martes, 18 de mayo de 2021

Fulgor

 Desde que era niño, a Cirilo siempre le obsesionó todo aquello que relucía por encima de todas las demás cosas. Su primera obsesión por algo brillante creía recordar que era un colgante que antaño llevaba su madre. Cuando contaba a penas cinco años, siempre intentaba alcanzarlo, tomarlo de alguna manera y hacerlo suyo, parte de su ser. Sin embargo, en una de estas ocasiones, dandole un leve golpe, este se descolgó de su cadena y acabó haciendose añicos sobre el marmóneo suelo. Huelga decir que su madre le propinó una tremenda regañina, mas su frustración interior al contemplar los fragmentos de lo que él considero su tesoro desparramados por el suelo fue el peor de los castigos, mucho peor que los gritos enfurecidos que pudiere propiciarle su madre. Por anodino que parezca tal suceso, aquello supuso un sello inquebrantable en lo que sería su vida en adelante, y que jamás olvidaría.


Ya en la adolescencia, mientras todos los varones hormonados tenían por objetivo vital el besar a alguna chica -y qué decir de acostarse con ella- Cirilo seguía con su fanatismo iluminario. Se le ocurrió la caprichosa idea de que quizás esta esencia lúminica se encontraba tras los senos en desarrollo de sus compañeras de clase. De ahí que la mayoría de sus congeneres quisieran hallar el mas ligero  contacto hasta alcanzar el máximo de todas ellas. Debido a ello, se propuso el adoptar tales actitudes de desenfreno reproductivo, aunque fuera de una manera impostada, artificial en él ya que lo que buscaba no era fundir su joven carne con los muslos de una muchacha virgen y fértil, sino encontrar ese ápice de luz que estas guardaban celosamente en su yo interno.


En uno de aquellos joviales días, atisbó a la que de entre todas aquellas jovenes mujeres pudiera encerrar en sí la luz mas inmensa que cabría imaginar ¿Qué cómo lo averigüó? La respuesta es de lo mas sencilla y vulgar: por el tamaño de sus senos. Era la mas desarrollada de todas las de su clase, pero se mantenía igualmente pura a todas las demás. Esto le dió el impulso necesario para acercarse a ella, y procurar entablar relación de cara a conseguir su fin, que no era el otro que atrapar su luz y pasar a custodiarla él mismo.


Solamente le costó un par de semanas que ella "se enamorase" de él, y así el beso que le uniría con aquella iluminaria intensa que palpitaba en el pecho de la muchacha estaba cada vez mas cercana. Cuanto mas cerca la tuvo fue una vez durante el recreo, la acorraló en la pared y se acercó mucho a ella, tanto que la respiración de ambos iba al unísono. Clavando sus ojos en ella, penetrandola con una mirada escrutadora, solo quedaba el rozarse sus labios como llamas de una misma estela. Y así lo hizo, sintiendo el rotar de su estomago para acabar con un sabor amargo. Ahí no había luz alguna, sólo sombras y saliva.


- ¿Qué? ¿Te ha gustado?- dijo ella claramente satisfecha


- No. Creo que deberíamos dejar de vernos- respondió él cumpliendo su promesa.


Por imperativo paterno, una vez que finalizó sus estudios segundarios obligatorios, Cirilo ingresó en la universidad concretamente en la carrera de ingeniería. Durante su estancia ahí, comprobó cuán afán tenían todos sus compañeros por sacar mas nota que los demás. Pensaban que si uno superaba a todos sus compañeros en aquel número impreso en una serie de hojas, quizás en un futuro serían personas importantes, muy superiores a todos aquellos mediocres que pasaban con un "suficiente" en sus resultados. A próposito de esto, Cirilo indagó la posibilidad de que la luz que buscaba podría ser algo mas abstracto, una suerte de concepto que se concretaba en las notas académicas "Si todos parecen tan obsesionados con esa meta, será por algo..." -así discurría.


Para acabar de comprobarlo, decidió preguntar a uno de sus amigos mas cercanos de entonces el por qué de esta cuestión, a lo que el otro respondió:


- Es obvio. Si tienes buenas calificaciones, tu curriculúm será mas brillante, y por ende, les resultarás mas atrayente a futuras empresas que te abrirán las puertas al mercado laboral. Si no es así, pasarás el resto de tu vida en una penumbra perpetua como le pasa a todos aquellos pérdidos que no saben qué hacerse con ellos.


