Yo nunca conocí aquel planeta llamado Tierra por nuestros antepasados, ni tampoco pude vislumbrar a través de mi retina las proezas que allí acontecieron. Desde mi mas tierna infancia, he pasado toda mi vida en este planeta que los primeros moradores bautizaron Erkam 4561Z, pero que los que vivimos en el solemos acotar simplemente por Erkam porque los digitos que le siguen no se nos hacen agradable al paladar cuando lo pronunciamos. Cuestión de economía del lenguaje, yo diría.
Hace ya muchísimas eras que los humanos habitamos este planeta, de hecho creo no equivocarme cuando digo que ni mi tatarabuelo conoció el anterior planeta llamado Tierra, muchos problemas había ahí, ya sea ambientales por la extinción de la luz solar, la creciente tensión social y el instinto auto-destructivo que solemos tener los seres humanos. Probablemente aquel planeta si no ha resultado fulminado por las condiciones geológicas y el impulso acelerado de devastación social, esté a poco de serlo. Sin embargo, este nuevo planeta -aunque para mí es viejo- que nosotros bautizamos con el nombre de Erkam también tiene otros problemas añadidos que a las veces recuerdan a los que se daban en el anterior planeta denominado Tierra. Si dejamos aparte el asunto de la desigualdad social, un gran problema digno a considerar es que cada dosciento cincuenta y dos años la mitad de Erkam resulta inhabitable. Esto se debe a que unas tormentas igneas asolan la mitad del planeta, a resultas del cual se produce un gran exilio mundial que se dirije a la otra mitad. Ello, obviamente, ha generado nuevas tensiones sociales debido a que no todos llegan a su nuevo hogar sanos y salvos, sino que sólo quienes reciben información con anticipación, los que cuentan con mejores medios y contactos mas fiables logran salvarse de las flamigeras arenas. Produciendo así, que el número de población se reduzca consideramente, eliminando eso sí el problema de la sobrepoblación mundial que según me han contado preocupaba en el anterior planeta.
Mucho tiempo atrás, esta problemática no le preocupaba, la consideraba muy lejana. Pero como según comprobará el lector de este escrito, me tocó sufrirla con creces. Mas este asunto se verá mas adelante, pues debo aclarar otro punto importante antes de avanzar con la historia de este exilio personal que me tocó vivir en mi carne, en mis huesos y probablemente también en mi corazón. Otra de las carácteristicas notables de este planeta que lo diferencia del anterior, es un asunto al que ni científicos ni filosófos han encontrado una explicación y menos una solución, y es la extraña capacidad con la que nacen algunas de las gentes que respiran este aire aparentemente tan similar a la Tierra. De hecho, yo fuí uno de este 0,001 por ciento de la población que nació con estas habilidades especiales, que a la larga pueden convertirse en una maldición. De ahí que sean muchos, entre los cuales me incluyo, que reniegan revelar al mundo estos bizarros poderes en tanto que vienen a dar muchos problemas de cara a la estabilidad de la sociedad.
Estás raras habilidades incluyen una fuerza fuera de lo común, la capacidad de dar grandes saltos, de levitar, volar, desplazarse a gran velocidad y no sé cuantas otras cosas más que ni los que las tenemos hemos averiguado en tanto que si no las conocemos no somos capaces de ejercerlas. Uno podría pensar que con estos poderes quienes nacen con ellos vendrían a gobernar este mundo, pero muy al contrario, siempre que se descubre que uno los tiene, se le asesina para evitar sublevaciones, o en el mejor de los casos, se le encierra en una prisión de alta seguridad. Es decir, sin entrar en mas detalles en relación a esta cuestión, si naces con esta capacidad innata supra-humana puedes darte por perseguido lo que te resta de vida. Así que, personalmente para evitarme malos tragos, me guardé mis poderes como la mayoría de quienes lo tienen.
Entrando en el asunto que me lleva a legar este escrito a la posteridad para defenderme de las acusaciones que se apilan año tras año contra mí, y que me han valido el sobrenombre de "Ibías el destructor de mundos" explicaré lo que aconteció en el comienzo de lo que sería mi larga travesía sobrevolando este vasto mundo en búsqueda de la injusticia de la que se me privó a mí, como también a tantos otros ciudadanos que perecen carbonizados sin remedio.
