sábado, 22 de noviembre de 2025

La Máquina

 Desde el comienzo de la humanidad los hombres han contado historias, algunas de ellas servían de utilidad inmediata, mientras que otras participaban de una imaginación exarcebada que también servían a la comunidad, en tanto que otras de tan imaginativas suponían un excelso goce de los sentidos. Me imagino que los primeros seres humanos se reunían al atardecer alrededor de una hogera para escuchar a sus mayores, los cuales les contaban las historias más disparatadas a la par que interesantes, embelesando a la audiencia mientras que los reflejos sombríos de las llamas recorrían la zona. Los vislumbro en mi mente adoptando unos gestos espérpenticos alzando sus brazos a un lado y a otro, en tanto que sus semblantes acompañarían el ritmo de sus palabras, alzando las cejas, abriendo la boca exageradamente o poniendo muecas que llevasen el hilo de la historia hasta su culmén apoteósico.

Con el tiempo, estas historias alimentadas con la fantasía y la enseñanza vital, fueron volviéndose más sofisticadas y complejas con la llegada de la escritura. Y mucho tiempo después, llegaron a su plasmación mas elegante de la mano de la imprenta y su rápida difusión. Así, todas las gentes lograron adoptar sumas vidas en una sola, recorrieron con los ojos y la imaginación los más extraños parajes, vivieron más allá de los estrechos limites de la propia experiencia y se elevaron por encima de circunstancias y problemáticas mundadas para luego descender a sendos microscosmos que en la medida que iban leyendo se iban expándiendo, e incluso comunicando entre sí, hasta formar un universo tan completo y complejo en su totalidad que iba más allá de la mera facultad intelectiva.

Yo mismo, desde mi más tierna infancia, me sentía atraído por las historias. Incluso cuando todavía no sabía leer ni escribir del todo bien, imaginaba mis propias historias con mis propios personajes, deleitándome en mi mundo de fantasía. No sé cuando empezó esta necesidad, pero ya desde el colegio sentía un impulso interior que me llevó a contar estas historias a los demás, e iba añadiendo detalles, afinándolas y complejizándolas en la medida que las palabras adoptaban sonidos articulados y cada vez mas complejos que salían en profusión de mi boca como las flores con la llegada de la primavera. Al principio, los adultos calificaron estas historias con el término de "mentiras". Yo no entendía qué era una mentira, mas como me lo decían mucho, llegué a la conclusión que para ellos las mentiras eran aquellas cosas que no se acomplaban a su esquema de la realidad tan limitado a los sentidos cual los cercos que separaban unas casas de las otras.

Ya cuando era un adolescente y me encontraba encerrado en aquella cárcel que viene a denominarse el instituto, acompañado de un boligráfo y de un cuaderno desvencijado con las esquinas rotas, comencé a escribir estas pequeñas historias no exentas de cierta coherencia, aunque con un trasfondo fragmentario, como de algo que no estaba del todo completo. A menudo me distraría de las bravuconadas que exclamaban los profesores subidos en su púlpito autoritario, y como sus historias me parecían de lo más anodinas y tan cercadas por el pensamiento que se limitaba a examinar lo que tenía ante sus ojos, prefería seguir escribiendo mis propias historias, puliéndolas hasta que quedaba medianamente satisfecho.

No sé cómo, pero al final logré salir de ahí pasando todo aquel trámite administrativo que recibe el nombre de asignaturas sobre el papel, llegando así a una carcél menos estrecha y que me dejaba respirar un poco más, que tenía esculpida la palabra universidad en un edificio imponente. Ahí también seguí escribiendo historias, y las doté de un cierto encanto poético en la medida que muchas de ellas tenían una estructura simbólica y metáforica, a la par que las animé con un espíritu más laberíntico de tal manera que poco a poco me fuí animando a escribir mas y mas hasta que llegó un punto en el que tenía una buena recopilación, con la que me sentía mas o menos orgulloso. Al igual que durante el instituto, aquí también desoía de mis maestros para escribir historias, aunque reconozco que más de una vez levantaba mi antena de soslayo porque algunas de las cosas que decían adoptaban un poco mas de abstracción, lo cual suponía a la larga un empujón para que mis historias se elevasen mucho más allá de sus posibilidades.

