosalinda a punto de situarse encima de la plataforma, cuando debido a un desliz se tropezó cayendo así al agua, Edmundo evidentemente asustado de ver a su amada hundiéndose en aquella agua turbia, se lanzó sin pensarlo para rescatarla, y aunque tuvo que sumergirse él mismo bastante para sacarla al exterior, perdiendo así la oportunidad de atravesar la isla, pues la plataforma ya se había marchado. Sin embargo, tomando esto como un mal agurio, decidieron dar media vuelta y regresar cada uno a su correspondiente hogar.

Una vez en casa, Edmundo meditando en soledad, pensó que aquel pequeño incidente que casi se cobra la vida de su querida Rosalinda, le dió a pesar del susto la adrenalina que necesitaba en su día a día. Así proyectó la idea de construir una balsa lo bastante fuerte para surcar el océano, y quizás así en su regreso, demostrar tanto a su amada como a sus semejantes, que era un hombre valiente, aventurero y de una fortaleza más allá de lo común. Esto fue pensado en una noche, y nada más despuntar el día puesto en acto, puesto que a partir de entonces se afanó en su tarea de construir una barca lo suficientemente resistente para darse una larga vuelta por el océano, y regresar como si tal cosa a su punto de partida. A Rosalinda, dicho sea de paso, esta idea no le agradaba demasiado, pero viendo que Edmundo era tan feliz en este proyecto, decidió no amargarle sus aspiraciones con preocupaciones femeninas.

Al tiempo la barca estuvo acabada, y sin pensárselo dos veces, justo al día siguiente se puso en camino despidiéndose de su amada sin mirar atrás, mas con la promesa de su regreso. En esta aventura marina, trancurrieron primero días, luego semanas y finalmente meses en la sola observación de una llanura infinita de agua cuyo única mutación era el desaparecer del sol para que se diera cabida a la aparición de la luna. Menos mal que Edmundo era un buen pescador, de lo contrario era probable que en esa tesitura hubiera muerto de inanición. Además, era bastante resistente en cuerpo y mente, pues a pesar de que con el transcurrir del tiempo sólo observase la agitación de las aguas marinas, esto no le frustraba en absoluto. Tan seguro estaba de que regresaría su hogar sin problema alguno.

Tras largo tiempo en el mar, sus ojos se quedaron atónitos al contemplar entre las aguas un segmento de tierra equivalente a unos cien metros que no sabría si calificar de isla. Hasta entonces pensaba por las leyendas que la única isla existente a parte de Hyure era la temible Zyure, mas ahora se encontraba que había una pequeñísima excepción a aquella ecuación con la existencia de aquel pequeño terreno limitrofe ¿Quién sabe si entonces no habría mas? Pensó, entusiasmado por la aventura que su nariz aspiró con deleite. Acto seguido, decidió desembarcar en aquel lugar aparentemente desierto, y una vez que se hubo asegurado de que la barca se encontraba bien estacionada y sujeta, se puso a investigar entre los arboles tropicales y las palmeras.

Y cuando ya pensaba que allí no había mas que troncos caídos y algunos cocos rodando por el suelo, pudo vislumbrar una figura situada en la ladera opuesta de la pequeña islita. Al principio, pensó que aquello era una turbación de su imaginación, y que debido al tiempo que no había contemplado a un semejante, estaba alucinando. Pero, al acercarse, comprobó que era un ser humano real. Este se presentó bajo el nombre de Aziel, y le comentó que en su tiempo él también era un joven ávido de aventuras que decidió ir en busca de las mismas, pero que debido a un pequeño despiste al construir su barca, terminó perdiendo el control de la misma y acabó engullido por el impetú del océano. Se daba por muerto hasta que un día repentinamente despertó en aquella isla sin nombre, y desde entonces estaba ahí esperando que un compañero de aventuras con mejor suerte le llevara hasta Hyure, o si tenía todavía mas suerte, se animase a emprender con él una última aventura en el mar.

Dos cosas extrañaron bastante a Edmundo de todo aquello, lo primero era que no le sonaba que en la isla habitara ningún hombre bajo aquel nombre, mas es bien cierto que había pasado mucho de aquello que contaba, puesto que mostraba el aspecto demacrado de la vejez y de la privación de los recursos más básicos, y en segundo lugar, también le extraño que tuviera la piel tan blanca habitando en climas tan adversos para la conservación de la blancura de la piel. Además, Aziel tenía unos cabellos rubios y escaso vello por el cuerpo a pesar de su vejez. Jamás había conocido a nadie así, todos sus congeneres eran morenos y los ancianos portaban consigo cabellos grises, no era posible que existiera alguien semejante como aquel que tenía delante.

No obstante, teniendo en cuenta lo que le contaba y el aspecto que tenía, sintió una mezcla de compasión y de comprensión ante la situación de quién ya consideraba un amigo. Y como todavía se encontraba con ganas de aventuras, le indicó donde se situaba su barca y ambos siguieron adelante en aquella extensión de agua que parecía no comprender de fin. Aziel se mostró entusiasmado, lo cual vino a revocar con idéntica emoción en Edmundo. Este último se sorprendió del claro manejo que tenía su compañero de navegación a pequeña escala, incluso llegó a preguntarse cómo teniendo aquellas habilidades no usó de los materiales que le ofrecía la isla donde se había quedado atrapado y emprender así un viaje él mismo. Pero tanto era su entusiasmo en proseguir su navegación que disipó todas aquellas cuestiones dejándolas de lado, y se puso manos a la obra en su marcha.