Las palabras "brillante" y "penumbra" tuvieron especial efecto en Cirilo, la primera porque se trataba de lo que precisamente él quería, la segunda porque era lo que a toda costa buscaba evitar. Pensando un momento, continuó diciendo:


- ¿Y qué he de hacer para conseguir buenos resultados académicos y así poder brillar?


- Aplicate únicamente al estudio, dedica todo tu tiempo en ello y deja lo demás. Si así lo haces, triunfarás y no serás un cualquiera- terminó por comentar su amigo en tono decidido.


Hizo caso de aquellos consejos, y se los tomó tan a pecho que los siguió al pie de la letra sin faltarle una coma. Mas, no obstante, en la medida que replegaba toda su vida a ese ámbito cada vez se sentía mas cercado por la oscuridad en semejanza a como su habitación iba tornándose sombría según se acercaban las horas nocturnas que pretendían asesinar al día. Y lo peor de todo, es que no consiguió mejorar sus resultados academicos, si no que muy al contrario empeoraron todavía mas que en un principio. Por mas que lo intentaba y que ponía todo su esfuerzo en ello, no lograba concentrarse como debiera, y por lo tanto, sus notas eran mas bien bajas. Ante los resultados de uno de sus fallidos examenes, volvió experimentar ese sabor amargo que tuvo con aquel primer beso. Fue entonces cuando decidió abandonar la carrera y seguir otros derroteros en busca de un inhóspito fulgor.


Tres años fueron en los que Cirilo vivió sin hacer lo que se diría absolutamente nada. Pretextando una suerte de depresión motivada por fracaso académicos y su escasa capacidad para socializar, sus padres pensaron que le pasaba algo de tipo psicologico que no se molestaron en indagar. Así, pues, su vida durante estos tres años radicaba en alimentarse y dormir, ni siquiera en el entretenerse puesto que carecía de toda afición, y como no tenía, pasaba su tiempo libre -el cual era todo, excepto cuando comía y dormía- en una especie de mutismo hermético. Mas también es de advertir, que durante este tiempo aquel sabor amargo se desvaneció por completo, incluso podría decirse que alcanzó de cierta armonía lúminica sobre todo cuando salía a su jardín en las noches despejadas a contemplar las estrellas, las cuales incidían sobre un suelo que les devolvía su resplandor, como así cuando en cada mañana temprana se quedaba anonadado mirando a la amplia ventana de su habitación de cara a comprobar como la luz del amanecer inundaba a todas las cosas.


En una ocasión transcurrida en alguno de estos tres años, Cirilo se encontró con su padre en el cagaje mientras este se dedicaba a reparar una bombilla que no se había fundido, sino que había perdido contacto. Cirilo se sentó a su lado observando la de vueltas que daba la susodicha bombilla en las sucias manos paternas dejando su huella dactilar cada vez que se obligaba a hacer presión con los dedos. Después de unas vueltas, metiendo el casquillo en una lámpara de mesa que tenía en frente, la bombilla relució dando un enfoque de luz amarillenta sobre el semblante de su padre. Cirilo exclamó con admiración:


- ¡La luz ha vuelto durante un instante!


Su padre un tanto perplejo, y sin saber que decir al respecto, cambió radicalmente de tema, a aquel que en verdad le interesaba:


- Vamos a ver Cirilo, ¿Qué vas hacer ahora? No puedes seguir ahí tirado en babía despercidiando tu vida.


- No estoy desperdiciando mi vida, padre -dijo en tono decididó, y continuó- Estoy realizando la que es la tarea mas importante de mi vida, que es buscar una sensación lúminica inmensa que haga vacilar a mi carne, y que provoque el desvanecerse del espíritu.


- ¿Se puede saber qué narices estás diciendo? - terminó por decir su padre, cerrando y abriendo sus párpados como si así pudiera desplazarse entre las escenas que conformaban su realidad.


Posteriormente a estos tres años, su casa acabó por llenarse de deudas que sus padres no eran capaces de pagar. Este decaerse de la economía familiar se traslució hasta en el tejado de su casa que se desplomaba, y cuyas tejas al caerse ocasionaban mas de algún susto a los miembros del hogar cuando justo al salir una teja en forma de meteorito les pasaba frente al semblante. Era como si aquella casa fantasmal les estuviera dando un toque de advertencia, diciendo algo así como "O me cuidáis, o os mataré a todos friamente con estas tejas envueltas en cemento comprimido." Mas de una vez, Cirilo se acercó tanto a la teja que se desprendía que le rozó la nariz, produciendole arañazos. Sus padres pensaron que quería quitarse la vida de alguna forma rídicula, como rídicula había sido hasta ahora su vida.