Todo comenzó una buena mañana en la que creía que todo iba a proseguir de acuerdo a la rutina de siempre, pero no. Se dió una tardía alarma de evacuación cuando los adinerados ya se habían desplazado a la mitad segura de Erkam, pillándome a mí y a tantos otros fuera de casa. Lo que fue de mi familia y seres queridos no lo sé, pensé quizás ingenuamente que ellos estarían a salvo, así que me encaminé en dirección a los autobuses que nos transportarían a la mitad planetaria lejana a la radiación ignea que se nos echaba ahora encima. No conocía a nadie dentro del susodicho autobús, estaba mirando absorto por todas las ventanas que tenía a mi alcance hasta que una joven se sentó a mi lado sin pedir permiso. Ella era morena, de ojos negros como el azabache, las pestañas elevadas, el cabello sumamente corto al ras y una cintura cimbreante. Desde el primer momento me llamó la atención aunque no era mi tipo, y quizás yo tampoco fuera el suyo aunque advertí que ella también se fijó en mí.
El caso es que el autobús seguía imperterrímo su recorrido en busca de nuestra salvación, esquivando como podía las calientes arenas que ya nos circundaban, y que hacían parecer un desierto el terreno que nos rodeaba. Todos estaban extrañamente animados debido a que puede que pensaran que aunque no habían llegado a puerto, ya estaban salvados. Hablaban muy animadamente todos, a excepción de la joven de cabellos cortos y de mi mismo. Todo era alegría y argabía hasta que el autobús se paró en seco frente a una entrada que estaba velada por un atasco inmenso, en cuyo final se elevantaba un gigantesco muro que no era por lo demás muy alentador. Se nos informó mediante unos ya carcomidos altavoces por las crecientes temperaturas que no había avance posible, es decir que en otras palabras se nos condenaba a una muerte segura.
Justo en ese momento se armó un caos en el autobús, algunos salieron desquiciados del mismo a suplicar piedad mientras que otros se limitaron a gritar y a agitar sus manos con frenesí clavados en sus asientos. De repente, la joven que hasta el momento no se había atrevido a mirarme directamente, se giró en mi dirección y me clavó su misteriosa mirada. Y sin pedir permiso alguno, me agarró de las manos y las metió bajo el verde jersey que portaba. Con dedos confusos pude atisbar el tacto de sus pequeños senos, los cuales se estremecieron a mi contacto y cuya sensación era bastante agradable. En tanto los palpaba sin creerme del todo la situación que estaba viviendo, me dí cuenta de que ella buscaba vivir los que serían los últimos momentos de nuestra vida adoptando un talante evidentemente sexual. La miré fijamente a los ojos, descubriendo que estos estaban vidriosos, y justamente en ese instante, llegué a la conclusión de que no teníamos derecho a ser aniquilados, ni toda esa gente desesperada ni esa joven de senos tan agradables, ni mis seres queridos o yo mismo.
Así pues, levántandome en tanto que abrazaba a la joven, decidí salir del autobus y liberar mis poderes sin miedo alguno, siguiendo mi ejemplo se me unió otro hombre que parecía compartir mis poderes e intenciones, y nos dirigimos al muro para destrozarlo, permitiendo así que los autobuses y vehículos privados de toda esa gente pudieran transitar en dirección a su salvación. Cuando ya estaban en movimiento, fuí atrás y le comuniqué a la joven que nos volveríamos a ver y quizás culminaríamos lo que había empezado en esa situación desesperada, pero que tenía algo pendiente que hacer ante la injusticia que estabamos viviendo. Así que, tras percibir un asentimiento plagado de dudas por su parte, me lancé volando en dirección a la zona en la que ya se habían asentado los poderosos para verse salvos frente a las llamadas en compañía de mi rudo y barbudo compañero.