Pasaron mucho tiempo avanzando y avanzando por el inmenso lecho marino sin alteraciones aparentes, hasta que un día justo cuando Edmundo le estaba contando a Aziel que los descansos que se daba en aquel extraño viaje había soñado con otras vidas, algo así como si recordase vidas pasadas en sueños cuales reencarnaciones traídas de vuelta ante sus soñolientos párpados, vislumbrarón a una distancia considerable la temida isla de Zyure, y como ambos eran valientes y tenían sed de curiosidad y de querer saber mas, se acercaron precavidamente a la misma. Desde una distancia lo suficientemente segura para no ser observados, estuvieron oteando con sus miradas el perimetro de la isla, y bajo su sorpresa, aquella parecía desierta. Incluso se arriesgaron a acercarse un poco más con idéntico resultado, en aquella isla no parecía haber nadie. Sólo atestiguaba una suerte de remembranza de que anteriormente fue habitada el negro humo que parecía ascender al cielo desde unas cavidades cavernosas situadas en los montes de la misma. Finalmente, optaron por desembarcar en la terrible Zyure, y para su sorpresa, aunque encontraron extraños vestigios de que bizarros seres caminaron y habitaron tales parajes en huellas y en extraños enseres, no encontraron signo alguno de vida si no llega a ser por su misma presencia. 

Como para ellos aquella isla era el término último de su plano geográfico mental, decidieron irse de ahí tremendamente decepcionados de no haber encontrado nada que animase sus aventuras, y emprendieron así el regreso a Hyure. No recordaban la ruta exacta, pues para entonces no había medidas ni fijaciones en papel de las trayectorias marítimas, pero en contraparte, tenían una intuición muy desarrollada y una comprensión del clima y del devenir marino que sobrepasaba lo humanamente posible en la actualidad, y guiándose de acuerdo a estos vestigios de la naturaleza primitiva, escogieron la dirección que consideraban la adecuada para emprender el regreso.

Sin embargo, aunque durante algunos días esta ruta les fue favorable, en uno de esos días se desató una inmensa tormenta que embraveció las aguas, provocando así que naufragaran. De hecho, Edmundo no recordaba bien lo que había ocurrido desde el inicio de la tempestad hasta la caída del barco en el lecho océanico, todo aquello se encontraba como fundido en negro y borrado de su memoria. Mas cuando la recuperó, y fue recobrando poco a poco los sentidos, se encontró nuevamente en aquella isla diminuta en la que se había encontrado a Aziel, desde su racionalidad levemente recuperada le sorprendió que todos los naufragios dieran como resultado el acabar ahí. Pero cuando se encontraba mirando al rededor para ubicarse, sintió un dolor punzante en su brazo izquierdo, y cuando aguzó su vista en esa dirección descubrió a un ser negruzco y nauseabundo devorando su brazo. Aquella entidad era algo horrible, como un ser que no estaba formado del todo, y que con unos fauces amarillentos estaba carcomiendo su brazo cual si estuviera partiendo una naranja con un cuchillo.


Entonces, al sentir el dolor, lanzó un gritó que alertó a aquel asqueroso ser de que se había despertado de su anestesia, lo que hizo que aquella cosa se avalanzase contra él. Edmundo forcejeó largo tiempo con aquella cosa que rezumaba un líquido verdoso que olía fatal, hasta que por un secreto instinto de supervivencia usó de su hueso carcomido del brazo izquierdo como arma y se lo clavó en el pecho, lo que tuvo como resultado que aquella bola negruzca informe sollozara de dolor y se desplomase sobre las finas arenas de la playa. Resultado de lo cual, fue un leve desmayo por parte de Edmundo, y cuando poco a poco volvió a recobrar el sentido, vió que tras el cadáver de aquel ser reducido había una piel humana desperdigada. Al principio pensó que su amigo había sido devorado, mas al examinarla con mayor atención, cayó en la cuenta de que aquel nauseabundo ser había provenido del interior ¡Había estado conviviendo todo aquel tiempo con aquella cosa camuflada en piel humana! Se dijo a sí mismo evidentemente aterrorizado, y sintiendo que ya no tenía ganas de más aventuras, hizo acopio de valor y de provisiones para construir una nueva barca con los materiales que le proporcionaba aquella isla para regresar así a Hyure.

Y tras un tiempo indeterminado en la construcción de su nueva barca, al final ya tenía todo dispuesto y se puso manos en marcha de cara a retornar a su hogar. Transcurrió muchísimo tiempo entre que pudo orientarse y las aguas le fueron favorables, pero cuando al fin pudo atisbar a través del horizonte la silueta de su amada isla, no pudo evitar saltar de alegría, provocando que la barca se balanceara un tanto. Se pusó tan contento que no pudo reprimir unas lágrimas de pura felicidad en la medida que cada vez estaba más cerca de Hyure. Pero, cuando ya estaba prácticamente en la linde de la costa, observó consternado que no era recibido por nadie, que todo estaba tan desierto como lo había estado Zyure cuando desembarcó con su falso amigo a sus costas. Así pues, interiormente agitado, nada más amarrar el barco, salió escapotado por las estrechas avenidas de la isla buscando a sus congeneres, y sobre todo a su amada Rosalinda.