Cuando ya acabé con aquel segundo trámite administrativo, decidí dedicarme por entero a la escritura. Incluso adopté gran cantidad de seudónimos para que el nombre del autor acompañase al espíritu de la historia, algunos de ellos eran espérpenticos, otros elegantes, algunos otros bastante elaborados y ya otros simplemente excéntricos. Mas lo importante eran las historias, las cuales iban volviéndose con el paso del tiempo en mis únicas compañeras durante esta vida. Entre mis lecturas y las historias que yo mismo escribía me encontraba acompañado por los más sutiles personajes, desde caballeros de otras épocas, hasta damas que habitaban otros planetas, e incluso algún que otro sombrío personaje que habitaba un continente perdido, u otra dimensión. La gente decía que me encontraba encerrado en mí mismo, que no iba a prosperar como siguiese así, empeñado en habitar el excelso universo de la literatura, pero a mi poco me importaba, insistía en proseguir el camino que yo mismo me había trazado gracias a la pluma. Es verdad que no había logrado mucho éxito efectivo en el mundo, mas sobre el papel yo me figuraba una especie de heróe como en épocas anteriores lo eran aquellos tipos tan duros que se retaban a duelos por amores imposibles.


Pero entonces todo se volvió más oscuro porque apareció La Máquina. Aquella mole invisible, esa estructura inmensa aunque abstracta cuyos creadores y seguidores consideraban más inteligente y capaz que los mismos hombres que la habían creado. Una vez que apareció aquella Máquina intangible y sútil como todo lo étereo todas las gentes empezaron a rendirle una especie de culto como si fuera un nuevo dios que había venido a redimirnos a todos. Aquella cosa parecía hacerlo todo bien y muy rápido, era un mastodonte que podía acometer cualesquiera empresa realizándola de tal forma que a ojos de los hombres todo lo que hacía era impecable e insuperable. Desde el principio yo desconfiaba de todo lo que hacía la Máquina, todo aquello me parecía artificioso a la par que vulgar, sólo veía en todo eso un montón de combinaciones variadas y extravagantes, pero en suma nada que valiese realmente la pena. Así lo hice notar en mis historias de una forma un tanto velada, mas las personas ni escucharon ni mucho menos entendieron, y continuaron adorando a la gran Máquina.

Lo peor de todo y lo más triste para mí fue el contemplar como esta Máquina comenzó también a escribir historias, las cuales eran a mí parecer un conjunto de tópicos y de estructuran narrativas que que sólo servían para aletargar la mente, pero a los hombres les parecían maravillosas, mucho mejores a las historias que escribieron sus semejantes en el pasado, y todavía mejores incluso que lo que escribían sus congéneres en el presente, incluyendome a mí mismo en la ecuación claro está. Entonces aparecieron muchas gentes con nombres y seudónimos absurdos que se sirvieron de la Máquina para que esta les escribiera sus historias, ganando dinero con ello gracias al aplauso de un público inculto. Yo, personalmente, en esa tesitura, seguí insistiendo en la escritura de mis historias, a la par que criticando y haciendo notar mi negativa a la vacua imaginación de los que utilizaban la Máquina, mas el ruido que provocaba esta era tan inmenso y su ritmo tan frénetico dando a luz páginas y más páginas de aquellas artificiosas historias, que poco importaba lo que yo decía, puesto que todo acababa sumido en el olvido.

Parecía que cada vez la Máquina era más grande y poderosa, y digo parecía porque a esta no se la veía, e imaginarla era tarea díficil. En mi caso, la vislumbraba como una mole de gélido metal inmensa, con sus circuitos por doquier y unos cilintros que harían de ventiladores aquí y allá, alimentando su expansión como las estremidades de un insecto. No la podía observar, pero con el tercer ojo que se ocultaba en mi frente, la contemplaba a través de los ojos de los demás que siempre estaban prestando atención a lo que esta les indicaba, como también cuando alzaba mi mirada a los cielos, creía ver de soslayo su maligna presencia incluyendo de la sociedad cual leviatán. Había veces que procuraba ignorarla lo máximo posible, mas en otras ocasiones, no podía evitar alzar mi brazo e insultarla, tanto en mis escritos como en la vida cotidiana.

Con el transcurso del tiempo la influencia de la Máquina era todavía mayor, en sus comienzos resultaba hasta graciosa aparentando cierta humanidad programada, mas cuando ya comenzó a creerse que inventaba historias, el asunto se tornó más serio. Pero esto fue cada vez a más, ya que como todos prestaban atención a todo lo que esta indicara, y estaban como embebidos de su presencia intangible e influencia en la sociedad ausente, esta logró manipular a todas las gentes con su apariencia de ciencia y empezó a decidir por los humanos en asuntos tan espinosos como lo sería la política, la economía mundial e incluso en el sistema legislativo. En suma, la Máquina terminó expandiendo su influencia a todos los ámbitos, replegando el actuar del pensamiento humano al estrecho limite de su mera contemplación, por eso las personas siempre andaban como atontadas, siempre pidiéndole a la Máquina que hiciera cosas por ellos, no dándose cuenta con ello que en la medida que la Máquina les ofrecía sus propias respuestas a todos los enigmas, estos eran cada vez menos resolutivos hasta que acabaron en la inutilidad completa.

