domingo, 5 de octubre de 2025

Una malévola belleza

 

Es extraño, mas según tengo observado, los individuos que presentan carácteristicas excepcionales y que debido a ello destacan por encima de la media rara vez sobresalen en el ámbito social. Me refiero a aquellas personas que tienen un talento cuasi-innato que sin embargo rara vez es aplaudido por el vulgo, tienen una capacidad y una apertura instrospectiva tan inmensa que rara vez resultan comprendidos entre sus semejantes. Lo sorprende es que, estos últimos carentes de toda introspección y de potencialidad reflexiva, son quienes más suelen destacar entre las gentes, mientras que los genios acaban recluidos en un solipsismo de incomprensión, e incluso llegan a ser tratados como unos bobos incapaces de hacer nada de provecho. A menudo les señalan indicando que no han sido capaces de encauzar su vida, son motivo de burla y hasta de escarnio, en tanto que el vulgo se vanagloria de todos los asuntos banales que ha zanjado con la ayuda de su ignorancia.

Por lo poco que se sabe de la existencia vigil del soldado-brujo, diríamos que a este se le ha solido incluir en el grupo de estos contemplativos aparentemente inútiles para la sociedad. Tenía un mundo interior que abarcaba un universo entero, una capacidad imaginativa que lindaba con la genialidad y una agudeza intelectual que rara vez era asimilada por sus semejantes. Estas aptitudes que no podían figurar en historial laboral alguno, dieron pie a que se le señalase como un inútil incapaz de comprender los usos y costumbres sociales, a la par que se le fue inclinando al ostracismo de las mutiltudes. Esto era en la vida ordinaria, pero en el mundo onírico era capaz de las más increíbles hazañas que pudieran pensarse debido a su dominio de los elementos y de la magia negra, siendo capaz de manipular todo lo que tenía a su al rededor a su antojo. Aquello causaba tanto admiración como temor entre los seres soñadores, que le reverenciaban hasta cierto punto, mas también temblaban al pensarse victimas de un portento tan misterioso, y a las veces, caprichoso.

Movido por este impulso que rozaba con cierta azarosidad a ojos externos, en una ocasión se le observó revolviendo entre la basura, y al no encontrar ni libros ni otros objetos que le fueran de provecho, comenzó a extraer algunos materiales que no tenían nada que ver entre sí y empezó a aunarlos cual si estuviera fundiendo hierro. Largo rato transcurrió así, cogiendo una cosa y otra, tirando esto y lo otro, hasta que logró formar lo que sería un maniquí un tanto extraño. Podía advertirse, poniendo bastante imaginación en este empeño, que trataba de simular lo que sería una figura femenina, con sus curvas, ondulaciones y proporciones. Cuando ya lo hubo completado hasta el más minímo detalle, comenzó a recitar una serie de fórmulas como para sí mismo entre murmullos, lo que dió como resultado que lo que parecía un maniquí adquiriese vida, y por ende, movimiento.

Acto seguido, aquel ser resultado de los desperdicios de unos contenedores, dió en desplazarse con tal soltura que nadie hubiese advertido que era resultado de los despojos, sino que aún con su apariencia harapienta, era un robot con sus circuitos bien constituidos además de con una programación resultado del genio científico. El caso era que a partir de entonces esta figura mecanizada femenina comenzó a seguirle por todas partes como si fuera su sombra, allí donde el soldado-brujo se desplazase, ahí iba tras él aquel ser creado por su magia. Si el soldado-brujo avanzaba, así lo hacía ese milagro de la inventiva fantástica, si se detenía, se paraba en seco y esperaba a que el movimiento se reanudara. Uno podría pensar que aquel maniquí solamente se limitaba a ser una especie de mimo que venía a repetir sus movimientos como el reflejo que devuelve el espejo, pero en realidad este no se ceñía a la mera imitación corporal, sino que tenía vida propia, puesto que tenía su propia forma de desplazarse, como también que su actitud de espera no era la del automata programado, era mas bien la de una vida en suspenso con sus propios gestos predeterminados por naturaleza. No se limitaba a la mera apariencia de vida, era la vida en sí misma desarrollándose de acuerdo a un carácter fijado por el aliento de la vida.

En cierta ocasión, el soldado-brujo decidió acompañar a un amigo suyo por unos callejones cargados de chalets calcinados por lo que fue un incendio motivado por un mago iracundo que antes habitaba la zona, y como no, el maniquí robótico fue en su compañía como siempre acostumbraba. El motivo de tal expedición no era otro que el de ver si eran capaces de entrar en la casa calcinada de su amigo, el cual hacía años que no entraba en la misma. Con cierta inventiva fueron capaces de atravesar el umbral de la puerta principal, y una vez ahí se sobrecogieron al comprobar que mientras la parte exterior de la casa mostraba las señales que suelen acompañar al abandono de una casa completamente carbonizada, en el interior estaba todo impoluto cual si no hubiera pasado nada, a excepción del polvo que atestiguaba que aquel lugar había sido abandonado hace ya unos cuantos años, lo restante permanecía idéntico y en su sitio como si los dueños hubieran salido a hacer las compras hace poco. Obviamente, ni el soldado-brujo ni su compañero se esperaban algo semejante, y si no llega a ser porque el maniquí animado se quedase esperando en el exterior -se desconocía la razón de por qué cuando el soldado-brujo entraba a cualesquiera lugar esta permaneciese esperando fuera del mismo- ella tampoco se lo hubiese creído.

Fueron inspeccionando habitación por habitación, sala tras sala, no dejando recoveco alguno ni resquicio donde estos no asomasen sus perplejas cabezas ni pisasen sus cuidadosos pies en esta investigación profunda del hogar. En un principio se ciñieron a buscar entre las estancias más apartadas, pero en cuanto llegaron al salón principal, el compañero del soldado-brujo no pudo reprimir un sollozo que pugnaba por salir cuando contempló que los regalos que jamás abrió -pues el incendio se ocasionó un día antes del Festejo de los presentes- y que le recordaron a su normalidad perdida por la ira de un hechicero depravado. Cuando, completamente derrotado por el impacto de la remembranza, quedándose en cuclillas ante los envoltorios de los regalos, ya no pudo reprimir las lágrimas que acudieron en profusión por sus anegadas mejillas. Pero su mezcla de tristeza y nostalgia fue aún mayor cuando comprobó desenvolviendo uno de los regalos cual era el presente que su padre ya fallecido esperaba que recibiese su primogénito. Se trata de una simple pelota, mas una pelota cargada de significado por el desastre acontecido y por la ausencia de un padre que jamás vería a su hijo alegrarse por su regalo. Esta escena no pudo evitar conmover al soldado-brujo, el cual decidió retirarse de la casa para dejar que su amigo pugnase en soledad e intimidad por las emociones que otorgan los recuerdos.

Ya en el exterior, pudo vislumbrar ante sus ojos algo vidriosos debido a la escena anterior que algunas gotas que anunciaban una lluvia inminente, lo que le alarmó visiblemente ya que si alguna vulnerabilidad tenía el maniquí que él mismo había formado, era el contacto directo con el agua. Así, pues, comenzó a correr en su compañía en dirección opuesta para comprobar si era capaz de encontrar un cobijo adecuado antes de que el agua minase la figura de aquel portento de la magia. Pero, según avanzaba en su carrera, sus esfuerzos se mostraban inútiles en tanto que el agua caía cada vez con una mayor profusión. Los cielos se oscurecían anunciando una inevitable tormenta, mientras que la lluvía caía como un millar de agujas afiladas que pretendían echar al traste su experimento. El maniquí parecía que se derretía al contacto con tal cantidad se agua, emborronándose sus formas cual si esta hubiera sido formada a partir de barro o cartón. Así, pues, no le quedó otra al solado-brujo que recitar los conjuros que le darían la liberación definitiva a ese ser que él mismo había creado a partir de la basura. Y en tanto que esto recitaba aún siendo cegado por las afiladas gotas de lluvía y sus oídos eran ensordecidos por los truenos que retumbaban en la distancia, la figura que antes era un compuesto de basura bien constituida y aunada entre sí, fue vertiéndose por partes en blanca piel y en aúreos cabellos hasta que llegó un punto en el que su cuerpo al completo se metamorfoseó en una hermosa joven excenta de los ropajes que exige el decoro. Resultado de lo cual, el soldado-brujo le lanzó su raída capa para que se cubriera mientras huía de un enemigo desconocido. Finalmente, la hermosa dama, se lanzó a una carrera tan enfebrecida que terminó por desaparecer entre los arbustos y los arboles que tenían poco más adelante. Y aunque el soldado-brujo intentó alcanzarla, se le hizo imposible.

De repente, se encontró en un campo desierto si no llega a ser por la gran cantidad de hierba virgen que estaba bajo sus pies, y hasta la lluvía pareció detenerse con la huída de las nubes, mostrando así un panórama despejado aún con la inminencia de la llegada de la noche. Desconcertado, el soldado-brujo se detuvo en seco, inspeccionando a un lado y a otro por si lograba cerciorarse de dónde se encontraba. Sin previo aviso, aparecieron dos divinidades esféricas que recibían los nombres de Mamoptle y Mamaptla por aquellos lares, y que chocando entre sí como unas bolas enfebrecidas por el delirio, se lanzaron en dirección al soldado-brujo con saña y celo, dispuestas a entrar en combate con aquellos que no las rendían el debido culto. Y como el soldado-brujo era de aquellos que miraban con desconfianza a aquellos poligotas dioses que con su arrogancia y desparpajo buscaban que sus fieles les lamiesen los pies por su auto-proclamada divinidad, no era de extrañas que las divinidades esféricas que le acometieran con furia. Un buen rato duró este combate en el que el soldado-brujo era lanzado por los aires debido a los placajes que estas pelotas sagradas le conferían, mas debido a su dominio de la magia negra y del vacío, finalmente logró mandarlas allí donde estas provenían, que no era otro lugar que no fueran las sombras de la ignominia.

Una vez que estas quedaron reducidas al ámbito de lo ignoto, una tercera divinidad se presentó ante el soldado-brujo que permanecía sentado en el suelo como si hubiera finalizado un picnic. Esta recibía el nombre de Hiplotep, y tenía una forma de cubo, que con su resplandor azul cegaba a todo aquel que dirigiese su mirada en su dirección. Tan arrogante era que pensaba que el ocasionar susodicho resplandor en los presentes cegando así su visión, le otorgaba del suficiente estatuto para que se le considerase un dios. Sin embargo, esta no acudía con intenciones hostiles, se limitó a rendir un cortés aplauso al soldado-brujo por su hazaña, indicándole que gracias a lograr que las divinidades esféricas regresaran de ahí de dónde estas habían surgido, ella tenía mas posibilidades de que más seguidores fueran en seguimiento de su estela. Por un momento, el soldado-brujo apretó su puño con insensatas ganas de mandarla a ella también a ese lugar, pero quizás debido a la melancolía que le produjo que el maniquí convertido en una bella doncella huyese de ahí, se limitó a asentir con una sárdonica sonrisa y dejó que la divinidad cubo se fuera de ahí complacida en su gredo inventado.