Cuando llegó a la casa que era habitada por ella, descubrió que aún ahí no había rastro de nadie. Mas cuando hubo penetrado por la puerta que daba a su habitación, descubrió unos huesos diseminados por su revuelta cama, y llevándose las manos a la cabeza recordó el episodio en el que aquel repulsivo ser le había devorado el brazo siniestro junto a aquel otro anterior en el que vislumbró la completa ausencia en la isla de Zyure, y estremeciéndose sin remedio, comenzó a temblar reconociendo en aquellos delicados huesos a su muy querida Rosalinda. Entonces, en los azares de la desesperación, golpeando a diestro y siniestro, rompió un espejo que tenía delante, y entre sus fragmentos descubrió el rostro de un anciano en los accesos de la demencia.

Ya no podía distinguir lo que era real y lo que no, si sus deducciones eran exactas o eran muestra del declive mental en el que le había sumido el agua salubre del mar, y queriendo despertar de aquella pesadilla, cogió un segmento de aquel destrozado espejo y surcó sus venas con el mismo, dejando así que su coagulada sangre regase los huesos de su amada Rosalinda por si estos retornaban a la vida. Esa era su esperanza en tanto que su consciencia se sumía en las sombras, mas antes de que estas llegasen a su totalidad pudo ver a través de las mismas, el semblante preocupado de una anciana sobre su lecho. Y justo cuando su mente procuraba racionar sus impresiones, su luz se apagó para siempre.

domingo, 5 de octubre de 2025

Una malévola belleza

 

Es extraño, mas según tengo observado, los individuos que presentan carácteristicas excepcionales y que debido a ello destacan por encima de la media rara vez sobresalen en el ámbito social. Me refiero a aquellas personas que tienen un talento cuasi-innato que sin embargo rara vez es aplaudido por el vulgo, tienen una capacidad y una apertura instrospectiva tan inmensa que rara vez resultan comprendidos entre sus semejantes. Lo sorprende es que, estos últimos carentes de toda introspección y de potencialidad reflexiva, son quienes más suelen destacar entre las gentes, mientras que los genios acaban recluidos en un solipsismo de incomprensión, e incluso llegan a ser tratados como unos bobos incapaces de hacer nada de provecho. A menudo les señalan indicando que no han sido capaces de encauzar su vida, son motivo de burla y hasta de escarnio, en tanto que el vulgo se vanagloria de todos los asuntos banales que ha zanjado con la ayuda de su ignorancia.

Por lo poco que se sabe de la existencia vigil del soldado-brujo, diríamos que a este se le ha solido incluir en el grupo de estos contemplativos aparentemente inútiles para la sociedad. Tenía un mundo interior que abarcaba un universo entero, una capacidad imaginativa que lindaba con la genialidad y una agudeza intelectual que rara vez era asimilada por sus semejantes. Estas aptitudes que no podían figurar en historial laboral alguno, dieron pie a que se le señalase como un inútil incapaz de comprender los usos y costumbres sociales, a la par que se le fue inclinando al ostracismo de las mutiltudes. Esto era en la vida ordinaria, pero en el mundo onírico era capaz de las más increíbles hazañas que pudieran pensarse debido a su dominio de los elementos y de la magia negra, siendo capaz de manipular todo lo que tenía a su al rededor a su antojo. Aquello causaba tanto admiración como temor entre los seres soñadores, que le reverenciaban hasta cierto punto, mas también temblaban al pensarse victimas de un portento tan misterioso, y a las veces, caprichoso.

Movido por este impulso que rozaba con cierta azarosidad a ojos externos, en una ocasión se le observó revolviendo entre la basura, y al no encontrar ni libros ni otros objetos que le fueran de provecho, comenzó a extraer algunos materiales que no tenían nada que ver entre sí y empezó a aunarlos cual si estuviera fundiendo hierro. Largo rato transcurrió así, cogiendo una cosa y otra, tirando esto y lo otro, hasta que logró formar lo que sería un maniquí un tanto extraño. Podía advertirse, poniendo bastante imaginación en este empeño, que trataba de simular lo que sería una figura femenina, con sus curvas, ondulaciones y proporciones. Cuando ya lo hubo completado hasta el más minímo detalle, comenzó a recitar una serie de fórmulas como para sí mismo entre murmullos, lo que dió como resultado que lo que parecía un maniquí adquiriese vida, y por ende, movimiento.

Acto seguido, aquel ser resultado de los desperdicios de unos contenedores, dió en desplazarse con tal soltura que nadie hubiese advertido que era resultado de los despojos, sino que aún con su apariencia harapienta, era un robot con sus circuitos bien constituidos además de con una programación resultado del genio científico. El caso era que a partir de entonces esta figura mecanizada femenina comenzó a seguirle por todas partes como si fuera su sombra, allí donde el soldado-brujo se desplazase, ahí iba tras él aquel ser creado por su magia. Si el soldado-brujo avanzaba, así lo hacía ese milagro de la inventiva fantástica, si se detenía, se paraba en seco y esperaba a que el movimiento se reanudara. Uno podría pensar que aquel maniquí solamente se limitaba a ser una especie de mimo que venía a repetir sus movimientos como el reflejo que devuelve el espejo, pero en realidad este no se ceñía a la mera imitación corporal, sino que tenía vida propia, puesto que tenía su propia forma de desplazarse, como también que su actitud de espera no era la del automata programado, era mas bien la de una vida en suspenso con sus propios gestos predeterminados por naturaleza. No se limitaba a la mera apariencia de vida, era la vida en sí misma desarrollándose de acuerdo a un carácter fijado por el aliento de la vida.