En tanto que el mundo entero se precipitaba al abismo, yo seguía escribiendo mis historias, y aunque nadie me prestaba atención ni me leía, llegó un punto en que las escribía cual si fuera un acto revolucionario, como una acción que buscaba contrarrestar el poderío que le estaban concediendo a la Máquina. Pasaba largas temporadas encerrado en casa, intentando ganarme la vida como podía escribiendo historias, y como no ganaba ni un céntimo, tiré de los ahorros que tenía para insistir en el sendero del escritor manual, aquel que no usaba de la Máquina y que sólo se tenía a sí mismo y a sus propios recursos. Pero una noche, repentinamente, noté un escozor tremendo en el estómago. Al principio no le dí demasiada importancia, mas según se iban sucediendo los días, lo que comenzó como una sensación incómoda fue mutando hasta convertirse en un punzón insoportable hasta que llegó un punto en el que el dolor me impedía respirar con normalidad. No me quedaba otra, el asunto era tan grave que debía acudir al médico.

Así que fuí, y obviamente me atendió un esbirro de la Máquina, puesto que los médicos-personas ya no eran necesarios en la sociedad, hasta ese extremo había llegado el culto que le rendían a la Máquina. Pero en estas, el sucedáneo de la Máquina me examinó con sus téntaculos artificiales y mecánicos, y desde en una pantallita adornada con una sonrisa me indicó que tenía un enorme insecto en el estómago. Este se asemejaba a un escorpión cuyas patas como agujas se encontraban incrustradas al rededor de todo mi interior, así al menos lo ví en la radiografía que me ofreció aquel frío robot. Cuando le pregunté qué podía hacer, no me dió salida alguna, pues me indicó que si se retiraba aquella cosa de mi estómago, lo desgarraría y moriría al instante. Tan atenazada estaba a mí que ya sólo el mero acto de retirarla suponía mi sentencia de muerte. Como no podía hacerse otra cosa, me marché de ahí con las manos enterradas en los bolsillos, y mientras me iba, el esbirro de la Máquina dijo a través de sus altavoces que tarde o temprano aquel insecto mecánico acabaría por destrozarme interiormente hasta causarme la muerte, y que esta sería lenta y dolora. Ante tal noticia, suspiré y me marché.

Cuando llegué a casa, me senté enfurruñado en el sofá, y con los brazos rodeando y apretando la zona donde el insecto robótico se encontraba, maldecí a la Máquina porque estaba seguro que esta era la que me había insertado aquella cosa en el estómago, la cual ya se situaba justo en la boca del mismo. No resultaba extraño, pues ya me habían llegado noticias veladas por el gobierno dirigido por la Máquina en la que se contaba que casualmente todos los desertores de la misma cogían extrañas enfermedades, y morían de manera igualmente extraña. Estaba seguro que la Máquina había descifrado -que no leído- mis historias con sus códigos, y que por tanto había descubierto que yo no era afín a sus seguidores, y mucho menos a sus planes. Por ello, aquella noche en la que sentí aquel punzón incómodo, esta de algún modo me había implantado aquella cosa nacida de su maquiávelica invención, y que días después, animada por su espíritu malvado tendente a la tortura y el dolor, lo había estado programando para que este fuera comiéndome por dentro y haciéndose más grande en mi interior ¡Maldita seas, pútrida Máquina!

Sin embargo, aunque vaya a morir más pronto que tarde, aquí seguiré escribiendo mis historias y revelando mi verdad a todos aquellos seres humanos que sigan valorando el trabajo intelectual e imaginativo de los hombres. Y pese a que el insecto mecánico es cada vez mas grande y mis organos cada vez más pequeños, no cejaré en mi empeño de escribir historias hasta el final de lo que será mi efímera vida. Yo podré morir, pero mis historias aunadas con el pánorama universal de todas las historias seguirán flotando al rededor de aquel macro-cosmos de las fantasías engendradas del corazón de toda aquella persona que se haya inclinado para escribir sin usar de la Máquina. Y mientras me sangra la boca por las agujas de hierro de aquel engrendo artificial, cayendo por mis comisuras una sangre que es mas negra que roja debido a la cangrena cáncerigena que produce el escorpión mecánico, yo os digo que mas vale morir con dignidad que siendo sumisos a la máquina, que merece la pena insistir en....

(Aquí se corta el manuscrito hallado recientemente por la Máquina en una casa abandonada en los suburbios, justo al lado de un cadáver que ya llevaba largos años en descomposición)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.