viernes, 23 de diciembre de 2022

La vida de Borracho D

 El pavimento se encontraba iluminado por la plateada luna, y debido a la humedad del ambiente, sus fulgores resultaban matizados como si cien estrellas hubiesen explotado en pedazos. Tambaleándose por este pavimento mojado, se encontraba Borracho D intentandose mantenerse de pie. A veces parecía que lograba mantener la compostura, mas al rato la perdía, provocando que sus zancadas desesperadas emitieran un eco sordo a lo largo de la calle. Parecía como si tratase de flanquear los fragmentos de las estrellas, cual si prefiriese caminar solamente por aquellas partes que estuviesen cubiertas por un fino manto de sombra. Pero como su paso era ebrio e inestable, siempre acababa pisando algún que otro cacho de estrella desperdigada. Cuando esto pasaba, en susurros se decía: "Maldita sea". Estas palabras calladas provocaban que sus órganos interiores restumbaran, a igual que lo hacían sus pasos inseguros.

Borracho D, que así se llamaba, usaba este apelativo no como un insulto, sino como un mote del que se sentía muy orgulloso. A menudo decía: "Pues sí, soy un borracho. No puedo parar de beber. Bebo y bebo hasta que acabo exhausto. Bebiendo es como vivo y entiendo el mundo, y bebiendo, es como moriré." Después de soltar esto, solía soltar una risotada estridente que cuando llegaba a su cúlmen podía llegar a confundirse con un sollozo ahogado. Nadie sabía nada acerca de su vida. Se trataba de un mero anónimo, uno de unos cuantos, que se dedicaban a beber y a deambular por ahí hasta altas horas de la noche. Como nadie sabía nada de él, tampoco eran capaces de entenderle. Lo único que se sabía es que le encantaba beber, y que a su vez, esta afición suya en ocasiones le hacía sufrir. Mas, ya a estas alturas, poco podía hacerse.

Tampoco se trataba de un mendigo, y aunque podía tirarse noches enteras tirado en la calle, siempre presumía de que tenía una casa a la que volver. Cuando alguien le acusaba de indigente, solía decir en tono de reproche: "Qué puñetero pesado... ¡Que no soy un mendigo, coño! Sólo soy un hombre libre." Nada mas decirlo, le daba un buen trago a su botella de licor, y cuando este se hubo asentado, pegaba un estruendoso eructo que llamaba la atención a cualquiera que pasara por allí. También -nadie sabe por qué razón, debido a que era bastante feo- se le solía ver con mujeres andrajosas -eso sí- andando muy juntitos en dirección a oscuros rincones situados entre los edificios. Cuando los mas puritanos de los que frecuentaban las calles le acusaban de mujeriego debido a su conducta supuestamente inmoral, Borracho D les recriminaba: "Vamos a ver, me gustan las mujeres, claro que sí ¿Y a quién no que no sea un picha floja." Acto seguido, se rascaba el nabo de una forma bastante cantosa, lo que provocaba que nadie quisiera saber más del asunto.

Como íbamos diciendo, Borracho D estaba como de costumbre, andando por las calles completamente ebrio. Al final, con tanto esfuerzo a la hora de desplazar las piernas, decidió tumbarse en un rincón y pegar unos cuantos tragos al whisky que llevaba en ese momento en mano. El notar como el alcohol se deslizaba de su paladar hasta su tripa le reconfortó bastante, dejando entrever una sonrisa que no logró ocultar. Por la comisura de sus labios, dos gotas se iban cayendo poco a poco. Y para evitar que estás se le calleran sobre la chaqueta, con la manga de la misma se las quitó rápidamente. Tras unos instantes de silencio, le empezó a entrar cierta modorra así que decidió cerrar los ojos mientras resoplaba sin importarle lo que otros pensaran al escucharle.

Cuando abrió los ojos, la noche estaba mucho mas cerrada. Y como se le había pasado parte de la borrachera, decidió animarla de nuevo con otro par de tragos. Se levantó, y puso rumbo allí donde le llevasen sus pies. En la medida que iba recorriendo aquel camino incierto, se palpó todos sus bolsillos y cayó en la cuenta de que no tenía ni suficiente dinero, ni cigarrillos. Así que decidió ir a mendigar un rato en la puerta de un centro comercial para a ver si así sacaba unas monedillas. Cuando sus detractores, volvían a acusarle de mendicidad por esta manera de moverse por el mundo, el solía defenderse diciendo: "Bueno, ¿Y qué tiene de malo? ¿No existe algo que se llama caridad cristiana para los creyentes, y empatía para los ateos? Pues hala, a ver si se la aplican." Al terminar de decir esto, movía una de sus manos arriba y abajo. Nadie sabía si estaba intentando realizar una especie de conjuro para enfatizar sus palabras, o si simplemente estaba intentando espantar los mosquitos para darse algún tipo de solemnidad.

Así, pues, se aposentó delante de la puerta de un centro comercial, con la mano alargada repitiendo cada minuto: "Denme algo, que no todos podemos comer." Cuando se lo daban agradecía con una sonrisa e inclinando la cabeza, y cuando no, les insultaba cagándose en sus madres y en sus muertos. Así funcionaba Borracho D, y así también hizo en aquella ocasión. Como vió que ya tenía bastante, se dirigió al interior del centro comercial para comprar bebidas y tabaco. Normalmente compraba los productos mas baratos pese a que estos supiesen a rayos, debido a que así podía tener mas cantidad aunque fuese de peor calidad. Rara vez compraba algo de comer, a excepción de pan y de alguna comida preparada que no requisiese ni microondas ni mucho menos de horno. Sus argumentos a la hora de defender por qué comía tan poco, gastándose prácticamente todo lo que tuviera en bebida y en tabaco eran los siguientes: "El alcohol tiene todas las vitaminas y componentes que necesito, especialmente los licores con sabores. Y cuando no es así porque lo que he comprado tiene mas alcohol que otra cosa, el humo del tabaco me sirve para paliar el hambre. Si es que soy mas listo..." Es preciso apuntar que acompañaba estos irrefutables argumentos dandose unos golpes en el pecho, e irguiéndose como si fuera a entrar en una especie de combate a vida o a muerte.

En esta ocasión, compró un par de botellas de vodka, algunos licores de los cuales no conocía su procedencia, dos paquetes de tabaco barato y una barra de pan. Todo contento, se encaminó hacía un rincón, se aseguró de que ni él ni otro se hubiera meado ahí en algún momento, y se dispuso a degustar su barra de pan, dando algún que otro trago a una de las botellas que tenía a mano "Esto sí que es vida... Y qué vida tan libre..." se dijo a sí mismo entretanto. Cuando terminó, se tiró un sonoro pedo antes de levantarse, y optó por darse un paseo para bajar la comida mientras se acariciaba el ombligo tan pancho. Todavía podía olerse el pestazo que dejó en aquel rincón en tanto que se alejaba canturreando algo ininteligible.

Justo cuando doblaba una esquina que daba a un puente desde abajo, se topó con un tipo aún mas harapiento que él. Este le pidó por favor que le diese alguna moneda, o en su defecto, algo para comer o beber. Borracho D, entre sobresaltado y cabreado le espetó: "¡Aparta de aquí, tío asqueroso." Y como el otro siguió insistiendo, continuó: "Anda, vete de aquí pesado de los cojones. Pírate y busca un trabajo, pedazo de vago." El otro, poniendose muy nervioso y violento, quiso darle un puñetazo. Pero Borracho D lo esquivó, y pudo hacerle la zancadilla, provocando que el otro se cayese por un barranco que estaba al borde del camino. Alguna que otra vez, gente que conocía de la calle, y que le veía comportarse así con otros de una condición pareja, le decían que su modo de actuar era bastante injusto teniendo en cuenta que otros podrían tratarle de la misma manera. Borracho D siempre respondía de la misma manera: "A mí que me dejen de gilipolleces. Hago lo que me viene en gana. Yo no molesto a nadie. La vida es así, injusta en sí misma. Y como la vida es así conmigo como con otros cuantos, pues yo hago lo mismo con los demás. Así, paradojicamente, estoy siendo justo ¿O no os parece?" Y si se encontraba con algún otro que le rebatiese esta postura, terminaba la discusión diciendo: "Que sí, que sí... Venga, un aplauso. Y ahora dejame en paz." Y se iba tan tranquilo subiéndose los pantalones antes de que se le viera el culo.

Ya se encontraba en la plaza dónde se reunían todos los borrachos, los mendigos y los indeseables para la sociedad. Algunos que estaban en corrillo le saludaban con la mano, algunos otros con la cabeza. Pero Borracho D les respondía a todos por igual; con una leve sonrisa y un resoplido que no llegaba a sonar como un sílbido. Borracho D, no era muy social que digamos, acostumbraba a decir que por desgracia las relaciones humanas eran inevitables, mas que siempre que pudiera, intentaba escaparse. Y así hizo en aquella ocasión, como todos estaban distraídos, a excepción de un baboso drogadicto que con paso lento se encaminaba hacía su dirección, se fue de allí en cuanto pudo.

Llegó a una estrecha y ensombrecida calle, y de ahí, a otra mas ancha y despejada. Sólo había ahí algunas prostitutas dispersas que llamaban con elogios y palabras soeces a los pocos viandantes que callejeaban por esa zona. Borracho D no solía frecuentar a las prostitutas, menos por alguna vez que se encontraba desesperado sexualmente. Cuando le pedían su opinión al respecto, normalmente decía cosas como: "Lo siento por todas esas putas. Pero el puterío ya es universal ¿Para qué voy a pagar, cuando hay tantas que te hacen todo gratis? Si es que hay que pensar... Que tontos e inútiles soís todos, me cago en la mar..." Y así actuó en aquella ocasión también, de acuerdo a sus principios acerca del "puterío universal", sorteando a las prostitutas e indiferente a sus halagos interesados, e incluso, desesperados.

Llegó a una subida, y de ahí, se sentó en una zona elevada que comprendía el pasamanos de una escalinata de cemento. Contemplando las luces dispersas de la urbe cual almas extasiadas en el desenfrendo y pidiendo ayuda con cada parpadeo, sintió por un momento una especie de nóstalgia indefinida. Mas pronto alejó de sí tales melancólicos pensamientos y se introdujo la botella de vodka en la boca. Dando grandes tragos, como si se tratase de agua, se la terminó en un santiamén. Acto seguido, se tumbó ahí mismo, y con unas enmohecidas cerillas, se encendió un cigarrillo. Mirando el cielo, pudo localizar entre las negras nubes, algunas estrellas que todavía estaban completas, no fragmentadas como aquellas que intentó sortear en el comienzo de la noche. Sus ojos se pusieron un poco vidriosos, como si la vitalidad de aquellas pequeñas y lejanas estrellas le hubieran contagiado. Se emocionó. Si alguien en ese momento le hubiese preguntado, lo habría negado. Pero lo que no podía negar bajo ninguna circuntancia -al menos, a sí mismo- es que algo en su interior vibraba, y eso era ni mas ni menos que la sensibilidad que anidaba en el interior de su corazón.

