- Recuerdo el dolor
que se siente en el corazón.
Recuerdo el desvanecerse
de la efímera pasión.
Recuerdo las señales
que dejan el abandono.
Recuerdo la tristeza
en el sucederse de aquella estación.
Recuerdo la insistencia
de aquel recuerdo, aquel adios...
Y a pesar de todo,
aquí estoy.
Abandonado de todo y de todos,
recordando que recuerdo
y llorando aquella última imagen,
aquel adios de un recuerdo.
- Al final poco importa
el afanarse por las cosas
de este pasajero mundo.
Desde las cosas que tenemos
hasta las personas que queremos,
todos se transforman y desvanecen.
Que cada lágrima derramada,
cada sonrisa de soslayo,
cada emoción contenida,
son un punto en el abismo.
Todo, al cabo, es humo y polvo
llevados a un lugar incierto.
Al final lo único importante
es que vivimos y que morimos.
Lo restante, es humo y polvo
llevados a un lugar incierto.
- Caminan los sueños,
y en su interminable sucesión
despliegan cada vivencia.
Sin cesar, nos invitan
a habitar un corazón desfalleciente,
que late y se apaga,
que se impulsa y desciende.
Se burlan de tu realidad,
de las tristezas hacen comedia,
de las alegrías tragedias
y de la verdad dulce falsedad.
Al despertar, atónito me pregunto:
"¿Es el sueño una ilusión,
o es mi vida la que es una ficción?
¿Es el vivir todo lo real,
o es el soñar lo relevante?
¿No será el vivir un dormir
y el soñar un despertar?"
- Oigo como cae la lluvia
desde el cobijo
que me ofrece mi habitación.
Su sonido es semejante
a una tela que se desliza
muy poco a poco,
similar a una seda
que se va desgajando
y recomponiendo sin parar.
Y que, impulsada por el viento,
viaja a miles de leguas de distancia,
sólo para caer sobre mi ventana
y pasar a ser parte de mi mundo.
La lluvia siempre me ha recordado
a las lágrimas que caen,
que se suceden en un momento
de conmoción profunda.
Por eso, en su constante desprenderse,
fantaseo con la idea
de que todas ellas,
cada una de esas gotas,
de esos trozos remendados de tela
son todas mis lágrimas,
derramadas o acumuladas
con el paso de los años
que componen toda mi vida.
Ojalá lleguen al mar,
y mi mundo sea el océano.
- Tristes melodías se funden
en ecos que se repiten
en la cueva que es mi alma palpitante.
Sones vivificantes y desfallecientes,
son los instantes que aunan
la vida con la muerte.
Y aunque deje de andar,
pese a que me calle,
aún en quietud,
con un silencio completo,
siguen sonando en mi interior.
Cuando la música se silencie,
cuando nada haya que hacer,
significará mi muerte.
O puede, quizás pudiera ser,
que se tratase de un leve rayo de luz
que se haya filtrado
dentro de este corazón ahogado.
- En el silencio de la noche,
se esconde una extraña luz.
Tan extraña es,
que no sólo parpadea ella misma,
sino también mis ojos,
perplejos, al contemplarla.
Procuro escudriñar su naturaleza,
comprender la razón de su existencia,
examinarla como a las páginas de un libro
, cotejarla con ojo avizor.
Pero no hay nunca
una respuesta segura,
un sostén vital,
un sentido al sin sentido.
Todo se resuelve en acariciar el abismo,
en un temblor dubitativo
que produce el tambalearse
de todos los supuestos imaginable.
El fundamento, al cabo,
se torna carencia del mismo.
Así, pues, dejando a un lado
el examen innecesario e impreciso,
me limito a contemplarla.
Sólo a contemplarla, incondicional,
sin temer su huída imprevista,
o su inevitable desfallecimiento.
Ahora ya, en silencio,
la comprendo.
Y comprendiendola a ella,
lo comprendo todo.
- Todo esfuerzo es vano,
desde los humanos empeños
hasta en los conocimientos
mas elevados y soñados.
Muchas veces nos afanamos,
procuramos ir más allá
y siempre nos encontramos
con naturales escollos.
Qué triste es el hombre
y toda su estirpe,
siempre impactando sobre los mismos
muros derruidos de antaño.
En el mundo humano
todo son disputas,
continúas luchas
y victorias ficticias.
En la fáceta trascendente,
todo ensoñaciones,
ilusiones de la razón
y limitaciones inevitables.
Qué sabio fue el maestro Zhuangzi
cuando con serenidad proclamó
que la sabiduría suprema
es conocer el límite de la sabiduría.
Si nos percatamos
de un sólo aleteo de mariposa,
sabremos acerca de la existencia
de toda cosa.
Si sabemos que soñamos,
el sueño mismo negará su sentido
y podrá ser él mismo.