Cierto tiempo después, el soldado-brujo fue perseguido por un militar de la zona que mandando por un declarado enemigo suyo buscaba pistas sobre él por todo el mundo onírico. Y como advertí en las primeras líneas de este escrito sobre la instrospectiva genialidad del soldado-brujo, este no se iba a dejar alcanzar tan facilmente. Así que se transformó en un joven recluta que acompañó al militar en sus indagaciones en tanto que este era ignorante de que se encontraba ante su mismo objetivo. Riéndose hacía sus adentros de la escasa sagacidad del militar, el soldado-brujo acompañó a este tranformado en un aleatorio ayudante mientras el militar no notó nada extraño en ello. Se desplazaban de una zona a otra con evidente perplejidad del militar que no entendía como este soldado-brujo era tan agudo para pasar inadvertido durante tantísimo tiempo, siendo certero por lo menos para sus informes que desde hacía poco se encontraba precisamente por aquella zona.

Y fue en el transcurso de estas indagaciones cuando el soldado-brujo siendo la apariencia del joven recluta localizó a la que había sido su maniquí, y que ahora era una joven tan hermosa y vivaracha como sus cabellos rubicundos al ser movidos por el viento. Aquello provocó que su corazón dejase de latir durante unos instantes, lo que casi le delató ante la mirada indagadora del ciego militar. Pensó que quizás ya era hora de dejar atrás esta parodia, y cuando se hubieron distanciado de la bella muchacha, reveló su forma ante el desconcertado militar, el cual no tuvo demasiado tiempo para reaccionar, no pudo ni alzar su arma cuando fue repentinamente decapitado por el sombrío filo del soldado-brujo. Todavía su cuello cercenado daba rienda suelta con el riego de su sangre cuando el causante del mismo ya se desplazaba en dirección contraria, retrocediendo allí dónde había encontrado a su anterior creación ya humanizada en aquella esplendorosa pintura viva.

Esta le reconoció de inmediato, y aunque titubeando al principio, no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando sus nervios fueron sofocados, y mas aún sonrió cuando vislumbró la sangre del militar en el semblante del soldado-brujo. Sin proferir palabra alguna, alzó el dedo índice en dirección a su rostro, y con una exclamación de regocijo, se llevó la sangre reciente a sus labios. Cuando la saboreó, no pudo reprimir una inocente risotada de regocijo, elevándose así sus rubios cabellos debido a la emoción. Repitió ese mismo movimiento, y en esta ocasión, tras degustar con deleite aquella sangre que debía de saber como el oxído, no pudo evitar danzar al rededor del soldado-brujo con evidente alegría. Sus movimientos danzarines se daban de tal manera que probaba algo de sangre para instantes después bailar evidentemente contenta. Tan feliz se encontraba degustando aquel líquido sanguiolento que se lanzó para besar al soldado-brujo no tanto por amor como para mostrarle la alegría que le producía sentir en sus labios la sangre reciente, y que además, esta se había producido gracias al desenfreno que le pertenecía con entera exclusividad a él.

Cuando ella le tomó de la mano para que caminasen juntos, justo en ese momento y no antes aún con el espectáculo del baile sangriento, concretamente con el contacto de su gélida mano, cuando se dió cuenta de que si bien había creado a una hermosa joven que aparentaba inocencia y virginidad, también había formado en la profundidad de su níveo seno lo que era la maldad en sí misma. Parecía que la belleza de la que era dotada su impoluto semblante y la armonía de sus formas femeninas se había aunado con exquisita consonancia con el mal absoluto, cual una exquisita melodía era acompañada por el estruendo de los tímbales. Aquello pensó nada mas recibir el helado contacto de su pálida mano, mas poco le importó. Quizás  también pensó que era inevitable que lo esplendoroso conviviera con la negrura en este ambivalente mundo, y que al igual que el alma humana se encuentra acosada por sus propios pecados y una capacidad de salvación, así también debía ocurrir con la hermosura que escondía tras el repentino esplendor un cúmulo de despiadadas sombras que espantarían al demonio mismo.

Así, cogidos de la mano como si fueran amantes que hubieran sido pillados in fraganti durante sus secretas confidencias amorosas, ambos se alzaron en un desatado vuelo en frenesí por el crepúsculo del mundo de los sueños, elevándose a unas alturas que probablemente se dirigían a los palacios que se encuentran en la luna.


sábado, 27 de septiembre de 2025

El experimiento de la existencia

 Cuando me sentía descorazonado o confuso respecto a los asuntos de la vida, siempre salía a la calle para contemplar las estrellas. En estos paseos nocturnos pensaba en torno a innumerables cosas hasta el punto de replantearme mi existencia. Mirando en dirección hacía esos luceros celestes me preguntaba: "¿Tiene todo esto algún tipo de sentido? ¿Por qué existo? ¿Y para qué habré nacido?" Ya sabéis, ese tipo de preguntas que a mi modo de ver todo el mundo se hace en algún momento. Mentras así me interrogaba a mí mismo, otras veces salía de mi interior para plegarme ante lo que tenía frente a mis ojos, y me daba cuenta de que el panorama del cielo nocturno era cada noche muy distinto de la siguiente. Si bien es cierto que el haz estelar que nos rodea va evolucionando en la medida que avanza la noche, este era radicalmente diferente de un día para otro. A veces me daba la sensación de que las estrellas se encontraban muy lejanas y distanciadas entre sí, otras veces parecían estar tan cerca que uno creía tocarlas, y en algunas otras ocasiones el parpadeo de esta nos sumía en las sombras cuando se detenía, haciendo que me replanteara si todo lo que me rodeaba era efectivamente real, o el sueño de algún dios que se encontraba en una galaxia lejana.

Sin embargo, el verdadero punto de inflexión para mí llegó en un aciago atardecer en el que me encontraba esperando en una estación de autobuses a una persona muy especial para mí. Cuando recorría sus largos pasillos, los vagones donde estos descargaban a los pasajeros y las ventanillas de información, una especie de densidad me presionaba el cráneo como si algún tipo de entidad buscara aplastarlo. Lo curioso era que esto sólo ocurría cuando andaba por la zona exterior de la estación, allí donde antes estacionaban los autobuses. Digo antes porque ahora esta se encontraba prácticamente desierta, a excepción de un par de autobuses oscuros y vacíos que se encontraban aparcados a gran distancia. Obviamente, debido al insistente dolor de cabeza, opté por mantenerme lo más cerca de la estación que me era posible sin internarme del todo. Al menos ahí, y a pesar de la luz flusforeciente que recorría su interior, aquella densidad mental parecía calmarse por momentos.

Mas, aún así, observaba a ratos como una especie de distorsión en mi campo de visión, cual si lo que veía se deshiciera en una especie de hebras que iban quebrándose y que iban deformándose en la medida que procuraba acentuar mi vista. No sabría cómo explicarlo mejor, pero era algo así como si las imagenes que percibía con mis ojos, se transmutasen ante mi mirada perpleja en una especie de mareo que no terminaba de culminar hasta el desmayo. Incluso la gente que en ese momento me rodeaba, parecían sombras dispersas que se desplazaban de aquí para allá sin una razón aparente. Creía reconocer a algunas de ellas, y estas me saludaban, se acercaban para parlotear en torno a asuntos triviales. Esto pareció calmarme durante un rato, pero al poco volvían a acometerme aquellos extraños mareos, aunque esta vez acompañados por una vibración persistente que taponó mis oídos a cualquier ruido que proviniera del exterior.

Justo cuando decidí sentarme en uno de los bancos de hierro barato que se encontraban ya en el interior de la estación, empezaron a acudir un montón de hombres uniformados y adornados con pesados cascos, que nos apuntaban a todos con sus rifles y escopetas avanzadas, hacinándondos de una esquina a otra. Finalmente, increpándonos y empujando con violencia, nos encaminaron allí donde estos querían. Lo cual vino a ser un inmenso tren donde siguiendo un orden aparentemente aleatorio nos fueron internando hasta el punto de llenar todos los vagones de semblantes consternados y confusos, algunos miraban al suelo, otros contenían los sollozos, y los menos reían quizás sintiendo lo caprichoso de su situación, mas a todos nos recorría un malestar interno que nos era común.

Sin saber qué hacer, decidí recorrer todo el tren como podía, me desplacé apartando a la gente de mi camino como quién aparta de sí las ramas que le impiden internarse en el bosque, fue ahí cuando descubrí los mas diversos rostros que a pesar de la multiplicidad de sus emociones todos apuntaban a una misma perplejidad. Así, pues, cuando llegué a uno de los penúltimos vagones allí me senté en el suelo, cruzando piernas y brazos quedándome ensimismado. Y en tanto que permanecía en esta postura, el tren comenzó a desplazarse con premura hacía una dirección que he de reconocer que desconocía por completo. No sé por qué, pero en algún momento del viaje me levanté como animado por un extraño resorte, y mirando en dirección a un hombre que aparentaba ser un mendigo por los andrajos que portaba consigo, este me sonrió con una curiosa elocuencia, y acto seguido, desvió su mirada a una puerta que parecía medio rota, que se tambaleaba con el impetú del viento.

Sin pensármelo dos veces, manipulé aquella puerta averiada con mis propias manos hasta que logré desencajarla por completo, y cuando así lo hice, nos hallabamos en una zona bastante elevada en la que crecía la hierba fresca. No queriendo permanecer en cautividad de aquellos hombres uniformados de negro que parecían militares, me lancé en redondo hacía los derroteros de la espesura. Aquella apariencia de suavidad de la hierba siendo ondeada por el viento me engañó, pues debajo de la misma no sólo había tierra, sino duras piedras que me hirieron lo indecible, provocando que mi caída se asemejara más a las últimas imagenes vislumbradas por el suicida que se lanza desde un edificio que a un desplazamiento en forma de churro por la verdura de la hierba. Al principio, observé un montón de colores interpuestos entre sí que hacían imposible todo discernimiento respecto a lo que me rodeaba, pero llegó un momento en el que toda aquella profusión colorida se agotó hasta que se convirtió en una negrura completa. Es decir, me desmayé.

Cuando me desperté me encontraba en una especie de pueblo que me hubiera atrevido a calificar de abandonado si no hubiera visto a algunas gentes que como setas dispersas pululaban aquí y allá, algunos de los cuales se asomaban evidentemente perplejos por mi presencia ahí. Dicho sea de paso, no tenía el mejor de los aspectos en ese momento, pues la caída en forma de croqueta había provocado que mi ropa terminará adoptando un aspecto de andrajoso y de indigente, tanto por las roturas como por la sangre que salían de las mismas. Además, como ya era de día debido a que probablemente permanecí desmayado largas horas, mi semblante mostraba una evidente mueca de confusión al no comprender qué había pasado. Una vez que hube recuperado al menos la mitad de mi consciencia, levantándome como pude a pesar de la cojera de la pierna izquierda, algunas personas se acercaron a mí para interrogarme acerca de quién era, lo cual una vez satisfecho provocó que yo les preguntará a su vez quienes eran ellos y donde me encontraba.

Me comentaron que ellos tampoco lo sabían a ciencia cierta, que fueron arrastrados hasta ahí desde una zona remota por un séquito de hombres uniformados que se habían establecido en una base que ocupaba la parte central de la población. Señalándome con dedo tembloroso donde esta se ubicaba, nos desplazamos con tiento hacía la misma, escondiéndonos entre los arbustos y los brezales que la rodeaban. Pude comprobar que estos se encontraban sumidos en una cavidad, recorriendo sus al rededores con sus armas al hombro, y que la parte central de la misma era una especie de cúmula negra que por su textura bien podría haber sido de plástico. Creímos que uno de ellos sospechaba sobre nuestra cercanía, así que nos escapamos de allí a todo correr, situándonos en una zona del poblado lo más lejana posible.