Mientras atisbaba el cielo, su fantasía animada por el sueño y la ebriedad se puso en marcha. De repente, las nubes comenzaron a adoptar diversas formas, desde hadas y duendes pasando a bailarinas de ballet. Qué hermoso le parecía aquello, no le quedaba otra que admitirlo pese a que su sentido de la estética fuese nímio. Puede que no comprendiese qué fuera la estética, qué la belleza, el arte, la emoción artística... Pero en ese momento, lo sintió como pudiera sentirlo un escultor que justo en ese instante hubiese acabado la obra de su vida. Y eso era porque durante aquellos segundos, en aquella ciudad húmeda y sucia, su obra de arte era exactamente eso: el cielo nocturno iluminado por quizás una docena de estrellas y las nubes que adoptaban mil formas diferentes y que estimulaban su imaginación. Aquel frenesí, aquel sueño vívido, aquel instante místico era suyo, y sólo suyo. Nadie podía quitarselo aunque hubiesen querido.

Poco después, la imaginación dió paso al pensamiento, y de este entraron los recuerdos. Se veía a sí mismo siendo un niño. Un niño como otro cualquiera que correteaba en un parque en compañía de sus padres. Ahí había también una niña con la que solía jugar todos los fines de semana cuando acudía a aquel parque. Poco a poco las figuras se desdibujaron, los contornos de todas las cosas se dispersaron, y así todos los elementos de la escena comenzaron a desvanecerse a poco a poco. Primero, sus padres, después los elementos del parque infantil, luego toda la arena y los árboles que se encontraban al rededor. Y por último, la chiquilla a la que tanto quería se transformó en una botella enorme de un licor verdoso y que olía a gloria. Al transformarse, Borracho D no lo pudo resistir y se la bebió entera, y comprobó no sólo que olía a gloria, sino que su sabor también sabía a gloria. Fue como si esa niña se hubiera convertido en una treintañera y hubiese pasado la noche con ella. Su sabor fue como un buen polvo, fugaz. Mas le dejó un grato recuerdo, un regusto excelente que iba a pasar a ser una orina que podría confundirse con el oro "Qué placer..." se sintió exclamar a sí mismo estando en aquel sueño.

A la mañana siguiente, Borracho D se despertó debido a que un rayo de sol le daba en toda la cara. Inclinándose, pudo comprobar que olía fatal y que unas cuantas moscas le rodeaban. Extrajo la botella que le sobraba de aquella noche, y le dió al principio unos sorbos, y luego unos tragos mas animosos. Ya incorporándose, bostezó en alto siéndole todo completamente indiferente. Se sacudió un poco la porquería que tenía adherida a la ropa, y continuó andando hacía donde nadie sabe "¿A dónde irá este borrachín D?" Podría alguien preguntarse. Pero lo cierto es que nadie podría responder con seguridad. Quizás podríamos pensar que va a echarse una siesta para retornar a vivir una noche pareja, al fin y al cabo, los días de nuestras vidas acaban pareciéndose demasiado los unos a los otros. Sin embargo, será mejor no arriesgarnos a responder algo erróneo. Déjemos que Borracho D siga su camino, allí donde él crea que deba ir. 

domingo, 11 de diciembre de 2022

La paradoja que se hizo realidad

 En la lógica antigua, e incluso, en la formal moderna, hay una paradoja con la que siempre se han quebrado la cabeza todos los teóricos del lenguaje. En esta, se nos cuenta, que todo lo que se predique de algo que no existe, si se niega, resulta verdadero. Es decir, si por ejemplo, asumimos que los duendes supuestamente no existen, todo aquello que neguemos de ellos será verdad. Por ejemplo, si decímos que los duendes no son altos ni azules, esto hará que tal proposición sea verdadera. Y así sucesivamente con todas las negaciones que se nos ocurran sobre cosas que suponemos inexistentes. En relación a esto, me acabo de acordar de una historia que escuché por ahí:

Hubo un pequeño pueblo aislado de todos los demás, donde esta paradoja  pareció que se llevó a la realidad. Allí vivía un viejo feo y gordo, pero que era sumamente inteligente, quizás demasiado. Este hombre como era un ocioso y no tenía nada mejor que hacer, se dedicó a estudiar por su cuenta filosofía, y sobre todo, lógica, desde la aristótelica hasta la analítica moderna. En estas estaba, hasta que se encontró con la paradoja mencionada. Su descubrimiento le produjo algún que otro dolor de cabeza debido a que no lograba resolverla por mucho que lo intentara. Ni las respuestas de los lógicos antiguos, ni la de los contemporáneos le satisfacían. Para él, lo único que hacían era marear la pérdiz.

Estando en estas, al final optó por dejar de devanarse los sesos por lo que decían otros, e intentó resolverlo él mismo. Pero claro, para hacerlo debía ser fiel a la fundamentación original. Es decir, tenía que aceptar por mucho que le costara, que todo negativo que se predicase de algo inexistente, era verdad desde la lógica. Así, desde entonces, se pasaba días enteros sentado frente a su mezquina mesa de despacho meditando sobre cómo dar un resultado a esta añeja paradoja que fuera convincente tanto desde la lógica como desde el sentido común.

Un día de aquellos, se quedó dormido con su cabezota babeando sobre la mesa de madera carcomida, y en un duermevela seguía pensando en la susodicha paradoja. Se dijo así en el mundo de los sueños : "Si aceptamos que biologicamente no puede una mujer de seis tetas funcionales, entonces esa mujer de seis tetas funcionales no puede ser morena. Y si digo esto... ¡Desde la lógica es verdad!" Y entonces, sin que él se diera cuenta, de su mesa comenzó a surgir una luz verdosa, y apareció de repente una mujer desnuda de seis tetas perfectamente funcionales. Del susto, acabó despertandose y ahí la vió, tendida en el suelo al lado de la mesa, restregando sus pechos en el suelo como si fueran las ubres de una vaca. Ella, al percatarse de que estaba siendo observada, huyó despavorida a buscarse algo con lo que taparse.

Este viejo feo y gordo se quedó gratamente sorprendido, aunque en el fondo, sentía un poco de temor. Quizás no resolvió la paradoja como en un principio pensaba. Pero sí logró llevarla a efectos prácticos. Lo cual, era mucho mejor que resolverlo solamente desde la teoría. No tendría sentido que aquellas cosas que no existían, existieran de repente. Mas el caso, es que así pasó en aquella ocasión. Todo esto no dejaba de maravillarle. Sin embargo, este descubrimiento tenía algo de misterioso y sombrío. Si efectivamente todo lo que pensaba en sueños negándole algún atributo se hacía real ¿Qué acabaría pasando?

Mas, con el tiempo, siguió insistiendo haciendo la misma prueba como aquella vez. Una y otra vez, sin cesar, pasaba lo mismo. Todo lo que al soñarlo le negaba un accidente, cuando despertaba estaba ante sus ojos. Y siempre cuando aquella nueva existencia le veía, salía disparada por el pueblo. Esto, obviamente, acabó por convertirse en un problema. Al final el pueblo acabó lleno de engendros de todo tipo: aguilas ancestrales que se llevaban a los niños, osos con cabeza de personas que amenazaban e insultaban a quienes les vieran, niñas zombies que mordían y convertían a doquier, extraños seres gigantes que aplastaban sin querer a la gente, tipos amarillos que levitaban y lanzaban llamas por los ojos cuando se enfadaban... Vamos, que lo de la mujer con seis tetas perfectamente funcionales que llamaba la atención a todo aquel que la veía, acabó por ser un problema menor.

En esta situación, al viejo gordo y feo, no le quedaba otra que intentar solucionarlo, a no ser que quisiera que se extinguiera su pueblo, y con el tiempo, no sólo los colindantes, sino puede que hasta el mundo entero. Pero ¿Cómo iba a hacerlo? Se quedó pensativo unos minutos contemplando lo que ocurría por la ventana, y al ver cómo la mujer de seis tetas perfectamente funcionales era atacada por un cocodrilo invisible, se dió cuenta de que no tenía tiempo para andarse con tonterías. Mas, de repente, se le ocurrió una idea. Queriendo probarla, se tumbó como si tal cosa en la mesa de las invocaciones lógicas, y con la barriga sobresaliendo a ambos lados, se quedó dormido.

En su sueño, sólo salía él mismo flotando sobre un lugar incierto en el que no se veía absolutamente nada. Y entonces pensó soñando: "Si digo de un yo que jamás se hubiese interesado por la lógica formal, y que por lo tanto, nunca hubiese invocado con su pensamiento soñado a todos esos extraños seres, que no tiene una verruga en la punta de la nariz... Esto es... ¿Verdad?" Y entonces, desapareció de repente, hundiendose en las tinieblas de aquel mundo soñado e incierto. Fue como una pompa de jabón. E, incluso, menos que eso porque no dejó ni el rastro húmedo que suele caer al suelo cuando una pomba de jabón estalla. Por lo tanto, digamos mejor que desapareció cual si todos los atomos que componen su ser material se hubieran dispersado de repente de aquel mundo.

En el pueblo, a los meses, descubrieron que en la casa de un viejo feo y gordo del que nadie se acordaba, olía bastante mal. Al forzar las puertas, se encontraron a un cádaver en descomposición que tenía decenas de moscas verdosas a su al rededor. Al día siguiente, se propagó rápidamente la noticia de este acontecimiento. Pero como nadie lo reconoció, decidieron tirar su cuerpo descompuesto por un barranco lejano al pueblo para que así al menos su carne putrefacta fuera aprovechada por los animales que vivían por ahí.

Esta historia no la cuento para que el lector saque algún tipo de moraleja. De hecho, creo que no la tiene. Sé que es bastante absurda, al menos, desde la lógica. Ningún lógico actualmente podría extraer una proposición con sentido de ella. Lo único que espero es que ningún lector esté tan loco como para tomarsela demasiado en serio hasta el punto de llegar a obsesionarse tanto con la historia como sobre todo con aquella paradoja. Si eso pasara, puede y sólo puede, esta historia dejaría de parecerle absurda a mas de uno. Pero como sé que esto no va a pasar, puedo dormir tranquilo.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Cinco poemas imaginarios

 - Cuando contemplamos la luna,

por un momento, hay algo divino

que nos traspasa el corazón

y que nos recuerda al enamoramiento.

Es un instante de ebriedad absoluta

en el que de sus plateados rayos

bebemos sin cesar una esencia

cargada de alegre nostalgia.

Como Li Bai la invitamos a beber,

siendo en realidad la misma luna

la que nos dota de suculenta ambrosía,

flujo de un mundo a parte.

Oh, qué sensación tan plancera,

de los ojos pasa al paladar,

y de ahí a colmar nuestro ser

sin desear que llegue el amanecer.


- Vaga mi mente por lejanos espacios

siderales sobre un principio sin fin

cual escalera caracol que sube y sube,

incesantemente, hacía donde nadie sabe.

Atravesando las infinitas estrellas, 

yo habito en el reino de los Inmortales,

soy un invitado perpetuo que pasea

sobre palacios adornados con perlas

y bosques repletos de extraños cristales.

Estos hermosos parajes son un sueño

perpetuo, una fantasía totalmente real,

en donde cada uno de sus habitantes

siempre está bebiendo alegre,

admiradores incondicionales 

de la belleza y de los buenos valores,

viven y mueren sin temor alguno,

sabiendose efimeros a la par que eternos

¡Cuanto deberíamos aprender los mortales de ellos!

