sábado, 27 de septiembre de 2025

El experimiento de la existencia

 Cuando me sentía descorazonado o confuso respecto a los asuntos de la vida, siempre salía a la calle para contemplar las estrellas. En estos paseos nocturnos pensaba en torno a innumerables cosas hasta el punto de replantearme mi existencia. Mirando en dirección hacía esos luceros celestes me preguntaba: "¿Tiene todo esto algún tipo de sentido? ¿Por qué existo? ¿Y para qué habré nacido?" Ya sabéis, ese tipo de preguntas que a mi modo de ver todo el mundo se hace en algún momento. Mentras así me interrogaba a mí mismo, otras veces salía de mi interior para plegarme ante lo que tenía frente a mis ojos, y me daba cuenta de que el panorama del cielo nocturno era cada noche muy distinto de la siguiente. Si bien es cierto que el haz estelar que nos rodea va evolucionando en la medida que avanza la noche, este era radicalmente diferente de un día para otro. A veces me daba la sensación de que las estrellas se encontraban muy lejanas y distanciadas entre sí, otras veces parecían estar tan cerca que uno creía tocarlas, y en algunas otras ocasiones el parpadeo de esta nos sumía en las sombras cuando se detenía, haciendo que me replanteara si todo lo que me rodeaba era efectivamente real, o el sueño de algún dios que se encontraba en una galaxia lejana.

Sin embargo, el verdadero punto de inflexión para mí llegó en un aciago atardecer en el que me encontraba esperando en una estación de autobuses a una persona muy especial para mí. Cuando recorría sus largos pasillos, los vagones donde estos descargaban a los pasajeros y las ventanillas de información, una especie de densidad me presionaba el cráneo como si algún tipo de entidad buscara aplastarlo. Lo curioso era que esto sólo ocurría cuando andaba por la zona exterior de la estación, allí donde antes estacionaban los autobuses. Digo antes porque ahora esta se encontraba prácticamente desierta, a excepción de un par de autobuses oscuros y vacíos que se encontraban aparcados a gran distancia. Obviamente, debido al insistente dolor de cabeza, opté por mantenerme lo más cerca de la estación que me era posible sin internarme del todo. Al menos ahí, y a pesar de la luz flusforeciente que recorría su interior, aquella densidad mental parecía calmarse por momentos.

Mas, aún así, observaba a ratos como una especie de distorsión en mi campo de visión, cual si lo que veía se deshiciera en una especie de hebras que iban quebrándose y que iban deformándose en la medida que procuraba acentuar mi vista. No sabría cómo explicarlo mejor, pero era algo así como si las imagenes que percibía con mis ojos, se transmutasen ante mi mirada perpleja en una especie de mareo que no terminaba de culminar hasta el desmayo. Incluso la gente que en ese momento me rodeaba, parecían sombras dispersas que se desplazaban de aquí para allá sin una razón aparente. Creía reconocer a algunas de ellas, y estas me saludaban, se acercaban para parlotear en torno a asuntos triviales. Esto pareció calmarme durante un rato, pero al poco volvían a acometerme aquellos extraños mareos, aunque esta vez acompañados por una vibración persistente que taponó mis oídos a cualquier ruido que proviniera del exterior.

Justo cuando decidí sentarme en uno de los bancos de hierro barato que se encontraban ya en el interior de la estación, empezaron a acudir un montón de hombres uniformados y adornados con pesados cascos, que nos apuntaban a todos con sus rifles y escopetas avanzadas, hacinándondos de una esquina a otra. Finalmente, increpándonos y empujando con violencia, nos encaminaron allí donde estos querían. Lo cual vino a ser un inmenso tren donde siguiendo un orden aparentemente aleatorio nos fueron internando hasta el punto de llenar todos los vagones de semblantes consternados y confusos, algunos miraban al suelo, otros contenían los sollozos, y los menos reían quizás sintiendo lo caprichoso de su situación, mas a todos nos recorría un malestar interno que nos era común.