La decadencia economica de la residencia familiar fue tal que obligaron a Cirilo a que trabajase en algo, en lo que fuera valdría. Este había escuchado a sus vecinos sobre el asunto de tener un trabajo, y de con ello acumular caudal monetario. Se le pasó por la mente una gran multitud de monedas brillantes, cayendose en forma de cascada sobre otras tantas monedas aúreas. Entonces, le dió por pensar en si quizás la luz que buscaba se materializaba en la expresión de poder mas precaria de todas: el dinero. Quizás si acumulaba dinero y ahorraba, pudiera alcanzar tal súbita luz expresada en millares de monedas desfallecientes. Esta idea le fascinó e inflamó a su corazón de esperanzas, y así empezó a trabajar en una ferretería. Al menos así, estaría rodeado de las luces artificiales de las bombillas como presagio de lo que alguna vez alcanzaría.


Se tomó su trabajo muy en serio, tan en serio que hasta dedicó varias horas extras para intentar ahorrar dinero. Su jefe estaba tan orgulloso del tesón y de la diligencia de su trabajo que le permitió ocupar el puesto que gustase, e incluso, le subió varias veces el sueldo. Sin embargo, muy a pesar de Cirilo, y aún con todos sus esfuerzos, debido a las inmensas deudas hipotecarias y de prestamos que acúmulaba su hogar, tan rápido como caía el dinero en sus manos, se esfumaba al atravesar el umbral de la puerta de su casa. En verdad, lo que mas le dolía no era el hecho de perder un dinero que había ganado con el sudor de su frente, sino en que como había pedido que siempre le pagasen en métalico y en monedas, ver como estas pasaban de sus ya bendecidas manos, a las sucias de su padre le resultaba una especie de profanación sagrilegica. El sabor amargo no tardó en volverse a hacerse patente. A tanto le llegó el punzón de la melancolía y de la desesperación ante la pérdida de las monedas brillantes que dejó el trabajo.


Tiempo después, aunque durante unas semanas fingió acudir al trabajo para evitar el golpe de tristeza que produciría su despido en casa e inventarse una excusa para evitar que esta tristeza fuera mas aguda, acabó por decir a sus padres que le habían despedido por problemas de contrato y de organización de la plantilla. Sus padres acogieron sus palabras con una sonrisa amarga, una suerte de paradojica mezcla entre desazón momentáneo y esperanza en el porvenir mas inmediato. Al ver su reacción, Cirilo agachó la cabeza con la sensación de que no había vuelta atrás: o se divorciaba del mundo, o jamás encontraría la luz soñada desde la infancia.


Tras pasar un fatigoso día fingiendo que buscaba un trabajo, se sentó en un banco que se encontraba allende a un parque. Con la cabeza reclinada completamente contempló y escuchó el juguetear de los niños con sus saltos y alaridos. Cerró los ojos, y se quitó con la mano diestra la gran cantidad de sudor que se le deslizaba por la frente. Sin duda, hacía un calor inmenso, casi inhumano. Volvió a abrirlos y vió una señal brillante que provenía de un lugar ignoto, que pareciera no ser de este mundo. Retornó a cerrar los ojos, y cuando quiso, no pudo volver a abrirlos. De repente escuchó la voz de una niña que tenía como origen no aquellos del parque, sino de un sitio soterrado en su conciencia:


- ¿Quieres ir allí? - le dijo con dulzura


- ¿A dónde?


En ese exacto momento, sintió bajo sus dedos el tacto de la arena, sus oidos oyeron el rumor del mar, su nariz olió a salitre y a algas vivas, y su corazón latió con un ritmo inusualmente acelerado. Ya pudo abrir los ojos, y cuando lo hizo, efectivamente según presintió con anterioridad, se encontraba en una playa con un inmenso mar que daba cabida a los últimos rayos del sol en la línea de un horizonte que se fundía allí donde los vivos no pudieren penetrar. Es de hacer notar, que aún con lo raro de la situación no sintió extrañeza, simplemente se levantó y se fue andando.


Avanzó un poco, y vió un coro de mujeres desnudas que bailaban al rededor de un fuego estremecedor como si fuera un ritual pagano. Las llamas invocaban chispas que se elevaban queriendo capturar un ápice del cenit del día, y una vez satisfecho su goce, descendían y se apagaban. Frente a esta gran fogata Cirilo pensó en que esas chispas provenientes de ardientes llamas eran una metáfora de lo que había sido hasta entonces su vida. Se acercó cuanto pudo al fuego, hasta el punto que las cenizas que despedían le impregnaban la cara, y dejó caer una lágrima que antes de llegar al suelo se esfumó convirtiendose en vaho micróscopico "Claro, yo provengo de aquí, no de ahí... Ahora lo entiendo todo..." -musitó interiormente mientras las llamas intentaban carcomer una madera tan gruesa que duraría una noche entera cobijando la fiereza del fuego. 