Y ahora, disculparme, pero he de acabar

este vaso de suculento vino

mientras me deleito con la dulce melodía

que se esparce por este lugar de ensueño.


- Cuentan que cuando caen las hojas,

estas emiten unos susurros,

que imperceptibles para los hombres, 

pasan desapercibidos para la mayoría

¿Qué dirán esas hojas caídas?

¿Será un mensaje importante?

Me preguntaba, mientras recorría

un camino sin fin, deteniendome

sólo ante la caída 

de esas efímeras hojas otoñales.

Entonces, en un momento indeterminado,

un grupo de cinco hojas resecas

me dijo al oído con un acento quebrado:

"No mas dolor. No mas muerte.

Hay quién le divierte, quién gusta

de ajenos sufrimientos.

Pero, nosotras, con nuestra caída,

suplicamos que no haya mas daño.

Por favor, no mas muerte..."

Ante aquel mensaje provinente

de una naturaleza que me superaba

en entereza y sabudiría, 

sólo me cabía entremecerme.

Y así fue como yo mismo caí,

y me dediqué largos años

a susurrar a cada anonimo viajero

que cesase el sufrimiento y la muerte.


- En el pequeño mundo

que supone un diminuto jardín,

unas rosas florecen en pleno otoño,

pudiendo con el frío y la gélida humedad.

Podría pensarse que estas rosas

son como un tributo a la huída primavera,

pero mis ojos no lo ven así.

Estas rosas que resisten, que sobreviven

allí donde otros lo creerían imposible,

son mas bien una muestra de esperanza.

Estas rosas cuales hermosas damas

son un canto extendido al otoño, 

la resistencia que habita en toda vida,

y que rinde culto a la muerte inevitable.


Yo quisiera sacar a bailar a esas mujeres

de enrojecidas mejillas,

exquisitos pómulos salientes

y de cuerpos resistentes,

para celebrar la belleza

de todo lo desfalleciente.

Ay, pero ¿Aceptarán que yo, un cualquiera,

baile con ustedes, rosas del otoño reluciente?


- Es doloroso encontrarse

frente a un destino,

que insondable, nos traspasa

con una mirada fatal,

tan fija e inamovible

como aquel pasaje que ya fue escrito.

Ni desisto, ni continúo,

se trata solamente de esperar, 

con paciencia contenida

aquel último suspiro,

aquel adiós imprevisto,

aquellos puntos supensivos...


Después de todo, ya es hora de detenerse,

de cesar de correr y berrear sin cesar,

simplemente abandonarse

para al cabo algún día despertar.

Tras ese sueño, 

esa fantasía llamada vida,

esos goces, placeres, sones a doquier,

ya tan sólo quedan cúmulos de cenizas.

Todo al final ha acabado,

excepto por un suspiro

que se va dilantando hasta que sin querer

una estrella fija ha cambiado su rumbo

sólo para volver a desfallecer.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Una historia sobre el vino y princesas

 Ji Feng era un hombre que carecía de retén. Se pasaba todos los días ebrio y le gustaba andar con las mujeres del barrio bajo. Esto ocasionaba que siempre estuviera endeudado, como también que fuera visto con malos ojos por parte de toda su comunidad. En sus ratos de ebriedad y jolgorio siempre acudía al anocher bajo un sauce llorón que lindaba con un río inmenso. Ahí solía estar acompañado por amigos que compartían su ritmo se vida y con mujeres a las que les encantaba festejar la vida. Esto, claro está, junto a una buena fuente de vino y una borrachera impresionante.

Una noche, extrañamente, se encontraba en completa soledad en ese mismo lugar. Su única compañera en tal ocasión no era una bella dama, sino un jarrón de vino a rebosar. Tampoco estaba rodeado por amigos de festejos, sino sólo por la ebriedad y por el fulgor de la luna que todo lo circundaba. De repente, bajo el sauce y en dirección al río, pudo visualizar una senda que jamás había visto hasta entonces. Como estaba totalmente borracho, pensó irracionalmente que le habían invitado a algún tipo de festín, así que lo atravesó como si tal cosa.

En mitad del camino, vió que dos extraños personajes estaban discutiendo alzando la voz y con gestos muy extraños. Sin saber que hacer, o que pensar, se acercó dando trompicones para escuchar con mas atención. Con la cercanía, vió que se trataban de dos personajes muy estrafalarios que ni en sueños podía imaginarse, uno portaba un raído sombrero y el otro una barra de bambú al modo de arma.

- ¡Imbécil! -decía el del sombrero- ¡Otra vez has dejado el portal abierto...! Yo ya no sé qué hacer contigo.

- Deja de echarme sermones, yo hago lo que me viene en gana -le respondió el otro agitando la barra de bambú evidentemente enfadado-

Sin embargo, nuestro personaje, debido a la borrachera que llevaba en el cuerpo, dió un traspíe, y se cayó. Motivo por el cual, los otros dos personajes, se percataron de su presencia y acudieron raudos a donde se encontraba. Con los ceños fruncidos y en posición de combate, le inquirieron con insultos. Al final, mas bien que mal, Ji Feng pudo levantarse a duras penas y algo mareado les respondió:

- ¡Callaros de una vez y dejar de marearme, hijos de puta! Mas me valdría a mí insultaros a vosotros con las pintas que lleváis. Es rídiculo que las pelusas negras estén disfrazadas y los osos panda se crean reyes de los bosques.

- ¡Eh, maldito ser humano! ¿Con quién crees que estás tratando? -respondió frunciendo las cejas el del sombrero- Yo soy Mago azufre, y mi compañero es el Rey bambú. Un respeto, o me obligarás a darte unas cuantas hostias.

Ji Feng, al oír esto, no pudo evitar volverse a caer debido a la estridencia de sus inmensas risotadas. Su borrachera era tal que cualquier cosa podría haber provocado un ataque de risa semejante, pero que encima le hablasen con tales humos ese par de personajes era algo que le superaba con creces. Los otros dos, atónitos, viendo a Ji Feng desternillarse de risa, le cosieron a golpes y a injurias, el uno con su barra de bambú y el otro, lanzandole hechizos.

De repente, en tanto que Ji Feng estaba lleno de magulladuras y de quemaduras, una escalinata inmensa descendía del cielo. El fulgor era tan potente que parecía de día, y los escalones tan lujosos todo cargados de un rojo granate, que cualquiera hubiera pensado que estaba a punto de celebrarse una gala. Como nuestro protagonista era muy amante de la fiestas, no dudó ni un segundo de escabullirse de sus dos agresores, y mas, cuando vió que de la escalinata descendía una hermosa dama adornada toda ella por la esencia de todas las estrellas del cielo.

Cuando ya se encontraba frente a ella, pudo comprobar que su belleza era tremenda, y que ninguna de las maravillas imaginables y de los más escelsos paisajes le podrían venir en zaga. Ji Feng, todo contento a pesar de los innúmerables golpes que había recibido instantes antes, se puso a tratarla como lo haría con cualquier mujer del barrio bajo.

- Eh, guapa. Es una pena que no haya un lecho por aquí... De lo contrario, con una jarra de vino y tu cuerpo, haríamos un completo festín.

Ella, sin responder, bajó la mirada en señal de evidente turbación. Al instante, acudieron Mago azufre y el Rey bambú para presentarles ellos mismos las excusas mientras se arrodillaban y besaban el suelo. Esta, les comunicó un mensaje breve en un idioma ininteligible, y al instante, pareció desvanecerse en el aire. Ello provocó que Ji Feng se sintiera azorado y comenzase a dar patadas al suelo debido a que se le había esfumado -nunca mejor dicho- una belleza sin igual.

Entonces, el Rey bambú le dió un buen tajo en el estomagó con su barra, y Mago azufre le dijo a continuación:

- No sé cómo es posible. Pero el caso, es que te han llamado a una audiencia con el Rey dragón. Al parecer, por lo que fuera, le has llamado la atención, y ha indicado a su hija, la Princesa Jade, que venga ella misma a comunicartelo. Mas, como eres un vulgar mamón, no ha podido decirtelo ella misma. Anda, vete ahí de una maldita vez.

Al decir esto, sacó de su andrajosa ropa lo que parecía una varita, y en un santiamén, Ji Feng se encontraba en un lugar totalmente diferente. El sitio en cuestión, estaba bañado por cristales y perlas multicolores. Cada edificación estaba decorada con una suntuosidad sumamente elegante, hasta el suelo estaba cargado de millares de minerales desconocidos por los hombres. El sol era radiante, tanto que pareciera que hubiera varios. El entorno era de una majestuosidad tan elevada que incluso las hierbas que se encontraban al rededor parecían joyas de esmeralda. Sin embargo, lo que mas destacaba, era un edificio que estaba en la zona central, tan alto y esplendoroso que se diría que lindaba con aquello que hacía nacer la luz.

De ese edificio, que mas bien valdría llamarlo palacio, surgió un coro de mujeres hermosamente ataviadas que danzaban al ritmo de las flautas y los tambores. Sus sensuales movimientos era tan ligeros que casi volaban con cada salto, y sus melodías suponían música celestial para los oídos. Después, surgieron una extraña tropa que hacían de cortejo, de la que cada soldado portaba un semblante de animal diferente, unos tenían cabeza de buey, otros de cerdo, algunos de tigre, e incluso algunos otros de serpiente. Pero aún así, todos desfilaban ordenados al compás de la música de las mujeres, y como protegiendo una especie de caja negra que se encontraba en el centro. Ji Feng, pensándose loco, se quedó en el sitio, petrificado.

Al poco, la caja negra se abrió y apareció el gran Rey dragón sentado sobre un trono dorado cargado de escamas, piedras preciosas, perlas rosáceas y miles de joyas de diferentes colores. Este miró sin mirar a Ji Feng con una tenacidad amenazante, ya que sus blanquecinos ojos delataban que estaba completamente ciego para las cosas sensibles. Alzando su lustroso semblante, le dijo:

- No sabes para que has sido llamado ¿Verdad? - Ji Feng no se atrevió a responder, sólo se limitó sin saber por qué a arrodillarse enteramente y a escuchar- Pues bien, me han informado mis espías del reino humano acerca de sus fechorías y sus continúas locuras. Tal conducta es intolerable. No obstante, soy bastante benigno y compasivo, por eso voy a cederte de una segunda oportunidad. Algunos adivinos me han relatado que si yo intervengo con esta advertencia en el curso natural del sino, podrías convertirte en mi heredero, y así, edificar al reino sobrenatural. Pero para eso, debes antes reformarte desde ti mismo, y una vez curado tu interior, ser recompensado. Si atiendes a mi petición, podrás casarte con mi hija y heredar este palacio de cristal cuando yo parta hacía un mundo sobrenatural mayor. Mas, si al final decides continuar por la misma senda que corrompe tú interior, yo mismo me ocuparé de calcinarte con mis llamas, o se ahogarte en los mares. Quedas advertido. Espero que lo hayas entendido.