Sin saber qué hacer, decidí recorrer todo el tren como podía, me desplacé apartando a la gente de mi camino como quién aparta de sí las ramas que le impiden internarse en el bosque, fue ahí cuando descubrí los mas diversos rostros que a pesar de la multiplicidad de sus emociones todos apuntaban a una misma perplejidad. Así, pues, cuando llegué a uno de los penúltimos vagones allí me senté en el suelo, cruzando piernas y brazos quedándome ensimismado. Y en tanto que permanecía en esta postura, el tren comenzó a desplazarse con premura hacía una dirección que he de reconocer que desconocía por completo. No sé por qué, pero en algún momento del viaje me levanté como animado por un extraño resorte, y mirando en dirección a un hombre que aparentaba ser un mendigo por los andrajos que portaba consigo, este me sonrió con una curiosa elocuencia, y acto seguido, desvió su mirada a una puerta que parecía medio rota, que se tambaleaba con el impetú del viento.

Sin pensármelo dos veces, manipulé aquella puerta averiada con mis propias manos hasta que logré desencajarla por completo, y cuando así lo hice, nos hallabamos en una zona bastante elevada en la que crecía la hierba fresca. No queriendo permanecer en cautividad de aquellos hombres uniformados de negro que parecían militares, me lancé en redondo hacía los derroteros de la espesura. Aquella apariencia de suavidad de la hierba siendo ondeada por el viento me engañó, pues debajo de la misma no sólo había tierra, sino duras piedras que me hirieron lo indecible, provocando que mi caída se asemejara más a las últimas imagenes vislumbradas por el suicida que se lanza desde un edificio que a un desplazamiento en forma de churro por la verdura de la hierba. Al principio, observé un montón de colores interpuestos entre sí que hacían imposible todo discernimiento respecto a lo que me rodeaba, pero llegó un momento en el que toda aquella profusión colorida se agotó hasta que se convirtió en una negrura completa. Es decir, me desmayé.

Cuando me desperté me encontraba en una especie de pueblo que me hubiera atrevido a calificar de abandonado si no hubiera visto a algunas gentes que como setas dispersas pululaban aquí y allá, algunos de los cuales se asomaban evidentemente perplejos por mi presencia ahí. Dicho sea de paso, no tenía el mejor de los aspectos en ese momento, pues la caída en forma de croqueta había provocado que mi ropa terminará adoptando un aspecto de andrajoso y de indigente, tanto por las roturas como por la sangre que salían de las mismas. Además, como ya era de día debido a que probablemente permanecí desmayado largas horas, mi semblante mostraba una evidente mueca de confusión al no comprender qué había pasado. Una vez que hube recuperado al menos la mitad de mi consciencia, levantándome como pude a pesar de la cojera de la pierna izquierda, algunas personas se acercaron a mí para interrogarme acerca de quién era, lo cual una vez satisfecho provocó que yo les preguntará a su vez quienes eran ellos y donde me encontraba.

Me comentaron que ellos tampoco lo sabían a ciencia cierta, que fueron arrastrados hasta ahí desde una zona remota por un séquito de hombres uniformados que se habían establecido en una base que ocupaba la parte central de la población. Señalándome con dedo tembloroso donde esta se ubicaba, nos desplazamos con tiento hacía la misma, escondiéndonos entre los arbustos y los brezales que la rodeaban. Pude comprobar que estos se encontraban sumidos en una cavidad, recorriendo sus al rededores con sus armas al hombro, y que la parte central de la misma era una especie de cúmula negra que por su textura bien podría haber sido de plástico. Creímos que uno de ellos sospechaba sobre nuestra cercanía, así que nos escapamos de allí a todo correr, situándonos en una zona del poblado lo más lejana posible.