Una vez ahí intercambiamos impresiones, no sacando nada en claro al final. Así que mientras unos se quedaban escondidos parlamentando para intentar hallar una explicación ante nuestra situación, algunos de nosotros nos alejamos del poblado encontrando otro prácticamente idéntico pocos kilometros mas hacía el noreste desde nuestro punto de partida. No obstante, la radical diferencia entre uno y otro poblado era que a pesar de mantener una estructura y una organización semejante respecto al anterior, este se encontraba en evidente estado de abandono. De hecho, tan abandonado estaba que aunque lo recorrimos a conciencia, no encontramos alma alguna, ni siquiera en pena que era como nos sentíamos nosotros. Quizás otra diferencia notable a reseñar era que en esta zona no se encontraba base militar alguna, y que a lo sumo se atisbaba lo que había sido una cúpula completamente quebrada y hundida en uno de los montículos de hierba verde aledaños. Pero, pese a que lo inspeccionamos con tesón, no terminamos de sacar nada en claro.

Nuestra investigación fue bastante infructuosa hasta que encontramos una pequeña cavidad en la que con tiento logramos introducirnos algunos de nosotros, mientras que los otros restantes permanecían en el exterior por si tenían que avisar sobre cualquier cosa que sucediera lejos del alcance de nuestra vista. Allí, en lo que aparentaba ser una gruta cavernosa labrada artificialmente -es decir, por la mano del hombre- vimos un montón de compartimentos repletos de los mismos uniformes, cascos, armas, complementos e indumentaria general que portaban aquellos que nos movilizaban donde gustaban. Una vez que inspeccionamos toda la zona y sus objetos, personalmente me quedé con la sensación de que todo aquello no terminaba ahí. A saber, que todo lo que acababamos de descubrir no suponía ni un uno por ciento de todo aquello que se ocultaba ante nuestros ingenuos e ignorantes ojos. Así que, debido a esta sensación que me carcomía, decidí investigar en profundidad toda la zona exterior en la medida en la que todavía aprovechar la presencia de la luz.

Al final, encontré algo cuanto menos extraño, y era que lo que parecía una especie de musgo desordenado que crecía encima de una placa de hierro oxidado que se asemejaba a una especie de alcantarilla, se podía desplazar en forma circular si uno apretaba con tesón. Y así fue como descubrí, ante la perpleja mirada de los pocos que me acompañaban y que aún no habían desistido de encontrar respuestas, un profundo tunel oculto por esta cavidad musgosa que hacía de pasillo descendente hacia las sombras. Por suerte, había un interruptor en el comienzo del mismo que con su luz artificial azulada nos permitió poder internarnos con ayuda de su guía lumínica. No sé cuanto tiempo pasamos descendiendo aquel pasillo que parecía no comprender de fin. Estábamos evidentemente temerosos ante lo que podíamos encontrar, pero la curiosidad y el deseo de saber se sobrepuso al miedo, y así fue como llegamos a una amplia sala que debido a una apertura a la luz natural adornada por el resplandor que surgía de una cascada, ya no necesitabamos de la luz azulenca que nos acompañó hasta entonces.

Allí encontramos un montón de objetos dispersos entre un mobiliario anticuado, que aceptaba con naturalidad la pátina del tiempo debido a tono verdoso de humedad que todo lo cercaba. Debido al estado un poco desastroso de algunos de los objetos que vímos, atestiguamos que todas aquellas cosas habían sido utilizadas por otras personas con anterioridad. Había todo tipo de objetos, desde libros bien encuadernados que resistían el ambiente adverso hasta papeles que resultaban prácticamente ilegibles debido a la negrura del moho, también había ropas tanto de civiles como de militares, pero sobre todo un montón de mochilas y de maletas, algunas de las cuales con rastros de suciedad y de barro, y que estaban apiladas siguiendo un orden que permitían observarlas sin requerir de apartar unas de las otras.

Tras inspeccionar algunos de estos enseres, me detuve a indagar en particular una de las mochilas que mostraba un aspecto infantil debido a la gran cantidad de colores con lo que era adornada, y abriéndola, saqué gran cantidad de cuadernos, papeles, objetos que me costaba en ese momento identificar y una cartera de cuero sintético. Todo iba con normalidad en esta inspección hasta que encontré un documento de identificación que estaba incrustado entre tantos otros debido al tiempo que parecía haber pasado desde que nadie se atrevía a tocar esta cartera abandonada. Este documento en forma de tarjeta era todo lo normal que podía pensarse hasta que contemplé la foto que se encontraba en la esquina inferior derecha del mismo, aquel hombre... Rectifico, aquel ser que se asemejaba a lo que era un hombre, tenía unos ojos azulados y de inmensos párpados en lo que sería nuestra mitad de la frente, a la par que su boca era mucho más grande de lo normal, adornada por unos dientes amarillentos que discurrían de forma ordenada por su boca, como también una orejas que estaban donde debieran encontrarse unas sienes despejadas... En fin, aquella entidad era de una deformidad inusitada a pesar de que teníamos bastantes rasgos comunes. Sobre todo me pertubó su mirada, la cual connotaba una especie de dispersión mental que lindaba con algún tipo de disfunción de tipo intelectual, mas a pesar de ello, su extendida pupila pareció clavarse en mi alma como si me acusase de haber descubierto algo que jamás debí de haber visto.

A nada estuve de caerme al suelo, acusado por un vértigo que sobrepasaba todas las funciones racionales de las que se encuentra dotado el ser humano, cuando el gritó de uno de mis congeneres me despertó de mi abatimiento existencial. Esto se debió a que este, adelántandose respecto a nosotros en nuestra inspección del lugar, llegó a una despejada y amplia mesa de lo que aparentaba ser un roble teñido de negro, encontrando en el centro de la misma un documento que trastonó su sentido de la realidad y hasta su juicio mismo. Cuando llegamos hasta su posición, sin decirnos qué era aquello que había provocado su repentina excitación, se limitó a señalar el documento que fue la causa. Y ahí fue dónde leí lo siguiente en tanto que mis manos temblaban y mis dientes castañeaban en la medida que iba avanzando en su lectura:

"Informe sobre la colonización de C3967D. Resultado satisfactorio, los genes humanos han sido insertados con éxito y han crecido sin problema, a excepción de algunas deformaciones debido al ambiente que procuraremos paliar. Tras un total de ocho intentos, logramos reconducirlas a su estado originario y armonioso, y desde una perspectiva introspectiva, los sujetos se consideran los primeros habitantes del planeta número 154 de tantos otros que estamos investigando para comprobar su adaptabilidad a nuestro organismo. Además, también es digno de reseñar..."

A partir de aquí este documento resultaba ilegible debido a su estado lamentable, a la par que poco antes de terminar había una serie de cifras intercaladas con unos símbolos que nos eran imposibles de descifrar. Mas, a pesar de ello, entendimos la esencia del mensaje. Es decir, este nuestro mundo no era la tierra que creíamos conocer, sino un tal planeta que recibía esa categorización númerica tan extraña e imposible de identificar para nosotros. Todos éramos resultado de un experimento que recibía el número de ciento y pico de a saber cuantos otros que se estarían realizando en este mismo momento, a saber, que todo lo que pensábamos que sabíamos eran en verdad conocimientos que se nos habían implantado en la mente por no sé cuales procesos. Me sentía como una bactería insertada en una probeta, pero que en vez de encontrarse en el estrecho receptáculo de un laboratorio estaba flotando por la sombría inmensidad de un universo que me era hostil y desconocido... Y si esto es así, ¿En qué estriba mi vida? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene que siga viviendo, o que me muera ahora repentinamente tras esta impresión? ¿Qué clase de juego era este al que me sometía ese dios desconocido que habita más allá del inmenso agujero negro que se encuentra justo en la mitad del universo...?

domingo, 14 de septiembre de 2025

Una investigación simulada

 A lo largo de mi carrera como investigador privado dentro del mundo onírico jamás me he encontrado con un caso semejante por lo paradójico de su supuesta resolución. Es cierto que por estos lares soñados ocurren los hechos más fantásticos y los acontecimientos más extraños, pero aún así este caso acaecido hacía poco me impresionó profundamente, hasta tal punto que he llegado a interrogarme acerca de mi propio oficio, a si este me llega a algún puerto o es simplemente una simulación de algo que ya ha sido dado antes de cualesquiera transcurso temporal.

Pero antes de entrar en el particular, quisiera que el lector reflexionase sobre la degradación moral. No sobre si en la naturaleza humana prepondera un elemento bondadoso o uno de índole maligno, sino sobre si esta última tendencia puede sobrepasar hasta tal grado la primera que pareciera que esta prácticamente desapareciera. A saber, lo que me carcome por dentro es si puede llegar un punto en el que nuestra tendencia hacia el bien no fuera del todo exacta a como atestiguan los antiguos, y por ende, una persona por cualesquiera circunstancias puede llegar a expulsar de sí todo atisbo de bondad para sumirse en las sombras de lo ignoto. En un caso así, ocurriría en el terreno de la moral lo que pasaría en el estado de pudrefacción de los muertos, es decir que cada rincón de nuestro ser moral terminaría paulatinamente devorado por los gusanos.

Una vez puesta esta duda ante la mesa paso a narrar los antedecentes de lo que me ocupa de cara a que uno se vaya haciendo a la idea de a lo que me refiero. Había un hombre llamado Oliver que resultaba ser un ejemplar cuanto menos curioso, o en un sentido estricto, un ser completamente degenerado y tendente a la infamia. Y aunque no está bien juzgar por las apariencias, su aspecto externo ya atestiguaba el mal que habitaba en su interior. Este tenía un aspecto desaliñado, unos cabellos revueltos en desorden, portaba siempre una ropa sucia y desgarrada, y su piel parecía barnizada por porquería procedente de diversos lugares. Es decir, tenía las pintas de todo un mendigo, mas no de esos mendigos que debido a su desgraciada vida se han quedado en una situación en la que se merecen compasión y auxilio, pues sus ojos atestiguaban una furia y una locura degenerada que sobrepasaba cualesquiera espectativas prejuiciosas debido a su aspecto. Esa mirada cargada de delirio y de saña furibunda no dejaba indiferente a nadie.

Pero mas allá de su aspecto, sus actos y hechos hablaban bastante de sí mismo, pues se sabía que este cometía asesinados a diario, y aunque nunca cometió una agresión física a una mujer, estas se sentían bastante incómodas respecto a sus burlas, insultos y obscenas gesticulaciones. Se diría que Oliver disfrutaba desconcertando a la gente, pues unas veces se quedaba encerrado en un extraño mutismo del que sólo le sacaba una suerte de agitación interna que se materializaba en un violento espasmo que en ocasiones se desarrollaba en forma de puñalada, de agresión física, o en el mejor de los casos, de atentado contra la decencia. Nadie sabía a ciencia cierta si Oliver siempre fue así, o fue un desarrollo que se fue dando poco a poco, el caso es que todos coincidían que era un claro ejemplo de degeneración.