Sin darle tiempo para contestar, lanzó un inmenso rugido que estremeció todos los alrededores. Y cuando Ji Feng, quiso darse cuenta, se encontraba en el mismo punto en el que se inició esta historia. Ya no sabía a qué atenerse, desconocía si lo que acababa de vivir se trataba de un sueño o de la realidad. Pero, con todo, lo tuvo como un acontecimiento sagrado al que no podía hacer oídos sordos. Estaba tan extasiado a la par que turbado, que se quedó toda la noche ahí hasta el amanecer contemplando el mecerse de las caídas ramas del sauce llorón y las agitadas ondas del agua del río.

Al día siguiente, y tiempo después, decidió moverse por el mundo de otra manera. Ahora, bebía con moderación y ya no frecuentaba las mismas compañías. Se dedicaba al estudio de los libros clásicos y al cultivo de la poesía. Y cuando sentía la tentación de retornar a la vida de antes, como un relámpago aparecía la imagen del gran Rey dragón clavada a su mente, y se iba a dormir. En sueños, podía volver a ver el espectáculo del que había gozado aquella vez. Y esperanzado por volver ahí, disculparse ante la Princesa Jade, y casarse con ella, detenía cualquier atisbo de pura maldad que naciera de su interior. Así, poco a poco, la costumbre se hizo naturaleza, y aunque seguía siendo un poco alocado, su corazón acabó tan nítido y pulcro como aquellas hermosas joyas del palacio que pudo por fortuna contemplar, junto a la eterna belleza del semblante de la Princesa Jade.

Una noche como aquella, un bonzo se encontraba paseando allende a la orilla de ese mismo río, y pudo ver en la lejanía a Ji Feng sentado en posición de loto. Acercándose lentamente a él, pudo comprobar como una gran cantidad de lágrimas caían por sus enrojecidas mejillas debido probablemente al vino. Mas, a pesar de esas flamantes y raudas lágrimas que recorrían todo su rostro, mantenía una amplia sonrisa. Cuando ya estaba a su lado, y quiso saludarle inclinándose, comprobó que se había desvanecido en el aire. Ji Feng ya no estaba ahí.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Doce poemas de un paria

- Recuerdo el dolor
que se siente en el corazón.
Recuerdo el desvanecerse
de la efímera pasión.
Recuerdo las señales
que dejan el abandono.
Recuerdo la tristeza
en el sucederse de aquella estación.
Recuerdo la insistencia
de aquel recuerdo, aquel adios...

Y a pesar de todo,
aquí estoy.
Abandonado de todo y de todos,
recordando que recuerdo
y llorando aquella última imagen,
aquel adios de un recuerdo.

- Al final poco importa
el afanarse por las cosas
de este pasajero mundo.
Desde las cosas que tenemos 
hasta las personas que queremos,
todos se transforman y desvanecen.
Que cada lágrima derramada,
cada sonrisa de soslayo,
cada emoción contenida,
son un punto en el abismo.
Todo, al cabo, es humo y polvo
llevados a un lugar incierto.

Al final lo único importante
es que vivimos y que morimos.
Lo restante, es humo y polvo
llevados a un lugar incierto.

- Caminan los sueños,
y en su interminable sucesión
despliegan cada vivencia.
Sin cesar, nos invitan
a habitar un corazón desfalleciente,
que late y se apaga,
que se impulsa y desciende.
Se burlan de tu realidad, 
de las tristezas hacen comedia,
de las alegrías tragedias
y de la verdad dulce falsedad.

Al despertar, atónito me pregunto:
"¿Es el sueño una ilusión,
o es mi vida la que es una ficción?
¿Es el vivir todo lo real,
o es el soñar lo relevante?
¿No será el vivir un dormir
y el soñar un despertar?"

- Oigo como cae la lluvia
desde el cobijo
que me ofrece mi habitación.
Su sonido es semejante
a una tela que se desliza 
muy poco a poco,
similar a una seda
que se va desgajando
y recomponiendo sin parar.
Y que, impulsada por el viento,
viaja a miles de leguas de distancia,
sólo para caer sobre mi ventana
y pasar a ser parte de mi mundo.

La lluvia siempre me ha recordado
a las lágrimas que caen,
que se suceden en un momento
de conmoción profunda.
Por eso, en su constante desprenderse,
fantaseo con la idea
de que todas ellas,
cada una de esas gotas,
de esos trozos remendados de tela
son todas mis lágrimas,
derramadas o acumuladas
con el paso de los años
que componen toda mi vida.
Ojalá lleguen al mar,
y mi mundo sea el océano.

- Tristes melodías se funden
en ecos que se repiten
en la cueva que es mi alma palpitante.
Sones vivificantes y desfallecientes,
son los instantes que aunan
la vida con la muerte.
Y aunque deje de andar,
pese a que me calle,
aún en quietud,
con un silencio completo,
siguen sonando en mi interior.

Cuando la música se silencie,
cuando nada haya que hacer,
significará mi muerte.
O puede, quizás pudiera ser,
que se tratase de un leve rayo de luz
que se haya filtrado
dentro de este corazón ahogado.

- En el silencio de la noche,
se esconde una extraña luz.
Tan extraña es,
que no sólo parpadea ella misma,
sino también mis ojos,
perplejos, al contemplarla.
Procuro escudriñar su naturaleza,
comprender la razón de su existencia,
examinarla como a las páginas de un libro
, cotejarla con ojo avizor.
Pero no hay nunca
una respuesta segura,
un sostén vital,
un sentido al sin sentido.
Todo se resuelve en acariciar el abismo,
en un temblor dubitativo
que produce el tambalearse
de todos los supuestos imaginable.
El fundamento, al cabo,
se torna carencia del mismo.

Así, pues, dejando a un lado
el examen innecesario e impreciso,
me limito a contemplarla.
Sólo a contemplarla, incondicional,
sin temer su huída imprevista,
o su inevitable desfallecimiento.
Ahora ya, en silencio,
la comprendo.
Y comprendiendola a ella,
lo comprendo todo.

- Todo esfuerzo es vano,
desde los humanos empeños
hasta en los conocimientos
mas elevados y soñados.
Muchas veces nos afanamos,
procuramos ir más allá
y siempre nos encontramos
con naturales escollos.
Qué triste es el hombre
y toda su estirpe,
siempre impactando sobre los mismos
muros derruidos de antaño.


En el mundo humano
todo son disputas,
continúas luchas
y victorias ficticias.
En la fáceta trascendente,
todo ensoñaciones,
ilusiones de la razón
y limitaciones inevitables.
Qué sabio fue el maestro Zhuangzi
cuando con serenidad proclamó
que la sabiduría suprema
es conocer el límite de la sabiduría.
Si nos percatamos
de un sólo aleteo de mariposa,
sabremos acerca de la existencia
de toda cosa.

Si sabemos que soñamos,
el sueño mismo negará su sentido
y podrá ser él mismo.
Al igual, que, si nos apartamos,
vemos lo lejano
que es todo horizonte,
como todo transcurre sin ningún
polizonte sobre el barco,
y que cada mota de polvo,
inconsciente, se confirma a sí misma.
Ah, sí. Lejos, muy lejos,
estando quietos, en silencio,
nos fundiremos con la naturaleza,
y seremos cual fuímos y somos:
un trozo de madera
que flota en el río,
que sabe de la cascada del otro lado,
y que aún así, disfruta del paisaje.

- La noche. Silencio.
El pensamiento en suspenso
divaga allí donde cada imagen
es un fragmento atrapado 
en una oscuridad que se dilata.
Se expanden las imagenes
bajo bordes sombríos,
tenues manteles
encierran en su seno
la magia de la fantasía
que se desborda.

¿Lograré atrapar 
aquel núcleo incandescente?

Siempre se escapa.
Mis ojos procuran penetrar
aquel misterio insondable,
aquella profusión profunda.
Nada más agudizar los ojos,
justo cuando estoy ahí,
todo se desvanece
en aquel espacio vacío.
Nada hay donde se encuentra el todo,
todo está donde pace la nada.

¿Soñaré que vivo
y todo fragmento se recompondrá?

Divago. Creo perecer.
Y sé que algún día moriré,
mas nada temo
si la muerte es semejante
a esta eterna oscuridad,
si la muerte es similar
a este relativo silencio.
Ojalá morirse sea como la noche,
pareja a las estrellas
que se apagan, y que nunca retornan,
como dos anillos de fuego,
los cuales giran y giran hasta perderse.
Allí todo es paz en la guerra,
honesta guerra de la paz.

Qué calma... Oh, verdad silenciada...
¿Al final todo se resuelve
en aquel principio
que nunca debió comenzar?

- Todos buscan ser eternos,
en su ilusión, se ríen
ante la naturaleza de las cosas,
de su constante mudanza
en el nacer y en el perecer,
y temiendo a la muerte,
la encuentran igualmente.

Ignorantes, se afanan en suposiciones
de lo que debiera ser la vida,
a partir de sus fantasías
se apegan a hechicerías,
que en realidad, son polvo.
Así, pasan la vida,
entre la vanidad y la preocupación,
y con sus tonterías,
esta se les va.

Mientras, usan su tiempo
en buscar la razón de ser
de ese mismo tiempo,
este se les escapa,
sale volando,
como hojas primaverales en otoño.
Tan ceñidos están a su ego,
que se creen inmortales
sólo por pensarlo,
que toman lo falso por verdadero
como en un mal cuento.
Mas, al final, toda esa importancia
es cercenada por el último suspiro,
todo cuento sea malo o bueno,
tiene que acabar.

Así es como la vida
me ha enseñado lo que son las cosas.
Fue la vida la que me mostró la muerte,
y la muerte la que me ayudó
a querer sin apresar la vida.
Viviendo uno contempla a la muerte
como algo dulce y necesario,
y muriendo uno ve a la vida
como un recuerdo con contrastes lejano.

No temo morir porque sé que es así.
No quiero vivir a cualquier precio.
La vida, es al cabo, algo prestado
que no me pertenece, y la muerte
algo inevitable que proviene de los dioses.

- Aunque en el fondo
sé que es estúpido,
no puedo evitar estar preso
de una melancolía
que me oprime el corazón.

Los dolores son un conjunto
de infimas cadenas,
que como en los dolores corporales,
van medrando poco a poco,
haciendonos pequeños
cual si fuerámos aplastados.

En mi pecho, hay un latido
que se va apagando 
segundo a segundo.
En mis ojos, unas lágrimas
que forman un río
cada vez mas profuso.
En mis manos, las fuerzas
comienzan a faltar
como el aire en mis pulmones.
En mi alma, su hálito
se torna bastante frío,
es un pasaje gélido.

Reconozco que seguir insistiendo
en mi tristeza es mas triste
que las razones del estar triste.
Pero también sé que cuando lloro
una estrella en mi horizonte
se desvanece para siempre.

- Con los años, los pasos
son cada vez mas inciertos.
En cada estación, el tiempo
se huelca más confuso.
Pensando y sintiendo, las sensaciones
son muescas en una playa desierta.

Son luces y sombras
todas las cosas
que conocemos y amamos,
todo es refractario,
trozos aleatorios fragmentados
lanzados al cielo.
Esto lo sabemos,
mas apartamos la mirada
y nos quedamos frente 
a un sólo lado del espejo.

Cantan los pájaros,
sopla el viento,
se mecen los árboles
y a mí ya no me queda nada.

- ¡Qué malestar interno!
Tomaré mi dulce ducado.
Calada tras calada,
el humo sale y se expande
hasta evaporarse.