Una vez ahí intercambiamos impresiones, no sacando nada en claro al final. Así que mientras unos se quedaban escondidos parlamentando para intentar hallar una explicación ante nuestra situación, algunos de nosotros nos alejamos del poblado encontrando otro prácticamente idéntico pocos kilometros mas hacía el noreste desde nuestro punto de partida. No obstante, la radical diferencia entre uno y otro poblado era que a pesar de mantener una estructura y una organización semejante respecto al anterior, este se encontraba en evidente estado de abandono. De hecho, tan abandonado estaba que aunque lo recorrimos a conciencia, no encontramos alma alguna, ni siquiera en pena que era como nos sentíamos nosotros. Quizás otra diferencia notable a reseñar era que en esta zona no se encontraba base militar alguna, y que a lo sumo se atisbaba lo que había sido una cúpula completamente quebrada y hundida en uno de los montículos de hierba verde aledaños. Pero, pese a que lo inspeccionamos con tesón, no terminamos de sacar nada en claro.

Nuestra investigación fue bastante infructuosa hasta que encontramos una pequeña cavidad en la que con tiento logramos introducirnos algunos de nosotros, mientras que los otros restantes permanecían en el exterior por si tenían que avisar sobre cualquier cosa que sucediera lejos del alcance de nuestra vista. Allí, en lo que aparentaba ser una gruta cavernosa labrada artificialmente -es decir, por la mano del hombre- vimos un montón de compartimentos repletos de los mismos uniformes, cascos, armas, complementos e indumentaria general que portaban aquellos que nos movilizaban donde gustaban. Una vez que inspeccionamos toda la zona y sus objetos, personalmente me quedé con la sensación de que todo aquello no terminaba ahí. A saber, que todo lo que acababamos de descubrir no suponía ni un uno por ciento de todo aquello que se ocultaba ante nuestros ingenuos e ignorantes ojos. Así que, debido a esta sensación que me carcomía, decidí investigar en profundidad toda la zona exterior en la medida en la que todavía aprovechar la presencia de la luz.

Al final, encontré algo cuanto menos extraño, y era que lo que parecía una especie de musgo desordenado que crecía encima de una placa de hierro oxidado que se asemejaba a una especie de alcantarilla, se podía desplazar en forma circular si uno apretaba con tesón. Y así fue como descubrí, ante la perpleja mirada de los pocos que me acompañaban y que aún no habían desistido de encontrar respuestas, un profundo tunel oculto por esta cavidad musgosa que hacía de pasillo descendente hacia las sombras. Por suerte, había un interruptor en el comienzo del mismo que con su luz artificial azulada nos permitió poder internarnos con ayuda de su guía lumínica. No sé cuanto tiempo pasamos descendiendo aquel pasillo que parecía no comprender de fin. Estábamos evidentemente temerosos ante lo que podíamos encontrar, pero la curiosidad y el deseo de saber se sobrepuso al miedo, y así fue como llegamos a una amplia sala que debido a una apertura a la luz natural adornada por el resplandor que surgía de una cascada, ya no necesitabamos de la luz azulenca que nos acompañó hasta entonces.

Allí encontramos un montón de objetos dispersos entre un mobiliario anticuado, que aceptaba con naturalidad la pátina del tiempo debido a tono verdoso de humedad que todo lo cercaba. Debido al estado un poco desastroso de algunos de los objetos que vímos, atestiguamos que todas aquellas cosas habían sido utilizadas por otras personas con anterioridad. Había todo tipo de objetos, desde libros bien encuadernados que resistían el ambiente adverso hasta papeles que resultaban prácticamente ilegibles debido a la negrura del moho, también había ropas tanto de civiles como de militares, pero sobre todo un montón de mochilas y de maletas, algunas de las cuales con rastros de suciedad y de barro, y que estaban apiladas siguiendo un orden que permitían observarlas sin requerir de apartar unas de las otras.