Las mujeres siguieron danzando a su al rededor como si no existiera, despreocupadamente, entre risotadas y saltos danzarines en semejanza a los niños del parque. Una de ellas, sin saber por qué, le clavó una mirada cargada de un lujurioso interés. Sin decir nada en un principio, cogió una de sus manos y la impuso sobre uno de sus redondos y bien formados senos. Estaba ardiendo, ella misma parecía una de aquellas llamas que traían las chispas vespertinas y las cenizas traviesas. Cirilo se preguntó si ella era fuego, si él sería chispa o ceniza. 


A los pocos segundos, le cogió de la mano, y preguntó:


- ¿Quieres ir ahí?


Esta vez no se atrevió a preguntar porque ya sabía lo que se le indicaba, respondió: "sí."


Dejándose guiar por tal hermosa dama, fue introducido en el epicentro de la fogata. Ella dió un saltó para salir de la agitación de las llamas, volvió al coro y entonaron todas juntas canciones en un idioma desconocido para él. En sus entrañas sintió al principio un dolor indescriptible, pero con el tiempo ese dolor se troncó en placer. Lo que parecía en un comienzo una puñalada violenta en el corazón, al despedirse la sangre del pecho se transformó en una cándida caricia. Así igualmente acontenció con aquel calor intenso que fue poco a poco mutandose en un goce que cabría definir como orgásmico. Se sentía disolverse, y a su vez, renacer en una sensación de pletórica plenitud. Ya por fin pudo descifrar una parte de lo que aquellas mujeres desnudas cantaban en tanto que agitaban sus carnes en una playa que ya era dominio de la noche, mas que todavía conservaba tanto rememoranzas del día como la esperanza de su regreso en un tiempo indeterminado. La parte que pudo atisbar antes de fundirse completamente con la luz era la siguiente:


Y entre todas las cosas soñadas,

una jamás nos dejará abandonadas,

la llamada cual llamarada: la muerte.


- Al fin, alcancé el fulgor... -dijo quizás por última vez Cirilo. 


martes, 4 de mayo de 2021

La efímera pureza de la carne

 Flavio se encontraba en el parque, leyendo las páginas de un libro cuyas hojas iban quebrandose en la medida que pasaban. Según iba leyendo, los acontecimientos llevados a las imagenes que se describían en el susodicho iban mezclandose con los recuerdos devinientes de su propia vida, e incluso, él mismo y algunos de los personajes se sobreponían mutuamente, llegando así a confundirse la realidad con la ficción. Esto le hizo pensar acerca de su propia condición y de las circunstancias que le rodeaban, se preguntaba hasta qué punto estas últimas conformaban su ser, o si se trataban de cosas que simplemente le servían de adorno a un carácter que ya estaba formado desde el comienzo de los tiempos gracias a un elemento que suele llamarse destino.


Alzando la vista, contempló lo que en ese momento era su vida presente, y si esta, tenía algo que ver con el ambiente y el paisaje. El parque en sí mismo carecía del mas mínimo interés, era un parque cualquiera corroído por el tiempo, y que probablemente si no fuera por él y por un par de ancianos que se encontraban ahí, sería arrasado por el olvido. Había tres bancos que rodeadan lo que vendría a ser un parque infantil corriente pese a su estado de desolación, ya que no había niño alguno al que le placería jugar con esos columbios mugrientos y desconchados por los intensos vientos invernales. Pensando en cuan triste y vulgar era esa escena, rió hacía sus adentros durante unos segundos para instantes después quedarse mudo "Si tuviera razón aquel pensar que indica que somos lo que vemos, que todos son reflejos de nuestra propia conciencia, eso querría decir que yo mismo soy harto vulgar y que nadie se acuerda de mí." -pensó, y al cabo lo desechó al no creerse del todo tal tesis.