En cierta ocasión, el soldado-brujo decidió acompañar a un amigo suyo por unos callejones cargados de chalets calcinados por lo que fue un incendio motivado por un mago iracundo que antes habitaba la zona, y como no, el maniquí robótico fue en su compañía como siempre acostumbraba. El motivo de tal expedición no era otro que el de ver si eran capaces de entrar en la casa calcinada de su amigo, el cual hacía años que no entraba en la misma. Con cierta inventiva fueron capaces de atravesar el umbral de la puerta principal, y una vez ahí se sobrecogieron al comprobar que mientras la parte exterior de la casa mostraba las señales que suelen acompañar al abandono de una casa completamente carbonizada, en el interior estaba todo impoluto cual si no hubiera pasado nada, a excepción del polvo que atestiguaba que aquel lugar había sido abandonado hace ya unos cuantos años, lo restante permanecía idéntico y en su sitio como si los dueños hubieran salido a hacer las compras hace poco. Obviamente, ni el soldado-brujo ni su compañero se esperaban algo semejante, y si no llega a ser porque el maniquí animado se quedase esperando en el exterior -se desconocía la razón de por qué cuando el soldado-brujo entraba a cualesquiera lugar esta permaneciese esperando fuera del mismo- ella tampoco se lo hubiese creído.

Fueron inspeccionando habitación por habitación, sala tras sala, no dejando recoveco alguno ni resquicio donde estos no asomasen sus perplejas cabezas ni pisasen sus cuidadosos pies en esta investigación profunda del hogar. En un principio se ciñieron a buscar entre las estancias más apartadas, pero en cuanto llegaron al salón principal, el compañero del soldado-brujo no pudo reprimir un sollozo que pugnaba por salir cuando contempló que los regalos que jamás abrió -pues el incendio se ocasionó un día antes del Festejo de los presentes- y que le recordaron a su normalidad perdida por la ira de un hechicero depravado. Cuando, completamente derrotado por el impacto de la remembranza, quedándose en cuclillas ante los envoltorios de los regalos, ya no pudo reprimir las lágrimas que acudieron en profusión por sus anegadas mejillas. Pero su mezcla de tristeza y nostalgia fue aún mayor cuando comprobó desenvolviendo uno de los regalos cual era el presente que su padre ya fallecido esperaba que recibiese su primogénito. Se trata de una simple pelota, mas una pelota cargada de significado por el desastre acontecido y por la ausencia de un padre que jamás vería a su hijo alegrarse por su regalo. Esta escena no pudo evitar conmover al soldado-brujo, el cual decidió retirarse de la casa para dejar que su amigo pugnase en soledad e intimidad por las emociones que otorgan los recuerdos.

Ya en el exterior, pudo vislumbrar ante sus ojos algo vidriosos debido a la escena anterior que algunas gotas que anunciaban una lluvia inminente, lo que le alarmó visiblemente ya que si alguna vulnerabilidad tenía el maniquí que él mismo había formado, era el contacto directo con el agua. Así, pues, comenzó a correr en su compañía en dirección opuesta para comprobar si era capaz de encontrar un cobijo adecuado antes de que el agua minase la figura de aquel portento de la magia. Pero, según avanzaba en su carrera, sus esfuerzos se mostraban inútiles en tanto que el agua caía cada vez con una mayor profusión. Los cielos se oscurecían anunciando una inevitable tormenta, mientras que la lluvía caía como un millar de agujas afiladas que pretendían echar al traste su experimento. El maniquí parecía que se derretía al contacto con tal cantidad se agua, emborronándose sus formas cual si esta hubiera sido formada a partir de barro o cartón. Así, pues, no le quedó otra al solado-brujo que recitar los conjuros que le darían la liberación definitiva a ese ser que él mismo había creado a partir de la basura. Y en tanto que esto recitaba aún siendo cegado por las afiladas gotas de lluvía y sus oídos eran ensordecidos por los truenos que retumbaban en la distancia, la figura que antes era un compuesto de basura bien constituida y aunada entre sí, fue vertiéndose por partes en blanca piel y en aúreos cabellos hasta que llegó un punto en el que su cuerpo al completo se metamorfoseó en una hermosa joven excenta de los ropajes que exige el decoro. Resultado de lo cual, el soldado-brujo le lanzó su raída capa para que se cubriera mientras huía de un enemigo desconocido. Finalmente, la hermosa dama, se lanzó a una carrera tan enfebrecida que terminó por desaparecer entre los arbustos y los arboles que tenían poco más adelante. Y aunque el soldado-brujo intentó alcanzarla, se le hizo imposible.

De repente, se encontró en un campo desierto si no llega a ser por la gran cantidad de hierba virgen que estaba bajo sus pies, y hasta la lluvía pareció detenerse con la huída de las nubes, mostrando así un panórama despejado aún con la inminencia de la llegada de la noche. Desconcertado, el soldado-brujo se detuvo en seco, inspeccionando a un lado y a otro por si lograba cerciorarse de dónde se encontraba. Sin previo aviso, aparecieron dos divinidades esféricas que recibían los nombres de Mamoptle y Mamaptla por aquellos lares, y que chocando entre sí como unas bolas enfebrecidas por el delirio, se lanzaron en dirección al soldado-brujo con saña y celo, dispuestas a entrar en combate con aquellos que no las rendían el debido culto. Y como el soldado-brujo era de aquellos que miraban con desconfianza a aquellos poligotas dioses que con su arrogancia y desparpajo buscaban que sus fieles les lamiesen los pies por su auto-proclamada divinidad, no era de extrañas que las divinidades esféricas que le acometieran con furia. Un buen rato duró este combate en el que el soldado-brujo era lanzado por los aires debido a los placajes que estas pelotas sagradas le conferían, mas debido a su dominio de la magia negra y del vacío, finalmente logró mandarlas allí donde estas provenían, que no era otro lugar que no fueran las sombras de la ignominia.