Uno de los patrones que mas se repetían en él, es que a las veces se desnudaba repentinamente ante los atónitos ojos de sus semejantes, se desgarraba su ya de por si ajado atuendo, e iba brincando de un lado a otro como Dios le trajo al mundo. Esto, además de incomodar, provocaba sudores fríos a la gente, porque se sabía con entera seguridad de que tras este acceso de espontáneo nudismo iba a cometer algún atroz acto como el asesinar a alguien aleatoriamente en la calle, o al menos agredir a una persona con la violencia más inusitada. A este respecto, el caso mas suave que se ha reportado cuando se hallaba en aquellos accesos, fue el de agarrar una pesada roca para romper la ventana de una casa, lo cual le dió cabida a su interior donde se introdujo asestando puñetazos y empujones a todos los presentes.

Para evitar darles demasiadas vueltas al asunto, iré al grano: Oliver apareció muerto en una acera allende a su hogar, y por las marcas que mostraba el cadáver había sido claramente asesinado. Su piel mostraba bastantes señales que indicaban que había sido acuchillado, y las magulladuras de su cuerpo, que fue atropellado por un tipo de vehiculo. Sus escasos seres queridos se mostraron conmocionados, sobre todo su mujer y su hijo. Y he aquí otro punto curioso, sí este ser degenerado tenía familia. Por lo visto, eran las dos únicas personas que recibían un trato mas o menos decente de este loco, aunque teniendo en cuenta su historial nadie se lo explicaba. Ambos, mujer e hijo, vestían en semejanza al padre, una era una rubia desgreñada de prominente nariz que a las veces aparecía semidesnuda ante los perplejos ojos de los mirones, y la criatura era espejo a tamaño reducido de su padre pero con un estilo de pelo quizás mas afro.

El caso fue que me mandaron a mí investigar la muerte del loco de Oliver, e insistieron en que fuera en compañía de su hijo debido a que este tenía derecho a saber lo que había pasado para comunicarselo a su madre. Yo, obviamente obedecí sin rechistar las indicaciones de mi superior, aunque interiormente lo hacía con desgana. Tenía una suerte de confrontación interna en tanto que pensaba que si bien era mi deber como investigador el ocuparme de los casos que se me asignasen independientemente de quién fuera el sujeto, en esta ocasión pensaba para mis adentros que Oliver merecía estar muerto debido a los constantes crimenes de los que era el principal perpretador. Además, también era un caso complejo porque ¿Quién no querría matar a este loco como venganza tanto personal como colectiva para librar a la sociedad de un sujeto semejante? Cualquiera podría ser, desde un padre de familia preocupado por el bienestar de su prole como un anciano cuyo nieto había sido asesinado por las andanzas de ese desquiciado.

Pero bueno, digamos que no me quedó otra que ejercer con la mayor ética mi profesión y ponerme manos a la obra. Lo primero que hice fue investigar los alrededores más inmediatos al hallazgo del cuerpo, busqué pistas materiales en primera instancia y después hice tanto igual con las inmateriales preguntando a los vecinos de la zona. Esta primera fase de la investigación no me dió muy buenos resultados, así que fue aumentando el perimetro de la zona para ver si así llegaba a algunas conclusiones, aunque fueran aproximadas. Entre tanto, iba en compañía de aquel desdichado infante que no se separaba de mí mientras que iba dando saltos y carreras de un lado para otro. Me desconcertaba que actuase en semejanza a su padre pero en pequeña escala, obviamente no mataba -aún- a personas, pero si agredía a otros niños injustificadamente, maltrataba a los animales y otros pequeños seres, e incluso -y lo que más me sorprendía- era que se arrancaba sus sucias ropas como lo hacía su padre, quedándose desnudo de cintura para arriba en tanto que perpetraba sus escaramuzas y demás actos impulsivos.

En tanto que lidiaba con estas interrupciones, a veces me detenía en mirar al cielo desconcertado para observar una especie de nave que se desplazaba al rededor del mundo onírico por aquellos tiempos. Por lo visto, se trataba de una estructura que registraba los acontecimientos mas importantes de los parajes soñados durante esa semana ¿Por qué era así? No lo sabría decir con certeza, en verdad no estaba muy puesto en cuestiones tecnológicas, y menos en gubernamentales. Cuando me quedaba así anodadado contemplando su trayectoria, el chichuelo me zarandeaba la mano para que prosiguiera la investigación de la muerte de su padre. Poco me faltó para soltarle una buena zurra a aquel niñato pretencioso, ya bastante que estuviera con un caso que me desagradaba y que tanta pereza me daba, pero que encima un piojo me impulsara a proseguir, aquello ya era el colmo. Mas, guardo cierta postura profesional, me limitaba a mirarle con una furia contenida, y respirando hondo, proseguía con la dichosa investigación.


Cada vez tenía que aumentar más el rango de investigación debido a que las pistas eran bastante escasas por no decir prácticamente nímias. A cada persona que preguntaba si sabía algo acerca del caso, me respondía con una sonrisa contenida que mostraba su satisfacción por la muerte de aquel hombre. Hubo algunos, incluso, que no tenían ese decoro y mostraban a las claras que se alegraban de que hubiera muerto. En mi fuero interno no podía dejar de compartir su regocijo, mas por otro lado había una duda latente en mí que me impulsaba a pensar si estaba bien todo aquello de alegrarse de la muerte de un semejante por mucho que este fuera un loco degenerado, e incluso, me preguntaba también si todos nosotros en mayor o en menor medida también éramos algo degenerados por alegrarnos por algo así.

Mas no podía detenerme en estas discusiones morales que ya posteriormente a la investigación asenté, pues tenía que proseguir investigando. Tras recoger testimonios de cara a recabar datos, me interné en los bosques cercanos a la comarca, buscando pistas que dieran cuenta de los accidentes de un asesinato semejante. Normalmente los asesinos no son tan listos como estos se consideran a sí mismos, siempre dejan algún tipo de pista que los delata, alguna vez ha ocurrido que cuando se trata de un criminal poco experimentado llega a dejar tirada el arma homicida a pocos metros del cadáver. Pero lamentablemente, este no era un caso así, ya que por mucho que registrara no lograba encontrar nada determinante, a excepción de que todo el mundo podría haber sido sospechoso -inclusive yo mismo- por alegrarse de la muerte de este hombre. Y en cuanto a pistas de índole material que fueran contundentes, de eso no había nada por lado alguno.

Ya en los limites de la desesperación debido a no encontrar nada concluyente, fuí internándome todavía más en la espesura en la compañía del niño saltarín, llegué hasta tales profundidades que encontré a la nave que tantas veces había captado mi atención completamente destrozada entre unas inmensas rocas. Parecía que había tenido algún tipo de accidente, y debido al humo que esta expulsaba, había muchas personas al rededor de la misma intentando averiguar qué había pasado. Comencé a disolverlos a todos indicando con mi insignia que era un investigador privado y que debían despejar la zona para que las autoridades oficiales se ocupasen de la pertinente cuestión de la nave. Al principio, no me hicieron mucho caso, mas cuando saqué mi arma ya me tomaron más en serio, y pude internarme en la nave para procurar descubrir qué había pasado.

Aquello era un amasijo de hierros y estructuras destrozados y derretidos por el calor a consecuencia de las llamas, pero con cierta perfidia logré colarme por un intercisio y saqué de allí una suerte de caja donde se escuchaba un mensaje distorsionado por el golpe. Así, pues, me dirigí con premura a mi oficina en el centro de la ciudad, y con algunos reajustes técnicos logré descifrar el mensaje de la susodicha caja, la cual decía algo así como: "Acontecidimientos reseñables en el mundo onírico durante los últimos tiempos. En primer lugar, la exploración a alcanzado cotas más allá de las montañas del norte, encontrando en las mismas pistas sobre la posible ubicación del soldado-brujo, pese a que no se ha encontrado nada determinante. Y, en segundo lugar, aunque no menos importante, la simulación de la muerte de Oliver ha resultado satisfactoria. Su sustancia material ha sido convenientemente aniquilada, mientras que su alma descansa en el éter del mundo celeste, ajena a los ojos de los hombres. Ahora mismo, en este instante, se está pasando por escrito esta historia para que diversos humanos puedan atestiguar esta realidad en el mundo vigil.  Fin de la comunicación."

Cuando escuché todo esto me quedé bastante perplejo, tuve que escucharlo unas cuatro veces para cerciorarme sobre lo que había escuchado. Así que... ¿Todo esto era una mera simulación que ya estaba preparada con anterioridad? ¿La muerte de Oliver había sido ejecutada de antemano sirviendo como una extraña prueba? ¿Y esto que estaba escribiendo ahora mismo iba a ser leído por otra persona ajena a la situación? No entendía nada, así que pasé la noche dando vueltas a estas cuestiones sin llegar a una conclusión determinada. Empecé a preguntarme sobre la realidad del mundo onírico en general, y sobre mi misma existencia aquí en particular ¿De qué servía que continuase con mi oficio si había acontecimientos que ya estaban predeterminados? ¿Éramos todo la fábula soñada de algún extraño personaje? Me dolía la cabeza de dar tantas vueltas a estos asuntos, hasta que debido al agotamiento me quedé dormido.

Al día siguiente decidí dar por "terminada" la investigación, y antes de cerrar el caso, pensé que debía informar a la viuda sobre la situación. No dije mucho, me limité a reproducir el mensaje del día anterior ante su presencia. No sé si logró entenderlo mejor que yo, o simplemente se encontraba conmocionada porque era un asunto que le afectaba de forma directa, pero tras escucharlo comenzó a llorar desesperadamente como jamás había visto a nadie derramar sus lágrimas. Parecía una mezcla entre un impacto existencial y los lloriqueos de un niño enrabietado. Su semblante estaba al rojo vivo, sus manos se crispaban al son de sus sacudidas corporales y no dejaba de moquear y de proferir lágrimas a diestro y siniestro. En el culmén de su desesperación me abrazó, a mí que me precio de ser un tipo que sabe guardar la compostura.

Reconozco que justo en ese instante en el que sentí el calor de su cuerpo posándose sobre el mío, sentí una honda compasión como hasta entonces no había sentido a lo largo de la investigación. Fue entonces cuando retornó a mí aquella consideración sobre la degeneración que había escrito en lo precedente, como también la extraña sensación de que alguien estaba leyendo estas letras justo en este momento. Así pues, dime desconocido lector: ¿Quién era el auténtico degenerado aquí?

domingo, 7 de septiembre de 2025

En los laberintos de lo desconocido

 Amelia no sabía cómo había llegado a aquel lugar, a aquel inmenso portón cincelado al estilo grecolatino. Recordaba vagamente que se encontraba atravesando una inmensa calle sin un destino prefijado, andando por el mero hecho de andar. Mientras caminaba observaba sus fibrosos brazos con regocijo, pues atestiguaban que su entrenamiento diario estaba dando sus frutos. Con el tiempo había conseguido un cuerpo bastante definido y atlético, capaz de afrontar la acometida de cualquier hombre como quién aparta una hoja con la mano. En general estaba satisfecha con su aspecto físico, sus espaldas anchas, sus hombros robustos, su pelo corto y su vientre musculoso, mas también lo estaba con su mente cultivada, su concentración en todos los quehaceres que emprendía y su capacidad de anticipación gracias a una prodigiosa intuición.