Un pajarillo vino a posarse sobre el banco en el que se hallaba sentado, y comenzó a piar desconsolado. No había suficiente fauna allí, y probablemente su canto estaba dirigido hacía sus congeneres, en busca de ser escuchado por ellos y que le hicieran compañía frente al atardecer que poco faltaba para que hiciera su aparición. A resultas de lo cual, Flavio retornó a sus antecedentes pensamientos, y se los tomó con un poco mas de seriedad. Si bien quizás el ambiente en sí mismo no era reflejo de nuestro propio ser, podrían serlo los seres vivos que lo componían. Pero también la carencia de vegetación era un ser vivo, también aquellos dos ancianos amargados que se encontraban frente a él lo eran, pudiera serlo a su vez aquel olmo seco a sus espaldas, como el pajaro solitario que se puso a cantar a su lado... Mas, en todo caso, él se hallaba en la misma tesitura, lo que desconocía era si se puso a leer precisamente ahí en aquel momento en vías de esperar algún acontecimiento, al igual que la ausencia de vida de aquel parámo esperaba la caída de la lluvia.


Iba a retornar su lectura cuando cayó en la cuenta de que una mujer entró en el parque y detuvo su mirada sobre él, o mas que en su persona en general, concretamente en sus manos, las cuales acariciaban aquellas páginas como si en ese momento ese compuesto de hojas conformaran su mundo. Y en cierta medida era así hasta que aquella mujer de ojos grisáceos y desmelenados cabellos rojizos pasó delante de él y posó su intempestiva mirada en el microcosmos de sus dedos vacilantes.


Se sentó a su lado con total confianza aún siendo desconocidos, y señalando con su dedo indice la contraportada del libro preguntó:


- ¿Qué estás leyendo?


- Es "El extranjero" de Albert Camus -respondió con un leve titubeo en sus labios que mas que menos logró disimular-


- Hum, me suena bastante aunque no recuerdo la trama ¿Sobre qué versa?


- Bueno, aunque es un libro corto como puedes observar es díficil de resumir en un par de palabras su trasfondo y contenido. Pero digamos que trata sobre un hombre que vive circundado por un mundo que carece tanto de sentido como de coherencia, y que movido por azares termina descubriendo en el absurdo de toda existencia paradojicamente su razón de ser, y también de vivir.


- ¡Vaya! ¡Qué aburrido! ¿Tú te sientes así?


- En cierta manera sí...


Al Flavio decir esto, ella sonrió con una enigmatica aunque hermosa sonrisa. Fue entonces cuando él se enamoró de ella, o mejor dicho, creyó haberse enamorado de una envoltura de preciosa carne que encubría lo que sería todo un espiritual misterio. Pensó en cuanto le placería indagar en su interior tanto en sentido figurado como explicito, descubrir la pureza que latía tras el seno que recubre un corazón luminoso para pasar a cobijarla en su cuerpo viril cual una suerte de intercambio de esencias. Se imaginó que de tal manera su existencia tendría un sentido unívoco y completo, y que ya no vagaría de un sitio para otro esperando algún hecho milagroso porque ya lo había encontrado concretado en aquella extraña mujer.


Pensar todo esto fue como una ráfaga de inspirada luz que temporalmente resultaron unos segundos. Ella sin mediar palabra alguna, inclinando la cabeza en señal de respeto, se levantó y se fue. Su ida aconteció como su venida, un suceso mágico y vespertino en un fondo anodino. Flavio, se quedó petrificado y retornó a esperar algo que no sucedía.


Días después, Flavio esperaba la visita de su único amigo, al cual solía llamar Gutierrez. En verdad esta supuesta amistad era una especie de estratagema para que su circulo social no cayese en el exilio, ya que tal amigo le era sumamente tedioso. Odiaba de él su falta de sensibilidad y de sentido estético, puesto que todos los juicios que emitía este se basaban en sensaciones vulgares que había escuchado de otros, cayendo así en los tópicos, frases hechas y lugares comunes. Desde luego, esta compañía no era la mas propicia para él, pero al cabo, era la única y aunque fuera sólo por los años y los consecuentes recuerdos que les unían prefirió mantenerla. En todo caso, y como acostumbraba a decir Gutierrez: "es lo que hay."


Flavio miró al reloj que estaba dispuesto sobre la mesa, y comprobó que llevaba una hora de retraso "Maldita sea... -murmuró para sí- Ya está este redomado imbécil tardando..." Le invadieron pensamientos de esta índole mientras que con los dedos daba toques sobre la mesa como si estuviera representando alguna sinfonía a piano violenta. Impacientandose, sus piernas se movían inquietas dando taconazos bajo su silla. De repente, se halló en una macabra orquesta en la que él era tanto compositor como interprete, y cuyo mensaje venía a ser el hastío y la carencia de paciencia en alguien puntual.


Ante la puerta que evocó un sonido estridente al abrirse, apareció su amigo con una plácida sonrisa como si su tardanza careciera de la debida importancia, e incluso, cual si fuera inexistente.