¡Qué tristeza la mía!
Me encerraré en mi cobijo.
Respiración tras respiración,
el aire emana inmenso
hasta disgregarse.

Y dime, confidente mío,
¿Tú también sueñas todos los días
con aquel vacío?

sábado, 15 de octubre de 2022

Gatos y hormigas

 Antaño, se contaba acerca de la existencia de dos países que se encontraban muy cercanos entre sí, aunque eran muy diferentes el uno del otro. Tan cerca estaban sus fronteras, pero tan distantes eran sus corazones... Eran como dos personas que se querían mucho por la costumbre de los años, que se mantenían uno a la vera del otro constantemente. Pero, que, en el fondo, nada tenían que ver entre sí. O como dos hermanos gemelos que habían pasado toda su vida juntos. Y, que, sin embargo, a pesar de su idéntica apariencia externa, en lo que se refiere a su interior, no podrían ser mas dispares.

Lo mismo les acontecía a estos dos países, de los cuales su existencia se ha puesto muchas veces en entredicho, a excepción por algunos pocos hombres profundos. Como decía, estos dos países,  a pesar de encontrarse uno al lado del otro, no tenían comparación el uno respecto al otro. Si uno era la luz, el otro la oscuridad, si uno era el bien, el otro el mal, y si uno era la diestra, el otro era la siniestra ¿Por qué digo esto? Por lo que se sigue.


Su diferencia radicaba no tanto en su paisaje, como en el modo que tenían de funcionar. Llamemósle a uno "el país de las hormigas" y al otro "el país de los gatos". En el país de las hormigas, tenían un gobierno muy riguroso y estricto. Sus leyes eran muy severas, y sus gobernantes muy duros con sus ciudadanos. Había tanta cantidad de leyes, que ya nadie sabía lo que debía hacer, o lo que no. Y cuando, las mas de las veces sin querer, alguien infringía una de esas ilusorias leyes, se le castigaba con una tenacidad tal que la mayoría de las ocasiones se producía la muerte. En el caso del país de los gatos, el asunto era muy diferente. Ahí, no existía la noción de ley, ni siquiera la diferencia y la definición de lo que está bien, y lo que está mal. Su gobierno era suave y blando como el agua, se adaptaba a las circunstancias de sus ciudadanos en vez de que los ciudadanos se adaptasen a las circunstancias del gobierno. De hecho, sólo tenían un gobernante, el cual era un anciano bastante apacible que dejaba la vida pasar con serenidad. A él acudían todos a buscar consejo, y él nunca reprochaba nada a nadie. Simplemente se límitaba a escuchar, y a aconsejar tomando en cuenta la forma de ser y las circunstancias de cada cual.

Lo curioso del caso, es que en el país de las hormigas siendo tan estricto y estando tan cargado de leyes, la gente tenía muy mal fondo y guardaba mucho resentimiento en su interior. Campaban los ladrones a sus anchas, y los sinvergüenzas hacían lo que querían. Y si pillaban a cualquiera de los dos, siempre tenían algún tipo de justificación que les hiciera librarse de sus crimenes. Los gobernantes se enriquecían, mientras que el pueblo llano empobrecía. Y esto no sólo respecto a sus bienes básicos y materiales, sino también en el alma. Es decir, el exceso de leyes, de intervención por parte del gobierno y de su dureza,  envilecía y envenenaba a las gentes.

Mientras que, por otro lado, en el país de los gatos siendo tan liviano y pasajero, las personas se desarrollaban naturalmente, sin recelos los unos con los otros. Cada cual hacía lo que podía, y era cual su naturaleza original, moviendose por el mundo de acuerdo a la sencilla espontaneidad que les nacían de sus prístilos corazones. No había ni ladrones ni maleantes por las calles ¿Por qué iba a haber si cada cual era quién realmente era, y podían moverse con completa libertad? Los ciudadanos estaban completos y disfrutaban de una abundancia que no se podía pagar con nada. Y esto era así porque estando colmados en su interior, no requerían de nada externo para satisfacer sus carencias. El viejo gobernante era el único del que se podía decir que era pobre, y aún así, había quién lo dudaba porque todo se lo cedía a los demás, sobre todo su sabiduría. En fin, digamos que su carencia de leyes, su no-intervención y su blandura provocó que la gente viviera en paz y en completa libertad.

¿Dónde estaban ambos países? La verdad es que no lo sé con certeza. Y como no lo sé, prefiero callar. Sólo sé lo poco que sé, de lo que me han dicho otros y que yo he creído porque algo en mi interior me indica que debe de ser así. Sin embargo, y por último, he de advertir que cualquier parecido entre nuestra realidad efectiva con el país de las hormigas es mera casualidad...



domingo, 9 de octubre de 2022

Las ondulaciones del agua

 Una gota proveniente del rocío matutino cayó sobre un estanque. De las ondulaciones del agua, se formó un nuevo mundo. Un diminuto mundo, a decir verdad. Pero, un mundo al fin y al cabo. Una suerte de microcosmos en que pequeñísimos seres habitaban creyendo que no existía nada más allá de esas ondulaciones acuiferas. Sólo existía durante unos leves instantes, lo que para nosotros sería un suspiro, un mundo tan pequeño e infimo, resuelto en unas curvaturas efimeras. Esa gota que caía, contenía la escarcha evaporada que cobijó una hoja durante la noche, y que, con los primeros rayos del sol, se transformaba en el movil que crearía un mundo. El cual sería habitado por unos insignificates seres que desconocían lo que tenían al rededor, y que a su vez, eran desconocidos por seres muchísimo mas grandes que ellos.

En semejanza, nosotros somos como esos seres enanos que habitan un mundo desfalleciente. Nos creemos únicos, el epicentro donde surge algo sumamente importante, que dirigimos las riendas del cosmos y que el universo nos pertenece. También creemos que nuestro modo de conocer es infalible, certero e inagotable, que nuestros avances cientificos y técnicos conducen a un proceso en el que nuestro poderío se incrementará mas allá de lo imaginable. Mas ¿A caso no nos comportamos como esos diminutos seres inconscientes que se tienen como razón de ser de todo lo existente?  ¿Nuestros supuestos esfuerzos y avances no vienen a resumirse en ese escaso impulso que dura un segundo de uno de esos pequeños seres antes de desfallecer? ¿Y cada pensamiento nuestro no termina por parecerse a lo que dura esa ondulación de agua en desvanecerse para siempre?

Nosotros, en nuestra arrogancia e inconsciencia, creemos ser motor de todo existente, que nuestros conocimientos son innúmeros, y que, nuestras acciones vienen a cambiar el mundo entero. Pero, en realidad, cada pensamiento que formamos en nuestra mente, cada movimiento que realizamos en vida, cada paso, cada respiración, cada suspiro... No vale lo que una mota de polvo. Todo es en balde como el esfuerzo de esos pequeños seres que se creen que son capaces de alargar por mas de dos segundos su efímera existencia.

Aquí, en este mundo, hacemos igual. Desde la eternidad, todos nuestros pensamientos y motivaciones son vanos. Mas, aún con ello, todavía nos creemos importantes siendo en realidad ignorantes como las abejas que se creen dueñas de sí cuando sólo obedecen al espíritu de la colmena. Nosotros también obedecemos al espíritu de una particular colmena cuando salimos todos los días de nuestra casa. Llamese colmena al estado, al país, a la comunidad, a la ciudad, al pueblo, a la familia... Todo aquello nos ata, nos hace pensar que eso supone un mundo en el que hemos de colaborar para beneficiarnos a nosotros mismos beneficiando en verdad a alguien que está por encima de nosotros en la jerarquía social. Pensandolo mejor, la colmena de las abejas es más coherente que la nuestra.

Todos nuestros supuestos saberes no son más que un soplo desviado en una madrugada tranquila. Como el viento, nadie sabe a dónde va ni de dónde viene. Y aunque podamos saberlo en ese momento alzando un dedo, su cambio en cuestión de segundos es impredecible. Al igual ocurre con lo que puede entenderse racionalmente. El mundo, al estar en constante cambio, siendo las cosas tan pasajeras, es imposible saber a dónde se tornarán una vez que han cambiado. Lo único que sabemos es de la existencia de ese cambio porque lo percibimos. Pero mas allá del mismo, no parece que haya nada estable. Nosotros inventamos la estabilidad y el conocimiento racional para contentarnos. Mas, en realidad, todo lo que existe, lo hace y no lo hace a la vez. La vida se hace muerte, y viceversa. Lo duro frágil, y viceversa. Lo fuerte débil, y viceversa. Lo duro suave, y viceversa. Y así con todas las cosas.

No existe algo así como un sentido de las cosas, como lo inmutable del conocimiento, o al menos, si existe, no podemos comprenderlo por lo falible de nuestro entendimiento. Y como no podemos saberlo con entera certeza ¿Por qué nos devanamos los sesos intentando averiguarlo? ¿Por qué entramos en debates insustanciales sobre cómo si, o cómo no son las cosas? Lo mejor será que evitemos todo tipo de debates sobre las cosas porque en cuanto las señalamos para decir lo que son, la cosa en cuestión ha cambiado y ya no es la misma. Si debatimos, si entramos en el juego dialectico del es-no es, nos perdemos a nosotros mismos. Nos tornamos vanidosos, nuestro ego se piensa dueño de algo, siendo en verdad ignorantes de todo cuanto existe, e incluso de todo cuanto no existe.

Es díficil expresar en palabras todas estas cosas, ya que las palabras procuran cristalizar lo que está en constante tránsito, lo cual es imposible. Mucho mejor será el callarnos, el silencio es justo con lo transitorio. Sin embargo, usar de la palabra sobre todo por escrito, nos sume en la hermosa ilusión de habitar sobre una capa de mundo que se sobrepone con la del mundo real, que es a la vez irreal, existente y no existente a la vez, y que, nos hace vivir lejos a la corrupción. Por momentos creemos habitar en un lugar lejano que nos permite contemplar los cambios del mundo en la distancia. Eso incrementa nuestra creatividad, nuestra espiritualidad, el ejercicio imaginativo e interior nos lleva a ser por vez primera honestos con nosotros mismos para serlo también con los demás. Sobre todo la metáfora tiene mucho valor, la alegoría y la fábula también, como fábula que es nuestra vida y alegórica metáfora que es la existencia de todos los seres. Puede ser un mal cuento, una metáfora banal. Pero cuento y metáfora al fin y al cabo.

Hay que sobrepasar también lo que pensamos que es el bien y es el mal. Las cosas que cambian sin cesar no son buenas ni malas en sí mismas, tampoco lo son por otros. Son buenas y malas a la vez en el mismo tiempo, lo que pasa es que a nosotros nos dá la sensación de que son unas veces buenas, y otras veces malas, debido a lo limitado de nuestra comprensión. Al igual que todas las cosas son y no son al mismo tiempo, viven y mueren en un mismo lugar, estas ni son buenas ni malas, que es lo mismo que decir que son buenas y malas en un mismo tiempo y distinto lugar. Todo aquellas distinciones son términos que nos inventamos nosotros para pensar que llevamos el control de nuestra vida y del mundo. Pero en verdad, nada de eso nos aprovecha en nada. No tiene validez en la medida que tampoco lo tiene lo que creemos conocer racionalmente. Es un mal cuento. Un mal cuento que nos hemos creído como gusanos al arrastrarse por la tierra. Incluso, los gusanos tienen mas dignidad que nosotros en tanto que su arrastrase lleva mas lejos que las distinciones entre el es-no es, bien y mal, fuerte y débil, pobre y rico...