Una vez que estas quedaron reducidas al ámbito de lo ignoto, una tercera divinidad se presentó ante el soldado-brujo que permanecía sentado en el suelo como si hubiera finalizado un picnic. Esta recibía el nombre de Hiplotep, y tenía una forma de cubo, que con su resplandor azul cegaba a todo aquel que dirigiese su mirada en su dirección. Tan arrogante era que pensaba que el ocasionar susodicho resplandor en los presentes cegando así su visión, le otorgaba del suficiente estatuto para que se le considerase un dios. Sin embargo, esta no acudía con intenciones hostiles, se limitó a rendir un cortés aplauso al soldado-brujo por su hazaña, indicándole que gracias a lograr que las divinidades esféricas regresaran de ahí de dónde estas habían surgido, ella tenía mas posibilidades de que más seguidores fueran en seguimiento de su estela. Por un momento, el soldado-brujo apretó su puño con insensatas ganas de mandarla a ella también a ese lugar, pero quizás debido a la melancolía que le produjo que el maniquí convertido en una bella doncella huyese de ahí, se limitó a asentir con una sárdonica sonrisa y dejó que la divinidad cubo se fuera de ahí complacida en su gredo inventado.

Cierto tiempo después, el soldado-brujo fue perseguido por un militar de la zona que mandando por un declarado enemigo suyo buscaba pistas sobre él por todo el mundo onírico. Y como advertí en las primeras líneas de este escrito sobre la instrospectiva genialidad del soldado-brujo, este no se iba a dejar alcanzar tan facilmente. Así que se transformó en un joven recluta que acompañó al militar en sus indagaciones en tanto que este era ignorante de que se encontraba ante su mismo objetivo. Riéndose hacía sus adentros de la escasa sagacidad del militar, el soldado-brujo acompañó a este tranformado en un aleatorio ayudante mientras el militar no notó nada extraño en ello. Se desplazaban de una zona a otra con evidente perplejidad del militar que no entendía como este soldado-brujo era tan agudo para pasar inadvertido durante tantísimo tiempo, siendo certero por lo menos para sus informes que desde hacía poco se encontraba precisamente por aquella zona.

Y fue en el transcurso de estas indagaciones cuando el soldado-brujo siendo la apariencia del joven recluta localizó a la que había sido su maniquí, y que ahora era una joven tan hermosa y vivaracha como sus cabellos rubicundos al ser movidos por el viento. Aquello provocó que su corazón dejase de latir durante unos instantes, lo que casi le delató ante la mirada indagadora del ciego militar. Pensó que quizás ya era hora de dejar atrás esta parodia, y cuando se hubieron distanciado de la bella muchacha, reveló su forma ante el desconcertado militar, el cual no tuvo demasiado tiempo para reaccionar, no pudo ni alzar su arma cuando fue repentinamente decapitado por el sombrío filo del soldado-brujo. Todavía su cuello cercenado daba rienda suelta con el riego de su sangre cuando el causante del mismo ya se desplazaba en dirección contraria, retrocediendo allí dónde había encontrado a su anterior creación ya humanizada en aquella esplendorosa pintura viva.

Esta le reconoció de inmediato, y aunque titubeando al principio, no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando sus nervios fueron sofocados, y mas aún sonrió cuando vislumbró la sangre del militar en el semblante del soldado-brujo. Sin proferir palabra alguna, alzó el dedo índice en dirección a su rostro, y con una exclamación de regocijo, se llevó la sangre reciente a sus labios. Cuando la saboreó, no pudo reprimir una inocente risotada de regocijo, elevándose así sus rubios cabellos debido a la emoción. Repitió ese mismo movimiento, y en esta ocasión, tras degustar con deleite aquella sangre que debía de saber como el oxído, no pudo evitar danzar al rededor del soldado-brujo con evidente alegría. Sus movimientos danzarines se daban de tal manera que probaba algo de sangre para instantes después bailar evidentemente contenta. Tan feliz se encontraba degustando aquel líquido sanguiolento que se lanzó para besar al soldado-brujo no tanto por amor como para mostrarle la alegría que le producía sentir en sus labios la sangre reciente, y que además, esta se había producido gracias al desenfreno que le pertenecía con entera exclusividad a él.

Cuando ella le tomó de la mano para que caminasen juntos, justo en ese momento y no antes aún con el espectáculo del baile sangriento, concretamente con el contacto de su gélida mano, cuando se dió cuenta de que si bien había creado a una hermosa joven que aparentaba inocencia y virginidad, también había formado en la profundidad de su níveo seno lo que era la maldad en sí misma. Parecía que la belleza de la que era dotada su impoluto semblante y la armonía de sus formas femeninas se había aunado con exquisita consonancia con el mal absoluto, cual una exquisita melodía era acompañada por el estruendo de los tímbales. Aquello pensó nada mas recibir el helado contacto de su pálida mano, mas poco le importó. Quizás  también pensó que era inevitable que lo esplendoroso conviviera con la negrura en este ambivalente mundo, y que al igual que el alma humana se encuentra acosada por sus propios pecados y una capacidad de salvación, así también debía ocurrir con la hermosura que escondía tras el repentino esplendor un cúmulo de despiadadas sombras que espantarían al demonio mismo.

