viernes, 3 de septiembre de 2021

Sonrisas y lágrimas

 "... como soy un pecador redomado, estoy condenado a ser cada vez más infeliz sin saber cómo evitarlo"

Indigno de ser humano, Osamu Dazai



Me levanté de un salto desde mi cama, y mientras me colocaba las zapatillas desparramadas me dije a mí mismo: "Sí, en el día de hoy voy a escribir un nuevo relato" Con este ardiente entusiasmo, salí corriendo de mi habitación y desayuné en un periquete. Volví al poco a mi habitación, y me interné en la misma. Sentándome en mi vieja silla me puse frente a la mesa, cogí un lapiz desgastado y un folio arrugado adoptando una posición importante. Como si con este gesto cambiará el mundo, concentré todas mis fuerzas en el espacio de aire que separaba la punta del lapiz del folio, y lo apreté con impetú de cara a llamar a las puertas de la inspiración. 


Con renovados esfuerzos, centré toda mi atención en esa blancura algo rasgada que era el folio, y aunque no se me ocurría nada, insistí en reforzar la fuente de dónde nacían todas las ideas. Sin embargo, todo era en balde puesto que no lograba extraer nada en claro de ese mundo imaginativo. Las gotas de sudor se me escurrían de la frente debido al agobio, la mano me temblaba como si fuera un enfermo terminal y mi pierna diestra se movía siguiendo un fúnebre compás.


Pasaba el tiempo, minuto a minuto en esta postura estática sin que en momento alguno me moviera, tan siquiera mudaba mi semblante, exceptuando mis labios que estaban cada vez mas apretados. Al rato, desvié mi mirada a la ventana, y ahí fue cuando perdí el rumbo y me pusé a pensar acerca de cosas anodinas sin importancia alguna. Ví a las nubes siendo arrastradas por el viento, estas atravesaban el cielo cuales flechas formadas por gases sólidos que terminan por evaporarse cuando han volado demasiado. Hacen, al cabo, como nosotros que vamos de aquí para allá animados por una sustancia desconocida, engañados con supuestos objetivos vitales vanos y creyendo que existe algo así como una razón de ser en cada uno de nuestros movimientos ¡Ay, desdichados de nosotros que en verdad caminamos por el mero hecho de caminar! ¿Algún día cesarán nuestros pasos y encontraremos el sentido? Lo dudo.


Cuando quise darme cuenta, ya debía ir a comer. Así que dejé las cosas tal cual estaban, y bajé a la planta baja para degustar lo que hubiera. Al terminar, volví a subir y retorné a la misma mesa, exactamente en la idéntica posición antecedente. Y de nuevo, la misma carencia de ambrosía inspiracional, y ese hastío que se transmutaba en mi frente grasienta. Los temblores y la ansiedad aumentaron sin lograr ni escribir una línea. Como un imbécil me agobiaba con esta tarea que yo mismo me impuse. En realidad, así he pasado toda mi vida: agobiado y con un constante temor a pifiarla en cualquier momento. Sentía que cada paso que daría terminaría siendo una caída, y cuando al darlo me daba cuenta de que continuaba en camino raso pensaba: "Seguro que en cuanto dé el siguiente paso me encontraré en un foso inmenso del que jamás lograré salir." 


De repente, ví con perplejidad humedecerse aquella hoja con una serie de gotas dispersas. Me palpé la cara y caí en la cuenta de que estaba llorando, y que todo aquello que estaba sobre el papel eran mis propias lágrimas. Pero, ¿Por qué lloraba? ¿Qué era lo que me entristecía tanto? Era como si algo interno en mí que fuera semi-inconsciente se deprimiese al verme ahí plantado mortificandome a mí mismo por el mero hecho de vivir -o de fingir que lo hacía- o quizás, también fuera aquello que llaman "el ángel de la guardia" que me veía desde sus celestiales alturas e invocaba la lluvía para manifestar su decepción. Pues bien, si es este último caso, que sepa ese pajaro que me dá exactamente igual su opinión, ya que ni le conozco. Si tiene algo importante que decir que se presente, de lo contrario seguirá siendome indiferente.


