En el comienzo del mundo onírico este no era la amplia extensión por la que es conocido hoy día, tan limitado era que sólo comprendía dos diminutas islas diseminadas entre un inacabable oceano. Con el tiempo, y el incremento de soñadores, poco a poco fue comprendiendo de grandes continentes, con sus fronteras naturales y sus zonas prácticamente inhabitadas debido a sus condiciones adversas, o a los habitantes hostiles que transitaban por ellas. Pero en su origen, en un tiempo remoto que no puede ni situarse en una fecha concreta, solamente eran aquellas dos diminutas islas cercadas por violenta agua. Además, este par de islas no estaban realmente cerca la una de la otra, para llegar a la contraria se debía de atravesar aquella gran extensión marítima, con la incertidumbre añadida de que pocos eran los que una vez enbarcados en el mar podían llegar a puerto firme.
De todas maneras, pocos de lo que habitaban en la isla de Hyure -pues así se llamaba- querían ir a Zyure -que era la contraria- debido a que esta última se encontraba poblada por extraños seres deformes que tenían las mas impías de las costumbres, entre otras, que a pesar de alimentarse fundamentalmente de pescado, para ellos la carne humana era el más exquisito deleite, como pudiera ser el marisco para los ricos del mundo vigil. Así, pues, no es de extrañar que los habitantes de Hyure se alegrasen lo indecible de que una gran masa acuosa les separase de los perfidos seres que corrían de aquí para allá en esa detestable isla de Zyure.
En general, los habitantes de Hyure eran seres humanos bastante parecidos a los del mundo vigil, tenían la piel tostada por la grata incidencia del sol, unos musculos curtidos por sus constantes ejercicios pesqueros y una habilidad casi innata para entender el secreto lenguaje del mar. La mayoría de ellos se limitaban a realizar sus labores del día a día sin a penas acontecimientos que requieran la menor mención, mas había otros que esa vida se les hacía aburrida debido a lo rutinaria que era, y ansiaban explorar el lecho marino para añadir algo de aventura a su ordinaria existencia. Estos últimos dedicaban su tiempo en la elaboración de botes marinos que fueran mas resistentes a los que usualmente usaban para pescar, pero en cuanto emprendían la hazaña de sumergirse en lo ignoto del océano pocos eran los que regresaban.
Si bien es cierto que poco valdría la pena reseñar de los acontecimientos de susodicho lugar, si es digno de mención una pequeña historia que fue decisiva para el mundo onírico. Esta comienza con la anodina existencia de un joven llamado Edmundo, el cual se encontraba terriblemente enamorado de una joven que se llamaba Rosalinda, y que llevaban un noviazgo muy sosegado, dabánse largos paseos de punta a punta de la isla en tanto que acompañaban el transcurrir del viento con sus voces deleitándose en una conversación amorosa de confidentes. Vivían bastante felices y sin preocupaciones, y así transcurrieron en mutua compañía unos cuantos años, mas con el tiempo incluso su felicidad de les apareció demasiado rutinaria. Aunque, por otro lado, esta consideración fue invocada por un incidente aparentemente sin importancia, pero que para Edmundo fue decisivo.
Estaban un día en uno de sus acostumbrados paseos, cuando para desplazarse de cabo a cabo de la isla requerían de unas plataformas flotantes que se encontraban encima de agua contaminada por su estancamiento. Ya estaba Rosalinda a punto de situarse encima de la plataforma, cuando debido a un desliz se tropezó cayendo así al agua, Edmundo evidentemente asustado de ver a su amada hundiéndose en aquella agua turbia, se lanzó sin pensarlo para rescatarla, y aunque tuvo que sumergirse él mismo bastante para sacarla al exterior, perdiendo así la oportunidad de atravesar la isla, pues la plataforma ya se había marchado. Sin embargo, tomando esto como un mal agurio, decidieron dar media vuelta y regresar cada uno a su correspondiente hogar.