Así, cogidos de la mano como si fueran amantes que hubieran sido pillados in fraganti durante sus secretas confidencias amorosas, ambos se alzaron en un desatado vuelo en frenesí por el crepúsculo del mundo de los sueños, elevándose a unas alturas que probablemente se dirigían a los palacios que se encuentran en la luna.


sábado, 27 de septiembre de 2025

El experimiento de la existencia

 Cuando me sentía descorazonado o confuso respecto a los asuntos de la vida, siempre salía a la calle para contemplar las estrellas. En estos paseos nocturnos pensaba en torno a innumerables cosas hasta el punto de replantearme mi existencia. Mirando en dirección hacía esos luceros celestes me preguntaba: "¿Tiene todo esto algún tipo de sentido? ¿Por qué existo? ¿Y para qué habré nacido?" Ya sabéis, ese tipo de preguntas que a mi modo de ver todo el mundo se hace en algún momento. Mentras así me interrogaba a mí mismo, otras veces salía de mi interior para plegarme ante lo que tenía frente a mis ojos, y me daba cuenta de que el panorama del cielo nocturno era cada noche muy distinto de la siguiente. Si bien es cierto que el haz estelar que nos rodea va evolucionando en la medida que avanza la noche, este era radicalmente diferente de un día para otro. A veces me daba la sensación de que las estrellas se encontraban muy lejanas y distanciadas entre sí, otras veces parecían estar tan cerca que uno creía tocarlas, y en algunas otras ocasiones el parpadeo de esta nos sumía en las sombras cuando se detenía, haciendo que me replanteara si todo lo que me rodeaba era efectivamente real, o el sueño de algún dios que se encontraba en una galaxia lejana.

Sin embargo, el verdadero punto de inflexión para mí llegó en un aciago atardecer en el que me encontraba esperando en una estación de autobuses a una persona muy especial para mí. Cuando recorría sus largos pasillos, los vagones donde estos descargaban a los pasajeros y las ventanillas de información, una especie de densidad me presionaba el cráneo como si algún tipo de entidad buscara aplastarlo. Lo curioso era que esto sólo ocurría cuando andaba por la zona exterior de la estación, allí donde antes estacionaban los autobuses. Digo antes porque ahora esta se encontraba prácticamente desierta, a excepción de un par de autobuses oscuros y vacíos que se encontraban aparcados a gran distancia. Obviamente, debido al insistente dolor de cabeza, opté por mantenerme lo más cerca de la estación que me era posible sin internarme del todo. Al menos ahí, y a pesar de la luz flusforeciente que recorría su interior, aquella densidad mental parecía calmarse por momentos.

Mas, aún así, observaba a ratos como una especie de distorsión en mi campo de visión, cual si lo que veía se deshiciera en una especie de hebras que iban quebrándose y que iban deformándose en la medida que procuraba acentuar mi vista. No sabría cómo explicarlo mejor, pero era algo así como si las imagenes que percibía con mis ojos, se transmutasen ante mi mirada perpleja en una especie de mareo que no terminaba de culminar hasta el desmayo. Incluso la gente que en ese momento me rodeaba, parecían sombras dispersas que se desplazaban de aquí para allá sin una razón aparente. Creía reconocer a algunas de ellas, y estas me saludaban, se acercaban para parlotear en torno a asuntos triviales. Esto pareció calmarme durante un rato, pero al poco volvían a acometerme aquellos extraños mareos, aunque esta vez acompañados por una vibración persistente que taponó mis oídos a cualquier ruido que proviniera del exterior.

Justo cuando decidí sentarme en uno de los bancos de hierro barato que se encontraban ya en el interior de la estación, empezaron a acudir un montón de hombres uniformados y adornados con pesados cascos, que nos apuntaban a todos con sus rifles y escopetas avanzadas, hacinándondos de una esquina a otra. Finalmente, increpándonos y empujando con violencia, nos encaminaron allí donde estos querían. Lo cual vino a ser un inmenso tren donde siguiendo un orden aparentemente aleatorio nos fueron internando hasta el punto de llenar todos los vagones de semblantes consternados y confusos, algunos miraban al suelo, otros contenían los sollozos, y los menos reían quizás sintiendo lo caprichoso de su situación, mas a todos nos recorría un malestar interno que nos era común.

Sin saber qué hacer, decidí recorrer todo el tren como podía, me desplacé apartando a la gente de mi camino como quién aparta de sí las ramas que le impiden internarse en el bosque, fue ahí cuando descubrí los mas diversos rostros que a pesar de la multiplicidad de sus emociones todos apuntaban a una misma perplejidad. Así, pues, cuando llegué a uno de los penúltimos vagones allí me senté en el suelo, cruzando piernas y brazos quedándome ensimismado. Y en tanto que permanecía en esta postura, el tren comenzó a desplazarse con premura hacía una dirección que he de reconocer que desconocía por completo. No sé por qué, pero en algún momento del viaje me levanté como animado por un extraño resorte, y mirando en dirección a un hombre que aparentaba ser un mendigo por los andrajos que portaba consigo, este me sonrió con una curiosa elocuencia, y acto seguido, desvió su mirada a una puerta que parecía medio rota, que se tambaleaba con el impetú del viento.