En este mundo, unos parecen ser felices, y otros lloran, unos sienten contento y otros sufren, unos parecen afectados y otros indiferentes. Y digo que parecen porque en verdad no podemos llegar a ser capaces de ahondar en ese interior. Al igual que nuestro conocimiento de las cosas es vano y superficial, lo mismo acontece con las personas. Al final todas estas cosas poco importan, son tan momentaneas como pompas de jabón. Unas veces estas son grandes, otras veces, pequeñas, pero al cabo siempre explotan y al tiempo vuelven a formarse otras. Al final, lo verdaderamente importante, tanto para conservar integro el espíritu, como simple y pura la mirada, es atenernos a lo que en realidad somos, aceptando el cambio, y que este, se encuentra intrínseco en la naturaleza de todas las cosas. Lo restante, es todo humo.

Acude en ti, retorna a quién verdaderamente eres en tu interior. Olvida el recuerdo, la opinión, los saberes superficiales, las palabras vanas y las experiencias pasajeras. Atente a la mirada interna, a lo que te comunica tu corazón cuando se encuentra limpio y no contaminado, corrupto por dejar que todo lo externo se extienda en ti cual una enfermedad. Lo único estable es esa verdad proveniente de reinos espirituales que sobrepasan la ilusión que resulta del mundo. Nada de aquí puede darte una certeza, la única certeza es que aquí no la hay, y que si puedes alcanzarla es únicamente cuando uno alcanza la conciencia interna ¿Cual es esa conciencia interna? No lo sé, ni yo la conozco. Quisiera, pero a día de hoy no he visto esa luz. Soy un ciego que intuye, que señala sin atisbar qué es lo que señala. Lo advierto, lo siento en mi interior. Estas palabras no son mías, son de algo que me sobrepasa. Un secreto camino que he recorrido en sueños, mientras tenía los ojos cerrados. Sólo lo he sentido con el tacto de mis pasos.

Harto díficil es intentar explicar estas cosas. Hago lo que puedo. Mas sé que mi escaso saber es limitado como el de muchos otros. Soy un ignorante que apunta a algo que está muy por encima de mí mismo, como también de la humanidad entera. Ese algo se encuentra en un núcleo que es y no es, que es parte de todas las cosas y de la nada, que existe y que no existe, que nace y muere, que se corrompe y es impoluto... Es decir, que es incomunicable. Lo he intentado de forma muy poco convincente, muy pobre como lo son mis palabras. Pero lo dicho, dicho está. Porque es así, y porque no puede serlo de otro modo. Porque no es así, y porque podría ser de otro modo. Y ahora, sólo cabe el silencio.

jueves, 1 de septiembre de 2022

El cuchillo clavado sobre la mesa y las lágrimas de sangre

 - ¡Me cago en Dios! ¿Dónde demonios se habrá metido esta mujer...? ¡Qué maldita pesadilla es vivir con ella!

Así se quejaba Laurelio mientras pegaba patadas debajo de la mesa debido al enfado. Estaba esperando a su mujer para una cita que habían concertado hacía un par de días para reconciliarse. Probablemente por primera vez en su vida se había dignado a cocinar algo. Se trataba de una especie de paella en la que metió todo aquello que estaba a punto de caducar, como por ejemplo pimientos, mejillones, pollo, hasta pepinillos... Todo este contenido se tambaleaba con sus continúos golpes, haciendo parecer que aún estaba en la paellera dando vueltas y vueltas.

Era cierto que últimamente la convivencia con su mujer había sido cuanto menos álgida. Discutían cada dos por tres, a veces por las cosas más baladí. A Laurelio le irritaba especialmente que ella irrumpiera sin permiso previo a su habitación y desproticara contra todos y contra todo -incluso, contra él- porque necesitaba desfogarse. Veía en ella a una mujer muy egoísta, quizás porque también lo era él. Pero esto último se negaba a verlo. Los males que pudiera provocar él siempre tenían algún tipo de justificación hasta cierto punto racional, mientras que los malos actos que pudiera tener su mujer eran demenciales, provinientes del mismísimo infierno. Ya no sólo era que perturbara sus escasos momentos de sosiego, sino que todo el día uno debía estar pendiente de ella y a sus exigencias. En verdad, con él pasaba más o menos igual. Aunque, claro, en su caso siempre era diferente, eran otro tipo de circunstancias, y por lo tanto, todas y cada una de ellas comprendían de una razón de ser que a su mujer se le escapaba por completo.

Cansado de esperar unos treinta minutos apróximadamente, Laurelio se levantó de repente y dió un fuerte puñetazo a la mesa. Del golpe se precipitaron algunos tenedores y demás cubiertos, y al verlos caídos cercanos a sus pies, les propició una serie de patadas para dispersarlos y alejarlos de él. Sin querer, la punta de uno de los cuchillos le rozó en uno de sus meñiques produciendo un leve corte del que salieron un par de gotas de sangre a penas perceptibles. Esto le cabreó aún mas. Por lo cual, se molestó en agacharse para coger aquel desdichado cuchillo, e imaginandose que se trataba de su mujer, lo clavó en la mesa con furia.

- ¡Ya está! Ya no aguanto más... Estoy hasta las pelotas de la puta de mi mujer. Voy a ver dónde cojones se ha metido la muy zorra.

Tras exclamar estos pensamientos en alto, se fue de la estancia dejando el cuchillo clavado sobre la mesa. Muy cabreado, fue dando zancadas desde la puerta de su pequeña casa hasta la calle. Mientras andaba pisando el suelo como si fuera el estómago de su mujer, fue profiriendo suspiros que ilustraban su rabia contenida e interior. Sin saber dónde buscar, se dirigió al bar dónde solía ir a beber los domingos con sus amigos para olvidarse de sus endiabladas mujeres. En realidad, por mucho que intentarán envalentonarse gracias a la ayuda de la bebida, al regresar a su casa, bajaban la cola y aguantaban estoicamente sus regañinas, e incluso, algún que otro golpe. Mas, sin embargo, en el momento en el que estaban tomándose unas birras en el bar, durante ese preciso instante, se creían héroes de su propio destino.

Ahí estaban, en la entrada del bar, una serie de hombres que no le sonaban para nada a Laurelio. Todos aquellos eran unos perfectos desconocidos, ninguno de ellos eran sus amigos. Hasta el hombre que hacía de camarero le parecía un desvergonzado joven que iba a un concurso de disfraces de los trabajos peor pagados. Pero de todas maneras, decidió internarse para preguntar, con voz temblorosa, por el paradero de su mujer.

Todos le miraban con extrañeza. Una extrañera que no era tanto el producto de una repentina sorpresa que se presentara por casualidad, como una especie de desasosiego hacía un incordio conocido. Laurelio, mientras tanto, se dirigía con paso presuroso y temeroso ante el dueño del local, el cual, tampoco le sonaba nada de nada. Mas, estaba tan enfadado, sentía tanta ira en su interior, que le restó importancia a este hecho superficial, y pasó a preguntarle a quién presumió que era el dueño del sitio acerca de dónde se encontraba aquella mujer que le había traicionado al no acudir a su cita.

- Pero don Laurelio... -le respondió- Otra vez usted por aquí... No, no tengo ni la más rémota idea acerca de dónde está su mujer.

- De nuevo está este viejo sarnoso preguntando por aquí sobre el paradero de su seca y arrugada esposa... Qué puta pesadez de viejos ¡Ojalá se mueran todos de una puñetera vez!

Laurelio, perplejo, pestañeó unas cinco veces, y alzando el puño en alto en señal de amenaza, se dió la vuelta y se fue. Cuando se halló en plena calle de nuevo, un fragmento de sol le iluminó parte del semblante, produciendole picores. Andando, tambaleante, sintió que el viento le recorría sus grisáceos y escasos cabellos. Poniendo atención a esta sensación, pudo sentir como algunos de estos débiles cabellos, se fueron volando en dirección a la carretera. Y de repente, el paso de un coche que iba a bastante velocidad, los dispersó en el cielo cual si fueran los pétalos blanquecinos de un diente de león. Vió como estos resplandecían en contacto con el sol quizás por última vez antes de acabar tirados entre la porquería del asfalto, y sin saber por qué, se le derramaron algunas lágrimas.

Continuó deambulando por aquellas calles que se conocía tan bien, sintiendo en su pecho una pesada tristeza de la que no sabía su origen, y sin saber tampoco por qué, se perdió. De repente, todos aquellos caminos que había recorrido durante años desde su juventud se le difuminaron, y cuando logró distinguir con algo de mayor nitidez, le eran completamente desconocidos. Desconcertado ante este hecho, como también por la repentina tristeza que sentía, se detuvo en seco mirando a ambos lados. Pero nada, no le sonaba absolutamente nada de lo que veía al rededor ¿Cómo era posible? Si se conocía a dedillo todas aquellas calles ¿Cómo podía perderse en su propia tierra después de haber pasado toda su vida ahí?

Entonces, un policía le vió desde lejos, y acudió a paso ligero allí donde se encontraba Laurelio. Con una sonrisa entre afable y sárcastica, le tomó del hombro y le dijo:

- Vaya, vaya... Otra vez por aquí señor Laurelio... Venga, suba a mi coche que está a pocos minutos de aquí. No se preocupe por nada, yo le llevaré a casa.

Sin saber qué decir, Laurelio, en su desconcierto, decidió seguir a aquel hombre con uniforme. Tenía razón. A los pocos minutos se encontró en la puerta de su casa, y al girar el cuello en dirección al policia que le había traído, pudo verle alejarse mientras agitaba la mano en señal de despedida. Acto seguido, se internó en su casa y buscó a su mujer por todos los rincones, hasta debajo de la cama y dentro de los armarios. Mas su búsqueda fue en vano, no logró encontrar atisbo de su mujer a excepción de todas sus pertenencias desperdigadas por cada una de las estancias. Sólo pudo contemplar el reflejo sombrío de aquel cuchillo clavado en la mesa de la sala de estar, veía como la sombra proyectada en esa misma mesa avanzaba en circulos hasta que la sombra se hizo total una vez el día había llegado a su fin.

Después de aquello, pasaron días y días. Los cuales, quizás para otro, hubieran sido interminables. Pero, que, para Laurelio, fueron semejantes a un suspiro. Se mantuvo inmuto contemplando aquel cuchillo y cómo avanzaba la sombra que proyectaba a medida que pasaba el tiempo. Sólo se levantaba para beber agua, o en su defecto, vino. Pero, al momento, volvía a sentarse en la misma silla en la que días antes estaba tan enfadado. Ahora ya no lo estaba, aunque tampoco sabría decir a ciencia cierta cómo se sentía. Era una especie de perplejidad aletargada, que se dilataba con el paso del tiempo, que a veces se extendía siguiendo un horizonte tan infinito como incierto, y que, otras veces se quedaba sumido en un punto, como si se hubiera vértido ácido y este descendiera en silencio y en dirección a las profundidades de la tierra.