En verdad llevo ya largo tiempo aparentando indiferencia respecto a casi todo. Mas, no obstante, no es algo que haga a próposito y que deba ser forzado. Se trata mas bien de un mecanismo de defensa que tengo interiorizado y que ha pasado a ser parte de mi naturaleza, y ya no puedo evitarlo. Desde que era un niño siempre he sido un llorón y un miedoso. Bastaba el mas mínimo acontecimiento para que me pusiese a llorar o me asustase. Con mi escasa experiencia de entonces, me fué suficiente para llegar a la conclusión de que el temor y las lágrimas están a la orden del día en este mundo repleto de desgracias y de desilusiones. Y como dada mi sensibilidad no podía evitar sentirme herido o temer que acabase estandolo, opté sin querer por construirme un muro que me aislase de todo y de todos. 


Luego ya, posteriormente, iba llenando el interior de ese muro con mis propias lágrimas, bebidas alcóholicas, humo de tabaco y algunos fotogramas dolorosos provenientes de mis propias experiencias. Y así, me mortificaba con ello en una espiral de dolor que no cesaba, daba vueltas y vueltas sumergíendome en mi desgraciada existencia. Cuando estaba en soledad, estas lágrimas provocadas por hirientes recuerdos me sacudían mientras estaba enterrado entre mantas y fluían al exterior sin que yo pudiera detenerlas. De vez en cuando hasta proliferaban de mis labios quejidos lastimosos verdaderamente lamentables, y algún que otro grito ahogado al ser presa de la desesperación. Era repugnante y lastimero. Cada noche este espéctaculo se daba con mayor intensidad, mas yo no podía ni controlarlo ni evitarlo, y tampoco sé hasta que punto quería que cesara, e incluso no sabría determinar si esto me venía bien o mal. 


Después de todas estas noches, salía al mundo como si nada hubiera pasado. Actuaba como si yo fuera un cualquiera al que le diese igual todo, y soltaba estupideces de mi boca para hacer reír a todos. En cierta medida me hacía feliz ver a los demás contentos aunque yo me sintiera desgraciado. Lloraba internamente y siempre estaba triste dentro de mi caparazón, pero eso no evitaba que se me escapasen de las comisuras de mis labios bromas obscenas y vulgares, y risotadas varias como si me hiciera gracia lo que yo mismo decía. Este mecanismo -también inconsciente- operaba paradojicamente bajo la conciencia de mi propia culpabilidad. No quería ser como una nuble cargada de tristeza que se desparramase sobre los demás, y por eso la velaba con un circo de cartón repleto de payasos que realizaban mil bufonerías. Sentía que no merecían que los tratase con una melancolía que tenía origen en mí mismo, y así pues tendía al humor fácil para dispersar la niebla. Usaba de la apariencia un recurso cómico cuando la tragedia inundaba mi vida como si se tratase de un tsunami inevitable que arribara a la costa, y al ver que algunos de sus habitantes corrían por aquí y por allá asustados, sacaba confetí haciendo parecer que el mal inevitable no era tal. 


Esto, claro está, era pura falsedad. A mí, particularmente me gusta mas denominarlo como "una representación teatral a todos los públicos y sin ánimo de lucro." Mas sé que por lo general, yo soy un actor bastante malo y no todo queda lo suficientemente realista como para ser tomado del todo en serio. Esa fue otra de las razones por las cuales me convertí en un vulgar cómico para el mundo, ya que es mas fácil hacer una comedia que una tragedia. Y aún en este último caso, no se trataría de una representación puesto que sería tal y cómo me sentiría realmente -cosa, que, por otra parte, me está completamente prohibida si quiero seguir por estos lares- Así, pues me decía una parte de mí cada vez que salía a dar una vuelta por el mundo: "Hagamos comedia aunque lloremos, seamos graciosos pese a ser en realidad desgraciados. Es el único favor que podemos hacer a un mundo tan desdichado, el único toque salado que podemos conceder a un lugar tan amargo." 