Mas, a pesar de todas estas habilidades adquiridas tanto exteriores como interiores, se sentía bastante perpleja al no saber dónde se encontraba ni cual era aquel sitio. Lo extraño era también el hecho de que varios de los recuerdos de su vida anterior al presente en el que se encontraba se habían difuminado, distorsionado hasta tal punto que el conjunto de su vida parecían un montón de fragmentos inconexos de los cuales sólo sacaba en claro que había sido amada, odiada, aceptada y repudiada... Pero mucho mas no sacaba en claro, y el esfuerzo que hacía por intentar salir de aquellos vericuetos mentales sólo lograba desconcertarla todavía más.

Finalmente, al no lograr darse a sí misma las respuestas pertinentes para comprender todas estas cosas, decidió entrar resoluta en aquella puerta tan inmensa. Nada mas entrar, se encontró un vestibulo bastante desplejado a pesar de su amplitud, sólo había en las esquinas algunas diosas griegas esculpidas con suma sensualidad. Permaneció un tiempo observándolas con atención, descubriendo cierta semejanza entre sus cuerpos y miradas con las propias, atisbando que quizás no fuera una casualidad su presencia ahí. Aquellos ojos de deidades paganas eran tan decididos y apagados como los suyos, sus brazos moldeados sumamente firmes, sus senos bien dispuestos siguiendo unas proporciones determinadas y sus glúteos elevados en su justa medida, todo en entera semejanza con su propio cuerpo. Tras estas observaciones se preguntó si aquellas diosas eran tan semejantes en su alma a ella como lo eran respecto al cuerpo.

Pero aquellos devaneos no duraron mucho, pues poco después decidió entrar al azar en una de las salas que estaban a la izquierda del vestibulo principal. Cuando así lo hizo se encontro con un cuarto bastante tenebroso, que además de carecer de luz estaba acompañado por una densidad muy extraña. Al percibirla, quiso darse la vuelta para salir de ahí, mas no le fue posible encontrar la puerta desde la cual había entrado, así que no le quedó otra que recorrer aquella sala a ciegas, tanteando las paredes con sus curtidas manos. En tanto que duraba este proceso de reconocimiento, creyó oír susurros a su al rededor, e incluso sintió por un momento que una sustancia escamosa rozó uno de sus muslos. Esto último le puso los pelos de punta, pero justo en ese instante creyó palpar el pomo de una puerta, y sin dudarlo, se introdujo en la misma.

Ahora estaba en una sala que contrastaba sumamente con la anterior, pues esta estaba excesivamente iluminada, tan iluminada por unos inmensos ventanales que costaba mirar al frente. Estaba adornada por regios y blanquecinos muebles que parecían sacados de un cuento de hadas, y justo en el centro de la sala, había una muñeca rubia de porcelana como las de antaño. Al observarla sintió cierta perturbación, así que desvió su mirada en dirección a las ventanas por si era capaz de ver algo que le diera una pista sobre en que lugar se encontraba. Pero, aunque agudizara su mirada más allá de los cristales, sólo atisbaba una densa neblina que era iluminada por los resplandores de un desconocido sol. Así pues, no le quedó otra que buscar pistas por la estancia, mas cuando volvió a dirigir la mirada hacía donde estaba la mencionada muñeca, estaba ya no se encontraba en su lugar. Aquello logró invocar un leve sudor frío en la tersa frente de esta valiente mujer, y más aún cuando tras registrar la sala con sus enrojecidos ojos, creyó escuchar de soslayo una apagada risa infantil. Esto fue demasiado para ella, así que cuando localizó otra puerta al final de la sala, no se lo pensó dos veces y se dirigió hacía ella corriendo. Justo antes de abrirla e introducirse en la misma, creyó escuchar otra vez aquella risita de niña un tanto más elevada que la vez anterior, lo que provocó un estremecimiento de díficil explicación en sus endurecidos miembros.

En esta ocasión, se encontró con una habitación mucho mas reducida que las anteriores, decorada con muebles antiguos y con suma austeridad. Ahí, sentado en un mullido sillón en una de las esquinas, se encontraba un hombre muy moreno y con sobrepeso, durmiendo como si todo aquel asunto no viniera con él. Se lo pensó bastante, pero finalmente Amelia decidió despertarle para que le diera explicaciones sobre el lugar en el que se encontraba y quién era él. Costó lo suyo, hubo de zarandearle repetidas veces, pero cuando lo consiguió, aquel hombre reveló unos ojos saltones como los de un sapo, a los que acompaño con un gruñido animalesco que más bien era un suspiro. Al principio, este la miraba tremendamente desconcertado por tan inusitada intromisión, mas tras algunas preguntas le dijo:

- Mire joven, yo me encuentro en la misma situación que usted... No conozco este lugar, y para serle sincero tampoco me acuerdo bien de mi vida anterior antes de llegar a este lugar. Pasé largo tiempo recorriendo una sala siniestra tras otra, pero llegó un momento en el que me cansé y decidí aposentarme en esta porque era la más normal de las que hasta ahora he visto. Lo único que he logrado averiguar tras largo tiempo recorriendo esta pesadilla, es la confusa historia de un hombre. Por lo visto, este hombre habita más allá de estos lares en un edificio inmenso, donde tiene una confortable habitación para sí mismo en la parte más elevada. También tiene una segunda residencia en una zona todavía más apartada, se trata de un chalet adosado que se encuentra al final de un bosque, hay que subir unas escaleras cargadas de musgo para acceder y este se encontrará frente a una puerta de madera. No entiendo qué significará todo esto, pero es lo único que he conseguido averiguar.

Tras decir estas palabras y pese a insistir a Amelia de que se quedase ahí para hacerle compañía, esta insistió en que debería conseguir encontrar la verdad de todo aquel asunto. Así que tras despedirse de aquel hombre, abrió otra puerta y entró en otra sala. En esta ocasión, aquel lugar parecía el interior de una cabaña, incluso había una chimenea bastante reconfortante que se encontraba frente a un cómodo sillón. Amelia, para intentar ordenar sus ideas, se sentó en el mismo de cara a reposar de tan desconcertante situación. Justo cuando así lo hizo se percató de que había un cuadro en su lado izquierdo, este representaba a un hombre de grisácea mirada siniestra con un fusil al hombro. Lo más extraño era que en la medida que mas lo observaba, este parecía mudar de movimiento, incluso creyó por un momento que le guiñó un ojo en señal de burla. Según iba pasando el tiempo aquel cuadro parecía deformarse más, saliendo los colores del límite que lo envolvía, así que Amelia volviendo a salir escapotada de ahí atravesó otra puerta con el frenesí de una desquiciada. 

De nuevo, otra sala distinta. Esta parecía ser un dormitorio, mas moderno por la manufactura que atestiguaban sus muebles. Había una cama desecha, por ejemplo, que por sus telas parecía de gran calidad. Cuando Amelia se reclinó para palparla, se dió cuenta de que estaba caliente, como si el feliz durmiente hubiera estado allí hace poco y se hubiera ido. Al principio interpretó que quizás aquello fuera un engaño de los sentidos, que debido a lo confortable del lugar sus sensaciones habían sido equívocas, mas insistió deslizando sus sensuales dedos a través de las sábanas, confirmando así su primera impresión. Después comprobó que frente a la misma había una estantería repleta de viejos libros, así que decidió investigar en los mismos por si encontraba algo de interés que le ayudase a cerciorarse sobre su situación. Mas tras largos minutos se dió cuenta con perplejidad de que todos aquellos libros estaban vacíos, todas sus páginas estaban en blanco y ni aún las tapas mostraban que tuvieran título alguno, todos a excepción de uno que sólo llevaba una A grabada en la portada, y que tras pasar las primeras páginas de cortesía, contenían un parrafo que se iniciaba así: "Amelia no sabía cómo había llegado a aquel lugar, a aquel inmenso portón cincelado al estilo grecolatino. Recordaba vagamente que se encontraba atravesando una inmensa calle sin un destino prefijado, andando por el mero hecho de andar. Mientras caminaba..." Aquello le turbó lo indecible porque se trataba de todo lo que había vivido hasta llegar a ese punto, así que cerró aquel libro y lo dejó en su lugar, escapando de allí cual el soñador lo hace de sus pesadillas.

Como ya puede preveer el lector, atravesó otra vez una sala. Esta se asemejaba a la celda de una prisión pero sin mueble alguno, todo era cemento desgastado a su al rededor. Lo único que había era una cristalera cargada de oscuridad en el extremo opuesto, y como era el único elemento de la sala, Amelia se dirigió al mismo tremendamente desesperada. En un principio, se asomó al mismo haciendo formas con sus manos ante sus ojos simulando un telescopio por si era capaz de atisbar algo. Pero aquel esfuerzo resultó en vano, así que ya desquiciada a no mas poder empezó a aporrear la cristalera con desesperado frenesí, por si era capaz de romperla e investigar por ahí, o en su defecto, por si alguien podía escucharla y dotarla de respuestas. Al final, su esfuerzo dió como resultado la aparición de un rostro entre las sombras, un rostro macilento y putrefacto que le clavó una mirada cristalina e inexpresiva, pues se trataba de un cádaver. Resultado de lo cual, Amelia profirió un grito sintoma de la locura que la atenazaba. Antes de huir del lugar, fue capaz de atestiguar el avanzado estado de putrefacción el susodicho cádaver, cuya piel macilenta y entre verde y amarillenta se iba quedando pegada a trazos en el cristal en tanto que este iba cayendo al vacío.

Cuando llegó a otra de las salas, cargada por un temor que no tiene nombre, sudorosa y con la respiración entrecortada, se encontró con una niña de luengos cabellos negros que estaba vestida de bailarina. Y aunque estaba claro que era una niña por su constitución, su semblante estaba dotado de cierto aspecto adulto, como si su rostro hubiera crecido en tanto que su cuerpo se hubiese quedado detenido en mitad del proceso. A la llegada de Amelia, parecía que no se había dado cuenta de su presencia, e iba deslizándose a una esquina y a otra de la sala simulando que bailaba y murmurando palabras incomprensibles, pero una vez que se hubo percatado de su presencia, la dirigió una mirada de suma curiosidad, quizás porque la presencia de Amelia connotaba que esta se encontraba aún perturbada debido al susto anterior. Así las cosas, la susodicha niña se situó frente a ella, y le comenzó a decir sin contexto alguno:

- ¡Yo he visto al hombre que creó todo esto! Era alto y rubicundo, y vestía una negra capa ajada. A pesar de la maldad que le atribuyen algunos, sonreía con perspicacia, mostrándose muy amable y cortés conmigo. Dicen que es una especie de mago, y que es capaz de hacer de lo que es feo algo muy bello, pero que sin embargo a partir de entonces tiene una suerte de maldición. Anima las cosas muertas y las devuelve a la vida. Pero cuando estas regresan de la oscuridad primigenia nunca vuelven a ser las mismas, sintiéndose desdichadas para el resto de la eternidad.