Una vez en casa, Edmundo meditando en soledad, pensó que aquel pequeño incidente que casi se cobra la vida de su querida Rosalinda, le dió a pesar del susto la adrenalina que necesitaba en su día a día. Así proyectó la idea de construir una balsa lo bastante fuerte para surcar el océano, y quizás así en su regreso, demostrar tanto a su amada como a sus semejantes, que era un hombre valiente, aventurero y de una fortaleza más allá de lo común. Esto fue pensado en una noche, y nada más despuntar el día puesto en acto, puesto que a partir de entonces se afanó en su tarea de construir una barca lo suficientemente resistente para darse una larga vuelta por el océano, y regresar como si tal cosa a su punto de partida. A Rosalinda, dicho sea de paso, esta idea no le agradaba demasiado, pero viendo que Edmundo era tan feliz en este proyecto, decidió no amargarle sus aspiraciones con preocupaciones femeninas.
Al tiempo la barca estuvo acabada, y sin pensárselo dos veces, justo al día siguiente se puso en camino despidiéndose de su amada sin mirar atrás, mas con la promesa de su regreso. En esta aventura marina, trancurrieron primero días, luego semanas y finalmente meses en la sola observación de una llanura infinita de agua cuyo única mutación era el desaparecer del sol para que se diera cabida a la aparición de la luna. Menos mal que Edmundo era un buen pescador, de lo contrario era probable que en esa tesitura hubiera muerto de inanición. Además, era bastante resistente en cuerpo y mente, pues a pesar de que con el transcurrir del tiempo sólo observase la agitación de las aguas marinas, esto no le frustraba en absoluto. Tan seguro estaba de que regresaría su hogar sin problema alguno.
Tras largo tiempo en el mar, sus ojos se quedaron atónitos al contemplar entre las aguas un segmento de tierra equivalente a unos cien metros que no sabría si calificar de isla. Hasta entonces pensaba por las leyendas que la única isla existente a parte de Hyure era la temible Zyure, mas ahora se encontraba que había una pequeñísima excepción a aquella ecuación con la existencia de aquel pequeño terreno limitrofe ¿Quién sabe si entonces no habría mas? Pensó, entusiasmado por la aventura que su nariz aspiró con deleite. Acto seguido, decidió desembarcar en aquel lugar aparentemente desierto, y una vez que se hubo asegurado de que la barca se encontraba bien estacionada y sujeta, se puso a investigar entre los arboles tropicales y las palmeras.
Y cuando ya pensaba que allí no había mas que troncos caídos y algunos cocos rodando por el suelo, pudo vislumbrar una figura situada en la ladera opuesta de la pequeña islita. Al principio, pensó que aquello era una turbación de su imaginación, y que debido al tiempo que no había contemplado a un semejante, estaba alucinando. Pero, al acercarse, comprobó que era un ser humano real. Este se presentó bajo el nombre de Aziel, y le comentó que en su tiempo él también era un joven ávido de aventuras que decidió ir en busca de las mismas, pero que debido a un pequeño despiste al construir su barca, terminó perdiendo el control de la misma y acabó engullido por el impetú del océano. Se daba por muerto hasta que un día repentinamente despertó en aquella isla sin nombre, y desde entonces estaba ahí esperando que un compañero de aventuras con mejor suerte le llevara hasta Hyure, o si tenía todavía mas suerte, se animase a emprender con él una última aventura en el mar.
Dos cosas extrañaron bastante a Edmundo de todo aquello, lo primero era que no le sonaba que en la isla habitara ningún hombre bajo aquel nombre, mas es bien cierto que había pasado mucho de aquello que contaba, puesto que mostraba el aspecto demacrado de la vejez y de la privación de los recursos más básicos, y en segundo lugar, también le extraño que tuviera la piel tan blanca habitando en climas tan adversos para la conservación de la blancura de la piel. Además, Aziel tenía unos cabellos rubios y escaso vello por el cuerpo a pesar de su vejez. Jamás había conocido a nadie así, todos sus congeneres eran morenos y los ancianos portaban consigo cabellos grises, no era posible que existiera alguien semejante como aquel que tenía delante.