No nos costó mucho llegar a aquella zona con la ayuda de nuestras habilidades preternaturales, como tampoco tardamos en darnos cuenta de las miradas llenas de asombro y temor que nos dirigían nuestros aturdidos semejantes, y sin esperar respuesta ni una reacción ante nuestra repentina aparición, alzando nuestros amenazadores brazos comenzamos a derrumbar todo aquello que se nos ponía por delante. Empezamos a derrumbar todo edificio por muy elevado que fuera, resquebrajar con nuestros puños el asfalto que hacía de carretera, hacer volar a los coches con nuestras certeras patadas y sepultar bajo los escombros a todo aquel que intentase agradecirnos. Nadie podía con nosotros, esos privilegiados con todo su poder y dominio económico se vieron en clara desventaja frente a nuestras capacidades innatas que destrozaban todos los pilares que ellos habían formado para protegerse de quienes eran verdaderamente vulnerables. Nuestra agresividad de ira liberada les dió una buena muestra de a lo que se enfrentaban, de nada servía su dinero ante quienes clamaban por la justicia.
En uno de nuestros pasos arrasando ciudades enteras, nos encontramos con un grupo singular que parecía compartir nuestras habilidades, pero que quizás por inexperiencia o falta de práctica fueron derrotados con facilidad, mas entre ellos dejamos a uno vivo. Era aquel un tipo bastante curioso, por lo visto se llamaba Izor y no era un hombre de muchas palabras. Hablaba poco, mas golpeaba con un frenesí inusitado. Pudimos haberle reducido entre los dos, pero tanto nos llamó la atención su compostura que le propusimos unirse a nosotros, y así lo hizo. Tenía unos cabellos lacios negruzcos y portaba consigo una capa azulenca larga y raída, se diría que aquel hombre era todo un excéntrico, mas con sus puños y sus piernas demostraba que estaba más allá de toda apariencia. No necesitaba hablar desde luego, pues sus actos ya hablaban por sí mismo.
Continuamos así avanzando, destrozando con saña todo a nuestro paso sin temer que nadie nos detuviera. Incluso la policia y demás fuerzas del orden que están al servicio de los poderosos -en palabra, mas no en acto como podíamos comprobar- no podían con nosotros. Daba igual cuantos de ellos acudieran en su rescate ante las llamadas de emergencia, agarrando una pared de vasto ladrillo, y lanzándolo desde las alturas en su dirección, lograba sofocarlos cual si fueran ellos victimas de las arenas ardientes que ya estaban devorando la mitad del planeta. Al principio, cuando comencé esta hazaña junto a mis compañeros, era la ira lo que me llevaba a ser tan excesivo en mis acometidas, pero con el tiempo aquella ira fue suavizándose, y lo que me impulsaba a seguir era un extraño regocijo ante la desgracia de todas aquellas gentes aniquiladas bajo nuestros brazos. Mas, sobre todo, lo que me animaba era la promesa de reencontrarme con aquella joven de la que desconocía el nombre, pero cuya esperanza de estar a su lado animaba mi empresa.
Así pasamos largo tiempo, arrasando con todo lo que se encontraba bajo nuestro inevitable avance, incluso se generó entre nosotros tres una especie de camadería de la aniquilación que fue la mas rara de las amistades que se pudieran imaginar, hasta que Izor usando de las señas que acostumbraba señaló en dirección a una radio que profería un importante mensaje. En este se contaba que por lo visto todos aquellos autobúses de evacuación que liberamos con anterioridad habían sido engullidos por las llamas, y de los cuales no habían podido llegar a la zona segura ninguno de ellos, quedándose así sus restos carbonizados en la mitad del recíen fundado desierto. Nada mas escuchar aquella noticia, no pude evitar derrumbarme en el suelo en señal de evidente impotencia, con mis puños golpeé con tesón al inocente suelo, acudiendo las lágrimas a raudales por mis resquebrajadas mejillas.