- ¡Anda, Flavio! ¿Se puede saber qué te pasa? Pareces un saco de nervios -dijo tan pancho


- ¿Qué va a pasar? ¡Has tardado sobre manera! De verdad, siempre igual...


- No te desesperes, la vida uno debe tomarsela con tranquilidad.


Y al decir esto, Gutierrez se sentó frente a Flavio, y sin pedir permiso, se encendió un cigarrillo de los que estaban sobre la mesa, y acercó mas para sí el cenicero. Flavio le dirigió una mirada de desprecio que el otro ignoró. Se hizo un momentáneo silencio con bostezos de entremedias que una llamada quebró.


Cogiendo el teléfono, Flavio preguntó: "¿Quién es?" A lo que no hubo respuesta. Colgarón. Y en su sonido, pudo percibirse un golpe que produjo una serie de ecos en los tímpanos de Flavio. Este, aturdido, clavó sus sus ojos ahora vacíos en un blanco fragmento de la pared. Abstraído, apercibió una sensación que no podría llevarse con la debida profundidad a las palabras. Pudo ver ante sí una serie de sustancias sin forma concreta, que revoloteaban por los blancos espacios de la pared. El gotelé parecía evocar y atraer estos cuerpos amorfos y cobijarlos en los huecos cual improvisada madriguera. Todos ellos iban multiplicandose, saliendo de la nada, contrayendose y formando una serie de grupos que pretendían representar figuras. Cuando ya se quedaron quietos,  ya podía distinguirse una figura. Se trataba de un sinuoso escote encarcelado en un bonito vestido negro. 


La figura se diluyó en un foso sin fondo en el momento en el que Gutierrez alzó su dicharachera voz para hablar 


- ¿Te pasa algo? Algo parece haberte trastornado o alterado dentro de ti.


- Sí - se limitó a responder con sequedad. 


La estación de las lluvías se hallaba en su auge, a través de la carretera principal que lindaba con una sucesión de casas construidas al estilo americano caía el agua en formas perpendiculares. Era de madrugada, y a Flavio no le quedaba otra que acudir a la parada del autobus que le conectaba con la civilización. Mientras esperaba en aquella parada de un tono rojizo chillón contemplaba el caer de la lluvía con una impasibidad meláncolica. Pareciere que aquella agua ignota que surgía del cielo y que culminaba en el suelo pavimentado pasara a formar de algún modo parte de la retina de su ojo, la humedad y los aces de luz se quedaban encerrados en su iris de tal manera que la nostalgia hacía algo indefinido e incierto pasaba a ser una prolongación de su misma entidad tangible.


Mientras esto acontecía, las gotas de la lluvía que incidían en su insistencia se le asemejaron espermas liberados que venían a preñar algunas plantas que apenas asomaban y que lindaban con la parada. Esto, le pareció absurdo. Al fin y al cabo aquella agua no suponía ser semilla alguna. En todo caso, ayudaban a la proliferación de la vegetación, mas no era su germen. Se le presentó la idea de que quizás él fuera como aquella lluvía, cáscara vacía proveniente de un reino que a los hombres le era desconocido, que no tenía una función primordial ni específica, mas que servía como impulso para que el resto de los elementos dieran vida a partir de lo inerte. Sí, quizás esta idea fuera un capricho, algo azaroso que pudiera ocurrisele a un hombre en constante espera como él. Pero, que, sin embargo, también tuviera su ápice de veracidad. 


Por su lado siniestro, vió un caprichoso cuerpo femenino que bailaba con cada paso sobre la acera. Sus curvas seguían la trayectoria de allí donde se dirigía como si mas que con los pies andara con las caderas "¿Será ella? ¿La mujer de la otra vez?" -pensó Flavio. Y en la medida en que se fue acercando descubrió que efectivamente era ella. Algo parecía haber mutado en aquella curiosa mujer, su jovialidad enigmatica de la otra vez se sopesó con la elegancia de la madurez. Exceptuando sus mejillas, las cuales aún conservaban retazos coloridos típicos en las niñas. Sin duda, era una mujer cuyo cuerpo habría logrado que convivieran en armonía la belleza que siendo paradojicamente efimera de la juventud se mantenía estable, y la rígidez de la escultura que representa una mujer adulta. 