Al igual, que, si nos apartamos,
vemos lo lejano
que es todo horizonte,
como todo transcurre sin ningún
polizonte sobre el barco,
y que cada mota de polvo,
inconsciente, se confirma a sí misma.
Ah, sí. Lejos, muy lejos,
estando quietos, en silencio,
nos fundiremos con la naturaleza,
y seremos cual fuímos y somos:
un trozo de madera
que flota en el río,
que sabe de la cascada del otro lado,
y que aún así, disfruta del paisaje.
- La noche. Silencio.
El pensamiento en suspenso
divaga allí donde cada imagen
es un fragmento atrapado
en una oscuridad que se dilata.
Se expanden las imagenes
bajo bordes sombríos,
tenues manteles
encierran en su seno
la magia de la fantasía
que se desborda.
¿Lograré atrapar
aquel núcleo incandescente?
Siempre se escapa.
Mis ojos procuran penetrar
aquel misterio insondable,
aquella profusión profunda.
Nada más agudizar los ojos,
justo cuando estoy ahí,
todo se desvanece
en aquel espacio vacío.
Nada hay donde se encuentra el todo,
todo está donde pace la nada.
¿Soñaré que vivo
y todo fragmento se recompondrá?
Divago. Creo perecer.
Y sé que algún día moriré,
mas nada temo
si la muerte es semejante
a esta eterna oscuridad,
si la muerte es similar
a este relativo silencio.
Ojalá morirse sea como la noche,
pareja a las estrellas
que se apagan, y que nunca retornan,
como dos anillos de fuego,
los cuales giran y giran hasta perderse.
Allí todo es paz en la guerra,
honesta guerra de la paz.
Qué calma... Oh, verdad silenciada...
¿Al final todo se resuelve
en aquel principio
que nunca debió comenzar?
- Todos buscan ser eternos,
en su ilusión, se ríen
ante la naturaleza de las cosas,
de su constante mudanza
en el nacer y en el perecer,
y temiendo a la muerte,
la encuentran igualmente.
Ignorantes, se afanan en suposiciones
de lo que debiera ser la vida,
a partir de sus fantasías
se apegan a hechicerías,
que en realidad, son polvo.
Así, pasan la vida,
entre la vanidad y la preocupación,
y con sus tonterías,
esta se les va.
Mientras, usan su tiempo
en buscar la razón de ser
de ese mismo tiempo,
este se les escapa,
sale volando,
como hojas primaverales en otoño.
Tan ceñidos están a su ego,
que se creen inmortales
sólo por pensarlo,
que toman lo falso por verdadero
como en un mal cuento.
Mas, al final, toda esa importancia
es cercenada por el último suspiro,
todo cuento sea malo o bueno,
tiene que acabar.
Así es como la vida
me ha enseñado lo que son las cosas.
Fue la vida la que me mostró la muerte,
y la muerte la que me ayudó
a querer sin apresar la vida.
Viviendo uno contempla a la muerte
como algo dulce y necesario,
y muriendo uno ve a la vida
como un recuerdo con contrastes lejano.
No temo morir porque sé que es así.
No quiero vivir a cualquier precio.
La vida, es al cabo, algo prestado
que no me pertenece, y la muerte
algo inevitable que proviene de los dioses.
- Aunque en el fondo
sé que es estúpido,
no puedo evitar estar preso
de una melancolía
que me oprime el corazón.
Los dolores son un conjunto
de infimas cadenas,
que como en los dolores corporales,
van medrando poco a poco,
haciendonos pequeños
cual si fuerámos aplastados.
En mi pecho, hay un latido
que se va apagando
segundo a segundo.
En mis ojos, unas lágrimas
que forman un río
cada vez mas profuso.
En mis manos, las fuerzas
comienzan a faltar
como el aire en mis pulmones.
En mi alma, su hálito
se torna bastante frío,
es un pasaje gélido.
Reconozco que seguir insistiendo
en mi tristeza es mas triste
que las razones del estar triste.
Pero también sé que cuando lloro
una estrella en mi horizonte
se desvanece para siempre.
- Con los años, los pasos
son cada vez mas inciertos.
En cada estación, el tiempo
se huelca más confuso.
Pensando y sintiendo, las sensaciones
son muescas en una playa desierta.
Son luces y sombras
todas las cosas
que conocemos y amamos,
todo es refractario,
trozos aleatorios fragmentados
lanzados al cielo.
Esto lo sabemos,
mas apartamos la mirada
y nos quedamos frente
a un sólo lado del espejo.
Cantan los pájaros,
sopla el viento,
se mecen los árboles
y a mí ya no me queda nada.
- ¡Qué malestar interno!
Tomaré mi dulce ducado.
Calada tras calada,
el humo sale y se expande
hasta evaporarse.
¡Qué tristeza la mía!
Me encerraré en mi cobijo.
Respiración tras respiración,
el aire emana inmenso
hasta disgregarse.
Y dime, confidente mío,
¿Tú también sueñas todos los días
con aquel vacío?
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