Tras inspeccionar algunos de estos enseres, me detuve a indagar en particular una de las mochilas que mostraba un aspecto infantil debido a la gran cantidad de colores con lo que era adornada, y abriéndola, saqué gran cantidad de cuadernos, papeles, objetos que me costaba en ese momento identificar y una cartera de cuero sintético. Todo iba con normalidad en esta inspección hasta que encontré un documento de identificación que estaba incrustado entre tantos otros debido al tiempo que parecía haber pasado desde que nadie se atrevía a tocar esta cartera abandonada. Este documento en forma de tarjeta era todo lo normal que podía pensarse hasta que contemplé la foto que se encontraba en la esquina inferior derecha del mismo, aquel hombre... Rectifico, aquel ser que se asemejaba a lo que era un hombre, tenía unos ojos azulados y de inmensos párpados en lo que sería nuestra mitad de la frente, a la par que su boca era mucho más grande de lo normal, adornada por unos dientes amarillentos que discurrían de forma ordenada por su boca, como también una orejas que estaban donde debieran encontrarse unas sienes despejadas... En fin, aquella entidad era de una deformidad inusitada a pesar de que teníamos bastantes rasgos comunes. Sobre todo me pertubó su mirada, la cual connotaba una especie de dispersión mental que lindaba con algún tipo de disfunción de tipo intelectual, mas a pesar de ello, su extendida pupila pareció clavarse en mi alma como si me acusase de haber descubierto algo que jamás debí de haber visto.

A nada estuve de caerme al suelo, acusado por un vértigo que sobrepasaba todas las funciones racionales de las que se encuentra dotado el ser humano, cuando el gritó de uno de mis congeneres me despertó de mi abatimiento existencial. Esto se debió a que este, adelántandose respecto a nosotros en nuestra inspección del lugar, llegó a una despejada y amplia mesa de lo que aparentaba ser un roble teñido de negro, encontrando en el centro de la misma un documento que trastonó su sentido de la realidad y hasta su juicio mismo. Cuando llegamos hasta su posición, sin decirnos qué era aquello que había provocado su repentina excitación, se limitó a señalar el documento que fue la causa. Y ahí fue dónde leí lo siguiente en tanto que mis manos temblaban y mis dientes castañeaban en la medida que iba avanzando en su lectura:

"Informe sobre la colonización de C3967D. Resultado satisfactorio, los genes humanos han sido insertados con éxito y han crecido sin problema, a excepción de algunas deformaciones debido al ambiente que procuraremos paliar. Tras un total de ocho intentos, logramos reconducirlas a su estado originario y armonioso, y desde una perspectiva introspectiva, los sujetos se consideran los primeros habitantes del planeta número 154 de tantos otros que estamos investigando para comprobar su adaptabilidad a nuestro organismo. Además, también es digno de reseñar..."

A partir de aquí este documento resultaba ilegible debido a su estado lamentable, a la par que poco antes de terminar había una serie de cifras intercaladas con unos símbolos que nos eran imposibles de descifrar. Mas, a pesar de ello, entendimos la esencia del mensaje. Es decir, este nuestro mundo no era la tierra que creíamos conocer, sino un tal planeta que recibía esa categorización númerica tan extraña e imposible de identificar para nosotros. Todos éramos resultado de un experimento que recibía el número de ciento y pico de a saber cuantos otros que se estarían realizando en este mismo momento, a saber, que todo lo que pensábamos que sabíamos eran en verdad conocimientos que se nos habían implantado en la mente por no sé cuales procesos. Me sentía como una bactería insertada en una probeta, pero que en vez de encontrarse en el estrecho receptáculo de un laboratorio estaba flotando por la sombría inmensidad de un universo que me era hostil y desconocido... Y si esto es así, ¿En qué estriba mi vida? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene que siga viviendo, o que me muera ahora repentinamente tras esta impresión? ¿Qué clase de juego era este al que me sometía ese dios desconocido que habita más allá del inmenso agujero negro que se encuentra justo en la mitad del universo...?

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