En ese momento, ya estaba anocheciendo, mis párpados parpadearon y mis manos se crisparon para al poco adoptar un ánimo neutral puesto que debía salir de mi cueva. Fuí a la sala principal, y cené con premura para volver a internarme en mi cuarto. Ya no sentía fuerzas de ningún tipo, así que me dediqué a hojear algunos de mis libros para decidir cual me leería al día siguiente, e instantes después me tumbé en la cama. Me quedé impertérrito contemplando el techo con mis ojos abiertos cuales faroles desgastados. Ví como la pálida y cenicienta luz de la luna iluminaba debilmente ese blanquecido techo que se asemejaba a una manta desplegada en forma de resplandor. Eso provocó que mis lágrimas volvieran a deslizarse por mi semblante, cayendo lo restante sobre el colchón.


Fue entonces cuando recordé que debía de escribir un relato, y del cual no había escrito ni una sola línea en todo el día "Soy un pésimo escritor si es que merezco que se me clasifique con tal adjetivo..." -pensé descorazonado. Pero, al cabo, ¿No es lo que he hecho en el día de hoy? Quiero decir, ¿Escribir un relato no es simplemente relatar algo? De lo contrario, ¿En qué narices consistiría hacer un relato si no es contar algo independientemente de lo que esto fuera? ¿Acaso no es esto mismo un relato? No sé tiene por qué hacer una grandilocuente historia repleta de personajes y complejidades varias para que esta merezca el apelativo de narración. Bien se podría escribir cualesquiera cosa, narrar algo, incluso el acontecimiento mas nímio para que se le llame propiamente relato. E incluso, no tiene por qué pasar nada en sí mismo. Puede que valga con transmitir unos pensamientos y unos sentimientos a un trozo de papel, removerlos y que aparezcan un cúmulo de letras que entiendan de palabras y de frases en un fondo blanco. Otra cosa es que sea bueno o malo, pero relato es al fin y al cabo.


Pero, en este caso ¿Quién lo decide? O en una posición más radical ¿Para quién escribo? ¿Es sólo para mí mismo? ¿O puede que para otros? Si el escribir es comunicar, lo más coherente sería decir que se escribe para otros desde sí mismo. Mas no creo que este sea mi caso... En fin, supongo que no tiene importancia. Además, ahora que lo pienso lo relatado aquí en concreto es bastante repetitivo respecto a otras cosas que he escrito. Siempre vengo con lo mismo, pero bueno... Que lea esto a quién le llegue y le apetezca, y a quién no me da exactamente igual y se acabó. 


Me crucé de brazos, y a los segundos los puse en posición funeraria como si en vez de intentar dormir me estuviera muriendo. Con los párpados cubriendo mis ojos, noté mis pupilas inquietas, intentando atisbar algo en la oscuridad que proporcionaba mi propia piel. Y otra vez -¡Cómo no!- las lágrimas de siempre, esa sensación de existencia culpable repleta de pecados y malas obras cometidas en el pasado, junto a los temblores de mis extremidades y a las fuertes palpitaciones provenientes de mi corazón. Mi respiración era agitada, mi propia vida me resultaba asfixiante. Pero no podía hacer otra cosa que seguir respirando, o en este caso, ahogarme poco a poco en este lento retargo cual suicida indirecto e inconsciente que lleva una cuerda al rededor del cuello, y una carga a sus espaldas que jamás logrará ver.


Lanzando un leve suspiro me pregunté: "¿Qué será del mañana?" Y ante mi propia pregunta, mudo me quedé. Estaba esperando como siempre sin saber a qué. Harto de la misma postura, me cambié de lado, concretamente en posición fetal y comencé a sollozar sin remedio, y a intercalar los lastimeros llantos con unas risotadas delirantes.