En ese momento, no pude evitar recordar a mis seres queridos, a toda la gente inocente que había sido devorada por la arena ignea, a los niños llorosos como yo mismo y sobre todo a aquella joven que me había ofrecido sus atributos femeninos como último recurso en mitad de la desesperación. Me estremecí, mis miembros se entumecieron y temblé cual si alguno de mis compañeros me hubiera dado una buena sacudida para que retornarse a la realidad. Justo en ese instante, la ira acudió a mi de forma renovada y aún mayor que con anterioridad, puesto que estaba animada por la impotencia y la evidente angustia de quién ya no tiene nada que perder. Así que retornamos a nuestras fechorías -que nosotros considerabamos justificadas a tenor de las circunstancias- y con aún más virulencia si cabe debido a lo funestas que habían acabado siendo las cosas de acuerdo a la frustración de nuestras esperanzas.
En estas estabamos cuando llegando a un pueblecito algo me perturbó hondamente, y esto era que entrando en una tienda para desbandijarla y así acumular provisiones, observé en la cajera algo que me estremeció en las entrañas, pues era idéntica a la joven que me acompañó en aquel autobús destinado a la destrucción. Sólo se diferenciaba de la misma en que sus cabellos eran mas largos y presentaban ondas rojizas a la par que sus mejillas estaban adornadas por gran cantidad de pecas y lunares, mas en general era una copia a aquella que había conocido, en su leve semblante y en la forma esculpida de su cuerpo. Sin pensármelo mucho, la tomé de los hombros pidiendo explicaciones, es así como me enteré de que la joven que había conocido tenía una hermana gemela, la cual era la que tenía ante mis ojos. Pero mientras una había sido salva por sus recursos económicos y de salvoconductos, la otra había sido arrasada por las llamadas sin remedio y sin capacidad de ayuda alguna.
Completamente enajenado, salí del local sólo destrozándolo parcialmente, y una vez en la salida, me derrumbé en el suelo incapar de indagar en mis sentimientos de entonces. El recuerdo de lo que le había acontecido a aquella joven me dislocaba en lo más íntimo, su pérdida irremediable se me atenazaba en el pecho con un violento frenesí del que no lograba despojarme por mucho que lo intentase. Alzando la mirada, creía vislumbrar sus definidos rasgos a través de la neblina que era invocada por mi mente trastornada, logrando identificar por las señas que no necesitan de las palabras, su evidente desaprobación ante mis acciones. Aquello era un golpe del que no logré recuperarme, si había emprendido esta violenta aventura era porque buscaba salvarla a ella y a todos los que habían compartido su destino, y que negara mi decisión ladeando la cabeza en señal negativa, lanzaba al traste todos mis futuros planes de redención.
Desde entonces, me alejé de mis compañeros y me replegué a una solitaria cabaña, en la que con la ayuda de unas hojas amarrillentas por la presencia de la arena y un tintero no demasiado seco comencé a escribir lo que tú desconocido lector tienes ante los ojos. Sobrevolando el terreno durante meses, logré llegar a esta zona que linda por escasos metros con aquella otra que ya se encuentra sepultada por la ardiente arena bajo la cual habitan los cadáveres de aquellos a los que no se les dió una segunda oportunidad. Da la casualidad de que desde este punto, si agudizo mi mirada en la distancia, puedo atisbar aquella zona donde se encontraba el muro que derribé para dejar pasar a los autobuses, pero cuyo destino fue igualmente funesto a que si no lo hubiera hecho.
Por las noches, a través de las dunas, creo vislumbrar a aquella joven, mas ya no me reprende por mis acciones, muestra un semblante amable y me indica con señas para que me una a ella. Hay un secreto impulso que se me impone, y que hace que quiera atravesar aquel desierto igneo para poder reencontrarnos. Y así lo haré, mas antes veía conveniente dejar esto por escrito por si alguien lo encuentra, mostrando así cuales habían sido mis motivaciones e intenciones, de las cuales ya no me queda el más minímo atisbo.
Llegado a este punto, sólo quiero reunirme con aquella joven que ya me espera más allá de las inflamadas dunas macilentas de cara a retomar aquello que fue interrumpido por el azaroso quehacer de los hombres y su estúpido destino. Ya ha llegado el momento de dejar reposando la pluma y de encaminarme a su encuentro. Dejaré bien atados estos papeles desgastados con una cuerda que encontré por el camino, depositados en esta mesa carcomida en tanto que mi cuerpo se funda con lo inhóspito, y mi alma con el amor que nunca tuvo en vida.
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