Sin pensármelo dos veces, manipulé aquella puerta averiada con mis propias manos hasta que logré desencajarla por completo, y cuando así lo hice, nos hallabamos en una zona bastante elevada en la que crecía la hierba fresca. No queriendo permanecer en cautividad de aquellos hombres uniformados de negro que parecían militares, me lancé en redondo hacía los derroteros de la espesura. Aquella apariencia de suavidad de la hierba siendo ondeada por el viento me engañó, pues debajo de la misma no sólo había tierra, sino duras piedras que me hirieron lo indecible, provocando que mi caída se asemejara más a las últimas imagenes vislumbradas por el suicida que se lanza desde un edificio que a un desplazamiento en forma de churro por la verdura de la hierba. Al principio, observé un montón de colores interpuestos entre sí que hacían imposible todo discernimiento respecto a lo que me rodeaba, pero llegó un momento en el que toda aquella profusión colorida se agotó hasta que se convirtió en una negrura completa. Es decir, me desmayé.

Cuando me desperté me encontraba en una especie de pueblo que me hubiera atrevido a calificar de abandonado si no hubiera visto a algunas gentes que como setas dispersas pululaban aquí y allá, algunos de los cuales se asomaban evidentemente perplejos por mi presencia ahí. Dicho sea de paso, no tenía el mejor de los aspectos en ese momento, pues la caída en forma de croqueta había provocado que mi ropa terminará adoptando un aspecto de andrajoso y de indigente, tanto por las roturas como por la sangre que salían de las mismas. Además, como ya era de día debido a que probablemente permanecí desmayado largas horas, mi semblante mostraba una evidente mueca de confusión al no comprender qué había pasado. Una vez que hube recuperado al menos la mitad de mi consciencia, levantándome como pude a pesar de la cojera de la pierna izquierda, algunas personas se acercaron a mí para interrogarme acerca de quién era, lo cual una vez satisfecho provocó que yo les preguntará a su vez quienes eran ellos y donde me encontraba.

Me comentaron que ellos tampoco lo sabían a ciencia cierta, que fueron arrastrados hasta ahí desde una zona remota por un séquito de hombres uniformados que se habían establecido en una base que ocupaba la parte central de la población. Señalándome con dedo tembloroso donde esta se ubicaba, nos desplazamos con tiento hacía la misma, escondiéndonos entre los arbustos y los brezales que la rodeaban. Pude comprobar que estos se encontraban sumidos en una cavidad, recorriendo sus al rededores con sus armas al hombro, y que la parte central de la misma era una especie de cúmula negra que por su textura bien podría haber sido de plástico. Creímos que uno de ellos sospechaba sobre nuestra cercanía, así que nos escapamos de allí a todo correr, situándonos en una zona del poblado lo más lejana posible.

Una vez ahí intercambiamos impresiones, no sacando nada en claro al final. Así que mientras unos se quedaban escondidos parlamentando para intentar hallar una explicación ante nuestra situación, algunos de nosotros nos alejamos del poblado encontrando otro prácticamente idéntico pocos kilometros mas hacía el noreste desde nuestro punto de partida. No obstante, la radical diferencia entre uno y otro poblado era que a pesar de mantener una estructura y una organización semejante respecto al anterior, este se encontraba en evidente estado de abandono. De hecho, tan abandonado estaba que aunque lo recorrimos a conciencia, no encontramos alma alguna, ni siquiera en pena que era como nos sentíamos nosotros. Quizás otra diferencia notable a reseñar era que en esta zona no se encontraba base militar alguna, y que a lo sumo se atisbaba lo que había sido una cúpula completamente quebrada y hundida en uno de los montículos de hierba verde aledaños. Pero, pese a que lo inspeccionamos con tesón, no terminamos de sacar nada en claro.

Nuestra investigación fue bastante infructuosa hasta que encontramos una pequeña cavidad en la que con tiento logramos introducirnos algunos de nosotros, mientras que los otros restantes permanecían en el exterior por si tenían que avisar sobre cualquier cosa que sucediera lejos del alcance de nuestra vista. Allí, en lo que aparentaba ser una gruta cavernosa labrada artificialmente -es decir, por la mano del hombre- vimos un montón de compartimentos repletos de los mismos uniformes, cascos, armas, complementos e indumentaria general que portaban aquellos que nos movilizaban donde gustaban. Una vez que inspeccionamos toda la zona y sus objetos, personalmente me quedé con la sensación de que todo aquello no terminaba ahí. A saber, que todo lo que acababamos de descubrir no suponía ni un uno por ciento de todo aquello que se ocultaba ante nuestros ingenuos e ignorantes ojos. Así que, debido a esta sensación que me carcomía, decidí investigar en profundidad toda la zona exterior en la medida en la que todavía aprovechar la presencia de la luz.