Esto fue lo único que Amelia logró entender, pues poco después las palabras de la niña se mutaron en un lenguaje incomprensible. Y al percibir que no era comprendida, comenzó a desplazarse de nuevo a un lado y a otro de la sala con enfermizo frenesí, gritando y exclamando cosas en un dialecto que resultaba desconocido a los oídos que la escuchaban. Para no alterarla más, Amelia decidió salir de ahí para acceder a otra sala que volvía a semejarse a la sala de una cárcel, y que estaba adornada por unas cadenas que colgaban y que se balanceaban desde el techo. En el suelo había sangre, y por lo que creyó detectar con la ayuda del tacto, esta aún estaba fresca, o mejor cabría decir, caliente. Repugnaba de su intenso olor a hierro, cosa que quizás era connotación de que justo ahí había sido asesinado una persona que anteriormente a su condena se encontraba saludable. No queriendo saber más sobre aquel asunto en específico, nuevamente volvió a salir en vista de llegar a otra sala.

Ya no sabía cuantas salas había atravesado donde se encontró todo tipo de cosas extrañas, sucesos inexplicables y personajes que habían dejado huir su cordura. A menudo se preguntaba si ella misma se había convertido en uno de esos personajes, puesto que a medida que iba avanzando de sala en sala advertía que se iba olvidando de las antecedentes. Aquello la perturbó bastante, pues no sólo se olvidó de su vida anterior al estar ahí, sino además de sus andanzas por aquel desconocido lugar. Incluso en determinado momento llegó a la misma sala en la que se había encontrado al hombre moreno con sobrepeso, como también a la estancia donde antes estaba la niña bailarina, mas en estas ocasiones completamente vacías de sus presencias, y aunque le sonaban de algo, no logró cerciorarse de si ya había estado ahí, o no. Quizás esto se debiera a que muchas de aquellas salas se parecían demasiado las unas de las otras, logrando con ello confundirla y hacer de su locura recíen adquirida un estado normativo.

En uno de tantos vagabundeos entre unas salas y otras, se encontró con lo que era un salón de baile donde se celebraba uno de aquellos extraños festivales venecianos con mascaras. Todos parecían festejar algo, tan contentos se les veía deslizándose de aquí para allá mientras bailaban intercambiando sus parejas en cuestión de escasos segundos. Por un momento, Amelia creyó reconocer en algunos de ellos a pesar de sus artísticas máscaras, a la niña que parecía mayor o al hombre moreno que encontró dormido, e incluso a un hombre que parecía coincidir con la descripción que le hizo la niña, mas también pensó que pudieran sus ojos ser engañados después de todo lo que había visto, así que sin ganas de celebrar nada, recorrió la auréa sala de baile como una sombra que atravesara un páramo desierto para abrir otra dichosa puerta, aún siendo esta la más elegante que había visto hasta ahora.

De repente, se contempló a sí misma en el exterior. Vió ante sus perplejos ojos que estaba en lo profundo de un bosque, y que para seguir su camino debía de sostenerse en unas lianas que hacían la forma de un puente cargado por una verdosidad húmeda y salvaje. Se sostuvo en las reconfortantes ramas y respiró aire limpio y no viciado como en el interior de las salas por primera vez en mucho tiempo, y cuando se hubo recobrado empezó a recorrer el susodicho puente salvaje teniendo cuidado de no caerse. En la medida en la que avanzaba, pudo vislumbrar a través de los ramajes circundantes, lo que aparentaban ser nativos de tribus precolombinas, de los cuales algunos huían en su dirección en tanto que otros iban en la contraria. Entonces, detuvo su avance sumamente dubitativa y pensó: "¿Hacía dónde me dirijo? ¿Qué voy a hacer una vez que salga de estos dominios? Viviría como una vagabunda, tanto tiempo he habitado entre esas desconcertantes salas que no sabría ni qué hacer una vez que fuera libre de sus muros... Y, en verdad, ¿Qué diablos es la libertad?" Así que decidió dar la vuelta, desandando el camino ya andado, en tanto que seguía viendo a aquellos nativos yendo de aquí para allá sin tón ni son. Todos ellos parecían niños, o al menos muy jovenes.

Cuando llegó de nuevo al punto desde el cual había partido, pudo atisbar entre las ramas de diversos arboles, lo que parecía una puerta enclavada en la entrada de una caverna. Sonriendo y conteniendo una lágrima que pugnaba por salir de la emoción, puso su sudorosa mano en el pomo y entró. 

domingo, 24 de agosto de 2025

Un viaje hacía las galerías sombrías

 Sentado en una de las sillas de mi habitación mientras fumaba un delicioso ducado, meditaba para mí mismo sobre cosas inconsistentes. Parecía que mis pensamientos no tenían razón de ser mas que diluirse poco después de haber nacido. Estos eran acompañados por el humo que salía de mi boca y de mi nariz, despedidos de estos orificios como si fuera el fuego que arde en el interior de un dragón. Cerraba los ojos para capturar esos pensamientos diluidos, pero sólo me respondían imagenes fragmentadas que no atendían a coherencia alguna. Cuando a los minutos volví a abrir los ojos, encontré un papel certificado ante mi mesa, y en la medida en que lo consultaba con desgana descubrí que quizás pudiera tener algún interés.

Se trataba de un documento que me había llegado hacía tiempo para que lo consignase por escrito, y aunque ya tenía pensado desde hacía tiempo ponerme con ello, sin saber por qué temía que su resultado provocase conmoción en el auditorio. Pero estos pensamientos míos tan dispersos en su aureola de tabaco se focalizaron en su dirección, y yo decidí emprenderla para deleite de mi caprichosa mente, como también para todo aquel que le llamen la atención estos asuntos tan extraños:

Cuando el soldado-brujo emprendía un recorrido por su aldea natal a través del mundo onírico se encontró con una inesperada sorpresa atravesando las estrechas calles que daban entrada a la urbanización de enfrente, se trataba de la presencia de sus amistades del pasado. Tal encuentro le sobrecogió, no sólo por la presencia de estas gentes de los años pasados, sino porque los encontró tremendamente envejecidos. Era cierto que él mismo había cambiado con el transcurrir de los años, mas cuando se contemplaba frente al espejo comprobaba que en verdad su figura no era tan indescirnible respecto a lo que fue. Pero el caso de sus amigos era bien distinto, estos parecían ancianos, sus largos cabellos grísaceos, las canas que adornaban sus barbas y las arrugas que les surcaban connotaban que habían pasado largos años, quizás demasiados. Esto provocó que el soldado-brujo derramase algunas lágrimas pese a que no acostumbraba llorar, al menos ante el público, y sus amigos le siguieron en su tristeza manifestada.

Una vez que las lágrimas y los apretones de consuelo culminaron, sus amigos le comunicaron su intención de emprender una travesía juntos, quizás la última de ellas que harían durante su vida soñada. Así que sin pensarselo dos veces se reunieron en casa de uno de ellos, recorriendo las largas calles hasta la misma con una extraña mezcla de desaliento e ilusión, preguntándose cómo era posible que se reencontrasen tras tantos años transcurridos. Una vez ahí, en las sombrías salas de una casa que aparentaba haber sido abandonada, se reunieron un total de veinte personas, todas ellas participes del recuerdo del soldado-brujo, y que de un modo u de otro le habían acompañado en su transcurso vital hasta que llegó un punto que sus caminos se separaron al tomar diferentes direcciones.

Al principio todo parecía pompa y festejo, pero en la medida en que el sol se ocultaba dando rienda suelta al imperio de las sombras, todos se quedaron muy serios, como meditabundos, mas mirando al suelo que lo que se tiene ante sí como el que ahora escribe esto. Tras algunos minutos en esta incómoda situación, una de las mujeres ahí reunidas apartó al soldado-brujo, llevándole para tratar con él unos asuntos que para ella eran de suma importancia. Este accedió, y cuando ya estaban reunidos en esta conferencia privada, ella comenzó a sacarle algunos elementos de su pasado que a él desagradaron en grado sumo. Le recordó lo mucho que le defraudó, cómo se aprovechó en su tiempo de la vulnerabilidad que a ella le acaecía, que él siempre ha actuado de manera egoísta y que encima cuando ya parecía cansado la dejó en la estacada. A esto no pudo responder el soldado-brujo con otra cosa que no fuera el silencio, solamente se limitó a asentir con algunas de sus aseveraciones y a negar con la cabeza respecto a aquello con lo que no estaba de acuerdo. Ante tal pasividad, la mujer refunfuñó y se marchó de la casa cargadas con unas lágrimas que servían de decoración idónea ante su ajado rostro.

Al día siguiente, durante la tarde, acudieron todos ellos al centro comercial que servía de núcleo a la susodicha urbanización. Allí iban a planear qué viaje emprenderían y cuales iban a ser sus acompañantes, como también de qué elementos iban a proveerse. Una vez que llegaron ahí, cada uno se dispersó a un lado y a otro, quedando en reunirse a las diez de la noche para partir todos juntos. En lo que al soldado-brujo se refiere, este se quedó en la zona del estacionamiento cruzado de brazos, meditando quizás en lo que aquella mujer le había dicho el pasado día. Alzó su mirada para contemplar el descenso del atardecer, una vista que siempre lograba emocionarle, estaba claro que el soldado-brujo era un ser nocturno que apreciaba mucho más a la pálida luna que al ardiente sol. Mientras estos instantes de contacto entre el día y la noche pasaban, apareció una figura al fondo de la calle que se encaminaba en su dirección, y pese a que procuraba agudizar su mirada, nada averigüó hasta que la tuvo ante sí.

Se trataba de La Princesa de Rosa, una dama muy zalamera y vivaracha, que siempre despistaba a sus congeneres aprovechándose de su flaqueza interior. Tal delicada parecía, tan infantil incluso, en cada uno de sus movimientos, que todos quedaban cautivados por ella sin remedio pensando que era un ser débil que necesitaba del sostén ajeno. El soldado-brujo sabía que no era así, sino mas bien al contrario, y que esta no era de fiar aunque su aparente afabilidad parecía indicar lo contrario. Esta se dirigió a él para comunicarle que sabía lo de su travesía, y que quería participar en la misma, notaba en su seno un no sé qué de aventura. Acto seguido, con una inclinación negativa de su cabeza, afanado en su mutismo, el soldado-brujo le indicó que de ningún modo partiría en su compañía. Daba igual que La Princesa de Rosa comenzara a sollozar como una niña pequeña, incluso que hiciera desesperados pucheros para suscitar la compasión de él, siempre recibía la misma negación cargada de indiferencia hacía ella.

Después de insistir durante largo rato, y viendo que la negativa era un sello permanente, ella le lanzó un caramelo a la boca desde la distancia, en tanto que debido a su rapidez el soldado-brujo no fue capaz de esquivarla. Mientras esta partía adornada con una sonrisa que parecía decir "esta no será la última vez que nos vemos" el soldado-brujo comenzó a marearse, todo su al rededor le daba vuelas confundiéndose entre sí, las imagenes disolviéndose en el aire como el humo de mis ducados y finalmente creando un mundo que era muy diferente del que hasta hacía unos momentos tenía ante sus ojos. Se formó una especie de estrecho laberinto alimentado con la negrura de una noche nublada, y de los corredores interiores empezaron a manar soldados armados que se abalanzaron sobre el soldado-brujo. Este, haciendo uso de su sombría espada, luchó con perfiría sin cesar de atravesar con su maldito estoque las tripas de sus adversarios. La sangre corría a raudales, convirtiendo los pasillos del susodicho laberinto la cavidad de un organo humano, tanta fue la violencia que el color rojo lo inundó todo.