Ella, se sentó nuevamente a su lado. Pero en esta ocasión, en vez de tratarse de un banco de madera abandonado en un parque, se trataba de uno de hierro cubierto por un techo de plástico que les protegía de la lluvia. Su caída provocaba un sonido que recordaba al del granizo sobre una casa con tejas antiguas. Mirandole de soslayo le preguntó:


- ¿Ya te acabaste aquel libro?


Respondiendo con una mueca afirmativa, deslizó su mirada de sus pestañas tenuemente elevadas hasta sus rodillas ceñidas por un vaquero negro. Era curioso y paradigmatico que aquella hermosura continuase siendo tan bella vestida a la manera informal "La belleza siempre lo es, independientemente de los accidentes y de los accesorios que intenten velarla. Muy al contrario, en vez de ocultarla, le darán un toque distintivo. La tela que tenga la pretensión de esconderla tendrá el efecto de ceñir aún mas su cuerpo, y si es holgada, dará cabida al aire que animará a su piel a embriagarse con el erotismo que está inserto en todas las cosas. Únicamente necesita ser poseída para despojarse de tal pureza, y mostrar una nueva forma inusitada en ella, una transformación del espíritu que usa de la carne como puente y que conduce a la muerte de la esencia prístila para precaverse de un nuevo nacimiento." - tales pensamientos cruzaron por la mente de Flavio en tanto que el silencio se imponía al momento.


Estos fueron interrumpidos por la voz altisonante, y a su vez, dulce de aquella delicada flor que ahora era toda una mujer:


- Bueno... Tengo que irme. Supongo que ya nos veremos en otra ocasión ¡Hasta entonces! -dijo con una premura espaciada y dilatada en un espacio-tiempo adornado por las ráfagas del diluvio que daba comienzo. 


En una tarde, con boligrafo en mano y frente a una amplia ventana, Flavio estaba tratando de concentrarse para redactar un ensayo que le era exigencia académica. En la medida que la tinta era arrogada frente al papel inerte, su impetú cesó irrevocablemente al carecer en esos instantes de inspiración. Su cabeza daba vueltas, se encontraba en otros derroteros al margen de lo que escribía. Quisiera redactar algo distinto, una especie de descripción en torno a su estado de ánimo que empezará con algo así como: "Millares de sensaciones que no llegan a concentrarse en una mas nítida, se acumulan en mi pecho sin encontrar salida. Aspiran a algo de diferente índole de lo hasta ahora conocido, algo que se pretende deiforme, con un ápice de arrogancia, y con otro poco de desasosiego. Cual hálitos exalados que se lanzan al otro lado de una autovía de las principales, y se quedan marginados frente a una ausencia todavía sin nombre..."


Sin darse cuenta, lo había escrito en la hoja. Y aunque se deleitara con la prosa, cogió el papel, lo arrugó y lo tiró a la papelera. Se quedó sentado, con la mano que le sería de sostén a la cabeza, meditando sobre cosas tan aleatorias, que dificilmente podría recordar después. Dando vueltas a sus imagenes internas, rescató un par que no guardaban relación alguna entre sí: Una era un lento anochecer que se cernía entre neblinas, y la otra, eran unos volantes de lo que se presumía un vestido o una falda negra que se adornaba con unos detalles morados "¿Qué quería decir esto? ¿Por qué pienso en estas cosas?" - dijo indagandose a sí mismo con una mezcla entre hastío e incertidumbre. 


Sonó el telefonó que tenía al lado, lo cogió y volvió a acontecer lo de la otra vez: no hubo respuesta, y al colgarse retornaron la sucesión de ecos. Mas, esta vez había algo distinto en aquella llamada, dos segundos antes de que colgarán, pudo escuchar un respirar que se intentó contener sin conseguirlo. Era sin duda alguna una respiración femenina, culmén de un orgasmo finalizado, penetró su recuerdo en la conciencia. Como si fueran cosquillas en bucle, aquel respirar que bien pudiera ser un suspirar incidía en su interioridad con cada vez mayor renovada fuerza hasta alcanzar una altitud sorprendente. Su sonido clausurado en una cueva era tan elevado que tuvo que taparse los oídos para intentar alejarlo. Todo fue en vano, ya que aquel recuerdo sonoro no procedía del exterior, sino del epicentro de su ser. Así dió por sentada la tesis que sostuvo con alguna duda al principio, las circuntancias eran accesorias, había algo preconfigurado en nosotros que bien haríamos si lo llamasemos destino, o en un lenguaje mas psicológico: carácter natural. 


Así como vino, la altisonante respiración cesó. Un toque hizo tambalearse un tanto la puerta de madera que tenía tras de sí: era hora de cenar. Sin apetito culinario, se levantó y se fue de cara a responder a tal llamada artificial y condicionada. Es decir, siguió los mecanismos de la rutina de siempre.