Uno de esos días, acudió su hijo a visitarle. Casi se le olvidaba que una vez tuvo un hijo. Le vió bastante mas mayor y demacrado, como si le hubiera pasado algo muy grave que se le hubiese impreso en el rostro. Sin embargo, no se atrevió a preguntarle por si eso pudiera molestarle por lo que fuera. Así que se limitó a invitarle a un vaso de vino frente a la paella putrefacta que desde que se perdió en la calle se había quedado ahí. Su hijo arqueó las cejas en señal de encontrarse frente a algo que le era tan desagradable como conocido. Rompiendo el silencio le dijo en un tono que intercalaba severidad y preocupación:

- Mira, papá... No puedes seguir así... ¿Te has dado cuenta de cómo vives? ¡Es de vergüenza! Ya no puedo seguir soportándolo mas. He decidido que ya es hora por fin de hacer algo respecto a tu situación

Laurelio, sin entender a qué venía aquel comentario, ni tampoco la intención que subyacía a su tono de voz, evitó lo que para él eran cuestiones secundarias, y fue a pasar al tema que era esencial, la raíz del problema: dónde estaba su mujer.

- Papá... Cada mes estás igual. Yo ya no sé cómo narices decirtelo... Mamá está muerta. Jamás la vas a encontrar. Murió hace diez años debido a un atropello frente a la carretera que dá al bar donde tú estabas constantemente borracho. Ya no te acuerdas, o al menos, no muy de vez en cuando. Ella acudía al bar rogándote que por favor volvieras a casa, mientras tú no podías soltar la botella de alcohol de la mano. Quizás por eso estás tan mal de la cabeza... No lo sé. Pero, vamos, lo que quiero decir es que tu situación actual va a cambiar hoy mismo. Se acabó.

En ese momento, Laurelio cayó al suelo de rodillas y se puso a llorar desconsoladamente una vez que su envejecido hijo le había recordado todo de sopetón. Fue como si le hubieran dado un puñetazo en plena cara que le hubiese despertado de un aletargado sueño, y que, ahora al despertar el dolor fuera secundario en comparación al sufrimiento que sentía en su interior. No cesaba de llorar. Las lágrimas le caían de sus desacompasadas pestañas al suelo cual si todo su ser fuera un afluente desbocado, llevando toda su enturbiada agua a un abismo irrecuperable, agotando cada gota de agua que había en la tierra, en su mundo.

Agarrándose de las sienes con desesperación, ahora comprendía aquellas desconcertantes lágrimas que se le habían desprendido de los ojos sin él quererlo cuando se encontraba frente a la carretera. Todo había recobrado su sentido. Un sentido que era tan tremendamente doloroso que su cuerpo temblaba al unísono. Empezó desde sus desgastadas rodillas hasta su cabeza,  provocándole que todo su cuerpo se hubiera convertido en un recipiente vertiginoso, a punto de explotar y desvanecerse para siempre. Pero antes de la inevitable explosión, lanzó una mirada de soslayo al cuchillo clavado en la mesa, y pudo ver a su mujer sosteniendole con el semblante cargado de lágrimas de sangre.

- ¡Te encontré! - pudo exclamar con una sonrisa de felicidad instantes antes de caer completamente desplomado.

Con el paso de un tiempo incierto, Laurelio se encontraba en un lugar que le era totalmente desconocido. Estaba tumbado en una cama demasiado limpia para ser la suya, rodeado de unas baldosas tan blancas que destellaban al contacto con una luz fría y artificial. Desconcertado, sin saber qué pensar, decidió levantarse. Y como se tambaleaba con cada paso, sintiendo que esta a punto de caer, se agarraba a todo lo que tuviera a mano para mantenerse estable. Entonces, salió de la extraña habitación, y pudo vislumbrar un largo y blanquecino pasillo que parecía no acabar. Bastante aturdido, se quedó en el sitio, parado en seco, dubitativo con su yo interno y con el entorno que le rodeadaba.

Al rato, apareció una mujer morena muy delgada con la bata blanca que le sostuvo de uno de sus brazos al verle tan inestable y tambaleante, y como era la única persona que había visto en aquel lugar, le preguntó:

- Perdone señorita, ¿Sabe dónde está mi mujer?

sábado, 27 de agosto de 2022

El mecerse de la hierba

 Existe la superstición de que la memoria actúa en nosotros cual si se tratase de un archivador perfectamente ordenado. Es como si nosotros cuando quisiéramos recordar algo, abriéramos un cajón en nuestra mente y encontrasemos un recuerdo impoluto, nítido y perfectamente objetivo. Se ha llegado a afirmar, incluso, sobre todo aquí en Occidente, que esta memoria totalmente racional vendría a definir nuestra identidad. Es decir, la memoria y el conjunto de recuerdos que subyacen a la misma, sería lo que conformaría quienes somos, nuestro yo. Sin embargo, yo siempre he sido contrario a estas dos tesis, ya que para mí la memoria no es como un archivador donde reina el orden de un maníaco de la limpieza. Es mas bien un espacio muy amplio en mi interior donde revolotean los recuerdos. Y, que, debido a tanto girar y girar, se estropean con el tiempo, o en su defecto, se le añaden nuevos matices como a los libros el polvo. Ya en lo referente a identificar a la persona con la memoria, creo que esto de ningún modo es así. Es verdad que en la medida que tenemos experiencias, se añaden en nosotros una serie de enseñanzas y aprendizajes que nos condicionan a pensar de una o de otra manera. Pero, afirmar que es ese el núcleo es un despróposito. Nuestro yo, nuestra conciencia, lo que somos en esencia, es algo que trasciende a lo que vivimos y recordamos, es algo que va más allá de todo lo que nos rodea, se trata de algo con lo que nacimos y con lo que moriremos. Qué sea, o de dónde venga exactamente, no lo sé.

Pero como en todo, hay cosas que no se pueden saber. Es bueno vaciarse en conocimientos de vez en cuando, depurarse de pensamiento.

Aún teniendo en cuenta esto, hay veces que intento acceder a mi yo consciente, y en ocasiones que podido contemplar un pequeño halo de luz. Mas creo que esa no es la conciencia tampoco, mi yo ha de darse de una forma que no admita descripción. Otras veces, sin embargo, sí he logrado juguetear con la memoria. Y esta se ha mezclado con la fantasía y la imaginación hasta tal punto que he llegado a preguntarme: "¿Eso pasó realmente? ¿Qué es verdad y qué es mentira? ¿Qué está supuestamente mal, y qué es lo que denominamos el bien?" Pero al poco de replantearme estas preguntas, me doy cuenta de que no sirven para nada. Poco importa que lo que yo haya vislumbrado en mi interior sea real, la verdad o lo que pensamos que es el bien. Lo verdaderamente importante es haber gozado de ese instante lúminico, el haber encontrado en el amplio espacio de mi memoria una sucesión desperdigada de imagenes que se combinan artísticamente entre sí de mil maneras diferentes cada vez que acceso a ellas.

Esto me acontece ahora mismo, en este momento exacto. Se abre una puerta en mi interior tan colmada de luz, que díficilmente puede llegar a verse algo con nítidez. Ni siquiera sé si lo que da entrada a este mundo a parte es una especie de puerta, ya que si así fuera, sus contornos estarían difuminados por la gran cantidad de luz. Así que mejor imaginemos que el haz de luz ha aparecido de repente, ha irrumpido allí donde yo y el lector estuvieramos, ha quebrado el mundo circundante y se ha manfiestado como una aparición de otro mundo.

La luz lo absorbe todo, colma casi cualquier cosa con su luminosidad apabullante.

Y ahí me veo a mí, otra vez niño recorriendo aquel prado que he recorrido tantas veces en la realidad como en la memoria. Mas, no obstante, mi manera de recorrerlo como lo hice en la vida ordinaria y tal y como lo recuerdo, fue sólo una vez, mientras que en la memoria, fueron incontables veces de mil formas. Lo único que permanece inalterable es el ondularse de las hierbas cuando son mecidas por el viento. Pareciera que un idéntico espíritu las anima a realizar el mismo recorrido cada vez que las veo bajo mis párpados. Y aunque quién me vea desde fuera puede pensar que estoy dormido o vagabundeando, se equivoca porque en realidad en ese otro mundo estoy despierto. Tanto, que, mis ojos de niño se quedan embelesados contemplando aquel mecerse de la hierba silvestre. Se abren surcos entre un lado y otro, y pareciera que una docena de hadas invisibles que quieren ocultarse al mundo vuelan por encima de esa hierba. Quizá mi curiosidad infantil proviene de querer verlas, no sólo por un tipo de deleite estético en lo que se refiere al paisaje.

Entonces, algo irrumpe entre la hierba. Se trata de un pastor alemán que disfruta de que su lomo peludo y sus patas pesadas sean acariciadas por esa hierba en la que sobrevuelan las hadas invisibles. Va con la lengua fuera como un trapo. Pero no del cansancio, sino mas bien de alegría y disfrute. Así me lo comunican sus ojos, unos ojos muy abiertos y vidriosos de un tono castaño claro. No parece un perro muy pequeño. Yo creo que es un perro adulto que mantiene en su seno la expectación de la niñez, y que disfruta como lo haría cuando era un cachorrito de esconderse para volver a aparecer.

De repente, noto una mano en mi hombro, y al girarme me percato de que es mi amigo N, su estampa es inconfundible. Aquel cuerpo robusto, sus facciones de bruto, una piel cobriza y aquellas gafas que mas le dan un aspecto de patetismo que de intelectualidad, le delatan completamente. De su boca con aparato, nace un afluente de saliva tal, que me impide averiguar de lo que está hablando. Creo haber entendido que es hora de irnos, que su padre nos está esperando en su destartalada furgoneta. Pero yo no quiero irme, al menos todavía no. Siento como si sólo hubiera tenido unos minutos para descifrar el secreto de las hadas invisibles. Y quiero saberlo, necesito saber por qué se ocultan de nuestros ojos mientras juguetean como niñas por encima de la hierba mecida por el capricho del viento.

Sentí un cambio en mí. Mi cuerpo seguía siendo el mismo, mi alma era idéntica. Pero mi yo consciente era distinto.

El paisaje también era el mismo. Tal escenario parecía inmutable, inalterable, origen y culmén de su propia existencia. Sin embargo, los componentes accidentales que lo habían acompañado, habían cambiado. Yo ya no era el niño que estaba ahí, era mi yo en una edad más o menos actual. Mi amigo ya no estaba ahí, y tampoco la furgoneta vieja de su padre nos estaba esperando para conducirnos de vuelta. Parpadeando de perplejidad, busqué una razón a la existencia de las hadas en el continúo movimiento del mecerse de las hierbas. Al principio me asusté porque dejé de ver el movimiento que hacía la hierba cuando era impulsada por el viento. Mas al poco, caí en la cuenta de que simplemente, su intensidad era menor. A lo que se sumaba que su dirección se había alterado. Ahora estaba concentrada en lo que parecía el núcleo de aquel prado. Así que decidí adentrarme con totalidad libertad, sin miedo a lo que pudiera pasar si me perdiera entre tales frondosas hierbas.