No obstante, teniendo en cuenta lo que le contaba y el aspecto que tenía, sintió una mezcla de compasión y de comprensión ante la situación de quién ya consideraba un amigo. Y como todavía se encontraba con ganas de aventuras, le indicó donde se situaba su barca y ambos siguieron adelante en aquella extensión de agua que parecía no comprender de fin. Aziel se mostró entusiasmado, lo cual vino a revocar con idéntica emoción en Edmundo. Este último se sorprendió del claro manejo que tenía su compañero de navegación a pequeña escala, incluso llegó a preguntarse cómo teniendo aquellas habilidades no usó de los materiales que le ofrecía la isla donde se había quedado atrapado y emprender así un viaje él mismo. Pero tanto era su entusiasmo en proseguir su navegación que disipó todas aquellas cuestiones dejándolas de lado, y se puso manos a la obra en su marcha.
Pasaron mucho tiempo avanzando y avanzando por el inmenso lecho marino sin alteraciones aparentes, hasta que un día justo cuando Edmundo le estaba contando a Aziel que los descansos que se daba en aquel extraño viaje había soñado con otras vidas, algo así como si recordase vidas pasadas en sueños cuales reencarnaciones traídas de vuelta ante sus soñolientos párpados, vislumbrarón a una distancia considerable la temida isla de Zyure, y como ambos eran valientes y tenían sed de curiosidad y de querer saber mas, se acercaron precavidamente a la misma. Desde una distancia lo suficientemente segura para no ser observados, estuvieron oteando con sus miradas el perimetro de la isla, y bajo su sorpresa, aquella parecía desierta. Incluso se arriesgaron a acercarse un poco más con idéntico resultado, en aquella isla no parecía haber nadie. Sólo atestiguaba una suerte de remembranza de que anteriormente fue habitada el negro humo que parecía ascender al cielo desde unas cavidades cavernosas situadas en los montes de la misma. Finalmente, optaron por desembarcar en la terrible Zyure, y para su sorpresa, aunque encontraron extraños vestigios de que bizarros seres caminaron y habitaron tales parajes en huellas y en extraños enseres, no encontraron signo alguno de vida si no llega a ser por su misma presencia.
Como para ellos aquella isla era el término último de su plano geográfico mental, decidieron irse de ahí tremendamente decepcionados de no haber encontrado nada que animase sus aventuras, y emprendieron así el regreso a Hyure. No recordaban la ruta exacta, pues para entonces no había medidas ni fijaciones en papel de las trayectorias marítimas, pero en contraparte, tenían una intuición muy desarrollada y una comprensión del clima y del devenir marino que sobrepasaba lo humanamente posible en la actualidad, y guiándose de acuerdo a estos vestigios de la naturaleza primitiva, escogieron la dirección que consideraban la adecuada para emprender el regreso.
Sin embargo, aunque durante algunos días esta ruta les fue favorable, en uno de esos días se desató una inmensa tormenta que embraveció las aguas, provocando así que naufragaran. De hecho, Edmundo no recordaba bien lo que había ocurrido desde el inicio de la tempestad hasta la caída del barco en el lecho océanico, todo aquello se encontraba como fundido en negro y borrado de su memoria. Mas cuando la recuperó, y fue recobrando poco a poco los sentidos, se encontró nuevamente en aquella isla diminuta en la que se había encontrado a Aziel, desde su racionalidad levemente recuperada le sorprendió que todos los naufragios dieran como resultado el acabar ahí. Pero cuando se encontraba mirando al rededor para ubicarse, sintió un dolor punzante en su brazo izquierdo, y cuando aguzó su vista en esa dirección descubrió a un ser negruzco y nauseabundo devorando su brazo. Aquella entidad era algo horrible, como un ser que no estaba formado del todo, y que con unos fauces amarillentos estaba carcomiendo su brazo cual si estuviera partiendo una naranja con un cuchillo.