Finalmente, como en una transición repentina, el soldado-brujo se encontró tirado en plancha en una carretera rodeado por sus compañeros y allegados. Nada más abrir los ojos, este les comunicó su intención de partir en dirección a las Galerías de Uier, donde unos viejos asociados le sirvieron muchos años atrás. Nadie comprendió su decisión ¿Por qué acudir de nuevo a un lugar tan abandonado desde hace tantos años? Por lo que se sabía, el soldado-brujo convivió durante mucho tiempo aquellas grutas montañosas, mas una invasión del enemigo le hizo replegarse de la zona en búsqueda de seguridad, sin embargo lo que este no sabía es que sus asociados de cara a defenderse, decidieron tapiar las entradas de la galería para hacer de la misma una fortaleza inexpugnable. Y vaya si lo consiguieron. Pero el soldado-brujo a pesar de ser conocedor de estas noticias nunca regresó ¿Por qué hacerlo ahora, de forma tan repentina?

Nadie comprendía su decisión, pudiera ser que el efecto de la droga alucinógena que La Princesa de Rosa le había suministrado alterara su capacidad de tomar decisiones, o al menos así pensaban sus acompañantes. Mas en realidad el soldado-brujo se encontraba bastante centrado, y el acudir hasta Las Galerias de Uier era una motivación que escondía su intención de aislarse de la humanidad tras las recientes experiencias. Así pues, sin rechistar todos se pusieron en camino, un camino que duró meses desde el punto de partida. Atravesaron luengas carreteras, embarrizados caminos, espesos bosques, desiertos alejados de la mano de Dios hasta llegar a una zona donde la nieve atestiguaba lo descendentes que eran sus temperaturas, y finalmente llegaron a las Galerías de Uier, las cuales debido a su aspecto, parecían no haber sido holladas por el hombre desde hacía muchísimo tiempo.

Una vez ante la puerta principal, el soldado-brujo sólo tuvo que posar su mano en uno de los huecos para que una luz azulada recorriera las grietas naturales de las rocas, y una profunda hendidura diera paso a los inesperados visitantes. Ya en el interior, la oscuridad era tan inmensa que requieron del uso de unas antorchas que les iluminasen el abandonado camino. En escasos minutos llegaron a una especie de habitación donde se reunieron para el soldado-brujo estableciera una suerte de plan de acción de cara a cuando se internasen más en sus profundidades. Pero este se encontraba altamente perturbado, debido a que en toda la compañía iba una mujer a la que consideraba su protegida. Era una mujer sumamente hermosa, adornada por unos cabellos entre negros y azulados, de tez pálida y de miembros y facciones casi salidos de una pintura del romanticismo. Su presencia tenía a todos atónitos, buscando siempre que los ojos cristalinos de ella se posaran en alguno de los presentes, lo que provocaba que los celos del soldado-brujo aumentasen a cada instante. Tan tremendos fueron que durante esa reunión, sin avisar a nadie de sus intenciones, agarró a un gallardo joven del cuello y lo alzó ante la consternada sorpresa de todos. En la medida que apretaba su cuello con frenesí, el cuerpo de quién antes era joven y hermoso comenzó a pudrirse, sus miembros a descomponerse y su semblante a ajarse en mil pedazos sanguiolentos.

Cuando el cuerpo del mencionado joven sólo era una masa de carne pudrefacta, el soldado-brujo le soltó bastante complacido, y les indicó que atravesarían los corredores principales. Fue dicho, y a los pocos instantes, hecho. Ya estaban atravesando el inmenso puente principal que comunicaba con la sala real cuando comenzaron a escuchar desagradables sonidos, cual si una comunidad de insectos se congregara por la zona. Poco tardarían en comprobar aún en el amparo de la oscuridad que unos seres deformes les acechaban, se trataban de los llamados en la posterioridad los yikuok, una especie de masas con patas que adoptaban las más diversas formas, y que de desplazaban como a pequeños saltos. En esto se habían convertido los seres que habían sido las líneas de defensa de la fortaleza, en unos seres que mamaron de las húmedas sombras de las galerías en ausencia del soldado-brujo que se había perdido por los derroteros del mundo onírico. Después de tantos años no le reconocieron, y una vez que adoptaron la formación de ataque de entre las hendiduras y los corredores secretos, atacaron con inusitado frenesí.

El soldado-brujo y todos en general, hicieron mano de sus armas y lucharon con enconado azote para abrirse camino a través del inmenso puente cercado por la penumbra hasta que este, cansado de golpear a quienes habían sido sus aliados en el pasado, alzó su brazos en señal de reconocimiento. De sus palmas empezaron a manar señales sombrías que fueron reconocidas por los deformes yikuok, haciendo que estos se detuviesen, reconociendo por fin la presencia de quién había sido su lider. Pero poco duró esta paz y tranquilidad entre los presentes, pues el soldado-brujo oyó de soslayo en una galería próxima que su amada protegida estaba siendo acosada por uno de los de su propia compañía. Evidentemente enfadado, aquello provocó que la mesura y la quietud diera paso a una desenfrenada agitación en su interior hasta que exclamó en forma de mandato que toda su compañía fuera exterminada, a excepción de su protegida. 

Aquello dió paso a un sangriendo acoso por parte de los yikuok, que se lanzaron en un frenesí animal contra quienes antes eran considerados amigos por el soldado- brujo. La sangre se abrió no sólo a través de los poros de las pieles y de los miembros desgarrados por la ferocidad, sino también hizo de un río rojo que vino a mezclarse con la humedad de aquellos pedregosos pasillos. Todo ello fue una matanza inusitada, incluso para el mundo de los sueños, que culmino en la total exterminación de los morales. Cuando hubo acabado, el soldado-brujo bastante complacido y satisfecho con su impulsiva acción se dirigió en soledad hacía la sala principal. Allí, esculpidos entre las rocas cual esculturas antigüas, había una serie de portales que sólo él sabía a dónde se dirigirían, quizás a otras dimensiones del mundo onírico. Una de ellas era de un rosa fosforito, otra de un verde bosque, una tercera de un azul marino y la última de ellas de un amarillo chillón. Pasó un tiempo observándolas con una sonrisa, lo suficiente para que los yikuok apartasen la gran cantidad de cádaveres que pululaban por ahí, y los llevasen a una sala apartara donde se dieron un buen banquete con toda esa carne troceada, aquellos organos desprendidos, y en suma, los desechos de lo que antes había sido humano.

Cuando el soldado-brujo salió de la sala de los portales, encontró a su protegida en la salida, agazapada en una linde y templando de evidente pavor. Mas este, agachándose la consoló con tiernas caricias, comunicándole que no tenía nada que temer mientras él estuviera presente. Una vez que ella parecía algo mas calmada, fue levantándose aún con cautela, y el soldado-brujo le prestó su mano para que estos caminaran juntos, recorriendo unas galerías abandonadas desde hace largo tiempo. Y así, unidos como si fueran un único ser, contemplaron tesoros y viejos portentos, en tanto que los yikuok les rendían la debida pleitesía, colmándoles con curiosos presentes que atestiguaban lo honesto de sus intenciones.

Nadie sabe con certeza cuando tiempo permaneció el soldado-brujo en compañía de su protegida allí, ni tampoco si en algún momento atravesaron alguno de los mencionados portales de colores, mas lo que sí se sabe con bastante probabilidad es que sí se quedaron allí durante bastante tiempo fue para rearmarse, preparándose para una nueva acometida en el mundo onírico. Ya se sabe que el soldado-brujo contaba con los más extraños aliados, y que estos eran bien recompensados una vez que realizasen sus funciones, siempre de acuerdo a la naturaleza de cada uno de ellos y sus motivaciones. Mas el caso era que por un tiempo su amante la oscuridad recorrió el cuerpo del soldado-brujo cual suculento barniz, y que aquello le dotó de la fortaleza necesaria para que vida y muerte fueran para él dos complementos de una misma sombría realidad. 

domingo, 10 de agosto de 2025

La memoria de una mente incendiada

                              * * * *

Atravesando un cruce, Elías se paró en seco notando algo en sus bolsillos. Cuando los palpó y lo sacó, se encontró con que eran un cúmulo de papeles que le resultaban harto familiares. Con gesto dubitativo miró en dirección al cielo, y como si se tratase de un dibujo animado, se le encendió una bombilla recordando qué eran todas esas hojas desgastadas. Se trataba de unos papeles que no tenían relación alguna entre sí, y que pertenecieron a un anciano recientemente fallecido. Se dió por satisfecho con esta explicación, y cuando ya iba a volver a guardar los papeles como si tal cosa, se acordó de que aquel viejo había sido asesinado recientemente. Entonces, aparecieron los sudores fríos junto a una sensación de culpabilidad que no debería ser tal puesto que él no había asesinado a aquel hombre.

Con tales dudas y quiebros mentales, subió andando por la calle principal, encontrándose con un edificio blanquecino y majestuoso. Aquel castillo de los tiempos modernos se encontraba adornado con una cruz inmensa en su centro, y al rededor de la misma, muchas sillas de plástico que eran ocupadas por un centenar de personas. Todas ellas escuchaban un discurso que era transmitido en forma de canto, voces como de ángeles acusadores proliferaban de la boca de un hombre moreno vestido de blanco "Aquello parece una secta..."- pensó nuestro personaje, y justo en ese momento, los fieles de aquella secta cristiana se volvieron para mirarle fijamente. Entre el grupo de gente destacaba una mujer de mediana edad que era pelirroja, tan azules eran sus ojos que destacaban incluso en la distancia. Todos estaban muy serios, a excepción de ella que sonreía con picardía, como si le hubiera pillado in fraganti cometiendo un pecado infantil.

                             * * * *

Aquella casa era un desastre, todos los muebles se encontraban dispersos y cargados de objetos intrascendentes a diestro y siniestro. Todo allí era recargado, las estanterías cargadas de libros apilados, los suelos repletos de ropas esparcidas, las mesas con un montón de papeles encima y hasta la cama parecía más recipiente colmado que lugar de reposo. En una esquina de la sala, destacaba un hombretón moreno inmenso que parecía de origen hispanoamericano, que estaba sentado consultando un poemario sin interés, y justo en el otro extremo estaba una mujer pecosa y muy desgada, que tremendamente encorbada en su posición, parecía meditar ensimismada. Mas aquella meditación no parecía versar en torno a asuntos alegres, pues por su semblante alicaído parecía crear melancólicas elegías cuya rima era su ausencia misma.

En el momento que parecía que llegaba a algún tipo de determinación, el hombre se levantó y se fué sin despedirse. Ella agradeció aquella inesperada soledad, dando rienda suelta a sus tristes pensamientos. Recordaba tiempos mejores, tiempos en los que había sido verdaderamente amada. Ahora se sentía como una prostituta, de las que venden su cuerpo por nada además. Cada semana se regocijaba en acostarse con un hombre diferente, y aunque en un principio aquella perspectiva le dotaba de una alegría hedonista, una vez que el pleito amoroso tocaba a su fin se sentía muy desdichada. Creía que vendiendo su cuerpo al mejor postor iba a olvidar al hombre que verdaderamente amó, pero aquello caía siempre en saco roto porque el cúmulo de goces carnales sólo servía para acentuar su tristeza, la cual no tardaría en desembocar en depresión.