A día siguiente había quedado con Gutierrez. Pero por falta de ganas y carencia de apetencia, lo rehusó quedándose todo el día tirado en la cama. La agitación que sentía desde su corazón no le dejaba dormir, daba vueltas y vueltas sin lograr al cabo nada. Se deslizaba a la izquierda, y le molestaba el costado, lo hacía a la diestra y esta vez era el contrario, se ponía del revés y le oprimía la tripa. Al final, optó por ponerse como si le hubieran metido en un ataud, poniendo ambos brazos crucados desde las costillas hasta su pecho. Permaneció así unas horas, con su mirada dirigida al techo y con una expresión de inquietud que era acentuada con sus cejas fruncidas.


Decidió que no podía pasarse todo el día de esa manera, así que cuando ya era de noche optó por vestirse y marcharse para dar una vuelta. Cogió un lapiz y un cuaderno viejo que tenía lleno de notas prosaicas y poemas por si se le podía ocurrir algo, y salió por la estrecha puerta principal de su humilde hogar. Ya fuera -desconocía por qué- optó por pasar por aquella parada de autobus, y luego por el parque aquel. No sabía a ciencia cierta cual fuese su intención, pero el caso es que así lo hizo. 


Mientras atravesaba el umbral rodeado por pinos y castaños, sus sombras le velaban el escaso brillo de los ojos que en esos momentos conservaba. El camino era de cemento, y estaba muy mal mantenido. Quizás por efecto de la gran cantidad de nubes que acuchillaban al cielo durante aquella noche, las grietas del suelo se acentuaban, y bajo el efecto de la escasez de rayos de luna, iban agradandose y estrechandose en la medida que Flavio avanzaba. Hubo un instante en el que se detuvo delante de una pared hecha a partir de rocas y mala cimentación. El motivo fue el vistumbrar un grupo de murcielagos que revoloteaban por sus huecos, era probable que hubieran encontrado un cobijo lo suficientemente amplio para protegerse de los rayos diurnos "Yo soy como estos pequeños seres, pero sin grupo." - pensó Flavio, dándose la vuelta en camino al mismo banco donde hace tiempo estuvo. 


Antes de llegar, pudo ver en una esquina que aquella mujer de ojos grisaceos y cabellos que a la luz de la luna se mostraban cobrizos parecía esperarle con sus manos entrelazadas a las espaldas. Llevaba un vestido negro con detalles morados, un escote tan pronunciado que al poco que se agachase mostraría sus atributos con desparpajo, y un culmén del mismo bastante por encima de las rodillas que a la brisa insinuaba el secreto mujeril que tan bien se guarda. Ella, le sonreía, mas esta vez además de con toques enigmáticos, con una lujuría que todavía continuaba lindando con lo erotico y lo pasional sin llegar enteramente a lo vano y vulgar.


- Venga... ¿A qué estás esperando? Tómame... - dejó escapar de sus anchos labios, liberando un aroma proveniente de una ambrosía licensiosa y sensual


Él, sin preguntarse a sí mismo si aquel momento estaba siendo realmente vívido, o si se trataba de una fastamología proveniente de su perturbadora imaginación, la agarró de ambos senos y los estrechó entre sus manos, apretandolos en una posesión aparentemente consensuada. Levantó la cobertura inferior del vestido, y se deslizó en su interior. Ya podía saborearla, integrarla en plenitud dentro de su ser y profanar su pureza semi-divinal. Con sus dedos cual feroces garras, impuso un nuevo orden a su cintura ahora dispuesta solamente para él cual si se tratara de una propiedad que hasta entonces sin dueño ahora le pertenecía a él. Empujando y buscando cada vez mas y en mayor profundidad dentro de los recónditos páramos del lenguaje del cuerpo, notó como si algo se disolviera, algo que era carne y materia dejaba de ser tal y pasaba a desvanecerse. Cuando quiso darse cuenta, el femenil cuerpo había desaparecido por completo, ya no quedaba nada a excepción de él que sujetaba algo que ya no existía.


Se quedó quieto y en suspenso con un susurro interno que no lograba descifrar. Ya no cabía ni pensamiento ni sentimiento porque todo carecía de importancia. Por fin, por vez primera en su vida, ya no tenía nada que esperar porque ya tuvo todo lo que era digno de esperarse y obtenerse en un porvenir, ni tiempo ni espacio configuraban nada porque todo se confundía en lo mismo. Todo era nada, y la nada el todo.