En la medida que las iba atravesando, con cada paso, ese cambio en mí era cada vez mas patente. Me sentía mas liviano, menos pesado, ligero como una pluma en espíritu. De ahí que hasta cierto punto me sintiera uno con el viento. El transcurso para llegar fue muy apacible, mas la llegada fue una ráfaga muy serena. Pues cuando llegué hasta el corazón de aquel paraje medio recordado, medio soñado, me dí cuenta de que se trataba de un prado despejado. Las hierbas que con tal sutileza se desplazaban como si fueran las olas del mar, sólo estaban a mi al rededor cual decorado armonioso. Yo, sin embargo, estaba en el centro de un natural escenario vislumbrando cómo la figura de las hadas que jugueteaban en aquel pasaje se iba haciendo cada vez mas nítida. Si agudizaba mis ojos y afinaba mi mirada, podía ya distinguir las telas trasparentes que portaban, y a través de las cuales, me llegaban ráfagas blanquecinas provenientes de su piel.

Estas, volaban y volaban. Y aún habiendo advertido mi presencia, prefirieron ignorarla.

Yo me quedé en el sitio. No me atrevía a moverme para no perturbar la belleza del momento. Temía que un desdichado paso mío pudiera provocar no sólo que las hadas que cada vez eran más visibles se marcharán, sino que también todo el ambiente onírico que me rodeaba se hundiera en un profundo foso del que jamás ya volvería a tener acceso. Ese miedo en un principio provocó que mi respiración se agitase durante unos instantes. Pero cuando fuí consciente de que incluso esa respiración podría alterar aquello que estaba viendo, logré sosegarla concentrándome en la cantidad de aire que inspiraba y expiraba. Y sólo cuando mi presencia se hizo semejante a un tercer ojo cuya única naturaleza residía en limitarse a participar mediante la contemplación, pude confundirme con aquello que veía, aunándome cual una cuna que es movida por su propio peso.

Y entonces, llegó el crépusculo, transformándolo todo en un bosque mágico. El velo de la noche bordado por el atardecer cayó sobre todo lo que componía mi visión, y también yo mismo, con la naturalidad con la que una tela grisácea se esparce por un espacio donde incide la luz del sol. En ese momento sentí cómo unas alas crecían por mi espalda cual si las hierbas que instantes antes había atravesado me hubieran plantado unas semillas justo ahí. Una de las hadas, al ver que yo había cambiado sustancialmente mi forma, decidió mostrarse completamente hasta el punto de despojarse de la escasa tela que la cubría. Desnuda, y con una sonrisa juguetona, sin malicia, como la de una niña que ha hecho una picardia sin que sus padres lo supieran, señalo hacía un punto del cielo nocturno. Después, sus senos, alzandose con un impulso, ascendieron para incidir en el camino que de ahora en adelante debía seguir.

Reconozco que mí pecho comenzó a desplazarse con violencia debido a los incesantes latidos que sentía en mi corazón, como también que mi respiración retornó a agitarse a pesar de que parecía que la había controlado. Pero esto sólo fueron unos instantes, porque cuando me percaté de cual era mi destino por así decirlo, pegué un brinco, y con decisión ascendí allí donde aquel inmaculado dedo índice me había indicado que debía ir. Al subir, sentí como si fuera mas bien un salto prolongado en vez de un aleteo, como si la fuerza hubiera estado mas en mis pies que en mis recientes alas. El coro de hadas envueltas en finas telas me rodeaba, dando vueltas y mas vueltas para darme ánimo, y el hada que se desnudó ante mí, me seguía justamente por detrás. Ahora parecía que se había cubierto todas sus partes íntimas con hojas y algunas hierbas silvestres. Desconozco cómo caí en aquellos detalles cuando estaba concentrado en ascender. Mas supongo que eso no importa, el caso es que seguí...

Seguí y seguí. Insistí en la ligereza, y evitando todo lo pesado, me volví trasparente para encontrar mi camino.

domingo, 24 de julio de 2022

Encuentro con el rey de los vampiros

 El otro día, tuve un sueño curioso. Tan curioso que me dejó impresionado. Por eso, dejaré aquí las vagas impresiones que me quedaron de aquel efluvio onírico:

"Parecía que me habían contratado en una especie de agencia secreta que tenía por misión el velar por la humanidad. Para entrar en ella, tuve que pasar una serie de pruebas que ya no recuerdo. Sólo recuerdo con relativa nitidez que se trataba de un inmenso edificio bastante largo que contaba con innúmerables pasillos, de los que a su vez, tenían centenares de sus habitaciones en sus interiores. En una de esas habitaciones, bajando por unas escaleras que daban a un sótano que se encontraba adornado por unas telas cargadas de arabescos, era la sala secreta a la que pude acceder cuando me contrataron. Estaba toda cargada de madera, con algunos muebles en desuso de los cuales destacaba un sofá rojo y alargado que se encontraba cargado por encima con telas blanquecinas. Esta pequeña sala daba a su vez acceso a una puerta de madera de arce, que permitía dar entrada a un pasillo secreto.

Me dijeron que se me encomendaba una misión especial que estaba precisamente en relación con aquel pasillo. Por lo visto, aquel lugar sellado se trataba mas bien de un enorme muro que comprendía de una serie de puertas que daban entrada a lo que serían varias cárceles en sucesión. Todo aquello era bastante extraño, no sólo la disposición del lugar, sino también aquello que se me encomendaba. A pesar de todo, yo actuaba como si supiera lo que debía hacer. Andaba con decisión sobre las piedras que comprendía aquella gigantesca galería como si lo conociera de toda la vida, y miraba al rededor cual si aquellas estravagantes vistas fueran la rutina del día a día.

Entonces, entré junto a otros tres agentes a una de esas cárceles. Y me encontré con un vampiro bastante agresivo que revoloteaba por la celda como si estuviera desquiciado. Intenté calmarle. Pero todo fue en vano por el nerviosismo que connotaban el resto de los agentes. Lo que dió como resultado que el vampiro en cuestión se enfadase mucho, y comenzase a dar golpes a las paredes con estridencia. Rápidamente me explicaron que los vampiros que vivían al otro lado del muro intentaban entrar al mundo de los humanos, y que por eso se estaban revelando contra las cárceles que estos les imponían.

- Esto no puede seguir así -les dije- Dejarme ver al rey de los vampiros. Quiero hablar con él.

- Comprendido -me respondieron, inclinando la cabeza en señal de aprobación-

Así, nos internamos nuevamente en aquel pasillo y nos dirigimos al final del mismo. Esta puerta era mucho mas grande en comparación con la otra. Y nada más entrar, nos sumergimos en una piscina poco profunda. Allí estaban unas mujeres desnudas que parecían unas ninfas, con poco pecho y más bien tirando a delgadas. Serían unas cinco, o así. La mayoría de ellas tenían una tez oscura, a excepción de dos porque una era muy clara y pelirroja, y la otra casi albina. Pensé que se tratarían de las concubinas del rey de los vampiros. Decidí dirigirme a la que estaba en el centro por considerarla la líder de las otras cuatro al llevar un ancho collar dorado, y la dije que avisara a su rey porque quería hablar con él. Sus ojos negros se clavaron en los míos, y asintiendo, sacó una vara muy larga de debajo del agua y dió dos fuertes golpes que hicieron retumbar toda la plataforma.

Aquello provocó un remolido en el agua, y el agitarse del cielo cual si se acercase una tormenta que producía ecos y estruendos. Y entonces, una luz atravesó el cielo y se posó en el interior del remolino. De el apareció una figura dorada que iba haciendose cada vez más nítida. Cuando ya pudo distinguirse sin problemas, ví que el rey de los vampiros se trataba de un africano que lucía una armadura de oro y una corona del mismo tipo adornada por diamantes y piedras preciosas. Me miró fijamente, al igual que lo había hecho su concubina principal de tez cobriza, y se hicieron unos instantes de silencio.

- ¿Y quién eres tú? - me preguntó con una voz muy grave

- Soy un vampiro procedente del mundo de los humanos. Soy como tú. Pero menos poderoso - le respondí vacilante, enseñandole mis colmillos de vampiro con mas decisión que las que connotaban mis palabras

- Hum...

Estaba a punto de decir algo. Mas, en ese momento, uno de los agentes se abalanzó contra él y le arrestó llevandole al interior de la galería que habíamos pasado para entrar allí. Entonces, se armó un alboroto y se escucharon gritos. El único inteligible fue el de un hombre que alertaba de que los vampiros se habían sublevado. Se pudo oír también una señal de alarma, junto a unas luces rojas que alertaban de la gravedad de la situación.

También en la sala en la que estabamos, la situación se volvió una locura. Los agentes forcejearon contra las concubinas vampiras. Incluso, uno de ellos, desnudandose intentó violar a una de ellas. Esta, haciendose pasar en un momento por indefensa y complaciente, le arrancó el miembro de un tajo, provocando que bastante sangre se dispersara por el interior de la piscina. Yo, que no sabía qué hacer en un principio, al ver la situación tomé una decisión. Eran los vampiros los que estaban realmente reprimidos por culpa de los humanos. Además de que yo mismo empaticé con ellos al ser también un vampiro. Así que aparté a los agentes para que las concubinas se alimentasen de su sangre, y me abalancé al abismo que daba entrada al mundo de los vampiros.

Pude sobrevolar sus tierras, identificandome como uno de ellos. Mientras volaba por encima, pude ver familias de vampiros, entre los que había ancianos y mujeres maduras vampirescas. Todos ellos estaban demacrados, hasta el punto de que algunos de ellos tenían sus rostros deformados. Vivían en la servidumbre dentro de territorios completamente salvajes que jamás habían sido modificados por el hombre, con pequeñas excepciones. Todo eran bosques y campos verdosos que hubieran sido completamente desiertos si no fuera por algunos vampiros que vestían con arapos que caminaban dispersos por estos parajes. También había algún que otro río del que no se sabía a ciencia cierta por dónde comenzaba ni mucho menos si finalizaba.

En tanto que iba saltando por las copas de cedros y de sauces, e incluso sobre el tejado de alguna destartalada cabaña con techo de paja, pensé en que debía reunirme con la reina de los vampiros para informarle acerca de la situación. Agudizando mi mirada, pude vislumbrar una zona que a pesar de hallarse tan oscura que parecía que sólo era de noche ahí, se encontraba iluminada por unos rayos de amarillenta luz lunar decorada por polvos dorados. No sé por qué. Pero intuí que allí era a donde debía dirigirme. Esperanzado y con ilusión, así lo hice emocionado impulsándome entre las ramas que me permitían avanzar..."

Desconozco la razón por la cual este sueño me conmocionó tanto. Quizás fuera por la nitidez de todos los detalles que lo componían estéticamente, o porque pueda que tenga un significado oculto que no he logrado adivinar. El caso es que lo conté bastante entusiasmado a todos mis seres queridos sin entrar en detalles. Pero pensé que eso no era suficiente para un sueño que se ha quedado impreso en mi corazón por razones desconocidas. Así que decidí dejar escrito por aquí lo que recordaba para que no se me olvidase. Y ya de paso, para que en cierta medida quedase grabado para la posteridad. O, al menos, para que un lector tan desdichado como yo, lo leyese y le diera rienda suelta a su imaginación.