Justo cuando se dañaba a sí misma incidiendo en las añoranzas, apareció aquel hombre que custodiaba sus pensamientos. Después de tanto tiempo de larga ausencia volvía a su presencia como si tal cosa. No fueron necesarias muchas palabras, pues después de un breve saludo de emoción contenida hicieron aquello que el lector más inocente podría sospechar, sumiendose así en los brazos de la pasión singular que rememora los hálitos sofocados del pasado.

                                * * * *

Elías no cesaba de dar vueltas por su casa, se sentía bastante nervioso teniendo en cuenta los vericuetos mentales en los que él mismo se había metido. No era culpable de nada, eso estaba claro, pero aún así no comprendía esa insistencia del remordimiento. Si él no había matado a aquel anciano, ¿Por qué se sentía tan mal? ¿Por qué actuaba como si lo hubiera hecho? Es verdad que estaban sus papeles intimos en su bolsillo, pero... ¿Aquello probaba algo? Quizás para él mismo no, pero de cara a las autoridades sí que lo hacía. Los investigadores no parecían tener pistas del asesino, al menos eso decían los medios. Mas es bien seguro que en cuanto supieran que él tenía aquellos enseres personales, le iban a señalar como el principal sospechoso para quitarse parte del trabajo y limpiarse las manos de cara al público general.

Recordaba haber estado en el coche cochambroso del viejo, una furgoneta de un año incierto, revolviendo en la guantera y encontrando en ella todo ese amasijo de papeles revueltos. Consultándolos con fingido interés, le preguntó al anciano por algunos de ellos. Este le respondía que aquellos papeles tan desordenados eran los recuerdos de su vida, desde sus notas en el colegio hasta el certificado de su boda, e incluso el resultado de algún que otro negocio fraudulento. Elías le miraba con evidente sospecha, pues no entendía qué hacían todos aquellos folios desgastados en la furgoneta. Normalmente cuando no entendía algo, sospechaba de quién le comunicaba aquello que le parecía un enigma "Si no entiendo algo, es que se trata de una mentira" -pensaba creyéndose muy sabio.

Aquellos recuerdos le turbaban, no sabía por qué. No recordaba nada más en torno a aquel episodio, y como tampoco buscaba llegar al final del hilo de sus pensamientos, se encerró en su cuarto y se lanzó a su cama. Cerró persianas y apagó luces, sumiendose en una plácida oscuridad, aquella que le conduciría al origen de todas aquellas cosas que no comprendemos en el estado de vigilia.

                               * * * *

Una vez que se hubieron acostado, Elías se puso a contemplar a su al rededor, todo aquello le sonaba de algo, mas no lograba encajar sus ideas para que le dieran una respuesta. Entonces se giró a su diestra, descubriendo a aquella pelirroja con la que había bailado la danza de las sensaciones corporales. Fijándose en detalle, vió que estaba demasiado delgada, probablemente no llevaba una dieta saludable. También atisbó sus ojos azules, vacíos hasta que su mirada se dirigía a él. Hasta sus senos, aunque pequeños, entendían de cierto encanto y le reconocían cuando él se fijaba en ellos. Era extraño, pero en su interior advertía que de algo conocía a aquella mujer, sabía que sus relaciones se remontaban años atrás, mas no sabía ubicar ni cuando fue la última vez que la vió ni mucho menos cómo comenzó todo aquello.

Así que se levantó, recorriendo toda aquella sala desordenada con evidente interés. Se puso a cotillear todos los cajones, a buscar debajo de todas las almohadas, a fijarse en los desperdigados papeles de la mesa y también a atisbar entre el polvo acumulado en las esquinas. Y entonces, leyendo los títulos de los libros que colmaban las estanterías, tuvo la extraña sensación de que aquellos libros eran suyos. Esto se confirmó cuando pasando de la estantería de los libros a la de los discos, comprobó que algunos de estos también le pertenecían. Fue entonces cuando recordó, llegó a su turbada memoria que aquellos libros y aquellos discos habían sido adquiridos en compañía de la pelirroja con la que se había acostado, que cada título literario, que cada canción tarareada pertenecía a un recuerdo compartido con aquella mujer.

Sí, ellos en el pasado habían sido pareja ¿Cómo pudo olvidarlo como si tal cosa? Y encima ella actuaba como si no hubiera pasado nada, como si la hubiese visto el día anterior cuando estaba claro que llevaban mucho tiempo sin verse. Lo cierto era que había pasado muchos años en su compañía, compartiendo momentos que hasta entonces habían permanecido sepultados en su memoria, pero que ahora cual si le hubiera tocado una varita en la cabeza, retornaban a él colmándole de una dicha melancólica, resultado de la cual sonreía, dejando caer una lágrima que le surcaba la mejilla. Acto seguido, se abalanzó al lecho para abrazar aquella mujer que había sido su felicidad en el pasado, y que actuaba como si aquel pasado fuera un ahora. 

                                * * * *

Sonó el timbre. Aquello le despertó, y pensaba dejarlo sonar sin parar, pero tanta era la insistencia en la reiteración de su sonido que se vió obligado a atenderlo. Bajó las escaleras con evidente abatimiento puesto que no había dormido demasiado bien, y cuando ya se encontraba frente a la puerta, hizo girar las llaves con desgana. Una vez abierta la puerta se encontró de bruces con una mujer mayor pero muy afable, pecosa y pelirroja, que le miraba con unos ojos tan azules que parecían haber sido recortados del cielo. Como si se conocieran de toda la vida, se abrazarón conteniendo sus lágrimas en unos ojos vidriosos que actuaban como sacos de sus emociones apresadas. Esta le indicó que sabía de buenos informantes, que la policía sospechaba de él, y que lo mejor era que defendiera su inocencia en el caso de no tener nada que ver, o se declarase culpable si así era. Él le respondió que no haría ni una cosa ni otra, que aquel caso no tenía nada que ver con él pero que le agradecía sus bondadosos consejos.

Entonces, cuando miró a su izquierda, comprobó que su madre estaba ahí mirándolos a los dos con un semblante cargado de seriedad. Con los brazos cruzados y una mandibula adelantada, refunfuñaba para sus adentros cargada de rencor. Y justo en el momento en el que Elías iba a tomar la palabra de cara a apaciguar el ambiente, el rostro de su madre se deformó, volviéndose de forma alargada y perdiendo el pigmento de la piel retornando a un color tan pálido como el de los muertos, tanto se alargó que se hizo inmenso mientras que su boca se abría liberando unos fauces demoníacos. Se aproximó a tal velocidad que ya sentía que le mordía, que le devoraba, convirtiendo su existencia en un cacho de carne degustada por un monstruo que antes había sido su propia madre.

                                  * * * *

Finalmente decidieron salir para darse un paseo, ambos agarrados de la mano como había sido antaño. Por aquellos bulevares cargados de farolas que dejaban sus motas luminícas sobre el lago, empezaba a rememorar que no era la primera vez que había estado ahí. Y en la medida que sus pasos eran arrastrados por aquel pavimiento húmedo recordaba que en los pasados años se quedaba largas temporadas vacacionales en aquel lugar en compañía de susodicha dama. En aquellos tiempos, ambos pasaban largas temporadas dando rienda suelta a sus impulsos carnales en la sala desde la cual salían, a la par que recorrían justamente como ahora oscurecidas avenidas para ir de tiendas, sobre todo a librerías y a establecimientos de segunda mano. Y lo recorrían del mismo talante que ahora mismo, ambos estrechados y alternando su mirada del espectáculo de la urbe a sus ojos iluminados por la ilusión.

Pero, ¿Qué había pasado? Si era tan feliz viviendo así, ¿Por qué había dejado de ir? No lo sabía con certeza, suponía que el camino de la vida le había conducido a la ignominia, que un automatismo rutinario le llevó hasta un punto que ya ni él mismo recordaba. Había estado con innúmerables mujeres desde aquella, pero no había amado a ninguna de ellas, o al menos no del mismo modo a como le advertía su amorío del pasado recobrado. Mas retrocediendo con la mente en los cajones de la memoria, llegaba un momento que el hilo de sus pensamientos era repentinamente interrumpido, cortado por unas invisibles tijeras que causaban su desconcierto. En suma, no entendía nada.

En tanto que pensaba sobre estas cosas, se pararón frente a un puente que daba a un pequeño lago, muy pegados el uno junto al otro contemplaban las sutiles ondulaciones del agua, barnizadas por la palidez reflectante de la luna. De repente, sintió un estremecimiento interno, una sensación muy cercana al temor, pues creyó advertir que bajo el agua algo se deslizaba, algo el movimiento de las ondas delataba la presencia de un ente que habitaba las profundidades. No sabría decir de qué se trataba, pero se le asemejaba algo inmenso que se deslizaba en lo profundo de aquel lago. Debido a esto, comenzó a temblar, a agitarse dejando que el pavor recorriera los interiores de su piel, hasta que una agitación pasó de su espina dorsal a su cabeza, produciendo que aquello que tenía ante sí se derritiera en millares de fragmentos.

                              * * * *

Recorría el jardín de su casa dando grandes zancadas, entreteniéndose simulando que él mismo era un puesto de vigilancia. Y cuando ya iba a darse la vuelta para poco después retornar a una trigesíma ronda, se percató de que un pequeño vehículo recorría su jardín como si tal cosa. Se trataba de uno de aquellos coches que se compran aquellos que no tienen carné, tan pequeños que reciben la denominación de "minis" Así, pues, sin pensárselo dos veces, se dirigió a detenerle para informale de que debían de salir de su coche de inmediato, asomándose por la ventanilla y agarrándose a la misma -pues el vehículo no se detenía- le espetó que se marchasen de su propiedad. Pero aquel hombre le hizo caso miso, y continuó moviendo el volante a un lado y a otro cual si no escuchase las reprimendas de Elías.

Este, finalmente, bastante enfadado comenzó a golpear al hombre que manejaba el coche, logrando sólo con ello que aumentase la velocidad. Cada vez le costaba más sostenerse prendido de la ventana, y cuando ya cargado de evidente hastío iba a gritar para pedir auxilio, la voz no le salía de la garganta. El coche se paró en secó, y desde el suelo una terrorífica sombra ascendió, materializandole en la forma de una siniestra mujer de cortos cabellos que agarró a Elías del cuello, y que le condujo al reino de la incertidumbre y de las sombras.

                              * * * *

Se despertó sobresaltado sobre una cama deshecha y sucia, y pese a que al principio no recordaba donde estaba, la figura de la mujer que estaba a su lado le recordó que se encontraba a salvo. Sonrió complacido aún a sabiendas de todas sus pesadillas, o... Quizás no fueran pesadillas, puede que se trataran de recuerdos que habían adoptado las sombras de la oníria. En fin, no estaba seguro de nada. Y aunque se encontraba ya muy despierto, quiso alargar los minutos tirado en la cama en tan grata compañía. La miró a los ojos, y ella sonrío, quizás complacida del mismo modo que él. Pero no, había algo más allá en la profundidad de sus ojos cuales pérdidos océanos. Por un momento, Elías intentó escrutarlos de cara a averiguar aquello que estos le pretendían comunicar.

Mas eran tan oscuros a pesar de ser tan claros, eran tan tristes aún en su alegría, tan misteriosos siendo tan trasparentes, todos ellos secretos a la par de abiertos... Así que finalmente decidió limitarse a contemplarlos callado, dejando que el silencio hablase más que las propias palabras.