Al final, encontré algo cuanto menos extraño, y era que lo que parecía una especie de musgo desordenado que crecía encima de una placa de hierro oxidado que se asemejaba a una especie de alcantarilla, se podía desplazar en forma circular si uno apretaba con tesón. Y así fue como descubrí, ante la perpleja mirada de los pocos que me acompañaban y que aún no habían desistido de encontrar respuestas, un profundo tunel oculto por esta cavidad musgosa que hacía de pasillo descendente hacia las sombras. Por suerte, había un interruptor en el comienzo del mismo que con su luz artificial azulada nos permitió poder internarnos con ayuda de su guía lumínica. No sé cuanto tiempo pasamos descendiendo aquel pasillo que parecía no comprender de fin. Estábamos evidentemente temerosos ante lo que podíamos encontrar, pero la curiosidad y el deseo de saber se sobrepuso al miedo, y así fue como llegamos a una amplia sala que debido a una apertura a la luz natural adornada por el resplandor que surgía de una cascada, ya no necesitabamos de la luz azulenca que nos acompañó hasta entonces.

Allí encontramos un montón de objetos dispersos entre un mobiliario anticuado, que aceptaba con naturalidad la pátina del tiempo debido a tono verdoso de humedad que todo lo cercaba. Debido al estado un poco desastroso de algunos de los objetos que vímos, atestiguamos que todas aquellas cosas habían sido utilizadas por otras personas con anterioridad. Había todo tipo de objetos, desde libros bien encuadernados que resistían el ambiente adverso hasta papeles que resultaban prácticamente ilegibles debido a la negrura del moho, también había ropas tanto de civiles como de militares, pero sobre todo un montón de mochilas y de maletas, algunas de las cuales con rastros de suciedad y de barro, y que estaban apiladas siguiendo un orden que permitían observarlas sin requerir de apartar unas de las otras.

Tras inspeccionar algunos de estos enseres, me detuve a indagar en particular una de las mochilas que mostraba un aspecto infantil debido a la gran cantidad de colores con lo que era adornada, y abriéndola, saqué gran cantidad de cuadernos, papeles, objetos que me costaba en ese momento identificar y una cartera de cuero sintético. Todo iba con normalidad en esta inspección hasta que encontré un documento de identificación que estaba incrustado entre tantos otros debido al tiempo que parecía haber pasado desde que nadie se atrevía a tocar esta cartera abandonada. Este documento en forma de tarjeta era todo lo normal que podía pensarse hasta que contemplé la foto que se encontraba en la esquina inferior derecha del mismo, aquel hombre... Rectifico, aquel ser que se asemejaba a lo que era un hombre, tenía unos ojos azulados y de inmensos párpados en lo que sería nuestra mitad de la frente, a la par que su boca era mucho más grande de lo normal, adornada por unos dientes amarillentos que discurrían de forma ordenada por su boca, como también una orejas que estaban donde debieran encontrarse unas sienes despejadas... En fin, aquella entidad era de una deformidad inusitada a pesar de que teníamos bastantes rasgos comunes. Sobre todo me pertubó su mirada, la cual connotaba una especie de dispersión mental que lindaba con algún tipo de disfunción de tipo intelectual, mas a pesar de ello, su extendida pupila pareció clavarse en mi alma como si me acusase de haber descubierto algo que jamás debí de haber visto.

A nada estuve de caerme al suelo, acusado por un vértigo que sobrepasaba todas las funciones racionales de las que se encuentra dotado el ser humano, cuando el gritó de uno de mis congeneres me despertó de mi abatimiento existencial. Esto se debió a que este, adelántandose respecto a nosotros en nuestra inspección del lugar, llegó a una despejada y amplia mesa de lo que aparentaba ser un roble teñido de negro, encontrando en el centro de la misma un documento que trastonó su sentido de la realidad y hasta su juicio mismo. Cuando llegamos hasta su posición, sin decirnos qué era aquello que había provocado su repentina excitación, se limitó a señalar el documento que fue la causa. Y ahí fue dónde leí lo siguiente en tanto que mis manos temblaban y mis dientes castañeaban en la medida que iba avanzando en su lectura:

"Informe sobre la colonización de C3967D. Resultado satisfactorio, los genes humanos han sido insertados con éxito y han crecido sin problema, a excepción de algunas deformaciones debido al ambiente que procuraremos paliar. Tras un total de ocho intentos, logramos reconducirlas a su estado originario y armonioso, y desde una perspectiva introspectiva, los sujetos se consideran los primeros habitantes del planeta número 154 de tantos otros que estamos investigando para comprobar su adaptabilidad a nuestro organismo. Además, también es digno de reseñar..."

A partir de aquí este documento resultaba ilegible debido a su estado lamentable, a la par que poco antes de terminar había una serie de cifras intercaladas con unos símbolos que nos eran imposibles de descifrar. Mas, a pesar de ello, entendimos la esencia del mensaje. Es decir, este nuestro mundo no era la tierra que creíamos conocer, sino un tal planeta que recibía esa categorización númerica tan extraña e imposible de identificar para nosotros. Todos éramos resultado de un experimento que recibía el número de ciento y pico de a saber cuantos otros que se estarían realizando en este mismo momento, a saber, que todo lo que pensábamos que sabíamos eran en verdad conocimientos que se nos habían implantado en la mente por no sé cuales procesos. Me sentía como una bactería insertada en una probeta, pero que en vez de encontrarse en el estrecho receptáculo de un laboratorio estaba flotando por la sombría inmensidad de un universo que me era hostil y desconocido... Y si esto es así, ¿En qué estriba mi vida? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene que siga viviendo, o que me muera ahora repentinamente tras esta impresión? ¿Qué clase de juego era este al que me sometía ese dios desconocido que habita más allá del inmenso agujero negro que se encuentra justo en la mitad del universo...?