Entonces, al sentir el dolor, lanzó un gritó que alertó a aquel asqueroso ser de que se había despertado de su anestesia, lo que hizo que aquella cosa se avalanzase contra él. Edmundo forcejeó largo tiempo con aquella cosa que rezumaba un líquido verdoso que olía fatal, hasta que por un secreto instinto de supervivencia usó de su hueso carcomido del brazo izquierdo como arma y se lo clavó en el pecho, lo que tuvo como resultado que aquella bola negruzca informe sollozara de dolor y se desplomase sobre las finas arenas de la playa. Resultado de lo cual, fue un leve desmayo por parte de Edmundo, y cuando poco a poco volvió a recobrar el sentido, vió que tras el cadáver de aquel ser reducido había una piel humana desperdigada. Al principio pensó que su amigo había sido devorado, mas al examinarla con mayor atención, cayó en la cuenta de que aquel nauseabundo ser había provenido del interior ¡Había estado conviviendo todo aquel tiempo con aquella cosa camuflada en piel humana! Se dijo a sí mismo evidentemente aterrorizado, y sintiendo que ya no tenía ganas de más aventuras, hizo acopio de valor y de provisiones para construir una nueva barca con los materiales que le proporcionaba aquella isla para regresar así a Hyure.
Y tras un tiempo indeterminado en la construcción de su nueva barca, al final ya tenía todo dispuesto y se puso manos en marcha de cara a retornar a su hogar. Transcurrió muchísimo tiempo entre que pudo orientarse y las aguas le fueron favorables, pero cuando al fin pudo atisbar a través del horizonte la silueta de su amada isla, no pudo evitar saltar de alegría, provocando que la barca se balanceara un tanto. Se pusó tan contento que no pudo reprimir unas lágrimas de pura felicidad en la medida que cada vez estaba más cerca de Hyure. Pero, cuando ya estaba prácticamente en la linde de la costa, observó consternado que no era recibido por nadie, que todo estaba tan desierto como lo había estado Zyure cuando desembarcó con su falso amigo a sus costas. Así pues, interiormente agitado, nada más amarrar el barco, salió escapotado por las estrechas avenidas de la isla buscando a sus congeneres, y sobre todo a su amada Rosalinda.
Cuando llegó a la casa que era habitada por ella, descubrió que aún ahí no había rastro de nadie. Mas cuando hubo penetrado por la puerta que daba a su habitación, descubrió unos huesos diseminados por su revuelta cama, y llevándose las manos a la cabeza recordó el episodio en el que aquel repulsivo ser le había devorado el brazo siniestro junto a aquel otro anterior en el que vislumbró la completa ausencia en la isla de Zyure, y estremeciéndose sin remedio, comenzó a temblar reconociendo en aquellos delicados huesos a su muy querida Rosalinda. Entonces, en los azares de la desesperación, golpeando a diestro y siniestro, rompió un espejo que tenía delante, y entre sus fragmentos descubrió el rostro de un anciano en los accesos de la demencia.
Ya no podía distinguir lo que era real y lo que no, si sus deducciones eran exactas o eran muestra del declive mental en el que le había sumido el agua salubre del mar, y queriendo despertar de aquella pesadilla, cogió un segmento de aquel destrozado espejo y surcó sus venas con el mismo, dejando así que su coagulada sangre regase los huesos de su amada Rosalinda por si estos retornaban a la vida. Esa era su esperanza en tanto que su consciencia se sumía en las sombras, mas antes de que estas llegasen a su totalidad pudo ver a través de las mismas, el semblante preocupado de una anciana sobre su lecho. Y justo cuando su mente procuraba racionar sus impresiones, su luz se apagó para siempre.
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